17. LA CAÍDA DE SABINAEL
Los Jardines del Palacio de Versalles están como siempre, abarrotados de turistas que deambulan de un lado para otro impresionados con la geométrica belleza de los bien cuidados y podados tilos, robles, álamos, fresnos y cerezos. Con sus diferentes secciones cuadradas adornadas de arbustos podados con meticulosidad para tomar formas cónicas y ovaladas dispuestos en espirales y líneas rectas que se pierden en largas hileras cubriendo las miles de hectáreas que componen los jardines.
La rectangular estructura del Palacio, se eleva majestuosa entre las diversas partes de la verde planicie enriquecida con fuentes de poderosas estatuas y un lago artificial navegable igual de perfectamente rectas orillas. Y entre los miles de turistas que pasean y disfrutan de las vistas, se encuentran Raquel y Jacob.
La abogada ha observado la belleza de los jardines y con el semblante relajado los disfruta acompañada de Jacob que la mira fijamente en cada oportunidad que tiene; lo que hace que ella asome una leve sonrisa de complicidad.
Una vez cruzan las enormes y elegantes puertas de cedro del palacio, Jacob la detiene justo frente a la vista del ya visitado jardín principal.
—Raquel — la llama suavemente —. ¿Te sientes feliz?
La mujer le miró extrañada. Si bien no recuerda la última vez que tomara un tiempo para viajar y esparcirse, feliz no describiría por completo lo que siente.
—¿A qué viene esa pregunta, Jacob? — inquiere en lugar de responder.
—Es que, ya logramos una mejor sociedad y un mejor entendimiento entre nosotros. Me preguntaba si te interesaría un nuevo contrato.
Raquel le mira levantando una de sus cejas.
—¿Qué tienes en mente?
—Pues llevo tiempo analizando los pros y contras de un tipo de contrato en el que ambos podamos salir beneficiados con el mínimo de condescendencias. Uno en el que tú aceptes un bien a modo de garantía.
—¿Me estás proponiendo un negocio arriesgado? — pregunta ella volviendo a caminar acompañada del hombre a su lado.
—Creo que el único riesgo ahora mismo, lo estoy tomando yo.
—¿Qué me ofreces en garantía?
Jacob tomó su mano y sobre esta posó suavemente una pequeña cajita forrada de terciopelo. Un estuche. Al verlo, el rostro de Raquel se ilumina con una amplia y sincera sonrisa solo para disimular la sorpresa, de que le propusiera matrimonio como si fuera una transacción legal. Pero lo comprendió, después de todo así es como ella lo ve. Aunque en el fondo, su corazón late con la fuerza de una máquina y todo su cuerpo se estremece provocándole unas intensas ganas de llorar de satisfacción, de alegría.
En los meses en que se han estado viendo con formalidad y secretismo dando rienda suelta a locuras que ninguno de sus amigos imaginaría.
—Supongo que uno de los dos tendría de ceder su propiedad.
—Pensaba en adquirir una nueva para dar más significado y valor a la nueva etapa que te propongo.
Raquel no puede evadir la risa que se asoma a sus labios. Una casa, una gran casa en la que recibiría a sus hijos y nietos para reunirse en navidad. Y así no tendría que dividirse visitando a cada uno por separado.
Una casa grande con las habitaciones adecuadas para poder disfrutar de lo que no se había dado el lujo de disfrutar en mucho tiempo. La imagen de una mesa de doce sillas y una piscina en la que pudiera ver a sus nietos corretear junto a los de Jacob. Una chimenea en la que pudieran conversar y reír de las peripecias de sus hijos.
Pero faltaban unos detalles.
—Es un importante compromiso, Jacob — comentó ella aún con la cajita en una mano y la otra sobre la tapa —. Supongo que has pensado bien en lo que te estás metiendo.
—Raquel — comenzó a responder él sonriendo —. No tienes idea de cuánto tiempo llevo pensándolo.
Jacob la tomó de los brazos y con la mirada, le indica que abra la cajita de una vez.
—Acompáñame a vivir esa novela de amor que tanto has anhelado y te prometo que no te arrepentirás.
Las palabras de Jacob la volvieron a estremecer. Y con la ansiedad de una jovenzuela enamorada, Raquel abre el estuche, en el se asoma un pedazo del sol en el verano francés; empotrado en un anillo compuesto de sogas entrelazadas en oro.
—Jacob — responde ella —. No tienes idea de cuánto tiempo llevo esperándolo.
En el momento en que ambos se besan frente a los jardines de Versalles, el portal de Sabinael se abre y al atravesarlo, se topa con la escena.
—¡Rayos, llegué tarde! — Exclama la demonio aplaudiendo.
—Sabía que lo lograrías Sabinael — comenta Fanuel.
Caminan por el parque con el sol a sus espaldas que comienza a asomarse por el horizonte oriental. Las cotorras pasan volando sobre ellos y con sus graznidos, saludan al astro rey que dispara sus rayos de luz por entre los edificios a lo lejos.
—Dos de tres. Falta una — aclara Sabinael.
La demonio materializada en su forma humana, va vestida con un sencillo vestido floral. Muy lejos de lo que acostumbra, pero hace juego con los pantalones de mezclilla y la camisa polo que lleva el ángel de la esperanza.
—No te preocupes, ese arroz ya se coció — responde Fanuel en medio de una risa de satisfacción — Vas a crear un precedente.
—Incluso podría dedicarme a esto cuando sea aceptada.
—No saltes el río, espera llegar al puente — aconseja Fanuel.
—Debes admitir que soy muy buena en esto de unir parejas.
—Sabinael, deja la soberbia para los humanos — Fanuel la mira con el rostro serio y algo preocupado — Esta experiencia, no es solo para beneficiar a tus protegidos. También es para cambiar tus maneras. Aunque me parece divertida tu actitud, debes recordar que somos entes espirituales.
—La demonio percibe que las palabras de Fanuel implican más.
—Un ángel guardián — continúa Fanuel —, cuida de sus protegidos, sin involucrar sensaciones humanas. Nuestro placer deriva de la adoración al Padre, recuerda.
Lo sabe. No podría ser de otra forma. La demonio recordó como hacía ya muchos milenios, había caído por sentir inclinación por un humano. En su curiosidad, se acercó demasiado y despertó en ella las sensaciones que se están repitiendo.
Se llamaba Yamir. Un hombre, un humano valiente que elegía sembrar la tierra en lugar de ser un guerrero como su hermano. Pero los tiempos eran duros y las tierras de cultivo apreciadas por los avaros. Así que no tenía otra opción que luchar para defender lo que tanto cuidaba sin saber que era observado con curiosidad y fascinación por Sabinael. Al punto que veía como compartía con su mujer en la intimidad. Y al ver la pasión con que se amaban por un momento, en aquel entonces el ángel Sabinael, deseó experimentar lo que la mujer, que acompañaba al humano sentía.
Por años, le observó cuidar de sus tierras y defenderlas junto a otros de la comunidad. Hasta el día en que Yamir, es herido mortalmente, su mujer tomada y asesinada y sus hijos masacrados. En medio de su agonía, Sabinael se acercó al hombre moribundo y su esencia espiritual se agitó, invadiéndola de sensaciones desconocidas.
—¿Quieres que viva el humano? — escuchó hablar a Yekún a sus espaldas.
—¡Yekún, caído! ¡Apártate! — gritó preparándose para defender el alma de Yamir.
Sus alas se extendieron y todos sus ojos, reflejaron la determinación con que lucharía.
—No hay necesidad. No tengo más intención que la de ayudarte — respondió el ángel caído que más tarde se conocería como demonio.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tu hombre agoniza. ¿No deseas salvar su vida?
—Él no es mi hombre, es un humano y... siento piedad...
—Sientes deseo —interrumpió Yekún con toda la intención de sacudir la esencia de Sabinael.
—No dices verdad.
—Lo deseas. Deseas sentir las sensaciones que el Padre reservó para éstas criaturas inferiores.
—Debemos servirles, es la voluntad...
—Es la prisión de Padre para los que le rinden adoración — Yekún gana terreno en la razón frente al ángel — Es de esa prisión que Lucifer nos quiere sacar.
—¡Basta! ¡No te escucharé!
—Tu hombre agoniza, su mujer ha muerto — interviene un caído recién llegado — ¿Te hundirás en la hipocresía de que no deseas ser humana y volverte la mujer de este hombre?
Los halos oscuros plagados de ojos giran con violencia expectantes de una nueva adición a sus filas. Sabinael miró a Yamir, jadeando, agotándose por el esfuerzo de mantenerse consiente. Con el tiempo, Sabinael aprendió que todas esas sensaciones, que la motivaron a ceder y convertirse en un ángel caído, los humanos le llamaban amor. Amaba a Yamir, tanto, que la idea de dejarlo morir le era demasiado.
—¡Sálvalo! — gritó con la frustración de lo que ello implicaba.
Esperó al menos que valiera la pena.
Yamir vivió para conocer a la Sabinael materializada en humana y rehacer su vida junto a ella. Vivió para procrear hijos con ella, vivió, para envejecer junto a ella y le viera morir. Y luego, Sabinael fingió su muerte y permaneció cerca de sus hijos hasta verlos morir en el diluvio.
Ya sabía lo que era el amor físico, el amor fuerte, egoísta y el orgullo de ser madre. Había probado de la piel, de los besos y los orgasmos. Aunque le fuera efímero, le llenó de una gran satisfacción y un dolor que quiso regar entre los humanos, por lo que pasó a ser, Sabinael, el demonio de la discordia.
Pero ahora, miles y miles de años después, vuelve a sentir esas sensaciones admitiéndose a sí misma, que ama a Joseph.
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