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4. EL RECUERDO DE ÁNGELA

Sabinael planea su próximo movimiento. Y su apuesta está en la posible pareja, Joseph y Elizabeth. "Son un tanto diferentes, pero como dicen: los opuestos se atraen"; piensa la demonio mientras camina atrayendo la mirada de todos. Y cómo no habría de hacerlo, con su ajustada blusa escotada, pantalones cortos, cubiertos por una capa con capucha y botas altas. Todo el conjunto de un excitante cuero negro.

Desciende por la rampa de un estacionamiento multipisos hasta perderse de la vista del encargado entre los autos. Es entonces que el arco de llamas aparece y lo cruza. Este la lleva al interior de TechNorth y en su estado espiritual busca la oficina del tal Joseph. Necesita información y da con esta al momento de entrar.

—Lo lamento mucho Jacob — decía Joseph al momento en que la demonio atraviesa la puerta.

—Lo peor de todo Joe, es que la amo — dice el tal Jacob —. Y ella no tiene ni idea.

—Deberías decírselo.

Jacob suspira derrotado, pues no sabe cómo arreglar las cosas con Raquel.

—Ella piensa que es lo mejor para ambos.Pero todavía no entrega los papeles.

—Vaya. Entonces es posible — Joseph enfatiza en la palabra posible —, que pueda cambiar de opinión.

—Si Ángela estuviera viva — dice Jacob de pronto, pero decide callar.

Lo único que frena el optimismo de Joseph es el recordar a su difunta esposa.

Jacob pretende parecer fuerte, pero la mirada en sus ojos muestra lo vulnerable que está por sólo unos segundos, luego asoma una apesadumbrada sonrisa y exclama:

—Supongo que te tocará invitarme a beber al "Luck Duck". Pero no tendrás que esperar meses.

—Entiendo — dice Joseph secamente.

—Lo siento Joseph. No debí comparar esto, con la muerte de Ángela.

Joseph no le escuchó, está perdido en el recuerdo de ver a su amada Ángela en la cama de hospital. El cáncer estaba tan avanzado que era cuestión de horas o minutos, para que sus brillantes ojos verdes, se apagasen para siempre. Cada gota de esperanza se perdía, con ver el esfuerzo con que Ángela trataba de aspirar una vez más.

Fue en ese momento en que hizo un último ruego, pidiendo que, si alguien tenía que morir, fuese él. Ángela, como si hubiera leído su rostro, cubrió la mano de Joseph con la suya.

—No te pierdas cariño — le dijo con la voz entrecortada.

Inhala con esfuerzo una vez más.

—No pierdas nunca ese entusiasmo... — Inhala... — del que me enamoré.

Las palabras van perdiendo fuerza en sus labios. Inhala...

—Prométemelo — Joseph asiente.

Inhala...

—¿Me veo bonita? No quiero llegar desarreglada —. Ella ya no lo está mirando.

—Estás hermosa, mi amor — responde Joseph mientras acerca su rostro al de Ángela y le besa en los labios.

Ella corresponde el beso y aún con sus rostros juntos, sonríe. La máquina de vitales silba mostrando una línea recta en el monitor. Joseph se queda ahí, todavía besándola.

—¿Sabes qué? —pregunta de pronto el abogado regresando de su recuerdo —. Tomemos ese trago, ahora.


Sabinael se quedó intrigada. Si hay algo que ni ángeles ni demonios pueden hacer, es leer la mente de los humanos. Sólo pueden interpretar sus expresiones; y la de Joseph es de una tristeza interna muy grande. "Oh maldición. Realmente amaba a su Ángela".

Michael se detiene en la calle indicada y cuenta las casas en busca de su objetivo. Saca la copia amarilla en la que se lee la dirección a la que debe ir. Por lo general, no le tocan entregas en casas privadas, pero ya que no había nadie más disponible, tuvo que tomar el envío.

"Calle Rose, número 78"; lee en su mente y poco a poco recorre la calle, hasta dar con la casa con el inconfundible número enfrente.

Es una pequeña casa con techo de dos aguas, pintada con una buena pintura azul y gris en los bordes. La casa ideal para una...

Antes de que pudiera acercarse a la puerta, esta se abrió y una regordeta anciana de mejillas infladas, se asoma.

—¡Mi paquete! — exclama la señora con un exagerado entusiasmo.

Maullidos quejumbrosos, se escuchan en el interior y Michael piensa que le ha tocado una vieja con gatos.

—Sra. Miller, firme aquí por favor — se limita a decir extendiendo el paquete y el bolígrafo.

—Que joven tan eficiente — dice con voz dulce —. Te pareces a mi nieto.

"No lo habría imaginado"; piensa el joven.

—Espera un momento para darte una propina — se apura a decir la anciana.

La propina es bienvenida y por fin, provoca una amplia sonrisa en Michael.

—Aquí tienes, jovencito — le dice la señora y rápidamente cierra la puerta.

—Bueno. Salí ganando.

Al llegar a su moto, Michael mira lo que le han dado de propina. Se quedó con los ojos bien abiertos. En su vida alguien le daría un billete semejante, por lo que piensa que es probable que la anciana se hubiera equivocado.

Hace un breve juicio moral de la situación y decide hacer lo correcto.

Cuando está a punto de tocar la puerta, esta se abre nuevamente.

—¿Sí? — pregunta la anciana añadiendo una sonrisa que levanta levemente sus mejillas algo pálidas.

—Señora, me temo que cometió un error con la propina.

—¡No puede ser! — exclama la señora mirando al joven con algo de sorpresa — ¿Es muy poco?

—No señora, demasiado — responde Michael —. Cien dólares es mucho.

—¡Oh! Todo lo contrario, muchacho — responde la anciana por encima de los maullidos desesperados de gatos en el interior.

Por respuesta, la señora toma su pequeña cartera y saca otro billete de cien dólares.

—Ten. Te lo has ganado, muchacho.

—¡Pero señora Miller, es un billete de cien dólares! — insiste el joven tratando de hacer comprender a la anciana.

—¿Acaso crees que no sé qué es un billete de cien?

—No señora es que...

La mujer cierra la mano del joven con los billetes en su interior.

—Vamos muchacho, toma el dinero y lleva a tu novia a cenar, a pasear o cualquiera de esas cosas que hacen los jóvenes ahora. Disfruta.

Acto seguido la puerta se cierra en la cara del joven que casi sintió que le dio un portazo.

Michael mira los dos billetes de cien y termina por encogerse de hombros y regresa a su moto. Es una buena propina, como nunca la ha recibido. Una idea cruza por su mente y una sonrisa le ilumina el rostro.

Dentro de la casa la anciana se voltea al ver por la ventana, que el joven por fin se retira. Lleva sus manos a las caderas y mira complacida a la verdadera señora Miller sentada en su sillón, plácidamente dormida.

—Gracias señora Miller — dice una sonriente Sabinael besando su frente —. Le ha dado a ese muchacho una buena oportunidad.

La demonio dirige su mirada hacia la cocina, donde cuatro gatos se arremolinan unos con otros mostrando el temor que le tienen. Aun así, uno de los gatos, blanco y grande, se envalentona y emite un gruñido. Luego, abre la boca y un alarido gatuno brota de esta.

Sabinael, regresa a su forma favorita e imita el sonido que hace el animal.

—Para ti también — le dice.

Su portal se abre y tarareando una cancioncilla, se adentra en el centro del círculo en llamas.

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