Capítulo 16
ESTELA
– ¿Ha que ha venido eso?
Gary se me quedó mirando con ceño, pero no pudo esconder lo graciosa que le parecía la situación.
El beso...
Ni yo misma lo sabía. Nació de mi interior y supe, por ningún motivo en particular que debía hacerlo, y Gary, como uno de mis mejores amigos y hermano de mi adorable e inseparable Sienna y, gay, fue el elegido, además de que, sabía seguro que no se opondría, es más, su actuación resultó ser de un diez redondo.
–Ese hombre me saca de quicio –dije finalmente.
–Pues a mí, me ha resultado increíblemente sexy.
Levanté una ceja y lo miré. Estaba de acuerdo con él pero preferí guardármelo para mí.
–Es un sexy cabrón y sin escrúpulos. Puede que tengas alguna oportunidad, el tío está muy salido.
–Me encantaría, pero no soy yo quien le interesa. Esa mirada de odio que me ha dedicado después de tu beso, ha llegado a ponerme la sangre helada. Y eso es muy difícil para mí. Los malotes me ponen mucho.
Dejé el bolso encima de la mesa y fui directa a la nevera. Al abrir sentí el frescor que soltaba y deseé meter la cabeza ahí dentro.
–Es su careto, no es nada personal –dije, metiendo finalmente un poco mi frente en ese hueco.
–Lo dudo. Estela, ese hombre está loco por ti.
Me incorporé tan de repente que me estampé contra la balda, la puerta y finalmente contra la estantería de arriba. Me quejé, rascando la zona herida con los dedos y miré a mi amigo, quien con ceño me observaba.
– ¿Te ha sobresaltado mi comentario?
–No hables así –espeté–. Odio esa pijolandia que te sale.
Gary tenía mucha personalidad, era único en su especie, tanto en físico que era de infarto, como en su comportamiento loco, el problema entraba, con gravedad cuando se enamoraba, que era casi siempre.
Se adaptaba a todas sus conquistas como si de esa forma los pudiera retener para toda la vida.
En más de una ocasión, tanto su hermana como yo, le aconsejamos en que, si fuera él mismo conquistaría a quien le diera la gana.Con ese físico atraía las miradas como si fuera un modelo de portada.
Con su metro ochenta y siete, de músculo definido, delgado y piel bronceada hacía que las miradas en la playa se quedaran clavadas en él como un letrero de neón en medio de la carretera, pero vestido, con su melena rubia y esos ojos en un azul cielo, dejaba babeando hasta un delfín en un parque acuático.
Una lástima que las mujeres le interesaran lo mismo que a mí.
– ¿Quién es? –preguntó Gary, pasando por mi lado para coger un refresco de la nevera.
–Mi jefe.
Se giró, de golpe con los ojos abiertos.
–Qué suerte tienes. –Sí, no veas, soy muy afortunada–. Ojala mi jefe tuviera ese físico y esos ojos. Iría muy motivado a trabajar. Muy motivado.
Se lamió los labios mientras soñaba despierto. El impulso de pegarle una patada en ese culo macizo fue tal que, retrocedí unos pasos pos si acaso.
–Que no te engañe la apariencia. Ese hombre despelleja gallinas en sus ratos libres. Le encanta mandar...
–Eso no me importa –interrumpió con ojos brillantes–, me puede mandar todo lo que quiera. Sería su esclavo día y noche.
–Y él estaría encantado. Es un maldito dictador. Petulante, egocéntrico, controlador y un abusador de sus poderes. Se cree que vivimos en la edad media y es nuestro señor feudal.
–La leche –exclamó. Cuando lo miré, Gary me ofrecía una incrédula e impresionada sorpresa en sus bellos gestos–. Tú te has acostado con él, ¿verdad?
Vaya, ¿llevaba un letrero en la frente y no me había dado cuenta?
–Eres muy intuitivo.
– ¡Lo has hecho!
–Pues...eh...mmm...
No sabía muy bien que contestar a eso. Los acontecimientos sucedidos no estaban del todo claros en cómo interpretarlos.
– ¿Qué? –insistió ansioso.
Me senté, más cansada que nunca en el sofá. Cerré los ojos y recordé que, en pocas horas me tenía que poner en movimiento para estar, lo más presentable posible en mi segundo trabajo.
Bufé y por un instante me arrepentí de aceptar ese puesto. En ese momento le vendería mi alma al diablo por acurrucarme en el sofá y dormir hasta que se hiciera de día, prácticamente hasta la hora de comer.
– ¿Estela?
Abrí un ojo y me topé con ese azul líquido, observándome detenidamente con una expresión que dejaba bien claro que no dejaría el tema por zanjado.
–Hubo contacto físico –dije–, manitas al principio, pero yo no obtuve placer.
– ¿Se corrió antes que tú?
No tuve más remedio que contárselo, y fue peor que cuando se lo había dicho a Sienna, ella al menos escuchó y después dio su veredicto, pero Gary quería pelos y señales y el sólo mencionar todo lo que me producía Andreas, resultó ser mucho más grave de lo que me imaginaba.
No podía quitármelo de la cabeza, cuando el recuerdo de sus ojos se metía en mi cabeza, explotaba en uno delicioso cosquilleo que me abofeteaba el cuerpo entero, pero el hecho de pensar en lo sucedido en su despacho, en esa forma de meterse dentro de mí...
Quería salir corriendo al cuarto de aseo para terminar lo que él no me había dado y a la vez me había quitado, con mi precioso consolador o mis dedos mismos, lo que fuera, no tenía preferencias, únicamente quería mi orgasmo y punto.
–Sexo de castigo...Ese hombre me gusta más. Es brillante –dijo completamente fascinado.
Reconocí, echándole un vistazo a su sonrisa que a mí también me gustaba más, pero al tiempo que admitía eso soltaba un largo suspiro y, le recordé a mis pensamientos que me traerían problemas.
Obsesionarme con Andreas era un grave fallo de seguridad para mi vida. Era mi jefe y un ricachón con una mujer en cada esquina. Era mi fuente de inspiración para motivar a mi cuerpo al movimiento, y a la vez, una cárcel oscura que me encadenaría a una siniestra muerte de fuerza en toda mi voluntad.
– ¿Qué piensas hacer? –añadió con curiosidad mientras, se colocaba de lado, con su codo apoyado en el respaldo y la cabeza en la mano.
–Nada. Evitarlo.
– ¿Por qué?, si a ti también te gusta él.
–No es una buena idea.
–Venga ya, Estela. Tú siempre has aprovechado, soltera, un buen hombre, ¿es que ese payaso de Lloyd te ha cambiado esa forma de pensar?
Sonreí porque, por primera vez, escuchar ese nombre no me producía ningún síntoma, nada, ni frío ni calor, y después, mi sonrisa se amplió al notar esa doble intención en adaptarme a la personalidad de otra persona, un don del que siempre lo culpábamos a él.
–No, y no te preocupes, mis costumbres continúan por el mismo horrible camino. Sin embargo...Puede que no esté soltera y por eso no deba implicarme en otra relación ocasional llena de polvos vengativos.
– ¿Cómo? –preguntó perplejo.
Y ahí, la segunda parte de la saga de mi vida, que por increíble que pareciera, todo había sucedido en el periodo de dos semanas.
Genial. Normal que estuviera tan hecha mierda.
–Nena, que suerte tienes. Tú dos y yo ninguno.
– ¿Y...?
–No –me interrumpió brusca mente–, no lo menciones. Ese cerdo me dejó tirado en el aeropuerto.Por suerte, Sienna me estaba esperando y supo, nada más me vio la cara lo que acababa de suceder.
– ¿Le pegó?
Me la imaginaba. Después de que Lloyd me dejara, Sienna, estaba deseosa de hacerle una visita personal y mostrarle, con la misma educación cariñosa con la que él me había abandonado cuanto lo quería. Por suerte la detuve antes de que ella, y la tubería rota que tenía en una esquina de la cocina, salieran de casa.
–No se lo permití. Yo no soy tan vengativo como mi hermana. Simplemente lo dejó completamente en ridículo delante de un montón de gente. Y fue muy gratificante ver como él enrojecía y se hundía en el suelo.
Típico de Sienna. Montando escenas era mejor que yo, es más, me atrevía a decir con orgullo que ella había sido mi profesora en cuanto a ese tema.
–Sienna y sus arrebatos –bromeé.
–Sienna y su forma de convertirse en la salvadora de los corazones rotos.
Sonreí por el cariño que había en su voz.
Los envidiaba, ojala yo y mi hermano nos lleváramos igual de bien, no obstante, Luther también había actuado muy similar cuando se enteró de cómo se rompía mi relación.Pero eso sí, antes me dio un buen rapapolvo junto con su cotidiano discurso sobre lo inmadura que era.
–Mi hermana es única. Se cree una "súper Woman".
–Sí, lo es –dije.
Y la protagonista de nuestra conversación, llamó a la puerta. Yo me repantingué más en el sofá y Gary se levantó para abrir. Sienna apareció por ella con una sonrisa de oreja a oreja y uno bolsa de ropa nueva en la mano balanceándola.
–Estela tiene problemas sentimentales, tipo culebrón y, ¿no me dices nada? –acusó Gary, nada más la vio antes de saludar.
Mi amiga, quien se había quedado parada y con la bolsa en el aire en la puerta me dirigió una mirada acusatoria.
– ¿Es que no te he enseñado nada sobre las relaciones? –me preguntó con ceño.
–Tranquila. Tú eres todo un gran ejemplo sobre relaciones –halagué.
– ¿Y yo lo soy? –preguntó Gary, con los brazos cruzados y mirándome.
–Tú eres peor, nene –contestó Sienna, pegándole un codazo.
Gary se quejó y ella le dedicó una burlona sonrisa, y con la misma ilusión con la que había traspasado el umbral de la puerta, se movió, con paso marcado hasta llegar al sofá y tirarse encima justo a mi lado.
–A ver, ¿qué ha pasado?
–Bueno, como yo lo sé, me voy –mencionó Gary, dándonos la espalda y recogiendo las cosas que había dejado encima de la mesa de la cocina–. Tengo que recoger unas cosas y quiero ir a ver a nuestros padres–, se giró, y con una amplia sonrisa miró a su hermana–. Mamá va hacer albóndigas con salsa.
–Lo sé, a mí también me ha llamado.
–Nooo...
–Sííí... –imitó Sienna, con fingido dramatismo, después, se cruzó de piernas–. Pero todas para ti. Esta noche me quedó con Estela para apoyarla en su primer día de trabajo.
Gary se encogió de hombros y se dirigió a la salida, pero antes se frenó y nos miró.
–La semana que viene, un amigo monta una súper fiesta. No me falléis, he presumido de chicas y si me presento sin ni una amiga para llenar ese cotarro, mi amigo me enviará a la mierda.
– ¿Es gay? –se me adelantó Sienna.
Gary era tan bueno diferenciando eso como mi amiga en su sexto sentido.
–Sí.
– ¿Seguro? –insistió su hermana.
–Que sí, deja de preocuparte.
–Lo menciono por tu pequeño incidente con el motero...
–Te recuerdo yo, el tuyo con el del cable –amenazó Gary, observando a su hermana por encima de las pestañas. Una provocación.
–Puedes, pero corres el riesgo de que corte ese cable que tanto adoras.
–Ni se te ocurra, va a comenzar la nueva temporada de; The Walking dead, y no puedo vivir sin mi adorable Glenn Rhee.
–Oh, por favor –se lamentó Sienna, soltando un bufido.
–Adiós, nenitas. Que paséis un buen fin de semana. El viernes nos vemos.
Nada más se cerró la puerta, le expliqué, como un loro, todo lo sucedido a Sienna, y al terminar, la única pregunta que me formuló fue:
– ¿Te ha llamado Cody?
Fue repentino e inesperado, pero me hizo sentir una extraña preocupación por el cuerpo.
–Sí, pero casi no le di tiempo a contestar.
Sienna se mordisqueó el labio, y frunció ligeramente el ceño de un modo que resultaba atractivo para su rostro; delicado y angular.
–No te sientas culpable. Cody, no lo hace. El hecho de que te llamará, después de una semana, es que, no pensaba mucho en ti.
–Yo tampoco –me escuché.
Noté su mano encima de la mía, con cariño estrujó y luego deslizó sus dedos, en una forma comprensible de animarme. Y lo más extraño es que no me sentía tan mal por el hecho de que Cody fuera sustituido en mi cabeza por otro. De todas formas, Sienna tenía razón, no debía sentirme mal conmigo misma. Cody dejó bien claro que lo nuestro no tenía nombre hasta que volviera de su viaje y con ello, mi preocupación era en balde.
Igualmente supe que debía llamarlo, se lo debía.
Solté la mano que mecía la mía con delicadeza y me levanté del sofá para coger mi móvil. Sienna me siguió.
– ¿Y Andreas?, ¿qué vas hacer con el maremoto de tu jefe? –abruptamente me giré y la miré–. ¿Vengarte?
– ¿Para qué? ¿Para animar a que su cacería se complique más? –Negué con la cabeza y bajé la vista para buscar mi teléfono dentro del bolso. Lo último fueron meros susurros–. No quiero eso. Lo mejor será pasar de él.
Mi amiga me miró como si no se creyera mis palabras.
–Estoy segura, no me cabe la menor duda de que pasarás olímpicamente de él cuando te vuelva a empotrar cara una pared. –Subió sus manos y las apoyó en sus caderas–. Sabes, yo en tu caso, en vez de llevarme zapatos de repuesto, me llevaría unas bragas, sólo por si acaso.
–Lo añadiré a mi bolso la próxima vez –dije con sarcasmo mientras, pasaba por su lado.
–Hazlo, las necesitarás.
Con mi enfado salí de la cocina, marcando mi paso hasta encerarme en el baño. Bufé crispada y le dirigí una mirada a mi reflejo en el espejo. No tenía muy buena cara y no me apetecía nada hablar en ese momento con Cody, pero, me vi marcando el número y colocándome el teléfono en la oreja.
–Hola, Cody –contesté cuando descolgó, al segundo tono.
– ¿Cómo estás? ¿Todo va bien? –preguntó, apresurado.
Me retiré el pelo de la cara echándolo hacia atrás y tomé asiento en la orilla de la bañera. Está crujió tras mi peso, pero no me preocupó.
–Sí, todo bien. Estoy un poco cansada.
–Se te nota en la voz –pronunció con cariño.
Por un momento sentí esos labios acariciar mi oreja mientras su lengua, juguetona se deslizaba por el lóbulo.
–Bueno, es lo que tiene el trabajo.
–Te acostumbrarás –consoló.
– ¿Y tú semana? ¿Qué tal?
–Bastante mala. –Cody resopló–. Siento mucho no haber llamado antes, pero de verdad, ha sido una semana de locos. Por suerte, tenerte por mi cabeza me ha ayudado a superarla.
Por supuesto, por eso no me había llamado ni una sola vez, ni de noche, ni al amanecer, ni a la hora de comer, porque ya se acordaba demasiado de mí en su cabeza.
Refunfuñé un taco, retirando el teléfono de mi boca y tomé una intensa inspiración antes de volver hablar... Demasiado.
–Vaya –exclamé–, has estado muy ocupado. Y el lujo de que ahora me llames, ¿a qué se debe?
Lamenté inmediatamente la pregunta. Aunque comenzaba a comprender que en ocasiones mi necesidad de decir lo que pensaba era una lección más de vida, pero en esta vida, valía más la pena callarse algunas cosas.
–A que necesitaba escuchar tu voz –contestó con voz suave, aterciopelada–. Te echaba mucho de menos. –Bufé, con demasiada fuerza. Cody tuvo que escuchar algo por que inmediatamente añadió–: ¿Estás enfadada?
–No. Pero, perdona, se me hace extraño que no encontraras ni un minuto libre para llamar y dar señales de vida.
¿Por qué no podía callarme y dejarlo como estaba?
–Estela...
–No importa, da igual, de todas formas yo también he estado muy ocupada –repuse débilmente, sintiéndome fuera de lugar, vulnerable y en contra de todas las preguntas que me bombardeaban la cabeza.
Cody era un misterio, y según esos cambios repentinos de humor, una vocecilla interna, que ya se había presentado por mi cabeza más de una vez, me grito que no me fiara.
Aparté ese rumor y escuché la contestación de Cody.
–Pero quiero que lo entiendas, sé que estás enfadada, y lo comprendo al igual que me duele, pero tenía mis motivos, y sepa Dios que lo que más he anhelado era hablar contigo. De verdad. Te he echado mucho de menos.
Escuché el tono de su voz débil y atragantada. Contuve una sensación de culpabilidad incómoda y me deslicé, cayendo hasta el suelo para terminar sentada. Arropé mis piernas con un brazo y apoyé la cabeza en mis rodillas.
–Lo siento, Cody –murmuré–. Es el estrés que he soportado toda la semana. Nada más.
Hubo un silencio que agradecí y que me brindó la oportunidad de aclarar mis ideas y mucho más.
–Llama a Marisa y dile que no te encuentras bien.
–No puedo, es mi primer día...
–No tienes por qué quedar bien en un lugar que no merece la pena. Descansa este fin de semana y el lunes llegarás a la oficina con las pilas puestas.
Levanté la cabeza, me mordí el labio para atrapar otro bufido y cerré los ojos.
–Cody, por favor, no empieces –supliqué, más cansada que nunca–. Ya tuvimos esta conversación y las cosas se quedaron claras.
–Para ti, no para mí. Pensaba que recapacitarías.
–Pues no –me quejé–. Es absurdo, y como no quiero discutir, y menos con un amigo –dije con intención y supe que a él se le había cortado la respiración ya que había dejado de bufar–, que se ha molestado en llamar después de tanto tiempo.¿Qué tal si nos contamos un poco nuestra vida?
– ¿Somos amigos? –preguntó, y por el tono de su voz, no le gusto esa definición entre los dos.
–Realmente, no tengo ni idea de lo que somos hasta que no vuelvas de tu viaje y me lo expliques.
–Sabes, creo que te he llamado en un momento inoportuno –cortó, cambiando de tema–. Suerte en tu primer día y por favor, ten cuidado. El domingo te llamaré.
Y colgó. Y yo me hundí de nuevo contra mis rodillas.
Como prometió el domingo llamó. Conversamos de todo evitando mi trabajo nocturno y nuestra relación, lo que se convirtió en una amistosa conversación, un poco tensa entre colegas que se acababan de conocer y con un final incómodo, nada romántico y tan seco como la anterior vez.
Fin.
Hasta la siguiente llamada, tan igual y tan penosa...
Algo que se unió a todo lo malo que me esperaba.
La semana pasó demasiado lenta, después de mi primer fin de semana de locos en el club, sirviendo copas. Mi día a día no mejoró.
Lo bueno es que Andreas, cumpliendo con sus palabras no me hacía ni caso. Al principio sentí un gran alivio cuando pasó por mi lado y ni siquiera se fijó en mí, pero al tercer día todo empeoró.
Víctor Divoua me pidió que fuera con él a una de sus reuniones y pude ver, sentir y admirar con tristeza como había dejado de existir para él.
Andreas estaba sentado al otro lado de la mesa, con gesto serio, metido por completo en su papel, hablando correcto y con mucha profesionalidad. Sin rasgo alguno de cualquier perturbación.
Yo no había podido evitar estremecerme con su voz, notar el calor entre las piernas cada vez que me fijaba en ese trozo de piel que siempre llevaba al aire en su cuello o en cada movimiento de su cuerpo, y apretar los puños cuando un destello de brillo iluminaba ese delicioso gris, sin embargo, él no sintió nada. No me miró siquiera en el momento que se terminó.
Se levantó, estrujó las manos de los clientes y salió por la puerta sin dirigirme ni un rápido vistazo.
¿Pero que me molestaba? Era lo que quería... ¿O no?
El viernes, al final del día, al pasar por su despacho estuve tentada de entrar y pedirle explicaciones o al menos decirle que, mis efectos secundarios habían pasado la prueba ya que, no había sufrido absolutamente nada, ni el mareo, ni dolores, ni nauseas, ni siquiera el sangrado. Hasta eso me molestó, porque al menos si hubiera sentido esas molestias, el dolor que sentía por su rechazo no sería nada comparado con el odio que le regalaría. Pero por desgracia, hasta eso, salió perfecto para él.
Lo encontré reunido con otro hombre y sonriendo. Así que, apreté mi bolso contra mi pecho y me fui.
Yo me lo había buscado.
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