XIX - Steve Rogers
19.- I think I've fallen in love with you II
Nota: Smut ;) (un poco tierno, quizás)
Un molesto sonido repetitivo fue lo que logró despertarme segundo después de sentir como aquel ruido se incrementaba a medida que iba despertando. Reaccioné en cuanto me vi sobre el escritorio y los libros los cuales debía estudiar. Maldije en mi mente al haberme quedado dormida.
Otro ruido se hizo presente y esta vez pude identificar de donde venía. Me levanté con pereza de la cómoda silla en la que estaba y tambaleando me acerqué a la ventana. La abrí y asomé la mitad de mi cuerpo.
—¿Steve? — Mis cejas se alzaron, sorprendida, al ver que el rubio estaba de pie frente a mi ventana con su escudo en mano. Me hizo una seña para que me alejara de la ventana. De un salto se encaramó al árbol a su lado, logrando entrar a mi habitación sin problema alguno. —C-cómo ha sabido mi... ¡Oh dios mío! ¿Está bien?
Su vestuario de combate lucía totalmente estropeado; manchas de sangre y suciedad se podían presenciar en el blanco de la tela y en su rostro. Me acerqué al botiquín que guardaba bajo mi cama en casos de emergencia. Le indiqué que se acercara a la cama y se recostara en ella.
No negó en ningún momento, lo cual me pareció extraño.
—¿Estas bien, Steve? —Pregunté una vez más. Este asintió y sonrió, aun cuando una lagrima se deslizaba por su mejilla derecha. —¿Qu-qué sucedió?
—Abrázame. —Pidió. Mis brazos rodearon su cuerpo en cosas de segundo. Se quejó en el proceso y entendí que había más heridas en su cuerpo que debía curar. Steve no me soltó en ningún momento, por lo que me cuestioné lo que le pudo haber sucedido. Sin embargo, él habló primero antes de que yo lo comenzara a interrogar.
—Era un niño. —Gimió. Su rostro estaba escondido en mi cuello, llorando con desconsuelo.
—¿Quien?
—Pietro Maximoff. —Aclaró entre sollozos. — Un mejorado que HYDRA tenía para utilizarlo contra nosotros. —Explicó. —Se volvió parte de nuestro equipo una vez Wanda, su hermana, le contó los planes que tenía Ultron para la humanidad al leer su mente. —Suspiró. —Es una historia bastante larga...
—Tengo toda la noche para escucharlo, Capitán Rogers. —Sonreí. Pero Steve negó. Él no quería hablar de aquello. —Bien, entonces déjame curar esas heridas.
—Temí no volver. —Confesó luego de unos minutos en silencio. Dejé el alcohol y los algodones a un lado y presté atención a lo que quería decir. —Pietro murió, y así como él estuvo expuesto, nosotros también. Te vi en mi mente cuando estuve en lo más alto del cielo, entre las nubes. —Contó. —Te quiero, __________. No puedo negarlo más.
—Yo también te quiero, Steve. —admití. —Y temí que no volvieras más.
Steve soltó un suspiro y sonrió agradecido de escuchar mi confesión.
Me armé de valor; tomé su rostro entre mis manos, dándome el tiempo de observar detenidamente sus facciones. Eran realmente hermosas, incluso aún con las magulladuras producto de la lucha, Steve seguía siendo igual de atractivo. ¿Cómo era posible? Pensé. Pues, lo era.
Besé sus labios sin pensarlo mucho. Eran suaves y cálidos, bastante exquisitos. Me dejé llevar por la mezcla de sensaciones que generaba aquel ósculo tan deseado; el bienestar invadió mi anatomía y guiada por ésta, me las arreglé para no despegarme de sus labios y subirme a horcajadas sobre él para tener un mayor acceso a su cuerpo.
El beso y las caricias propinadas por ambos comenzó a manifestarse como la necesidad de poseernos mutuamente. Nuestros jadeos comenzaban a salir de nuestras gargantas como un acto por querer más del otro. Sus manos no dudaron en escabullirse bajo mi polera, donde toqueteó mi piel y senos a su antojo.
—__________, espera. —Pidió Rogers. Detuvo sus besos y me alejó unos pequeños centímetros de su lado. Observó la puerta de mi habitación, al parecer temiendo que alguien apareciera y nos sorprendiera.
—Descuida, no nos escucharán. —Aseguré. —Ellos duermen en el primer piso. —Aludí a mis padres quienes, estaba segura no sabrían jamás que Steve estuvo conmigo.
Retomé el beso antes de que él se negara. Ya había encendido parte de mis deseos por ser suya, por lo que, dejar todo a medias, no iba a ser más que una pérdida de tiempo garrafal en la que estaba segura ambos disfrutaríamos.
Despojé mi polera y le ayudé a deshacerse de su traje entre besos llenos de necesidad. Su torso arduamente trabajado llamó mi atención por completo. Repasé cada línea marcada con la yema de mis dedos, encargándome de que aquella vista mi cerebro la grabara y sellara a fuego. Me relamí los labios y embocé una sonrisa.
—Vaya vista. —Elogié.
—Lo mismo opino. —Dijo Steve quien, de un solo movimiento, rápido y acertado, logró removerme bajo su cuerpo.
—¡Hey! Yo quería llevar el mando. —Me quejé. Éste rio y repartió pequeños besos por todo mi rostro. —Eres un tramposo, Steve Rogers.
—¿Acaso te dicen Capitán para llevar el mando? —Se burló. —Debo ejercer mi título como tal.
—Eres un idiota. —Carcajeé.
—Sí, lo sé. —Besó mis labios. —Bastante para saber que los padres de la chica a quien quiero, duerme en el primer piso y podrían entrar en cualquier momento a su habitación.
—No lo harán, estoy segura.
El silencio de mi habitación era reinado por los jadeos involuntarios que salían de nuestras bocas al ser testigos de la inefable sensación que era ser querido por el otro. Era el mayor acto que podíamos realizar para dejar en claro nuestros sentimientos para con el otro; hacer el amor.
Íbamos a hacer el amor por primera vez, y aquello generaba expectativa por mi parte. Deseaba ser correspondida algún día, que quien fuese a poseerme por primera vez me tratase como si fuese una figura de cristal; con ternura y dedicación. Creía que aquello en el mundo moderno ya no existía, me bastaba con ver a mis pares y la bestialidad salir de sus actitudes cuando una muchacha atractiva llamaba su atención. Entonces, creí que la caballerosidad y el respeto se había quedado en las épocas pasadas. Donde todo hombre se desvivía por conquistar y hacer sentir mujer a la muchacha que amaban.
Claramente, todo lo que creí obsoleto, existía en un hombre llamado Steve.
Sus besos eran pasionales, vehementes y llenos de cariño. Cada susurro en mi oído estimulaba mis sentidos y me acercaba cada vez al orgasmo. Depositaba besos tiernos en mis mejillas, parpados y nariz, murmurando lo mucho que me quería y el deseo que albergaba en su alma por hacerme feliz.
—No me querías decir la verdad, Steve. —Jadeé. Cerré los ojos en cuanto sentí que mordía el área de mi cuello. —Tú si tenías a alguien en quien pensar.
—No quería exponerte al peligro, _________. — besó mi hombro, bajando hacia mi brazo desnudo. Inclinó su cuerpo y, quedando con su rostro frente al mío logró emitir un suspiro. —Lo que estoy haciendo ahora lo quise hacer hace tiempo atrás. Pero creí que no era correcto.
—¿Aún lo crees? —Inquirí. Elevé una de mis manos a su mejilla, acariciando el área de su pómulo derecho, donde poseía un hematoma. Steve negó levemente y volvió a depositar un beso en mis labios, aquel que dio inicio a la entrega de nuestros más profundos sentimientos.
Acomodé su cuerpo entre mis piernas y me aferré a su cuerpo una vez éste masajeó mis muslos. Era increíble como aquel simple tacto generaba un estremecimiento general en mi cuerpo. Alzó su mirada y me miró fijamente. Asentí, haciéndole entender que estaba completamente lista para entregarme a él y, besando mis labios entró con cuidado.
Mis uñas se enterraron en su dorso cada vez que éste decidía moverse. Escondí mi rostro en su cuello y mordí esperando que mis gemidos se amortiguaran en aquella área. Pero grité y aquello alarmó a Steve.
—L-lo siento... —Murmuró. —¿Te lastimé?
—N-no...— sonreí. —No te preocupes. Sigue.
Siguió embistiéndome, lento y dulce. En ningún momento me dejó de besar. Guiaba sus labios hacia mis hombros, clavículas y pecho. Besaba mis labios cada vez que soltaba gemidos llenos de disfrute y que amenazaban con ser altos en tonalidad. Steve los ahogaba junto con los de él.
Sus manos se deslizaban por mis piernas como si se tratase de un escultor repasando las líneas de su obra de arte; sensible y delicado. Temiendo hacer daño alguno. Sus movimientos eran lentos y aquello alteraba mi fisiología considerablemente.
—Cariño, un poco más rápido. — Pedí. Entonces Steve aceleró sus embestidas; eran más profundas. —¡Oh Steve! —Gemí. La parte superior de mi cuerpo se levantó involuntariamente ante la embestida que Steve había realizado; profunda y dura. Entre abrí la boca y dejé salir aquel gemido que quería reprimir. Los brazos del capitán rodearon mi cuerpo, evitando que cayera de lleno sobre el colchón.
—__________. —Gimió el rubio, frunció el ceño y se quejó. —¡Oh _________!
La sensación en mi bajo vientre se alojó como cientos de mariposas revoloteando en mi interior. Los espasmos comenzaban a surgir, como pequeños fuegos artificiales. Entre abrí un poco más mis piernas como un acto seguro de que así mi orgasmo me invadiría por completo. Necesitaba gritar su nombre e inundarme de él.
Tironeé sus cabellos húmedos y el orgasmo me irrumpió junto a Steve; un sonoro gemido invadió la habitación y la sensación en nuestras anatomías nos hizo perder el juicio y el transcurso del tiempo. Aferrados mutuamente, nuestros cuerpos temblaban junto al otro, nos quejamos unos instantes y luego reímos con pereza. Ciertos neurotransmisores viajaban a lo largo de nuestro cuerpo, fundiéndose en nuestras células, generando un ambiente de bienestar indescriptible.
Steve se dejó caer sobre mi cuerpo, pero sin dejar de repartir besos por mi rostro. Murmuraba palabras inentendibles, pero sabía que eran palabras simples que dejaban al descubierto su alma. Soltamos un par de risitas cuan adolescentes enamorados éramos y nos acomodamos sobre la cama. Aún con la respiración agitada.
—Se mi novia. —Dijo y escondió su rostro en mi cuello, cohibido.
—¿Sabes que me causa ternura que te cohíbas? —Reí. —Eres adorable, Steve Rogers.
—Me cohíbes. —Confesó sin quitar su rostro de mi cuello. Sus labios rozaban el área y mi cuerpo reaccionaba con leves cosquilleos en distintos puntos de mi organismo. Steve alzó su rostro y me quedó mirando con una sonrisa tierna. Besó mis labios con ternura y pegó su frente contra la mía. Mis manos viajaron por su abdomen, sintiendo la piel tersa bajo las yemas de mis dedos; ya no había indicios de haber sido herido. —Te quiero, ________. Y quiero que seas mi novia, la mujer a quien le dedique los triunfos ganados.
—Lo seré, Steve. —Asentí, uniendo mis labios contra los suyos, sellando el cariño mutuo que nos teníamos. —Seré tu novia.
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