
War of Zootopia
En una gran y hermosa ciudad, anteriormente conocida cómo "Zootopia", solía caracterizarse por su cálida armonía y muy reconocido eslogan: "Donde todos pueden ser lo que deseen."
Sus habitantes gozaban de mucha alegría, nunca se veía el asecho del mal, y se creía que por siempre se mantendría de esa bella manera, en una amada paz.
Pero no fue así.
Un grupo rebelde de animales comenzó a crearse, fuertes depredadores, lanzaron potentes bombas que explotaron el centro de la colorida ciudad, sus altos edificios fueron derrumbados, una gran cantidad de especies desaparecieron en tan caótico acontecimiento. Los pocos no tan afortunados sobrevivientes decidieron dar escape, escondiéndose en pequeños pueblos, pues en su mayoría eran neutros, pacíficos sin necesidades de dañar; aunque varias desdichas estaban tras ellos.
La escasez de alimentos y bebidas causaron aún más muertes, especialmente en pequeñas crías. Como era de esperarse, los carnívoros, ahora enemigos, hicieron uso de sus conocidos métodos de caza, asesinando a inocentes presas. Muchas familias resultaron separadas, menores de edad teniendo que luchar para tratar de vivir en las destruidas calles de Zootopia.
La extinción llegaba poco a poco.
En momentos como estos cualquier cosa se agradece, pero las fantasías, sobretodo "Hacer un mundo mejor" no eran tan bien recibidas, otorgándoles mínima importancia.
— ¡CORRE!
— ¡TE HE DICHO QUE NO PUEDO! — contestó el pequeño zorro.
El mayor tomó al más bajo por el cuello de su vieja camiseta, lo alzó al aire, para después tomarlo de nuevo y seguir corriendo.
— ¡Hey, hey! ¡Cuidado! — el desértico se tambaleaba de un lado a otro. — ¡Fíjate por donde... Whooaaa!
Ambos cayeron en la tierra áspera.
— ¡¿Pero qué?!
— ¡Baja la cabeza! — el anaranjado golpeó el cráneo de su amigo, dejando a este enterrado en el suelo.
Bomba, era una bomba que explotó a no tan larga distancia.
Los dos comenzaron a estornudar.
El menor se giró para ver.
— Estuvo demasiado cerca... — observó con asombro cómo empezaba el incendio.
— Sí, así fue. No sabemos sí nos salvaremos la próxima vez, debes estar más atento, Finnick — dijo el de ojos verdes.
— Ya lo sé, Nick — un cansado y gran suspiro salió de su parte. — Sólo que... Estoy harto, todo esto de sobrevivir me está enfadando.
— Sé muy bien que todo esto es difícil, que te sientes confundido, hambriento, con un mortal sueño, y ganas de llorar.
— ¡No tengo ganas de llorar! — le exclamó furioso.
— Pero debemos ser fuertes — continuó. — Nuestras especies están en peligro. Puede que seamos los últimos.
— Es imposible que seamos los últimos, y tú lo sabes bien. No puede ser que seamos tan difíciles de asesinar.
— Tal vez, bueno — el zorro de alta estatura se puso de pie, acompañado de un largo estiramiento. — Hay que continuar.
Los amigos siguieron caminando, alegándose de la destruida cuidad que alguna vez les vio nacer.
Avanzaban con el plan de encontrar un poco de comida, y con suerte, una vivienda temporal.
— Es extraño que no nos hayamos topado con algún grupo — habló Nick.
— ¡Pues claro! Apenas estamos saliendo de Zootopia. Los grupos sobrevivientes que sí tienen inteligencia no se quedan en las cercanías del lugar — contestó Finnick, dando unos pasos largos para seguir el ritmo del amigo.
Bajo el ardiente sol del Sahara, caminaron varios kilómetros. Ambos estaban exhaustos, y aunque lo lograran admitir, no podrían tomar un breve descanso, pues se encontraban a la mitad del sofocante desierto, donde en variadas ocasiones ocurren tormentas de arena, y no estaba en sus planes morir sepultados por la arena.
El sigiloso y ya experimentado Nick Wilde, decidió desahogar su cansancio en silbidos, cosa que a Finnick lograba alterar.
El enano estaba a nada de quejarse, en cuanto vio a lo lejos una silueta, alzó sus orejas en señal de atención.
— ¡Nick, Nick! — sin mirarlo comenzó a golpear el estomago del nombrado.
El anaranjado detuvo su silbar.
— ¡Auch! ¡¿Qué?! — bajó la mirada para ver a su compañero.
— ¡Mira allá! — Finnick apuntó hacia un amplio sitio terroso.
Wilde dirigió su mirar hacia aquel lugar, y al igual que es zorrito levantó sus orejas.
— ¿Sobreviviente solitario tal vez? — propuso el de menor estatura.
— Vamos a ver — comenzó a trotar rumbo a la silueta, siendo seguido por su fiel amigo.
Al llegar se agacharon.
— ¿Qué es lo que sucede? — murmuró.
— Creo... Que no sabe nuestras intenciones e intenta evitarnos — deteniendo al menor, Wilde observó como la criatura se ocultaba tras montones de arena. — Se le ve un tanto debilitado.
— Acerquémonos un poco más lento — contestó el de voz gruesa.
Tomando la iniciativa, Finnick aprovechó su baja estatura para no causar escándalo en la desconocida criatura. Casi de puntitas, avanzó tras los montones de arena.
Nick le perdió de vista, no escuchaba absolutamente nada.
— ¿Finnick? — comenzó a preocuparse.
Siguió el mismo camino que su compañero, encontrándolo agachado en la entrada de una pequeñísima cueva.
— ¿Qué sucede, Finnick?
El pequeño lo silenció, y volviendo a su asunto, miró dentro de la cavidad.
Duró unos cuantos segundos así, el mayor le veía confundido, y el sol no tardó en seguirlos atormentando con sus odiosos rayos. Cansado de aquello, Wilde tomó asiento, era su única oportunidad de reposar.
— Las tormentas de arena no esperan, más vale que te des prisa.
Ignorando el comentario, el zorro desértico se adentró a la mini cueva, sintiendo la dudosa mirada del anaranjado sobre él. Esperando lo peor, Nick aguardó en la misma posición.
— ¡Wilde!
Alarmado, el portador de la amplia mochila pegó un brinco.
— ¡¿Qué pasa?!
Saliendo de aquel lugar, su mejor amigo mantenía algo entre las garras. Y al estar más cerca, se dejó apreciar una nerviosa cría de conejo.
— ¿El almuerzo? — dedujo.
— No, torpe — lo miró mal. — ¿Qué te pasó, pequeña cosita? — le preguntó a la bola de pelos.
Aferrada al desconocido, la menor negaba respuesta.
— Esta aterrada.
— Tengo una idea — no muy seguro de su decisión, Wilde tomó la polvorienta mochila, la abrió y sacó una frágil zanahoria. — Adelante, tómala — dijo ofreciéndosela a la temerosa conejita.
Cautivada por el detalle, optó por apartarse del zorro. Asombrados, Nick y Finnick admiraron aquellos hermosos ojos morados que ella poseía, se veían rotos, exhaustos, se iniciaban a tornar dañados. Pero ante todo el horrendo desastre, la niña formó una débil sonrisa, y devoró el sabroso bocadillo.
— ¡Caramba! ¡Qué fiera! — rió el mayor, acomodó con esmero su ahora sucia vestimenta, y contempló el árido paisaje. El cielo tomaba un noto más naranja, los colores hacían una lujosa reunión, en la cual, los invitados de honor eran el morado y el rosa, gran fiesta que crearían. — Comienza a atardecer — murmuró.
— Hey — Finnick llamó la atención de la ocupada pequeña. — Debo aclararte que no estamos aquí para hacerte daño, yo no te quiero lastimar, y el grandote de allá tampoco — observó a su ofendido amigo. — Creo que ya tienes una idea de lo que está sucediendo en esta región.
La conejita lo miraba atenta mientras saboreaba aquel vegetal.
— Es arriesgado estar solo, y muy difícil se logra encontrar sobrevivientes — no le preocupaba la enorme prisa que tuviera Wilde, su prioridad, justo ahora, era el bienestar de la menor. — Puedes venir con nosotros, estamos en busca de un lugar mejor, con alimento, agua, y vivienda — aún de cuclillas observaba a la conejita. — Pero necesito tu nombre, debes tener uno, ya te ves un poco mayor como para no saber hablar.
Su único acceso al silencio terminó, ya no había más zanahoria que degustar. La pequeña se limpió las patitas en su ropa. Un tanto pensativa, tomó una gran bocanada de aire.
— M-mi nombre es Judy, Judy Hopps — tartamudeando contestó.
Curiosos, ambos zorros compartieron miradas.
— ¿De dónde provienes, cielo? — cuestionó Wilde.
Con su visión concentrada en la brillante arena, la niñita pensó en su respuesta.
— BunnyBurrow, Señor.
— ¿Y tus familiares? — formó otra pregunta. — Eres un conejo, debes tener montones de hermanos por aquí.
Su carita se llenó de tristeza. Inmediatamente, Finnick le dedicó una mirada asesina al compañero.
— No los encuentro... Fui a la tienda a preguntar por un poco de agua, y al volver, mi casa estaba destruida — una fuerte ráfaga de viento golpeó sus rostros, cubriéndolos de una delgada capa de molesta arena. Las tormentas se acercaban.
La situación de la menor era deprimente, no era la única, había un sin fin de animales asustados y abandonados en aquel terrible campo de batalla.
El tiempo se agotaba, dejarla aquí llenaría su corazón de más remordimientos, y se encontraba furioso de tal sentimiento.
— Bueno... — suspiró. — A partir de ahora formas parte de nuestro equipo — sonrío Wilde. — Nos encargaremos de que nada ni nadie te haga daño, y te ayudaremos a encontrar a tu familia — finalizó tomando con fuerza los gastados tirantes de la mochila.
Ninguno de los dos pudo reconocer el sentimiento que proyectaba la mirada de la niña, pero no importaba, esa amplia sonrisa les daba a entender que todo estaba bien.
Una vez más, la ventisca golpeó amenazante, a lo que el mayor cargó con ambos acompañantes, y salió deprisa.
Recorrió varios kilómetros, la arena que volaba iniciaba a rasgarle el rostro. No muy lejos de donde se ubicaba, el zorro anaranjado logró ver un montón de rocas, su acomodo creaba una pequeña y oscura cueva, no dudó en dirigirse a ella.
Al inspeccionarla y confirmar que no había riesgo, bajó a sus compañeros.
— Aquí está bien, nadie se atreverá a venir en medio de la noche.
Sin decir una sola palabra, Finnick se dedicó a revisar la nueva guarida, su querido amigo era capaz de hacer cada tontería.
Mientras las estrellas se acomodaban en el cielo, Judy observaba cómo el sol se iba a dormir. La vio tan concentrada que no quiso molestarla, Wilde acomodó su mochila en el suelo, y finalmente le habló.
— Puedes utilizarla como cama, eres la única que puede recostarse en ella — dijo mientras se sacudía la arena.
Tímidamente agradeció por el detalle, y se tiró sobre el objeto. No era lo más cómodo del mundo, pero evitaría ensuciarse con la tierra.
La noche llegó, la manta oscura cubrió los cielos junto a sus millones de lucesitas.
Por el miedo de ser descubiertos, el grupo se negó a preparar una fogata, cosa que ahora lamentaban, pues el frío iba en aumento. Eso era algo que Nick detestaba, por el día un calor digno del infierno, y por las noches un viento capaz de congelar a mil y un almas.
No era la primera vez que el zorro evitaba el dormir, se le estaba convirtiendo en una muy mala costumbre, prefería culpar a la guerra, decir que siempre lo mantenía alerta. Finnick sabía que no era así.
— ¿Qué fue lo que te hizo traerla con nosotros? — preguntó soñoliento, sus párpados se encontraban caídos, no tardarían en cerrarse.
— Ah, ya sabes... — comenzó a juguetear con una pequeña piedra. — Si me quedaba más tiempo parado me hubieran salido juanetes, rojos cómo manzanas y dolorosos cómo golpe en partes bajas.
El de menor estatura le miró con enfado, no era para nada creíble.
— Tu familia otra vez, ¿no? — decidió ir directo al grano.
Le molestaba lo rápido que su amigo le quitaba el drama a las cosas, pero estaba en lo correcto.
— Sí... — con un tanto de melancolía, Nick volteó a ver a la conejita que se encontraba profundamente dormida frente a los dos. — No podía abandonarla allí, no cómo a ellos.
Él sabía que no era el ser más fuerte que se haya visto en toda la creación, sabía que podía romperse una y otra vez, pero aun así, el mundo continuaría. Tampoco era perfecto, la arrogancia le poseía en los peores momentos, y luchaba por cambiarlo. Nunca podría perdonarse los errores que cometió en inicios de guerra, nunca de los nunca.
Después de unos instantes de reflexión, miró a fiel amigo, se le encontraba muy callado. Notó como dormía recargado en una fría roca, había caído rendido.
Con una sonrisa, volvió a apreciar del paisaje nocturno.
[ • • • ]
No pudo recordar en qué momento terminó durmiéndose, tampoco del frío que hubo anoche, su despertar no fue del todo agradable. A su alrededor, veía como sus mayores se preparaban para partir de una manera muy apurada, la preocupación fue la primera en darle los buenos días.
— ¡Oh, Judy! — exclamó Nick. — ¡Vamos, debes darte prisa! — tomó a la pequeña y se colocó la mochila.
No despierta del todo, Judy bostezó.
— ¿Qué pasa, Señor Wilde?
— Lo que pasa es que...
— Don astucia se equivocó al elegir un lugar seguro, estamos rodeados de depredadores rebeldes, y tenemos que irnos ya — respondió Finnick, se notaba la preocupación en su voz.
Tras unos segundos transcurridos, el más pequeño se asomó. No había nadie, absolutamente nadie. Muy alerta a su alrededor, dio señales al mayor. Los tres salieron de la cueva.
Sus vidas dependían de un frágil hilo, debían guardar extremo silencio, y sobretodo ser cuidadosos.
No es que fuera lo más adecuado, pero tenerla agarrada del cuello no le daba toda la movilidad posible, así que Wilde le ordenó entrar a la mochila, y al tanto de la situación, Judy accedió.
Sus pelajes les brindaban una gran ventaja, pues al estar en aquellas tierras podían hacer uso del camuflaje.
Las orejas de Finnick se encontraban muy alzadas, podía escuchar todo, sus pasos, los pasos de Nick, y sobretodo, la nerviosa respiración que producían. Le pareció curioso no ver al enemigo, al parecer se habían ido.
— Está tranquilo — susurró Wilde.
— Sí, y eso es bastante preocupante — respondió Finnick de la misma manera.
Las montañas de arena comenzaban a desaparecer, no era bueno, ¿dónde se ocultarían en caso de persecución?
Todo se convirtió en una planicie de arena seca.
El sol volvió a tomar lugar en lo alto del vacío cielo azul, ya habían perdido la cuenta de las tantas alucinaciones que se les presentaron, era tan fastidioso.
Sus cansadas patas dolían, ardían, rogaban por un poco de descanso.
Al mantener su mirada abajo, Nick notó cómo la arena brillaba, nunca en su vida lo había notado. Ese detalle le llamó mucho la atención, pues aunque estuviera en el peor momento y sitio, esos brillos permanecían en ella.
— Curioso... — susurró.
Llamativos y bonitos brillos, ¿a qué hora comenzó a hacer más calor? Las nubes blancas no se dejaban ver, ¿en qué momento la arena se hizo más suave de lo normal?
— ¿Nick? ¡Nick! — llamó su amigo.
— ¿Qué pasa?
— Creo que aún no te acostumbras a las cálidas temperaturas del desierto Sahara.
Wilde le miró confundido, y su duda aumentó al ver el verdoso pasto debajo de él.
— ¿Qué ocurrió? ¿Dónde estamos?
— Caíste rendido, tuve que traerte a rastras al Distrito Forestal... O a lo que queda — respondió Finnick. — ¡Ah, pero el zorrito se quedó despierto toda la noche! — reclamó fingiendo enojo.
Sintiendo la humedad del suelo, Wilde se puso de pie, ya no dolía cómo antes. Tras observar su alrededor, bostezó con tranquilidad, tenía mucho que no disfrutaba hacerlo.
— No estamos del todo seguros, de hecho, creo que estamos en mayor peligro — tanteó su mochila y la colocó en su espalda, dispuesto a continuar.
La mochila estaba mojada, liviana, muy, muy liviana.
Su tranquilidad se esfumó.
— ¡¿FINNICK?! — miró aterrorizado a su compañero. — ¡¿Dónde está Judy?!
Extrañado, el menor le observó, para después suspirar.
— Está allá arriba — respondió alzando su cabeza. — Está buscando comida.
No muy aliviado por la respuesta, el zorro volteó hacia los altos árboles.
Con la mayor tranquilidad del mundo, la pequeña niña saltaba de rama en rama con unas rojizas manzanas en sus delicadas manos. Cuando se sintió observada, la conejita bajó su mirar, encontrándose con sus mayores.
— ¡Señor, Wilde! ¡Qué bueno que ya despertó! — exclamó sonriente al percatarse del despertar de Nick.
Con los pelos de punta, Wilde formó una tensa sonrisa.
— Pequeña Judy, ¿por qué subiste al gran árbol? — preguntó entredientes.
Mirando todo su alimento, Judy respondió alegre:
— ¡Para conseguir manzanas! ¡Ya no tendremos hambre!
Sí, logró a la perfección mantener la postura ante la gran ola de preocupación, pero no logró ocultar su terror al ver a la niña saltar de lo más alto.
Asustado a más no poder, Nick alzó sus brazos, y en un par de segundos, tenía a una pequeña coneja entre ellos.
— ¡Ya podemos comer, Señor Wilde! — le entregó un fruto. — ¡Vamos, Señor Finnick! ¡Usted también debe comer! — le lanzó la manzana, atinándole a las patas del menor, quien curioso olió la fruta.
Inmóvil cual estatua de mármol, Nick mantenía a la pequeña en sus brazos. Ella sin ninguna molestia comenzó a comer.
Fastidiado, Finnick subió hasta el hombro de Wilde y le dio unos golpecitos en la cara.
— ¡Casi mueres, niña! — le dijo al reaccionar.
Divertida, Judy compartió una sonrisa con el zorro más bajo.
Con el mayor cuidado posible, el grupo andaba entre los esponjosos arbustos, los roncos eran de una altura increíble, y su sombra de lo más deliciosa. La fresca brisa traía paz, qué ganas de que la brisa rondara por cada rincón de la devastada Zootopia.
— ¿Dónde están los demás? — preguntó la pequeña, sostenida en la espalda de Finnick.
— Se mantienen ocultos, están en sitios difíciles de ver — respondió el mayor.
— ¿Nos dejaran unirnos a ellos?
— Lo más probable es que duden de nosotros, nos harán pruebas y cosas así, les costará aceptarnos — respondió esta vez Finnick. — Pero si hacemos todo al pie de la letra nos uniremos sin ningún problema.
Pensando en la llegada a un grupo de sobrevivientes, Judy se acurrucó. Tal vez con unas sabrosas manzanas podría ganarse la confianza de los asustados animales, tenía muchas guardadas en la mochila de Nick, pero debía guardar las que apartaron sus amigos, dijeron que se las comerían al rato.
El silencio no les servía de mucho, cualquier sonido de alto volumen lograría llamar la atención del enemigo.
Luchando con sus pensamientos, Nick le seguía el paso a su compañero, tenía la suficiente confianza para dejarle el mando.
— Oye, Nick... — murmuró el de menor estatura.
— ¿Qué sucede?
Deteniendo su andar, Finnick dirigió su mirar hacia unas amontonadas hojas y ramas. Con cuidado, bajó a la niña.
Cuando estuvo frente a ellas, con sus patas empezó a retirarlas.
Fue justo lo que pensó.
— Refugio abandonado — dijo el menor con una ladina sonrisa.
Asombrado, Nick cargó a la conejita, y a paso lento, se acercó a la recién encontrada cabaña. Sus tejados estaban en mal estado, sucios, y eran cubiertos por la hierva. Las maderas que la construían estaban manchadas, frágiles, y al borde de la destrucción.
Finnick tomó la manija de la puerta, sin mucho esfuerzo, la entrada se abrió.
Un desagradable olor a guardado fue quien les dio la bienvenida, el interior del lugar se mantenía oscuro, no había señales de vida.
— Puede que encontremos cosas útiles — comentó Finnick, con calma se introdujo al sitio.
— Judy — Wilde la dejó tocar suelo. — Escúchame bien, pequeña. Quédate aquí en la entrada, vigilia que nadie venga.
La conejita asintió. Nick le dio una última mirada, y se apresuró a buscar.
De acuerdo con su gran misión, Judy se puso firme, no dejaría que nadie les hiciera daño.
En los últimos cuartos de la cabaña, Finnick movía las cosas de un baúl.
— ¿Hay algo? — cuestionó Wilde mientras entraba a la habitación.
— Nada aún, dejaron más que limpio el lugar — siguió esculcando. — Pero creo que hay algo en los cajones de allá arriba, ¿por qué no los revisas? — le volteó a ver con una mueca. — Yo no puedo llegar a ellos.
Riendo por lo anterior, Nick se aproximó a los cajones. Al abrirlos, formó usa sonrisa.
— ¡Bingo! — exclamó el anaranjado.
Intrigado, Finnick se acercó a él.
— No es lo mejor — admitió mientras tomaba el contenido. — Pero podremos alimentarnos — se dio la vuelta mostrando varios empaques de Snack's apropiados para carnívoros.
— ¡Oh, genial! — celebró el pequeño zorro. — Ya era hora, me daba cosa seguir evitando las manzanas que Judy nos ofrecía, debemos aceptar que lo nuestro nunca serán las frutas ni los vegetales.
Nick guardó los bocadillos en la mochila, no sin antes compartir unos con su querido amigo.
Después de unos minutos, se dieron cuenta de que la casa no tenía nada más que ofrecerles, así que dieron rumbo a la salida.
— ¡Hey! ¿Encontraron algo? — les recibió Hopps.
— Nada relevante... — respondió Wilde, quien mantenía sus patas en los bolsos del pantalón.
— Es hora de seguir, tal vez encontremos algo mejor — dijo el pequeño zorro.
Y al igual que hace un rato, caminaron entre los frondosos árboles del Distrito Forestal.
Tal vez fueran los insectos, el cansancio al caminar, o el terrible olor que salía de las bocas de sus superiores, pero por alguna razón Judy no soportaba más el papel de niña buena.
— ¿Señor Wilde?
— ¿Qué pasa, pequeña?
Judy suspiró con cansancio.
— ¿Cree que encontraremos algún grupo? — preguntó temerosa.
Wilde dudó un poco.
— ¿Qué? ¡Pero claro que sí! — se inclinó ante la conejita. — Encontraremos un grupo, nos quedaremos con ellos, y nunca nada te volverá a hacer falta — insegura, Judy observó los ojos esmeralda de su mayor. — Lo prometo.
Débil a más no poder, la niñita se abrazó de Nick, extrañaba su vida, sus alegrías, a su amada familia, ¿qué ser tan cruel era capaz de comenzar una sangrienta guerra?
Él nunca fue bueno en tratar con niños, pero decidió cargar a la menor una vez más.
Caminó hacia Finnick, el zorrito se había detenido a esperarlos.
— Andando — le dijo Wilde con seriedad.
Finnick no estaba tan lejos de elegir un sitio para pasar la noche, después de todo, el sol emprendía a ocultarse.
Los llantos de Hopps no cesaban, era sólo una pequeña niña en medio de la catástrofe, se debía comprender.
Ni a Nick ni a Finnick les molestaba, aunque si los llegaba a atemorizar.
En busca de consuelo, el más bajo vio arriba. La vegetación del Distrito Forestal hacía su mejor lucha por ocultar al extenso cielo, vaya pérdida de tiempo. Robando el color naranja de las jugosas frutas, los traviesos cielos se pintaban de aquello. Nada había sido fácil, y probablemente nada lo sería, Finnick lo tenía muy en mente.
Contagiado por la pequeña coneja, el zorro se giró. Entristecido, observó a su amigo Wilde, las ojeras del mayor le llegaban a asustar, sus cansados párpados se querían cerrar, y probablemente abrirse en un mundo nuevo, libre de guerras.
— Hey... — habló. — ¿Quieres que la cargue por ti? ¡Estoy seguro de que deseas un descanso! — propuso sonriente.
Le tomó desprevenido, no esperaba algo así. El cansancio le llevó a aceptar la ayuda. Con mucha delicadeza, extendió sus brazos para entregarle una triste Judy.
Finnick se estiró para tomarla, unos terríficos sonidos se hicieron presentes.
Sorprendidos, ambos zorros se pusieron alerta, los habían encontrado.
— Judy... — susurró Nick. — A tu escondite... — con temor la conejita obedeció.
Los arbustos que en algún momento les llegó a servir para ocultarse, eran ahora cómplices de los depredadores.
No se dejaban ver, pero era obvio que estaban ahí. Toda el área se llenó de una inmensa tensión.
Cuando el movimiento de plantas acabó, el pequeño dio la tan esperada señal.
— ¡Ahora!
Fue tiempo de comenzar a correr, y hubo algo que les sorprendió, habían avanzado por lados contrarios.
De inmediato, una gran manada de salvajes jaguares apareció.
— ¡Esto no es bueno, nada bueno! — gritó Wilde.
Tras él se encontraba la mayor cantidad de la manada. El resbaloso suelo no le servía de mucho, las raíces salidas de los árboles le dificultaban el correr, y las hojas estampándose en su cara le estorbaban, simplemente, el terreno no le favorecía.
Cómo pudo, Finnick dio rápida carrera, y optó por subir a un tronco. En cuanto los feroces felinos se aproximaron al lugar, perdieron todo el rastro del escurridizo, y solitario, zorro.
Repletos de furia, los cazadores dieron retorno.
Agradeciendo a todo lo posible, el menor vio cómo los jaguares le dejaban solo.
Su tranquilidad desapareció cuando se dio cuenta de que iban a por el resto del grupo.
Rápidamente, Finnick bajó del árbol.
¿Cuánto tiempo debería correr para salvarse? ¿Tenía siquiera oportunidad?
Wilde trataba de poner obstáculos en la cacería de los salvajes, corría entre espacios pequeños, y oscuros, no funcionó a la perfección.
Nick admitía el haber cometido distintos pecados en lo que había tenido de vida, aún así, le parecía injusto desaparecer de esta cruel manera. Un montón de altas y picudas rocas se interpuso en su camino. Con atención, analizó las probables rutas de escape.
No le quedaba tiempo, con pavor decidió darse la vuelta. Ante sus cristalinos ojos, Wilde pudo observar a una indeterminada cantidad de hambrientos felinos.
Cómo pudo, resguardó la mochila.
— Caballeros, somos de la misma división — intentó hacerlos entrar en razón. — Un depredador no puede comerse a otro depredador... — sonrío para mostrar postura.
Mientras más palabras salían de su parte, más cerca se encontraban los jaguares.
Era caso perdido, ya no tenía sentido tratar con seres tan perdidos.
No le importó ver a los felinos ponerse en posición de ataque, ya no le importaba nada.
Tres palmadas.
Tres palmadas bastaron para que los salvajes se dieran la vuelta y prestaran total atención a un atrevido Finnick.
— Odiosas bolas de pelo... — firme a más no poder, el zorro de desierto les miraba con una enorme ira. — ¡Zootopia volverá a tener su hermosura! ¡Inútiles pestes! ¡Ustedes serán vencidos, gusten o no! — imprecó con todas sus fuerzas.
Claro estaba que los enemigos no entendían, el salvajismo los tenía cegados, lo único que les importaba era alimentarse. Finnick era la presa perfecta. Envueltos en furia, los carnívoros corrieron hacia él. El zorro no se lo pensó ni un instante, corrió más veloz que antes, después de todo, era parte del plan.
Abandonado por el peligro, Nick Wilde intentó regular su respiración.
— ¿Te encuentras bien, linda? — preguntó con esfuerzo.
— Estoy bien — respondió segundos después.
Dando una última y profunda inhalada, el zorro anaranjado fue a por su compañero.
Todo indicaba a las afueras del Distrito, Nick procuraba no tener malas ideas, sin embargo, le era difícil ante la fuerte situación que ocurría. No tardó mucho en salir, las fronteras de los distintos sitios se encontraban frente a él.
— ¿Dónde se encuentra el Señor Finnick?
Wilde miró a la conejita salir de la mochila.
— Correteando jaguares, eso ni dudarlo — rió falso.
— ¿Volverá con nosotros? — Judy se abrazó de la pierna del mayor.
La tristeza lideró su cara, gran inocencia que se acarreaban los niños.
— Obviamente. Él es un héroe... Llegará con una sonrisa triunfante, se sentirá genial por haber acabado con los malos.
Judy le observó asombrada, eso era genial.
El terroso suelo comenzó a vibrar, pensando en el peligro, Nick tomó a la pequeña. Terminó por esconderse entre los arbustos.
El polvo comenzaba a elevarse, una estampida.
— ¿Qué sucede? —cuestionó Judy.
— Silencio, cariño.
Cuando la inmensa cantidad de tierra disminuyó, se les dio la oportunidad de ver con mayor detalle.
Resultó que no era un simple estampida, era la manada de jaguares qué anteriormente habían perseguido a Finnick.
— ¿Qué? — no lograba entenderlo, ¿por qué demonios correrían en las afueras del Distrito Forestal?
Usó todo lo que su vista le pudo ofrecer, adelante de todos los salvajes felinos se encontraba corriendo una diminuta criatura.
— Finnick...
Sin quitarle la vista de encima, Wilde vio a su amigo apresurarse más que vivo a las ruinas de la ciudad.
— Está loco...
No pudo continuar mirando, la persecución ahora se encontraba en Zootopia.
Aliviado por saber de su amigo, Nick se puso de pie.
— Prometimos darte una mejor vida... — susurró. — Judy, iremos a Zootopia — dijo con firmeza.
Debían encontrar a Finnick.
La hermosa luna y las preciosas estrellas se encargaban de brindar un poco de luz a la oscurecida ciudad.
Otro bostezo salió de la pequeña conejita, no tenía reloj al alcance, a pesar de ello, Judy aseguraba que pasaban de las diez de la noche.
— ¿Señor Wilde, podemos dormir? — preguntó bajo mientras se acariciaba la cara.
— Oh, pequeña. Puedes dormí ahí, yo no tengo ni una pizca de sueño.
Con Judy en su espalda, Nick atravesaba las sucias calles de su antigua ciudad.
En su trayecto, pudo observar variadas basuras, sobretodo de empaques de comida. Había muchos cartones esparcidos por las banquetas. Los decorativos faroles se encontraban sin foco, probablemente los robaron para venderlos y conseguir algo que comer. Las paredes de los gigantes edificios tenían manchas de rojizos líquidos, que Wilde optó por ignorar.
Ya habían pasado horas desde el último encuentro con Finnick, no tenía idea de por dónde se fue.
No lo soportaba más, debía tomarse una ligera siesta.
Se recargó en un dañado tronco del parque, su vista captó un alto edificio no muy dejos de ahí.
Era momento de reponer fuerzas.
Subió a los oscuros cuartos de unos abandonados departamentos. A patadas, Wilde logró tumbar una puerta, esta les dio acceso a uno de los dormitorios.
Con cansancio, acostó a la niña en el único colchón, se quitó la chaqueta, y cubrió a Judy con ella.
Finalmente, se tumbó contra una pared. Sentado en el helado suelo, y acompañado por la adorada luz de la luna, Nick consiguió cerrar los ojos.
[ • • • ]
Toda una semana pasó, en ningún momento sacaron ni una pata de la cuidad.
Nick Wilde se sentía contento, después de tantos días podía asegurar el camino por el que huyó su mejor amigo.
Mientras tanto, Judy no pudo continuar contando la tantas veces que su mayor había asegurado un camino correcto, temía por él, comenzaba a comportarse de una manera bastante extraña.
— ¡Andando, querida! — exclamó Wilde. — ¡Finnick nos estará esperando en el área norte!
Empezó a dudar de su salvador, al aparecer estaba perdiendo la cabeza.
— Señor Wilde... — se acercó a él con paso lento.
— ¿Lista para la búsqueda?
— En realidad...
El mayor tomó de la mano a Judy.
— ¡Vamos! Hay muchos lugares que recorrer — finalizó.
Salieron de su improvisado hogar, y dieron rumbo al norte de Zootopia.
No entendía que sucedía, no sabía cuánto iba durar aquella extraña manera de ser que apareció en Wilde, aunque, de una cosa sí estaba segura: deseaba al anterior Nick Wilde de vuelta. Confundida, miró los ojos de aquel zorro, se veían totalmente normales.
— ¿Qué piensas que nos dirá Finnick? ¿Nos contará su experiencia, o algún chiste? — cuestionó el anaranjado.
— Puede que...
— ¡Oh! — interrumpió. — ¡Tal vez nos enseñe los distintos golpes que utilizó! ¿Habrá acabado a los jaguares con golpes?
— No creo que eso...
— ¡Seguro está cansado! Hay que conseguir agua, tendrá mucha sed.
— ¡NICK!
Le tomó muy desprevenido. Sorprendido, el zorro detuvo su andar, y volteó a ver a la niñita.
— ¡Detente de una vez! ¡Esto te está matando! — exclamó. — ¡Salgamos de aquí! ¡Sigamos buscando un grupo! — frustrada, la conejita suspiró. — Eso es lo que el Señor Finnick hubiera deseado.
No comprendía, ¿hubiera deseado?
Él carcajeó confundido.
— Cariño, buscaremos un grupo, tal y cómo prometimos — respondió con calma. — Pero antes de adentrarnos a los distintos sitios que rodean Zootopia, debemos encontrar a Finnick.
— Lo dudo.
Wilde rió una vez más.
— ¿Qué?
— Debemos salir de aquí, no tiene sentido seguir buscando, puede que el Señor Finnick ya haya fallecido.
El adulto no respondió, a lo que la niña inició a temer.
Una fuerte ráfaga de viento cruzó la calle, periódicos volaron alrededor, el polvo frotó, los secos árboles perdieron sus ultimas hojas.
— Crees... ¿Crees que Finnick no está vivo? — cuestionó Nick.
Judy sintió ganas de desaparecer por completo, salir corriendo, sollozar, llorar hasta la última gota, estar en los brazos de su amada madre.
— ¡No estoy segura! — respondió. — Aunque... Yo creo pienso deberíamos irnos, él no se sacrificó para que nos terminaran matando.
— ¡Él no está muerto! ¡Es más listo que todos los seres de este mundo! ¡Si no hubiera sido por él, tú estarías muerta! ¡Estarías pudriéndote en el desierto! ¡Él te salvó la vida! — gritó a todo pulmón. — ¡¿De esta manera le agradeces?! — la miró furioso. — ¡Eres una mocosa malagradecida!
Sus puños se mantenían cerrados, la calma se había extinguido.
No duró mucho, algunos segundos después, unas pequeñas gotas de agua salían de los ojitos de Judy.
Wilde se petrificó.
Los asombrosos orbes amatistas estaban llorando, estaban rotos, él los había roto.
Esta vez, la coneja lloró en silencio.
Las gotas caían, caían al suelo, no tenían un fin.
En alguna casa no muy lejos del centro, otras gotas habían sido derramadas no mucho tiempo atrás. La mujer había llorado demasiado, su hijo no la quería ver. Cuando la amenaza llegó a Zootopia, él ultimo que derramó lágrimas en esa casa... Fue su hijo, su único hijo de nombre: Nick Wilde.
Se apresuró a abrazar a la pequeña niña, le ofreció su hombro para ocultar su rostro, sus brazos para convertirlos en refugio, su ser para hacerle infinita compañía.
— Lo siento... — lloró el zorro. — Lo siento mucho... — las solitarias calles se encargaron de esconder el sufrimiento.
Tras haber empacado algunas verduras, y asegurarse de que los Snack's no habían caducado, Wilde salió del viejo departamento. Sentada en la banqueta, una pequeña le esperaba.
— ¿Ya está todo listo? — preguntó ella.
Él la miró con una sonrisa.
— Ya está todo listo — confirmó, y puso su mochila en la espalda. — Vamos por algún grupo, no dejaré que nada te dañe.
Ofreció su garra, la cual Judy aceptó.
Era tiempo de salir hacia "BunnyBurrow."
Minutos de haber comenzado el trayecto, Wilde se puso a reflexionar. Pensó en muchas cosas, demasiadas, pero de todas ellas hubo algo que destacó: Las palabras que salían de la niña no eran erróneas.
Llegaron a un sitio árido, muy similar al de la Plaza Sahara. El calor es de alta potencia, la vegetación constaba de variadas clases de plantas pequeña y secas, inútiles para dar sombra.
— Judy, si tienes hambre sólo debes decirme, tengo muchos bocadillos que seguro adorarás.
La menor formó una linda sonrisa.
— De acuerdo.
Una explosión se escuchó.
Los depredadores tiraron otra bomba.
— Demonios...
Nick aceleró el paso, tenían que alejarse lo más pronto posible.
Las horas parecían eternas, la noche no parecía querer llegar. No hace mucho se sentaron a almorzar, y tomar un poco de agua, ¿por qué las energías no daban la señal de funcionar?
— ¿Deseas otra zanahoria, Hopps? — la mirada de la niña se encontraba cansada, sin ánimos.
— No... — respondió débil.
Eso le preocupó.
— Está bien, seguirá guardada hasta cuando gustes comerla.
No reaccionaba.
— ¿Judy? — el mayor tomó a la menor. — ¿Te sientes bien, cariño?
— Tengo mucho calor... — le vio con tristeza.
No sabía qué hacer, el agua se había terminado.
— Resiste, llegaremos muy pronto.
Siguió el rumbo, no planeaba parar hasta encontrar un lugar apto.
Segado por las ventiscas, agotado por el calor, y falta de líquidos, Nick iniciaba a perder fuerzas.
Su andar bajó de velocidad, no prestaba la suficiente atención.
Al vagar con la mirada, Wilde pudo observar algo entre unas rocas. Cuidadosamente, se acercó a ver.
En un pequeño pedazo de madera, escrito con plumón azul se encontraba: "Lo alto del cielo ha de tocar el nombre de la hermosa Zootopia"
— Qué ridiculez — comentó al girar los ojos.
Continuó avanzando, fue una enorme perdida de tiempo.
Lo que le pareció una ridícula frase consiguió meterse en los profundos pensamientos del sobreviviente. Malhumorado, Nick repetía un sin fin de veces las insultadas palabras. Al menos le haría olvidar la sed.
— Contemos una historia — sugirió la menor.
— Esta bien — aceptó.
— En un campo lleno de pastizal, un grupo de conejos comenzaron a brincar — inició a relatar Judy. — Estaban muy felices, pues desde el centro de su aldea se podía contemplar la cuidad de Zootopia.
¿Pastizales? ¿Contemplar Zootopia?
— Creían en que siempre tendría su precioso porte — siguió la niña. — Así que, todos juntos trabajaban para hacer un lugar mejor.
¿Creer? ¿Creer en Zootopia?
— Oh, Judy.
La pequeña lo miró.
— Diste justo en el blanco, tesoro.
Corrió, dio el esfuerzo de correr lo más rápido que pudo. Cuando llegó a lo más alto, alzó a Judy. Nick Wilde, con toda la felicidad del mundo, dijo:
— ¡Hemos llegado, Hopps! ¡Estamos en el área del grupo "B"!
Con una gran sonrisa en la cara, la conejita observó las enormes hectáreas de pastizal que estaban frente a ellos.
— ¡No se han de esconder muy lejos de aquí! — le comentó. — En su mayoría son presas, seguramente conejos como tú, hasta puede que tu familia esté ahí.
Encantada, Judy atrapó a Nick en un cariñoso abrazo.
— ¡Lo logramos! — exclamó. — ¡El Señor Finnick ha de estar muy orgulloso de nosotros!
Sonriente, Wilde asintió.
— Así es.
Celebraron su descubrimiento, y entraron al área del grupo "B."
Los pastizales eran de gran altura cuando de estar entre ellos se trataba, variaban de amarillos y verdes, recordándoles el trigo.
— Ya quiero llegar, quiero conocer a todos — dijo contenta mientras tomaba la garra del mayor.
— Los conocerás, les agradaras a todos, serán una nueva familia.
— ¡Sí! ¡Nos querrán mucho! ¡Tanto cómo yo te quiero!
La calma se adueñó del ser de Nick.
— Yo también te quiero.
Compartiendo sonrisas, los dos miembros del pequeño grupo se voltearon a ver.
Algo no andaba bien.
— Hey, Judy — llamó Nick. — Sé que estás alegre y todo eso, pero deberías evitar mover las plantas que están a tu lado.
Hopps se confundió.
— Yo no estoy moviendo las plantas.
Extrañado, Wilde levantó la mirada, los pastizales se continuaban moviendo.
"Maldición" pensó el mayor.
Los sobrevivientes no estaban tan lejos, sólo unos cuantos kilómetros.
El corazón del zorro se aceleró, era momento de actuar, era momento de hacer las cosas de manera correcta.
— Bien, muy bien — suspiró con tranquilidad. — Judy... Escúchame, y confía en mí.
La menor alistó sus orejas.
El mayor cerró sus ojos.
— Eres una niña fuerte, mucho más fuerte de lo que piensas — le empezó a decir en cuclillas. — Tienes valor, y un gran futuro por delante.
Wilde se retiró la mochila.
— Veo en ti a una mujer, una hermosa mujer que ayudará a su gente, y que obtendrá el brillo de Zootopia — le hizo entrega de su única pertenencia. — Para lograr eso debes correr, correr derecho, no te detengas.
— ¿Y tú? ¿Qué pasará contigo?
Su sonrisa era perfecta, capaz de tranquilizar a cualquier alarmado corazón. Sus ojos un antídoto para el terror.
Con delicadeza le colocó la mochila a la pequeña.
— Yo estaré bien, estaré contigo. También te acompañará Finnick. Él y yo te queremos por siempre, viviremos si tú lo haces.
Wilde hizo una caricia en la mejilla de la niña, y al acercase a ella, le dio un cálido beso en la frente. Conteniendo la tristeza, el zorro se abrazó de la conejita.
— Fuiste de las mejores cosas que me pudieron haber pasado — le susurró.
La pequeña no comprendía, ¿qué es lo que sentía?
Los movimientos del pastizal se volvieron bruscos, estaban listos para atacar.
Nick Wilde y Judy Hopps dieron termino a su abrazo.
— Ahora... — el zorro le miró fijamente. — Corre.
Y la pequeña conejita corrió.
Ningún animal consiguió acabar con su vida, no apagaron su luz.
Con gran éxito, Judy Hopps llegó sana y salva al grupo "B."
[ • • • ]
Hoy dieron frutos los naranjos de planté cuando era una pequeña niña, se los mostré a los miembros del equipo, les fascinó la noticia. Los cielos se adornan con las blancas nubes, lindos detalles.
Visité nuestra habitual loma, su pasto es suave, los cantos de aves gloriosos, las vistas son geniales, dignas de ser pintadas por el pincel más fino.
El sol seguía siendo el mismo, el mismo al que tantas veces llegaste a odiar.
¿Cuánto tiempo ha paso? ¿Acaso los llevas contados?
De nuevo te traigo novedades:
Si volteas hacia Zootopia puedes ver las luces, están encendidas.
No hace mucho vencieron a los depredadores rebeldes, ¿te lo dije ya?
¿Te comenté que los vecinos continentales vinieron hasta acá para acabar con ellos?
Qué alivio, por fin se respira paz.
La guerra terminó, pero los miembros del grupo "B" no nos hemos separado, somos una familia, tal cómo me dijiste.
Hace unos días llegó un forastero, un cansado zorro llamado Finnick, ¿lo consigues reconocer?
Cuando lo vi me abracé a él, y me fue inevitable llorar.
Nos pidió refugio, y un poco de agua, lo cual le concedí.
Justo ahora le están dando sus últimas revisiones médicas, ¡luce cómo nuevo!
Dice estar feliz de verme, de saber que lo lograste, está muy orgulloso.
¿Sabes?
Cada que miro una mugrienta mochila me entristezco, ¿no pudiste tomar otra decisión?
Recuerdo que me dijiste que al encontrar un grupo nos quedaríamos con ellos, que nunca nada me volvería a hacer falta, ¿entonces donde estás?
No estoy enojada contigo, nunca podría estarlo, te aprecio demasiado, pero me duele el pecho al recordarte, al saber que no estás junto a mí, ver tu notable ausencia.
Lo siento, lamento ser tan mala persona; siempre pensando en mí.
Espero estés descansando, gozando de la tranquilidad que anhelabas.
Estas lagrimas no resolverán nada, lo sé, lo sé perfectamente, sin embargo, soy una mortal, ¿qué más he de hacer?
La brisa otorga esperanza, calma a este inquieto corazón.
Te agradezco y debo tanto, gracias, gracias te doy.
Gracias por pasar días conmigo, cuidarme cómo nadie más hizo.
Por darme la oportunidad de vivir, darme tu ser, mostrarme el mundo oculto.
Esta vida te la dedicaré, lucharé por ser digna, viviré.
Las voces se escuchan, me llaman, al ser líder del grupo debo que brindarles bienestar.
Lo más seguro es que mi prometido haya llegado, tuvo una junta con los habitantes de Zootopia, y te está inmensamente agradecido.
Algún día nos volveremos a ver.
Hasta la próxima, Señor Wilde.
FIN
¡UFFF¡
Permítanme respirar, por favor...
Listo.
Hi, hi, my loves! ❤️
Me siento muy feliz de haber completado el primer One-Shot de este libro, siendo sincera... Me costó hacerlo, pero creo que quedó decente, ahg.
Algo dramático sí, no se los negaré, pero según mis maestros de literatura es por la "adolescencia."
Que terror...
Prometo pagarles la tristeza y la espera con un One-Shot acaramelado y tierno.
¡Por ahora les muestro unos bocetos que hice el año pasado, y en este año!
¡Finalmente! ¡Les agradezco el leer! ¡Se les quiere un montón!
¡Sayonara! ❤️
05 / 06 / 18 — 26 / 06 / 18
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro