
10
Y si ves a Mack de pequeña, también descubrirás que guardaba cosas raras
Las lagunas mentales son una poderosa nada.
Es como si una mano fuerte e invisible te robara una pieza del rompecabezas de tu mente y dejara un espacio vacío en el que ninguna otra pieza logra encajar.
Sabes que hubo algo allí y que ahora no hay nada.
Era exactamente lo que me sucedía: no había nada y al mismo tiempo algo. Sabía que conocía a Ax y también sabía que había visto aquel auto antes. Pero, ¿cuándo había conocido a Ax? ¿Y cómo reconocía el auto? ¿Había estado en él?
Algo era seguro: ambos estaban relacionados.
Nolan y yo entramos a la casa y descubrimos que la electricidad no funcionaba. ¿Era el cuarto o quinto apagón de la semana?
—Que estoy bien —repitió Nolan ante mis insistentes preguntas—. Caí de culo, pero no hay heridas. Lo que te diré es que Ax tiene mucha fuerza, y su reacción fue abrupta y peligrosa.
—¿No lo notaste? —inquirí mientras íbamos por el pasillo que conectaba la entrada con la sala—. Se alteró por ese auto.
Nolan me detuvo, colocó sus manos sobre mis hombros y escrutó mi rostro.
—¿De verdad no recuerdas nada? —me preguntó con ligera preocupación.
—No, es justo como antes...
Él me dedicó una mirada de compresión.
—Entonces hay algo ahí, y puedes tardar mucho en recordarlo o no recordarlo nunca.
No recordar nunca era lo que más me agobiaba.
—Mejor busquemos a Ax.
No lo encontramos en la casita del lago ni en las extensiones del patio, así que iniciamos una inspección por todas las habitaciones. Era un trabajo difícil considerando que la casa era enorme. Había salas en las que no entraba desde hace muchos años y otras que de seguro había olvidado que existían.
Como, por ejemplo, esa en donde encontré a Ax.
Cuando abrí la puerta, estaba oscuro. Olía a encierro y abandono. Era un espacio amplio con un par de ventanales cubiertos por unas cortinas. Apenas entraba la luz del mediodía e iluminaba los objetos arropados por el polvo.
Era un cuarto de juegos.
Un cuarto para una niña; una niña que ahora tenía dieciocho años.
Había una enorme alfombra de piezas de rompecabezas. Un estante repleto de juguetes junto a una fila de muñecas de porcelana con la piel blanca como el papel y los ojos vidriosos, fijos y espeluznantes. Una mesa con un juego de té encima y un laberinto de toboganes armables.
Detrás del tobogán, Ax se hallaba encogido mirando algo.
Me arrodillé frente a él.
—¿Qué es eso? —pregunté, extendiendo la mano para que me lo prestara.
Ax dudó, pero me ofreció lo que había estado viendo. Y entonces lo reconocí. Era un cuaderno. La tapa estaba vieja y medio suelta. Tenía un parche color crema que decía: "MACK" escrito con la caligrafía de un niño. Algunas hojas apuntaban en todas las direcciones.
Sentí una punzada en la cabeza.
Esto es mío.
Fue mío.
—¿En dónde lo encontraste? —inquirí, sosteniéndolo con nostalgia y cierta extrañeza. Ax señaló la mesita en el cuarto de juegos—. Seguro que un día lo dejé allí y luego lo olvidé —murmuré y pasé a sentarme en posición de indio—. Olvido muchas cosas desde que era pequeña. A veces las recuerdo de repente y otras veces no logro hacerlo.
Ax frunció el ceño y me miró con completo desconcierto.
—Sí, yo tampoco tengo idea de por qué me pasa —admití con algo de vergüenza—. Supongo que es un fallo en mi cerebro. Nací un poquito defectuosa.
La expresión de Ax se suavizó y yo emití una risa.
—Mira, vamos a ver qué tan tonta era mi yo de... ¿siete u ocho años? —propuse.
Abrí la primera página del cuaderno y me encontré con un esplendoroso dibujo de personas hechas de palitos. Había un papá, una mamá y una pequeña. El papá y la mamá lucían normales, les salían unas gruesas orejas y sus ojos eran grandes al igual que sus sonrisas contagiosas, pero la pequeña tenía un garabateo oscuro y afincado en forma de remolino en la cabeza.
—Creo que esta es la mejor representación gráfica de lo que sucede en mi mente —bromeé, señalando a la niña para que Ax la viera—. Un caos total.
Pasé la página. Había algunos recortes de periódicos. Casi todos eran noticias sobre las asombrosas casas que había hecho mi madre. Unos pocos sobre artículos de mi padre. Continué hasta que llegué a lo que parecía un dibujo de mi casa. Había pintado la fachada con la técnica de un infante y sobre ella había colocado unas largas líneas verticales como si la atravesaran.
Ax puso el dedo sobre el dibujo.
—Aquí —pronunció.
—Sí, es esta casa, creo.
—Aquí —repitió con insistencia.
Pasé a la otra página y encontré algo escrito con la misma caligrafía torpe e infantil:
Mira entre las sombras
Se arrastra por el laberinto de aire
Baja por encima del caracol
Y sabe que hacia atrás nunca va el reloj
Pero hacia atrás sí puede salir el sol
El piso es de su color favorito
La encrucijada sí que no
El agua
El aroma
Ahí está la broma
Ve cómo nacen
Son pequeños y son frágiles
Conocen a Dorothy
Y a su camino amarillo
Son pequeños y son frágiles
Nacen del dolor
Nacen siendo cómplices del...
—¿Del qué? —solté al finalizar de leer.
Esa última parte había sido arrancada. Pasé a la siguiente hoja y descubrí que también había sido arrancada. El resto estaba igual. Ya no había más páginas.
Ax me miraba con los ojos bien abiertos, expectantes, curiosos.
—¿Yo escribí esto? —susurré con cierta inquietud, alternando la mirada entre él y el cuaderno—. Es mi letra, pero no recuerdo haberlo hecho.
Cerré los ojos y los apreté con fuerza. Intenté recordar, traté de escarbar entre los inhóspitos terrenos de mi mente, pero la excavación no dio resultado. Nunca daba resultado.
La puerta del cuarto de juegos se abrió y Nolan asomó la cabeza.
—¿Por qué no gritas que lo encontraste? —se quejó—. Estuve buscando como un bobo. —Decidió entrar y miró alrededor con una expresión perturbada—. ¿Qué es esto? ¿El cuarto de juegos de donde salieron Chucky y Anabelle? —comentó y luego se estremeció en un gesto exagerado.
Llegó hasta nosotros y le ofrecí el cuaderno.
—Mira eso.
Nolan lo tomó con desconfianza y comenzó a hojearlo. Cuando llegó a la parte escrita, sus ojos se movieron al ritmo de la lectura.
—Bueno, esto es macabro —admitió, alzando las cejas con sorpresa—. Yo te habría encerrado en uno de esos psiquiátricos para niños. ¿Veías muertos o qué?
—No lo recuerdo —confesé. Una extraña sensación de inquietud me atenazó—. No recuerdo haberlo escrito, ni sé lo que significa, pero no creo que se trate de muertos.
—¿Mira entre las sombras? ¿Se arrastra por el laberinto de aire? ¿Nacen del dolor? —inquirió, releyendo y haciendo énfasis en las frases—. Si esto no habla de un ser maligno y sobrenatural como las películas hechas por los japoneses, esas que dan un puto miedo, no sé qué podría ser.
—Aquí —habló Ax.
Nolan se inclinó hacia él y le ofreció una sonrisa.
—Sí, Ax, estamos aquí —le dijo, utilizando un tono suave que sabía que estaba fingiendo—. Ahora, ¿me puedes explicar por qué me empujaste?
Ax lo observó, serio. No mostró ni un rastro de culpa o arrepentimiento.
—¿Viste ese auto negro? —le pregunté—. ¿Conoces ese auto, Ax?
—Sí —asintió Ax.
Nolan y yo nos miramos. Sentí un ligero entusiasmo que luego se transformó en temor.
—¿Es peligroso? —le preguntó Nolan, ya sin una nota de reclamo.
—Sí —contestó con seguridad—. Aquí.
—¿El auto es de aquí? ¿Aquí qué? —soltó Nolan, preocupado.
—Aquí —repitió Ax.
Vale. Él no iba a decirnos más de lo que sabía decir, pero era suficiente con que admitiera que conocía el auto. Ya no nos quedaba duda de que Ax entendía, que no había ningún tipo de retraso mental en él. El problema era que no tenía ni idea de cómo expresar las palabras, y eso podía arreglarse.
—De acuerdo, Ax —dije, levantándome del suelo—. Empecemos a practicar palabras.
***
Cada día era como si tuviera que conocerme a mí misma.
Me repetía mentalmente las cosas que temía olvidar, todo aquello que había marcado mi vida y me había transformado en el desastre que era hoy. Y entonces llegaba a la conclusión de que tan solo dos sucesos me habían empujado a un agujero negro:
*La muerte de papá.
*El asunto de Jaden.
Lo peor era que ni siquiera lo sabía todo sobre esos acontecimientos. Por alguna razón mi memoria fallaba y terminaba sufriendo lagunas mentales, así que solo sabía lo que me contaban o yo alcanzaba a recordar.
Lo demás era nada.
—Venga, es: yo-me-llamo-Ax —repitió Nolan por cuarta vez—. Una oración. Puedes decir palabras separadas, pero debes juntarlas.
Ax se hallaba sentado en el sofá de la casita de la piscina. Habíamos traído una pizarra del cuarto de juegos del terror, como lo había denominado Nolan, e intentábamos enseñarle cómo pronunciarlas.
Él lograba decir palabras cortas, pero cuando debía formar una oración se le complicaba mucho.
—Mira, es que lo sabes —suspiró Nolan con cansancio, de pie junto al pizarrón—. Sabes las letras, su sonido, su significado, pero no logras pronunciarlas de manera fluida. Y no lo entiendo, ¿de acuerdo?
—Acuerdo —imitó Ax, dudoso.
Nolan se puso una mano en la frente.
—Gracias a los dioses eres guapo —resopló.
Los miré a ambos, pensativa. Nolan no tenía demasiada paciencia, pero se esforzaba. Sin embargo, el esfuerzo de Ax parecía mucho mayor. Cuando quería pronunciar una palabra, sus labios se movían de forma extraña y su cuello se tensaba. Era como si el problema fuera la voz, como si le costara en exceso escupirlas de sus cuerdas vocales. Era el hecho de hablar, de emitir, lo que se le complicaba.
Pero hablar no era la única forma de comunicarse.
Me levanté del suelo y me acerqué al pizarrón. Le quité la tiza a Nolan e hice un gesto con la mano a Ax.
—Ven —le pedí. Ax se levantó del suelo y se aproximó. Escribí en la pizarra las vocales—. Ahora escríbelas tú —le dije, ofreciéndole la tiza.
Ax dudó. Observó la tiza y luego a mí. Pensé que no lo haría, pero la cogió con la mano derecha y se quedó inmóvil como si no estuviera muy seguro de hacerlo.
—Solo tienes que escribir las mismas letras —lo animé.
Entonces nos sorprendió de nuevo. Cambió la tiza a su mano izquierda y comenzó a hacer trazos sobre el pizarrón. Durante una fracción de segundo creí que de verdad escribiría las vocales, pero terminó por hacer algo totalmente distinto y sorprendente.
Dibujó. Ax dibujó la fachada de mi casa con una precisión y una habilidad asombrosa. Tardó unos minutos, pero lo logró: el techo plano, los ventanales en diagonal, la puerta, las distintas elevaciones de los pisos, el caminillo que daba al enrejado e incluso agregó detalles de sombras.
Cuando finalizó, el dibujo abarcaba todo el pizarrón. Se volvió hacia nosotros y nos miró esperando alguna reacción.
—Ah, es zurdo —fue lo que dijo Nolan, estupefacto.
Lo miré con rareza.
—¡Y dibuja como los dioses! —enfaticé.
No podía creerlo. Era impresionante. Aunque al parecer Nolan no pensó lo mismo.
—Vale, Ax, está de puta madre el dibujo, pero lo que necesitamos es que hables —le dijo él.
Ax miró a Nolan con molestia. Extendió la mano y, sin dejar de observarlo, trazó tres líneas verticales por encima del dibujo de la casa. Nolan ladeó ligeramente la cabeza, pero a mí se me ocurrió algo de inmediato.
Fui hacia el sofá y cogí el viejo cuaderno que me había traído del cuarto de juegos, ese que alguna vez me había pertenecido. Lo abrí, busqué una página en específico y lo comparé con el que había hecho Ax.
En una de las hojas estaba plasmado el mismo dibujo, la única diferencia era que uno parecía haber sido hecho por un experto y el otro por la inexperta mano de una niña.
—Nolan, creo que esto significa algo —anuncié, sosteniendo en alto el cuaderno en una perspectiva que pudiera compararse con lo que había en el pizarrón—. Esas tres líneas, ¿qué son?
—¡Extraterrestres! —exclamó Nolan de repente con un pánico genuino.
Bajé el cuaderno y giré los ojos, pero al ver la cara de Nolan supe que en verdad lo creía, y si él lo creía, ¿podía ser posible? Lentamente volví la mirada hacia Ax quien esperaba con expectación.
—Ax... ¿eres un extraterrestre? —inquirí con cautela.
Primero frunció el ceño como si le hubiera dicho algo demasiado confuso, y después puso mala cara.
—No —respondió con hastío.
Nolan pareció algo aliviado.
—Pero ¿se trata de extraterrestres? —preguntó él en un susurro.
—¡No! —soltó Ax con furia.
—Bueno ya, no te alteres —replicó Nolan, riendo con cierto nerviosismo—. Es que todo esto es muy raro y hay que contemplar cualquier posibilidad... —Respiró, cruzó los brazos y entornó los ojos, pensativo y analítico—. Entonces, ¿qué significan las líneas?
Ax señaló el dibujo.
—Aquí.
Intenté decir algo, pero para mi sorpresa Nolan dio un paso adelante y en el mismo tono firme dijo:
—Hablar.
Ax presionó la tiza contra el pizarrón y pronunció en un tono más alto y más tenso:
—Aquí.
Nolan rebatió en una postura desafiante:
—¡Hablar!
Y entonces sucedió algo que no nos esperamos. Ax emitió un gruñido claro y violento al mismo tiempo que le daba un golpe al pizarrón, lanzándolo con fuerza contra la pared:
—¡¡¡Aquí!!!
La brusquedad de su movimiento nos tomó por sorpresa y en un acto reflejo retrocedimos como si fuéramos a salir heridos. El corazón se me aceleró. Incluso esperé que se lanzara contra nosotros, pero no se movió. Entre el silencio del pasmo y el asombro solo se escuchaba la respiración de Ax, cargada de furia. Miraba el suelo y cada musculo de su cuerpo se veía tenso, como si delgadas pero potentes corrientes recorrieran sus venas. Tenía los labios entreabiertos y los ojos más sombríos que nunca.
Durante un momento elevó la mirada y me observó.
No sé qué vi.
No sé a quién vi.
Pero no era el chico asustado y débil que habíamos encontrado en mi patio unos días atrás.
En él se percibía una profunda y desconocida oscuridad.
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Hola, aquí Alex. Lamento haber tardado, es que últimamente he tenido algunos inconvenientes... Espero recuperar pronto toda mi inspiración y mis animos. También espero que les guste el capitulo, es corto pero es porque se viene uno largo. Los quiero. ❤️ Muchas gracias por esperar y seguir leyendo.
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