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RELATOS FANG

SABANA-BANA BUSO
Érase una vez en un poblado cualquiera, un muchacho llamado Edjang que vivía junto con su madre, padre y su abuela de nombre Adeé. El muchacho era realmente cabezudo, se gastaba todo el dinero que le daban para clase y el propio, en apuestas. Cada mañana se despedía con el pretexto de ir a la escuela cuando en realidad se quedaba a mitad de camino apostando. Sus padres le regañaron muchas veces, pero el muchacho parecía un caso perdido. Pasaron varios meses y su abuela Adeé se puso muy enferma, ya ni podía sostenerse en pie cuando hizo llamar a Edjang y pidió que se le dejara a solas con el muchacho.
-Sé que no eres muy aplicado en clase – comenzó la abuela – y que prefieres las apuestas a los estudios, por eso te voy a dejar este amuleto que te permitirá ganar cualquier apuesta que hagas.
Edjang recibió un collar con una perla roja y días después del entierro volvió a las apuestas, cada apuesta que hacia la ganaba como le predijo su abuela, con el tiempo se hizo muy rico, tenía una gran mansión, un puñado de esposas en ella, un coche, un avión, una moto, una bicicleta y ganó un montón de fama, como “el que nunca pierde”. Tenía un buen amigo llamado Ndong con el que compartía a veces sus ganancias, este le preguntó cómo lo hacía y como era de confianza le contó todo, le contó como su abuela le había confiado el amuleto con el que amasó su fortuna y que gracias a él nunca perdía sus apuestas. Una vez le hubo contado todo él le pidió que se lo prestara y Edjang aceptó poniendo como única condición que se lo devolviera el día primero de abril antes de que cantara el gallo ese mismo día, el día primero de abril caía dentro de un mes así que  este no se quejó y solo le dijo que así lo haría. Pasaron los días, las semanas y finalmente los meses y el amigo de Edjang no daba señales de vida, no se sabía nada de él. Tan pronto como le llegó la fortuna a Edjang esta empezó a desaparecer, sus mujeres le dejaron porque pasaban hambre, perdió todos los muebles de su casa, solo le quedaron el avión, el coche, la moto, y la bicicleta, así que, decidió ir en busca de su amigo. Primero pensó en llevar el avión pero no habría tenido lugar para aterrizar, después cogió el coche pero se le pincharon las ruedas, trató de ir con la moto pero al igual que el coche se le pincharon las ruedas también, finalmente se decidió a ir en bici, pero seguía sin saber que senda tomar. Primero pregunto al árbol si sabía dónde estaba su amigo, pero el árbol no le dijo nada, después preguntó a la roca si sabía dónde estaba la casa de su amigo pero la roca tampoco le respondió, finalmente oyó como la luna se quejaba diciendo:
-Qué mala educación tienen los muchachos de hoy en día, ni siquiera tiene interés en preguntarme a mí – comenzó diciendo la luna, – ya no hablamos de dar las buenas noches –.
– No le digas nada, es un maleducado – le dijo una estrella
Perdone – dijo el muchacho – ¿sabe usted donde está mi amigo? –
Te lo diré si vienes encontrarme aquí arriba – concluyó diciendo la luna
Unos minutos después la luna soltó una escalera reluciente con la que Edjang subió. Una vez arriba la luna le indico el camino que tenía que seguir para encontrar la casa de su amigo, así fue como Edjang montado en su bicicleta siguió la senda que le indicó la luna.
Varias horas después pedaleando encontró una mansión enorme en medio del bosque, dedujo que era la mansión de Ndong. La mansión estaba custodiada por dos guardias musculosos con chaquetas oscuras como la misma noche. Edjang se aventuró a acercarse cuando una mujer que apareció de la nada le detuvo cogiéndole de la mano y le advirtió que ella en su lugar no entraría por la puerta principal, y volvió a desaparecer tal y como había aparecido. Edjang la hizo caso y entró por la puerta trasera evitando ser visto por los guardias. Una vez dentro se encontró con un largo pasillo que llevaba a una puerta dorada, esta estaba abierta de par en par. Dando acceso a una habitación con un montículo en el centro. El montículo tenía talladas, en la parte superior, dos serpientes de madera con unos ojos rojos muy relucientes, en el centro de estas dos serpientes se encontraba el amuleto. Una vez Edjang se hubo acercado se dio cuenta de que esos dos ojos relucientes eran rubíes. Mientras Edjang llevaba la mano lentamente hacia su muleto las serpientes cobraron vida como por arte de magia, se enroscaron sobre la mano de Edjang y una sirena comenzó a sonar a modo de alarma. Él no lograba liberar la mano, cada vez que intentaba soltar una de las serpientes, la otra intentaba morderle. Los guardias ya se estaban acercando cuando de repente la misma mujer de antes volvió a aparecer:
- Mira en que lio estas metido, nieto mío. – le dijo la mujer a Edjang –
– Abuela, ¿cómo es que estas tan joven? – respondió Edjang
– Eso no es lo importante ahora – respondió ella mientras le liberaba de las serpientes. Con unas cuantas palabras en fang, las serpientes volvieron a convertirse en seres sin vida.
- Ahora vete nieto mío, y no le confíes a nadie más tu secreto.
A Edjang no le costó nada salir de allí con su amuleto. Él recuperó toda su riqueza, a sus mujeres y vivió feliz para siempre, mientras que su amigo se arruinó por su egoísmo.

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