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14

Un gramo de misterio es suficiente para envenenar la mente...

y estrellarse contra la verdad

Al mismo tiempo que regresó la luz, Ax cayó con las rodillas y las palmas contra el suelo.

Me apresuré a ayudarlo a levantarse, pero apenas estiró una pierna volvió a desplomarse como si no le funcionaran por completo. Quedó a gatas, con el pecho subiendo y bajando de la misma forma que alguien a punto de vomitar. Solo que nada más que mucho aire y un hilillo de saliva salió de su boca entreabierta. Sus dedos se aferraron al suelo y como sus brazos temblaban demasiado reuní mucha fuerza y lo enderecé hasta ponerlo de rodillas.

Empleé todo mi peso para sostenerlo y busqué alguna respuesta en su cara. Lo que percibí me indicó que algo no estaba bien en él. Sus parpadeos eran lentos y sus ojos, con esa heterocromía tan afincada, desorbitados. Su piel que un rato atrás percibí caliente, ahora estaba fría, sudorosa. ¿Qué demonios...? Por un instante ni siquiera supe cómo actuar.

—Ax, ¿qué pasa? —solté con la voz cargada de preocupación, todavía funcionando como apoyo para que él no se desplomara.

Sostuve su rostro con mis manos, pero su cabeza se tambaleó con debilidad. Dios santo, estaba más pálido de lo normal. Era tan grande y fuerte, pero parecía como... como si de pronto perdiera toda la energía, como si se la hubieran succionado en un segundo. Y cuando creí que ya era suficientemente malo, empeoró. Una súbita línea de sangre asomó por el orificio de su oreja, tan carmesí que me alarmó.

—¡Ax, dime algo, por favor! —insistí con exasperación—. ¿Qué sientes? ¡¿Qué debo hacer?! —le exigí, tan nerviosa que incluso yo también temblé ante la idea de que le sucediera algo que no consiguiera manejar.

Entonces habló:

—Buscar... —pronunció con dificultad. Fue un susurro ronco y forzado. Le salió entre los dientes apretados y la mandíbula tensa.

—¿Buscar qué? ¿Qué debo buscar? —pregunté con mayor insistencia. El corazón me latía con tanta rapidez y susto que me sacudía el pecho.

—Nolan —contestó él—. Seguridad.

Lo entendí a la perfección. Dejé a Ax sentado en el suelo por un momento y corrí al cuarto de control. Allí activé las cerraduras automáticas de la verja, el portón trasero y los accesos a la casa. Los mecanismos actuaron con un zumbido rápido y fluido. Una rejilla se desplegó desde la parte superior del marco de la puerta de entrada que los desconocidos habían destrozado, y cerró con una lámina de metal. Si había cualquier otro acceso estaría bloqueado hasta que yo ordenara lo contrario.

Luego llamé a Nolan. Estaba dormido, así que le tuve que explicar de la peor manera posible. Aseguró que llegaría muy rápido. Mientras esperaba, como pude arrastré a Ax hacia la sala y lo recosté en el sofá. Intenté hacerle preguntas, pero al instante en que escuchó mi voz se cubrió las orejas con las manos y cerró los ojos como si un ruido muy fuerte le molestara. Finalmente, inquieta, preocupada y algo asustada, aguardé.

Nolan llegó en diez minutos, en pantalón de pijama, camiseta y cabello revuelto y húmedo por la lluvia que todavía tronaba el cielo. Una expresión de pánico estaba estampada en su cara. Se le habían marcado unas ojeras y lo envolvía un aire agitado por la rapidez de los acontecimientos. Me abrazó con tanta fuerza que pensé que nos fundiríamos de miedo.

Después de comprobar que no nos faltaba alguna parte del cuerpo y que seguíamos enteros y a salvo, nos reunimos en la sala junto a Ax.

—Pero ¿los viste? ¿les viste las caras? —me preguntó Nolan, preocupado y nervioso.

—Oímos los pasos y vimos las luces de las linternas, nada más —respondí, arrodillada junto al sofá.

En todo el rato, Ax no había hecho más que quedarse en la misma posición fetal con los oídos cubiertos y los ojos apretados. Los hilillos de sangre que se le habían escapado por las orejas, habían manchado sus dedos y sus mejillas.

—¿Y si solo querían robar? —argumentó Nolan. Tenía una expresión que me confirmaba su intento por encontrarle sentido a todo en su cabeza, pero que el resultado de eso eran más dudas.

—No eran ladrones. Buscaban algo en específico, estoy segura.

Nolan caminó por la salita, intranquilo y pensativo. Se pasaba la mano por el cabello en un gesto de inquietud. Por un instante consideré llamar a mi madre, a la policía, pero todo era tan raro y hablar sobre Ax... No, no podíamos hacerlo. No todavía.

—¿Qué podrían estar buscando? —murmuró como si se hiciera la pregunta a él mismo.

—Quizás...

Entonces me levanté de golpe, llevada por una repentina suposición. Corrí escaleras arriba hacia mi habitación y miré debajo de la cama. Allí había metido la laptop que había encontrado en el despacho de mi padre para que Eleanor no se diera cuenta de que la había cogido. Durante un momento se me ocurrió que podía ser eso, pero... tampoco tenía mucho sentido. La laptop seguía allí.

Bajé de nuevo con ella. Nolan había quedado como: ¿qué demonios te pasa, loca? Así que le conté que había entrado en el despacho y que no mucho después había sucedido todo. No logramos encajar nada entre suposiciones, hasta que mi mirada se fue hacia Ax. Y las cosas comenzaron a tomar forma, como si esa pequeña pieza del rompecabezas diera una pista sobre la verdad.

—¿Y si no buscaban algo sino a alguien? —solté apenas lo pensé.

Nolan detuvo esa caminata inquieta y repetitiva, y alternó la vista entre Ax y yo con una mueca de horror y pasmo en la cara.

—¿A él? —inquirió. Tenía sentido, pero me pareció que él quiso pensar que no—. ¿Y por qué lo buscarían aquí? —Sacudió la cabeza e hizo un gesto con las manos tipo: aguanta ahí, vaquero—. Primero, ¿cómo rayos sabían que estaba aquí? No ha salido de esta casa desde que lo encontramos.

Ese punto era importante, pero al intentar darle respuestas solo surgían preguntas que lograban aturdirnos a ambos. Todo alrededor de Ax era tan extraño que tratar de descifrarlo asustaba. Asustaba no saber de dónde venía y quien era, pero asustaba muchísimo más no estar por completo seguros de que lo que buscaban era a él. En ese misterio, Nolan y yo estábamos parados en el mismo punto de inicio y lo que habíamos descifrado era poco.

Quise soltar algunas opciones, pero ninguna fue muy inteligente. Entonces, Nolan abrió los ojos de par en par con tanto asombro como si mil secretos se hubieran revelado ante él.

—¡Los del auto! —exclamó y dio un paso adelante. Lo siguiente lo lanzó en dirección a Ax—. Ax, ¿esa gente que entró hace un rato eran los del auto que vimos rondar la casa? ¿Ellos son las personas que te hirieron?

Esperamos, pero no dijo nada. Dudé que pudiera. Seguía en esa posición extraña con los oídos cubiertos. Apenas entendimos que no obtendríamos respuesta, Nolan me tomó del codo y me llevó a la cocina. Ya solos, me echó una mirada severa, aunque en ella todavía destellaba la preocupación.

—Nada más dime que entiendes lo peligroso que acaba de ponerse todo esto —susurró, bastante serio—. No sabemos quiénes son esas personas, pero si lo buscan a él y nosotros estamos en medio...

En ese momento deseé tener todas las respuestas. Una sensación de espanto me abordó. Fue como volver a entender que unos desconocidos habían entrado con mucha facilidad a mi casa, y que de no haber sido por Ax... bueno, ni siquiera podía hacerme una idea de lo que habría pasado porque ni siquiera sabíamos de qué eran capaces esas personas.

—Sí, lo entiendo —solté más como una exhalación.

—Así que, ¿qué demonios vamos a hacer?

Ambos nos habíamos metido en problemas muchas veces en toda nuestra vida. Habíamos sido cómplices y ejecutores astutos de distintos planes para burlar a los demás. Pero aquello era distinto. Era, en definitiva, un asunto que ni el dinero de nuestros padres, ni sus contactos, ni la indiferencia adolescente a la que estábamos acostumbrados podría arreglar.

Lo que rodeaba a Ax era oscuro, peligroso, y desde el principio lo sospeché. Ahora tenía miedo, un ligero arrepentimiento de haberme creído lo suficientemente fuerte como para afrontar el enigma de Ax, me afligió, pero de alguna manera me alivió que Nolan dijera "vamos". Era como una confirmación de que estábamos juntos en esa, aunque fuera todo un lío, aunque fuera a terminar mal.

—Yo creo que...

No completé lo que pensaba decir. De pronto, Ax soltó un quejido fuerte y agónico que llenó los fríos pasillos de la casa. Corrimos de inmediato hacia él. Apenas nos acercamos descubrimos que un nuevo y más grueso hilo de sangre le chorreaba desde uno de los orificios nasales.

La preocupación me invadió. ¿Por qué su cuerpo daba señales tan alarmantes de un momento a otro? Pensé en una conmoción, pero Ax no se había golpeado la cabeza en ningún momento. Él no había hecho nada más que... que protegernos.

—¿Qué pasa, Ax? Dímelo —le exigí al arrodillarme frente a él. Quise coger su rostro con mis manos y que con eso todo acabara.

Pero Ax abrió los ojos y con los dientes apretados emitió la palabra más desgarradora que nunca le había oído decir:

—¡Duele!

—¡Le duele! —enfatizó Nolan un segundo después.

—¡Ya sé que le duele! —exclamé en respuesta, aunque sonó más como un reproche.

Nolan se movió de un lado a otro como si fuera un robot que persiguiera algo que solo él podía ver. Al igual que yo, no tenía ni idea de qué hacer, qué buscar, pero salió disparado escaleras arriba sin darme tiempo de preguntarle a dónde demonios iba. De todos modos no tardó nada. Volvió tan rápido como se había ido, solo que esa vez sostenía la misma caja de primeros auxilios que yo había buscado la noche que encontramos a Ax.

Agitado por la carrera, la puso junto a él.

—Ahí está, haz lo tuyo —le dijo a Ax.

Admití que yo también esperé que eso funcionara. Él nos había sorprendido aquella noche al curarse. Ahora, Nolan confió en que hiciera lo mismo, en que comenzara a rebuscar, oler cosas y aplicárselas. Solo que no era igual. Lo que le dolía a Ax no era una herida externa, visible, palpable. Era algo que no entendíamos, algo que no alcanzaba ni siquiera él.

—¡Duele, duele, duele! —prosiguió Ax, encogiéndose en el sofá, apretándose la cabeza, retorciéndose.

Fue casi desesperante verlo así. Parecía que la piel se le iba a reventar de tanto que se tensaba. Me estrujó el pecho. En ese instante estuve segurísima de que no era capaz de verlo sufrir. Y a pesar de que sentí las manos heladas, de que pude quedarme paralizada por lo mucho que me impresionaba su estado, se me ocurrió algo de pronto.

—¡Tamara! —exclamé como si fuera la luz entre la oscuridad—. Le escribiré. No tiene celular, pero me dijo que está conectada todo el tiempo. Podría ayudarnos.

Nolan asintió y se quedó vigilando a Ax. Mientras, cogí la laptop de mi padre. Abrí la página del correo electrónico y decidí usar el suyo para no gastar segundos entrando al mío. Empecé a escribir el contenido del email con los dedos temblando a medida que presionaba las teclas, la boca entre abierta por la respiración agitada y nerviosa:

Tamara qué debo hacer? Síntomas: sangra por los oídos, siente dolor, temperatura helada, debilidad y reacción de rechazo ante cualquier sonido. Apenas puede mantenerse en pie.

Coloqué "emergencia" en el asunto y procedí a buscar en mi teléfono la foto que le había tomado al papel pegado en la pared de la farmacia, ese en donde estaba escrito su correo electrónico. En la casilla del remitente escribí las primeras tres letras y, de forma inesperada, me apareció la sugerencia del email.

Fue tan raro que me quedé mirando la pantalla con total extrañeza. Según tenía entendido, mi padre nunca conoció a Tamara, ni siquiera a su farmacia. Pero ahí estaba su email, lo cual indicaba que en algún momento tuvo que haberle enviado algún mensaje.

De inmediato, el miedo fue sustituido por una inquietud y una duda que me cortó la respiración. Una mala sensación, o mejor dicho un mal presentimiento, me llevó de una cosa a la otra y antes de mandar el email revisé todos los mensajes enviados a esa dirección de correo electrónico.

Y la confusión me hizo doler la cabeza. El mismo email que encontré cuando me metí al despacho de mi padre, ese con los extraños números: "209.9824 u" había sido enviado al correo de Tamara en una fecha anterior a su muerte. Solo que en ese mensaje aparecía así: "209.9824 u 1g".

—Nolan, ven aquí —le llamé, y la voz me salió casi desesperada.

Le expliqué todo. Nolan, inclinado junto a mí para mirar mejor la laptop, terminó más intrigado que yo.

—¿Ves que sin mí te morirías? —expresó en una exhalación cansina—. Pon esos números en el buscador de Google —me ordenó.

Lo hice. Los resultados fueron tan confusos que no nos dijeron nada en realidad. Nolan entornó los ojos y pensó. Luego señaló la pantalla, justo en el "1g". Decidimos buscar eso primero, por separado. Los resultados arrojados por Google fueron referentes a telefonía, pero no tenía mucho sentido...

—Espera, espera —intervino él con premura, como si de repente muchas cosas se hubieran aclarado en su cabeza—. Vuelve a escribir 1g en el buscador. —Apenas lo tecleé, Nolan soltó una exclamación y volvió a señalar la pantalla justo en el cuadro de predicción que salía debajo de la búsqueda—. Ahí está, Google lo toma con referencia a gramos. Creo que significa un gramo. Ahora quítaselo y búscalo así.

En el buscador de Google, según me indicaba Nolan, la cosa quedó de esta forma: 209.9824 u. Di enter y los resultados fueron referentes al Polonio, elemento químico de la tabla periódica. El primer link llevaba a la Wikipedia que explicaba todo sobre él.

Nolan y yo miramos la pantalla, confundidos.

—Déjame ver si entiendo bien, ¿tu padre le pidió a Tamara un gramo de Polonio? —soltó Nolan como si fuera muy absurdo pero al mismo tiempo muy intrigante.

Y en verdad parecía absurdo. Mi padre había sido un simple pero reconocido profesor de filosofía. Un profesor de filosofía no tenía nada que hacer con un elemento químico. A menos que... Las ideas llegaron a mí como una ráfaga que a pesar de que me hinchó la cabeza de dudas, me impulsó a buscar una respuesta.

—No... espera... —murmuré mientras leía la información en Wikipedia.

"... El polonio es un metal volátil, reducible al 50% tras 45 horas al aire a una temperatura de 54,8 °C (328 K). Ninguno de los alrededor de 50 isotopos de polonio es estable. Es extremadamente tóxico y altamente radiactivo..."

"...Se encuentra en el grupo 16 y su número atómico es 84..."

Y luego más abajo estaba. Uno de los isotopos. La respuesta que buscábamos. Apenas finalicé de leer me recargué en la silla y me pasé las manos por la cara en un gesto de absoluta frustración y pasmo.

—¿Qué? ¿Qué? —inquirió Nolan con rapidez, como si también quisiera entender, pero no lo lograra.

—Lo que le pidió fue Polonio 210, uno de los venenos más potentes del mundo.

Nolan ladeó la cabeza tal cual cachorro que no comprendía de dónde provenía un sonido. Su gesto fue incrédulo, casi ingenuo.

—Ah, tu papá quería veneno. ¿Para qué?

Lo miré como diciendo: ¿Es en serio? ¿Es en serio lo que estás preguntando, pendejo?

—¡Qué sé yo, Nolan! —Exclamé con fuerza. Él se cubrió el pecho, ya experto en eso de que cuando hacia una pregunta estúpida yo solía pegarle—. Pero papá conocía a Tamara y ella nunca nos lo dijo.

Un nuevo y más largo quejido de Ax nos hizo saltar. Se presionó los oídos con mucha fuerza al mismo tiempo que su rostro se contrajo en una expresión de dolor. Las venas de su cuello brotaron. Su piel se tensó hasta el punto de enrojecerse, los dientes apretados, visibles. No se oía nada más que sus quejidos, pero parecía que un sonido fuertísimo le estaba acribillando la cabeza.

—¡¿Pero qué demonios le pasa?! —soltó Nolan con la preocupación al límite—. ¡Hay que hacer algo ya, Mack!

Sí, muchas dudas relacionadas a mi padre me atacaban ahora, pero primero debíamos encargarnos de Ax.

Me levanté de la silla con decisión.

—Iré a donde Tamara y la traeré hasta acá —anuncié.

Nolan me miró como si estuviera loca pero al mismo tiempo como si la idea no fuera tan absurda. Implicaba contarle todo, aunque quizás podríamos buscar la forma de omitir o alterar algunas partes para no revelar toda la verdad, pero si no podíamos llevarlo a un hospital, si afuera lo estaban buscando, era mejor recurrir a la única opción confiable.

—Pero, ¿y Ax? —preguntó él, todavía dudoso.

—Sabes que no saldrá de aquí —le dije. No noté que me estaba apretujando las manos hasta que me dolieron—. Tenemos que traerla, quizás... quizás pueda ayudarnos más de lo que creemos.

Nolan torció el gesto con indecisión. Miró a Ax con espanto y luego a mí como si ante sí tuviera algo de lo que temiera encargarse.

—¿Y qué hago mientras tanto? —inquirió finalmente en una exhalación.

—Cuídalo, límpiale la sangre. Y si sucede algo ya estoy muy segura de que es posible que él te cuide a ti. No tardaré.

Nolan me dedicó una mirada de preocupación e hizo un ligero asentimiento de cabeza. Después no perdí más tiempo. Busqué un abrigo y salí disparada de la casa. No era muy buena la idea de dejarlos, pero si Ax no podía salir a recibir ayuda, debía llevar la ayuda hasta él. Además, Tamara debía explicarnos muchas cosas.

La lluvia me empapó apenas corrí hacia el auto. Era gruesa, agresiva y fría. El viento soplaba helado. El cielo parecía una enorme mancha oscura e uniforme. No pretendía escampar pronto. A pesar de eso conduje rápido. Los faroles delanteros del auto iluminaban la carretera mojada y solitaria. Los limpiaparabrisas se deslizaban en un abanicado consecutivo. Me aferré al volante con fuerza, todavía nerviosa y con una estampida de preguntas sacudiéndome los suelos de la mente.

Veneno, ¿para qué? ¿por qué?

En cierto momento el auto se apagó. El repiqueteo de las gotas contra el techo acompañó la maldición que emití. Un ramalazo de furia y miedo me atacó. Pensé que se había agotado la gasolina, pero intenté encenderlo de todas formas. Giré la llave. El motor se ahogó. No era la gasolina, no. Seguí intentando. Aferré una mano al volante con fuerza y desesperación mientras continué tratando de encender. Al mismo tiempo susurré unos consecutivos: vamos, vamos, vamos...

Estuve así por lo que me pareció una eternidad. No dejé de pensar en Ax en ningún momento. Me había salvado, no importaba cuán raro pareciera cada vez que lo recordaba, él lo había hecho. ¿Ahora yo le fallaría? No, no podía fallarle. Tenía que ayudarlo.

El motor encendió y aceleré. Llegué a la farmacia. Estaba de turno. Me bajé de un portazo y corrí hacia la puerta para atravesarla. Ya sentía el cabello gotearme y el frio había traspasado el grosor del abrigo, pero avancé entre los estantes. La tele, encendida, pasaba noticias sobre un enorme y alarmante incendio forestal en el pueblo vecino. Tamara no se encontraba detrás del mostrador, así que me detuve frente a él y le llamé.

—¿Tamara? —hablé lo suficientemente fuerte para que me oyera en todo el lugar—. ¿Hola? ¡Emergencia!

No respondió. Lo intenté un par de veces más, pero nada. La voz de la periodista en el canal local era lo único que se oía además de mis llamados.

Asumí que debía de estar en la parte trasera ordenando cosas. Quizás tenía los audífonos puestos. Rodeé el mostrador y me tomé el atrevimiento de empujar la puerta que daba al almacén. En el interior, la bombilla fallaba. Un segundo solo vi oscuridad, y otro segundo después en cuanto se encendió vi el horror.

Parecía el escenario de una película de terror, justo en donde el asesino había perseguido a su víctima y la había atacado sin parar con un hacha. La sangre de esa víctima tuvo que haber salpicado por todas partes, porque se veían manchones rojos y espesos en las paredes. Lo contemplé todo con estupefacción. Una cosa era ver aquello en una pantalla, pero estar parada en donde posiblemente había sucedido algo igual, acentuó mi miedo. Sin embargo, en realidad no sabía qué había pasado. El corazón me latió en los oídos, incluso pensé que saldría corriendo hasta que noté que algo se movía, un cuerpo encogido y débil que se fundía con la oscuridad cuando la bombilla se apagaba.

Era Tamara. Estaba sentada en el suelo, apoyada contra un estante. No entendí la situación hasta que me acerqué lo suficiente. Entonces tuve que cubrirme la boca para no gritar. Me dio la impresión de que apenas respiraba. Una cantidad de sangre bastante alarmante brotaba de su estómago en donde tenía una herida que ella misma se estaba presionando con su ante brazo.

Pero ¡¿qué demonios había pasado?!

Me apresuré a agacharme frente a ella. Fue una imagen espantosa. El cabello era un alboroto empapado de sudor y sangre en algunas partes. Su bata de farmacéutica estaba rota y manchada de sangre. Había un desastre de medicinas, frascos, píldoras e inyectadoras desperdigado por el suelo. Había forcejeado, quizás había luchado contra la persona que la había lastimado, pero eso no fue lo que más me impactó. Lo que me aterró fueron sus ojos, lo que vi en ellos: muerte. Estaba muriendo.

—Tamara, ¡¿qué sucedió?! ¡¿quién te hizo esto?! —le dije con desespero, mirando cada parte de ella con un pasmo que me hacía martillear el pecho.

Sus parpadeos eran lentos, le costaba enfocarme. Un par de golpes le coloraban alrededor de los pómulos.

—¿Mack? —soltó en un suspiro forzoso y débil—. Ve... vete. Vete de aquí, rápido.

A pesar de que estaba sentada sobre un amplio charco rojizo y de que todo en ella me indicaba que había llegado demasiado tarde, que probablemente llevaba mucho rato desangrándose, no podía, no podía solo irme.

—¡Llamaré a la policía y a una ambulancia! —exclamé y comencé a buscar mi teléfono en mis bolsillos.

—¡No! —emitió ella. Trató de decir otras cosas, pero solo movía los labios y las pocas palabras que salían de su temblorosa y magullada boca eran como sus últimos alientos—: No... confíes en... en ellos.

Me quedé paralizada.

—¿En la policía, dices? —inquirí, desconcertada.

Entonces ella hizo un débil pero claro asentimiento y al miedo se le sumó una helada inquietud. Pensé en preguntarle por qué, pero la bombilla oscureció y luego iluminó. En esa fracción de segundo, Tamara había girado la cabeza y se había quedado viendo un agujero en el suelo que constituía la entrada al sótano de la farmacia. Entonces lo noté. En el suelo, un rastro de sangre formaba una línea, un camino. Iniciaba en donde estaba Tamara, pero seguía en dirección al sótano. Me volví hacia ella.

—¿La persona que te hizo esto sigue aquí? —pregunté en un susurro de alarme.

Tamara movió la cabeza de un lado a otro en un gesto lánguido y agónico. Cerró los ojos con fuerza y un par de gruesas lagrimas rodaron por sus ensangrentadas y sudorosas mejillas. Sentí como si me golpearan el pecho con un enorme mazo.

—Vete, Mack, por favor —respondió entre lo que pareció una súplica y al mismo tiempo un llanto—. No es... no es seguro.

Se interrumpió al toser de forma brusca. A pesar de que fue un tose suave, expulsó una mortecina mezcla de sangre y saliva tan espesa que escurrió desde su labio inferior hasta su barbilla. Luego se estremeció como si le estuvieran desgarrando el estómago desde adentro. Si con Ax había intentado mantener la calma, con Tamara estaba a punto de entrar en el pánico y la desesperación, pero no me quedé quieta. Con toda decisión intenté sostenerla por debajo de los brazos.

—Debo llevarte al hospital, estás perdiendo mucha sangre —dije mientras impulsaba mi peso hacia arriba para levantarla y conducirla hasta el auto.

Sin embargo, no me lo permitió. Con las pocas fuerzas que le quedaban puso resistencia y coloco sus manos frías, que temblaban como si su cuerpo ya no resistiera la vida, en mi cara para obligarme a mirarla. Intenté no desmoronarme de pavor, pero fue tan difícil que comencé a respirar con agite. Percibí el agrio hedor de la sangre y con ello un ligero olor a chamuscado...

—Escúchame —me pidió, mirándome a los ojos. Sus manos me sostenían con mucha debilidad. El alma entera se me sacudió de angustia—. Tienes que irte y no puedes... no puedes decirle a nadie que estuviste aquí, ¿entiendes? ¿Entiendes lo que te digo?

Sacudí la cabeza. Los ojos me escocieron. Un nudo se me formó en la garganta.

—No sabes lo que estás diciendo, tú no... —intenté decir con la voz quebrada, negada a aceptar algo.

—Iba a suceder —me interrumpió, asintiendo como si a pesar de que tiritaba de dolor, quisiera hacérmelo entender de la manera más paciente—. De cualquier forma iba a suceder. Nunca te dije muchas cosas, Mack, pero...

No logró completar la frase porque sus manos no pudieron seguir sosteniéndome. Las dejó caer al tiempo que se encogía para toser. La sangre le chorreó en hilos. Intenté ver su herida, pero entre la ropa y la sangre no entendí si era una perforación con objeto, una de bala o algo más.

—Sé que conociste a mi padre, pero eso no importa ahora —le aseguré y de nuevo intenté sostenerla.

Pero fue como si nunca se hubiera esperado eso. Un gesto de sorpresa destelló en sus ojos, una sorpresa casi pasmosa.

—¿Cómo...?

—En su email vi que él se comunicaba contigo —le aclaré al mismo tiempo que volvía a fallar en el intento de alzarla, porque ella afincaba todo su peso para impedírmelo. Suspiré—. Tamara, hace una hora unos desconocidos entraron a mi casa y de no ser por... bueno, que mi padre te encargara ciertas cosas como veneno me lo puedes explicar después.

De nuevo quise alzarla. De hecho, reuní mucha fuerza y me sentí decidida a soportar su peso, pero en lo que respondió me quedé helada:

—Él... él jamás me pidió algo.

—Pero en su email él te pedía un gramo de Polonio 210 —aseguré, ya más confundida que nunca.

—No él —aclaró con un detenimiento exánime—. Eleanor.

Sentí como si el mundo se detuviera por un instante. ¿Eleanor de Cavalier? ¿Mi... madre? Por inercia volví a mi posición inicial, arrodillada frente a ella, solo que ahora... era como si todos los caminos que se extendían delante de mí, antes rectos y fáciles de recorrer, se dividieran, mezclaran y cruzaran como un conjunto de enredaderas. Lo que tenía en frente ya era un laberinto y prometía perderme si intentaba llegar al centro.

Tamara buscó algo en mi rostro hasta que pareció encontrarlo. Luego se movió un poco entre quejidos y rebuscó en sus bolsillos.

—Ve a mi casa y busca... busca... —dijo mientras que con su mano temblorosa me ofrecía un juego de tres llaves manchadas por su sangre.

En el instante en que las tomé, la bombilla se apagó de forma definitiva. El almacén se inundó de una oscuridad tan espesa que me causó un escalofrío. Y de pronto se escuchó algo. Giré la cabeza con brusquedad. Provenía del fondo de la escalera que bajaba al sótano del almacén. No estuve segura de qué era. Era como... era como un... eran como... ¿pasos?

Al mismo tiempo algo centelleó por debajo de una mesa arrimada contra una esquina. Sobre ella descansaba un computador y abajo, en la maraña de conexiones, fue como si una mano invisible cogiera ambas puntas de dos cables con corriente y las uniera.

El chispeo refulgió entre la negrura.

Le siguió un segundo chispeo.

El ultimo bastó para causar un cortocircuito. El CPU explotó junto a un destello amarillo, como si una pequeña bomba nuclear detonara en el aparato. Un intenso y fastidioso olor a quemado se extendió en el almacén. Del estallido quedó una llama de fuego que ondeó en su sitio e iluminó ese espacio. Y me recordó al fuego que estalló en la estación de policía. Había algo extraño en él, en cómo ondeaba con insistencia, en lo intenso de sus colores, como si estuviera vivo, como si pensara...

De nuevo los pasos.

—¡Vete, Mack, rápido! —insistió Tamara, mirando en dirección a la entrada del sótano con el pánico en la voz.

—¡Te llevaré conmigo!

Intenté sostenerla para levantarla y sacarla de ahí, pero ella se negó y me empujó. Las pocas fuerzas que le quedaban se le desvanecieron en ese gesto. Al instante se retorció en un espasmo que le hizo escupir fluidos y sangre. Quise verlo desde una perspectiva más positiva, pero su piel ya parecía tiza y su cuerpo se había reducido el doble de lo que era.

Entendí que hiciera lo que hiciera, ella igual moriría, pero no quería dejarla. A pesar de las circunstancias habíamos formado un vínculo desde el día en que visité su farmacia en busca de alguien que me vendiera Valium sin hacer demasiadas preguntas. Ahora yo no podía solo irme. Es decir, sabía que no había otra opción, que tendría que hacerlo, pero la idea me acuchilleaba el pecho.

Ella empezó a balbucear unos incesantes: vete, vete, vete. Los pasos en el sótano se hicieron más audibles. ¿Había alguien allí? ¿La persona que la había lastimado? Un par de chispeos más avivaron la llama debajo del computador. Un denso y fastidioso olor penetró mis fosas nasales. Tamara no dejaba de decirme que me fuera, yo...

—¿Qué es lo que debo buscar? —le pregunté rápidamente.

Los pasos. Los chispeos.

—¡Vete de una vez, Mack! —me ordenó en un grito desgarrador—. ¡Tienes que irte!

Los pasos. El fuego. Los chispeos.

—Pero...

—¡Rápido!

Le dediqué una mirada de disculpa y salí corriendo del almacén. Atravesé la puerta de la farmacia a toda velocidad, me subí al auto y aceleré. Las llantas chirrearon, pero con éxito cogí la carretera. No pasaba ningún otro auto. La noche se había puesto más oscura, más lluviosa, más aterradora. Me aferré al volante con el pecho y el mundo agitado. Los ojos me escocieron tanto que unas lágrimas gruesas y de desespero se me escaparon. No logré aguantar el llanto sonoro y cargado de miedo.

Mi cabeza era un caos. Eleanor había pedido el veneno, pero ¿para qué? Una idea me cruzó la mente y se me nublaron los pensamientos. ¿Por qué ella haría eso? ¿Era capaz? ¿Y yo era capaz de creerlo? Todo me pareció tan cuestionable y de repente desconfié hasta de mi propia madre. Para añadirle más al lío, Tamara había dicho que no debía confiar en la policía. Todo era tan enredado que me di cuenta de que iba a toda velocidad solo cuando estaba a pocos metros de arrollar a una irreconocible silueta de pie en medio de la carretera.

Y recordé:

Jaden y yo nos quedamos paralizados, mirando los arbustos con una expectación extraña. Sentí miedo de la oscuridad, de lo que pudiera haber más allá en la densidad de las montañas y los bosques que bordeaban el pueblo.

Pero nada volvió a moverse. Nada volvió a sonar.

Sacudí la cabeza como si quisiera despojarme de la absurda idea de que había algo allí y caminé en dirección al auto. Jaden se apresuró a seguirme, todavía sin camisa. Escuché sus pasos detrás de mí. Me repetí mentalmente que él estaba conmigo, que él podía protegerme de cualquier cosa, pero la sensación no desapareció aunque traté de apartarla. Sentí algo extraño. Había algo raro en este sitio, lo percibí de una manera que incluso me pregunté cómo era posible.

Hasta parecía una certeza...

Rodeamos el auto y nos subimos. Le quise pedir a Jaden que arrancara lo más rápido posible, pero él dejó su camisa sobre su regazo y se tomó un momento para mirar el volante. Un aire extraño creció entre nosotros. También quise decirle que no se trataba de él, por si lo había mal interpretado. De hecho, abrí la boca para decir algo, pero en ese mismo instante giré la cabeza de manera abrupta. Ni siquiera pareció un movimiento mío. Solo la giré y vi los dos círculos de luz de un auto.

De un auto que venía a toda velocidad.

Hacia nosotros.

—¡Jaden, arranca! —le grité en una orden alta, firme, cargada de terror.

No supe si fue por la urgencia de mi grito, o por lo real y asustado que sonó, pero Jaden encendió el auto como si fuera consciente de que existía un peligro, y pisó el acelerador. Me tambaleé en el asiento apenas las llantas salieron del terreno del bosque y rodaron por el asfalto.

Jaden miró por el retrovisor.

—Nos siguen —dije, demasiado segura—. Nos estuvieron siguiendo todo el tiempo.

El atractivo rostro de Jaden se contrajo de confusión.

—¿Qué? —emitió con total desconcierto—. ¿Quiénes nos siguen? ¿Es tu padre?

—No, no es él. Son otros. Son ellos.

Si había un nivel más allá de la confusión, algo como: de verdad no entiendo ni el idioma en qué lo dices, él lo alcanzó.

—¿Ellos? ¿De qué carajos hablas, Mack? —me preguntó, alternando la vista entre la carretera y el retrovisor.

De repente me dolió mucho la cabeza. Me cubrí los oídos con las manos.

Sé qué sucede.

Sé que nos siguen.

Sé quiénes son.

Pero no me salen las palabras para decirlo.

—¡Tenemos que perderlos! —logré soltar.

Ahora Jaden invertía la mirada entre la carretera y yo, preocupado.

—¡¿Pasa algo que no me hayas contado?! —exigió saber con exasperación.

—Yo... estaban pasado cosas. Es decir, algo malo. Sé partes, pero no todas.

—¡No entiendo una mierda, Mack, explícate!

—Estoy en peligro. En mi casa estoy en peligro.

El recuerdo se esfumó de pronto. Apenas regresé a la realidad, iba a conduciendo a toda velocidad. La distancia entre el auto y la figura alta y oscura parada en medio de la carretera ya era muy corta. No tuve tiempo de actuar de manera segura. En un intento de esquivarlo y frenar, perdí el control del auto. El vehículo giró de forma abrupta, zigzagueó, me zarandeé, y todo se movió demasiado rápido a mi alrededor hasta que golpeó contra algo.

El crash de algo que se rompió y aplastó fue igual de sonoro que la fuerza tan violenta con la que me estrellé. La gravedad me obligó a pegar la frente contra el volante. Fue un golpe seco que me hizo rebotar la cabeza, me sacudió la consciencia y me nubló la vista por un momento. El dolor se extendió como un latigazo por mi cráneo, pero de igual modo traté de comprender la situación en la que me encontraba.

Escuchaba la lluvia golpear el techo. El auto había colisionado contra un árbol. No había sido lo suficientemente fuerte como para terminar peor, pero delante de mí el capó se había levantado y, en lo que intenté encenderlo, descubrí que las llantas se habían hundido en un lodo denso que podía pasar como una trampa mortal.

Sin encontrarme en todos mis sentidos, con la poca lucidez que tenía, saqué mi celular. Apreté los ojos con fuerza para distinguir la pantalla, pero de igual modo la veía borrosa. Presioné sin saber bien qué presionaba hasta que encontré la opción de llamar. Tenía a Nolan en marcado rápido, así que presioné el 5.

—¡¿Mack?! ¡¿En dónde estás?! —contestó con preocupación y alarme. Su voz me lastimó los oídos—. ¡Acaban de reportar un incendio en el pueblo!

—Estoy... —Me costaba pensar, hablar, e incluso respirar—. Ruta 6. El auto...

—¡¿El auto qué?!

—Se estrelló...

Después todo fue oscuridad.

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Hola Strangers :D

Espero que les haya gustado el cap. Lo estoy actualizando a las 12 de la noche mientras me muero de sueño. ¿Que decirles? Ni siquiera se me ocurre una buena nota, pero en el próximo capitulo iremos entendiendo muchas cosas. Lo único que puedo decirles es que Mack y Nolan encajan mas piezas y Ax... 

Bueno, mejor los dejo con el suspenso.

Muchas gracias por seguir leyendo. Los amo mucho.


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