28. ENTRE FLORES
Ya ha llegado octubre con sus tonos anaranjados y amarillos; y los primeros en llegar al Bistro, fueron Joseph y Elizabeth; que tomaron asiento a la mesa, y rápidamente aprovechan para besarse antes de que lleguen los demás.
—¡Los vimos! — escuchan a Hope y Michael gritarles al unísono.
Vienen caminando por la acera, empujando el cochecito en el que Faith, chilla y balbucea.
El grupo entra en una risa general y Joseph se levanta a saludar al nuevo gerente de producción de Northtech. Elizabeth admira el anillo que Michael le diera apenas dos días atrás y lanza un emocionado grito, al enterarse de que Hope está esperando una vez más. Un par de minutos después, llegan Jacob y Raquel. La mujer está ansiosa de anunciarles la fecha de su boda.
—Hubieran dicho que era fiesta — comenta Raquel.
Joseph presenta a Michael y a Hope con la pareja de abogados. Y en su cochecito, la pequeña Faith lanza unos chillidos y balbuceos animados llamando la atención de todos, que se desviven en halagos a la niña.
Luego de pedir algo por el desayuno al que habían quedado en reunirse, charlan animados sobre lo que han vivido y los planes por venir.
En medio de todo eso, una motocicleta se estaciona frente al Bistro y de esta baja una mujer que se remueve el casco, liberando un hermoso y largo cabello negro de risos suaves. Sus ojos cafés, miran al otro lado de la calle y luego al grupo. Camina a por su café, escuchando trazos de sus conversaciones.
—Mis hijos vendrán para acción de gracias... — decía Raquel.
—Aún no sabemos si será niño o niña...
—El año que viene, comenzará la producción de mi diseño...
—Hermoso ese anillo...
—Pensamos realizar la boda en la próxima primavera...
Hope ve pasar a la mujer y le parece conocida, pero no recuerda de dónde. Luego de tomar su café para llevar, monta en su moto y cruza la calle para terminar estacionada frente a su negocio. "Sabina, flores y bellezas".
Algo molesta con su proveedor, Sabina retira las espinas de las rosas con cuidado y en ese momento la campanilla en la puerta suena, avisando la entrada de clientes.
Levanta la mirada y se topa con un hombre en pantalones vaqueros y botas que resuenan fuerte en el suelo de concreto que lleva una camiseta con una calavera impresa en el pecho y se nota que tiene abdomen firme. Y una chaqueta de motociclista, negra con cremalleras. Su cabello algo alborotado por el casco que de seguro llevaba puesto antes de entrar, es corto a los lados más largo arriba. Los ojos castaño con mirada tierna contrastan con una barbilla cuadrada que le dan un aspecto fuerte, pero relajado.
"Umm. A mamá le gusta"; piensa dirigiéndole una coqueta sonrisa.
—Buenos días — saluda el recién llegado, para luego comentar distraído —: Linda moto la que hay afuera.
—Es mía — responde Sabina —. No está a la venta.
—Está bien. Solo la admiraba, porque no se ven muchas Ducati "streetfighter" de cuatro válvulas por ahí.
—Ah, un conocedor — comenta ella —. Y... ¿el conocedor va a comprar algo?
Sabina sabe que está siendo ruda, pero su rudeza viene en el paquete.
—Claro — responde el hombre sonriendo —. Quiero comprar unas hermosas flores, para una hermosa mujer a la que deseo invitar a salir.
La mujer disimuló su desencanto, y sigue con la venta. Después de todo, es su negocio ayudar a los caballeros a halagar a las damas, con flores y detalles.
—¿Alguna idea? — pregunta mirándolo de arriba abajo.
—Esperaba que me ayudara. No soy diestro con esas cosas.
"Pinta de rudo, pero es formal y tímido"; piensa Sabina a la vez que se voltea y asoma a los refrigeradores en busca de un ramo adecuado. Aún de espaldas puede sentir la mirada del hombre sobre ella.
Piensa que podría coquetear, pero no quiere que ese hombre dude de sus intenciones. A ella no le gustaría que coqueteen con algún pretendiente; si algún día conoce a alguno sin salir de la tienda.
Por fin, saca un ramo de dalias rojas que rodean azucenas blancas envueltas en un papel decorativo con rayas transversales.
—Dele este — dice al voltearse frente al cliente —. Es uno de mis favoritos y espero que le guste.
—Son bonitas, seguro que le encantarán — comenta el hombre sacando la billetera.
La mujer va hasta su caja registradora y completa la transacción.
—Gracias — le dice el hombre comenzando a salir.
—A usted, y suerte con la chica — responde Sabina admirando la ancha espalda del sujeto.
"Guapo"; se queda ella pensando y luego de un suspiro, retoma su tarea.
Apenas quita una espina de la rosa que tiene en la mano, la campanilla vuelve a sonar y en la puerta está en mismo hombre con las flores en sus manos.
—¿Sucede algo? — pregunta extrañada. Hasta el momento, no le habían devuelto ninguno de sus ramos.
—Sí. — comienza a decir él —. Venía para preguntarle si... me aceptaría una invitación a salir.
Diciendo esto, le alarga las flores a la mujer que lo mira con recelo y una ceja levantada.
—Verá. Soy el dueño del restaurante Bistro de ahí de enfrente y en los últimos meses, le he visto ir por su café a diario. Y... pues... me preguntaba si sería posible invitarle.
Luego de una pausa en la que ella no cambia su gesto, él continúa.
—Lo de las flores fue idea de un señor que suele ir al restaurante — dice él comenzando a sentirse como un tonto.
—Así que somos vecinos — comenta Sabina tomando las flores y llevándoselas al rostro para olerlas —. ¿Y qué pasó con la hermosa mujer que iba a invitar?
—Resulta que eres tú, vecina — responde él más confiado.
Sabina no puede evitar sonreír y riendo por lo bajo, realmente se siente sorprendida y halagada con el hombre quien vuelve a hablar.
—Por cierto, mi nombre es Richard Saints — dice alargando la mano.
Vuelve a quedarse callada, pero esta vez está jugando a hacer sufrir a Richard, para luego corresponder el saludo.
—Sabina Miller — se presenta, disfrutando de haberlo puesto nervioso.
—¿Y bien? — pregunta Richard esperanzado — ¿Acepta la invitación Sabina Miller?
Otra pausa en la que él le ve pensar. Pero aún sonríe, no va a caer otra vez en su juego.
—Pues, no creo que, a mi abuela le gustaría que salga con un motociclista.
—Y a la mía puede que no le guste tampoco que seas motociclista — comenta Richard procurando ser ingenioso —. Lleva años tratando de bajarme de mi Ninja H2.
—Una máquina poderosa — comenta ella —. ¿Puedo verla?
—¡Claro!
Al salir, Sabina tropieza con un hombre de barba blanca que viste un abrigo y sombrero, que retrocede con el impacto.
—Cuanto lo siento, señor — se disculpa la mujer.
—No hay problema joven — responde el hombre que viendo a Richard le saluda —. ¡Richard! ¿Qué tal? Veo que has invitado a la hermosa dama.
El caballero se levanta el sombrero a modo de saludo y añade:
—Y veo que viene sonriendo feliz, esa es suficiente disculpa para mí.
Comprendiendo lo que sucede, Sabina se acerca al caballero para sacudir el hombro de su abrigo.
—Gracias señor, le aconsejó bien — comenta ella mirando a su pretendiente de reojo.
El hombre se despide levantando su sombrero una vez más y sigue su camino. Sabina y Richard se acercan a la moto charlando y ella echa una risa divertida.
Sin que ambos se percaten, el hombre del abrigo se desvanece suavemente en el aire, mientras la parvada de cotorras cruza el cielo de una hermosa mañana de otoño.
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