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Capítulo 10

    Terminé el trabajo en el que estaba enfrascado y fui a buscarla.

Maldita sea, mi padre había conseguido que me sintiera mal conmigo mismo.

Tras tres sitios donde me imaginaria que estaba, me encontré con que; o hacía media hora que se había ido, o se acababa de ir. Mi siguiente paso fue la sala de juntas; oscura, solitaria y preparada para la reunión de mañana, así que fui a la planta de abajo.

La planta ya estaba completamente vacía, la noche caía por uno de los enormes ventanales del edificio y las únicas luces que se mantenían eran las del doble techo. Seguí adelante hasta el cuarto de los ficheros, una enorme sala de juntas que guardaba todo los archivadores. Ahí me encontré a Estela, rodeada de papeles, con el cabello sujeto en una coleta alta y maldiciendo.

Me apoyé en uno de los pilares de metal y me crucé de brazos mientras veía como ese cuerpo se agachaba al suelo para tomar una carpeta más y abrirla. Estela leía en su interior, un pequeño vistazo, maldecía y guardaba esa carpeta en el cajón abierto que tenía delante, después, volvía agacharse a por otra carpeta más.

La virgen.

Tenía una preciosa perspectiva de ese trasero, en forma de corazón, estrujándose entre esa tela blanca de su vestido. Recé para que se rompiera el tejido por la costura central y poder ver la carne rosada de abajo, pero era imposible que tuviera tanta suerte.

La chica se merecía un premio y un buen descanso.

Me había impresionado, resultaba que al fin y al cabo, era buena. Todo lo que le había pedido lo había hecho y ahora se peleaba con lo último de la lista, e incluso sentí lástima por ella, tanta que, abrí la boca antes de darme cuenta.

– ¿Quieres que te ayude? –pregunté, y escuché, vergonzosamente el tono ronco de mi voz.

Ese culito me había puesto a tono.

Ella se plantó recta de golpe y me miró, primero sorprendida, después de darle un buen repaso a todo mi cuerpo de arriba abajo que me hizo endurecerme completamente, dibujó una mueca de desprecio en sus labios y mi cuerpo se tensó como si me arañaran con uñas afiladas toda la espalda.

–No, por favor, señor Divoua, no se arrugue el traje.

Arpía hasta la muerte.

Me cambió la cara, el carácter y las ganas de arremangarme las mangas de la camisa para ayudar a esa zorra. ¿Por qué no podía mantener la boca cerrada?

–Sabes, ahora que trabajas para mí, te debería pasar la factura del que arruinaste.

Ella se encogió de hombros y volvió a su trabajo. No sé si me molestó más el pasotismo que me brindó después o el gesto arrogante con el que se había movido de hombros, pero fue un interruptor para que me pusiera en movimiento y me acercara a ella.

–Me pregunto, por qué tengo que venir a buscar los informes yo mismo en cuanto, hace una media hora debería de haberme ido a mi casa –incité, con tono arrogante para provocarla.

–Si insinúa algo, dígalo claro, pero le aseguro que no he dejado de trabajar. –Me dio la espalda para guardar otra carpeta–. No me he tomado ni un solo descanso.

Estela continuó su rutina sin el mayor cambio, es más, se retrasó más de lo normal con ese archivador, y yo odiaba mantener una conversación con una espalda.

Mi táctica no funcionaba.

–No me siento culpable. Es su deber –dije acercándome un poco más a ella.

Por fin un rasgo y fue la completa tensión de su cuerpo. Estela se giró un poco y me miró por encima del hombro. Pude ver cómo le brillaban los ojos de rabia.

–No quiero su compasión –dijo entre dientes–, me importa una...

Se interrumpió. Había intentado girarse del todo pero mi proximidad había provocado que su hombro chocara con mi pecho. Inmediatamente, como un conejillo asustado, ella retrocedió y cogió otra carpeta para comenzar de nuevo con su búsqueda mientras, otra vez, hacía como que no existía.

Debería de haberme ido, estaba ganando batallas, guerras con esa lengua afilada, pero sin embargo no podía. Mi cuerpo se negaba a menearse, al contrario, me acerqué, como un león acechador, a ella.

– ¿Está inspeccionando mi trabajo o simplemente es que no se fía de mí? –preguntó ella, tensa, cuando sintió mi cercanía.

–Estoy tratando de averiguar por qué demonios tarda tanto –mi voz sonó mucho más ronca.

–Porque no empieza por dejar de tirarme el aliento en el cogote.

Sonreí al notar como su voz temblaba ligeramente.

– ¿La pongo nerviosa, señorita Nyven?

Estela soltó la respiración. Me había aproximado demasiado. Mi aliento levantaba unas greñas cortas que se rizaban a un lado en esa coleta.

No era mi intención llegar a provocar en ella una alteración que no fuera el enfado y una buena discusión, pero mi cerebro tenía otra cosa en mente y estaba dispuesto a un método de provocación más profundo.

–No es nervio lo que me inspira un hombre que está encima incomodando e impidiéndome trabajar.

–Tal vez deba apagar las luces. Por lo visto, la oscuridad la relaja más, oh... ¿prefiere el ambiente de los baños públicos?

Se giró abruptamente y me miró.

Oh, sí.

La ratita estaba cabreada y yo, como un gilipollas, orgulloso de mí mismo al ponerla en ese estado.

–Lo dudo, esta vez sabría que es usted y no creo que pueda relajarme, ni siquiera creo que pueda disfrutar.

–Sinceramente, me daría igual que disfrutes o no. Te aseguro que si meto mi mano de nuevo entre tus piernas es para preparar el camino para mí. En cuanto a ti, –solté una risa en un exagerado aire para hacer mi comentario más ofensivo–, ya te buscarás tu propio beneficio.

Ella levantó una ceja y sus ojos soltaron chispas.

–Entonces, más le vale que no meta la mano en ningún lado –ronroneó con voz afilada. Un sonido que me provocó un estremecimiento.

– ¿Es una amenaza, o es que temes que no puedas contralarte?

–Es una advertencia, aunque, me cuesta creer que sepa donde tiene que meter la mano.

Reto aceptado, ratita.

Después de eso, ya no pensé mucho, tan solo vi mi brazo alzándose y mi mano posarse en su pecho, con la palma extendida y los dedos abiertos para abarcar ese monte.

Ella enmudeció, cerró la boca y dejó de respirar. Como no retiró la mano ni se quejó por mi atrevimiento, alcé la otra y me apropié del otro del mimo modo, después, cuando tenía esas tetas en mi poder, comencé ahuecar, a tantear su peso y a moldear cada forma, pasando mis pulgares por los pezones que se habían puesto duros como una roca.

No eran grandes, pero tampoco pequeños, pero si lo suficientemente adecuados para poder sostenerlos y abarcarlos enteros.

Me excité con tal fervor como la primera vez que la toqué. No sabía que expulsaba esa mujer para ponerme tan duro como lo hacía.

Avancé un paso tras otro hasta que ella quedó atrapada entre los ficheros y mi cuerpo. Subí mi mirada de la labor de mis manos a sus ojos. Estos brillaban y sus pupilas estaban tan dilatadas que el azul casi había desaparecido.

Un momento después, atraído como un imán a ella, estaba besándola...y como siempre, me fascinó el roce de su boca con la mía. Sabía a chocolate puro, a especies y un toque de ácido, como limón. Saboreé sus labios con la punta de la lengua. No sabía si se trataba del pintalabios con sabor o que ella había comido algo dulce e intenso.

Bajé mis manos de sus pechos hacia su cintura para pegarla más a mí, inmediatamente ella me rodeó con sus brazos el cuello mientras le mordisqueaba el labio inferior y lo chupaba con delicadeza.

La leche. Esta mujer besaba como una maldita actriz porno.

Era demasiado tentador, una puta locura de las buenas y se me clavó directamente en el pene que se estrelló contra mis pantalones con fuerza. En ese momento, hasta ella, por desgracia estaría notando contra su estómago mi dureza, pero me dio igual. Su olor, su sabor y sus leves gemidos hacían que el corazón me latiera con tanta fuerza que parecía que se me fuera a romper una costilla, y mi cerebro pasó a fuera de uso temporalmente y por mucho tiempo.

Sentí que volaba en un F-22militar a toda leche. La fuerza centrifugadora me arrastraba sin piedad y en este caso esa fuerza era ella. No me resistí más, bajé mis manos a su trasero, al principio por encima de la tela, después, con la necesidad de volver a sentir su piel derretirse en mis manos, arrastré mis dedos hasta la orilla del vestido y metí las manos por el interior de la tela...

Dios, llevaba ligueros... ¡Joder!

Insaciable y sin poder tener suficiente con ese roce o las embestidas de mi lengua. La levanté y ella me rodeó las caderas con las piernas, la falda subió hasta enrollarse un poco más arriba de sus caderas...

¡Sí!

La llevé a una pequeña mesa que había en una esquina. Barrí los pocos papeles que había encima y la tiré sin miramientos en la base. Ella se quejó, e incluso me parece que escuché un grotesco insulto contra mis labios.

No es que me pusiera tratar mal a las mujeres, pero con esta era algo especial, cuanto más sufriera, más cachondo me ponía y mejor me sentía.

Separé los labios de los suyos en un intento de coger aire y aminorar un poco esa pasión que cada vez se descontrolaba más. Y no me ayudaba mucho que ella se contoneara de esa forma tan exótica. Bueno, quizás reducir la marcha no era la mejor opción.

Los ojos de Estela irradiaban puro deseo ardiente. En sus labios ahora hinchados se dibujaban de rosa suave, como un carmín que antes no se delataba y me di cuenta de que mi beso había sido muy brutal.

Genial.

Hundí el rostro en su cuello. El perfume olía distinto ahora que su piel estaba más caliente, era un aroma intenso y embriagador; oriental, con una pizca de melocotón y de mujer excitada. Me gustó.

Mientras le daba pequeños mordiscos en esa vena que retumbaba con fuerza contra su garganta, pasé mi brazo entre nuestros cuerpos y deslicé mi mano hacia abajo; necesitaba acariciar su piel, sentirla en la yema de los dedos.

La frustración iba en aumento.

Le pasé la mano por el algodón de sus bragas mientras había fantaseado con explorar desde que la viera por primera vez.

Estaba completamente mojada. Acaricié, con intención su clítoris por encima de la tela y ella gimió sin control. No pude evitar soltar una débil sonrisilla de victoria. Ella lo notó y se tensó.

– ¿Vas a seguir calentándome o es que no sabes qué hacer? –se quejó con violencia.

Gruñí y le levanté las piernas para colocármelas sobre los hombros, luego, le arranqué las bragas con una facilidad impresionante. Sacándoselas rápidamente por las piernas y tirándolas por encima de mi hombro.

La miré con el rostro lleno de emociones y clavando unos ojos violentos en ella.

–Dime, ¿qué prefieres para correrte; mis dedos, mi lengua o mi polla?

–Sorpréndeme, a ver si consigues una mierda de mí.

–Lo estoy consiguiendo, guarra, o es que no ves lo muy cerda que te estoy poniendo.

–Imbécil...

Ratita, controla esa lengua o te dejaré con las ganas.

Estela presionó sus labios convirtiéndolos en una línea recta y tensa, pero se silenció.

Muy bien. Qué bueno soy. Pensé sintiéndome el puto amo de todo.

Me agaché hasta ponerme de rodillas delante de ella. Estela me siguió con la mirada, expectante de mis movimientos. Deslicé sus muslos por mis hombros y abriéndola más de piernas comencé a dar pequeños besos y mordiscos por la zona interna de su muslo, cada vez acercándome más a su vagina, pero cuando estaba a punto de tocar ese jardín, salté, soltando mi aliento en el centro -apropósito-, al otro muslo, y actué igual en esa cara interna.

Llegué de nuevo al limité y en vez de continuar con mi lengua solté, contra su feminidad un soplo de aire, y otro, y otro...

Ella gritó frustrada y hundió sus dedos en mi pelo para tirar de mí y acercarme a sus pliegues. Retiré esa mano tomando su muñeca con fuerza y me levanté para inclinarme sobre ella.

Estela me dedicó una mirada irritada.

Oh, no ratita, no te lo voy a entregar todo porque tú lo desees, tendrás que suplicar.

Dejé su mano apoyada en la mesa, detrás de su espalda y antes de que abriera la boca para dedicarme un sutil comentario ofensivo, apoyé mi mano en su vagina y comencé acariciar con los dedos cada zona de esa parte femenina. Primero con delicadeza, luego, cuando a ella comenzaron a entrarle los temblores más fuertes, di toques salvajes en ese botoncito híper sensible.

– ¿Cómo voy? –pregunté con voz grave y completamente ronca.

–Vas genial –gruñó con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, después se mordió el labio y esa imagen me hizo soltar un gruñido gutural–. Se machote –incitó.

Introduje un dedo, hasta al fondo; sin lentitud y sin miramientos, de una bestial embestida. Ella se arqueó perfectamente bien y abrió mucho más sus piernas. Los dedos se me mojaron, parecía que su coño rezumara jugos sin control, así que, soltando un gemido bestial, de lo muy loco y perturbado que estaba, le metí otro más y comencé a sacar y meterlos con brutalidad.

Ella, entre gemidos, suspiros y ruidos extraños, empezó a moverse al ritmo que yo le marcaba, haciendo un baile con sus caderas que me motivó a ser más cabrón. Mientras embestía, froté con fuerza el clítoris y sentí como ella de estremecía propulsada por el orgasmo.

– ¡Sí! –gritó convulsionándose.

No me detuve, no frené siendo igual de salvaje y deseando que ella me diera el mismo placer a mí.

Paré cuando ella apoyó, medio muerta la frente en mi hombro, respirando agitadamente y murmurando palabras incomprensibles. Me retiré de ella para dejarle espacio.

–Te toca, y espero que valga la pena –amenacé con la voz cargada de matices petulantes.

Estela alzó la cabeza de golpe y me dedicó una intensa mirada, después, saltó de la mesa, se agachó la falda arreglándose el vestido y se alejó un poco de mí.

Pacientemente me apoyé en la misma mesa donde momentos antes ella se había corrido y me crucé de brazos imaginando que clase de guarradas podía hacerme una mujer con su carácter y su forma de luchar.

Casi reviento de sólo imaginarlo.

–No tengo todo el día,ratita.

Ella se giró y me miró con la barbilla alta.

–Gracias, señor Divoua –dijo con doble tono que debería de haberme advertido de que las cosas iban mal.

–De nada, y ahora ven aquí –ordené con una sonrisa en mis labios–. Si me la chupas bien, puede que me anime y te la meta para que te vuelvas a correr.

Se tensó radicalmente y apretó los puños, después, pasando de mí se agachó para coger las bragas que yo había tirado al suelo y se quedó mirando algo. Soltó un sonido extraño de su garganta y se levantó con una carpeta roja en las manos que me ofreció.

– ¿Qué haces?

Ella levantó una ceja y sonrió con malicia.

–Ten, tus informes.

Los cogí e inmediatamente se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta. Me tensé.

– ¿Dónde vas? –pregunté antes de que abriera la puerta.

–Mi trabajo ha terminado –contestó con tono mordaz abriendo esa puerta.

Me crispé y mi siguiente comentario salió como un feroz rugido.

– ¿Me dejas así?

–No creo que tengas problemas en terminar tú mismo, yo, tengo una cita a la que por tu culpa llego tarde. Con lo cual, tengo que guardar energías para recompensar mi tardanza –dijo, con un guiño seductor.

Tragué saliva incrédulo de que esa mujer me acabara de chulear de esa forma. Ella había recibido su orgasmo, mierda, yo se lo había dado y la muy guarra me había dejado con un terrible dolor de huevos de miedo.

Miré la puerta por donde había desaparecido y cargado de más furia que antes, estampé la carpeta contra el metal, luego me arrepentí y mi furia subió de tono.

Ahora tenía que recoger los papeles.

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