
12
Primer acto: un títere sonriente
Segundo acto: el títere ya no sonríe
Tercer acto: el títere desaparece
¿Cómo se llama la obra?
Lo cierto era que a primera vista, a la fugaz mirada que le echabas, Ax parecía un muchacho bastante común. De hecho, si apartabas esas extrañas actitudes como oler cosas para identificarlas o explotar en repentinos ataques de furia, quedaba un buen material.
Nolan y yo ya estábamos seguros de que como mucho Ax debía tener veinte años, no más. Toda su anatomía nos los decía. Era alto como alguien de esa edad; su contextura era la adecuada para un muchacho que se ejercitaba a veces; su rostro era limpio y considerablemente atractivo; y su porte, su presencia, su mirada, eran imposibles de pasar por alto.
Ax tenía algo llamativo, algo fascinante...
Quizás los ojos de colores distintos; quizás el cabello entre cobrizo y negro; quizás la piel cremosa, plagada de moretones y cicatrices, o quizás era... simplemente él. No lo sabía con exactitud, pero había algo desconocido y al mismo tiempo imponente que predominaba en el sitio en el que se encontrase. Entonces no podías ignorar que estaba allí y resultaba magnético de una manera inquietante.
¿Quién era Ax?
¿De dónde había salido?
¿Qué le había sucedido?
¿Por qué se comportaba como se comportaba?
¿Había hecho algo muy malo o era la victima de alguien?
No lo sabíamos. A esas alturas seguíamos sin saber nada de él, pero comenzamos a enseñarle, a explicarle cómo funcionaban las cosas, cómo se conectaban las palabras, y luego a tratarlo como uno de nosotros, como si formara parte de nuestro trágico y sombrío mundo...
Primero le explicamos lo que representaba una fiesta para una familia como la mía. Le mostramos videos de eventos pasados y la curiosidad reflejada en su rostro fue digna de fotografiar. Luego le dijimos que todas esas «personas» no eran peligrosas, que no hacían daño, y que si explotaba en un arranque de ira solo conseguiría que llamaran a la policía.
Finalmente le dejé en claro que nadie podía saber que él vivía en la casita, porque entonces la policía se lo llevaría.
Estábamos progresando mejor de lo esperado. Ya habían pasado tres días desde que mi madre nos dijo lo de la fiesta. Nolan y yo habíamos trabajado sin mucho descanso para enseñarle a comportarse y a expresarse. Ax pronunciaba las palabras y lograba conectar un par, lo cual era un avance, pero no el resultado definitivo. Todavía tenía ciertos problemillas que buscábamos cómo corregir.
De modo que una tarde mientras repasábamos las oraciones, por fin empezó a llover.
Todo el frío y las noches nubladas que se habían acumulado, estallaron en una lluvia torrencial que golpeaba con violencia los cristales empañados de las ventanas. Incluso adentro se oía el repiqueteo. Incluso adentro se percibía un frío casi invernal. Ese ambiente nostálgico pero acogedor que producía un buen aguacero, flotaba en cada rincón de la silenciosa mansión Cavalier.
Nolan ya se había ido. Ax y yo nos encontrábamos en mi habitación porque Eleanor había viajado a Miami y no regresaría hasta el día siguiente. Por los momentos era más seguro tenerlo allí que en la casita. Durante la tarde hacían limpiezas en el jardín y aparecían organizadores a chequearlo todo. A él le causaron curiosidad el primer día que llegaron, por lo que no podía arriesgarme a que Ax saliera y les diera la cara.
Así que justo ahí, esa misma tarde fría y lluviosa, le dije a Ax algo que no olvidaría jamás...
—Es un secreto —pronuncié, sentada en posición de indio frente a él—. Eres un secreto.
—Secreto —repitió Ax con fluidez, sosteniendo mi mirada.
A pesar de que los días transcurrían, nada cambiaba en Ax físicamente. Llevaba unos de los jeans que Nolan le había regalado y no usaba camisa. No me había parecido extraño hasta ahora. Yo estaba envuelta en un suéter porque hacía mucho frío, pero Ax parecía muy cómodo con el torso desnudo, como siempre. Los moretones en su piel se veían más tenues, pero seguían ahí. Una venda limpia le rodeaba el abdomen. Tampoco llevaba zapatos. Le gustaba estar descalzo a pesar de que las ampollas y rasgaduras en sus pies seguían sanando.
A veces veía esas heridas y algo punzaba en mi interior. Me preguntaba si no le dolían, si no recordaba a cada momento cómo se las había hecho... Tampoco era que Ax expresara mucho. Era difícil identificar algún sentimiento si siempre se mantenía serio.
—Un secreto es algo que nunca, por ningún motivo, le dices a nadie; algo que ocultas —continué con detenimiento.
Sus ojos grandes e inquietantes me miraron con fijeza y con ligera confusión.
—¿Aquí? —dijo él con cierta duda.
—Sí, tú vives aquí y nadie debe saberlo —aclaré, asintiendo en modo de aprobación—. Eso es un secreto. Hay secretos malos y secretos buenos, aunque a fin de cuentas son solo secretos y el hecho de ocultarlos ya es... —Me di cuenta de que su confusión aumentaba, así que decidí no darle muchas vueltas—: Para que todo salga bien, te presentarás en la fiesta y actuarás normal.
—Normal —repitió, dejándome claro que lo entendía.
Aprendía con éxito y lo hacía rápido. Ax no era nada tonto, su problema se concentraba a la hora de hablar. Era como si... como si las palabras se negaran a salir de su boca. Sin embargo, el progreso era notable, pero de igual modo se lo recordé:
—Normal significa estar tranquilo, callado, sin oler cosas y sin enojarte, ¿de acuerdo?
Ax frunció el ceño en un gesto de reclamo y su expresión se volvió obstinada. Bajó la mirada hacia los libros que descansaban entre nosotros: libros de letras, de caligrafías, de todo lo que pudiera ayudar a aprender. Eran libros para niños, aunque Ax no se veía ni era como uno. Lograba escribir lo que podía copiar, pero al pedirle que escribiera lo que pensaba, no lo conseguía. Tampoco había vuelto a dibujar algo, como si su habilidad se hubiera agotado en aquel dibujo extraño de mi casa que hizo en el pizarrón.
Los ataques de furia no se habían repetido.
Y en cuanto a aquel auto extraño que habíamos visto, Ax parecía haberlo olvidado.
—¿Esto...? —inquirió él y señaló uno de los libros.
Estaba abierto. La página derecha era de caligrafías, pero en la izquierda había unos dibujos para colorear. Él señalaba el dibujo.
—¿Qué es esto? —le corregí—. Para saber qué es algo, dices: ¿Qué es esto? Anda, repítelo.
—¿Qué es...? —intentó repetir él, pero no pudo pronunciar la última.
El dibujo que señalaba era de un títere. Por encima de él, unas manos gruesas y masculinas tiraban de las cuerdas. El muñeco parecía un payaso de madera que sonreía con calidez. Era un dibujo muy bonito.
—Es un títere —le aclaré, alternando la mirada entre él y el dibujo.
—¿Qué es «títere»? —preguntó igual de neutro.
—Un muñeco que se puede controlar. —Señalé las manos que tiraban de las cuerdas en el dibujo—. ¿Ves esas manos? Son del titiritero, la persona que hace que el títere se mueva como él quiere.
Las cejas de Ax se hundieron un poco con algo de extrañeza.
—Títere... ¿persona? —preguntó sin mucha seguridad al pronunciar las palabras.
—No, el títere no es una persona, es solo un muñeco. No tiene vida. Las cuerdas son su motor, y si nadie las mueve, el títere es un simple objeto.
Ax observó el dibujo con una fijeza indescifrable, pero no fue sino hasta que tocó la hoja con las puntas de sus dedos que tuve la ligera sospecha de que aquello significaba algo para él. Esperé detectar alguna emoción en su rostro, algo que me lo confirmara, pero los ojos de Ax expresaban un vacío que en ocasiones era difícil de sostener.
Muchas cosas diferenciaban a Ax del resto de las personas, desde ese aire enigmático que lo rodeaba, hasta el inquietante estado de inmovilidad que adoptaba a veces. Muchas cosas te hacían sospechar que algo no era normal en él, pero las rarezas se afincaban en sus ojos. Esos ojos parecían una ilusión. Cuando los veías de manera superficial te parecían hermosos, pero si no apartabas rápido la vista, podían llegar a ser aterradores.
Si miras el abismo, ¿él te mira a ti?
—Ax —pronuncié con suavidad y luego le señalé el dibujo—. ¿Esto significa algo para ti?
No pudo responderme, porque al instante se escuchó el timbre de la casa. Era una melodía de siete segundos algo melancólica para que pudiera oírse en cada rincón. Ax no se alertó, pero yo me levanté con rapidez. Por un momento temí que fuera mi madre, pero era obvio que ella no tocaría el timbre. Quizás era algún organizador, aunque con esa lluvia era raro que alguien se apareciera.
—Debo bajar a ver quién es —le avisé a Ax—. Ya sabes lo que hablamos, ¿no? Quédate en esta habitación y no salgas por nada del mundo. En caso de que alguien entre, ocúltate en el armario.
Él asintió con la cabeza. Ya lo habíamos repasado varias veces, no le era difícil. Además, las ordenes simples eran muy sencillas de obedecer para él. Me dirigí a la puerta, pero antes de salir sentí necesario aclararle otra cosa:
—No te desesperes, volveré, ten por seguro que no importa cuánto tarde, regresaré. Me esperarás, ¿no?
—Aquí —afirmó Ax con otro asentimiento.
Bajé las escaleras a toda velocidad. La casa en realidad tenía todo un sistema de seguridad con cámaras dispuestas en puntos estratégicos, algo así como esa casa en la película "La habitación del pánico". Cada vez que la verja de entrada se abría, sonaba un pitido de aviso. Cada vez que alguien nos visitaba, debía tocar el timbre y uno podía ver de quién se trataba desde el cuarto de control.
El cuarto de control era nuestra habitación del pánico. Tenía pantallas, un teléfono de emergencias, una reserva de comida, de medicinas e incluso de armas, pero no me sabía la contraseña. El punto era que todo lo que el sistema de seguridad grababa, yo lo borraba cada noche para que mamá no se diera cuenta de que Ax vivía en la casita de la piscina.
Entré y contemplé las cuatro primeras pantallas de las cámaras de seguridad. Mostraban la verja, la puerta de entrada, una pequeña parte del patio y los muros que rodeaban la casa. Detrás de la verja, bajo la lluvia torrencial, esperaba una patrulla de policía.
Me quedé rígida por un instante. Un frío mucho más helado me recorrió el cuerpo y se asentó en mis manos, haciéndolas sudar. Me pasaron por la mente mil suposiciones. Todas desencadenaban en que venían a buscar a Ax.
Intenté elaborar un plan rápido. Me hice las preguntas más importantes: ¿cómo lo sacaba de la casa?, ¿a dónde iríamos?, ¿cuánto dinero tenía en mi cuenta bancaría para ayudarnos a sobrevivir?, ¿en verdad escaparía con él?
Mis pensamientos se rompieron cuando el intercomunicador pitó. Dudé por un momento, pero insistió de nuevo. Entonces lo presioné para escuchar:
—Buenas tardes, soy el oficial Dan Cox, quisiera hablar con Mack.
La voz al otro lado sonaba afectada y algo distorsionada por el aguacero. Que fuera Dan no me alivió mucho. ¿Qué demonios hacía en mi casa? ¿Qué quería? Asumí que Nolan no tenía ni idea de que él se encontraba allí, pero de todos modos saqué mi teléfono y le envié un mensaje rápido:
Dan está aquí. SOS.
Ya enviado, presioné de nuevo el intercomunicador:
—Hola Dan, ¿qué sucede? —hablé sin apartar la vista de la pantalla que reflejaba la verja.
El brazo cubierto por el uniforme azul se extendió hacia el panel del intercomunicador. Dan sacó un poco la cabeza por la ventana para poder responder:
—Mack, ¿abres la verja por favor?
—¿Sucede algo?
Mi pregunta fue tranquila a pesar de que la inquietud comenzaba a llenarme de sospechas y suposiciones. Quise saber si había alguna otra patrulla, pero ninguna cámara apuntaba hacia la calle.
—Solo quiero hablar un momento —respondió, sereno.
Me pregunté cuánto me tomaría coger el auto y salir con Ax por el portón trasero. Nunca usábamos ese portón. Era de hierro completo y para abrirlo había que introducir una combinación desde ese mismo cuatro de control. Ni siquiera vi a mi padre salir por allí alguna vez. Ni siquiera recordaba verlo abrirse alguna vez.
—Por aquí estamos hablando —repliqué con simpleza—, y te oigo muy bien.
—Mack... —insistió un poco.
—Mi madre no está —le informé por si acaso quería que estuviera presente.
—Y no es con ella que quiero hablar, así que no hay problema. —Como no respondí rápido, añadió—: Es una visita amistosa.
—¿Hay algún amigo tuyo aquí? —expresé con falsa incredulidad.
—¿Hay algo por lo que no quieras que entre? —rebatió en el mismo tono.
—A lo mejor estoy fumando un montón de hierba —dije, por completo consciente de lo que eso podía provocar, pero si Dan venía en el plan que aseguraba, si en serio estaba ahí como el hermano de mi mejor amigo y no como el policía que se llevaría a Ax, no le daría importancia.
Y no se la dio.
—A lo mejor tengo la nariz algo constipada y no distingo olores —contestó con indiferencia y complicidad.
Si le ponía muchos peros sería demasiado sospechoso. No quería que Dan pensara que tenía algo que ocultar, aunque lo tenía. Lo mejor siempre era mostrarse en calma y dar la cara para transmitir inocencia.
Accioné uno de los botones que abría la verja automática. Observé la imagen en la pantalla hasta que el auto ingresó y la verja comenzó a cerrarse de nuevo. Salí del cuarto de control y me coloqué frente a la puerta de entrada. Apenas escuché los toques, abrí.
Dan apareció ante mí. Con ese uniforme de policía, de nuevo no podía creer que fuera él. Maldición, qué cambio. Desprendía un aura fresca, incluso amigable, como la del poli bueno en las series de detectives. Era como si lo hubieran inflado con músculos y un atractivo natural, como si nunca hubiera tenido la cara grasienta y una voz rara. De hecho, ahora su voz era grave y clara.
—¿Puedo pasar? —me preguntó y me dedicó una sonrisa ancha sin despegar los labios.
Con esa actitud no pensabas en desconfiar de él. Con esa imagen ni se te ocurría la idea de alejarlo, pero la verdad era que no conocía a Dan. Lo que sabía era lo que había visto en casa de Nolan cuando lo visitaba, pero con aquel cambio sospechaba que ya no existía nada de ese chico escueto obsesionado con CSI. Incluso se veía más equilibrado, más maduro, más propenso a armar un escándalo y a actuar según la ley si se enteraba de que ocultaba a Ax.
—Creo que necesitas una orden para eso —repliqué.
Soltó una risa tranquila. Algunos mechones de su cabello rubio se le habían mojado por la lluvia, y en los anchos hombros se le habían creado pequeños manchones de humedad.
—Si fuera a registrar tu casa, pero te dije que solo vengo a hablar.
—¿A hablar de qué? ¿De cómo nunca hablamos desde que nos conocemos? —señalé y me recargué en el marco de la puerta, como si no tuviera intención de moverme.
Él mantuvo la sonrisa, nada afectado por mi actitud.
—Sería un buen tema considerando que me hiciste una escenita en la estación. Y no tenemos esa confianza, ¿cierto?
Buena esa, pero igual dudé. Me quedé en silencio como si lo pensara. Él miró hacia los lados y luego se cruzó de brazos como si quisiera darse algo de calor. La verdad ni siquiera se veía mal ahí parado. Podía quedarme un ratito mirándolo congelarse, pero ante mi silencio añadió:
—Hace frío, Mack, y este uniforme no es muy cálido.
—De acuerdo —suspiré.
Me aparté para que entrara y luego cerré la puerta con firmeza.
Ax esperaría en la habitación, pero no pude evitar preocuparme. Un oficial de policía allí era la formula perfecta para hacerlo reaccionar como un loco. Confié en que obedeciera mis indicaciones, en que la habitación estaba lo suficientemente lejos y las voces no llegarían hasta allá.
—¿Cómo ha estado tu madre? —preguntó Dan mientras echaba un vistazo al vestíbulo y a la sala, como si quisiera crear conversación e inspeccionar al mismo tiempo—. Lo último que supe de ustedes fue lo de la muerte de tu padre.
Lo seguí con la mirada, atenta a sus movimientos. Ni siquiera me cambié de lugar o lo invité a sentarse en el sofá. Me quedé de espaldas a las escaleras como denotando que lo que había más allá era territorio prohibido.
—Estamos bien —me limité a responder. Intenté sonar amigable, aunque todavía no me encajaba mucho la situación—. Pero estaré mejor si vas al punto, porque hay un punto, ¿no es así?
Dan se giró y me dedicó una media sonrisa. Me escudriñó con la mirada. Me sentí algo incomoda por varias razones, empezando por el hecho de que desde la muerte de Jaden, ningún tipo atractivo ponía los ojos en el opaco y soso desastre en el que me había convertido. Claro que él me miraba con otra intención, una más profesional, más analítica. Lo confirmé cuando bajó la vista hasta mi pierna.
—¿Qué tal la quemadura? —inquirió con tranquilidad.
¿Por qué no lo supuse? Venía a hablar del día que estalló la estación de policía. Él vio cuando el fuego me quemó parte del jean, incluso me ayudó a apagarlo. Todo había sido muy raro, y él también lo pensaba.
Mis nervios aumentaron, pero no lo demostré.
—Arde a veces, pero progresa —respondí sin mucha importancia.
—¿En qué hospital te atendieron? —volvió a preguntar con un interés genuino—. No fue en el mismo que a nosotros, porque para cuando llegó la ambulancia tú ya no estabas.
Que Nolan me sacara de allí antes de que llegara la ambulancia, más policías y los periodistas del canal local, fue una buena idea, pero también un error. De hecho, ahora este asunto de Ax era mucho más delicado.
Nada nos aseguraba que él tuviera algo que ver con el incendio, pero sí estaba conectado al vehículo misterioso. Todavía no sabíamos qué representaba ese auto o si estaba relacionado a Ax. Tampoco estábamos seguro de si tenerlo oculto era lo correcto, pero lo mejor era mantener a la policía a raya, sobre todo a Dan.
—Me asusté mucho, así que me fui —contesté, fingiendo incredulidad.
—¿Pudiste manejar en ese estado?
Sus palabras eran tranquilas, no parecía estar culpándome de algo, pero aquello era un interrogatorio.
—No entiendo a qué vienen estas preguntas —repliqué con el entrecejo hundido, cruzándome de brazos—. ¿Qué tiene de importante que me fuera de la estación?
—No importaría si Nolan no hubiera estado allí también.
Lo dijo directo. No en un tono acusatorio, no en un tono amenazante, pero sí como una confirmación. Me mantuve en calma. Traté de no expresar asombro. Traté de que no se notara que me estaba preguntando cómo demonios lo sabía.
—¿Y qué hacía Nolan allí? —pregunté con naturalidad.
Dan se encogió de hombros.
—Dímelo tú.
—No sé cada cosa que hace Nolan, somos amigos, no siameses —defendí como si fuera todo muy ridículo.
La expresión de Dan cambió un poco. De repente se tornó más... informal, como si ante mí no tuviera a un oficial de policía sino a alguien con quien hablara todo el tiempo, pero no bajé la guardia.
—Tu madre no sabe lo que ocurrió esa noche, ¿no es así? —mencionó él.
Resoplé y giré los ojos.
—Mi madre no sabe muchas cosas de mí desde que nací, Dan —aseguré con indiferencia—. No es nada raro que si me amputan un pie, ella se entere tres años después. —Le dediqué una mirada entornada, algo suspicaz—. ¿A eso viniste? ¿A preguntar por qué no me quedé chamuscándome dentro de la estación?
Él dio un paso hacia mí. Me pareció que quería crear un aire confidencial.
—Probablemente no te agrade por lo que dijiste de mi madre, que crees que tiene algún tipo de preferencia hacía mí y que desprecia a Nolan —confesó en un tono más bajo, casi afable—, pero quiero ayudarlos a ambos, Mack.
Eso fue inesperado. Pensé que Dan sabía todo sobre Ax, que de alguna manera lo había averiguado. A eso había venido, a hablar del desconocido que tenía escondido en mi casa. El corazón empezó a latirme muy rápido. Y desconfié. A pesar de que decía que quería ayudar, no me lo creí.
—¿Y en qué se supone que quieres ayudarnos? —le pregunté como si no entendiera ni un poco de a qué se refería.
No fue la respuesta que él esperaba, porque tensó los labios como si acabara de cumplirse lo que él habría querido evitar: que yo me pusiera terca y lo negara todo.
—Si Nolan está metido en algún tipo de problema, puedes decirme. Buscaré la forma de sacarlo de eso.
Casi exhalé. Él creía que se trataba de Nolan, no se refería a Ax. No sabía nada de Ax. El alma me volvió al cuerpo.
—No entiendo por qué piensas que hay algún problema —comenté y apliqué todo mi talento para mentir.
Dan suspiró con paciencia.
—Me robó la llave de la puerta trasera de la estación, y mientras tú preguntabas tonterías, él se metió, ¿no es así? —Sus ojos expresaron un gran reproche. Esperó que yo respondiera a eso, pero seguí en una postura ajena a sus acusaciones, así que añadió—: Podemos tener la peor relación, pero lo conozco, además de que fue tan estúpido como para luego devolver la llave a su lugar.
Hice una nota mental para reclamarle a Nolan por ese fallo tan tonto. ¡¿Cómo se le ocurría devolver la llave?! A veces era tan estúpido para algunas cosas...
—Te digo que no sé nada —alegué y le sostuve la mirada para que mis palabras adquirieran más firmeza—. Fui únicamente para hablar contigo.
Dan pensó un momento. O más bien, intentó captar algún tipo de debilidad en mis ojos, pero los entorné y reafirmé mi declaración.
Al final suspiró.
—Están investigando cómo inició el fuego —expresó como si no le quedara más remedio que decírmelo—. Todas las personas que estuvieron ahí son sospechosas. Nosotros estamos descartados, pero si descubren que Nolan estuvo allí, que se escabulló, tendrá serios problemas.
Una chispa de preocupación casi me obligó a removerme, pero cualquier movimiento podía delatarme. Dan no apartaba la vista de mí, como si quisiera captar hasta el número de veces que parpadeaba. Tenía que verme por completo firme, sin vacilaciones.
—Pueden investigar lo que quieran, pero no hay pruebas de que él estuviera ahí, solo lo que tú crees —rebatí, ceñuda. Él abrió la boca para decir algo, pero me apresuré a añadir con la intención de hacer presión—: ¿O le dirás eso a todos? ¿Incriminarías a tu propio hermano?
Dan dio otro paso adelante.
—No, por eso quiero ayudarlo —dijo, y eso sí se escuchó bastante sincero—. Tienes que decirme qué buscaba.
En realidad no estaba segura de qué podía pasar si se lo contaba. Él se presentaba demostrando buenas intenciones, pero seguía siendo un oficial. Por una parte habría sido de gran ayuda para descubrir de dónde venía Ax, pero por otra, si el origen de Ax era más oscuro de lo que ya sospechaba, solo íbamos a empeorarlo. Además, no le confesaría nada sin antes hablarlo con Nolan.
—Te lo diría si en verdad fuera cierto que estuvo allí, pero no lo sé. —Me encogí de hombros con indiferencia—. Estaba frente a ti, ¿no? Ambos tenemos la misma versión de los hechos. ¿O también crees que Nolan incendió la estación?
—Lo que creo es que ustedes están metidos en algo y no quiero que terminen en una situación peor.
Dan intentó acercarse más, pero de pronto se detuvo y miró por encima de mí. Apenas me di vuelta para saber qué lo había intrigado, quedé helada.
Era Ax.
Lo contemplé, estupefacta. Estaba de pie en mitad de las escaleras, pero más sorprendente aún era que llevaba puesta una de las camisas que le había dejado Nolan en la mochila. Lo di todo por perdido. Me preparé para lo peor. Ax tendría un ataque de histeria y luego Dan intentaría retenerlo para llevárselo. Yo trataría de impedirlo y se crearía un caos. ¿Cómo terminaría? Ni siquiera se me ocurría un buen final.
Sin embargo, Ax permaneció quieto, inalterable, con los ojos fijos en Dan como si lo vigilara. Al mismo tiempo, Dan alternó la vista entre él y yo, algo confundido, como si intentara entender quién era ese chico que estaba en mi casa. En cuanto noté que Ax comenzó a bajar las escaleras, decidí intervenir, hacer algo, cualquier cosa para tratar de arreglar el momento.
—Dan... —logré decir, aunque con la boca seca—. Él es... Axel, un amigo.
Ax llegó al último escalón. Avanzó, todavía descalzo, pisando el borde de su propio pantalón. Se detuvo a mi lado y no dejó de ver al oficial. Dan extendió la mano y se la ofreció.
—Soy el oficial Dan Cox —le dijo a Ax con el entrecejo algo hundido.
Ax miró la mano. Esa expresión neutral, indescifrable, me puso a temblar. No sabía qué haría. No sabía cómo reaccionaría. ¿Y si le saltaba encima? ¿Y si buscaba un cuchillo? Dan tenía un arma en su cinturón, la miré con cierto temor. Presencié todo con algo de pánico, pero...
Nuevamente, Ax me sorprendió.
—Axel —respondió él y estrechó la mano de Dan.
Fue un apretón firme por parte de ambos. Me esforcé por no quedar boquiabierta como una estúpida. Ese "Axel" había sonado demasiado fluido, sin dudas, con completo control, como lo pronunciaría alguien normal.
—¿Eres nuevo en Hespéride? —le preguntó Dan después de finalizar el apretón, otra vez con ese tonito analítico y curioso—. ¿Y estás usando lentes de contacto? —añadió con cierta extrañeza.
Los ojos, claro. Seguía siendo una característica demasiado rara. Hasta yo todavía me preguntaba cómo era posible tal diferencia.
—Axel es de Alemania —me apresuré a mentir—. Lo conocí hace años en un viaje de vacaciones. Me enteré de que estaba en el país y le pedí que me visitara. No es muy bueno con el español, solo dice algunas cosas. Y sí, son lentes de contacto.
Dan asintió por mis palabras, pero luego se fijó solo en Ax.
—Entiendo, ¿por cuánto tiempo te quedarás, Axel?
Lanzó la pregunta como si esperara que solo él la respondiera, no yo. Mis nervios llegaron al tope. Quise intervenir, pero temí que se viera demasiado sospechoso. No obstante, temí mucho más que Ax no supiera qué decir y eso despertara en Dan una curiosidad peligrosa. No sabía si él lo entendía, pero que estuviera parado frente a un oficial ya era en extremo riesgoso.
—Siete días —respondió Ax, tajante.
Siete días. Eso lo había oído de Nolan y de mí. Lo estaba repitiendo, muy bien. Estaba repitiendo todo lo que le habíamos enseñado. Nolan le había explicado lo que era un apretón de mano para el momento de la fiesta, pero no era seguro que tuviera respuestas para todo.
—Y son muy pocos —me apresuré a intervenir, acercándome un poco más a Ax como si hubiera cierta intimidad entre nosotros—, por eso aprovechamos cada minuto que estamos solos, como ahora.
Lancé esa punta directo a Dan y él la entendió. Le dedicó una mirada analítica y algo desconfiada a Ax, luego me miró a mí como si quisiera dejarme en claro que tendríamos otra conversación, y finalmente asintió con la cabeza.
—Entonces hablaremos luego —dijo y se dirigió a la puerta, pero antes de salir se volvió hacia nosotros y preguntó—: ¿Axel qué?
—Müller —aclaró Ax para mi entero asombro.
Dan agregó otro asentimiento, abrió la puerta y la cerró al abandonar el vestíbulo. Corrí al cuarto de control y observé las pantallas. Dan se subió a la patrulla y unos segundos después arrancó. Abrí la verja para él y me aseguré de que se cerrara por completo. Apenas no quedó rastro del auto, cerré los ojos y exhalé ruidosamente, liberando todos los nervios contenidos.
Salí del cuarto de control todavía temblando, todavía con la idea de que Dan regresaría y diría: "este chico oculta algo, debe venir conmigo", pero intenté calmarme.
Me detuve en el espacio que conectaba el vestíbulo con la sala de estar. Ax estaba parado frente al ventanal. Habría parecido que miraba la lluvia, pero estaba segura de que veía el sitio en el que estuvo estacionada la patrulla. Lo contemplé con estupefacción. Ni siquiera podía creerlo por completo. Estaba usando una camisa y había hablado sin torpeza, sin hacer movimientos extraños con la boca. ¿Qué era más impresionante? ¿Que Dan no sospechara nada o que Ax fingiera tan bien?
—¿Qué demonios acabas de...? ¿De dónde sacaste ese apellido? —fue lo que pude soltar, todavía asombrada.
—Televisión —respondió con simpleza—. Noticias, periodistas...
—Por un momento creí que tú... —intenté confesar, pero él me interrumpió:
—Aprendo —contestó con un encogimiento de hombros.
Asentí. Tenía sentido. Todo lo que él veía en la televisión eran los canales informativos, nada más. No sabía que podía aprender algo de eso, pero fue un alivio. Debía ver mucha más televisión entonces. Y lo del apretón de mano, lo de los siete días, todo eso se lo habíamos enseñado Nolan y yo.
Me sentí algo orgullosa del éxito de nuestras horas de trabajo hasta que caí en cuenta de algo.
—Espera un momento, ¡¿por qué me desobedeciste?! Te dije que te quedaras en la habitación, pero bajaste —empecé a sermonearle—. ¿Cómo te le plantas así a Dan? ¿No se supone que no debe verte la policía? ¡Tú mismo lo dijiste!
Ax formó una fina línea con los labios como si le fastidiaran mis palabras, sin embargo, no paré de hablar. Lo regañé de todas las formas posibles hasta que se apartó de la ventana, se acercó a mí, se sacó la camisa de un tirón y la soltó sobre mi cabeza. Fue como un: "cállate", bastante directo. Quise reírme, pero me contuve.
Cerré la boca de golpe y con indignación me quité la camisa de encima, pero para ese momento ya Ax iba subiendo las escaleras.
—Enseñar —me exigió.
Y eso significaba: sigue enseñándome.
Volvimos a la habitación a continuar con las prácticas. Pasamos horas en eso hasta que se hizo de noche. La lluvia disminuyó hasta convertirse en una llovizna fría y apática, capaz de causar gripe. El olor a tierra mojada era penetrante y lo único que antojaba era sentarse al borde de la calle a fumar un cigarrillo, pero acompañé a Ax de regreso a la casita de la piscina.
Él ya se había puesto de mal humor por no lograr pronunciar las frases completas, pero en realidad el mal genio era su humor habitual. Últimamente, el mío era inquieto. No dejaba de pensar en lo que había recordado sobre la noche en qué murió Jaden. Mi estado se parecía mucho al de un adicto en recuperación. Había pasado muchísimo tiempo tratando de recordar, y lograrlo había sido como probar de nuevo las drogas. Quería más y más. Quería encontrar el resto de ese suceso.
Las palabras de Nolan no me parecían muy absurdas: "intenta tocarlo de nuevo...".
Ax estaba allí...
—No me has mostrado tu herida —mencioné con afabilidad mientras le preparaba un sándwich en la cocina de la casita. Él se había quedado frente al televisor, cambiando los canales—. Ahora te bañas tu solo, te vendas tu solo y no sé si has mejorado. ¿Me dejas verla?
Ax dudó un instante, pero accedió. La verdad era que ya no se ponía tan inquieto si me le acercaba. Después de todo, yo era la que limpiaba todas las heridas en su cuerpo. Era como su enfermera personal y él entendía que se trataba de algo necesario. Pasar tiempo juntos incluso era más cómodo, aunque a mí seguían perturbándome ciertas cosas. Al menos no había vuelto a aplastar gusanos, eso era un alivio.
Se dirigió al sofá y se recostó como un paciente al que el doctor le ordenaba subirse a la camilla para ser examinado. Me limpié las manos, fui hasta él y me arrodillé a su lado. Con mucho cuidado, él mismo desenvolvió la venda. Cuando finalizó, contemplé la herida con estupefacción.
La raja había cicatrizado por completo. Era extraño y desconcertante, como si hubiera pasado ya un año desde que se hirió. Ahora tenía un parche carnoso con ligeras arrugas en donde se había unido la sutura. Mirándolo con más detalle parecía una quemadura, como si lo hubieran marcado con hierro.
Acerqué mi mano a la herida, embelesada por el asombro. Con temor y duda rocé la superficie cicatrizada con las yemas de mis dedos. Entonces, una ligera y chispeante corriente se produjo desde la punta de mis dedos hasta mi piel.
Y recordé:
—¿Qué es esto?
Apenas lo toqué con las puntas de mis dedos, Jaden me tomó la muñeca para detenerme. Una sonrisa pícara y maliciosa se formó en su atractivo rostro.
—¿Cómo haces ese tipo de cosas y al mismo tiempo me pides que esperemos un poco más? —inquirió y condujo mi mano hasta su pecho para dejarla allí, como si ese fuera un mejor y menos tentador lugar para ella.
Después de conducir por veinte minutos, habíamos parado en las colinas del pueblo. Estábamos recostados en el pasto, respirando con cierto agite por habernos besado durante mucho rato. Yo reposaba sobre él, descalza, con el cabello hecho un lío; y él permanecía debajo de mí, sin camisa, con la cabeza apoyada en el brazo. A un lado había una caja de cigarrillos, un encendedor y un pack de bombones de distintos rellenos que habíamos comprado en una gasolinera.
El cielo seguía oscuro y repleto de estrellas. La madrugada parecía larga. El ambiente era fresco y perfecto. El pecho de Jaden parecía el mejor sitio para apoyarse. Ayudaba que fuera atlético. Sentía que lo conocía de pie a cabeza, que no se me pasaba ni uno de sus lunares, pero había visto por primera vez que tenía una larga y rosácea cicatriz en donde iniciaba la "v" de su vientre.
—Pero ¿con qué te la hiciste? —insistí, curiosa.
—La tengo desde los quince —respondió sin mucho interés—. Me la hice una noche mientras intentaba escapar de casa para ir a una fiesta. Trepé desde el cuarto piso de mi habitación y me quedé enganchado al enrejado.
Me fue suficiente esa explicación, así que acaricié su cuello con mis dedos y me incliné un poco para besarlo. Como siempre fue explosión, frescura, riesgo, amor... Jaden me apegó a su cuerpo y recorrió mi espalda con sus suaves manos hasta llegar a mi cabello. Al mismo tiempo jugamos con nuestros labios.
Sus besos siempre lograban encender un calor muy tentador dentro de mí. Sí, yo le había pedido que esperáramos un poco para tener sexo, pero mi razón era simple: no quería ser como todas las chicas que se le entregaban apenas lo conocían. Una parte de mí sentía que si lo hacía, toda aquella magia terminaría. No quería perder nada, menos perderlo a él.
Jaden intensificó un poco el beso, apegándome con fuerza a su cuerpo. Lo disfruté tanto que comencé a sentirme vulnerable...
Hasta que lo detuve. De pronto me aparté de sus labios y miré por encima de nosotros hacia los árboles. Jaden había aparcado el auto al borde de la carretera, podía verla desde ahí, sin embargo, mi atención se fue de nuevo hacia las densas acumulaciones de arbustos que indicaban el inicio de los bosques del pueblo.
Y sentí que nos estaban mirando. Experimenté la perturbadora e incómoda sensación de estar siendo observada fijamente desde algún punto.
—¿Qué pasa? —inquirió él, elevando la cabeza para morder con suavidad mi cuello.
Quiso que siguiéramos en lo nuestro y permití que de nuevo mi boca se uniera a la suya. Intenté convencerme de que eran solo ideas mías, intenté concentrarme en los movimientos de los labios de Jaden, pero la sensación no desapareció.
Me aparté y otra vez observé los árboles por encima de nosotros. Las hojas y las ramas se movían con ligereza por la brisa nocturna. Uno que otro grillo silbaba de manera intermitente. Todo parecía normal, pero la oscuridad se me antojaba vigilante...
—Quiero irme —solté de golpe al tiempo que me incorporaba.
Jaden se apoyó en sus codos. El cabello desordenado, el torso desnudo, los vaqueros a la altura de sus caderas, todo le daba un aire relajado, pero su expresión pasó a ser de confusión mientras veía cómo buscaba mis zapatos.
—¿Por qué? Volveremos en una hora, aún hay tiempo —replicó sin mucha preocupación.
Hice un repaso panorámico a los alrededores: cada árbol, cada arbusto, el movimiento de las hojas... en donde la oscuridad era tan espesa que no permitía ver más allá, me fue imposible seguir mirando.
Nos veían.
—No lo sé, no... no me gusta este lugar —respondí al tiempo que intentaba colocarme los zapatos sin mucho éxito.
Como no lo logré, solo los sostuve. Decidí recoger los bombones y los cigarrillos. Jaden tenía el entrecejo hundido, no se había movido, solo me seguía con la mirada.
—Pero es tranquilo por aquí, créeme yo... —trató de decir, pero no lo dejé terminar.
—¡Quiero irme, Jaden! —exclamé con fuerza y exigencia, volviéndome hacia él.
Me observó con desconcierto, quizás pensando que me había vuelto loca, pero no me retracté, no relajé mi postura. Él lo entendió. Soltó un suspiro y luego se levantó del suelo.
—Bueno, ya, larguémonos de aquí.
Cogió sus zapatos, su camisa y el encendedor.
Y entonces algo crujió entre los arbustos.
La corriente llegó a algún punto de mi cuerpo, estalló junto a mis pensamientos y se desvaneció en una explosión de realidad.
Nada.
Nada más.
—No... —murmuré en un jadeo.
Parpadeé, perpleja, y contemplé la casita de la piscina. El recuerdo se había esfumado y ahora me encontraba allí. Me tomó unos segundos entender que Ax me veía con una expresión curiosa, expectante, como si mi cara fuera uno de esos renacuajos del estanque que le gustaba contemplar. Me di cuenta de que aún tenía los dedos sobre su piel y los aparté con brusquedad. Me miré las manos, me temblaban. Incluso sentía sudor en la frente. El corazón me golpeaba el pecho con furia. Un mal sabor me escocía la garganta.
Me relamí los labios. Tenía la boca seca. Y estaba abrumada, confundida, con un torrente de dudas fluyendo en mi cabeza.
¿Algo había sucedido en las colinas esa noche? ¿Qué había entre los arbustos? ¿Por qué creí que nos estaban mirando?
De repente mi corazón latió con desespero. Me sentí abordada por los recuerdos, lo que olvidaba, lo que sucedía al tocar a Ax, lo absorto que estaba él sobre eso... ¿lo sabría? ¿sabría lo que pasaba por mi mente? En ocasiones me parecía que sí, que con tan solo mirarme lograba adivinar mis desgracias.
Entonces, ¿lo hacía él? ¿él escarbaba en mi mente y sacaba mis recuerdos? Ni siquiera quería pensar cómo era posible. Si Ax conseguía lo que yo no... si él los ponía en mi cabeza de nuevo...
—¿Quién demonios eres? —susurré con aflicción.
Y de pronto, en un arranque impulsivo e ilógico, me incliné hacia adelante para colocar ambas manos sobre su abdomen. Palpé, toqué, presioné de un lado a otro con insistencia, con exigencia. Quería recordar de nuevo, quería saberlo todo, quería que él me lo mostrara.
—¿Qué demonios pasó esa noche? ¿Qué sucedió después? —pregunté con rapidez.
Pero él no dijo nada, solo observó mis manos y luego a mí con confusión. Esperé una respuesta, esa corriente que me transportaba a los recuerdos, pero como no obtuve nada perdí la paciencia. En un iracundo intento por encontrar lo que necesitaba, cogí su rostro con mis manos y lo acerqué al mío. Lo sostuve con los dedos temblorosos, con la mente nublada por la desesperación. Mi cuerpo se sacudió en un escalofrío, mi respiración se agitó, pero no lo solté.
Ax me miró con completo desconcierto y sorpresa por estar tan cerca. Mis dedos se afincaron alrededor de su cara. Sus ojos fijos en los míos. Busqué algo en ellos, busqué respuestas, busqué el reflejo de lo que yo había olvidado. Y no había nada, absolutamente nada.
—¿Qué es lo que no recuerdo? —inquirí, ansiosa, agitándolo—. ¿Qué había entre los arbustos? Tú lo sabes, ¿no? ¡¿no?! ¡¿Cómo murió?! ¡Dime cómo murió! —solté en un chillido.
Le insistí tanto, le exigí tantas cosas en lo que pudieron haber sido gritos, que él reaccionó y apartó mis manos. La fuerza tan abrupta con la que lo hizo me llevó a caer de culo al suelo.
Me quedé rígida, con las palmas apoyadas en el piso. No me dolió, pero el impacto me trajo de vuelta, me recordó la realidad. Entonces noté su expresión horrorizada, confundida, molesta, y me di cuenta de que había clavado mis uñas en su rostro. Ax se llevó los dedos a las mejillas y palpó las marcas hundidas. Un poco más y lo habría rasguñado. Volvió a observarme como si no entendiera por qué había invadido su espacio, por qué había actuado como una histérica desequilibrada, exigiéndole cosas que él no sabía.
Dios santo, ¿qué estaba haciendo?
¿Qué creía?
No, Ax no podía poner recuerdos en mi cabeza. No, Ax no sabía qué había sucedido con Jaden. No, Ax no tenía ni idea de que al tocarlo recordaba.
No era un poder sobrenatural. Lo entendí tan rápido que me horroricé a mí misma. El contacto con la piel caliente, la suavidad de la cicatriz...
Ax no tenía poder alguno sobre mis recuerdos.
Él, en realidad, me recordaba a Jaden.
Me levanté del suelo y salí corriendo de la casita.
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Hello, strangers!
Lamento mucho haber tardado tanto, pero cuando estaba editando este capítulo encontré unas cosas que no encajaban. A veces como escritor uno no se da cuenta de algunos detalles, entonces me salté algunos. Esta historia la terminé como un borrador. Aun editando los capítulos para subirlos, sigue siendo un esqueleto. Es compleja desde el principio porque hay muchas cosas que deben conectarse después. Se supone que lo tenía bien armado pero no entiendo cómo no capté ese error. Así que tardé porque estaba buscando la manera de arreglarlo sin que alterara lo que ya han leído. Y lo conseguí. :D
Espero que les haya gustado mucho el capítulo, a mí me gustó bastante.
La noche en la que murió Jaden es como un rompecabezas, las piezas se van colocando solas.
¿Ustedes tienen una idea de qué pasó? Quiero leer sus teorías.
El próximo capítulo es SUPER IMPORTANTE Y SUPER INTENSO.
Pasan muchas cosas: Mack descubre algo, Ax siente demasiada curiosidad por algo que ve en la televisión y... una pista: habrá que ocultarse rápido en el armario.
En multimedia les dejo una imagen del Ax que yo imagino (ustedes no tienen que imaginarlo así si no quieren). Y miren ese banner tan lindo que hice akkaskas me encanta Ax. Sé que mandaron muchos mensaje preguntando por qué no actualizaba, pero yo avisé en mi Instagram que estaba escribiendo. Por eso les he dicho que me busquen en cualquier otra red porque así se enteran si no actualizaré rápido. Luego me están reclamando que no digo nada cuando en realidad ya lo dije en mi IG o en Twitter o en el grupo de facebook. Si quieren unirse al grupo de facebook, se llama Inmunes del 9/9 y mis otras redes salen en el banner. Después no digan que no aviso si ni siquiera me siguen e.e Bueno, eso es todo.
Les mando besos misteriosos,
AleX.
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