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Capítulo 2

    Finalmente decidí apagar el teléfono, mi hermano no dejaba de llamar y ya me había enviado cuatro mensajes a cuál de todos más grave que el anterior. Tan sólo le había contestado a uno, al último, diciéndole que no me habían cogido, que hiciera el favor y se relajara de una vez y me dejara en paz.

Solté un suspiro y levanté la cabeza de la pantalla oscura al enorme letrero de colores en rosa pastel de la peluquería donde trabajaba Sienna, mi mejor amiga.

Entré con los hombros hundidos y mi amiga, que se encontraba al final del todo poniendo un tinte me miró, su sonrisa desapareció y me indicó que me acercará con un movimiento de cabeza.

Siempre conseguía sorprenderme la decoración de ese local, desde luego que si trataban de llamar la atención, lo conseguía con creces. Cada vez que entraba ahí dentro me sentía como la Nancy entrando en su casa de verano por todos los colores pastel que me rodeaban, si hasta me daban ganas de ponerme un vestido de lunares con un lazo en la cabeza para encajar aquí dentro.

Saludé a Doña Peeper, la dueña que me mandó un beso con unos labios pintados en rosa y me devolvió el saludo con un precioso halago. Llegué hasta el lado de Sienna y me senté en uno de esos sillones de piel continuo a la misma clienta de la que se estaba ocupando.

–Supongo que la entrevista no ha ido muy bien –afirmó mi amiga retirando capas de cabello para pasar el pincel por la raíz.

–Para nada.

Me recosté en el sillón mirando a Sienna a través del espejo. Se había cambiado el color del pelo a un rojo oscuro, pero las puntas continuaban tan moradas como antes, solo que ahora, se había añadido un poco de morado al flequillo recto que tapaba su frente.

–Realmente ha sido muy rara –añadí con otro bufido–, pero estoy segura de que, no me cogerán.

– ¿Por qué?

Dejé la cabeza caer por uno de los huecos del cojín y estiré mi cuello para poder ver, del revés a mi amiga.

–Falta de experiencia.

–Eso es una tontería –se quejó la clienta de Sienna. Lugo se giró y me miró con mucha ternura, sin embargo, cuando comenzó hablar su voz era, sobre todo critica–, hoy en día, la experiencia se puede coger con el tiempo, es más, hay empresas que no requieren experiencia por los malos hábitos que traen de esa antigua habilidad– la mujer sonrió–, sin experiencia pueden utilizarlos a su antojo y perfectamente a su forma de racionalizar su día. Sin ofender –pronunció mirando a Sienna, mi amiga le sonrió–. Son peones en un ajedrez.

Tanto mi amiga como yo nos miramos compartiendo una mirada impresionada. Al cruzar las puertas del salón de belleza, no me esperaba que, los comentarios de una desconocida consiguieran mucho más que una mirada comprensible de mi amiga, pero así era, aunque realmente no me solucionaba nada. Continuaba igual. Sin trabajo.

–Bueno, tu hermano te ha dado un plazo, aun tienes tiempo –continuó Sienna, volviendo al tema principal.

Mi hermano, otra piedra en el riñón.

–Prueba en el local de Marisa. Necesitan a una camarera dos veces por semana y pagan genial –intervino Mandy, cogiendo un secador del carrito que Sienna tenía al lado.

– ¿Volver a trabajar de noche?– Bufé–. No, no me apetece mucho.

–Pero, si no encuentras nada– murmuró Sienna, mirándome directamente a los ojos–, tienes que intentarlo Ela. Al menos, piénsalo de esta manera–, dejó a la mujer y se me acercó–, piensa que es un comodín, dos días por semana, te llevas un pastón para pagar esas deudas y el resto de días, buscaremos otro trabajo.

Esos ojos castaños me rogaron con una eterna esperanza a que accediera, Mandy, detrás de mí espero atenta cual sería mi contestación y yo aspiraba y expiraba con fuerza sabiendo que no tenía otra opción, que tenía que aceptar lo que me dieran, de esa forma a parte de pagar el alquiler y alguna que otra factura, también me recompensaría con una tregua por parte de mi hermano...

–Puede que a Luther no le guste ese trabajo –murmuré, pensando en esas tontas llamadas cuando estaba en la empresa Divoua.

–Tu hermano te indicó que buscaras trabajo, no te indicó; ni en que rama, ni en que horario laboral.

–Lo sé, pero tengo mis dudas. –Me incorporé recta y terminé sentándome cara mi amiga. Sienna había vuelto a su faena y la clienta a la revista que mantenía levantada en sus manos–. Sabes que, después de obligarme a asistir a la entrevista que él mismo me había conseguido, me llamó en medio de la reunión y me dijo que me fuera, que no quería que me mezclara con los Divoua.

Sienna se detuvo y me miró con ceño.

– ¿Porque?

–Ni idea.

– ¿No se lo has preguntado?

La miré con pesadez y le dediqué una falsa sonrisa.

–No, no me apetecía escuchar otro de sus sermones.

–Estela –me llamó Mandy, apareciendo de nuevo. Me había olvidado completamente de ella–. ¿Hablo con Marisa?

–Sí, llámala– contestó por mí Sienna, dejando claro que yo no podía opinar al respecto–. Dile que esta noche se la presentarás.

–Vaya– me quejé–, ¿es que yo no tengo nada que decir?

Mientras pronunciaba la pregunta Mandy desapareció y Sienna, había vuelto a su trabajo, pasando olímpicamente de mi opinión. Genial, estupendo.No obstante, tampoco tenía mucho que decir. No tenía más que aceptar lo que me cayera y en cuanto a Luther, ya pensaría algo o... Lo inventaría.

El día lo pasé con mi amiga, había insistido tanto en acompañarme que cuando llegó la noche y llegué al sitio, agradecí tenerla al lado.

Los recuerdos de improvisto y cargados de un dolor que me oprimió el corazón se descargaron por mi cuerpo cuando me frené delante del local donde supuestamente iba a trabajar.

Con todos los lugares de noche que había por toda la ciudad ¿Por qué tenía que ser el mismo local donde conocí a Lloyd?

–La cosa tiene gracia. Hay que joderse –murmuró Sienna, a mi espalda, leyéndome el pensamiento–. Espero que estés completamente recuperada.

–Yo también –susurré mirando como los cuerpos se movían bajo la luz amarillenta de una simple farola que había justo en la entrada.

Sienna colocó su mano en mi espalda y me dio un empujoncito, ya no dijo nada más pero su tacto era puro consuelo.

El lugar no era para nada como recordaba, más bien era algo muy mejorado y no sólo porque habían dejado de lado los colores osteros o los grafitis tipo antro de media muerte, todo lo modernista y vulgar había desaparecido.

La belleza estaba en esa fina capa de glamur que gobernaba desde la planta baja, abierta donde un enorme escenario dejaba a bailarines especializados contonearse de una forma obscena, pasando por la segunda, en la que estábamos, donde se reconocía un lugar variable con reservados separados por cápsulas trasparentes donde el agua y los mismo bailarines hacían lo común encima de una jaula de cristal. Hasta el piso de arriba, algo más iluminado donde a un lado se concentraban las mesas de cartas para clientes vips y al otro, las zonas íntimas y cerradas para celebraciones de fiestas súper privadas.

Justo ahí es adonde nos dirigimos, pasando por el grupo de hombres y mujeres vestidos elegantemente que rodeaban las mesas de juego.

– ¿Esto ha cambiado mucho?– gritó Sienna.

Ella y Mandy iban por delante de mí, yo estaba alucinada de ver todo lo que me rodeaba, estaba casi segura que si no fuera porque había entrado para buscar trabajo, jamás me hubieran permitido la entrada a un lugar así, y todo porque, ni siquiera me llegaría para pagar un vaso de agua del grifo.

Cuatermundista(si es que eso existía), había acabado con mi clase media y ni de lejos me acercaba a la clase alta.

– ¿Desde cuándo no salís?– preguntó incrédula Mandy, girándose hacia mi amiga.

–Pues, desde hace tres meses exactamente. –Sienna se giró y me dedicó una mirada acusatoria.

–Yo no te obligué a quedarte en casa como una santa –recriminé.

–Claro, y probablemente no te hubiese importado mucho que saliera de fiesta y te dejara en casa sola, amargada y llorando como una muñeca sin su chupete.

–Chupete tenía, pero es que no tenía pilas –argumenté, clavando los ojos en ella.

–Oh por supuesto, el teléfono inalámbrico se agota enseguida –dijo con ironía y no pude evitar sonreír–. Una lástima, recuérdame que luego pasemos por la gasolinera a comprar pilas de las gordas –se mofó y antes de volver su vista a Mandy, me guiñó un ojo.

–El local lo compró un alemán hace menos de un año –comenzó a explicar Mandy para ponernos al día–, Marisa se encarga de todo, desde las cuentas hasta dirigir el equipo por completo, no se hace nada sin su permiso y menos invitar a la gente.

Sienna me dedicó un mohín, me encogí de hombros en un lo siento irónico.

–No sé si me gustará que trabajes aquí –pronunció burlona.

–Ella lo ve todo –continuó Mandy y señaló una esquina en la que habían tres aparatos de vigilancia colgados–. Y sinceramente, no se producen ni problemas, ni robos, ni altercados, ni absolutamente nada que arriesgue su reputación. Todo está sumamente vigilado, tan vigilado que te pillarían cogiendo servilletas de la barra para ir al baño.

– ¿Y para que quiero servilletas? –preguntó Sienna, incrédula y dedicándome una mirada confusa.

–No te cobran por entrar al baño, pero si por utilizar papel higiénico. –Tanto Sienna como yo, abrimos los ojos sorprendidas–. En los baños privados de muchos clubs sofisticados y de etiqueta, te piden una donación cuando has terminado de hacer tus necesidades, en éste, como no daba ni Dios nada, metieron el papel en una máquina y tú te compras el que necesites.

– ¿Cómo un dispensador de condones?

–Exacto, pero en una maquina mucho más elegante.

La curiosidad me pudo y aunque deseé ir al baño para ver con mis propios ojos esa máquina, no estaba aquí para cotillear, estaba aquí para buscar trabajo...Después, puede que le hiciera una visita a esa elegante mujer cuadrada que criaba rollos de papel.

–Oh, sí, por supuesto, muy original –pronunció Sienna, con tal sarcasmo que no pude evitar sonreír y estar de acuerdo con ella. Sienna me miró, y con el rostro falsamente serio me advirtió–; Recuerda venirte meada de casa.

Nuestra guía continuó con su charla, pero de pronto, algo llamó mi atención, un grito y unas palmadas y mi mirada se dirigió a esa mesa que vanagloriaba al campeón.

Mi cuerpo se frenó completamente interrumpiendo el camino de una pareja que venía detrás de mí, me disculpé con un perdón casi ahogado y volví, de nuevo a mirar.

Era el hombre del ascensor, y tal como sucedió anteriormente, me dejó sin aliento.

Estaba sentado en una de las mesas de juego, con cuatro hombres más y una mujer, diferente a la chica del ascensor a su espalda proporcionándole un masaje. De vez en cuando ella se agachaba y le susurraba algo a la oreja, él sonreía pero mantenía la vista fija en la partida.

Ese hombre era puro fuego, ese sexo masculino que lo rodeaba no podía brillar o destacar más de lo que él lo hacía, su aura y su porte se marcaba como diferente a todo, como señor de todo lo que le rodeaba, como un ser que no es de este mundo y sin embargo, lo tenía no sólo gobernado, sino dominado. Es más, yo no era la única mujer que no le quitaba la vista de encima, hasta las que rodeaban los hombros de otro jugador lo miraban con un descaro total de querer desnudarlo.

Dejé de mirar aquello que no me gustaba ver y devolví mi vista aquello que provocaba que la piel quisiera abandonar mi cuerpo de la electricidad que me recorría entera, él. Me topé con una deliciosa y sexy sonrisa que le dedicaba a un hombre rubio que tenía al lado.

Me temblaron las rodillas, e incluso escuché, por encima de la música, el canto violento de mi corazón y como cada extremidad se engarrotaba por la necesidad de acercarse a él.

Sentí envidia cuando, en un final de partida, él soltó las cartas con un grito de victoria y cogió, de un tirón violento, a la mujer de su espalda para sentarla en su regazo.Ella soltó una tonta risa, después, coqueta se acercó a él y el beso se produjo tan pasional y hambriento que sentí como si mis labios se hincharan, e incluso llevé mis dedos a ellos para tocármelos y los sentí húmedos.

Entonces se produjo algo que nunca en mi vida hubiese imaginado.

Él, tal vez al notarse observado alzó la vista más allá de la mesa y me miró, clavando sus ojos fijamente mientras sostenía a la mujer aun en sus brazos. Me tensé de una forma tan radical que la espalda me dio un tirón de miedo. Inmediatamente retiré mis dedos de la boca con rapidez, él sonrió maliciosamente y sin quitarme la mirada de encima volvió a besar a esa mujer.

– ¡Ela!– Noté como mi amiga me sacudió y el grito que dio, perforó mi oreja.

Me giré, con el pulso descontrolado cara ella. Sienna me miraba a mí y después dirigió su mirada hacia mi derecha, justo el mismo lugar que había mirado yo.Se tensó y abrió los ojos como platos.

–Será...– Se calló y me miró de nuevo. Se había ruborizado–. Vámonos –ordenó, nerviosa.

Deseé girarme de nuevo para echarle un último vistazo al desconocido, pero mi amiga comenzó a empujarme con rapidez. Sorteamos unos seis grupos y empujamos a unas cuantas personas que nos miraron realmente mal. No tenía voz así que, no pude disculparme y tampoco me apetecía mucho.

Llegamos a una sala cerrada y custodiada por dos gorilas enormes, vestidos de negro, uno de ellos nos abrió la puerta sin pronunciar palabra y Sienna me empujó dentro. La sala estaba más iluminada que el exterior. Había una mesa acompañada de cuatro sillas, un sofá de cuatro plazas a un lado, una pared llena de visores que mostraba cada rincón del local y un ventanal cerrado que daba al exterior; una parte al piso donde estábamos y la otra, del resto del club.

–Así que tú eres Estela.

Me giré cara esa voz profunda y femenina y choqué con una mujer de piel canela y ojos negros como el carbón.No era muy alta y vestía tan elegante que me hizo sentir ridícula con mi vestido sencillo y prestado de Sienna. Por un momento me recordó a Salma Hayek, en Salvajes. Sólo esperaba que fuera un reflejo y no una doble.

Le dije que sí, aparentando una sonrisa lo más tranquila posible. La mujer me miró de arriba abajo y sonrió.

Bien, le gustaba lo que veía, eso era una buena señal.

–Yo soy Marisa Torres– se presentó levantando la mano, la estrujé sin demoras y manteniendo mi sonrisa–. Relájate, sé que mi fama influye en las personas que no me conocen pero, sólo es un estereotipo, llevó un local muy grande y que saca sustanciales beneficios, pero la realidad es que... No muerdo.

Solté una carcajada, Sienna y Mandy se me quedaron mirando con la boca abierta, pero es que estaba tan tensa que no pude evitar ese sonido. Cerré mi boca y carraspeé.

–Sinceramente, cuando he entrado aquí y la he visto, he pensado de todo menos que me mordería. –Esa mujer no reaccionó, así que cerré el pico y me mordí el labio–. Disculpe, soy bastante bocazas...

Ella soltó otra carcajada, sorprendiéndome a mí y a las otras dos que se habían escondido prácticamente debajo de la mesa.

–Me gusta, una chica sincera y con un par –halagó.

Marisa se echó a un lado y levantó la mano para ofrecerme una de las sillas, pero en el momento que abría la boca para decir algo, la puerta se abrió de golpe y ella dirigió su mirada en esa dirección. Uno de los guardas que custodiaban la zona de la entrada le hizo un gesto con la cabeza y cerró la puerta de nuevo.

–Lo siento –se disculpó Marisa con gesto tenso–. Ahora mismo no puedo hablar, me encantaría tener una conversación contigo y conocerte, pero debo arreglar un asunto. Tengo tu número, estate atenta al teléfono y te llamaré para decirte algo–. Se giró para sonreír a mis acompañantes; las cobardícas, y me miró de nuevo–. Estela, ha sido un gusto conocerte–. Se acercó a la puerta pero antes de salir se dio la vuelta y nos miró–. Si decidís quedaros un rato más, todo lo que os toméis será a cuenta de la casa, decirles a los camareros que os lo ha dicho Torres, ellos lo entenderán.

Y se fue.

Por supuesto y teniendo al lado a Sienna, aceptamos su sugerencia y nos quedamos un rato más en el club. Volver por el mismo lugar casi resultó de lo más difícil, pero la persona que me provocaba los síntomas de esa presión, ya no estaba, así que con paso más calmado atravesamos el gran salón para bajar por las escaleras y apalancarnos en el primer piso.

La música sonaba tan suculenta que hasta apetecía bailar, era como un movimiento involuntario, comenzó por los hombros y las rodillas esperando a que nos sirvieran y terminó con el resto del cuerpo. Ocupamos un lugar en la barra que ofrecía la barandilla y miramos, de vez en cuando, esos cuerpos que barnizados en purpurina se restregaban con otros cuerpos igual de brillantes bajo nuestros pies.

Me acerqué a Sienna ya que la música estaba muy fuerte y le grité a la oreja.

–Voy al baño, ¿no sabrás por si acaso dónde está?

Sienna comenzó a mirar a nuestro alrededor hasta topar con algo, levantó el brazo con el dedo extendido y señaló a mi izquierda.

–Me parece que está ahí, sino, sigue al rebaño, seguramente llegues al reino blanco. Recuerda lo de la máquina –indicó guiñándome un ojo.

Reí mientras negaba con la cabeza.

Las dejé solas y fui directa a la primera dirección. No era, era una salida de emergencia, estuve tentada de tomarla para ahórrame la búsqueda del reino blanco, pero después de ver la impresionante cola que esperaba fuera para poder entrar, decidí buscar al rebaño para seguirlos, pero en el momento que me di la vuelta, choqué con otro cuerpo y dos segundos más tarde; noté un frescor derramarse por mi escote y bajando. Me retiré y con horror vi como un líquido oscurecía mi vestido.

No.

Levanté la cabeza de la súper mancha hacia el culpable mientras la vena de mi cuello presionaba mi piel por desear salir. Una mirada igual de oscura que la mía en ese momento y con los mismos pensamientos, me acribilló.

Bien, las dos compartíamos la misma devoción.

– ¿Eres idiota? –insultó.

Oh. Esto comenzaba como Dios manda.

–Me parece que la idiota eres tú. –La miré de arriba abajo, con un poco de chulería que me sobraba, después, clavé mis ojos directamente en ella–. ¿Tan ciega vas que no sabes mirar antes de pasar?

La morena, con unos pendientes más grandes que mi puño, se tensó y apretó los dientes.

Las personas que comenzaron a darse cuenta de nuestra riña, se menearon para prestar atención y rodearnos.

–Estúpida, yo no estoy ciega. Si no sabes menearte en torno a gente que te supera, no deberías entrar aquí, deberías estar en otro lado más acorde con tu vulgar vestimenta.

Sentí algún que otro empujón, pero tan sólo se trataba del círculo enorme de público que nos estaba aclamando como espectadores de un ring, expectantes por recibir una buena ración de pelea de gatas.

–Tengo más carisma que tú para menearme por donde quiera. Yo doy un paso sin miedo a que se me rompa una uña. Y prefiero ser vulgar a ser una consentida sin cerebro como tú.

–Típico de los vagabundos, creerse inteligentes ante gente que los supera en todo.

El cuerpo me tembló y noté como las uñas se clavaban en mis palmas hasta provocarme sangre.

– ¿Vagabundos? ¿Eso es lo más inteligente que se te ha ocurrido, siliconada?– farfullé entre dientes. Tener tantos ojos mirándome me estaba desquiciando.

En mi mundo, cuando ocurría esto, normalmente las personas afectadas salían fuera, donde el espacio era mayor y se iniciaba la guerra, pero no estaba ni mucho menos en mi territorio y, aparte de que no me encontraba rodeaba de mi gente, por mucho que lo deseara, no me apetecía armar un jaleo del cual al día siguiente, seguramente, me arrepentiría.

–Aparte de vulgar, tengo ante mí a una poligonera atontada.

Presumió mirando cada cara y levantando el mentón. Hubo risas que me sacaron de quicio y me obligaron apretar fuertemente de los puños.

–Y yo a una payasa, que se pinta como una puerta, porque tiene demasiados defectos que esconder por culpa de todas esas mierdas de cremas anti vejez que se compra.

– ¿Tienes envidia?– provocó.

– ¿Yo?– pregunté con sarcasmo–. En absoluto. Lo que ves–, me acerqué con gesto amenazador–, es completamente natural. A mí, no me hace falta aparentar nada, soy lo que soy. Sin embargo, me das pena, chica postiza, seguramente te levantas de madrugada para impregnarte esa cara con un millón de correctores carísimos y aun así, te digo que... Continuas siendo la mona que madruga para nada.

La cadena de carcajadas se unió frenética a nuestro alrededor, todos rieron y murmuraron mientras la miraban con burla. Eso fue motivo suficiente para hacerle temblar de pies a cabeza y que tanto sus labios como sus pestañas se presionaran con fuerza.

Cuando abrió los ojos, la furia detallaba que iba a soltar una bomba.

–Dile a tu chulo que te devuelva a tu basurero, por favor –pronunció con un ego sacado de su estilo de vida.

La ira me hirvió en la sangre como una olla a presión. Le arrebaté la botella de agua a uno de esos idiotas que nos rodeaban atentos a nosotras y la levanté para mostrarle a esa petarda mi vulgar comportamiento, pero una mano detuvo mi ataque por la mitad y un cuerpo grande se interpuso entre las dos.

Arrastré mi mirada desde ese pecho solido hasta su rostro y toda la respiración se me escapó con fuerza de mis pulmones, incluso me pareció escuchar, en tal expiración un gruñido cuando me topé con esos ojos intensos brillando y fijos en los míos.

El guapetón del ascensor.

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