18. LA OPINIÓN DE FAITH
La pequeña Faith, se sacude impaciente en los brazos de su madre, gimiendo suplicante. Todo esos gestos, no son otra cosa que un reclamo por su teta.
—¿Podrías voltearte por favor? — le pide Hope a su acompañante, Michael.
—Por supuesto.
—De hecho, por favor ven frente a mí y cúbreme — explica la joven madre —. Hay personas a las que les incomoda ver a una madre lactando.
—Espero que les guste el parque — comenta Michael de espaldas a Hope y Faith.
—Hace mucho que no salía, a no ser a algún compromiso. Gracias — responde ella.
—Y espera a ver lo que tengo planeado para la noche.
—Recuerda que la bebé debe dormir.
—De acuerdo — concuerda el chico —. Volveremos temprano.
La niña soltó el pecho dándose por servida.
—Buena niña — dice Hope acomodando su seno entre la blusa — Ya puedes voltear.
Antes de que Michael se volteara, logra ver a alguien conocido.
—Discúlpenme, voy a hablar con un amigo un momento — dice y se levanta.
Michael camina unos metros y Hope le ve detenerse a hablar con otro chico. No le conocía amigos, pero tampoco esperaba que estos se vieran como ese.
—¿Qué tal te va amigo? — pregunta el otro al momento de tenerlo cerca —. ¿Para qué pregunto? Ahí estás con la chica del Bistro. Buen trabajo.
—Así es, eh...
—Greñudo. Me gustó el apodo.
—Claro — responde Michael riendo al recordar que fue él quien se lo dijo.
—Y ya... — le da un codazo en señal de complicidad —. Al menos unos besitos.
—Pues... no — responde Michael un tanto apenado pasando su mano por la nuca.
—Supongo que se hará difícil con el bebé en medio.
—Algo así.
El greñudo permanece en silencio unos minutos y luego comienza a hablar. Desde donde está, Hope les observa conversar animados viendo como el chico del cabello revoltoso agita las manos y hace señas algo exageradas.
Para darle algo de intimidad a Michael, la chica se entretiene mirando el verdor acentuado del parque en el verano que está por terminar. Bajo la sombra del arce, la joven tiene una gran vista. Hay una gran extensión de pasto bajo, e hileras de arbustos a los bordes del parque. A su izquierda logra ver uno de los grupos de juegos para los niños, un poco más atrás y a la derecha, hay otra sección de juegos. Los niños corretean por todos lados acompañados de adultos. Y una pequeña niña de unos cuatro o cinco años corre divertida siendo perseguida por sus padres.
—Ojalá pueda hacer eso contigo, Faith — le dice a la niña tomando su manita.
"Ojalá"; piensa volviendo a mirar la escena familiar. "Aunque sea entre tú y yo."
Michael regresa y se sienta frente a ambas, mientras Hope deja a la bebé en su canasta moisés.
—Madre e hija conspirando; ¿no? — comenta divertido.
—Más bien la conspiración es entre tu amigo y tú.
—No. Es un conocido más bien. Solo lo conozco como "greñudo".
Hope se ríe porque exactamente eso pensó del chico, Michael le secunda divertido y la bebé se echa a reír sola al verlos.
De pronto, el joven se calla y simplemente sonríe pensativo, mirando a Hope a los ojos con mucha ternura.
—He estado pensando — comienza a decir —. Ya sabes lo que siento por ti y quisiera saber si tengo alguna oportunidad.
Los ojos bien abiertos de Hope se posaron en él con una incomprensible mirada y un gesto serio en sus labios.
—Michael — responde ella —. No sé si podría ser una pareja adecuada para ti. Tú sabes... la bebé...
—Estoy seguro que a Faith no le molesta — dice él acercando su mano a la pequeña, dejando que le tome el dedo meñique.
—Sabes que todo mi tiempo libre se lo dedico a ella — replica Hope —. Es mi responsabilidad.
Miró al suelo con miedo de decirlo, pero prefiere ser honesta.
—No puedo pedirte que cargues con ambas.
—¿Y si yo quiero hacerlo?
—Te diría que estás loco. No es tu hija.
Michael se quedó pensativo meciendo la manita de Faith aferrada a su dedo.
—Yo solo veo a la chica que amo, que ama a su hija. Prácticamente es mi obligación amar a esta adorable criatura.
Le hace muecas a la niña para que ría.
—¿Qué tal si dejas que ella decida? — pregunta él tan de improviso que Hope se sorprende y solo alcanza a reír por la propuesta.
—No esperarás que ella te acepte — replica la joven.
—Toma — dice de pronto sacando un papel.
Hope lo toma y lo desdobla para leerlo. Es un poema, el poema que completa los versos que le dejara en la servilleta:
Soy un loco enamorado,
que no pasa un día sin pensar en ti.
Necesito la medicina de tus besos,
tus abrazos y caricias.
Un loco que lanza besos al aire,
esperando que tus labios los sientan.
Loco que sueña con llegar a tus sueños
esperando que veas cuanto te ama.
Un loco dispuesto a realizar cualquier cosa
cuerda por ti.
A mirar el cielo que miras, a crear lo que creas,
a amar lo que amas con la locura
que me recompenses con tus besos.
Soy un loco dispuesto a estar para ti y para todo de ti,
porque así de loco estoy por quedar envuelto
en el aura de toda tu vida, tanto así que no lo niego
y grito a los vientos, que estoy loco por ti.
—Es, hermoso — dice Hope sintiéndose aludida en cada verso.
—¿Qué dices Faith? — pregunta mirando directamente a la bebé —. ¿Me permites que sea la pareja de tu mami?
Faith le mira con esa expresión de extrañeza con que suelen mirar los infantes. Michael no se mueve, no hace ningún gesto. Tan solo mira a la bebé con ternura; y de pronto, la pequeña se sonríe y lanza un gemido chillando y comenzando a reír.
—Parece que tengo su aprobación — dice Michael esta vez mirando a la madre.
Hope lo mira con su cabeza torcida en una forma inquisitiva, como si no tomara en serio lo que el chico decía, mientras Faith sigue riendo.
—Acércate, para decirte algo — dice estirando los brazos para posarlos en sus hombros.
Acerca sus labios para susurrar al oído del chico que, para ese momento está dispuesto a aceptar lo que venga. Al menos, sabrá si sus esperanzas son válidas o inútiles.
—Michael Donner — le escucha decir muy suave en su oído —. Eres único.
Al escuchar eso, Michael guía el rostro de Hope con su mano libre, hasta quedar frente a frente y la besa.
Faith no deja de lanzar chillidos y risas. Sus piernitas se agitan y tira con fuerza del dedo de Michael en un intento de incorporarse, como si quisiera ser testigo de ese beso.
Sabinael está satisfecha; y comienza a caminar por el parque.
—¿De dónde saliste? — le pregunta un niño de unos ocho año, que se acerca a ella —. Apareciste de la nada.
La demonio vestida con ajustados vaqueros azules, una camiseta negra envuelta en un abrigo de cuero y unas botas altas hasta la rodilla, se había materializado sin darse cuenta de que el niño le había visto. Pero no le importó y se acuclilla frente a este para hablarle.
—Ya no importa de dónde vengo, ahora que sé a dónde voy.
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