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Capítulo 21

    Él se retiró nada más notar mis labios.

–No, esta vez no pienso caer –dijo y, se levantó dejándome sola en la cama, después se alejó, cogió un pantalón del suelo y se lo puso–. Ya me has tachado de abusador una vez, no pienso darte la alegría de volver hacerlo.

Ese rechazo me enfureció mucho más que todo lo sucedido, y no lo entendía, hacía un momento quería matarlo y ahora deseaba encogerme en la cama, abrazarme yo misma y morder la almohada,y todo porque ese hombre no quisiera besarme.

Abrí la boca antes de pensar en lo que decía:

–Al menos reconoces lo que hiciste –espeté antes de que saliera por la puerta.

Su cuerpo se tensó.Lentamente giró su cara hasta dar con mis ojos y clavó los suyos con un inmenso odio que me cortó la respiración.

–No reconozco una mierda –escupió–. Soy un hombre que aprovecha lo que se le ofrece, y tú, te ofreciste en bandeja. Deja de amargarte y disfruta de la fantasía que podía haber sido.

El dolor del rechazo desapareció para ser remplazado por la cólera y las renovadas ganas de asesinarlo.

Dios, después de hoy iba a terminar en los periódicos.

–Algún día tú y yo tendremos algo más que palabras –amenacé con una voz que no parecía mía.

–Ya lo hemos tenido, pero tranquila, no se repetirá.

Con un mosqueo de miedo se fue cerrando la puerta de un violento portazo que hizo crujir las bisagras.

Vivan los portazos.

¿Pero que les pasaba a todos con ese estilo de cerrar la puerta? ¿Es que era la moda? ¿O simplemente la forma de anunciar lo machos que eran?

Caí en la cama y me permití unos segundos de relajación y de rezos, rezos donde pedía que se hubiera largado o que se lo tragara la tierra para llevarlo directamente al infierno antes de que saliera de esa habitación.

Lo que daría por tener poderes y transportarme a mi casa, mi hogar y mi refugio.

Bufé y me puse en movimiento. Después de hacer un tour por la habitación y el baño, donde aproveché para arreglarme el pelo y hacer mis necesidades, salí fuera para continuar buscando mi ropa y nada más vi el salón, al fondo del pasillo, comencé a recordar un poco más...

Mierda, pero si la desesperada había sido yo.

Apreté los puños y cerré los ojos.

Ni de coña.

Andreas había cometido el error, no yo, él era el culpable.

Su deber como caballero debería de haber sido meterme en un taxi, darle la dirección de mi piso al conductor y enviarme a casa como un paquete postal. Pero claro, ese mierdecilla no era un caballero, y yo anoche tampoco es que fuera una dama...

¡No lo defiendas!

Lo siento, mentalidad. Tienes razón.

Era ilógico hablar conmigo misma pero era el resultado de las contradicciones del día siguiente, un efecto del alcohol.

Y lo malo es que no recordaba beber más de dos copas, ni siquiera las cargué; una me la preparé yo misma y la otra el amigo del rollo de Sienna... ¿Qué demonios había sucedido?

–Que te drogaron.

Al escuchar la respuesta de mi pregunta, una que había lanzado en mi cabeza pero mi boca expresó en voz alta, me paralicé en seco.

El gran salón, un lugar que comenzó a ser familiar se encendía como si miles de focos blancos iluminaran el lugar, y la cosa era casi parecida ya que el mismo ventanal con el que me había cruzado en la habitación llegaba hasta aquí y ese cristal hacía un extraño efecto porque, la luz del sol entraba blanca como si fueran bombillas de bajo consumo.

Sin embargo, esa preciosa iluminación no fue lo que causó mi repentina parada ni mi repentino bloqueo mental, o que por ejemplo: que se me cortara la respiración.

Tres hombres salidos de una pasarela de moda, rodeaban la isleta central de la cocina, un espacio abierto que se comunicaba con el salón y la entrada principal.

Sólo reconocía a uno, el rubio descarado con el que me había topado en el club, amigo de Andreas.

Otro más, moreno, de ojos miel, con una dulce cara de niño bueno que nunca ha roto un plato y que nunca en mi vida había visto, pero tan descarado como el rubio ya que me miró de arriba abajo estaba a su lado.

Me presioné con fuerza la sábana a mi pecho y me contradije mentalmente rezando para que Andreas no se hubiera ido.

Y el último, el que había hablado tenía que ser el tal Darío, su voz la reconocí y su aspecto resultaba tan idóneo como el ronco y grave de su timbre...Ese tío intimidaba con una simple mirada, e incluso, al reparar en él, Darío alzó una ceja y me pareció que acababa de quitar el seguro a su arma. Retrocedí.

– ¿Quién me drogó? –pregunté sin aliento, notando como, con cada segundo me ponía mucho más nerviosa.

–Unos cerdos que no lo volverán hacer en su vida –contestóDarío, diplomáticamente.

No dijo nada más, esa declaración me bastó para imaginarme que sucedió, y observando como ese hombre comenzaba a intimidarme, preferí callarme y di otro paso hacia atrás.

– ¿Te encuentras bien, guapa? –preguntó el rubio, mirando mis pies con curiosidad.

Asentí, pero di otro paso más, hacia atrás.

– ¿De verdad? –repitió el niño bueno mientras, se apoyaba con los codos en el mármol de la barra–, ¿te acuerdas de nosotros?

Miré cada cara, cada mirada que parecía pegada a mí y...no sabía de donde podían haber salido.

–Vagamente –contesté–. ¿Y Andreas? –pregunté con un hilo de voz pasando olímpicamente de añadir nada más.

– ¿Ahora preguntas por mí? –contestó el aludido justo a mi derecha.

Me sobresalté y nada más lo vi quise esconderme detrás de él, pero al ver su cara, desestime la idea de acercarme mucho. Continuaba furioso.

Andreas tuvo que notar algo porque me tomó del brazo y me llevó de nuevo a la habitación.

–Tu ropa –mencionó, dejando un montoncito bien doblado encima de la cama, después se agachó y dejó los zapatos en el suelo–. Vístete –ordenó, girándose cara mí–. Te esperaré fuera.

Asentí con la cabeza y sin mediar palabra, disimulé mi nerviosismo con un enfado falso y pasé por su lado, lo empujé con el hombro para poder coger mi ropa y dirigirme al baño.

–Esto... –interrumpió Andreas y me frené– Mmm... Hay algo que... –tanta interrupción me llamó la atención, finalmente me giré y lo miré.

Andreas se rascaba la cabeza en un gesto nervioso y se mordía los labios de una forma de lucha sobre sí mismo, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas. Me puso nerviosa con tanto meneo.

– ¿Qué? –espeté.

Él levantó la cabeza y me miró. Se pasó la mano por el cuello, como si intentara quitarse una contracción.

–Pues que...debo decirte...

Se interrumpió de nuevo y exploté. Me sacaba de mis casillas que momentos antes su mirada quisiera enterarme bajo tierra y ahora, parecía un niño de diez años tratando de decirle a su madre el horror que había cometido.

–Oh por favor –bufé – ¿Qué demonios has roto, chiquitín? –me burlé con sarcasmo.

– ¿Qué?

–Que seas más claro, atontado.

Las expresiones de nerviosismo desaparecieron y su cuerpo se activó como siempre, propulsado por mis cometarios, y cambió de ser vergonzoso a ser vengativo.

–Cuando termines hablaremos. Y haz el favor y no me dejes en ridículo delante de mis amigos.

A mí también se me borró la sonrisa.

– ¿Yo? –dije incrédula con los ojos abiertos–. Así que tú eres quien los trae aquí para presumir y soy yo quien te deja en ridículo.

–No sabía que esos cabrones se habían quedado aquí. La casa es de Darío, no mía, yo no puedo echarlos de una patada, aunque me muera de ganas.

–Más ganas tengo yo de pegarte a ti una patada y estamparte contra la pared, con la suerte de que se te abra la cabeza, pero...–me puse las manos en las caderas y ladeé la cabeza con prepotencia– tampoco puedo. Qué lástima, los dos estamos igual.

Su mandíbula dio un brinco y sus ojos me taladraron.

–Jamás me había cruzado con una mujer como tú.

–Sí, somos únicas en la especie, y tienes suerte de conocerme.Poca gente tiene la bendición de cruzarse con alguien tan impresionante como yo.

Sus cejas se alzaron de golpe.

– ¿Ah sí? Pues está claro que todavía no me he dado cuenta de cuan maravillosa eres, porque en vez de darte besos, solo pienso en azotarte el trasero hasta hacerlo sangrar.Con lo cual –se cruzó de brazos y continuó con una falsedad inconsiderada–, puede que esté cometiendo un error al interpretar mal tus señales.

–Está claro que sí –dije, con una sonrisa mientras señalaba la cama con la mirada.

Andreas la miró e inmediatamente se tensó. Apretó los puños y me regaló esa preciosa mirada de asesino en serie.

– ¿Sabes qué? –preguntó.

–No.

Me di la vuelta y lo dejé plantado en medio de la habitación para meterme en el baño.

Media hora después, salí fuera, resignada al tener que volver a verlos a todos. Tomé el pomo y decidí pensar o al menos decirme que esta situación se alargaría el tiempo que yo tardara en atravesar el pasillo, el salón y llegar a la puerta, con lo cual, cuanto más aligerara más rápido terminaría todo.

En cuanto hablar con Andreas...anda y que se fuera a tomar por saco. Pasaba olímpicamente.Tenía suerte de no manifestar los síntomas de la resaca, no deseaba terminar pasando por una por culpa de ese hombre sin cabeza que...que...que era sexy te cagas...

Sí, mucho. Reconocí con fastidio.

Mi mano cayó del apoyo del pomo a mi cadera. Estaba más que claro que mis recuerdos ahora serían mi tormenta.Ver ese cuerpo desnudo me había causado un efecto de locura atroz. Andreas era terrible con ropa pero sin ella...Santo cielo.

Cerré los ojos y sin darme cuenta, mi cerebro me lo presentó en imágenes deliciosas donde deseaba comérmelo entero...hasta las piernas me temblaron.

Por favor.

Se le marcaban todas las curvas haciendo una medida perfecta en cada músculo, no era ancho o hinchado, aunque lo que escondía por debajo de la cintura era todo lo contrario, pero podía decirse que el tío se cuidaba en todos los aspectos.

Si no fuera tan mezquino sería el hombre perfecto...aunque no para mí.

Él era una persona con clase, se movía en otro mundo. Yo, daba pena, solo había que ver mi ropa. Andreas era marca de arriba abajo, yo segunda mano y daba gracias a Dios por poder vestirme cada día.

La noche y el día, y como tal, se cruzaban y puede que se dedicaran un saludo, nosotros era un insulto, pero jamás podían convivir porque todo un mundo los separaba, en nuestro caso era nuestro estilo de vida. Andreas me veía inferior, yo a él inalcanzable.Puede que sintiera deseo por mí, era la novedad y me había encargado bien de provocarlo, pero jamás, nunca, alguien como Andreas Divoua sentiría por mí algo tan fuerte como para...

No.

¿Qué me decía? Yo tampoco quería nada con él, pero...

Mis hombros se hundieron al darme cuenta de que esa realidad me molestaba, incluso me dolía ya que tragar saliva en ese momento fue todo un problema.

Más nerviosa, pero decidida en irme y vestida de la cabeza a los pies abrí la puerta. Llegué hasta el salón y lo pasé de largo pero un cuerpo se interpuso en mi camino acabando con mi huida perfecta.

–Que Andreas no sea un caballero y no te haya invitado a desayunar, no significa que nosotros...

–Gracias, pero no. Tengo prisa –interrumpí, y levanté la cabeza para cruzarme con unos ojos color miel. El hombre que me impedía avanzar era el que había calificado de niño bueno, aunque más bien apodaría; Totó.

Totósonrió y miró por encima de mi hombro.

–Tenemos de todo, dulce o salado –argumentó, antes de volver a mirarme– y de beber, lo que te apetezca.

–Puedo prepararte zumo natural –la oferta salió de Darío. Aun sin mirarlo reconocí su fuerte timbre de voz.

Martillo... Oh, sí, a Darío le quedaba de miedo el apodo de Martillo. Solo me quedaba sacarle un título a sonrisas...pues Sonrisas.

Totó, Martillo y Sonrisas.

Sonreí, con educación, no obstante un poco tensa y me dirigí de nuevo a Totó.

–Muchas gracias pero no. Tengo que solucionar algunas cosas.

– ¿Te espera alguien?

Ese había sido Andreas, y estaba a mi espalda, muy pegado. Lo miré con la barbilla alta.

– ¿A ti qué coño te importa?

Andreas se tensó, el resto se nos quedó mirando uno al otro con la boca abierta, completamente confundidos y bastante alucinados. Me dio exactamente igual, mi propósito era desaparecer de ahí y así lo hice.

Con todos ellos despistados y absortos en mi descarada forma de tratar a la princesita, me adelanté los últimos pasos y abrí la puerta de la salida.

–Estela –me llamó, saliendo detrás de mí.

No me preocupé en tomar el ascensor. No sabía que piso era, no lo marcaba en ningún lado, así que fui directamente por las escaleras.

Andreas vino detrás.

– ¡Estela!

– ¡Déjame en paz!

Salté a otro rellano, como una profesional, bajando escaleras y pisos con rapidez.Una parte de mí se arrepintió de no haber tomado el ascensor.Había perdido la cuenta de los rellanos y los escalones y que ese hombre me siguiera dando gritos como un loco, esforzó a mi cuerpo a cometer locuras como bajar de tres en tres y saltar como si fuera un saltamontes.

Se terminaron las escaleras...Gracias a Dios...y corrí por un largo pasillo notando como la adrenalina me azotaba con fuerza.Quise soltar un grito cuando vi una puerta cerrada al final y todo porque notaba al loco de Andreas dar zancadas como un corredor profesional.

Mierda.

Al llegar a la puerta, vacilé un instante y luego, tras un golpe de lucidez, me animé abrir la puerta. Demasiado tarde.

–Estela. –Unas manos fuertes se aferraron a mi cadera y tiraron de mí.

Un grito silencioso surgió en mi mente, mientras renovaba mis esfuerzos en volver abrir la puerta. Imposible, nada más alargar el brazo, el pomo de hierro me rozó la punta de los dedos, y dos segundos después, estaba cara una pared con él a mi espalda, abriéndome los pies de dos patadas y tomándome del cabello.

– ¿Eso era un puta muestra de lo impresionante que eres? –rugió contra mi oreja con tono agitado– ¡Joder!–. Me estremecí al sentir esa agitación contra mi pelo–. Te podías haber matado bajando de esa forma las escaleras.

Noté la frenética sensación de tenerlo a mi espalda, de saborear su aliento contra mi oreja y de notar como esas manos, una en mi pelo y la otra en mi cintura, hacían hervir mi piel.

–Oh, qué pena, por eso estás tan agitado... –carraspeé porque había sonado muy ronca–, ¿es qué tus sueños no se han cumplido?

–Verte tirada en el suelo, con la cabeza abierta no es algo que deseo, pero no por ti, ratita, más bien es porque hoy es sábado, un día para descansar,y no me quiero pasar todo un festivo en urgencias por culpa de que no tengas dos dedos de frente.

–No te preocupes, no te pediría mucho, tan solo que me llevaras a urgencias, e incluso podías tirarme con el coche en marcha justo en la puerta...no me ofendería.

–Por supuesto, como soy un cabrón rematado, voy pegando patadas alas mujeres para echarlas de mi coche y dejarlas tiradas en medio de la carretera.

No sabía si era sarcasmo, si aún no había conseguido recuperar el aliento por la carrera o es que realmente estaba enfadado, porque habló contra mi oreja y ese timbre era difícil de distinguir.

–Puede que por eso después no las recuerdes –ataqué.

De repente, tiró de mi pelo inclinando mi cabeza y pegó sus labios a mi oreja.

Ajj...

Vale, puede que estuviera un poco enfadado.

–Sinceramente, empieza a dolerme que me veas así –ronroneó y me cosquilleó todo el cuerpo.

Sácatelo de encima.

Pues sí. Mi conciencia tenía razón ya que, desde que había visto ese pene...Me había quedado con hambre.

Me removí inquieta para quitármelo de encima, e incluso adelanté un pie para pegarle una patada.Lo que conseguí, fue darme en la espinilla yo misma con un tubo a mis pies que sobresalía.

– ¡Mierda! –grité de dolor.

Ya estaba hasta las narices de todo. Pero ¿es que nunca se iba a acabar aquel maldito día?

–No te hecho nada.

–Quiétate de encima, imbécil. Me he golpeado –escupí furiosa, echando los codos hacia atrás, buscando un hueco donde darle.

– ¿Y es culpa mía?

– ¡Sí!

Andreas finalmente me soltó. Me di la vuelta con una agresividad increíble. Él me miró, despectivamente de arriba abajo y después levantó una ceja.

–Nada, no tienes remedio –dijo.

– ¿Y ahora te das cuenta?

Resopló y se pasó las manos por la cabeza. Miró la puerta y a mí, yo también la miré. Tres pasos me separaban de mi salvación, solo tenía que ser rápida. Andreas bufó, puede que él pensara lo mismo que yo, porque se posicionó delante de esa puerta y se preparó tanto para bloquearme el paso como para volver atraparme por si volvía a salir escopetada.

Me crucé de brazos y me apoyé en la pared. Debería comenzar a pensar que Andreas era masoca o que yo era muy idiota.

Un hombre cualquiera hubiera pasado de mí. Un polvo y adiós, pero éste insistía, y aunque sentí una deliciosa sensación de esperanza en mi corazón, lo eliminé en el mismo momento en que él se metió las manos en el bolsillo.

– ¿Qué quieres? –espeté con sequedad.

–Llevarte a casa. –De pronto, se había vuelto tan dócil como un conejito.

–No.

Andreas negó y lo escuché mascullar para sus adentros.

–Tenemos que hablar de un asunto delicado...

–Que te den –interrumpí girándome para comenzar a caminar, y si era necesario lo empujaría para abrirme camino y salir–. Paso de ti –continué avanzando–. Y tú y yo, no tenemos que hablar de una mierda...

–Anoche lo volví hacer –interrumpió, atravesándome un brazo por delante, a la altura de mis ojos hasta apoyarlo en la pared.

Resoplé, me crucé de brazos de nuevo y, dejé todo mi peso en un pie para mostrarle una postura pasota, después deslicé mi mirada de ese brazo a su cara.

– ¿El qué?

–Correrme...

No terminó pero me dio igual, lo entendí a la primera y estaba a punto de sufrir un infarto.

– ¿No? –pregunté, retóricamente sin voz.

–Sí –respondió tragando saliva.

Comencé a verlo todo rojo.

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