Capítulo 1
TRES MESES DESPUÉS
ESTELA
Tiré de la falda nerviosa por cuarta vez. Miré de nuevo esa larga cola de mujeres que como yo, esperaban ocupar el puesto de sustitución en la empresa Divoua. Sinceramente, lo tenía bastante mal y eso que no sabía el currículo que guardaba cada chica en sus carpetas, pero si contaba la apariencia estaba un poco jodida.
Más que una elección de secretaria esto parecía una elección para la siguiente portada de Empire como la mujer perfecta.
¿Me había equivocado de cola? ¿O de trabajo?
Solté un largo suspiro y apoyé mi cabeza derrotada en la pared. Tenía que conseguir ese puesto como fuese.
Debía un mes de alquiler junto con unas cuantas facturas que se habían agrupado de forma desproporcional. Después de que el montón superara mi puño, decidí esconderlas en el canasto del pan, para no verlas mucho y que no me pegara un gran "subidón" de autoestima.
Ojos que no ven, corazón que no siente.
Mi vida se había desmoronado de una manera catastrófica desde que Lloyd me había dejado, y como no, por otra con el bolsillo tan lleno de billetes y un cuerpo tan retocado que sin duda se convertiría en la nueva imagen de la barby del siglo.
Retorcí la carpeta que descansaba en mi regazo al recordar como su rostro y el de ella, disfrutando de unas vacaciones en alta mar, habían aparecido en la portada de una revista del corazón.
El segundo motivo por el que no había salido de casa y el principio de mi segunda inundación tenía como nombre Luther y como apellido, el mismo que yo.
Después de unas cincuenta llamadas por parte de mi hermano, Luther había decidido caerse por casa y el rapapolvo que me dio fue tan cruel y despectivamente amenazador que me despertó del mismo modo que si me hubiera pegado una paliza.
Mi hermano, desde que nuestros padres, unos altruistas que se desvivían por aquellos que no tenía nada, habían muerto en un accidente de helicóptero al trasladarse a un pueblo del tercer mundo, se había encargado de mí, de una forma penosa, pero marcando su poder sobre todo lo que me rodeaba.
Me había avisado que no dejara de estudiar, era idiota sin muchas neuronas, por suerte conseguí sacarme el graduado, lo malo es que, un año después, mi hermano, como un padre toca pelotas, me llevó él mismo a sacarme un cursillo para conseguir un trabajillo.
Me había avisado de Lloyd, y finalmente sus palabras se habían hecho realidad.
Me había avisado de que no me fuera a vivir sola y posiblemente, al paso que se sucedían las cosas, eso también se haría realidad.
Y ahora, me había conseguido esta entrevista, a través de un favor de un amigo suyo que conocía a un rico con una gran empresa que necesitaba urgentemente una secretaria de sustitución. Y lo único que me había dicho era que:
Si no conseguía ese trabajo me mandaría con mi tía a Texas y que ella se ocupara de mi destrucción.
El problema es que la tía Sara, seguramente me encerraría en un psiquiátrico nada más me viera entrar por la puerta (a esa mujer nunca se le habían dado muy bien los niños, como para soportar a una joven de veintiún años con trastornos emocionales agudos. Se imaginaria que el demonio me había poseído, ja, ja, ja), con lo cual, y de nuevo, me lo repetía; tenía que conseguir éste trabajo.
–Señorita, Nyven. Estela Nyven– pronunció una mujer entrada en años desde la puerta abierta del despacho principal–. Ya puede pasar.
Me levanté lentamente e hice el paseíllo de la gran pasarela en que se había convertido ese lugar. Me sentía como una modelo torpe ya que, las miradas de las mujeres que se encontraban en ese mismo pasillo se posaron en mí con ojo crítico.
Por Dios, eso me puso de los nervios y terminé haciendo lo que todo deportista con gran superación hacía, correr los últimos metros para llegar a la meta.
La puerta se cerró detrás de mí y un hombre, de unos casi cincuenta años embutido en un traje de diseño, me ofreció, con un brazo alargado que tomara asiento en una de las sillas que había frente al escritorio. Acepté pero antes le ofrecí esa carpeta que había estado sosteniendo como si fuera un tesoro.
El señor Divoua, miró los papeles del interior mientras, formulaba las preguntas pertinentes como un manual sin mirarme. Contesté cada una con la mayor educación que podía dar hasta que la interrupción de la misma mujer que me había llamado, entró por la puerta. Le dejó unos papeles a Víctor y le recordó la comida que tenía con su hija, después, se dio la vuelta y se marchó, pero cuando el señor Divoua se disculpaba, el mundo se me cayó al suelo al escuchar el tono de mi móvil dentro del bolso.
Lo miré de reojo y sentí, al tercer toque como me temblaba la rodilla.
Maldita sea, seguramente sería Luther ansioso por saber si me habían dado el trabajo. Pasé olímpicamente.
–Contesta muchacha –dijo Víctor, señalando el bolso con la cabeza.
–No, no importa, es mi hermano, seguramente se imaginará que la entrevista...
Me silencié.De lo nerviosa que estaba le estaba contando mi vida a ese hombre que no conocía de nada.
–Disculpe –añadí, como una patética niña tonta.
–Tranquila, tengo tres hijos, se lo mucho que se puede preocupar un hermano de la chica de la familia. Así que contesta, aprovecharé para terminar de leer tu currículo.
¿Era una prueba?
Tenía que serlo, era imposible que un hombre con tanto poder me pidiera amablemente que rompiera una entrevista por una llamada familiar.
–De verdad que no hace falta...
–Contesta –me ordenó de una forma educada, pero una orden hecha y derecha de todas formas.
Asentí con la cabeza y con dedos temblorosos cogí el teléfono del bolso y descolgué.
–Estoy ocupada –le dije a Luther, entre dientes.
– ¿Te han dado el puesto?– preguntó, para mi sorpresa más nervioso que yo.
–No. Joder, Luther, estoy en ello. –Bajé mi voz e incluso me giré para que el señor Divoua no me viera.
–Pues sal de ahí, no quiero que trabajes para esa familia –me ordenó mordaz.
– ¿Qué?
–Que salgas de esa empresa –pronunció marcando cada sílaba con énfasis–. No quiero que mi hermana se mezcle con un Divoua.
–Maldito gilipollas, tú me conseguiste esta entrevista, me exigiste que viniera aquí...–De reojo pude ver que Víctor me miraba con una ceja alzada, tal vez mis últimos comentarios habían sonado más altos de lo normal. Mierda, ahora seguro que no me contratarían–. Que te den por el culo...
–Estela, no me toques los huevos –me interrumpió bruscamente–. Sal de ese edificio o juro que...
La amenaza se quedó en el aire. Luther estaba perdiendo los nervios y a mí me estaba crispando. No comprendía que le sucedía como tampoco ese puntazo que le había dado. Él sabía cómo yo, que necesitaba trabajo y éste, desde luego, era el mejor que podía haber tenido en todo mi vida, aunque, desde mi primer comentario y por las caras que estaba poniendo el caballero al otra lado de la mesa, bien podía olvidarme de ello.
Luther, eres un mierdecilla.
– ¿Algún problema?– preguntó el señor Divoua con voz suave.
Me giré cara él, con una sonrisa en los labios y negué con la cabeza.
–Luther, luego te llamo.
–Estela, que salgas...
Colgué y me ruboricé, el grito de mi hermano había alcanzado un nivel tan alto que por un momento se me pasó por la cabeza que el señor Divoua lo había escuchado claramente.
–Discúlpeme –prácticamente lo rogué.
Víctor sonrió con mucha amabilidad y me sorprendió.Ese gesto viniendo de un hombre tipo ejecutor, con tantas personas a su cargo y una empresa tan prospera como la que tenía, estaba más que acostumbrado a fingir y a mantener la calma, pero me jugaba que en su interior tenía tantas ganas de que terminara la entrevista como yo.
–No se disculpe, señorita Nyven, como ya le he dicho antes, tengo tres hijos y mi pequeña... Bueno, también tenía complicaciones con sus hermanos, aunque ellos la adoraban, ella era un poco... difícil –dijo con orgullo y sus ojos se iluminaron, después, como todo un profesional, compuso su cara y devolvió su vista a los papeles que le había entregado–. Tiene un currículo un poco débil–, levantó la vista y me miró–, no da el perfil de lo que estaba buscando–. Y todas las paredes se me cayeron encima.
Lo sabía, mi currículo daba casi tanta pena como yo, pero mi hermano me había obligado a sacarme el título y un pequeño curso, así que tan sólo había trabajado en un bar de noche sirviendo copas y en una tienda de música, con lo cual... Mi experiencia era mínima.
–Lo comprendo –dije con voz apagada mientras, me levantaba de la silla.
–Señorita Nyven –me llamó y mi cuerpo se frenó, completamente quieto en una postura encorvada hacia delante–. Siéntese, aún no he terminado.
Senté mi culo de golpe. El señor Divoua se acomodó en su asiento apoyando la espalda en el mullido sillón orejero.
–De todas las mujeres que han entrado por esa puerta, usted es la única que ha llamado mi atención. Usted...tiene carácter y cuando la he escuchado hablar por teléfono, me ha mostrado algo que me ha gustado.
– ¿El qué? ¿Mi mala educación...?– me callé y quise estamparme la grapadora que había encima de la mesa contra los morros.
Víctor Divoua sonrió ligeramente y negó con la cabeza.
–El puesto que necesitamos ocupar era de mi hija– anunció–, ella no tenía ninguna experiencia en nada y resultó ser que se le daba muy bien–, no tenía ni idea de a donde quería llegar pero, la conversación iba por un buen camino–. La experiencia se coge si uno tiene iniciativa.
–Tengo muchas ganas de aprender –dije con demasiada convicción.
Relájate, pareces demasiado desesperada por el trabajo... Es que estoy desesperada.
Víctor asintió.
–Lo sé, se lee en su forma de actuar que necesita el trabajo, y a eso quería llegar. Necesito a una persona con carácter y mucha personalidad, también con mucha paciencia –añadió con una sonrisa–. A parte de ser mi secretaria, a veces, la persona que contrate– Víctor se cuidaba de no señalar a quien había elegido–, se encargará de mi hijo, y Andreas... bueno, él es muy profesional, por así decirlo.
Quise leer algo en su rostro sobre esa información, pero el señor Divoua no mostró más que la sonrisa natural que había en sus labios.
–Y para eso, sí que necesito experiencia– añadió.
–Parece que busque a una niñera– bromeé pero tras mi comentario, los gestos del señor Divoua desparecieron y la seriedad de un hombre de negocios apareció.
–Señorita Nyven, esta es la cuarta vez que organizo una cadena de entrevistas. He despedido a cuatro secretarias por culpa de no llegar a las expectativas de separar la relación entre Andreas y el trabajo, y las decisiones finales han sido responsabilidad de él.
– ¿Y porque no contrata a un hombre...?– me callé abruptamente de nuevo.
Estás aquí por el trabajo, no por dar tu opinión. CÁLLATE.
–Lo hice, pero no duró ni tres días. Ya le dije que Andreas es muy especial.
–Entiendo. –Que va, no entendía una mierda.
El señor Divoua soltó la respiración y cerró la carpeta que le había entregado con mis papeles dentro, luego apoyó las manos encima y las juntó.
–Tengo más entrevistas que hacer– anunció educadamente–. Y mucho que meditar.
Asentí con la cabeza, otra vez. Ya tenía complejo de monje Tibetano con tanta sumisión.
–Por supuesto –dije, y él sonrió.
–Únicamente recibirá nuestra llamada si estamos interesados en usted–. Víctor se levantó, yo hice lo mismo y me acompañó a la puerta, la abrió él mismo y me ofreció pasar–. Ha sido un placer.
–Igualmente, y gracias.
De nuevo, hice mi paseíllo con un paso más relajado y escuchando como anunciaban el siguiente nombre. Dicha chica pasó por mi lado y ella captó todas las miradas.
Llegué al ascensor y le di al botón. Me giré por última vez a mi espalda, al pasillo alargado lleno de mujeres esperando ser las afortunadas de ser contratadas. Miré por última vez esa puerta por donde acababa de salir y suspiré.
Estaba claro que no me iban a contratar, tal vez tenía alguna posibilidad pero en el momento que abrí la boca con tanto descaro mis oportunidades habían pasado de cero a una mierda en segundos.
Solté otro suspiro y devolví mi atención al ascensor. Las puertas se abrieron y la escena que se desarrollaba en su interior me dejó inmóvil.
Dios, esto sí que era una oficina con encanto.
O aquí se ligaba mucho, o es que la gente iba tan salida que aprovechaba cualquier rincón, momento y lugar para meterse mano como la pareja a la que acababa de pillar.
El hombre que tenía empotrada a la mujer se retiró rápidamente de ella con una sonrisa avergonzada en los labios y me miró.
Cada uno de mis músculos se tensó y sentí, en el momento que ese color intenso de ojos se posaba en mí, una tremenda descarga eléctrica que me cosquilleó todo el cuerpo, de pies a cabeza hasta bajar, otra vez y concentrarse en mi estómago. Él ladeó un poco su cabeza y mi corazón comenzó a latir de una forma extraña, daba tres toques, tres golpes bestiales contra mi pecho y luego, se frenaba, se paraba un nano-segundo para empezar de nuevo con esos tres latidos contra mis costillas.
–Búscate otro ascensor, éste está ocupado –dijo con gran autoridad la chica, con el cabello rojo como la sangre.
Lo malo es que, yo sólo tenía ojos para él y ese cuerpo.
Era un hombre alto, de un metro noventa, con un porte espectacular, su espalda ancha era tapada por una americana de diseño en tono gris claro haciendo conjunto con sus ojos. El color bronceado de su piel, que se marcaba en sus rasgos duros y definidos, se escapaba por una pequeña abertura que mostraban los primeros botones abiertos de su camisa. Un pecho fuerte se levantaba, lentamente tensando la tela que lo cubría, y los pantalones caídos bajo una cintura estrecha se ajustaban en zonas donde señalaban que había músculo ahí donde mirara.
– ¿Te gusta lo que ves?– preguntó la pelirroja, esa misma que había dejado de existir cuando yo me había comido con la mirada al hombre que momentos antes, ella se había comido con otra cosa.
Avergonzada y notando como los mofletes me ardían, alcé mi mirada de ese cuerpo tremendamente afrodisíaco al rostro de él, y aunque intenté con todos mis esfuerzos no quedarme embobada mirándolo, me resultó imposible cuando, me crucé con esa belleza salvaje y una expresión de engreído completamente merecido.
Tenía la barba de unos días, pero no le daba un toque desastroso o despistado, al contrario, era perfecto en todas sus formas. Su cabello castaño claro era corto pero lo llevaba un poco desecho dándole una expresión aún más traviesa y haciéndolo más atractivo, igualmente no le hacía falta, ese hombre era terriblemente sexy mirara por donde mirara. El aura de seguridad masculina que irradiaba era mil veces más poderosa que la de un hombre simplemente guapo.
– ¿Subes o te quedas?– preguntó él, con tono seguro.
Dios, las piernas me temblaron al escuchar su voz. Las voces roncas pueden dejarte fría, pero esa clase de sonido iba directo a mi centro femenino como si se tratara de una vibración. Su voz era grave, hecha para llenar un pecho enorme como el suyo.
–Disculpe... ¿Está bien?– preguntó él, con un pequeño nivel de preocupación en la voz y dando unos pasos hacia delante.
Retrocedí temiendo que me tocara y me desmayara como una idiota.
– ¡Sí! –grité histérica.
Me ruboricé completamente hasta el escote y más abajo, y sentí que el calor se me acumulaba, al tiempo que comenzaba a tiritar de puro nerviosismo.
Tardé un poco en reaccionar y en darme cuenta de la reacción ridícula que estaba cometiendo, pero me encontraba ocupada en convencer a mi corazón para que volviera a ponerse en marcha, y cuando lo hizo, cuando retumbó en un golpe seco que casi me derrumba hacia delante, se volvió loco y salí corriendo de ahí para comenzar a bajar por las escaleras a toda velocidad, sin importarme una mierda el engancharme con el tacón, tropezar y bajar las escaleras en forma de bola, ni siquiera me preocupó que pudiera partirme la crisma, sólo quería salir de ahí y recuperar mi orgullo o al menos el sentido de la vergüenza.
¿Qué me había sucedido?
Pues que nunca te habías cruzado con un hombre así, con un hombre que sólo podía compararse con modelos nacidos de los propios dioses.
Sacudí la cabeza y olvidé ese cuerpo al mismo tiempo que olvidaba todo lo relacionado con el día tan raro que llevaba hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro