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Advertencia: este capítulo tiene contenido +18. Si a ti no te gusta leer este tipo de cosas, avanza en este capítulo hacia abajo hasta que veas estos simbolos (****) Después de ahí puedes leer para seguir el hilo de la historia sin problemas y entender el siguiente capítulo.

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El peor momento es el mejor

Desde que todas las cosas malas habían empezado a suceder, se había encendido una voz en mi cabeza que no dejaba de gritar: "¡PELIGRO, PELIGRO, ESTAMOS EN PELIGRO!".

En ese ese instante esa voz se apagó.

La advertencia de Campbell dejó de ser importante.

Mi mente quedó totalmente en blanco.

Lo único que existió fue la habitación semi oscura y silenciosa, y Ax frente a mí, con su boca a milímetros de la mía, las puntas de nuestras narices rozándose, y una repentina debilidad producida por el ser consciente de que me tenía contra su cuerpo.

Antes de que yo dijera algo, puso una mano en mi cuello y con el pulgar en mi barbilla me hizo inclinar la cabeza hacia atrás. Besó mi labio superior. Apenas un toque lento, un movimiento pequeño como queriendo decir: primero haré esto, así, para disfrutarte lentamente... Luego separó mis labios con los suyos y empezó movimientos un poco más ansiosos. Con ganas de seguirle le di unas suaves mordidas a las que él respondió rozando nuestras lenguas para profundizar los besos.

Entramos en un momento de inmersión. Él dio pasos hacia adelante y me llevó consigo hasta que mi espalda se recargó contra la pared. Apoyó el antebrazo en ella, por encima de mi cabeza, y presionó su cuerpo duro contra el mío. Ahí el nivel de los besos subió a uno más intenso que me hizo empezar a sentir que el delicioso calor de su boca también calentaba otras partes de mí, y fue obvio que él sintió lo mismo porque poco a poco su respiración se fue acelerando.

Fue relajante. Nos mordimos, rozamos nuestras lenguas, mezclamos nuestros alientos, fluimos sobre nuestros labios, aumentamos la velocidad...

Hasta que me acordé. De alguna manera recuperé algo de sensatez y sin apartarme de él, rompí el beso. En lo que lo vi, Ax respiraba agitado con la boca entreabierta y el pecho subiendo y bajando, aún a milímetros de mi cara.

—Dijiste que te pone débil —le recordé. Mi boca rozó la suya al hablar—. No puedes estar débil si vas a buscar a La Sombra por...

—No —me interrumpió en un aliento. Su voz se oyó ronca, jadeante, afectada por lo intenso del momento—. Ya entendí. Me pone débil porque lo aguanto.

—¿Qué aguantas? —le pregunté con un expectante cosquilleo de nervios.

Ax bajó la mirada porque mientras nos habíamos besado, él había puesto la otra mano en mi cintura, y ahora con sus dedos sostenía el borde de mi camisa. Sospeché que tenía intenciones de... pero, ¿lo haría?

Sí, lo hizo.

En lugar de dar la respuesta, apoyó la frente sobre la mía de modo que nuestras narices quedaron juntas, deslizó los dedos por debajo de la tela y tocó la piel de mis caderas. Inhaló hondamente con un ligero gesto de tortura.

—Las ganas de hacer esto —susurró sobre mi boca—. Contigo.

Y a palma abierta inició un recorrido hacia arriba. Un recorrido que dejó muy en claro que lo que quería con ello era explorar, conocer, descubrir lo que había debajo de la ropa, de mí ropa: mi cintura, mi abdomen, por la piel sobre costillas, de nuevo hacia abajo por el abdomen, otra vez la cintura...

Al instante, las partes de mi cuerpo que podían despertar, despertaron con una sensibilidad húmeda y palpitante. ¿Era real?, me pregunté. Era real. No lo había buscado yo. Él me había buscado a mí, y acababa de tomar la iniciativa. Ahora estaba tocando lugares de mi anatomía que solo en mis fantasías más tontas y de chica adolescente habría imaginado que querría tocar.

De todas formas, algo dentro de mí me exigió comprobarlo. Tal vez la fastidiosa vocecita de Nolan que decía: ¡él no sabe nada de sentimientos!

—¿Te refieres a...? —le pregunté en un susurro muy débil.

—Más —asintió Ax, lento, aún sin abrir los ojos, haciendo fricción con la punta de su nariz y la piel de mi rostro—: Quitarte la ropa, verte, olerte...

El corazón me martilleó durísimo contra el pecho. Quedé sorprendida pero inesperadamente nerviosa. Tan solo oírlo decir eso de esa forma pausada, ronca, susurrante y ansiosa, hizo que las piernas me temblaran, mi pecho se acelerara y los labios se me secaran de ansias de ser besados otra vez.

¿Sí sabía lo que significaba eso?

—Ax, pero... —intentó hacerle razonar una parte lógica de mí.

—Hueles diferente ahora —me interrumpió en un suspiro pesado—. Tu olor... me gusta. Viene de...

Su mano salió y llegó al cuello de mi camisa. No entendí qué harían sus dedos ahí hasta que de repente, sin esperármelo nunca, con ayuda de la otra mano que había estado apoyada sobre mi cabeza, rasgó la tela.

Una mezcla de frío, calor, nervios y asombro me erizó la piel. Esa parte lógica de mí, se convirtió en estática. La vocecita de Nolan ya no se escuchó. Solo oí mi propia vocecita: quieres esto, sabes que quieres esto.

—La piel —susurró muy bajito.

Entonces, rasgó más.

Y más. Y más.

Hasta que mi sujetador y mi abdomen quedaron al descubierto. Solo ahí abrió los ojos y miró hacia abajo con la respiración ya acelerada saliéndole por la boca entreabierta, sin separarse ni un milímetro. Sus dedos tocaron el centro del sujetador en el punto en el que las dos copas se unían. Le vi la misma intención de romperlo, y no quise detenerlo.

No pude detenerlo, así que también rompió el sujetador.

Las dos copas se separaron y mis pechos quedaron desnudos ante él.

Por un momento me atacó una fría ola de nervios, pero eso desapareció en lo que noté que los observó de una forma muy diferente a como me había visto antes. Los observó con interés, con deseo, con un repentino brillo deseoso y hambriento.

Evidentemente, las cosas habían cambiado. Su percepción había cambiado.

Los ojos se me cerraron automáticamente en lo que tocó uno de mis pechos, todavía con su frente pegada a la mía. No llenó su palma por completo, pero él lo apretó con ansias, lo sintió, pasó los pulgares por las puntas, como si siquiera conocer cada parte, grabarse la forma, la suavidad.

Mi mente perdió total conexión con la realidad y una súbita humedad me hizo doler entre las piernas. Lo único en lo que pude pensar fue en que se sentía tan bien, ¡tan bien! Como electricidad, como si su mano dejara efervescencia sobre mi piel, como si cada parte de mí hubiese nacido para ser explorada por él.

En lo que dio un apretón más a la zona más sensible de mis pechos, solté un suspiro rendido a milímetros de su boca.

Eso encendió algo en él y de nuevo atacó mis labios con besos.

Y otro Ax empezó a salir.

El Ax que jamás había tenido momentos así con nadie, que nunca había dejado fluir su sexualidad a pesar de que era un adulto, el que no sabía nada sobre autocontrol, el que por primera vez en su vida estaba experimentando y que por esa razón no era capaz de equilibrar la adrenalina, el impulso y las salvajes sensaciones de estar exci*tado.

Así que se desbocó. El nivel de los besos subió a uno más intenso. Se transformaron. Fueron más rápidos, más necesitados, con más ansias, con desenfreno. Sus manos buscaron mis pechos, mi cintura, mis caderas, como si repentinamente algo se hubiese activado en su interior, una de sus partes antinaturales, poco humanas a las que tal vez tenía que temerle pero que en realidad me produjeron la intrigante e irracional sensación de que podían llegar a ser imparables.

Y otra Mack también salió.

La Mack que no tenía que ser madura para no tomar decisiones tan estúpidas. La Mack que no era más que una adolescente hormonal reprimida, atontada por un chico extremadamente atractivo y peligroso. La Mack que quería tener su primera vez, que quería sentir algo más que miedo, que quería encontrar algo que le devolviera el sentido de la vida que le había quitado la falta de recuerdos.

Con ganas de sentir su boca en otras partes, alcé la barbilla y giré un poco el rostro. Me besó entonces en la mandíbula, el cuello, detrás de la oreja, todo eso mientras me tocaba los pechos, mientras respiraba contra mi piel, mientras la dureza de su entrepierna se frotaba contra mi vientre.

Pequeños gemidos escaparon de mí de forma inevitable. Se me acumuló un delicioso pero exigente dolor en ciertas partes del cuerpo. Reconocí que nunca antes había experimentado una excitación de ese nivel. Quería a Ax para siempre. Quería a Ax aunque fuera peligroso. Quería a Ax aunque nadie entendiera lo que en realidad era. Quería a Ax aunque él mismo no supiera cuánto lo quería.

A partir de ahí, las cosas sucedieron muy pero muy rápido. No nos detuvimos a pensar nada. Él siguió sus impulsos y yo seguí el mío: dejar que hiciera conmigo lo que se le antojara, como se le antojara, porque necesitábamos descargarnos de una vez.

Me tomó por las caderas y me hizo caer en la cama, apoyada de los codos. Colocó las rodillas sobre el colchón y se movió hacia mí con un aire depredador. Vi sus ojos demasiado oscuros, profundos, ardiendo de una excitación caliente e intensa. Deslizó las manos por mis muslos, llegó hasta el botón del pantalón y lo desabrochó. Bajó la tela por mis piernas y lo sacó de un tirón impaciente. Hizo lo mismo con mi braga.

Quedé totalmente desnuda ante él, solo con el sujetador y la camisa rota aún puestas, pero sin ocultar nada.

Me observó fijamente mientras se ocupaba de desabrocharse su botón. Vio desde mis pechos hasta abajo con hambre y necesidad al mismo tiempo. Me sentí en una rara pero excitante situación, como una pequeña presa a punto de ser devorada por una bestia. Me puse ansiosa, impaciente.

Él se quitó rápido el pantalón. El organismo entero se me calentó a punto de ebullición porque vi que llevaba un bóxer negro, y que estaba duro y abultado. Y era sexy. Era lo más sexy que había visto en mi vida. Despeinado, con los ojos ardiendo de ganas, los músculos contraídos, el pecho agitado, las cejas un poquito fruncidas, los labios húmedos y entreabiertos por los besos...

Se colocó sobre mí. Apoyó el antebrazo en el colchón, encima de mi cabeza, y se acomodó entre mis piernas. Pasé los brazos por arriba de sus hombros. Por la posición, mi zona sensible quedó apretada contra su miembro, ambos solo separados por las telas de la ropa interior.

Se sintió tan riesgoso y delicioso a la vez.

No lo dudé.

—Ax —logré pronunciar ya temblando—. ¿Sabes lo que...?

—Sí —me interrumpió, decidido, como si tuviese el control de todo, incluso de mí.

Por un instante me pregunté cómo él sabía lo que debía hacer, pero la respuesta era obvia. Tenía incluso nombre y una extensa base de información:

Nolan.

¿Cuándo se lo había explicado? No fue importante en ese instante.

Estuve segura de que lo que pasaría no iba a ser perfecto o increíblemente romántico como en las novelas y películas. Él nunca había estado con nadie, y yo, pese a que llegué a ciertos niveles antes, tampoco. Pero lo quería. Lo necesitaba tanto como él. Fuese raro, saliera mal, durara poco o mucho, para mí lo significaría todo. Para mí siempre significaría todo.

Y sí, no era el mejor momento ni el mejor lugar para que sucediera, pero tal vez sería el único. No lo dejaría pasar. No esa vez.

Antes de hacer cualquier otra cosa, Ax llevó sus dedos hasta lo más bajo de mi vientre, dejando un camino que me quemó la piel y me cortó la respiración. Entonces, me tocó con las yemas entre las piernas, ahí, en donde más me ardía, dolía y latía en ese momento.

Su toque fue curioso y exploratorio. Solté un ge*mido alto e incontenible que me sorprendió a mí misma. Tuve la impresión de que quería comprobar algo, y que lo comprobó, porque luego pasó a meter su mano dentro de su bóxer, sacó su miembro duro y listo, y lo sostuvo.

Pude habérmele quedado mirando toda la vida, embelesada, intrigada, sorprendida por conocer esa parte de él, pero decidí guiarlo. Coloqué mi mano sobre la suya y entonces lo ayudé a introducirlo en mí.

Su cuerpo se tensó por completo. Cada músculo, cada parte. Apoyó la frente en la mía, y emitió un ronco y caliente suspiro que se entendió claramente como un gesto de alivio, de placer, de descargue. Puso la mano ahora libre en mi rostro, con el pulgar sobre mis labios que tuve que morderme para contener las sensaciones iniciales, esas imposibles de evitar.

Y empezó a ser real, justo como tenía que ser.

Primero demasiado lento para que mi entrada recibiera su tamaño. Estaba extremadamente lista para él, en un nivel de humedad que jamás había conocido, pero aun así cada milímetro me produjo un dolorcito que me hizo soltar algunos pequeños quejidos. De todas formas, mezclados con las ganas, con la sensación de que esa parte suya estaba llenándome, no fueron más que lo necesario.

A Ax, claro, no le dolió nada. Se deslizó pausadamente hacia lo profundo hasta que en cierto punto ya no hubo más para entrar. Entonces, se quedó un momento así, quieto, mirándome. Tuve la impresión de que esperaba algo, de modo que hice un pequeño asentimiento.

Y después empezó a moverse.

Al inicio fue lento y poco. Hacia adentro y hacia afuera. Su aliento comenzó a mezclarse con el mío. El ritmo me hizo sentirlo más piel con piel, menos doloroso, más como algo que encajaba perfecto en mí y menos como algo nuevo que había llegado a mi interior.

Luego, los movimientos aumentaron súbitamente de velocidad. Ax tomó un arranque nuevo. Bajó la mano de mi rostro a mi cuello y empujó las caderas con mayor fuerza hacia adentro. A pesar de que todavía era muy pronto, me gustó ese giro inesperado, así que aferré una mano a sus tensos hombros y la otra a su cabello, y entreabrí la boca para respirar y exhalar más.

El hecho de que no era totalmente humano, de que algo desconocido y animal vivía dentro de él, salió a relucir. Su respiración se fue haciendo más fuerte, sus músculos más contraídos, unas inusuales venitas oscuras y violáceas comenzaron a marcarse por sus mejillas, y sus ojos... Dios santo, en sus ojos las pupilas se dilataron tanto que superaron el límite de lo normal. Le abarcaron casi el iris completo y se vieron sorprendentemente negros.

Pudo haberme dado miedo, pero no. Quería conocer todo de él, incluso sus cambios físicos, por lo que eso solo sirvió para complementar el momento.

Lo hicimos. Perdí hasta la noción del tiempo. Solo supe que él entró, salió, jadeó sobre mi boca, se tragó mis pequeños gemidos y me embistió con ganas, con ímpetu, con fuerza. Supe que mis sentidos desbocados y el cuerpo golpeando rítmicamente contra el colchón, desearon que no terminara nunca, porque el sentir a Ax tan inmenso, descontrolado y poderoso sobre mí, dejando que todo lo que había estado reprimiendo saliera en cada impulso, enviaba desenfrenadas y nuevas oleadas de placer a mi cuerpo.

Más empuje, más jadeos. Hacia adentro, hacia afuera. Mis uñas se afincaron en su piel, su boca rozó mi nariz, mi mejilla, mis labios. Calor, gemi*dos, más humedad, más fricción, más conexión. Más. Más. Más.

Mi mente solo decía su nombre.

Mi cuerpo solo sentía su nombre.

Mi mundo solo giraba por su nombre.

Entendí que la vida normal no sería nada después de haber conocido a Ax. Jamás iba a aceptarla de nuevo por completo si no estaba él. Quería vivir en su universo. Quería compartir su realidad. Quería quedarme para siempre en esa cama, en la primera vez, en la inexperiencia, en lo inusual, uniéndonos a pesar de ser totalmente diferentes, siendo iguales porque ansiábamos el cuerpo del otro sin necesitar razones o explicación.

Así que cuando nos descargamos, fue nuevo para los dos.

Primero yo sentí una onda expansiva entre las piernas, no tan explosiva, pero suficiente para llamar "deliciosa". Un orgas*mo suave que sucedió entre los restos del dolor y la acumulación de las ganas. Tuvo sentido para mí. Aquello había sido improvisado, sin experiencias, sin cuidado. Estuve consciente de ello, pero no me importó.

¿Qué podía importar si ni siquiera sabía qué iba a pasar con nosotros al día siguiente?

Ax, por otro lado, se afincó contra mi cuerpo con más fuerza y dejó escapar un gruñido jadeante, tenso, pero al mismo tiempo liberador. Fue la expresión más sensual y satisfactoria para mí. Una expresión de verdadero orgas*mo.

Ver eso y sentir su descarga caliente en mi interior, envió los últimos cosquilleos de placer a mi zona intima.

Ahí terminó. Una primera vez real, justa, incluso mejor de lo que había esperado.

El aire contra nuestros cuerpos flotó caliente, con un sutil aroma a la piel de ambos. Yo me quedé inmóvil y temblorosa, tratando de recuperar los sentidos, de volver al tiempo real. Ax se quedó quieto, respirando agitadamente, aún con los músculos marcados y los ojos cerrados. Ya en ese momento las delgadas venas estaban extendidas hasta su boca, aún dilatadas, aún con control sobre él.

Puse una mano en su mejilla y alcé un poquito la cabeza. Lo besé lento durante un rato, de forma superficial sobre los labios. Lo besé para que su pecho fuera aminorando la velocidad de subida y bajada. Lo besé para devolverlo a su estado normal, y poco a poco así fue sucediendo. Las venitas oscuras y violáceas que se habían marcado debajo de su blanca piel, desaparecieron hasta que se vio otra vez como el Ax de siempre.

En lo que abrió los ojos ya no tenía las pupilas dilatadas. Eran de nuevo heterocromáticos, pero con un brillo intenso y vivo. Ahí detuve los besos.

No dijimos nada. Yo siempre entendía sus silencios, siempre entendía que para él era mejor actuar, así que pasó su pulgar por mis labios, después deslizó los dedos hacia mi barbilla como en una caricia, siguió por mi cuello, bajó a mis pechos, acarició uno y se fue con la mano abierta hacia mi cintura. Ahí me acarició con cuidado por un rato, como si quisiera decirme: sé que sientes dolor. Yo cerré los ojos un momento y disfruté de eso para relajar mis músculos.

Ya más tranquilos, él separó un poco las caderas de mí y salió de mi interior con lentitud.

Había una mezcla de tintes rojizos y blancos entre nuestras piernas.

—Vamos a lavarnos —le propuse.

Ax se levantó primero y se quitó por completo el bóxer. Yo me senté en el colchón, con los muslos pegajosos, temblorosos y la nueva sensación de que algo se había roto en un punto de mí. Sentí que por eso necesitaba un momento para poder estar de pie por completo, pero para mi sorpresa, él me sostuvo la mano y me ayudó a ponerme en pie.

No me la soltó mientras fuimos hasta el baño de la habitación. De hecho, caminó detrás de mí, casi pegado a mi cuerpo, como si temiera que fuera a caerme y él debiera estar ahí para evitar que diera contra el suelo.

Ya en el baño, encendí la luz y deslicé la puerta de la ducha. Ambos nos metimos en ella. Giré la llave y el agua salió con fuerza, ni tan fría ni tan cliente, solo medio tibia.

Nos quedamos parados bajo el chorro, juntos. Él me puso una mano en la espalda baja y me atrajo hacia sí. Apoyé la mejilla en su pecho y pasé mi mano por su abdomen al mismo tiempo que el agua corría sobre su piel. Toqué las cicatrices, las seguí hasta abajo y luego me devolví al punto inicial, sintiendo la dureza y cada una de las líneas.

Su cuerpo era impresionante, alto, perfecto para permanecer en esa posición por siempre, con esa tranquilidad, con el agua chorreando sobre nosotros. Me pregunté cómo podía salir toxicidad de ahí. ¿Era por esa razón que siempre se percibía tan caliente? ¿Si me quedaba así contra él, me deterioraba más rápido?

—¿Qué estás pensando? —le pregunté en un momento.

—Que no quiero que uses ropa nunca —contestó.

Me encantó que su voz todavía tuviera la nota ronca. Me fue inevitable no sonreír. Aunque fue una sonrisa medio triste.

—¿Te sientes con fuerza?

—Mucha —admitió.

—¿Cómo para acabar rápido con La Sombra?

—Sí.

Cerré los ojos un momento. Él pasó la mano por una de mis nalgas y después la subió de nuevo por mi espalda, todavía demostrando ganas de seguir descubriendo mi cuerpo, de explorarlo, de sentirlo.

Quería que me tocara toda la vida.

Pero...

No tendríamos toda la vida. Al menos yo no.

—Ax, si algo malo llegara a pasarnos... —susurré entre el silencio.

—No —me cortó al instante, como advirtiéndome que no dijera algo así.

Pero tenía que decirlo.

Alcé la cara aún contra su pecho y lo miré. Él me devolvió la vista, serio.

—Sabes que es posible —le recordé—. Sabes que nos pueden atrapar, que nos pueden hacer daño...

Me sostuvo la cara con ambas manos para interrumpirme. Una oscura decisión, algo como una peligrosa promesa que no dudé que podía cumplir, destelló en sus ojos.

—Mataré a cualquiera primero —dejó en claro.

¿Cómo le decía que era él quien nos estaba haciendo más daño que nadie?

—Quiero que me prometas algo —solté. Lo había estado pensando antes de que él apareciera en la habitación. Ahora estaba segura de que era lo correcto.

Él frunció un poco el ceño, aunque sabía lo que era una promesa. Ya antes se lo había explicado.

—Protegerás a Nolan de cualquier forma —le pedí—. Sin importar lo que tengas que hacer para conseguirlo.

—No va a pasarle...

—Prométemelo —insistí, y lo miré con toda la sinceridad que podía expresar—. Él es lo único que siempre he tenido, él es mi verdadera familia, y yo lo arrastré a esto sin pensar. No tengo la capacidad de protegerlo como quisiera, pero tú sí. Así que promételo. Por favor.

Ax permaneció en silencio un momento, solo mirándome.

Después asintió.

—Lo prometo.

Deslicé mis manos por su nuca y lo besé con lentitud por un rato. Él me rodeó la cintura con sus brazos, subió hasta debajo de mis axilas y me apretó contra sí.

No quise pensar en ese instante cómo le diría la verdad. Quise que al menos esa noche, aún con el peligro que había alrededor de nosotros, fuera nuestra, fuera normal dentro de lo anormal. Quise que Ax tuviera algo humano a lo que aferrarse si en algún momento volvía a creer que no lo era del todo. Quise disfrutarlo, dejar fluir mi lado que latía de atracción por él.

Ya mañana le haría más preguntas a Campbell.

En cierto momento, separó nuestros labios unos centímetros. Vi que otra vez sus pupilas se estaban agrandando, que el brillo de exci*tación volvía, y sentí contra mi vientre que su miem*bro estaba un poco más duro.

Inesperadamente, bajó una mano y llevó sus dedos a mi zona entre las piernas.

Me tocó ahí. Una presión suave y curiosa de abajo hacia arriba.

—Te gusta esto —susurró con una nota ronca—. Lo escuché.

Una intensa pero muy intensa punzada me hizo vibrar todo el cuerpo. Se me despertó de inmediato ese punto con un bajón húmedo y caliente.

Lo miré, entre asombrada, nerviosa y repentinamente emocionada.

—Sí —logré decir.

Él asintió, subió los dedos por mi vientre, pasó por mi abdomen y llegó hasta uno de mis pechos. Lo tomó con la mano y frotó el pulgar sobre la punta.

—Y esto.

Tuve que tragar saliva. Mi corazón empezó a acelerarse al igual que mi respiración. De nuevo fue como si las yemas de sus dedos, su piel contra mi piel, dejara efervescencia.

—Sí —admití también, bajito.

Creí que estaba viendo mal, pero se le alzó la comisura derecha un poco. Eso le dio un brillo intenso y travieso a sus ojos cuando acercó la boca a mi oído.

Su respiración me golpeó allí, caliente.

—Enséñame qué más te gusta —me pidió en un susurro.

**************************

Nos dormimos juntos en la madrugada.

Dormir sobre él fue totalmente diferente a cualquier otra cosa. Su cuerpo desnudo desprendió un calor acogedor, seguro, cómodo. Ahí, con mi pecho recostado encima del suyo y una de sus manos en una de mis nalgas, no tuve ningún mal sueño. Fue todo calma, paz, normalidad...

Hasta que amaneció.

Sucedió de repente. Ax se despertó tan bruscamente que dio un sobresalto y me despertó a mí también. Entre mi somnolencia pensé que se trataba de que había oído algo, de que venían por nosotros, así que me espabilé al instante. Quise preguntarle qué pasaba, pero entonces él actuó rapidísimo.

Salió de la cama, buscó el pantalón en el suelo, se lo puso sin bóxer, a toda velocidad, y mientras se lo abrochaba abrió la puerta y corrió fuera, descalzo.

Demasiado confundida busqué mi mochila y me puse la otra ropa, también muy rápido. Cogí mis zapatos y salí con ellos en mano. Me preparé mentalmente para lo peor, busqué valor en lo más profundo de mí.

En lo que atravesé la puerta trasera del consultorio, escuché la voz de Ax:

—¡NO!

Corrí por el pasillo con el corazón acelerado, asustado, y llegué hasta la puerta de la habitación en donde estaba la chica.

Lo primero que vi dentro fue a Ax, de espaldas a mí.

Lo segundo, a ella.

Estaba de pie junto a la camilla.

Había despertado.

Y estaba ahorcando al doctor Campbell. 

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Pues... avemariapurísima.

Espero que les haya gustado. Este capítulo me dio mucho trabajo, porque siempre existe la idea de que en Wattpad los chicos deben ser uno dioses de la follación y en realidad este momento debía ser acorde a Ax y a Mack y a cómo las primeras veces no son del todo como nos las pintan por ahí. Traté de ser lo más real posible y ser fiel a mi idea.

Por si se preguntan, las cosas que sabía Ax se las dijo Nolan en algún momento. ¿Quién vota por tener ese capítulo como extra al final?

¡Los quiero mucho! ¡Abrazos!

Por cierto, ¿ya leyeron el segundo capítulo de Los Chicos de la Élite? Está bueno 🔥

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