Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 18

    ¿Podría ser posible que una mujer, de todas las que había aquí dentro, llamara tanto la atención como ella lo estaba haciendo?

Joder, No. Eso no era posible. Pero ella lo conseguía.

Esa mujer destacaba entre la multitud, era imposible echarle un buen vistazo. Como yo y mis amigos, más enfermos con la baba cayendo en cascada, la miraban con ganas de comérsela lentamente, sólo que yo, deseaba comérmela a lo rápido mientras, cogía a cada cerdo que fijaba su vista en ella más de lo normal ylo estampaba por las paredes en una escena similar a la película: El hombre de los puños de acero.

Sí, por favor, les arrancaría los ojos y después, me montaría en esa mesa con ella y me la follaría allí mismo, delante de todos para que supieran que no la podían tocar porque ella era mía...

¿Qué?

Retrocedí dos pasos, tres o cuatro, no tengo ni idea, solo sé que caminé hacia atrás como los cangrejos, tropezando con mis amigos que me miraron con ceño, hasta encontrar un obstáculo y apoyé la cabeza...

Un improvisado loco, desesperado por hacerse con un trozo de carne de Estela, se subió a la mesa para otorgarnos a todos una exuberante escena erótica de manoseo gratis.

Hijo de...

Mi cuerpo dio un salto a lo bestia y se puso en movimiento. Atravesé a la multitud con el pecho henchido y los brazos tan duros que perfectamente quitaba esa masas salidas de mi camino con gran facilidad. Se quejaron, me insultaron pero me importó una mierda.

Llegué a la mesa y atrapé la mano que subía por el muslo femenino. La retorcí con fuerza y el cuerpo lleno de esteroides se acuclilló quejándose de dolor.

Me acerqué a él con gesto amenazador.

– ¿No te han explicado que así no se trata a una mujer? –advertí; con una voz completamente transformada en algo oscuro.

–Ella me ha llamado...

–Desde luego. Ella, con sus poderes mentales te ha pedido que subieras a la mesa y la sobaras.

–Está caliente tío. Mira como la he dejado...

– ¿Quieres saber cómo te dejaré a ti si no te bajas de la mesa ahora mismo?

–No me jodas...

–Te joderé los dedos sino dejas de tocarla.

Miró los dedos que presionaba y a mí, intentó sonreír pero sin mediar más palabra torcí un poco más esa mano. Aulló de dolor, y como un borracho torpe se tiró de la mesa al suelo como si se tirara a una piscina.

No me molesté en ayudar a esa basura a levantarse. Alargué mis brazos y cogí a Estela de las caderas. Ella, al principio se sobresaltó por el pequeño tirón, pero luego, cuando me vio me dedicó una sonrisa y alargó los brazos para que la cogiera...

¿Qué?

Parpadeé, pero cuando la bajé y me rodeó el cuello para pegarse más a mí, supe que algo no iba bien en ella.

–Hola, mi bomboncito –balbuceó cariñosamente.

Si, joder, aquí pasaba algo.

Deslicé mis manos de su cintura a los hombros para poder retirar un poco su cuerpo del mío y poder observar alguna alteración en sus rasgos. Sus pupilas estaban demasiado dilatadas y su respiración se agitaba de una forma descontrolada.

No pude asegurarlo con gran claridad, pero mi intuición me decía qué estaba colocada.

Estela bajó sus párpados lentamente y después, al abrirse fijó la mirada, curiosa en un punto sobre mi hombro. Antes de girarme para ver que observaba con tanta atención, sus ojos se abrieron y su mirada subió hacia arriba, como siguiendo ese mismo punto hasta el techo, y entonces, abrió la boca maravillada.

–Qué bonito, cuanto color –exclamó.

– ¿Qué?

Levanté la vista y me di con un techo blanco y simple. Nada especial.

–El arcoíris...Me gustan los arcoíris.

Como no se refiriera a la marca de una suela de zapatos que ensuciaba una esquina, no tenía ni idea de donde salía su arcoíris, lo cual, afirmaba mis sospechas. Dejé ese techo para ver y llenarme de sus rasgos ahora que la tenía tan cerca.

Continuaba maravillada, metida en su alucinación con un semblante tan hermoso que sentí un estremecimiento.

–Estela –la llamé con dulzura e inmediatamente me di cuenta de mi error.

Esa mujer estaba en un mundo que no correspondía al real, y esa maravillosa dulzura era solo porque no era consciente de lo que hacía, sino, la mujer que tenía tomada ahora de los brazos, me escupiría en la cara.

–Estela –insistí, esta vez con rudeza.

–Llueve polvo de hada...oh.

¿Qué?

Sí. Estaba colocada, pero colocada a tope.

Solo hacía un par de horas que la había dejado en el club, era imposible que en ese periodo de tiempo se tragara tanta bebida como para estar flipando colores.

–Estela –repetí, con la voz más alta y zarandeándola.

Ella bajó la vista y me miró, pero de pronto sentí, en ese profundo azul, que me leía el alma.

–Vaya. Tienes un poco de azul en los ojos.

– ¿Q-qué...?–carraspeé. Maldita sea–, ¿Qué te has tomado?

–Solo dos copas...pero me han subido mucho.

–No me digas –murmuré, negando y bajando mi vista a su cuerpo.

Se había cambiado de ropa, pero el vestido de flores me parecía tan inapropiado como el uniforme del club. Mostraba mucha pierna y el escote era tan abierto que temí moverla mucho y que se le escapara un pezón.

Por favor, si echaba un vistazo a mí alrededor, veía como los hombres continuaban mirando, e incluso algunos de ellos me miraron con furia por haberles privado de la "gogo" y quedármela para mí.

– ¿Has venido a por mí?

Me estremecí al notar sus dedos acariciando mi pecho.

– ¿Estás sola?

Ella asintió y me pareció un pájaro herido pidiendo ayuda desde el suelo.

–Mi amiga se ha ido con un tío, me ha dejado con Gary pero él...

Apreté los labios y, tenso la retiré un poco. Ella trastabilló y antes de que pudiera cogerla, otros brazos se hicieron con su cuerpo y la mantuvieron de pie. Mi mirada fue, desde ese brazo bajo su pecho hasta el seductor rostro de Joe, quien ladeaba su cabeza para poder mirar bien a Estela.

–Hola –lo saludó ella, con la cabeza inclinada para poder mirarlo.

–Hola, guapa–contestó mi amigo. Le dio una vuelta y la colocó cara él sin retirar ese brazo de su cintura. Apreté los puños para no coger a Estela del pelo y devolverla a mi cuerpo–. No nos han presentado y tampoco he tenido tiempo de presentarme antes –continuó Joe, con tono sensual–. Me llamo Joe.

–Encantada.

Y de repente, los problemas se me acumularon.

–Y yo, Aaron –se presentó, adelantándose, el susodicho. Tomó su mano y le dio un beso, después se hizo a un lado y dos cuerpos más nos rodearon, pero todos ellos tenían la vista puesta en ella–. Él es Tim, y el de la cabeza rapada con pinta de matón, Darío.

–Yo soy Estela.

Los tres cuerpos le sonrieron y de nuevo, le hicieron otro repaso. A ese paso las uñas no solo se me clavaban en la piel, sino que tocaban hueso.

Empujé a Aaron, un poco con el brazo y me coloqué prácticamente delante de ella. Atrapé su hombro, y con cuidado para no dislocarlo por lo furioso que estaba, la giré un poco-lo que permitió ese cabrón de Joe-, para que me mirara.

– ¿Dónde demonios está ese gilipollas que no puede cuidar de ti? –interrumpí, con voz seca.

Deseaba arrancarla de los brazos de Joe, pero Darío, Aaron y Tim, estaban muy atentos a ella y a todos mis movimientos.

– ¿Gary? –pronunció Estela, con cara de confusión.

–Sí–contesté entre dientes.Ese mismo cerdo mal nacido, pensé.

–Ha conseguido ligarse a su amigo y se ha ido con él a un lugar más privado. Me ha dicho que lo esperara...

–Un momento, ¿has dicho él?

–Claro.

– ¿Pero Gary no está contigo?

–No –dijo sonriendo–, a Gary no le interesan las mujeres. Por mucho que me quiera, él me ve como tú ves a tus amigos.

Quise soltar una carcajada por lo idiota que había sido al caer en el juego de esa mujer, pero al ver cómo, descuidadamente la mano de Joe caía a la cadera de ella y le apretaba su miembro contra el cuerpo, mi sonrisa murió.

Al parecer el bastardo de mi amigo buscaba que alguien le rompiera la nariz. Yo estaría encantado de hacerlo, por muy amigo mío que fuera, sino quitaba sus sucias manos de ella. Sentí que empezaba a hervirme la sangre, y la furia, que ya asomaba a mis ojos, amenazaba con nublarme la mente.

–Bueno, si te han dejado solita, te puedes quedar con nosotros –aconsejó Joe, acariciando su mejilla con lentitud–. Nosotros cuidaremos muy bien de ti.

Ella sonrió y los ojos le brillaron...

Se me pasó por la cabeza la imagen de Joe abajo y ella montándolo con el rostro ruborizado y la boca abierta mientras soltaba gritos. Rugí con violencia.

Dios, si conseguía volver a estar dentro de esa mujer me encargaría de dejar a esos cabrones con los que se acostaba bajo tierra y fuera de su mente, ya que, estaría demasiado ocupada pensando en mí.

De improvisto, en un ataque demasiado celoso, se la arrebaté a Joe, que parecía comodísimo con ella y la apegué a mi cuerpo. Por suerte, Estela me abrazó como si temiese que la dejara y parte de mi enfado se esfumó.

La rodeé con mis brazos y al sentir como ella se estremecía presioné con más fuerza. Mis amigos, incluido Tim, me miraron con una sonrisa.

Me di media vuelta, pasando olímpicamente de esos caretos y sus quejas de arrebatarles la diversión y, me la llevé. Traspasé la casa de nuevo, arrastrándola conmigo hasta que encontré un baño sin puerta, pero vacío. Entré dentro y la cogí al vuelo para sentar su culo encima del mueble que se encajaba al lavabo.

Cogí una toalla limpia que había en un armario cerca y la mojé un poco, después se la pasé por la cara, el cuello y el escote, pero me detuve abruptamente al ver como ella se arqueaba un poco y me dejaba, completamente y sin restricciones su cuerpo.

Y ya no pude retirar la mirada de ese cuerpo.

De su pecho pasé a su barbilla, luego, su labio atrapado entre sus dientes y sus ojos cerrados. Bajé de nuevo a esos trozos de carne para ver como los soltaba con lentitud.

–Esta noche he sido una chica indecente –murmuró, de repente.

Contuve la respiración cuando esos ojos se clavaron en los míos.

–Me lo imagino.

–He sido muy mala. ¿Quieres que te lo cuente?

Me tensé y ladré, con los labios apretados:

–No.

–Quiero contártelo.

Estela jadeó cuando, en un acto loco, me coloqué entre sus piernas y presioné sus brazos. Alzó la mirada de esa unión, lentamente hacia mí. La excitación ardía en su cara, resplandecía en aquellas pupilas negras como el carbón.

–Y yo no quiero escucharlo –dije entre dientes.

Su sonrisa se borró y su rostro se llenó desconsoladamente de rechazo. Al ver esa expresión me pregunté si esa pena era real o llevada por el impulso de aquello que se había metido.

– ¿Por qué, Andreas? ¿Por qué no quieres escucharlo?

–Estela, no. Mañana... –me interrumpí tragando saliva, y acabé murmurando para mí–; o nunca.

–Mañana no estaré y tú serás el mismo cerdo de siempre...Hoy estoy cariñosa.

Atrapé su mano antes de que se permitiera la libertad de acariciar con sus dedos por debajo de mi cintura.

– ¿Y qué quieres que haga? –Mi voz no parecía mía. Ronca, desesperada y aturdida.

–Que te portes bien y me mimes. –Solté un gemido cuando sus piernas se enrollaron en mis caderas y con la fuerza de sus talones tiró. Quedé perfectamente encajado en el centro y bien pegado a ese cuerpo–. Porque yo quiero ser muy cariñosa contigo –ronroneó, rozando su mejilla contra la mía.

–Me portaré bien –dije, con acento arrastrado, buscando el stop de esa mujer o el mío. Buscando la forma de poder separarme de ella–.Pero no tienes que ser cariñosa conmigo...

Sshuu–siseó contra mi oreja mientras sus manos se deslizaban por mis brazos–. Quiero serlo.

Me retiré tomándola con rudeza de los hombros y la aparté. Ella gruñó de frustración.

Maldita sea, ratita, yo también estoy frustrado.

– ¿Por qué?

–Porque me vuelves loca.Me gustas. Eres tremendamente guapo, y sexy, y tú voz...me pone muy cachonda. –Volvió a presionar sus talones y mi pene, al punto de reventar, se golpeó contra su sexo–. Haces que sueñe contigo y tenga que masturbarme cada noche y cada mañana y aun así, no es suficiente.

Respiré hondo mirándola fijamente porque ella no había hablado con burla o malicia, sino con sinceridad, y esa declaración fue la causante de que comenzara a perder todas mis fuerzas.

–Dios, Estela, cállate.

Casi caigo de rodillas rogándole que se callara. Me inutilizaba con esa forma de actuar y esa voz, que era el canto de una sirena.

–Me has abandonado.

Abrí los ojos de golpe.Me acaba de perder la conversación.

– ¿Qué?

Ella, para devolverme a la tierra atrapó mi rostro con sus manos y me obligó a mirar esos ojos azules.

–Te echaba de menos y te necesitaba, y esta semana me has abandonado.

–Era mejor así, y lo sabes, tú me lo dijiste.

–Mentía. Cada vez que te veía en lo único que pensaba era en lanzarme a tus brazos para que me violaras contra todas las puertas del edificio...Lo he pasado mal, Andreas.

Yo también, Estela.

Fue un halago de lo más estupendo saber, de sus propios labios que no era el único que lo había pasado tan mal, pero definitivamente, la idea de tocarla tenía que quitármela de la cabeza.

Ratita, no...

–Te necesito –imploró.

–Estás drogada, Estela, –tomando sus muñecas quité los dedos de mi cara–, mañana te arrepentirás.

Ella se tensó y deslumbré esa irritación que siempre me había mostrado desde que la conociera.

–Yo no me drogo –espetó y de un tirón se deshizo de mis manos. Perdió el equilibrio e inmediatamente volví atrapar sus hombros–. ¿Cómo puedes decir algo así?

Esa pregunta fuerecibida con el mismo impacto que si me hubiese golpeado con la mano. Clavé mis ojos intensamente en ella.

–No me tomes el pelo –advertí, y aunque me sentía ofendido era imposible eliminar los restos de lujuria que me pesaban–. ¿Échate un vistazo? No te sostienes de pie.

–No me he tomado nada –insistió, con deliciosos pucheros–. Nunca he probado esa mierda.

–Por supuesto...

–Dice la verdad –interrumpió Darío, detrás de mí. Me giré, sosteniendo a Estela entre mis brazos, para que no se cayera y miré a mi amigo–. La han drogado.

Darío miraba, con ojo crítico nuestra postura. Había conseguido quitarme sus manos de encima, pero esas largas y perfectas piernas, continuaban rodeando mi cuerpo. Me dio exactamente igual lo que pensara, es más, prefería que pensara mal y no volviera a mirar a Estela como antes lo había hecho.

– ¿Cómo lo sabes? –exigí con autoridad. Mi amigo sobresaltado, me miró con una ceja alzada.

–Porque dos inútiles estaban presumiendo de ello mientras la buscaban. Tenían planes para ella esta noche.

Por encima de mi cadáver.

– ¿Quiénes?

–Tranquilo. Nosotros nos encargaremos de ellos. Tú lleva a Estela a mi casa. Puedes usar mi habitación, yo dormiré en el sofá.

–No me parece una buena idea estar con ella ahora mismo...

–No me dejes, Andreas –rogó Estela, rodeándome con sus brazos el cuello de nuevo y apoyando su cabeza en mi pecho.

–Si quieres me encargo yo de ella –insinuó Darío, pero lo fulminé con la mirada antes de que dijera nada más–. Me lo imaginaba. Ten, las llaves. Y no te preocupes por nada. Cuida de la chica, sino...Joe o Aaron se tiraran a por ella.

–Gracias.

Tomé las llaves y las guardé en el bolsillo.

–Descuida. Va ser todo un show verla despertar por casa mañana.

Ya te digo.

Cuando Estela recuperara la conciencia y supiera todo lo que había dicho y hecho, Troya iba arder y esperaba tener compañía para luchar en esa guerra, porque sabía seguro que me haría responsable a mí de todo.

La cogí en brazos y salí de la casa. Solo la solté para poder abrir la cerradura. Pero por el camino que tomaba su mano por mi espalda, más que una puerta parecía que abriera una caja fuerte.

–Estela, para.

Ella, con picardía y tentando volvió a subir su caricia marcando esta vez las yemas. Temblé de pies a cabeza y me giré bruscamente cara ella. No me miraba a mí, miraba mi trasero mientras se lamía los labios.

Nota mental: ponerme en marcación rápida el teléfono del médico siempre que estuviera cerca de esa mujer.

–Para –ordené bruscamente.

Ni caso.

¿Y qué me esperaba?

Si serena no obedecía ni una mierda de petición ya fuese educada o a gritos, como iba a darme ese placer estando hasta arriba.

Cogí esa muñeca y la retiré yo mismo con tanta brusquedad que ella abrió los ojos asustada.

–He dicho que pares –gruñí, soltando su mano.

Borró su sonrisa y bajando la cabeza se guardó las manos a la espalda para después apoyarse encima de ellas contra la pared.

Volví de nuevo a mi puzle y a la condenada cerradura de acero que se había puesto Darío.

Joder.

¿Por qué de todas las casas de mis amigos tenía que toparme hoy con la de un maniático soldado que tenía una protección tipo mazmorracomo hogar?

De pronto, y sin razón, que yo supiera, Estela comenzó a moverse inquieta, muy nerviosa, restregándose la espalda contra la pared.

– ¿Qué haces? –pregunté, mirándola de arriba abajo con ceño.

No contestó, continuó con ese bailecito que me puso nervioso. La tome de los brazos para detenerla. Ella me miró con los ojos cristalinos. Algo le sucedía.

– ¿Qué te pasa? –repetí.

–Me pica –contestó.

– ¿El qué?

–La espalda. Me pica.

Le di la vuelta y observé el trozo de carne de sus hombros que estaba al descubierto. No había nada para alarmarme, pero ella volvió a temblar y se contorsionó mientras se quejaba un tanto histérica.

–Me pica...bájame la cremallera...me pica mucho –lloriqueó.

Empalmado, perturbado y ahora preocupado. Genial.

¿Qué más me podía producir esa mujer?

–Tranquila. Relájate –le pedí.

Me temblaban los dedos cuando los levanté para llegar a la costura de la cremallera. Como pude, y sin racionalizar mi sangre ya que no subía, tomé ese pequeño trozo de plástico y lo bajé, lentamente, escuchando el sonido que produjo como si fuera la banda sonora de una película de terror.

La piel suave, delicada y de un color oro se abrió ante mí.Contuve una exclamación y cada músculo se me engarrotó. Ella, despojada de esa molestia echó su brazo atrás y comenzó a rascarse esa carne con saña, retiré su mano de un impulso, al pensar que terminaría haciéndose sangre y a cambio, coloqué mis dedos para comenzar a masajear toda esa zona.

Estela, sin fuerzas se apoyó contra la puerta con las manos e inclinó su cuello con la cabeza mirando el techo como ya lo hizo en mi despacho mientras, se estremecía al notar como subía y bajaba, con pasmosos movimientos, mis dedos por su espina dorsal.

–Mmm... –gruñó y se asemejó al mismo gruñido que yo había soltado en mi interior.

Era una tentación tan fuerte que por mucho que odiara podía hacerme perder el control. Era un bocadito de chocolate que deseaba merendarme de dos bocados, dulce y peleona, bella y valquiria. Perfecta.

Dios, solo había que oírme. Era jodidamente patético. Estaba describiendo a la chica como si fuera un poeta o algo por estilo. Mierda.

Eso había sido un golpe bajo. Retiré la mano y la cerré en un puño.

– ¿Mejor? –pregunté, brutalmente ahogándome contra mis ansias de volver a tocar, solo un poco más.

–Sí.

–Bien, si quieres algo más.

Esperaba que no.

Por favor. No.

Se giró y me miró, y la decisión que vi en esa mirada me cortó el aliento.

–Quiero que me desnudes, me tires nata por encima y después, me lamas completamente entera.

Abrí, solo una pequeña ranura de mis labios y solté el aire. Me acaba de quedar como un pasmarote ante ese loco arrebato.

Tragué saliva aplicando un triple esfuerzo bajo la mandíbula, y hablé como si me pillara los huevos con una puerta.

–No hace falta bañarte con nada, ratita, eres deliciosa sin edulcorar.

–Pues hazme el amor, te lo suplico.

Ya no sabía si respiraba o estaba en un ataque de asma.

–Estela, no tienes que suplicar nada, solo deseo estar dentro de ti, pero...Hoy no puedo aprovecharme de ese cuerpo.

–Por favor, Andreas. Te lo ruego.

Tentador y destructivo. Su voz ya era la plegaria de una persona que respiraba su último aliento de vida. Esa voz estaba llena de dolor, anhelo y necesidad. Fue un grandísimo esfuerzo no complacer su plegaria y no besar sus labios como deseara desde que desapareciera por la puerta de su edificio.

Y como no me vi con fuerzas necesarias para soportarlo más. Bajé la mirada y me pegué una patada en el estómago recordándome que ella no era buena para mí.

–No –respondí, con la garganta ardiendo.

Alargué el brazo, sin mirarla para no perder la concentración, y por suerte, la llave entró a la primera, giré y abrí la puerta. Estela pasó primero, gracias a un pequeño empujoncito. Después, conté hasta diez y entré sin echar ni un solo vistazo ni dar la luz.

–Andreas.

No caigas. Métela en la cama y sal por patas de la casa. Bebe hasta caer muerto y todo se pasará.

Cerré la puerta, dándole la espalda, y apoyé la frente en ese muro blindado.

–Andreas, por favor –rogó a mi espalda.

No. No te dejes influenciar. No es ella quien habla, es la droga que la está matando por dentro. Tú eres fuerte.

Sí, lo era y podía soportar cualquier cosa. Tomé una intensa bocanada de aire y me di la vuelta...

El mundo se me cayó encima.

Estela estaba completamente desnuda, con la ropa a sus pies y plantada en medio del salón donde momentos antes estaba jugando a cartas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro