
16
*Las explicaciones las encuentran en la nota del final.
Parece que he visto un lindo monstruito
Intentamos hacer que Ax nos acompañara al departamento de Tamara a donde ella misma, antes de morir, me había enviado a buscar respuestas, pero obviamente no lo logramos ni porque le rogamos.
Sabía muy bien que a Ax no le gustaba la idea dejar la casa y por esa razón me rendí al instante, pero Nolan —que cuando quería afincarse se afincaba— trató de meterle una psicología aterradora para que cambiara de opinión. Se le plantó en frente con los brazos cruzados y los ojos entornados y retadores, e intentó presionarlo con preguntas muy rápidas:
—¿Y si los tipos raros regresan? —le preguntó Nolan.
—Aquí —respondió Ax con firmeza.
Tenía los ojos igual de entrecerrados y se mantenía en la misma postura de Nolan, como si ambos fueran unos vaqueros del lejano oeste a punto de enfrentarse en plena sala de la mansión Cavalier.
Nolan no se rindió fácil:
—¿Y si se empieza a quemar la casa?
—Aquí.
—¿Y si se rompen las tuberías y comienza a inundarse?
—Aquí.
—¿Y si fallan los cables eléctricos y explota todo aparato dentro de las habitaciones?
—Aquí.
—¿Y si de repente hay un terremoto y las paredes comienzan a desmoronarse al igual que el techo y de manera inevitable se produce un incendio que se extiende con mucha rapidez causando que todas las salidas se cierren por los escombros?
A pesar de la rapidez de esas palabras y de lo aterradoras que sonaban, Ax no se inmutó en lo absoluto. Su expresión se mantuvo igual.
—Aquí.
Nolan entornó un momento más los ojos. Ax hizo lo mismo. Pensé que terminarían discutiendo, pero de pronto Nolan se volvió hacia mí con una expresión relajada en el rostro.
—Creo que no quiere ir —anunció con un encogimiento de hombros.
Ah, y por si habían quedado dudas: Nolan era un poco estúpido a veces.
Giré los ojos y por mi parte fui a mi habitación, me puse una sudadera con capucha y luego volví a bajar a buscar las llaves de mi auto y a darle algunas instrucciones a Ax.
Eleanor no regresaría hasta el día siguiente, pero aun así le recordé que debía esconderse muy bien en caso de que alguien apareciera. Él asintió para demostrar que había entendido. Confié en que sabría cómo actuar en cualquier circunstancia imprevista. Su mirada y su postura se veían normales. Esa actitud extraña que había presentado frente al televisor, ya había quedado atrás.
Con todo listo nos aseguramos de dejar a Ax dentro de la casita de la piscina y entonces nos fuimos solo Nolan y yo, como siempre, en equipo.
A pesar de que era de madrugada, de que el cielo seguía denso y de que caía una lluvia perezosa y fría, consideré que era el momento perfecto para salir a buscar respuestas. Cuando Eleanor llegara, de seguro querría tenerme el ojo puesto, así que dejar la casa sería imposible. Además, estaban sucediendo demasiadas cosas y me era inevitable no pensar en que sucederían muchísimas más si no llegábamos al fondo de aquel misterio. Para rematar, algo me decía que todo tenía que ver con Ax. Era esa misma sensación indeterminable pero insistente que me empujaba a creer algo que al mismo tiempo no podía confirmar.
Y... por cómo iba todo, mis presentimientos parecían ser más reales de lo que creía.
Nolan condujo. Cuando llegamos avanzó lento mientras mirábamos con cierta inquietud, a través del vidrio delantero, lo que teníamos en frente. Un conjunto de nueve edificios se alzaba por debajo de un cielo negro y apocalíptico. Tamara una vez nos había mencionado que vivía allí, pero nunca la visitamos porque la zona no tenía muy buena reputación. Cada bloque era de al menos doce pisos diseñados para solteros y ni siquiera parecían pertenecer al pueblo. Estaban descuidados y su aspecto era sobrio, gris, tan simples que incluso la idea de vivir allí asustaba y deprimía un poco.
Nolan aparcó junto a un farol cuya bombilla se había fundido y el vehículo quedó entre las sombras. Salimos de él a paso apresurado hasta atravesar la rejilla que marcaba la entrada al edificio. Tenía el candado roto y los barrotes oxidados.
Para empeorar las circunstancias, cuando ingresamos al bloque de Tamara descubrimos que tampoco había un ascensor. Tuvimos que subir unas escaleras silenciosas, oscuras y tenebrosas hasta el piso once. Nolan no paró de enumerar las posibles maneras en las que un asesino serial o un espíritu sobrenatural nos mataría allí mismo. Y estuve a punto de gritarle que se callara porque me ponía más nerviosa de lo que ya estaba.
Ya en el piso once fuimos hasta el apartamento 30- 2 e introdujimos la llave que me había entregado Tamara.
Entramos.
El interior del apartamento, en su mayoría, estaba en penumbra. Tan solo la débil luz del único farol de la calle que funcionaba, se colaba por los laterales de un ventanal cubierto por una gruesa cortina gris. Algunos objetos se delineaban de manera sombría: muebles, televisor viejo de cajón, mesita de café, estante, maceta con planta y la —he de admitir— fea moqueta.
El espacio se veía pequeño en comparación al tamaño del edificio. Y de hecho, lo era. La cocina era un pasillo corto y estrecho que estaba conectado con la sala. Al fondo, un simple pasillo daba a las habitaciones. Era todo tan reducido que sentí un aire claustrofóbico. En un intento por obtener al menos alguna luz, me moví para accionar el interruptor junto a la puerta, pero Nolan me detuvo al sostenerme la muñeca.
Su agarre fue tan repentino que di un saltito y el corazón se me aceleró.
Sí, estaba nerviosa.
—No, no la enciendas —me ordenó en un susurro.
—¿Por qué no? —susurré también.
No podía detallarle el rostro del todo porque allí parado era una silueta esbelta y oscura, pero alcancé a ver lo que pudo ser un gesto de obviedad.
—Pues porque Tamara está muerta y ya nadie vive aquí. Si alguien ve una luz encendida sabrán que vinimos y obviamente lo que menos queremos es ser sospechosos de algo. Dah.
—¿Y cómo vamos a ver entonces? ¿Con nuestro súper poder de visión nocturna?
Nolan me soltó la muñeca al mismo tiempo que emitía un resoplido de hastío, como si hubiera algo obvio que yo todavía no captaba. Hundió la mano en uno de los bolsillos de su jean, sacó su celular y encendió la opción de la linterna.
—¿Por qué crees que la linterna es una herramienta esencial en un teléfono moderno? —dijo mientras me apuntaba toda la luz en la cara—. Porque las compañías telefónicas saben que en algún momento de nuestras vidas tendremos que infiltrarnos en un lugar oscuro y aterrador y esto es lo único que tendremos a la mano.
Resoplé y le di un manotazo para que alejara la luz que no me permitía ver nada.
—Ya estás diciendo tonterías.
Él apuntó la linterna en otra dirección, pero alcancé a ver cierta aflicción en su cara.
—Sí, es que tengo miedo —murmuró.
Pero en realidad era una buena idea, así que también saqué mi celular, encendí la linterna y desde el mismo sitio moví la mano para hacer un escaneo panorámico del apartamento. A medida que la luz iluminaba los espacios y dejaba otros en oscuridad, admití que por primera vez no me pareció exagerado que Nolan tuviera miedo.
El sitio estaba tan descuidado como la fachada del edificio, como si allí hubiera vivido alguien sin orden ni pulcritud. Los muebles eran viejos, opacos y daban la impresión de haber sido sacados de una venta de garaje. Como plus, el silencio era tan denso que realzaba el hecho de que ahora Tamara estaba muerta y esas habían sido sus cosas. Todo desprendía un aura lúgubre y fría. Incluso en la cocina habían quedado un par de sartenes sobre la estufa. En el lavaplatos había unos cuantos vasos sucios. Si no sacaban eso cuanto antes, terminaría por oler muy asqueroso.
El departamento era, en pocas palabras, un cochinero.
—Bien, ya estamos aquí —pronunció Nolan a mi lado—. ¿Qué te dijo Tamara que tenemos que buscar?
Por la impresión, durante un segundo olvidé que estaba allí, de modo que me giré hacia él de forma maquinal. Tardé un momento en procesar su pregunta. En mi mente estaba diciéndome a mí misma que jamás me habría esperado que Tamara viviera en un lugar tan... decadente.
—No tengo idea —admití.
Nolan se volvió con brusquedad. Frunció las cejas, entre desconcertado y pasmado. De seguro había pensado que yo lo tenía todo claro. Que aquello sería llegar, encontrar el "algo" que Tamara me había enviado a buscar y salir felices y contentos.
—¿Qué? ¿No te lo dijo? —soltó en un susurro exasperado—. ¡Pensé que te lo había dicho!
—¡Estaba muriéndose, Nolan! —defendí al instante por su reclamo—. ¡Se lo pregunté, pero solo escupió sangre y me dijo que me fuera antes de que también me mataran a mí!
Nolan exhaló y de nuevo alumbró la salita entera. Se pasó la mano por el cabello con frustración ante lo que tenía en frente. Incluso yo lo entendía: ¿qué había que encontrar en un lugar tan horrible y desconocido? ¿y cuánto tiempo nos tomaría? ¿cómo lo reconoceríamos?
—Ajá, perfecto, solo en una puta película alguien te manda a que busques algo pero no te dice qué —murmuró entre dientes—. No sé qué creyó que somos, Hermione que lo resuelve todo mágicamente o Sherlock Holmes que lo deduce o algo así...
Nolan comenzó a moverse en pasos inquietos mientras refunfuñaba. Cuando dejé de entender lo que decía, le puse una mano en el brazo y lo detuve. Fue en parte para que dejara de moverse y se concentrara, y en parte para tranquilizarlo un poco.
—Mira, tiene que ser sobre mi ma... —Me pausé, carraspeé la garganta y me corregí—: Sobre Eleanor, ¿no? Sobre el veneno, pero al mismo tiempo algo sobre lo que... ¿mató a Tamara?
Nolan hizo una mueca de: esto será difícil.
—Solo busquemos cosas raras y a la primera que encontremos esa es —propuso.
Y al final, las ideas de Nolan que sonaban más estúpidas eran las mejores a seguir.
Nos separamos, aunque tampoco había mucho espacio que explorar. Él se quedó en la sala hurgando en el estante de libros y yo decidí adentrarme en el oscuro pasillito en dirección a las habitaciones.
Avancé, apuntando hacia el frente con la linterna. No había nada en las paredes. La pintura blanca se veía sucia. Conté las puertas. Solo tres: la primera que abrí, de un baño; las otras dos debían de corresponder a las habitaciones. Entré en una.
Había una cama, un escritorio con una vieja laptop encima y una mesa de noche. Contra una pared había un armario de madera gastada. Pudo haber sido el dormitorio de Tamara. Tampoco había adornos o algún cuadro. Las paredes estaban igual de sucias y vacías.
Pensé. Por lógica, la laptop era el objeto ideal para guardar algo importante, pero cuando intenté encenderla no funcionó. Ni conectada al cargador logró prender. Al parecer estaba dañada. No perdí más tiempo allí. Inspeccioné el resto de la habitación con mucha atención. En el armario no había más que ropa y debajo de la cama solo había algunos zapatos.
Y... nada más.
Aquella habitación era tan simple, tan vacía, que lo único resaltante en ella era la tristeza, la soledad y el encierro que inspiraba. No había ni un color en ella. Era el lugar perfecto para alguien que no tenía ganas de vivir, lo cual me llevó a preguntarme por qué Tamara se había confinado a un sitio así.
¿Acaso estaba deprimida?
¿Acaso lo que nos había presentado de ella había sido una mentira?
¿Quizás sonreía para nosotros detrás del mostrador y cuando llegaba allí se hundía entre la suciedad y el silencio?
Pero, ¿por qué? ¿aquel estilo de vida había sido desde siempre o causado por algo?
Salí del dormitorio rumbo a la segunda habitación, pero la voz de Nolan me detuvo en el oscuro y estrecho pasillo.
—Mira esto, Mack —me llamó con algo de entusiasmo.
Me giré hacia él y apunté con la linterna del teléfono en su dirección. Estaba agachado en el espacio que separaba el gastado librero de la única pared de la cocinita, como si mirara algo en ese punto. Me recordó a los niños acuclillados observando un hormiguero. Volvió la cabeza hacia mí con una sonrisa de chiquillo que acababa de descubrir algo súper genial.
—Hay un agujero aquí y se ve hacia el otro lado —añadió y de nuevo giró la cabeza para observar a través de ese supuesto agujero.
Me quedé parada todavía en el pasillo. No me interesaba mucho un agujero si no contenía algo importante.
—¿Y qué hay al otro lado? —pregunté.
—El apartamento vecino, pero está oscuro. No logro distinguir bien. —Nolan soltó unas risas cómplices y pícaras—. ¿Crees que Tamara usaba esto para espiar?
—O ni siquiera sabía que estaba ahí —opiné.
—No, está tan bien hecho que lo pusieron aquí por algo, y me corto un testículo si no era para espiar. —Todavía sin voltearse, alzó una mano y me hizo un gesto para que me fuera—. Tú sigue buscando por allá.
Asumí entonces que lo del agujero no era relevante y fui hasta la puerta de la siguiente habitación. Al girar la perilla escuché el bloqueo. Estaba cerrada con llave, y una puerta cerrada gritaba a todo pulmón: ¡oculto algo! Hurgué en los bolsillos de mi sudadera y probé con la llave que me había dado Tamara, pero a pesar de que la giré en todas las direcciones no encajó en la cerradura.
Miré a Nolan. Seguía en el mismo sitio.
—Nolan, tenemos que entrar aquí pero está cerrado —le dije.
Esperé que se levantara y viniera a echarme una mano, pero como no se movió, no me quedó de otra que gritarle:
—¡Ya aléjate de ese agujero, chismoso del carajo!
—Voy, voy —refunfuñó.
Se puso en pie y se detuvo a mi lado. Iluminó la cerradura y pensó un momento. Intentó abrir la puerta también, pero la perilla no cedió.
—¿Tamara te dio una sola llave? —me preguntó.
—Sí, y no funciona allí —contesté con algo de frustración—. Si no podemos abrirla, ¿qué haremos? Podría haber algo ahí, algo importante. Las puertas cerradas siempre... ¡Nolan! ¡¿Qué demonios haces?!
Ya no estaba a mi lado. Había retrocedido todo lo posible y ahora venía a toda velocidad hacia mí como un auto con el acelerador pisado a fondo. Claro que un segundo después comprendí que no era hacia mí que venía a todo empuje, sino hacia la puerta.
Me aparté con rapidez hacia un lado y un segundo después el brazo y el hombro de Nolan impactaron contra la madera de la puerta con una fuerza que jamás en la vida le había visto utilizar o que ni sabía que tenía la capacidad de utilizar. Pero funcionó porque la puerta se abrió súbitamente y chocó con la pared del otro lado, produciendo un ruido.
Dejó a la vista una oscuridad espesa. No detallé nada por el momento, solo miré a Nolan con los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué demonios...? —fue lo que solté entre mi asombro.
Él alzó la barbilla con suficiencia y se infló un poco. Le vi los puños cerrados, semejando la postura de un superhéroe.
—¿Qué? "Gay" no significa "débil" —contestó con orgullo, pero me crucé de brazos y le dediqué una mirada de presión. Nolan se desinfló y se pasó la otra mano por el brazo—. Y me di cuenta de que era madera delgada y con un golpe bastaría...
Lo miré un momento más con cara de: okeeey... y luego me detuve debajo del marco de la puerta. Tomé aire y di unos pasos hacia el interior. Todo estaba tan pero tan oscuro que daba la impresión de estar vacío. Entendí que no había ventana, así que Nolan entró detrás de mí también. En cuanto las luces de nuestras linternas se juntaron e hicieron un campo más amplio y más fuerte, me quedé de piedra.
—Oh, mierda.
Nolan sonó igual de pasmado y perplejo que yo.
Si teníamos la preocupación de no saber qué era lo que había que encontrar, esta desapareció. Lo teníamos justo en frente.
Lo que Tamara me había dicho que encontrara no era un simple "algo".
Era aquella habitación.
O mejor dicho: lo que significaba aquella habitación.
Daba la impresión de ser ajena al departamento. Parecía haber sido sacada de otro lugar y puesta allí de una manera arbitraria. Si fuera de ella todo estaba sucio, viejo, opaco y oscuro; en el interior era lo opuesto: pulcro, cuidado, brillante, luminoso. Paredes pintadas de color verde manzana con un par de líneas decorativas. Cuadros de animalitos caricaturescos que colgaban de ellas. Un armario de madera blanca y nueva. Una cómoda a juego. Una alfombra de color amarillo con patitas de gato. Y una cuna. Todo estaba perfectamente armado y bien puesto, como si no lo hubieran tocado nunca.
Era la habitación de un recién nacido. Pero, a medida que movíamos las linternas en un escaneo, vimos que no había ninguno.
Nolan y yo nos miramos las caras con total estupefacción. Quise preguntarle si su corazón latía tan rápido como el mío, pero el terror estaba estampado en su cara.
—¿Tamara tenía un...? —intentó decir él, pero por alguna perturbadora razón no completó la pregunta.
Bebé.
—Lo habríamos sabido, ¿no? —contesté—. Es decir, si estuviera vivo.
Nolan soltó una risa nerviosa y nada divertida mientras miraba cada parte de la habitación.
—Mira, Mack, ya creo que de Tamara nunca supimos absolutamente nada —replicó con obviedad—. Así que es posible. La pregunta es... ¿está muerto entonces? Y si es así, ¿por qué todavía tenía esta habitación? ¿No es de...?
¿Locos?, completé en mi mente. Sí, aunque de igual modo no sabíamos cuándo había muerto su "bebé", si es que había muerto en realidad. Pero el hecho de que la habitación estuviera tan armada y cuidada, daba la impresión de que sí hubo un recién nacido allí. Y eso me llevaba a pensar muchas cosas acerca de Tamara, ninguna buena, ninguna cuerda.
—Bueno, ella quería que viéramos esto, ¿no? —suspiré—. Busquemos alguna explicación.
Nolan empezó a revisar los cajones de la cómoda y yo me dediqué al armario. Había ropa de bebé en cada uno de ellos, incluyendo calcetines pequeñitos y enterizos que habrían dado ternura en otro momento. En ese, cada pieza era escalofriante. ¿Qué había pasado con el bebé de Tamara? ¿Y por qué quería que nos enteráramos de esto?
—Hay un álbum —anunció Nolan de repente.
Lo sacó de un cajón y se acercó a mí para que lo viéramos juntos. Lo iluminé con la linterna y lo examiné un poco. Era de tapa verde y tenía unas letras decorativas que decían: mis primeros años. Nolan me echó una mirada de: ¿estás lista? Tomé aire, preparándome mentalmente para lo que apareciera, y asentí.
Pero apenas abrió el álbum, no vimos nada. Estaba vacío. Las secciones no tenían ninguna fotografía.
—Esto nos confirma dos cosas: —comentó Nolan— o era un bebé invisible, o murió al nacer y por eso no hubo tiempo de tomarle fotos.
Un bebé invisible habría sido muchísimo mejor.
—O quizás tuvo un aborto —opiné también, pensativa—. Probablemente, ese bebé jamás llegó a esta habitación. ¿No hay nada más en el cajón?
Nolan volvió a la cómoda para revisar mejor. Por mi parte me moví de nuevo por la habitación, iluminando los espacios oscuros con la linterna. Todo aquello era aterrador, era perturbador, era... enfermizo. Ni siquiera recordaba a Tamara con panza de embarazada. La había conocido tres años atrás, así que lo de su bebé debió suceder antes. Pero, ¿cuántos años tenía Tamara entonces? ¿Ya se lo había preguntado? No lo recordaba...
Probé con preguntárselo a Nolan.
—¿Cuántos años tenía...?
Y me interrumpí de golpe. En un microsegundo el corazón se me aceleró tanto que lo escuché golpearme el pecho y los oídos. Un miedo súbito y helado me erizó la piel apenas vi lo que vi. Fue un miedo que no surgió en forma de grito, sino en forma de parálisis. Me quedé pasmada con la boca entreabierta. Las palabras ni siquiera salieron de mi garganta apenas vi lo que vi. Mi brazo se quedó rígido mientras apuntaba con la linterna hacia ese sitio en específico.
—¿Qué? —me preguntó Nolan—. ¿Qué pasa?
Escuché sus pasos acercarse a mí. Se detuvo detrás. Iluminó por encima de mi hombro. Lo vio y también quedó pasmado totalmente.
—¡A la ver...! —exclamó con gran horror.
—Al parecer sí nació —susurré.
En el interior de la cuna, justo sobre la pequeña almohada forrada de una impecable y brillante tela blanca que semejaba la seda, reposaba un bebé. Durante un segundo, y estuve segurísima de que Nolan pensó lo mismo, creí que se trataba de un cadáver embalsamado y colocado como esos animales que la gente disecaba y dejaba en sus salas de estar. Pero me acerqué más y al verlo con mayor detenimiento reconocí que era de juguete. Lo más inquietante sin duda alguna era que sobre su rostro estaba adherida la fotografía del rostro de un bebé real.
—Es su bebé —murmuré, todavía paralizada.
Hubo un momento de silencio, como si mis palabras marcaran un homenaje, algo semejante a: dediquemos un momento de silencio por el fallecido... Pero eso se rompió con la voz de Nolan, alta y nerviosa:
—¡Su bebé un carajo! —No volteé, pero sentí que retrocedió—. ¡Tamara estaba para camisa de fuerza y electroshock! ¡¿Okey?! ¡¿Es que qué demonios es eso?! ¡¿Qué persona normal hace eso?! —Extendió un brazo sobre mi hombro y señaló el muñeco con la mano—. ¡Me siento en American Horror Story, Mack, y sabes que a mí ya me asustaba mucho la intro!
Pronunció lo último tan rápido que cuando cerró la boca escuché cómo se le había acelerado y pesado la respiración. Si le ponía una mano en el pecho de seguro sentiría su corazón martilleando de susto como el mío. Tenía justificación. Tenía sentido. Pero estábamos allí para hallar las respuestas y no huiría sin ellas, por muy cagada de miedo que estuviera.
Reuní valor y me acerqué más a la cuna hasta que choqué con los barrotes de madera pintada.
—¿Qué haces? —me reclamó Nolan.
Me incliné sobre ella.
—¿Lo vas a tocar? —volvió a reclamar con algo de exasperación.
Extendí los brazos y cogí al bebé.
—Sí, por supuesto, ya lo tocaste —suspiró con decepción por detrás de mí—. Y mira que ni sabes qué tiene, eh. ¿Y si tiene un espíritu dentro como Anabelle? Ya no habrá quien nos lo quite de encima. —Su voz adquirió una nota de inquietud—. Seguro te posee. Avísame si te posee porque en lo que pase me ves aquí y en un segundo solo verás el pelero que dejaré al correr, ¿entendiste? ¿entendiste, Mackdeleine Cavalier?
Odiaba cuando usaba mi nombre completo porque era un error al igual que toda mi existencia. En realidad iba a ser "Magdeleine", pero la persona encargada de redactar mi certificado de nacimiento tenía algún tipo de deficiencia visual y lo escribió muy mal. Por lástima, mis padres me permitieron usar solo Mack hasta que cumpliera los dieciocho años y yo misma pudiera cambiarlo. Así que ignoré a Nolan porque además el temblor y la rapidez en su voz me ponían los nervios a mil.
Me centré en sostener el bebé. Lo presioné en el cuerpecito. Sí, era de juguete. Examiné la fotografía en el rostro. El recién nacido de la imagen tenía los ojos bien abiertos y ambos eran de un color parecido al zafiro. Hermosos, vivos, tiernos. Miraban a la cámara. La nariz era un botoncito. Los labios dos líneas separadas por lo que estuvo balbuceando al ser fotografiado. Solo que había algo... Estaba envuelto en mantas blancas y no se veía más que su carita, pero había algo... algo que...
—Era una niña, no un niño —le dije a Nolan.
—¿Y cómo sabes? —inquirió él y se atrevió a acercarse un paso, aunque dudoso—. Los recién nacidos son todos muy raros. Agarran forma a los seis meses.
—Solo lo sé —confesé.
—Bueno, entonces nació, Tamara le hizo la foto, murió, ella quedó traumada y pegó la imagen en un juguete para sentir que su hija seguía viva. ¿Así?
—Así —asentí.
—Y tan normal que se veía... —suspiró.
Volví a inclinarme para dejar el juguete en su lugar. De acuerdo, ya sabíamos lo de su pérdida y del estado mental tan destrozado en el que la había dejado. Pero, ¿eso qué tenía que ver con Eleanor, el veneno, mi padre, lo que asesinó a Tamara y sobre todo con Ax? No se me ocurría ninguna forma de relacionarlo... Ahora habíamos pasado a otro punto, uno repleto de nuevas dudas.
Mis pensamientos se esfumaron en cuanto sentí algo. Lo sentí justo cuando apoyé el muñeco sobre la cuna. Lo sentí en el instante en que mis nudillos presionaron contra el colchoncito. Dureza. Había una dureza extraña allí, impropia de una camita para un cuerpo tan delicado como el de un bebé. Volví a palpar, esa vez con la palma abierta. Sí, había algo duro debajo del colchón.
Busqué una de las esquinas y lo levanté. Sentí que Nolan, detrás de mí, se acercó para inspeccionar también. Apenas alcé la mitad del colchón vi que se trataba de una caja rectangular. La tomé. Nolan me quitó mi teléfono y se encargó de iluminarla para que yo la examinara con ambas manos.
Parecía una de esas cajas de galletas navideñas, solo que los dibujos estaban ya casi borrados y no se determinaban en lo absoluto. Le quité la tapa. El interior estaba lleno de papeles, la mayoría doblados en cuadros. Saqué uno y lo desdoblé.
—Es un certificado de nacimiento del año 2003 —le informé a Nolan a medida que leía lo escrito en él—. La recién nacida se llamaba Blue Morgan, hija de Tamara Morgan. No hay nombre del padre.
—Supongo que estuvo viva al menos unos días —comentó él—. ¿Qué más hay?
Desdoblé más papeles. Un par eran copias del mismo certificado, otras eran fotografías del mismo bebé pero en diferentes ángulos. Pensé que no había nada relevante hasta que en el fondo encontré algo que llamó mi atención. Parecía una tarjeta. Tenía la forma rectangular de una, pero no era de papel ni de cartulina, era de metal. Tampoco tenía nada escrito. O eso creí hasta que la moví y se produjo un efecto interesante, ese que hacía aparecer algo de acuerdo al punto en que daba la luz.
—¿Qué es? —me preguntó Nolan.
—Como... un símbolo, creo.
La moví de un lado a otro, jugando con la luz. El símbolo aparecía y desaparecía. Daba la impresión de ser una palabra, el nombre de algo... En lo que me rendí, me la guardé en el bolsillo de la sudadera y rebusqué un poco más en la caja. La mayoría eran fotografías. Nada más.
—Habrá que verla mejor en el día —dije—. Y acá no hay nada importante. De todas formas, llevémonoslo todo.
—De acuerdo —asintió él—. ¿Ya podemos salir de esta jodida habitación? Estoy que me cago encima, lo juro.
—Sí, Coraje, vámonos.
Me entregó mi teléfono. Él decidió llevar la caja. Salimos de la habitación y cerramos la puerta. Cierta decepción me abordó. No habíamos encontrado nada concreto, al menos nada que explicara por qué mi madre había envenenado a mi padre, cosa que quería saber más que todo. Lo de la hija de Tamara era interesante, pero ahora solo era un punto más sin conexión alguna. Admití que por un momento creí que el bebé sería... no lo sé, Ax, pero ya eso quedaba descartado. En ese momento Blue Morgan tendría unos dieciséis años. Y claro, era una niña.
Me dirigía a la puerta haciendo absurdos intentos en mi mente de conectar la información, pero Nolan se detuvo junto al librero y me apuntó con la linterna para que me detuviera también.
—Antes de irnos, ¿echamos un ojito más? —me propuso con cierto entusiasmo.
Se refería al bendito agujero, claro. No quería mirar, sino irme rápido de allí, pero su cara era una invitación casi infantil. Me pregunté por qué mi mejor amigo era tan chismoso y luego me pregunté por qué yo le quería tanto como para aceptar unirme a sus estupideces solo para complacerlo unos segundos y hacerlo feliz, que era justo lo que pensaba hacer.
Suspiré. Él lo entendió como un "sí", se agachó y me pidió que me acercara. Me agaché junto a él. El hoyo en la pared tenía unos cuatro centímetros de grosor. Se veía totalmente negro y en verdad no parecía una falla en la pared causada por el tiempo o el mal material del edificio, sino algo hecho con un propósito. Nolan le apuntó con la luz de su teléfono y ambos acercamos el rostro, mejilla con mejilla, para ver al mismo tiempo.
Un ojo inyectado en sangre de color verde amarillento, bien abierto al otro lado de la pared, nos devolvió la mirada.
Y una voz pronunció un:
—Bu.
Gritamos.
Ambos gritamos tan fuerte que la intención de pasar desapercibidos se fue al carajo. Salimos disparados hacia atrás por el susto. Yo caí de culo, pero con rapidez intenté levantarme. Nolan se puso en pie de un salto, todavía gritando. El miedo inmediato me invadió en forma de adrenalina. Casi me resbalé con mis propios pies, casi me fui de boca contra el suelo, pero de pronto sentí una mano agarrarme con fuerza el ante brazo. Pensé que algo me había atrapado, el ojo, un monstruo, la sombra de la estación de policía, el fuego, lo que nos perseguía a Jaden y a mí, todo al mismo tiempo, pero en lo que me apuntó con la linterna me di cuenta de que era Nolan.
—¡¡¡Vámonos de aquí, Mack!!! ¡¡¡Vámonos yaaaa!!! —gritó él, preso del pánico.
Me dio un jalón y echamos a correr. El tiempo se ralentizó un segundo y al siguiente estalló a una velocidad asfixiante y antinatural. Atravesamos la puerta del apartamento en dirección a las escaleras. En el cruce del pasillo, Nolan se resbaló y cayó de rodillas, pero sus piernas se movieron tan rápido como una caricatura y logró volver a enderezarse. Bajamos los escalones en una carrera horrorizada y jadeante. Las linternas apuntaban en todas las direcciones. Solo vi peldaños, mis pies y a Nolan delante de mí. Incluso pareció una escalera interminable hasta que llegamos a su fin. En ese piso, por un instante no supe en dónde estaba la salida del edificio. Miré hacia todos lados y al ver solo oscuridad me sentí desorientada.
Fue la voz de Nolan, quien ya estaba cerca de la salida, que me orientó:
—¡Por aquí! —me llamó en un grito agitado. Eché a correr en su dirección, pero él continuó exigiéndome junto a un movimiento de la mano—: ¡Rápido! ¡ráaaapido Mack, que seguro viene detrás de nosotros!
—¡Voy lo más rápido que puedo! —defendí en otro grito.
Cruzamos la puerta y pisamos el exterior. Sentí la lluvia helada golpearme la piel y de inmediato un escalofrío. Aire. Había mucho aire, pero no sentía que lo respiraba todo. Era como si mis pulmones tuvieran alguna dificultad o ya estuvieran demasiado cansados como para procesar más. De igual modo seguí corriendo. Corrí tanto y tan rápido que delante de mí solo vi la distancia entre el auto aparcado bajo las sombras y yo. Primero larga, luego más corta, más corta, más corta y finalmente, de tan solo centímetros.
Abrí la puerta. Nolan la abrió del otro lado. Nos lanzamos hacia el interior. Cerramos las puertas de un golpe.
—¡¿Qué demonios era eso, Mack?! —soltó Nolan al instante.
Sobre su asiento, miró hacia todas las ventanas como si temiera que algo apareciera en ellas. El pecho le subía y bajaba con fuerza. Tenía el rostro rojo, algunas gotas de lluvia en él, los ojos cargados de pánico, los dedos temblando tanto como los míos. Respiraba con la boca entreabierta por el esfuerzo de la huida.
—¡Un ojo! —respondí en un jadeo—. ¡Era un ojo!
—¡El ojo más horrible que vi en mi vida!
—¡Habló!
—¡La voz más horrible que oí en mi vida!
—¡Nos vio!
—¡Sabe quiénes somos! —chilló—. ¡Nos va a matar!
—¡¿Y si enciendes el auto?! —chillé también.
Nolan arqueó las cejas y todo su rostro se contrajo de miedo y angustia, pero asintió rápidamente como si mi chillido le hubiera recordado que eso tenía que hacer. Desesperado, hundió las manos en sus bolsillos. Cuando encontró las llaves y las sacó, temblaba tanto que las escuché golpear unas contra otras.
—¡¿Pero era un monstruo, un fantasma, una cosa, qué?! —volvió a soltar mientras trataba de encajar la llave en su lugar—. ¡¿Qué era?! ¡¿Qué demonios era eso!? ¡¿Nos persiguió?! ¡¿Venía detrás?!
Sentí la necesidad de encender yo misma el auto porque sus intentos de introducir la llave fallaban debido al temblor en sus manos. Sí, yo también tenía miedo. También creía que ese ojo con ese extraño tono amarillo había sido horrible, impropio de un humano, pero no podíamos quedarnos allí. Debíamos irnos cuanto antes.
Una oleada de impaciencia comenzó a invadirme.
—¡¡¡Solo enciende el auto, Nolan!!! —volví a exigirle.
—¡PERO NO ME GRITES! —chilló en el mismo tono de desespero, susto y agite.
Nolan cerró los ojos con fuerza como si estuviera batallando contra el miedo en su cabeza y la realidad del momento. Quise decirle que era el peor escenario para que decidiera hacer eso, pero en un segundo los abrió y tomó aire. Su pecho se infló y luego desinfló en cuanto lo soltó. Dirigió la llave a su lugar y logró introducirla. La giró.
El motor no encendió.
Nolan abrió los ojos de par en par con una estupefacta cara de: no puede ser posible, no en este momento, no ahora... y volvió a girar la llave.
Nada.
—No enciende —dijo en un aliento de perplejidad.
—Inténtalo, solo inténtalo hasta que lo haga —le pedí.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Contuve la respiración para no entrar en un ataque de pánico. Nolan trató de nuevo. Entre el sonido del motor reaccionando unos segundos y luego apagándose, se escuchaban nuestras respiraciones como acelerados jadeos de miedo. De fondo había un silencio denso y aterrador. Al menos estábamos dentro del vehículo, pero...
Me ocupé en chequear las ventanas también. Miré hacia las de atrás y luego a través de la mía. Los cristales estaban repletos de gotas y el panorama afuera era negro, nocturno y solitario. Aquello... ¿nos había seguido? Ni siquiera me había dado cuenta por lo rápido que habían sucedido las cosas. No había escuchado pasos, solo nuestros gritos. Además, si hubiera sido lo mismo de la estación de policía, lo habríamos sabido. Miré hacia los bloques por el cristal delantero. Tampoco había señales de fuego. El edificio se alzaba tranquilo a metros de nosotros. La entrada estaba igual que...
Me helé en el asiento.
Estaba mirando el punto exacto de la fea verja de entrada y ahora acababa de darme cuenta de que abría. Se estaba abriendo. Y se abrió hasta que una figura salió a paso tranquilo hacia la calle. Justo en ese momento, casi al ritmo de esos pasos, el único farol de la calle que funcionaba, se apagó. La figura quedó siendo una silueta negra, alta, delineada por lo que llegaba a ella de las luces delanteras del vehículo. La lluvia le caía encima como un halo. Se giró en nuestra dirección, frente a frente.
—Nolan... —le llamé lento y con precaución.
Él seguía inclinado sobre el volante, girando la llave. Se detuvo y alzó la cara. Miró hacia el frente. Se quedó inmóvil, los ojos tan grandes como los de un búho.
—Ay Dios... —pronunció en un aliento.
Fueron un par de segundos los que nos quedamos en plan: tú nos miras y nosotros a ti, paralizados, aterrados, imaginando los mil horribles finales que tendría aquello, porque lo que fuera que estaba allí parado inspiraba una sola cosa: miedo. Era como si su simple postura nos transmitiera un mensaje: témanme.
Reaccionamos cuando de repente las luces del auto empezaron a parpadear. Fijamos la atención en el abanico de luz proyectado sobre el asfalto. Se encendieron y se apagaron. Se encendieron y se apagaron. Una falla. Era una falla intencional. Y antes de que Nolan pudiera soltar algún chillido o yo pudiera volver a exigirle que encendiera el auto, la silueta comenzó a avanzar hacia nosotros.
A partir de allí todo sucedió demasiado rápido y demasiado abrumador.
Nolan gritó:
—¡¡¡Ahí viene!!!
Yo grité:
—¡¡¡Enciende el auto ya!!!
Él volvió a gritar:
—¡Que no enciende! ¡Que no enciende! ¡Y ahí viene!
Entonces la necesidad de supervivencia estalló dentro de mí. Fueron actos súbitos e improvisados. Me lancé hacia el lado del conductor y volví a girar la llave yo misma. El motor sonó y se apagó. La giré de nuevo. El motor hizo lo mismo. Al mismo tiempo miré hacia el frente. La figura, el tipo, la cosa, lo que fuera venía avanzando por el centro de la calle en nuestra dirección. Las luces delanteras parpadeaban como locas. Mi corazón era un propulsor potente contra mi pecho. Una corriente de adrenalina me exigió seguir intentándolo. No sentía gran parte de mi cuerpo y mis oídos recibían toda la carga de Nolan gritando:
—¡Ahí viene! ¡Ahí viene!
Giré la llave.
El auto encendió.
—¡ACELERAAAAA!
El pie de Nolan pisó a fondo el acelerador. El vehículo salió disparado hacia adelante y yo salí disparada hacia atrás en el asiento. Las llantas chirriaron. Se me sacudió la cabeza y tuve que apoyar ambas manos del frente. Nolan tomó el volante incluso después de que ya el auto avanzaba. Un grito se alargó por encima de nosotros. Quizás mío, quizás de él. Vi al tipo más y más cerca, más y más cerca. ¿Y su rostro? Solo pillé unos ojos brillantes y amarillos. Luego el miedo. Luego la posibilidad de la muerte.
Y luego el impacto.
Sucedió en segundos, pero lo presencié lento. El auto colisionó contra la figura. Produjo un sonido seco e impresionante que me sobresaltó. Había pensado que sería como atravesar una sombra, pero el cuerpo golpeó contra el vidrio delantero con tanta fuerza que el cristal se resquebrajó. Una mancha de sangre marcó el lugar exacto del golpe mayor. La silueta pareció un bulto oscuro, indefinido y extraño mientras dio vueltas. Después rebotó por encima del capó y cayó sobre el asfalto. Las llantas pasaron por encima de él. Lo supimos porque el vehículo se elevó y tambaleó debido a la gran protuberancia.
Luego pasamos de largo a toda velocidad. Al instante, como una reacción automática, me giré sobre el asiento para ver hacia atrás. Nada. Lo que fuera que habíamos atropellado, aplastado como calcomanía, destrozado, quién sabía cómo había terminado, no estaba en la carretera ya.
Me enderecé en el asiento con el pecho convulsionándome por la impresión. Vi a Nolan que tenía los brazos aferrados, extendidos y rígidos como dos garras al volante. También estaba presionado contra el asiento, como si estuviera conteniendo la respiración porque algo le impedía moverse. Luego giré la cabeza hacia el frente. Me quedé mirando la mancha de sangre que ahora resbalaba en una línea recta por el cristal. Era tan roja, tan viva, tan humana...
Nolan la miró también.
—Matamos a alguien —susurró.
****
Cuando llegamos a mi casa le pedí a Nolan que aparcara el auto en lo más profundo del garaje.
Actuamos rápido. Buscamos un balde con agua, una esponja y limpiamos la sangre. Luego lo cubrimos con un enorme manto protector para que mi madre no llegara a ver el cristal roto. Eso mientras decidíamos cómo mandar a cambiarlo de manera discreta. Luego entramos a la casa y activamos los sistemas de seguridad de la verja y los muros que la protegían.
Nolan estaba tan nervioso, tan alterado, que entró a la sala y empezó a dar pasos rápidos por ella mientras se sostenía la cabeza con las manos.
—Era una persona —decía con rapidez y lamento—. Y la matamos. Somos unos asesinos.
—Cuando vi hacia atrás no había nadie —intenté tranquilizarle—. No sabemos qué era en realidad.
Nolan se volvió hacia mí con brusquedad. El cuerpo le temblaba en respiraciones agitadas. Tenía el cabello húmedo y los ojos repletos de horror, de culpa, de desesperación.
—¡¿Y qué otra cosa podía ser?! —soltó con fuerza—. ¡Que yo sepa solo hay humanos en este mundo, Mack! ¡Y asesinos, que es lo que somos ahora!
No podía enojarme. No gritaba con una fuerza de rabia, sino de miedo. Era esa reacción de negación ante lo desconocido. Gritarle habría sido empeorarlo, y lo entendió porque se dejó caer en el sofá grande, como derrotado por sus propios temores. Apoyó los codos sobre las rodillas y enredó los dedos en su cabello. Cerró los ojos con fuerza y apretó tanto la mandíbula que vi sus dientes.
Me afectó tanto verlo así que me acuclillé frente a él. Mis manos también temblaban. Mi estado también era horrible y agitado, pero le sostuve las mejillas, alcé su rostro y pegué mi frente a la suya. Traté de transmitirle todo mi cariño. Traté de ser fuerte para que no se desmoronara, porque así era nuestra amistad: cuando alguno de los dos caía, el otro, por más destruido que estuviera, se convertía en la estabilidad.
—No matamos a nadie, te lo aseguro —le susurré.
Y en realidad, ni siquiera estaba segura. Es decir, vi la sangre. Eso significaba que lo habíamos herido. El golpe había sido fuertísimo. Un impacto así había matado a cualquiera, pero estaba segura de que en la carretera no había quedado ningún cuerpo. Y si no hubo cadáver, era porque aquello tenía la suficiente para levantarse y desaparecer. Una fuerza así no podía ser...
De acuerdo, quizás él dentro de su miedo y desesperación quería creer que no era posible que fuera algo más que un humano, pero a esas alturas yo ya creía algo distinto.
Me costó un poco tranquilizarlo. Tuve que recurrir a los calmantes de Eleanor. Le di uno y en poco tiempo se quedó dormido sobre el sofá. Lo cubrí con una manta, luego subí a mi habitación y allí guardé en un lugar seguro la caja y la rara tarjeta de metal que habíamos sacado del departamento de Tamara.
Me masajeé un poco el cuello. Dios, me dolía todo el cuerpo. Correr como loca después de tener un accidente de auto era tortura para mis músculos. Además, la herida en la pierna me palpitaba en un ardor fastidioso. Debía darme un baño y luego aplicarme el ungüento que me había dejado el doctor Campbell.
Me quité los zapatos, la sudadera y finalmente me quité el jean algo húmedo por la lluvia con mucho cuidado. Pateé la ropa hacia una esquina de la habitación y me di vuelta, en ropa interior, en dirección al baño.
Y entonces me quedé paralizada en cuanto lo noté.
Un par de ojos, aterradores y sombríos, me observaban desde la esquina más oscura de la habitación.
——
Hola, Strangers!
Cuanto tiempo, ¿no? Sí, estuve ausente, recibí sus mensajes, los leí, me mantuve al tanto de todo.
Ahora viene el momento de explicar el porqué, aunque en realidad ese porqué todavía no lo puedo explicar por completo. Lo que puedo decir es esto: después de la última actualización del capítulo 15, de repente recibí una propuesta muy especial de parte de ciertas personas importantes. En lo que tuve que pensar si aceptar o no, tuve también que parar las actualizaciones. Avisé por mis otros medios: el grupo de Facebook (allí hice un largo post explicando que no subiría capítulos por el momento); Twitter e Instagram. Por esto siempre les digo que me busquen fuera de Wattpad, porque luego andan perdidos.
En fin, avisé y una gran mayoría ya estaba al tanto de por qué no actualizaría todavía. Fue por esto de la propuesta porque estuvimos arreglando detalles, firmando, hablando, etc. Lo que sucederá con este proyecto nuevo en el que estará incluido STRANGE, lo sabrán a detalle completo luego del 17 de septiembre que da inicio oficial. Yo vendré a explicarles todo, no se preocupen.
Sé que van a tener un montón de preguntas. Intentaré aclararlas luego de esa fecha. Por el momento, lo único seguro es que podrán seguir leyendo esta historia acá, así que no se asusten.
Estoy limitada por el momento, por cuestiones de confidencialidad, pero quiero que sepan que esto es una enorme oportunidad para mí y si me quieren tanto como yo a ustedes, me apoyarán.
Por favor no me envíen insultos. Soy una persona con una vida aparte. Prometí traer este capítulo el 3 de septiembre y ese día hubo un corte eléctrico de más de 8 horas en mi ciudad. Vivo en Venezuela, así que esto es bastante común. Y al dia siguiente cuando pude entrar a Wattpad, tenía mensajes horribles e insultantes como si yo fuera la esclava de los lectores y no una autora escribiendo por puro gusto y amor al arte. Me enojé tanto que decidí posponerlo y respirar un poco. Sabía que, cuando subiera el cap, también volveria a recibir insultos. So... ya puedo lidiar con ellos. Aunque preferiría que nos concentraramos en lo genial del capítulo y en que ya estaré actualizando constantemente. :D
Amo regresar.
Amo esta historia.
¿Un adelanto?
Es simple:
¿Aquello de los ojos amarillos ha venido por Mack?
Chan chan chaaaan.
En próximos capítulos:
Parece que a Mack le gusta Ax...
Y parece que Ax siente mucha curiosidad por las relaciones humanas...
Quizás uno deba enseñar al otro algo más que a hablar. (¿)
Besos de secretos y ojos aterradores en agujeros...
Alex.
Les dejo un Ax dormidito bb:
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