XLV - Steve Rogers
45.- internet serves for everything
Steve Rogers estaba enojado, y es que, por primera vez, sus procesos cognitivos no le dejaban entender la ciencia del aparato que tenía frente a él: un notebook de último modelo obsequiado por el mismísimo Tony Stark para su cumpleaños.
Para Steve había sido una sorpresa y algo bastante grato. Pero para nosotros que, conocíamos a Stark, sabíamos que aquel regalo no era más que un gozo para el multimillonario que, estábamos seguro observaba desde una de las tantas cámaras puestas en distintos puntos de la torre, los intentos fallidos de Steve por utilizar el aparato tecnológico.
Sus refunfuños se escuchaban por todo el complejo, y fue aquello lo que me llevó hasta la cocina, encontrándome con un Steve totalmente frustrado.
—Vaya, de todo lo que puede haber en el mundo solo hay una cosa que al capitán Rogers le frustra. —Me burlé. Steve frunció el ceño. —¿Te ayudo?
—Por favor. —Dejó salir un suspiro frustrado. — Necesito buscar algo con urgencia.
—Bien, comenzaremos desde el principio. —Indiqué y sonreí. Me senté a su lado y tomé el notebook. —Primero que todo, esto se enciende desde aquí. —Le mostré un botón bajo la pantalla, en el lado superior del aparato. Steve asintió. —Y se hace con suavidad. Así. —Tome su mano, dirigiendo su dedo índice hacia el botón, presionándolo con suavidad.
La pantalla se encendió, dejando ver el logo y una que otra palabra dando la bienvenida:
"Muy bien capipaleta, si has podido leer esto, te felicito. Estás a pocos pasos de conocer un mundo nuevo. ¡Que la suerte te acompañe!"
Se leía en letras mayúsculas y ennegrecidas.
—¿Te das cuenta que esto es diversión para Tony? —Le pregunté.
—Para Tony todo es diversión. —Repuso. —No me sorprende que me haya dado esto y me esté viendo por alguna de sus cámaras de seguridad. —Miró por todos lados, observando las cámaras de las que hacía mención.
—Bien, me alegro que al menos tú toleres sus bromas. —Felicite. Y, es que nadie en el complejo soportaba tanto tiempo una broma de Stark como lo hacía el capitán. Steve, era el único y todos admirábamos su paciencia. —Te enseñaré a utilizar internet. Veremos la página que se ha convertido en la salvación de estudiantes, ama de casas, hombres y mujeres enamorados, e incluso, me atrevo a decir... —Miré a todos lados con cautela. —Hasta el propio Tony ha utilizado esto para obtener el perdón de Pepper cada vez que pelean. —Susurré. Rogers carcajeo por lo bajo. —internet sirve para todo, Capitán Rogers.
—Y cómo se llama esa página? —Alzó una de sus cejas rubias, curioso.
—Google. —Respondí y esbocé una sonrisa. —San Google.
Nos llevó un buen tiempo recorrer dicha página y la amplia gama que internet nos entregaba. Vimos videos en YouTube, como los documentales sobre la segunda guerra mundial. Steve sabía todo y cada uno de los detalles, era como si él hubiese narrado el vídeo que, por media hora nos mantuvo atentos y entusiasmados. Luego vimos tutoriales y buscamos lugares de arriendos. Al parecer, Steve buscaba perentoriamente un lugar donde mudarse y emprender una vida independiente.
—Sería una lástima que te fueras. —Murmuré mientras observaba la pantalla frente a mí, buscando datos útiles. — Eres el único que nos disciplina. —Fruncí los labios, descontenta por su futura ausencia en la torre.
—Solo me iré del complejo, no de tu vida. —Rio con diversión. Más su risa se detuvo y negó. —Digo, de sus vidas. —Corrigió rápidamente. Sus mejillas se tornaron rojas. —Si, por que ustedes son lo único que tengo, tú y el equipo, y-yo...
—Entiendo. —Reí. — también eres parte de mi vida, Steve. —Murmure nerviosa. —Todos en realidad.
El silencio se volvió molesto luego de unos minutos; ambos nos mirábamos, nerviosos y sin saber qué decir.
Solté un suspiro y volviendo mi mirada hacia la pantalla, retomé la clase, enseñándole todo mi vasto conocimiento con respecto a internet.
******
Alcé mis manos hacia el frente y el saco sobre el suelo comenzó a levitar lentamente. Potencialicé mi habilidad, está vez, estrujando mentalmente el saco de boxeo. El objeto se retorció en el aire, y posteriormente, tirado al suelo. Tomé otros objetos desde la sala de entrenamiento, entre ellos, fierros de grandes dimensiones, los cuales doblé y formé figuras con ellos.
La voz de Steve me regresó a la realidad, soltando de golpe todo aquello que levitaba en el aire. El estruendo fue descomunal; cada fierro cayó al suelo, creando un ligero temblor bajo nuestros pies.
—¿Necesitas los fierros? —Pregunté entre risitas tímidas. Steve veía a mi alrededor con notable sorpresa pues, nada tenía forma.
—¿Puedes devolverlos a su forma normal? —Preguntó con una ceja en alto. Asentí, tomando cada objeto con mi mente, volviendo a su estado natural.
—El saco de box... —Miré el objeto sin reparo alguno. Tapé mi rostro con una de mis manos, ocultando el bochorno que comenzaba a sentir. El Capitán sonrió enternecido.
—A Tony no le importará comprar otro. —Se encogió de hombros. Imité su gesto. —__________. —Murmuró Steve. —Te quería invitar a cenar.
—¿A cenar? —Cuestioné. —¿Es una cita, capitán? —Sonreí con diversión. Steve suspiró y yo reí ante la tonalidad rojiza adquirida por la piel de sus mejillas. —A las ocho, ¿te parece?
—Me parece. —Aceptó.
Me tomó toda la tarde encontrar un vestuario adecuada para la ocasión. Wanda y Natasha me ofrecieron ayuda. Entre todo el montón de ropa sobre la cama en mi habitación, solo hubo un vestido que llamó la atención de ambas mujeres, vestido que, nunca usé y que fue elegido para la ocasión.
Steve me esperaba junto a su motocicleta, en el subterráneo. Sonreí tímida una vez llegué a su lado; vestía distinto a como solía hacerlo. Un pantalón holgado de tonalidad crema, zapatillas, una polera blanca ajustada a su torso y sobre ésta, una chaqueta de cuero. Su cabello relucía como el sol, y desprendía un aroma bastante atractivo. Él, olía exquisitamente bien.
El viento golpear mi rostro era algo inefable; sentía que volaba en lo más alto de la tierra, del cielo y del universo. Enrosqué mis brazos alrededor de su abdomen y me aferré a él hasta llegar a la cafetería. Era un local que quedaba retirado de la ciudad, bastante elegante y cotizado por los turistas; era proveedor de un excelente café y servicio al cliente. Steve me confesó ser fanático de la bebida caliente que allí servían.
Un jovencito salió al encuentro del capitán en cuanto estacionamos fuera del recinto. Sonrió e hizo un ademán en dirección a mi acompañante.
—Lo estábamos esperando, señor Rogers. —Dijo el muchacho, invitándonos a entrar.
—¿Señor Rogers? —Cuestioné en un susurro y entre risas entretenidas. Steve río bajito.
El jovencito nos mostró la mesa reservada una vez camínanos por un corredor. Al llegar al final, había una habitación desocupada, utilizada especialmente para quienes querían tiempo a solas. Di un leve vistazo a Steve, pero éste, tímido, no me correspondió la mirada.
La mesa estaba decorada por un mantel de tonalidad rosa pastel, al medio una vela y sobre uno de los puestos, una flor. Pude reconocer de inmediato la especie la cual resultaba ser una de mis favoritas. Un tulipán de color rojo. La tomé entre mis manos y la observé embelesada.
El muchacho nos deseó una hermosa velada y se retiró.
—Bien, señor Rogers. —Miré todo objeto puesto en la mesa, maravillada. —Me ha impresionado. —reí suave. —¿Es realmente una cita?
—Bueno, he estado indagando en internet y creo que la plataforma fue de ayuda. —Reveló. —Entre tantas opciones, esta fue la que más me gustó. Es íntima, bastante amena y especial.
—No te entiendo. —Murmuré confusa. El rubio sonrió apacible. —¿Acaso buscaste cómo realizar una cita? —Steve asintió, cohibido. —Rogers...
—No tengo idea cómo se declaran hoy en día las personas. —Dijo y en su voz pude notar un ligero temblor, lo que me hizo sonreír con ternura. —No sabía cómo invitarte a salir, _________. Me interesas, y mucho.
Pestañeé perpleja, sin saber qué responder. Steve seguía hablando con torpeza, se estaba confesando y ello parecía que le costaba cada respiro proporcionado por sus temblorosos pulmones.
—Vaya. N-no sé qué decirte. —Musité. —No creí que el capitán América estuviese interesado en una niña.
—Tienes veintisiete años. —Repuso.
—Y tú noventa y nueve. —Sonreí. Steve agachó la mirada, jugando nervioso con sus manos. La situación comenzaba a superarle. Decidí terminar con sus minutos de agonía; tomé su mano y volviendo a sonreír asentí. Steve siempre fue correcto, sincero y fiel, algo que en cierto modo había logrado cautivarme. No tenía contemplado iniciar una relación con nadie del equipo, pero Steve, en aquel momento, se convirtió en la excepción.
—Mala idea, ¿no? —Musitó.
Negué.
—Al contrario. ¡Me encanta! —Repuse. El capitán exhaló todo el aire que tenía reprimido en su pecho. —Steve... —Sonreí. — Intentemos ser un poco más que simples amigos, Steve. —El rubio pestañeó repetidas veces, atónito. —Mentiría sí te dijera que no me llamas la atención. —Y mis labios se curvaron en una sonrisa apacible.
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