
6
Hay que meter muchas cosas en la bañera
Fue extraño entrar de nuevo a la casita de la piscina.
Como volver al sitio en donde tuviste un accidente que te dejó grave.
Como volver a hablar con alguien que te hizo daño.
Como rascar la costra de un rasguño que intenta sanar.
Más de doce meses sin pisarla. Eso llevaba. Es decir que durante todo un año había dejado de hacer muchas cosas. Retomar algo, pasar de pausa a play, era raro.
Habría echado a correr de allí de no ser por el asunto de Ax, pero él ahora no estaba por ningún lado.
La casita era más o menos grande: dos pisos, suelo de madera, concepto cerrado, bien equipada con cocina, refri, televisor y calefacción. Cualquiera podía vivir a gusto ahí. Solo que ahí no vivían más que el polvo y unas escalofriantes telarañas de recuerdos.
—¿Ax? —le llamé.
No había rastro de él en la salita ni en la cocina que formaba parte del mismo espacio. Revisé el baño y tampoco lo encontré. La única habitación con cama matrimonial estaba vacía, y bajo esa cama no había más que oscuridad.
Se había ido.
Estaba segura.
Había escapado.
Se había llevado la verdad sobre por qué buscaba a mi padre. Me había dejado con una duda que me atormentaría.
O eso creí hasta que escuché un estornudo y me giré rápidamente.
El armario.
Venía del armario de la sala.
Salí de la habitación y me apresuré a abrirlo. Ahí lo encontré sentado contra la pared, entre el polvo y el olor a guardado, con los ante brazos sobre las rodillas y una mirada neutral e indescifrable fija en el vacío, como si no hubiera nada delante ni dentro de él.
Permanecía tan quieto que con facilidad se confundía con un maniquí, y había algo frío y perturbable en su expresión.
Me arrodillé frente a él y entonces sus ojos encontraron los míos. Me tranquilizó verlo, porque entonces todavía tenía oportunidad de aclarar mis dudas.
Le regalé una sonrisa sin despegar los labios.
—Pensé que te habías pirado —confesé.
—Aquí —dijo con desconfianza.
—Sí, te quedaste aquí —asentí mientras me sentaba en posición de indio—. Eres obediente, Ax. ¿Quién te enseñó a serlo?
Sin respuesta.
Tomé uno de los sándwiches y se lo ofrecí. Él dudó un instante pero luego no pudo más. Me lo arrancó de la mano y comenzó a devorarlo de tal manera que me pregunté cuanto había pasado sin alimentarse. No había más que impaciencia y salvajismo en su manera de comer.
Se lo terminó casi sin masticar. Tosió un poco y miró ansioso el otro que quedaba en el plato. Ahora en sus ojos sí había algo: un hambre voraz. Pero, ¿y el resto en dónde estaba? ¿En dónde estaba ese casi imperceptible reflejo que hacía a uno humano?
Intentó agarrar el sándwich, pero lo aparté.
—Te daré este si respondes mis preguntas —le propuse.
No le agradó la idea. Su mirada se endureció y sus cejas se hundieron. Me dio la impresión de que quiso protestar, pero al final asintió con la cabeza.
—Bien, te diré lo que haremos —le indiqué—. Puedes decir «sí» o «no» si sabes la respuesta, pero si no sabes cómo responder o no tienes ni idea de lo que te estoy preguntando, harás esto. —Encogí los hombros para mostrarle el gesto—. Significará "no sé". ¿Lo pillas?
—Sí —pronunció.
Sentí un pequeño entusiasmo.
—Muy bien. —Tomé aire—. ¿Tienes una familia, Ax? Mi familia antes eran mi madre Eleanor y mi padre Godric. ¿Tienes algo así? ¿Un papá y una mamá?
Negó con la cabeza.
—¿Tienes una casa en donde puedes dormir cada noche?
—No —respondió.
Señalé la venda en su abdomen.
—¿Esa herida te la hizo una persona?
Asintió ligeramente con la cabeza.
—¿Una persona mala? ¿Una persona peligrosa?
—Sí.
—¿Huiste de esa persona?
—No.
—¿Huías de alguien y así llegaste a mi patio?
Se encogió de hombros tal y como le indiqué.
—Supongamos que no huías. ¿Llegaste hasta aquí buscando a mi padre?
—Aquí.
Con la palabra «aquí» la cosa era confusa. Me parecía que la decía porque yo la pronunciaba, y porque se refería a que mi padre vivía aquí. Era en verdad frustrante que no hablara más, pero la misma e indeterminable sensación que me aseguraba que conocía a Ax, me empujaba a creer que esas cuatro palabras eran lo único que podía decir.
—Bien. Ten.
Le di el sándwich y se dedicó a devorarlo.
Me levanté del suelo, dejé el plato en la cocina y saqué mi celular. Había un mensaje de Nolan.
NOLAN : ¿Sigues viva?
MACK: Para tu desgracia, sí. ¿Averiguaste algo?
NOLAN : No, la bestia está histérica. Tengo que encargarme de esto primero. Intenta socializar con Carrie mientras tanto.
MACK: Lo intentaré.
La Bestia era su madre.
Le decíamos así porque cuando notaba actitudes extrañas en Nolan, se ponía igual que una bestia, gritando que todo el mundo estaba enfermo menos ella.
Cuando aparté la vista del teléfono, Ax se hallaba de pie junto al mesón de la cocina. Tocaba el plato vacío de los sándwiches. Lo movió un poco hacia un lado y luego hacia el otro. Apenas notó que lo miraba volvió la cabeza hacia mí, frunció el ceño y con el dedo índice presionó el centro del platillo.
—¿Qué? ¿Quieres más? —le pregunté.
Él asintió con la cabeza.
Me crucé de brazos.
—Pídelo —le ordené con firmeza.
Sus ojos se movieron hacia todos lados, como si no supiera qué hacer. Fue un gesto casi gracioso, pero no me reí, sino que me mantuve firme y dura.
Si tenía tanta hambre y eso de no hablar era una excusa para no responder mis preguntas, lo pediría.
—Si quieres más, di: quiero más —le aclaré.
Silencio.
Su cara denotó incertidumbre y vacilación, como si acabara de decirle algo demasiado complicado de entender, y lo imaginé como una máquina que debía procesar los datos recibidos antes de hacer algo. Una máquina lenta y vieja que necesitaba leer los 0 y los 1, uno a uno.
En la mente de Ax podía estar sucediendo algo como:
Recibido: 01110001 01110101 01101001 01100101 01110010 01101111 00100000 01101101 01100001 01110011
Procesado: 1%... 2%... 3%... 4%... 10%... 45%... 50%... 100%
Acción a ejecutar: decir, hablar, pronunciar, emitir.
Ejecutando acción: 1%... 2%... 3%... 3.1%... 3.2%... 3.3%... 3.3%... 3.3%... 3.3%...
¡¡¡Error!!!
Ax entreabrió la boca y la cerró.
No dijo nada.
Quizás fue por el cansancio que producía tratar de comprenderlo a él y a su situación, pero por un instante perdí la paciencia.
—¿Cómo puedes decir cuatro palabras y el resto no? —le pregunté de golpe.
Sonó a reclamo y Ax reaccionó ante el tono. Fue un gesto minúsculo de molestia. ¿Le enfadó mi pregunta? Igual no lo supe. ¿Cómo podía deducir algo? Sus expresiones eran las mismas a cada rato: inexpresividad, ceño fruncido y/o confusión.
Deseé que me refutara como cualquier persona normal, algo tipo: «¿y quién te crees para hablarme así?», Pero avanzó hacia el sofá de la salita que tenía un televisor en frente y con cuidado se recostó en él.
—Hay una cama en la habitación, puedes usarla —le dije.
Escuchó mis palabras, claro que sí, pero en un gesto odioso y frío se dio vuelta sobre el sofá y me dio la espalda.
—Ah, de acuerdo —Giré los ojos—. Como quieras. Igual te vas a tener que ir —bufé.
Como ni siquiera le importaron mis palabras y ese hecho también me molestó, lo dejé allí durmiendo.
Regresé a la casa grande, limpié la isla de la cocina y saqué la basura para no tener problemas con mamá. Como toque final rocié ambientador para matar la fetidez de la sangre y que no sospechara que se trataba de otra cosa.
Me pregunté cómo reaccionaría si le contaba sobre Ax.
De seguro que muy mal, además de que llamaría a la policía y quizás me recluiría en un manicomio por meter a un desconocido con tal aspecto a la casa. Y tal vez era lo que debía hacer. Me refería a ignorar mis estúpidos impulsos y salir de ese problema tan rápido como podía.
Pero... estaría mintiéndome al pretender que viviría tranquila después eso.
Ax tenía alguna conexión con mi padre y debía descubrir cuál, porque estaba segurísima de que el saberlo me llevaría a recordar cómo era que lo conocía.
Cada vez que lo pensaba me convencía más de que lo había olvidado como el resto de los momentos importantes, y todavía me negaba a aceptar que mis recuerdos se habían ido para siempre.
Quizás solo estaban bloqueados.
Y debía buscar la forma de acceder a ellos.
***
Conseguí dormir algo, pero fue incluso peor que la realidad.
Terminé soñando con una figura pálida y delgada que me miraba desde los ductos de ventilación de la casa. Su rostro estaba borroso y mi objetivo era tratar de detallarlo. Creía que era un monstruo hasta que descubría que en realidad era mi padre.
Me despertó un extraño sonido.
Primero no sonaba más que a bullicio. Después no pude asociarlo a un bullicio humano y me intrigó.
Cuando me acerqué a la ventana aún somnolienta, observé la verja eléctrica que permitía la entrada a la casa. Del otro lado de esa verja había una manada de perros histéricos que ocasionaban el lío.
Los reconocí. Pertenecían a los vecinos de la calle, pero jamás los había visto tan alterados. Eran un pitbull, un pastor alemán, un rottweiler, un bóxer y un dóberman, y ladraban y gruñían con violencia mientras embestían en dos patas los tubos de la verja, como si quisieran atravesarlos a toda costa.
Era una escena tan rara que me inquietó. Su rabia canina era tan feroz que si alguien se acercaba podían darle un mordisco.
¿Por qué estaban atacando mi verja?
Ni siquiera se me ocurría una respuesta lógica. Nunca lo habían hecho.
Me di un baño y luego fui a sacar mi auto del garaje. Conduje hasta la verja en donde los perros seguían descontrolados. Antes de pulsar el botón del control, soné el claxon repetidas veces para alejarlos.
Funcionó por un momento.
Aproveché para abrir la verja con el control remoto y me apresuré a salir mientras los perros evitaban ser aplastados. No iba a hacer algo así, claro, pero quería que se calmaran un poco.
Después conduje hasta atravesar la entrada resguardada de Hespéride. Necesitaba ir a una farmacia. Dentro de la residencia había una, pero yo jamás compraba allí, sino en una pequeña y poco conocida que estaba en la ciudad.
Aparqué frente a la farmacia y entré. El sitio no era muy grande, pero eso no significaba que no fuera bueno. De hecho, solo estaba mal ubicado.
Detrás de un mostrador había una mujer vestida con una bata blanca que parecía aburrida mientras miraba la tele que colgaba de la esquina de la pared.
Me acerqué y la saludé como siempre.
—Un día me van a cerrar por estar vendiéndote algo que no necesitas —bromeó Tamara.
O sea cigarrillos, no nada ilegal o tóxico.
Alrededor de sus ojos aparecían unas arrugas cuando sonreía, pero en todo lo demás parecía una mujer de treinta y tantos. Llevaba el cabello amarrado con una coleta y siempre tenía un aspecto duro, justo como en realidad era.
Aunque conmigo la relajaba.
—Hoy te los guardas —dije y puse los antebrazos sobre el mostrador—. ¿Qué necesito para que no se infecte una herida de unos siete centímetros de largo y poca profundidad que fue suturada?
—¿Qué te pasó ahora? —inquirió, alzando las cejas.
—A mí nada, a Nolan —mentí con tranquilidad—. Un ex medio loco quiso desquitarse. No queremos que su mamá se entere, así que lo manejamos calladito.
—¿En qué parte fue?
—En el abdomen.
—¿Se acuesta con narcotraficantes o qué?
—Algo así creo yo. —Me encogí de hombros—. ¿Puedes hacerme un kit?
—Claro.
Tamara salió de detrás del mostrador con una pequeña cesta y comenzó a coger cosas de los estantes repletos de medicamentos. Mientras, cogí una cajita de pelotitas de chocolate de la parte baja del mostrador y la abrí mientras escuchaba lo que decían en la televisión.
—... se reporta que el terremoto fue de 7.9 en la escala de Ritcher. Las zonas afectadas están siendo registradas. Es posible que cientos de personas estén atrapadas entre los escombros. Es la primera vez que un sismo de tal magnitud afecta un país europeo. No solo es trágico sino sorprendente.
—Wow, —emití, metiéndome las bolitas de chocolate en la boca—. Sí que están sucediendo cosas.
—Desde hace un tiempo —comentó Tamara, paseando por los estrechos pasillos—. Hace una semana hubo un sismo de 7.5 en la misma ciudad.
—No sabía que podían suceder tan pronto y tan cerca —opiné.
Tamara sonrió con pesar.
—No te diré que no pueden, pero sí que no se ha visto algo así nunca.
Regresó al mostrador y puso la cesta frente a mí para registrar los productos.
—En caso de que se llegara a infectar, ¿qué debería hacer? —aproveché para preguntar.
—Límpiale la herida muy bien, ponle vendas limpias, déjalo reposar y no pasará —explicó—. Pero como Nolan tiene la suerte en el culo, si se infecta dale antibiótico y sigue limpiándola. Elimina todo el pus y controla la fiebre. Te pondré algo para eso.
Marcó los precios y metió todo en una bolsa oscura. Le pagué como era debido mientras bromeábamos un poco sobre los ex de Nolan. Luego la puerta de la farmacia se abrió y nuestra conversación se interrumpió.
Entraron unos tipos vestidos con pantalones de traje y camisas mangas largas. Sus expresiones eran impasibles y me dieron una impresión de amargura.
Miré a Tamara algo preocupada, pero ella solo sonrió.
—Son proveedores —dijo—. Debo atenderlos.
—Oye, si necesito algo de ayuda, ¿puedo llamarte? —me apresuré a decir, cogiendo la bolsa.
—La batería de mi celular explotó con el apagón de ayer —respondió—. Pero puedes escribirme al email y te responderé rápido. Sí, es una lata, pero es lo que tengo ahorita. —Señaló un papel pegado en una de las paredes—. Ahí está, anótalo.
Le tomé una foto con mi celular. Por su parte, los hombres se detuvieron a mirar unas cosas en los estantes.
—Oye Tamara —le llamé antes de irme—. ¿Sabes algo sobre perros?
Ella sonrió divertida.
—Lo que sabe una chica que se ha acostado con muchos.
—No ese tipo de perros —aclaré, riendo—. Hace un rato había cinco ladrando y golpeando la verja de mi casa. Estaban furiosos, como si tuvieran rabia o algo así, y nunca habían hecho eso.
Tamara curvó la boca hacia abajo y encogió los hombros, dándome a entender que no sabía nada.
—Yo no es que sepa demasiado —intervino de repente uno de los hombres con voz gruesa. Su comisura derecha se elevó un poco, como si estuviera sonriendo para sí mismo—, pero si estaban ladrando hacia tu casa, debe haber algo nuevo en ella que no les guste.
Tamara miró al tipo con suspicacia y luego a mí. Su sonrisa había desaparecido y su expresión ahora era como la de una madre a la que no le gustaba que su hija estuviera muy cerca de un extraño.
—Llévale eso a Nolan, Mack —me dijo ella—. Y avísame cualquier cosa.
Entendí que quería que saliera, así que lo hice.
Me acerqué al auto y en cuanto me subí a él solo pensé en dos cosas:
No había ningún camión de proveedores estacionado cerca.
La única cosa nueva que había en mi casa era Ax.
***
El cielo seguía nublado e incluso se escuchaban algunos truenos.
Llegué a casa y descubrí que todo estaba a oscuras por culpa de otro apagón. Los perros ya no estaban atacando la verja, así que dejé el auto en el garaje y fui directo al patio.
Entré a la casita y la encontré sumida en una negrura espesa. Encendí la linterna de mi celular y eché una revisión.
El cuerpo de Ax seguía tirado en el sofá, tan inmóvil que me asustó. Me apresuré a acercarme a él para examinarlo, y en cuanto noté que respiraba, sentí alivio.
No nos habíamos comportado bien, pero ya había pasado. Debía concentrarme en buscar la manera de hacerlo hablar, no de callarlo más.
Ahora venía con toda la intención de hacerle otras preguntas. Quería saber de dónde venía. Quién lo había herido. Y por qué.
—¿Ax? —le llamé con suavidad, dejando la bolsa en el suelo—. Creo que deberíamos intentarlo de nuevo, y tendré más paciencia, lo juro.
Pensé que todavía me estaba ignorando, pero su posición era demasiado rígida. Dudosa, puse una mano sobre su hombro desnudo para despertarlo.
Entonces sentí la piel ardiendo.
—¡Joder, estás hirviendo!
Se movió por mi chillido, pero fue un acto débil, minúsculo, lastimero. Entreabrió los ojos e intentó incorporarse, pero no lo logró.
—No te muevas —le ordené—. Traje algo por si esto pasaba.
No me lo pensé mucho. Saqué lo que Tamara me indicó para la fiebre y luego corrí hacia la casa grande. Busqué pañuelos, un bol con hielo y agua, y un termómetro que desde hacía mucho no usábamos.
En cuanto regresé empapé un pañuelo y se lo puse en la frente. Se estremeció por el frío. Luego intenté ponerle el termómetro en la boca. Fue difícil. Iniciamos una pequeña pelea porque no quería abrir la boca y apretaba los labios, pero de alguna forma logré persuadirlo.
Esperé unos minutos. Él me miraba, enojado y débil al mismo tiempo. Finalmente lo chequeé.
42°
—¡¿Qué demo...?! —solté, alternando la vista entre su cara y el termómetro—. ¡Pero si me fui unas pocas horas! ¡Tu cerebro está a punto de freírse!
Él parpadeó pesadamente como si tratara de comprenderme.
—¿Sientes algo además de la fiebre? —le pregunté, preocupada—. Vamos, Ax, esto no es una simple calentura. Podrías morirte, ¿entiendes? Debes ser tratado en un hospital...
—¡No! —bramó con voz ronca—. No, aquí.
Y empezó a alterarse.
Intentó levantarse con todas sus fuerzas, pero como eran tan pocas, su cuerpo se tensó hasta tal punto que las venas violáceas brotaron por debajo de su piel y un manchón de sangre se acumuló en su venda.
Claro, la venda tampoco había sido cambiada.
Ax repitió una serie de insistentes: «no, no, no», y comenzó a ponerme nerviosa.
—De acuerdo, de acuerdo —le tranquilicé—. No hospital. Te quedarás aquí.
Se dejó caer de nuevo con el pecho agitado.
Mojé los pañuelos que restaban y se los puse todos encima: sobre el pecho, el cuello, el plano abdomen y sobre los tensos brazos. Lo cubrí de pañuelos helados hasta en los pies.
Sin embargo, seguía hirviendo y temblando.
—Esto no será suficiente... —murmuré.
Entonces se me ocurrió una idea.
Saqué mi celular y le marqué a Nolan. En cuanto atendió lo dije sin más:
—Ax está ardiendo en fiebre, tenemos que meterlo en la bañera.
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