
17
Ten cuidado con lo que deseas recordar...
O con lo que recuerdas.
Retrocedí de manera instintiva.
Durante una fracción de segundo creí que eran los horribles ojos amarillos de lo que fuese que habíamos atropellado un rato atrás, que aquella cosa había llegado hasta allí para terminar lo que tuvo intenciones de hacer en la carretera, que no habría modo de evitar lo inevitable.
Pero estos ojos no eran amarillos ni monstruosos. Eran distintos, familiares, grandes, a veces perturbadores y a veces intrigantes. Uno era totalmente negro, como si la pupila hubiera consumido el iris, y el otro era muy claro y normal. Y lo que transmitían, en realidad, era oscuridad y un gran vacío.
—Ax, ¿qué haces ahí? —solté en una exhalación de alivio, aunque no me sentí aliviada del todo.
No le tenía miedo a Ax, pero el asunto de la carretera me había dejado en extremo nerviosa y a la defensiva. Además, esa posición en la que se encontraba era un tanto aterradora: acuclillado contra la pared de la esquina, muy quieto, mirándome fijo como un animal atento a su entorno. A pesar de que la oscuridad de la habitación lo envolvía, como siempre, solo vestía un jean. Tenía los pies descalzos y el torso desnudo. Una venda blanca y limpia le rodeaba el abdomen. El cabello era una mata salvaje y oscura.
—Ax, ¿por qué no estás en la casita de la piscina? —volví a preguntar.
Su respuesta fue bajar la mirada con lentitud y luego arrastrar algo hacia adelante. Tuve que avanzar unos pasos para ver de qué se trataba, pero aun así no conseguí detallarlo bien. Me moví entonces hacia la ventana y descorrí un poco la cortina para que entrara algo de la luz de los faroles de afuera. Luego fui y me agaché frente a él. Sobre el suelo reposaba una de las libretas de dibujo que usábamos para practicar palabras. Junto a ella, un lápiz con la punta gastada.
Ax observó el cuaderno y luego me observó a mí. Ya conocía demasiado sus gestos como para entender que quería que viera algo, así que lo cogí. Él aguardó, expectante. Se me ocurrió que de seguro había practicado solo y ahora necesitaba mi aprobación. A veces le gustaba hacer algo y luego verme para que yo le dijera si estaba bien o no.
Abrí la libreta y empecé a pasar las páginas. Algunas estaban llenas de palabras y cosas que Nolan y yo le enseñábamos. A Ax le costaba tanto leer como hablar. Era muy raro. A veces leía una oración completa y otras veces no podía leer otra oración con las mismas palabras. Tampoco podía escribir. Terminaba haciendo garabatos a pulso tembloroso.
En lo que pasé una página y vi algo, me asusté y solté la libreta de golpe.
Fue un gesto automático por la impresión, como dejar caer una taza en el momento en que se recibe una noticia de impacto. Mi corazón empezó a latir muy rápido, impresionado y espantado. Miré fijamente la página de la libreta, ahora sobre el piso. Era un dibujo. Un perfecto dibujo de un par de ojos amarillos y espeluznantes. Los mismos ojos de aquello que Nolan y yo habíamos atropellado en la carretera.
Lo horrible estaba en la coincidencia, no en el dibujo en sí. Lo había trazado todo a lápiz, pero los iris los había pintado con color. Se veían las cejas, fruncidas en una expresión de furia, y el puente de una nariz incompleta a medida que bajaba. Alrededor eran sombras difuminadas en los lugares correctos y afincadas en los más adecuados. Desde una primera perspectiva parecía algún monstruo escondido en la oscuridad de un armario, bajo una cama, o dentro de un callejón, de una alcantarilla e incluso detrás de un agujero.
—¿Tú dibujaste esto? —le pregunté en un hilo de voz.
Sabía la respuesta. Sabía que sí, pero sentí la necesidad de confirmarlo.
Ax asintió con la cabeza.
—¿Qué...? ¿Qué es? —pregunté también.
Ax contempló su propio trabajo por un instante sin ninguna emoción reconocible. Fue casi como si él apenas lo descubriera también y tuviera que mirarlo detenidamente para darle sentido. Yo no quería verlo. La semejanza era impecable, aterradora y acababa de producirme un montón de dudas. La primera: si Ax no había estado con nosotros en donde Tamara, ¿cómo sabía que habíamos visto eso?
—Strange —dijo finalmente en un susurro.
La pronunciación fue perfecta. La "ge" dicha tal cual saldría de la boca de alguien con el inglés como idioma nativo: estreinch. Mi mente buscó la traducción entre mis conocimientos básicos, pero se detuvo en un solo punto. En un recuerdo. Mil dudas nuevas aparecieron.
—¿Qué es Strange? —le pregunté.
Ax colocó un dedo sobre el dibujo para señalarlo. Luego alzó la mano y se señaló él mismo. Y por último ese dedo se volvió para señalar algo por detrás de mí. Me giré con brusquedad pensando que habría algo monstruoso a mis espaldas, pero no había nada. Me tomó unos segundos entender que lo que en realidad señalaba era mi sombra, proyectada a lo largo del suelo por la plateada iluminación proveniente de la ventana.
La contemplé por un instante, intentando darle sentido a la situación. En cuanto creí tener la idea clara, me volví hacia Ax.
—¿Los ojos, tú y mi sombra son Strange? —inquirí con detenimiento.
—Sombra —repitió él muy bajo.
Y después lo repitió otra vez como si quisiera guardar el sonido de la palabra en sus registros. Entonces también lo capté. No era "mi sombra", sino "la sombra". El recuerdo atravesó mi mente como una ráfaga veloz y definida: la sombra de la estación de policía, aquella figura oscura y extraña entre el fuego que me había indicado la salida. Luego la sombra en medio de la carretera que me había hecho chocar. Y en una ráfaga mucho más rápida y precisa: la sombra entre los arbustos.
Eso era lo que había entre los arbustos la noche en la que Jaden y yo estábamos juntos, la noche en la que él había muerto. Lo que me había asustado, lo que sentí que nos estaba mirando, era La Sombra.
Sentí que comprender todo con tanta rapidez me quitó aire. Tuve que dejarme caer por completo sentada en el suelo. La frialdad del piso de mármol contra la piel de mis muslos me hizo recordar que estaba en ropa interior. En ropa interior frente a Ax. Aunque era lo menos en lo que él se estaba centrando. Su mirada seguía fija en el dibujo, así que no me sentí incómoda, ni rara, sino más bien... a gusto.
—Pero, exactamente, ¿qué significa Strange? —continué preguntándole.
Él desvió la vista del dibujo hacia otro lado, hacia algún punto, nada en concreto, solo fue un gesto de evasión.
—Ax, puedes decírmelo —le insistí con suavidad.
Apretó los labios con fuerza hasta formar una línea. Su mandíbula se endureció y sus cejas se hundieron un poco. Era enojo. Así se ponía cuando Nolan no le entendía algo y le insistía hasta el fastidio. Entonces yo intervenía y nos tomábamos un descanso. Pensé que se trataba de eso, de que estaba presionándole demasiado, que debía parar por mucho que acabara de entusiasmarme el conectar algo nuevo.
Pero agregó algo más:
—No puede.
Lo dijo con suma dificultad en la pronunciación, lentitud entre las silabas y sobre todo rabia, dolor y frustración. No puedo.
En un impulso me arrastré un poco hacia él. Seguía de cuclillas, en esa rara y perturbadora posición en la que se veía a Tarzán en la película de Disney, con una mano apoyada en el piso para la estabilidad. La posición de los monos, una posición prehistórica, reducida, animal. ¿Por qué se colocaba así? No era un animal. No tenía que hacerlo. Ah, pero probablemente le habían hecho creer que sí. Y eso me causaba algo en el pecho, una especie de dolor, algo que podía pasar por lástima, pero en realidad terminaba siendo verdadera tristeza e impotencia.
Me atreví a extender la mano hacia él. Con muchísimo cuidado y lentitud la coloqué sobre la que tenía apoyada en el suelo. Las puntas de mis dedos tocaron sus pálidos pero fuertes nudillos. Una ligera corriente me erizó la piel. Ax hizo un movimiento para apartarse, una reacción defensiva ante algo desconocido, pero no lo solté. Tomé su mano por completo. La mía quedó pequeñísima entre la suya. Percibí la aspereza, la resequedad, las heridas y las callosidades en su palma, y aun así lo impulsé y lo invité a ponerse de pie conmigo y salir de la oscuridad.
—Levántate, no eres un animal —le susurré con suavidad junto a una pequeña sonrisa.
Nos erguimos con lentitud. De pie, me superaba en altura. Era impresionante. Me permití admirarlo durante un momento. Él no tuvo ni idea, solo avanzó conmigo hacia la ventana, con cierta duda y cierta cautela. Nos detuvimos en donde daba más la luz. Su piel adquirió un tono plateado. La sonrisa se me quebró en lo que recordé que en ese mismo espacio Jaden y yo nos habíamos besado antes de decidir salir.
—Y sí puedes hablar —le dije entonces e hice todo lo posible por recuperar la sonrisa para transmitirle seguridad—. Hace unas horas te vi sentado frente a la televisión pronunciando con fluidez y rapidez lo que se transmitía en las noticias. Fue asombroso. Si pudiste hacerlo en ese momento, puedes hacerlo ahora.
Como solo recibí silencio de su parte, añadí:
—Sabes que, sea lo que sea que nos digas que hiciste, Nolan y yo te vamos a ayudar. Yo te voy a ayudar.
Enfaticé eso último y aguardé. Ax observó nuestras manos con extrañeza y curiosidad como alguien que intenta entender por qué sucede algo. Hubo una genuina contrariedad y un desconcierto tan real en sus ojos que me quedó claro que jamás le habían tomado la mano y jamás de ese modo. Quise transmitirle toda mi comprensión para que comprendiera que a esas alturas ya no nos quedaba de otra que llegar juntos hasta el final de aquel lío, pero que no lo lograríamos si no encontrábamos las respuestas.
Y si él las tenía, debía dármelas.
—Enseñaron —pronunció de pronto.
Como siempre, me preparé para interpretar y formar oraciones con sus palabras.
—¿Te enseñaron? —repetí en corrección.
—Si hablar —prosiguió junto a un asentimiento.
—¿Te enseñaron que si hablas...?
—Morir.
¿Moriría? ¿Le habían enseñado que si hablaba iba a morir? Le dediqué una mirada de desconcierto, pero su silencio me indicó que eso era lo que trataba de decir. Era absurdo.
—No morirás por hablar —le aseguré en un resoplido—. Debió ser una amenaza, algo para asustarte y bloquear tus capacidades. Y aquí nadie va a lastimarte por eso, tenlo por seguro.
Sus cejas volvieron a hundirse ligeramente, pero esa vez no en enfado. Miró de nuevo nuestras manos, la mía sosteniendo la suya, y la suya inmóvil allí. Me dio la impresión de que el acto le parecía extraño, nuevo, incomprensible como esas cosas que veía en la televisión y luego me pedía que se las explicara. Si me lo preguntaba en ese momento, no sabría qué decirle. ¿Por qué estaba sosteniéndolo todavía? Ni idea, pero su palma emanaba un calor intenso y raro. Bueno, Ax siempre tenía una temperatura rara. Solía preguntarme por qué, pero quizás era alguna característica propia de él, de lo que era. ¿Qué era?
—Es... difícil —habló. Su boca hizo unos cuantos movimientos de esfuerzo, no salieron palabras y luego sí salieron algunas—: Cuando intento, muero.
O tal vez eso de morir no era tan absurdo...
Traté de darle sentido. Solo se me ocurrió una cosa:
—¿Mueres cuando intentas hablar?
Ax asintió con la cabeza. De nuevo lo miré con extrañeza y confusión.
—Pero si has hablado y estás vivo —le recordé, mirándolo de arriba abajo.
Y vaya que lo estaba, es decir, alcanzaba a ver su pecho subir y bajar por la suavidad de sus respiraciones. Veía esa altura, esos rasgos en su rostro, escuchaba a la perfección el tono masculino de su voz, percibía el calor que provenía de su piel. Y ese físico...
Carraspeé la garganta y traté de enfocarme. Él negó con la cabeza.
—Mi cuerpo —aclaró—. Hablar es morir.
Intenté ordenar la oración en mi mente. Su cuerpo... morir... su cuerpo... ¿va muriendo? ¿Su cuerpo iba muriendo si hablaba?... Pero, ¿era posible? Si lo era... ¡Oh por dios! Salí con brusquedad de mis pensamientos y puse una expresión horrorizada. Le lancé la pregunta con una voz atónita:
—¿Hablar te descompone?
—Débil —me corrigió él.
—Hablar te debilita.
—Jamás hablar —asintió.
Mi horror se quedó estampado en mi cara. No hubo manera de quitarlo. Lo observé de hito en hito. Cada cosa que descubría de él era más espantosa que la anterior. Lo habían lastimado, cegado y privado de su oído para que desarrollara su olfato, lo cual explicaba por qué solía oler las cosas para reconocerlas y por qué su cuerpo estaba repleto de cicatrices. Ahora, de alguna manera, también habían logrado que el hecho de hablar lo debilitara.
Y en cuanto entendí lo que eso significaba, sentí otro dolor en el pecho, uno de culpa, uno de arrepentimiento. Junto a eso, la tristeza y la rabia que producía entender que el ser humano era capaz de ser tan atroz.
—Ax —dije en un susurro ahogado—. ¿Te duele el cuerpo cuando hablas?
Su asentimiento fue lento.
Sí.
Apreté su mano. Fue un gesto inconsciente. También cerré los ojos con fuerza. Sentí un nudo en la garganta, quise golpearme a mí misma. Desde el primer día le habíamos exigido que hablara y le habíamos reclamado por eso. Nos habíamos enojado incluso. Para nosotros eran las respuestas y para él era una tortura. Y aun así, lo estuvo haciendo. Aun así, tuvo el interés de aprender.
—Lo lamento tanto... —me disculpé—. Lo lamentamos tanto.
De repente sentí muchísima rabia. ¿Quién había sido capaz de hacer algo así? ¿Quién o qué lograba convertir el habla en un método de tortura? Lo único que se me ocurría era algún tipo de grupo de científicos locos, algo relacionado a un experimento. ¿De eso se trataba? Pero si todo estaba conectado: la sombra, los ojos y Ax, ¿cuál parte era la científica? Porque todo parecía tan sobrenatural, tan oscuro, tan terrorífico que ni sabía a qué campo atribuirlo.
Me tragué el nudo y respiré hondo para recuperar fuerzas.
—Una cosa más, Ax —me atreví a preguntarle—. Esto de Strange... ¿lo hicieron personas? ¿Fueron las personas que te enseñaron a no hablar y te lastimaron para que aprendieras a reconocer las cosas por el olor?
Esperé su respuesta con unas ansias nerviosas. Si decía que "sí", en verdad tendríamos que cuidarnos las espaldas. Podían estar buscándolo para devolverlo a donde pertenecía y yo no pensaba dejar que eso sucediera. Pero a decir verdad tampoco tenía claro qué haríamos en realidad. Aquello podía ser tan grande, tan peligroso.
Sin embargo, su única respuesta fue:
—Jamás hablar.
Apartó su mano de la mía y en un arranque se dirigió a la puerta. La cerró con fuerza y desapareció.
Esa noche no paré de pensar en que Strange era el nombre de una carpeta bloqueada con contraseña en la laptop de mi padre.
***
Eleanor regresó muy temprano al día siguiente. Vino con todo su equipo de organización de eventos. La casa de inmediato se llenó de gente que planeaba, quitaba y traía cosas, así que ver a Ax fue imposible. Sabíamos que estaba en la casita de la piscina, pero no nos acercamos ni un poco. Por el contrario, nos quedamos en mi habitación, lejos de los gritos y las ordenes.
Yo estaba tendida en mi cama con la laptop de mi padre sobre el estómago, introduciendo posibles contraseñas en la carpeta bloqueada. Todas eran erróneas. Nolan se había tendido en el suelo con los brazos extendidos, mirando fijamente el techo. Junto a él reposaba el cuaderno en donde Ax había hecho el dibujo de los ojos. Ya le había contado todo, y debido a eso había quedado en un raro estado de quietud.
—Entonces tenemos tres sujetos: Ax, el de los ojos amarillos y la sombra —repitió él, pensativo.
—Ajam —respondí desde mi lugar en la cama.
—Y los tres son Strange —prosiguió él.
—Ajam.
—Y Strange es...
—Ni puta idea.
Algo que había pensado —y luego comentado a Nolan— sobre La Sombra, era que me había ayudado dentro de la estación de policía a encontrar la salida. Eso me confundía. ¿La Sombra era igual que aquello de los ojos amarillos? ¿Ambos eran "malos"? ¿Debíamos hablar de maldad? Y estaba también lo de la carpeta llamada "STRANGE", sospechosamente bloqueada. Quizás mi padre lo sabía. Quizás mi padre había estado involucrado y Ax había venido a la casa a pedir su ayuda. Esas eran mis primeras teorías, pero al final no estaba segura del todo. Solo terminaba más liada.
Tecleé más contraseñas.
Nolan volvió a hablar después de un largo y reflexivo silencio:
—Así que no había nada en la carretera cuando volteaste.
Tuve que asegurárselo por onceava vez en el día con un tono monótono:
—Nada.
—Así que eso puede no ser humano —continuó.
—Exacto.
—Así que hay otras cosas en este mundo.
—Sí.
Nolan se apoyó sobre sus codos para mirarme. Tenía unas ojeras violáceas bastante marcadas, parecidas a las que yo tenía siempre y a las que ya me había acostumbrado. Llevaba unos shorts de playa y una camisa de mangas cortas. Había dicho que se daría un baño en la piscina pero terminó por no salir de la habitación como el buen cobarde que era.
—¿Cosas como... vampiros tipo los hermanos Salvatore? —me preguntó con un aire pensativo—. Porque no tendría ningún problema con eso. ¿O quizás hombres lobo como en Teen Wolf? Con lo cual tampoco tendría problema.
Admití que algo así en definitiva habría sido muchísimo mejor incluso para mí.
—Creo que como ninguno de esos —suspiré.
Él volvió a recostarse con los brazos y las piernas extendidas para admirar el techo. Lo escuché exhalar ruidosamente.
—Sí... también lo creo —dijo en un tono bajo y desanimado.
Volvimos a sumirnos en un silencio. Nolan habló de nuevo después de un rato de contraseñas fallidas:
—¿Entonces Ax no es humano? —me preguntó.
—No tengo ni idea de qué es —confesé.
Otro suspiro sonoro de su parte.
—Tuve que haberme escapado con ese circo a los dieciséis años, de verdad... —se lamentó con tono teatral, derrumbado, destrozado—. Mis únicas preocupaciones ahora serían el color de las mallas y cuánto papel higiénico me metería entre las piernas para que el paquete se me viera grande durante la función. No criaturas, ni ojos, ni chicos guapos que aparecen ensangrentados en un patio...
Tuve que interrumpir sus lamentos en lo que me llegó la idea. Me impulsé hacia adelante para quedar sentada en la cama con la laptop sobre las piernas.
—¿Conocemos a alguien que hackee estas cosas?
—Sí, pero hace años que no les hablamos —respondió él y pronunció las palabras como si estuviera demasiado deprimido.
—Pues habrá que hablarles ahora.
Cerró los ojos con fuerza. Puso una de esas exageradas expresiones de abatimiento, como si fuera a llorar en cualquier momento. En realidad no iba a llorar, el drama lo calmaba más que las lágrimas. Se colocó un brazo sobre la cara en un movimiento dramático y trágico.
—Y además somos unos hipócritas —soltó al punto del sollozo falso—. Mi madre suele decir que vamos a arder en el fuego del infierno, y siempre creí que era una ridiculez, pero lo estoy considerando. Y no será un infierno como el que aparece en Los Simpson en donde te llenan el estómago de donas, sino uno feo, muy feo.
Abrí la boca para decirle algo, pero entonces el grito subió las escaleras, atravesó los pasillos y se coló hasta mi habitación:
—¡Mack! ¡Ven ahora mismo!
Eleanor, mi madre. Bueno, lo de "madre" ya se me estaba haciendo difícil de pronunciar. Desde que sabía que había envenenado a mi padre, cada vez que escuchaba su voz me recorría el cuerpo una onda caliente de rabia y resentimiento. Se me antojaba ir a la policía y delatarla, pero luego pensaba en que así no lograría resolver todo lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor.
—O ya estamos en ese infierno... —murmuré con fastidio mientras salía de la cama.
Dejé a Nolan hundirse en su tragedia y fui a ver para qué me llamaba. Caminé a paso lento para tomarme mi tiempo y hacerla esperar, algo así como un pequeño gesto de venganza, pero cuando empecé a bajar los escalones que daban al vestíbulo y se fueron haciendo visibles esos zapatos, ese pantalón, ese uniforme, el arma enfundada en el cinturón, la placa de policía, el cabello rubio... el corazón y todo dentro de mí se aceleró de susto.
Dan, el hermano de Nolan.
Joder. Eleanor estaba frente a él con su falda de tubo, sus zapatos altos y su Tablet en una mano. Nada la molestaba más que la interrumpieran cuando estaba planeando algo que ella consideraba importante, pero en lo que Dan alzó la vista hacia mí y ella se giró para encararme y vi esas cejas fruncidas y esa mandíbula tensa, supe que lo que menos la había enfadado era la interrupción, sino que le acababan de decir algo sobre mí.
Más problemas.
—El oficial Dan está aquí haciendo algunas preguntas que no entiendo —dijo ella con rapidez apenas llegué al último escalón.
Le dediqué una mirada cargada de desconfianza y recelo a Dan. Muy guapo y todo con el uniforme ajustado, los ojos grises y esa cara de actor de algún CSI, sí, pero demasiado metiche. Me habría gustado darle una patada ahí mismo.
—¿Cuáles? —pregunté.
—Dice que deberíamos tener el ojo puesto en nuestro huésped. —Eleanor enarcó una ceja y me observó con severidad—. ¿Cuál huésped?
Mierda.
Mierda.
Piensa algo y que sea inteligente.
O mejor solo piensa algo.
Entreabrí los labios para soltar lo primero que me llegara a la cabeza, pero Dan se me adelantó:
—Axel Müller, ¿no? —dijo con esa voz de oficial pragmático, alternando la vista entre Eleanor y yo—. Me tomé la molestia de investigar un poco y encontré bastantes Axel Müller, pero ninguno coincidía con la imagen de tu amigo.
Eleanor lo miró entre algunos parpadeos de perplejidad y luego se volvió hacia mí. Sus ojos enmarcados por una espectacular capa de rímel estaban abiertos de par en par, confundidos y enfurecidos por esa misma confusión.
—¿Quién rayos es Axel? —me preguntó con algo de exasperación.
Durante un momento no supe qué decir. Mi mente se quedó en blanco. La verdad se me deslizó hasta la punta de la lengua. Podía contárselos. Podía contarles que lo encontramos en el patio y que no sabíamos de dónde venía. Si era una víctima, quizás todo sería más fácil con ayuda experta. Sentí ciertas ganas de soltarlo, pero entonces vi a mi madre y recordé a Tamara muriendo. Recordé lo del veneno. Eleanor también tenía secretos, secretos horribles. Y si ni siquiera podía confiar en la mujer que me había parido, las únicas personas que me quedaban eran Nolan y ahora, de algún modo, Ax.
Fruncí el ceño. Supe con exactitud cómo contestar. Miré directo a Dan con dureza.
—Bueno, gracias Dan, supongo que desvelar una mentira adolescente es de las cosas más interesantes que tienes en tu trabajo —le solté.
Eleanor volvió a parpadear con estupefacción y desconcierto, como si no creyera que eso acababa de salir de mi boca.
—¿Qué mentira de adolescente? —preguntó ella.
—Pues que solo lo metí aquí para follar con él.
Ambos quedaron impactados por igual. No por la palabra, y quizás tampoco por lo que significaba, sino más bien por la simpleza y la naturalidad con la que lo dije, como si también pudiera decirlo frente a todas las personas importantes e influyentes que nuestra familia conocía. Sin duda alguna, Eleanor jamás había escuchado eso de mí. Ni siquiera cuando Jaden era mi novio y tanto ella como mi padre lo sabían. Jaden siempre les agradó. Creían que era un buen chico para mí y por esa razón estaban seguros de que lo nuestro no era precisamente follar en secreto.
—Mack... —pronunció ella, alargando mi nombre como una advertencia de que controlara mis palabras.
Dan carraspeó la garganta y se removió sobre sus pies.
—Señora Cavalier...
—No —le interrumpí a Dan con firmeza—. Mi vida sexual debería saberla mi madre y la estación de policía entera, porque supongo que debe ser muy sospechoso y anormal que una chica de diecisiete años meta a un chico en su casa a escondidas, ¿no?
Dan se llevó una mano a la nuca para rascársela, totalmente incómodo.
—Bueno el caso es que... —intentó decir, pero volví a interrumpirle con rapidez:
—¿O necesito una especie de coartada? ¿Debo buscar en la basura el condón que él usó para confirmarla? ¿O relato a detalle qué me hizo y qué le hice y, sobre todo, en cuál parte de esta casa?
Eleanor intervino al instante:
—¡Mack Cavalier!
Fue un grito alto, demandante, con tanta autoridad materna que llamó la atención del equipo de organizadores que estaban en la cocina, porque una cabeza se asomó furtivamente por la entrada, asombrada. Algunas cosas dejaron de sonar, como si la gente se hubiera detenido para aguzar el oído y pillar el chisme.
Ella se volvió hacia Dan con los labios tensos al igual que el cuello.
—Oficial, gracias por la preocupación —le dijo en un tono moderado y cordial—. Ahora me ocuparé de todo yo misma. —Me miró de reojo con la misma inclemencia que advertía un buen castigo—. Hay algo de cierto en lo que ella acaba de decir: los adolescentes hacen cualquier cosa para acostarse. Solo... esperaba algo mejor de la hija que creo que tengo.
Le devolví la misma mirada, una que transmitía un: la hija que crees que tienes, a lo mejor ni siquiera existe.
Dan asintió, aunque la incomodidad no desapareció de su postura. En verdad había quedado por completo descolocado.
—Tiene razón —aceptó y se esforzó por dedicarnos una sonrisa profesional de buen poli a ambas—. Me retiro entonces. Que tengan un buen día. Y lamento las molestias.
Se giró y fue hacia la puerta. Apenas la cerró al salir, Eleanor me encaró. El reproche, el enfado, la consternación, todo se arremolinó en su cara. Me miró como si quisiera buscar un cinturón y darme un castigo de antaño. Al mismo tiempo, como si también se sintiera decepcionada. Me habría sentido mal por eso si su decepción hubiese sido causada por sus altas expectativas sobre mí. Pero su decepción se debía a que yo no era nada de lo que ella habría querido en una hija. Su decepción era por mi actitud, mi aspecto, mi estilo, mi rostro, mi existencia entera. Y estaba bien. Yo también habría deseado tener otra madre en ese momento. Una que, al menos, no fuera una asesina.
—Así que de eso se trata todo —expresó con lentitud y perplejidad—. Estás con un chico.
—No exactamente.
—¿No exactamente? ¿Entonces qué es?
—Solo nos divertimos —dije con simpleza junto a un encogimiento de hombros.
Apretó la boca con gravedad. La severidad fue lo único reconocible en su expresión. Dio un par de pasos hacia adelante, haciendo resonar los tacones con lentitud, como si ese fuera el sonido de la furia acercándose.
—Te di tiempo, Mack —me dijo al detenerse, tan bajo y con tal seriedad que en otra ocasión pudo haberme asustado—. Te di todo el tiempo que creí que necesitabas por la muerte de tu padre, por la de Jaden, por todas las tragedias que cayeron sobre esta familia. Pero si has tenido las agallas para meter un chico a esta casa y acostarte con él, estás más que lista para enfrentarte a lo que significa madurar y ser un adulto. No más tiempo. No más de tus niñadas. Vas a ir a la universidad que yo diga, y no pienso discutirlo de nuevo.
Me dio la espalda y avanzó. En cuanto sus tacones resonaron con mayor rapidez, todos los ruidos de la casa producidos por los organizadores, se reanudaron. Yo también avancé en dirección a las escaleras, pensando que en realidad no había salido tan mal, pero entonces ella se detuvo y se giró hacia mí. Sus palabras, autoritarias e inflexibles, me tomaron cuando iba por el tercer escalón:
—Y a ese chico, Axel, lo quiero aquí en la fiesta —exigió—. Quiero verle la cara para saber a quién tener que buscar en caso de que se te ocurra meterte en algún problema más grande, o peor aún, arruinar tu vida con un embarazo.
Sin más que decir, se fue y yo quedé plantada en las escaleras.
Pues sí, sí había salido muy mal.
***
Nolan se tuvo que ir a su casa porque su madre tenía un ataque de histeria. Eleanor salió a una cena importante con unos colegas. Al final del día la enorme mansión Cavalier quedó completamente sola, silenciosa y fantasmal, justo como más me gustaba.
Ordené una pizza grande, saqué un pack de Coca Colas del refrigerador y luego fui directo a la casita de la piscina para cenar junto a Ax. Acababa de descubrir que había estado esperando eso durante todo el aburrido día. El momento de hacer algo con él, ver si estaba bien, revisar su herida, compartir la comida. Era lo único que me entusiasmaba un poco después de toda la mierda que había sucedido.
Mientras atravesaba el patio me fijé en que el cielo no tenía ni una estrella. Estaba por completo nublado y la brisa nocturna era tan fría que amenazaba con que seguiría lloviendo por un tiempo. Alrededor de la piscina y del jardín habían dejado arreglos, telas, mesas y sillas para organizar al día siguiente. Solo faltaba un día para la estúpida fiesta. La fiesta en la que Eleanor quería conocer a Ax. Eso era un problema. ¿Y si ella terminaba reconociéndolo de algún lado? ¿Sería bueno o sería algo malo?
Abrí la puerta de la casita con la llave (la había dejado cerrada por si a alguien se le ocurría husmear), y entré. Me las arreglé para presionar el interruptor de luz aun sosteniendo la caja de pizza y el pack de coca colas. En cuanto el interior se iluminó, no vi a Ax, pero como podía estar en el baño o en la habitación, no le di mucha importancia.
—¡Traje pizza y Coca Colas! —anuncié con ánimo.
Dejé todo sobre la mesita de la sala. Se me ocurrió encender la tele, pero preferí esperar a que él apareciera hambriento y desesperado por tragar todo sin masticar demasiado. Acababa de descubrir también que eso me parecía muy divertido.
Miré hacia los lados, esperando.
Pasó medio minuto.
—Es de la que te gusta con anchoas y un montón de peperoni —agregué en un canturreo para provocarlo.
Aguardé un momento. Las palabras "cena" o "pizza" solían atraerlo de inmediato. Pensé que decir "peperoni" y "anchoas" funcionaría para que dejara lo que estuviera haciendo y viniera al tiro, pero de repente fui consciente de que el lugar estaba demasiado silencioso y quieto. De hecho, sospechosamente silencioso y quieto.
Me moví hasta la habitación y me asomé. Vi la cama vacía. Fui hacia el baño y me asomé con mucho cuidado echando apenas un ojito por si estaba desnudo, pero tampoco estaba allí. La idea de que se había escapado me pasó por la mente, pero luego recordé que ni siquiera le gustaba salir de la casa. Probablemente estaría deambulando por el patio, o de nuevo estaría tirado entre los arbustos, o... Se me ocurrió algo mucho peor. ¿Y si aquello de los ojos amarillos había venido y entonces Ax...?
Demonios. Una corriente de nervios y temor me atenazó. Salí disparada hacia la puerta de entrada, dispuesta a recorrer el patio entero para encontrarlo, pero entonces me detuve a medio camino y giré la cabeza.
El armario. No había revisado el armario.
En lo que abrí la puerta apenas unos centímetros, vi el cuerpo acurrucado contra la oscuridad. Se abrazaba a sus propias piernas y tenía la cabeza hundida entre ellas. Exhalé de alivio. Sí, esas eran el tipo de rarezas que solía hacer. Hasta ahora ni siquiera sabía por qué el armario le gustaba tanto.
—¿Por qué te metes ahí? —le pregunté con cierta diversión.
Como sabía que no iba a responder, me giré para ir otra vez hacia la pizza, abrir las latas y prepararlo todo.
—Hoy solo cenaremos tú y yo porque Nolan tuvo que irse —comenté en el camino—. Ya sabes, su mamá. Si él no aparece un par de días, cree que se fugó con una "secta homosexual". Y justo así lo dice ella: secta homosexual. Suena horrible. Esa mujer habla horrible, en serio. Si te contara que una vez ella...
Pero no completé la anécdota en cuanto me di cuenta de que el silencio seguía de fondo. Cerré la boca y miré de nuevo hacia el armario. La puerta estaba abierta, pero Ax no se había movido. Qué raro. Si acababa de decirle que íbamos a cenar... ¿Acaso no me había escuchado?
Intenté otra cosa. Me incliné y abrí la caja de pizza para que el delicioso y tentador olor se liberara. Volví a ver hacia el armario. Esperé un momento a que detectara el aroma. Sin embargo, se mantuvo en esa misma posición, encogido e inmóvil. Y en ese instante, sí empecé a preocuparme.
—¿Ax? —le llamé a medida que di unos pasos en dirección al armario—. Es hora de cenar.
Enfaticé la palabra "cenar", pero nada. Permaneció estático con la cabeza oculta entre las piernas.
—Ax —volví a intentar—. ¿No tienes hambre? Al menos mueve la cabeza para decir sí o no.
No lo hizo. Me detuve bajo el marco de la puerta. Con lentitud me acuclillé frente a él y lo miré durante un momento. ¿Estaría dormido? ¿Se había dormido en esa posición? Era posible. La conducta y las reacciones de Ax eran rarísimas la mayoría de las veces. Quizás...
—¿Te sucede algo? —pregunté por tercera vez.
Y al no obtener nada, todavía de cuclillas, coloqué ambas manos sobre su cabeza y la impulsé hacia atrás para que la levantara. Apenas vi su rostro, casi caí de culo hacia atrás. Solo logré equilibrarme porque apoyé una mano del suelo.
Su rostro... no, su estado entero. Dios santo. Tenía la boca entreabierta y jadeante. La piel se le había enrojecido de un modo parecido al que adquiría la cara durante un estrangulamiento. Algunas venas se le marcaban en las sienes. Las cejas estaban arqueadas. Su respiración era acelerada. La tomaba por la boca también, como si por la nariz no fuera suficiente. El pecho le subía y bajaba con violencia. Las manos las tenía inflamadas, entrelazadas y aferradas a presión alrededor de sus propias piernas. Y sus ojos... estaban inyectados en sangre, húmedos, abiertos de par en par, más grandes que nunca, cargados de miedo, de espanto, de horror.
—Ax, ¿qué tienes? ¿Qué...? —le susurré con preocupación al tiempo que dirigí una mano hacia él.
En lo que intenté tocarlo, su reacción fue abrupta y violenta. Se echó hacia atrás con rapidez como si hubiera tratado de lastimarlo. Sacudió la cabeza de un lado a otro y se acurrucó más hacia el fondo del armario para protegerse y resguardarse.
—No —empezó a decir entre balbuceos de oposición—. No. No. No. No...
Me quedé paralizada de la estupefacción. No entendí qué estaba sucediendo. Ax me observó, pero la manera en la que lo hizo me dejó aún más atónita y asustada, como si yo fuera algo atroz, algo abominable, algo temible y me tuviera muchísimo miedo. Tampoco comprendí por qué con desesperación intentó retroceder mucho más a pesar de que la pared del fondo pautaba el límite del espacio del armario. Era como si quisiera ponerse a salvo, como si pensara que iba a morir...
Un ataque de pánico. Eso era. ¡Estaba teniendo un ataque de pánico! A veces, Nolan los tenía también, por esa razón sabía con exactitud qué hacer. Pero Ax era diferente a Nolan... ¿y si no funcionaba? De todos modos, traté.
Primero, no iba a lanzarme sobre él para gritarle: "¡Estás bien, contrólate!", no eso jamás se hacía. En cuclillas retrocedí un poco para que entendiera que no tenía ninguna intención de abordarlo o de lastimarlo. Debía darle espacio y hablarle con calma. Debía recordarle que todo pasaría, que quizás podía intentar relajar su estómago para respirar un poco mejor. Podía recordarle que estaba a salvo, pero la situación variaba según la persona. Por ejemplo, a Nolan le calmaban los ejercicios de respiración y los conteos. No sabía cómo funcionaría con Ax. Jamás lo había visto así. Siempre parecía fuerte, intimidante, y ahora... ahora se veía tan débil, tan vulnerable, tan... tan víctima.
—Ax, soy yo, Mack —empecé a decirle con mucha suavidad y cuidado—. Estoy aquí contigo.
Intentó refugiarse mucho más. Se impulsó hacia atrás con sus pies. Su cuerpo golpeó la pared con algo de fuerza y levantó una nube de polvo.
—Estamos en mi casa, ambos —proseguí—. No estás solo y estás a salvo.
Continuó respirando con fuerza por la boca. Trató de retroceder todavía más. Soltó sus manos y las aferró a la pared. Palpó con desespero y entendió que no podía seguir alejándose. Los ojos, desorbitados y grandes, me recorrieron con horror. Tenía miedo. Estaba asustado. Probablemente ni siquiera me reconocía. Quizás me veía como las personas que lo había lastimado y si no dejaba de verme así, las cosas podían ponerse feas.
Debía calmarlo cuanto antes, hacerlo regresar a la realidad.
—Sé que tienes miedo y eso es porque estás teniendo una crisis —volví a decirle, detenida y comprensiva—, pero va a pasar. Va a pasar muy rápido. ¿Qué tal si cierras los ojos y dejas que tu cuerpo libere todo eso?
Aguardé un momento. Sin embargo, su pecho empezó a subir y bajar con mayor agite. De nuevo palpó la pared detrás de sí y de un momento a otro comenzó a darle golpes como si quisiera tumbarla para crear una vía de escape. Mi corazón empezó a acelerarse. Tragué saliva. Estaba en extrema crisis. ¿Y si no se controlaba? ¿Y si se asfixiaba por completo? ¿Y si se ponía violento? ¿Y si no era capaz de ayudarle?
Lo intenté de nuevo. Los golpes que daba a la pared eran sonoros y me ponían aún más nerviosa y asustada. La voz amenazó con temblarme, pero la controlé:
—Sé que es difícil y que no puedo imaginar por completo lo que sientes —seguí hablando—, pero estoy segura de que estás a salvo, de que sea quien sea que te haya lastimado alguna vez, no está aquí. Solo estoy yo, acompañándote. Estás a salvo, Ax. Nadie va a lastimarte. Yo nunca voy a lastimarte, ¿de acuerdo?
Continuó golpeando la pared. Un golpe seco tras otro. La mirada fija en mí, aterrorizada. La respiración convulsiva, caliente, exigente. Quise tocarlo, pero sabía que solo lo empeoraría.
—Soy Mack —le susurré y le dediqué una mínima sonrisa de empatía—. ¿Recuerdas? ¿Me recuerdas? Mack...
Eso pareció funcionar de algún modo. El siguiente golpe que dio fue débil. Y el siguiente, más débil. Y el siguiente, apenas un toque a la pared. Aguardé. Dejó las palmas quietas. Le temblaban con notoriedad. Se dedicó a respirar y a mirarme. Pecho arriba, pecho abajo. Solo se escuchaban sus jadeos, salvajes y desesperados. Seguí aguardando. Con lentitud, sus cejas arqueadas fueron relajándose. Volví a tragar saliva, esperanzada y muy nerviosa. Mantuve la pequeña sonrisa para transmitirle seguridad y compañía.
Permaneció así durante un momento.
Esperé.
Siguió mirándome, inmóvil.
Esperé, esperanzada.
Quise decirle algo más, pero lo vi mover un poco la boca. Extrañada, me incliné unos centímetros hacia adelante para verlo mejor. ¿Qué hacía? ¿Decía algo? ¿Estaba hablando? Me incliné un tanto más...
—Recuerda... —pronunció él en un susurro demasiado bajo y débil—. ¿Me... recuerdas? —repitió.
Por un instante sentí que era una pregunta, pero comprendí que solo estaba repitiendo mis palabras. De cualquier modo, me alivió. Había funcionado. Se estaba relajado. Lo miré con atención. Sí, se mantuvo quieto. La respiración comenzó a apaciguarse poco a poco. Me atreví entonces a dar un pequeño y cauteloso paso hacia adelante. No se alteró. Di otro. Tampoco se alteró. Muy bien.
—Estoy aquí —le susurré con afabilidad—. Y estás a salvo.
Era el momento del contacto. En esa parte solía abrazar a Nolan, pero Nolan no estaba traumado psicológicamente como Ax, así que no podía irme de lleno con un gesto así. Debía ser en extremo cuidadosa, tan solo darle algo que le demostrara afecto y seguridad. Me decidí por tomar una de sus manos, cuyos dedos temblaban.
Extendí mi mano con lentitud y precaución. Él seguía mirándome fijamente el rostro. Me aseguré de mantenerle la mirada también, de no apartarla por mucho que me inquietaran los suyos. No quería que sintiera rechazo ni abandono. La conduje con lentitud en dirección a la suya. Descubrí que mis dedos también temblaban un poco, de modo que tomé aire para equilibrarme.
La extendí más, más, más, más, y entonces...
Apenas las puntas de mis dedos tocaron sus nudillos, el recuerdo atravesó mi mente en una ráfaga clara e inconfundible:
"Una mano hacia otra. Una mano pequeña, de una niña. Niña de ocho años. Niña de piel clara con largo cabello negro. Yo. Yo era la niña. Mi mano estaba extendida hacia el frente, en dirección a alguien, y una sonrisa amplia estaba estampada en mi cara.
—Ahora sí —dije con una voz aguda, infantil y muy animada—. Soy Mack, ¿y tú cómo te llamas?
La segunda mano se extendió hacia mí también. Una mano de un niño. Niño de... no supe cuántos años. Mano blanca, uñas sucias, algunas magulladuras. Solo veía la mano y el antebrazo. Nada más.
—Ax.
Y nuestras manos se apretaron la una a la otra."
El recuerdo desapareció tras un resplandor. Cuando volví a concentrarme en la realidad, la vi borrosa por las lágrimas acumuladas en mis ojos. Los apreté con fuerza. Las lágrimas cayeron. Descubrí que todo el miedo y los nervios se habían desvanecido de repente. Solo había una cosa dentro de mí, una sola sensación: emoción.
Ax seguía delante de mí, acurrucado contra la pared con la mirada desorbitada, aunque menos horrorizada que un momento atrás. Su respiración era más tranquila. Observé mis dedos sobre sus nudillos y completé el agarre a su mano. La sostuve y en cuando la envolví justo como en el recuerdo, solté una risa. Y la risa se convirtió en otra, inevitable, feliz y conmovida. Risa de entusiasmo, de que acababa de entender y recibir algo que había estado esperando por mucho tiempo, algo valioso y perfecto.
—Te recuerdo —le dije—. No del todo, pero te recuerdo.
Ax echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Soltó mucho aire por la nariz. Volví a mirar nuestras manos. Así que nos habíamos conocido hace años. ¿Por qué ese recuerdo estuvo tan bloqueado? ¿Y en dónde estaba lo demás? Quería recordarlo por completo. Quizás muchas respuestas estaban allí. No había logrado ver el resto de Ax en ese trocito de memoria, tan solo el momento en el que nos dijimos nuestros nombres. Tenía que haber más. Posiblemente... posiblemente yo sabía en dónde él estuvo. ¿Sabría también quién lo había lastimado?
Logró calmarse. Tardó unos minutos, pero luego lo animé a salir del armario. Me ocupé de mandarle un mensaje a Nolan para informarle sobre lo sucedido y luego le pregunté a Ax si quería comer, pero vio la caja sobre la mesita, desvió la vista hacia el suelo y negó con la cabeza.
Después quedó en un estado de ausencia absoluta. Ni se movió solo, ni hizo más que ver el piso y respirar. Así que lo conduje hacia la habitación. Allí le pregunté si quería que le cambiara la venda del abdomen. No dijo nada tampoco. Entonces me ocupé en eso.
Busqué el botiquín, me senté en la cama y lo dejé sobre mi regazo. Ax se quedó frente a mí, de pie. Comencé a desenvolver la venda con cuidado. En cuanto la retiré toda, me quedé mirando con curiosidad la herida, o lo que quedaba de ella. Ya era una línea cicatrizada con color de piel e incluso menos abultada. No necesitaba nada, ni ser limpiada, ni tener una venda encima. Era simplemente asombrosa la rapidez con la que había llegado a eso. Era tan impresionante que tuve que tocarla para comprobar si no era un engaño.
La palpé con mi dedo índice y el de en medio. Por un instante, una nueva y extraña sensación de nervios me recorrió el cuerpo. La misma de cuando Ax me tocó la herida, la misma de cuando había tomado su mano anoche entre la oscuridad, la misma de cuando admití que estar en ropa interior frente a él me hacía sentir a gusto. Gusto. Eso era. Cada vez que tenía contacto con él, me gustaba...
La voz de Nolan sonó en mi cabeza:
¿Quieres aceptar que te gusta?
Pero me había negado a cualquiera de ese tipo de cosas porque Ax era, pues, un extraño, ¿no? Un total desconocido. Ahora que sabía que no lo era del todo, me sentí diferente, como si la... ¿atracción? hacia él tuviera más sentido. Recordé incluso la mentira que le había dicho a Eleanor por la mañana. "Lo metí aquí para follar con él", y una especie de cosquilleo, de corriente, de algo nuevo se despertó dentro de mí.
Estaba emocionada porque la sensación de familiaridad no había sido falsa. No me había equivocado. Lo conocía, pero mis recuerdos estaban tan perdidos... Siempre estuvieron perdidos, y con él, de alguna forma, los encontraba. No sabía estaba agradecida, feliz o en deuda con Ax. No sabía con exactitud qué sentía sobre él.
Así que la tercera cosa de la que acababa de darme cuenta era de que Ax me confundía como un chico normal lograba confundir a una chica normal. ¿Qué tan mal estaba esto?
Miré hacia arriba con los dedos todavía sobre su herida. Él seguía inmóvil con los brazos lánguidos y la mirada fija, exhausta y perdida en algún punto del vacío. La mano del niño de mi recuerdo se había visto tan pequeña... Ese niño se había convertido en lo que tenía en frente, en alguien impresionante, atractivo de una manera extraña. Quizás yo... Quizás sí... Quizás...
No. Quizás nada. No era correcto. Ax no sabía nada sobre relaciones o atracción u hormonas adolescentes. No podía tener esas ideas sobre él. Yo solo debía ayudarlo. Solo era su amiga. Nada más.
Sacudí todos esos pensamientos. Suspiré y cerré la caja de primeros auxilios. Me levanté y la dejé sobre la mesita de noche. Luego tomé la mano de Ax y le indiqué que se acostara en la cama. Quedó boca arriba, todavía ausente. Apagué la luz y luego volví a la cama con él. Me recosté también, de lado para mirarlo con atención. Si tenía otro ataque, en definitiva estaría ahí para ayudarlo.
Claro que me quedé dormida, pero no mucho rato después desperté por una voz. Era Nolan. Asomó la cabeza por la puerta y nos observó a ambos con una sonrisa amplia y pícara:
—Supe que alguien tuvo una crisis —canturreó—. Y vine urgente y traje lo ideal para superar una crisis. —Entró de un salto mostrando una bolsa—: ¡Helado y películas!
Esa noche pusimos comedias románticas. Nolan y yo buscamos cucharas y comenzamos a comer. Ax se quedó tendido en la cama, ausente. Entonces, negados a crear un aire de tristeza y desánimo, o de preocupación y miedo, empezamos a contarle de qué iban esas películas, quienes eran los actores y cómo habían sido icónicos en sus tiempos.
En cierto momento, a Ax se le antojó comer helado. Y para cuando eran las tres de la madrugada, ya estaba sentado junto a nosotros en el suelo, tragándose un bote él solo y preguntando qué significaban las cosas. Mientras Nolan le explicaba con esa efusividad que lo caracterizaba, los miré a ambos.
Por primera vez, nada me faltó. Ni un recuerdo, ni una verdad, ni una emoción. Estuve cien por ciento completa. Sentí que era justo el sitio en donde quería estar, y que esas eran las personas con las que quería estar.
Entonces llegó el día de la fiesta.
Y todo, finalmente, comenzó a conectarse...
——
¡Hola, Strangers!
¿Cómo los trata la vida? ¿Cuánta verga han valido hoy? Askjjkas.
¿Les gustó el capítulo? A mí me encantó. Lo edité con mucho esfuerzo. Igual lamento si hay errores. Luego iré corrigiéndolos.
Sé que les dije que después del 17 iban a saber todo sobre el proyecto del que forma parte la historia, pero me dijeron que por el momento todavía no puedo hablar de ello. Pero pronto sabrán, tranquilos. Mientras, solo concentrémonos en cómo va la historia.
Mack recordó alguito, awns.
La cosa es: ¿podemos confiar en esos recuerdos?
¿Adelanto?
Las fiestas de los ricos e influyentes, a lo mejor no son tan aburridas...
Hay un chico extraño de invitado.
Y un invitado que nadie espera.
Además, Ax se viste de traje. ¿Se imaginan lo lindo que se vería?
Pues así:
¡Besazos!
Alex Cox.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro