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Oh, bruja


Oculto entre las altas y grisáceas montañas, justo en tierras injustamente olvidadas, un bosque se mecía suavemente con la brisa congelante. Una vegetación triste, apagada, y depresiva, capaz de hacer perder hasta la más bellísima motivación. Las ramas de un tenue café, gruñían al chocar con otras, causando sonidos del mismísimo demonio.

Cubierto por aquel solitario bosque, y embriagado intensamente por la brava desdicha, un pequeño e indefenso pueblo era escondido con alto egoísmo; la vegetación nunca le dejaría brillar.
Dentro de él, un neutro número de familias luchaban por sobrevivir. El traicionero otoño había arribado, dando por perdidas varias de las cosechas en las que los campesinos habían trabajado arduamente, destruyendo un gran poseedor de esperanzas.

Pero no todo estaba perdido, unas cuantas patatas seguían en función, seguían dando una milagrosa oportunidad. Al ser un lugar bastante chico, el rumor llegó a todos los habitantes, cómo locos se pusieron a buscar.
Todo sitio era permitido para revisar, menos las cercanías del bosque, los habitantes sentían extremo pavor por esa área tan tétrica y helada, ni sus negras prendas les servirían de cobijo. El clima, y la apariencia no era lo único que se temía. Entre ellos, habían relatos de que un ente de existencia maligna habitaba en él; varios lo confirmaban mientras otros dudaban.

Aún así, el pueblo tenía necesidades.

Por mandato de su madre, al único varón de la casa se le pidió ir en busca de ese codiciado alimento, la familia debía ser alimentada de inmediato.

Más por obligación que por ganas, el joven zorro se levantó de donde reposaba. Se sentía realmente agotado, ya había hecho un par de obligaciones ese día. Con el uso de su pantalón de color negro, y una camisa de blanco, hizo uso de su formal gabardina oscura cual noche. Se dispuso a dar inicio, pero su progenitora dio un grito más:

— ¡Nicholas, lleva a las niñas contigo! — que bien, un encargo más.

Él ya no era un niño, podía cuidarse y ese tipo de cosas, hasta tenía la oportunidad de negarse a llevar a las pequeñas; pero no tuvo de otra. Agarrando el saco que colgaba de la entrada, Nick esperó a que las niñitas salieran tomadas de las manos, para después cerrar la puerta de su casa de madera.

Tomando la delantera, Wilde recorrió la mayor parte de los enormes campos, secos, y terrosos. Parecía no haber nada de importancia, pero bastó excavar un poco para que las patatas se dieran a conocer. Ansioso, el mayor le ordenó a sus hermanas sostener el saco, ellas lo abrieron; el joven no tardó en arrancar, y lanzar los alimentos en el recipiente de tela.

Tras encontrarlas, los hermanos se dirigieron a casa. El joven mantenía el tieso saco en sus espaldas, estaba orgulloso, usó las mismas técnicas que alguna vez su padre le enseñó. Vaya hombre, tan trabajador y dedicado, nunca le hizo falta a su familia; cada mañana despertaba temprano, se alistaba, y tomaba su machete, con dedicación cortaba leña del bosque, una leña bastante buena; al final del cansado día, las vendía en el centro del poblado, todo lo que ganaba era para alimentos, y ropa. Hasta que un fatal día, su ejemplar llama se apagó, dejando viuda a su amada esposa.

Nick siempre fue el consentido de su padre, pero al fallecer, no recibió ni un poco de cariño. Su señora madre se centraba en las niñas, eran su completa adoración. Nunca le hirió, jamás le preocupó el ser querido por esa mujer, aunque tenía una meta, y lucharía por ganarse el título de buen hijo; eso era todo lo que añoraba.

— ¿Puede haber caldo de papa, Nick? — preguntó una de las gemelas, a paso firme seguían a su hermano.

— Ah, claro — afirmó sin entablarle mirada, se aferró a la mugrienta tela. — Tenemos las suficientes patatas para cocinar caldo.

— ¿Y qué tal comer un puré? — opinó la segunda. — Mamá me ha ensañado a prepararlo, me salió rico.

— Ya veremos en casa — concluyó el zorro.

Comenzaba a oscurecer, por seguridad de las menores, Nick decidió tomar un atajo. Las posicionó a delante, no quería perderlas de vista, a menos que deseara morir a garras de la señora.
El ahorrarse camino era pasar rápidamente por la entrada del bosque. No, no entrarían, eso sería muy riesgoso; debía ser muy cuidadoso.

Pasando entre el lado de una casa, y las ramas salientes del bosque, el joven vigiló al par; iban tomadas de las manos, en ningún momento se soltaron, no eran chiquillas desobedientes, y ese detalle lo agradecía muchísimo. En cuanto se alejaron unos pasos del bosque, siguieron avanzando.

Un misterioso chirrido hizo que el mayor se girara, miró con sorpresa tan espantoso bosque. Sus hermanitas le observaban con intriga, no podían seguir sin él. Helado, un escalofrío helado acarició su tenso cuerpo, tragó saliva. Le llegó la idea de que pudo ser una traviesa ave, la curiosidad le golpeó cuando recordó que el sitio no era capaz de mantener ni a una mínima vida silvestre.

— ¿Estás bien, Nicholas? — preguntaron las gemelas en una tétrica manera unísona.

Se erizó por completo, vaya extraña situación. Dio una sacudida, no debía entretenerse más, prefirió engañarse.
Asintiendo con inseguridad para las menores, la familia retornó hacia su hogar.

Antes de que las brisas nocturnas le azotaran a la población, los hermanos ya se encontraban en su reconfortante cabaña. La cena se preparaba, la madre prendió fuego. Al final, las patatas fueron las suficientes para un caldo, y un sabroso puré; les podría durar semanas.

— ¡Qué feliz estoy de mis pequeñas! — aduló dándoles un tierno beso. — ¡Son buenas recolectoras!

Intentando escaparse del frío, Nick se acurrucaba cerca de la chimenea. Estaba apunto de dormirse, cerrar sus dolidos párpados, pero tenía demasiada hambre, y lo que se alistaba lucía delicioso. El congelado ambiente provocó lentitud en el pasar del tiempo, más aumento del deseo a la comida.

Una boba sonrisa se presentó en el zorro cuando recibió un plato con puré, y otro con caldo. Recibió con mucho gusto, enorme fue el placer al inundarse de tan fabuloso sabor.

Terminó la cena, los estómagos de toda la familia estaban completos. Recostándose sobre ponchos, y sabanas, las niñas cayeron ante el poder del sueño. La mujer guardó las sobras, eran muchas en cantidad, perfecto para su ser. Completamente agotada, se recostó junto a sus hijitas, la noche amenazaba.

Toda alma de la aldea reposaba, descansaban en sus cálidos hogares, los curiosos cuervos exploraban las secas ramas, causando ruidos de gran escándalo. Cubriéndose con una sabana, el hermano mayor luchaba por ignorar las travesuras de las oscuras aves, le resultó inútil. Se mantuvo despierto, ni un centímetro se movió, sólo eran sus pensamientos, un suelo duro, y él. En su tarea de recuperar el sueño, el sonido de la puerta abriéndose le perturbó. Se aferró a la tela que le cubría, la imaginación le jugaba malas bromas.

Sintió intranquilidad, nunca le gustó sentirse como un cobarde.
Armándose de todo el valor que su desvelado cuerpo almacenaba, Nick se giró.
Le fue una enorme sorpresa ver a la oscuridad introducirse con sigilo por la entrada del hogar, la luna llena daba avisos, y el joven no era capaz de escucharlos.
Volteó hacia su madre, estaba sola, las niñas no estaban. Un vuelco en el corazón le hizo salir con su anterior vestimenta. Prendiendo una vela, salió apurado, y con cuidado cerró la puerta; mirando hacia muchos lados, el mayor se dispuso a encontrarlas.

Alumbró unos arbustos, había huellas, bendito sea el lodo. Corriendo, el zorro alzó la vista, las vio, sus hermanas se encaminaban al oscuro bosque:

— ¡Marie! — gritó el nombre de la más pequeña. — ¡Rose, ven acá! — llamó a la segunda, ni el mínimo caso recibió.

Dejó caer sus hombros, gigante la frustración que le comía. Echándole un ojo al espeluznante paisaje que le esperaba, razonó un poco, ya era un hombre, no debía temer. Inhalando todo el oxígeno posible, se adentró por los árboles secos.

Cada paso era formado por un bien trabajado silencio. Las leves luces del pueblo se perdían entre la vegetación, no temía perderlas, aprendió a ubicarse muy bien; otra de las enseñanzas de papá. Seguía las pequeñas huellas, la oscuridad no le ayudaba a dar con las menores. Continuó nombrando a sus hermanas, prestaba la mayor atención en aquel rastro, el perderlo le ocasionaría problemas futuros. Al escuchar movimientos ante él, alzó la luz de la vela, le ganaban por algunos pasos adelante.

— ¡Rose! — exclamó repleto de frustración. — ¡Marie! — dio paso rápido a ellas, no le escuchaban, y le ignoraban. — ¡Qué malos modales han presentado! — les reclamó con total autoridad en cuanto las estuvo más cerca. — ¡Nos vamos a casa! — les jaló de la caperuza. El darles vuelta, hizo notar seriedad en el rostro de ambas, no había respuestas. — ¿Niñas, se atreven a jugar? — se preocupó ante la inusual reacción. — ¡Niñas respondan! — exigió. Con desesperación, les empezó a sacudir.

Los movimientos rápidos hicieron que el dúo se despabilara, un extraño humo verde brillante se escapó de sus apagadas pupilas.

— ¿N-Nicholas? — Rose, la mayor, le miró con sorpresa. — ¿Qué haces aquí?

— ¡¿Qué hacen ustedes dos aquí?! — se alteró el hermano. — ¡El bosque es realmente peligroso, y mucho más de noche!

Las hermanitas se miraron, estaban muy confundidas; cómo si en un encanto hubieran caído.

— Es que seguíamos el canto — en voz baja, Marie contestó con sus orejas bien alzadas.

— ¿Canto? — dudó el zorro. — ¿Cuál canto, Marie? — cuestionó a la más pequeña.

— El canto que suena ahora — las dos respondieron con alta seguridad. Levantando una de sus garritas, señalaron el cielo. — ¿no lo escuchas, Nicholas?

Observó cada oscuro árbol, analizó las débiles hojas de los pobres arbustos, y su corazón tembló, ya que no escuchaba absolutamente nada.
Con sus ojos mostrando inseguridad, Nick tomó a las menores, y les comenzó a escoltar hacia la salida. Mantenía alertas todo sus sentidos, pero sus nervios le iniciaban a distraer.

— ¿A dónde vamos, Nick? — soltó Rose con sus párpados caídos, no despertó del todo. — Tenemos que encontrar esa voz.

— Saldremos de aquí, no podemos quedarnos ni un minuto más.

Las gemelas ponían resistencia, la canción era tan maravillosa, dulce, muy relajarte. Aprovecharon que su hermano se distrajo alumbrando el camino correcto, para salir en búsqueda de ese canto. En cuanto se dio cuenta de su repentina soledad, Wilde miró atrás; las dos se adentraban más, y más. Harto de la situación, Nick corrió tras ellas.

Con fuerza, retiraba las ramas que se interponían en su frío camino. Al tenerlas cerca, el mayor tiró de ambas caperuzas, atrayéndolas a él con rapidez. Sólo dieron vuelta, y los gruesos troncos de un viejo árbol sonaron romper. Su andar se detuvo, algo les miraba desde las alturas.

Resguardando a las niñitas, Nick levantó su mirar.

Escondida en la noche, una encorvada silueta posaba en el árbol. Estaba quieta, dos pequeñas luces moradas cortaban la obscuridad, y curiosas examinaban cada parte de los nuevos, cómo un búho. Por la mente del hermano pasó el rumor, los rumores de que había una mala hechicera, esa hechicera de la que todos temían. Una descarga recorrió al zorro, recordó el dato que algún chico le contó: salen en las noches en busca de niños.

Hizo lo que su instinto le mandó hacer.

Sosteniendo en brazos al dúo, dejó caer la vela, y junto a los ventarrones nocturnos, corrió en busca de escape.
En punto de las dos de la mañana, aquella silueta de apariencia tenebrosa comenzó vuelo. El mayor notó aquello, reaccionó aumentando la velocidad. La criatura les seguía, lucharía por poner sus afiladas garras sobre las inocentes almas de las gemelas.
Tan horrible acción impediría Wilde.

Casi aventando a las pequeñas, el zorro les hizo ir más adelante que él.
Intrigadas, lo voltearon a ver:

— ¡Corran, niñas! — gritó el mayor, quien ya había quedado muy atrás. — ¡Vayan a casa!

— Pero, Nick... — sollozaron las dos.

— ¡De inmediato! — espetó con fuerte furia.

Tanto cómo sus patitas les permitieron, ambas hermanas le obedecieron, salieron despavoridas de tan macabro lugar.

Dando frente a la causante, Wilde se mantuvo firme. Su ceño era incesantemente fruncido, podía sentir los inquietantes latidos de su alarmado corazón, nunca se imaginó en un enfrentamiento así.

La criatura maniobraba un extraño objeto cómo transporte, una desgastada escoba que seguramente era obra del mismísimo diablo. Al ver que el zorro se había puesto entre ella y sus inermes objetivos, el ente enfureció e hizo aparecer una rama entre sus garras.

A Nick le causó una vaga confusión, ¿cuánto daño le podría hacer una simple ramita de árbol?

— ¡Quítate de mi camino, entrometido!

Hasta luego a la duda, de aquella extraña vara salieron disparados luminosos rayos de intensos morados, dando hacia su dirección. Sorprendido a la vez que temeroso, Wilde esquivó las líneas brillantes, las cuales causaron un círculo en la tierra que desprendió humo, dando a entender una gran quemadura.

Tumbado a un lado, volteó de nuevo en su búsqueda, pero una veloz ráfaga de viento pasó junto a él; la maligna lo había rebasado.

Asustadas, las gemelas corrían por su vida, sabían que venía tras ellas.
Estando a un escaso metro de sus pequeñas existencias, la fría y maquiavélica alzó su pata, expandiendo con una sonrisa sus afiladas garras.

Sin embargo, un empujón causado por el freno del mágico transporte la impulsó hacia delante, estuvo a punto de tirarla al suelo de no ser por el fuerte agarre que hizo a su escoba. Furiosa, volteó su mirada. Ahí estaba él, ese molesto zorro detenía con una fuerza descomunal a su embrujado artefacto.

Pegando un escalofriante grito, se giró con su escoba, zafándose del anaranjado, y quedando frente a él.

— Bastardo... — escupió con ojos llenos de la más pura furia. — ¡Has colmado mi paciencia! — lanzó otro peligroso rayo de luz.

Al ver eso, el zorro se ocultó detrás de un árbol seco. Espantado se asomó por uno de los costados, se agachó al estar a punto de recibir un disparo en la cabeza. La hechicera avanzó en su escoba, estrellando uno de sus maleficios contra el tronco en el que se resguardaba el chico, provocando su total desintegración.

Corrió a la seguridad de otro árbol, pero también huyó de inmediato, pues fue violentamente hecho polvo al igual que el anterior.

Esta vez se escudó detrás de una inmensa roca grisácea, había zigzagueado tanto, que estaba la posibilidad de que la atacante lo haya perdido de vista. Se acurrucó entre sus temblorosos brazos, y dando unos profundos respiros, intentó calmar su alterado ser.

— ¡Ajá! — alcanzó a escuchar de arriba suyo.

Sus ojos se abrieron con desesperación y miedo.
Otra vez un rayo pegó cerca de él, se vio escapando con rapidez, cosa que creyó no poder.

Pretendió correr a dirección opuesta de donde habían escapado las niñas, pero estaba agotado, siendo esa la causa de una espantosa caída. Luchando por levantarse, un rayo impactó su espalda, provocando en él un grito lleno de dolor, dejándolo tendido, y completamente inmóvil.

Sonriente por su victoria, la hechicera descendió con su transporte, dejando a pocos centímetros del suelo terroso donde se encontraba el agonizante chico.

— ¿Qué tú madre nunca te enseñó a no entrometerte en asuntos ajenos? — escupió con cierta burla entre su lengua. — A los zorros malos les pasan cosas muy malas, y cometiste el grave error de toparte conmigo... ¡Yo! — exclamó. — ¡La tan poderosa bruja de este bosque y de todo lo que verás! — estableció alabanzas. — ¡Oh, me corrijo! — tapó con elegancia su boca. — De todo lo que has visto, pues lamentablemente ya no habrá otra mañana para ti.

Su pecho golpeaba la tierra con duras secuencias, su respirar se comenzaba a limitar, y su visión a fallar.

— Que mal por mi, terminé perdiendo mi oportunidad de tener a tan lindas niñitas, y malgastando mis hermosos hechizos en alguien tan inservible... — suspiró con desgano. — Bueno, supongo que fue un mal día.

Nick sufría, jamás imaginó un dolor tan potente cómo ese, estaba agonizando.

Uno de sus agudos quejidos, llegó a la larga oreja de la coneja, quien le miró con ojos expectantes:

— Vaya cosa, mi hechizo de pulverizar huesos de manera interna se está tardando un poco, ¿por qué será? — se acercó al moribundo. — Ah, quien sabe... Tal vez porque apunté en parte trasera y no delantera, no lo sé — analizó. — ¡Cómo sea, me voy de aquí! — declaró con desinterés. — El olor que harás será espantoso, y no quiero inhalarlo, afectaría mis pulmones.

Amenazó con despegar de inmediato, mas un murmullo le hizo parar.

— ¿Qué dices, cosa inmunda?

Ignorando el terrible dolor que sentía, el anaranjado se logró voltear, estableciendo una mirada indefinida a la demoníaca. Tomó todo el aire que sus desgastados pulmones pudieron almacenar, y dijo:

— Sálvame.

La bruja se mantuvo ahí, flotando sin hacer nada.

— ¡Por favor, sálveme, señora mía! — pidió con desgarre. — Tome todo mi ser, devuélvalo a la vida...

La de conocimientos mágicos vio lo segado que estaba el chico, su sufrimiento físico nubló por completo sus sentidos. Nadie en su sano juicio pediría algo cómo eso, y menos a ella.

Pero esa era una oportunidad que debía aprovechar.

— Si he de aceptar tu propuesta... — correspondió con calma. — Tus latidos y respiraciones, tus desvelos y acciones... Pertenecerán únicamente a mi, por toda la eternidad, pasados, presentes, y hasta futuros.

Pasó muy poco para una contestación:

— Sus peticiones se concederán... Todas ellas.

Teniendo todo bajo su control, alzó aquella "rama de poder", extendiéndola hacia su próximo acompañante.
Apuntando, recitó extrañas palabras con desconocida procedencia, haciendo que su magia se albergara en el ya preparado instrumento.

Cuando el cántico dio fin, ella disparó.

Ya no había vuelta atrás.

[ • • • ]

En lo alto de una seca montaña, una construcción de piedra combinaba a la perfección con el paisaje, adornando así el curioso lugar, la temperatura era más baja que en el solitario bosque y sobre ella giraban varias nubes grises, grande era la posibilidad de una tormenta.

La puerta de gastada madera fue abierta con brusquedad por un golpe de aire, o más bien, de magia.

— ¡Seas bienvenido a mi lujosa vivienda! — presentó la coneja desde la entrada de su oscura residencia. — Vamos entra, el trabajo está acá, no afuera.

Sus ojos, bien abiertos, observaban cada centímetro de ese frío cuarto. La luz no era mucha, la mayor iluminación provenía de afuera. Colgados de las paredes, habían muchos instrumentos de metal. Las alacenas guardaban frascos de cristal con distintas formas y tamaños.

Asombrado, avanzaba por el cuarto, en su vida pensó ver algo así.
Las esquinas eran acompañadas por inmensas telarañas, claramente, con sus respectivas habitantes.

Estaba tan concentrado en la parte superior, que al seguir caminando, sintió un crujido bajo su pata.

— ¡Hey, cuidado! — advirtió la hechicera. — No maltrates a mí más reciente sapo disecado, me gustó mucho cómo quedó — comenzó a subir por unas escaleras.

Disgustado, a la vez que aterrado, el zorro se retiró, dejando al pobre anfibio en el piso. 

Siguió a la bruja, subiendo por aquellas escaleras. Volteó hacia arriba, notó que el conjunto de escalones tomaban forma de caracol; se encontraban en una de la torres de la estructura.

Iba detrás de la coneja, no decía nada.

Antes de llegar a lo más alto del lugar, la coneja desvío el recorrido hacia otras habitaciones.
Cada una tenía su mal rollo, y extraña función.

La bruja amaba el desconcierto que se reflejaba en el rostro del anaranjado, le hacía sentir tan única y superior.

— ¡Muy bien, llegando hasta este punto, te doy la indicación! — se puso frente a él. — Tú realizarás todos los mandatos que yo te ordene, tienes libre acción en la planta inferior al igual que en esta, no puedes en la parte superior por qué allí es donde yo duermo — rió. — Tu alimentación no la tengo pensada, eso ya lo veremos... — pensó. — Igual, no puedes salir sin que yo lo permita, no hablarás con nadie, y lo veo demasiado obvio, porque no verás a nadie.

El zorro no decía nada, iniciaba a tomar una postura demasiado sumisa, no era tan distinto a su antigua vida.

— Te advierto que si tienes la osadía de retarme, abandonarme o hacerme alta tradición, tu vida acabara más rápido que la velocidad de la luz — informó un tanto indignada. — Mucho más si te vas con ese tonto hechicero de malograda magia, es tan asqueroso que me da escalofríos.

— ¿Otro hechicero, mi señora? — preguntó después de tu eterno silencio.

— Que asco, pero así es — arrugó su nariz rosada. — Ese brujo de pacotilla cree que es rival para mí, yo la tan poderosa — declaró mientras miraba por una gran abertura de piedra que simulaba una ventana. — Por décadas y décadas, él lucha contra mi, claro que siempre salgo triunfante de los ridículos duelos que él hace.

— ¿Le da combate?

— Claro que sí, tan sólo mira la estructura de mi pobre hogar — señaló las abolladuras que estaban en las rocas de afuera. — ¡Sus tontos conjuros no logran derribarla, y son tan malos que sólo dejan ese feo hundimiento! — infló su pecho enfurecida. — Pero he llegado a mi límite, ya estoy cansada de no darle su merecido. La próxima vez que lo vea será la última, acabaré con su miserable existencia de una vez por todas... — se propuso con bastante furia. — ¡Y ahora que tengo la ayuda de... — dudó y miró al zorro. — Ah, ¿cuál es tu nombre?

Parpadeó un par de veces, algo confundido, se estaba metiendo en un embrollo donde desconocía todo.

— Me llamo Nicholas Wilde — respondió con temor.

— Oh, mucho gusto, yo soy Judy — contestó con rapidez y sonrió. — ¡Con la ayuda de mi sirviente Wilde! — retomó su discurso. — ¡Al fin podré desaparecer a ese estorbo del planeta y el universo!

Y por arte de magia, unos truenos cayeron, partiendo por completo el tranquilo silencio.

La amenazante lluvia llegó, mojando cada tronco del viejo bosque. Ni con la más violenta tormenta se lograría revivir la abundante vegetación que el sitio había tenido, pero la coneja sabía cómo tener eso a su favor.

Como primera tarea, Wilde tuvo que colocar distintos trastes de donde caía agua, la casona estaba repleta de goteras, y varios de los recipientes estaban por llenarse. Con rapidez, ponía y retiraba, juntado los que estaban cubiertos de agua.

El verlos amontonados le causaban la duda de cuál sería su paradero.

— ¿Tiro el agua para poderlos vaciar? — preguntó alzando la voz.

— ¿Qué? — respondió la coneja desde otra habitación. — ¡Oh, no, no, no!

Apresurada, salió del otro cuarto, y se acercó en su escoba volada.
De una de sus anchas mangas, sacó un pequeño objeto esférico de cristal, en él, se albergaba un extraño líquido brillante.

— ¿Y de donde voy a sacar agua para beber? — cuestionó burlesca. De inmediato, quito un tapón que tenía el cristal, y dejó caer varias gotas sobre el agua de lluvia.

— ¿Q-qué es eso?

— ¿Esto? — recalcó con una ceja levantada. — No es más que un simple matraz, lo traje en mi ultimo viaje — después reaccionó. — ¡Oh, te refieres a mí purificador! — volvió a poner el tapón, para después ponerlo bajo su gran sombrero. — Me sirve para transformar el agua de lluvia en rica agua potable, no es algo del otro mundo.

Tras acláralo, Judy se fue, llevando con ella las cubetas purificadas. En Nick vivía el asombro, todo lucía irreal, y lo mejor era que sí estaba ocurriendo, todo eso era tan interesante, la magia era llamativa.
Teniendo en cuenta su nuevo gusto, el zorro siguió con su tarea.

[ • • • ]

Mientras acarreaba el agua de un lado a otro, Wilde cruzaba por la gran ventana del segundo piso. En una de esas, se detuvo unos momentos. Desde allí todo se veía, un enorme campo con árboles muertos, grandes montañas de obscuro gris, y un cielo que llora.

Abrigado por todo eso, Nick pensó en su familia, ¿qué sería ahora de ellas?

La decisión que tomó fue inesperada, tal vez la eligió por la adrenalina de aquel momento, no sabía el porqué. Intentaba convencerse de que fue lo correcto, no estuvo tan mal, después de todo, sus hermanas estaban seguras, y sobre todo vivas; eso era lo único que importaba.

[ • • • ]

Cuando la lluvia acabó, el cielo había pasado de gris a un total oscuro, las estrellas lo adornaban muy bien. Era una noche fresca gracias al agua que había estado cayendo. Para ese entonces, el zorro ya había terminado el deber, se encontraba cansado y recargado en la ventana. Su estómago gruñía, necesitaba algo de cenar, pero no tenía el valor de bajar y averiguar dónde se ubicaba la cocina de tan curioso castillo.

Se mantuvo así por unos instantes, en compañía del viento silbador, y de la amistosa soledad. Dejaba caer sus párpados, para después levantarlos con pereza. Estaba tan centrado en la calma, que tardó en escuchar el chillido de una incesante campanilla. Provenía del primer piso, tal vez era importante, así que atendió al llamado.

Al haber bajado las escaleras, Wilde caminó por donde se ubicaba la puerta de entrada, ignorando esta, continuó. El obscuro recibidor tenía otra puerta, la cual empujó con cierta duda, dejando escapar la luz del cuarto recién conocido.

— Ah, ahí estás — habló la hechicera, en seguida, desapareció lo que parecía una campanilla que era movida por la magia. — Llevo tanto rato hablándote.

— ¿Me necesitaba? — cuestionó cortésmente.

— Por supuesto, la cena está servida — respondió sentándose en una silla de roble, frente a ella, presenciaba una gran mesa con muchas ollas y pequeños recipientes. — ¿Qué esperas? — rió. — ¡Siéntate, aprovecha porque esto no sucederá con frecuencia. Habrá días en los que tú tendrás que conseguir y cocinar alimento!

Tomó asiento, sin quitar la mirada del festín.

— Y ahora, mi varita — de su ancha manga negra, salió volando aquel palito de rayos extraños. Con voluntad propia, se colocó en la mano de la coneja. Cuando la tuvo en custodia, Judy la levantó a dirección de un candelabro, tras recitar una orden, aquel soporte para velas reanimó sus llamas, iluminado aún más el penumbroso comedor.

Se dirigió a las ollas que mantenían la cena, con diversión, hizo que se alzarán sus tapas y bailaran por el aire, liberando un poco de humo.

A Nick le empezaban a gustar esos trucos.

— Adelante, sírvete — lo miró con emoción. — ¡Todo está delicioso! — con prisa, atrapó un plato, y se encimó sobre la mesa.

Sonriente por las demostraciones de magia, agarró su plato y se aproximó a la primer olla que divisó.
De inmediato, pegó un gritó, y se echó hacia atrás, cayendo de espalda sobre el suelo de la habitación.

— ¡¿Qué te sucede?!

— ¡Ahí adentro! — apuntó tembloroso al recipiente.

— ¿Qué tiene? — soltó sin mucho interés. — Lo que acabas de apreciar es mi más divino platillo, una deliciosa sección de mis más hermosas zanahorias, que están bañadas con los sabrosos restos de mis gusanos del cobertizo, todo un manjar.

— ¿Y-y las tarántulas?

— Para darle más sabor, ¿qué más podría ser? — carcajeó con burla.

Wilde se levantó con un poco de disgusto, no lucia muy apetitoso.

— Eh, creo que probaré otra cosa...

— ¡Oh, claro! — le acercó otras ollas. — Por acá tengo una ensalada de tomate y ajo, con un crujiente escorpión — al terminar de relatar, se sirvió una porción. — O también hay caldo de calabaza.

— Supongo que lo tomaré...

— Que está sazonado con cenizas de un difunto que encontré mientras volaba — terminó con la descripción del platillo.

Nick sintió a su cuerpo temblar, se aterró en ese instante. Sintió impresión de cómo podía decir ese tipo de cosas con tanta calma en su hablar, y terminar con una radiante sonrisa.

— ¿No habrá otra cosa?

— Eso es lo único que hay, y es de lo mejor — contestó. — ¡Si te disgusta pues muérete de hambre!

No hubo más palabras, tras bajar un poco la tensión del lugar, la bruja sólo se dedicó a disfrutar de su cena, restándole importancia a las opiniones del zorro. Nick pensaba en muchas cosas, pero eran más las que se callaba. Se mantenía quieto, mientras su palpitar se tranquilizaba, el menú era muy inusual y en un punto escalofriante.
Nunca había deseado tanto un poco de papas.

Inmóvil desde su lugar, Wilde miró a la hechicera comer tranquilamente, parecía que después de todo eran alimentos, unos extraños alimentos de mal gusto.

[ • • • ]

Las luces yacían apagadas por todo el castillo, dejando todo el trabajo al exterior. El zorro admiraba por la ventana, buscando un algo en que distraerse. Fue un día complicado, tal vez uno que marcaba un antes y un después, el inicio de una nueva vida. Era un recién llegado en un mundo extraño, donde todo parecía estar de cabeza.

Había una lucha dentro de él, una salvaje guerra que debatía su dolor por dejar atrás todo lo que conocía, con su ahora fascinación por la magia y la hechicería. Mientras sus agotados párpados caían, una pregunta se creó:
¿Cómo habrá reaccionado su madre al saber que perdió a su único hijo?

[ • • • ]

La primera mañana como el ayudante de la bruja Judy daba comienzo, Nick caminaba a paso tranquilo detrás de la escoba voladora, atravesaban pastizales secos en busca de unos peculiares hongos que la coneja requería. Salieron en pleno amanecer, cuando los colores del sol intentaban pintar los tristes azules de la noche sólo para ser vencidos por el gris natural de esas tierras; desde entonces, no habían encontrado ni un solo espécimen.

— Se supone que estaban aquí — chilló montada en su transporte mágico. — ¡Habían muchos de ellos, y ahora no están! — sin darse por vencida, Judy decidió alzar su vuelo, desde arriba se podría ver mejor.

El zorro observó como atravesaba esos cielos, estaba desesperada. Siguió caminando a paso calmado, cargaba con desinterés un amplio saco de color negro, él se encargaría de tomarlos y llevarlos al castillo.
Mientras tanto, él pensaba en cómo se sentiría el portar una de esas "varitas", el poder surcar los cielos con tanta pasión y rapidez, conocer sitios que ni la imaginación lograría tocar, practicar con la asombrosa magia.

Soñaba despierto, añoraba tanto que lo demás desaparecía.

Un violento agarre sostuvo sus ropas, sacándolo de sus nuevas fantasías. Se asustó al notar que colgaba a varios metros del terroso suelo, angustiado, volteó hacia arriba:

— ¡Cuidado, muchacho! — reclamó la coneja, quien sostenía al joven zorro desde su escoba. — ¡No puedes ir por ahí sin ver por dónde pisas! — terminando la reprimenda, Judy retrocedió para que el anaranjado tocara tierra. Al ver que se mantenía de pie lo soltó.

Frente a ellos, se mostraba un enorme agujero de varios metros de profundidad, era cómo si una parte del agotado bosque hubiera desaparecido, extinguiendo mucha tierra, hierba deshidratada, troncos, y también:

— ¡Mis hongos! — gritó escandalizada.

— ¿Aquí estaban, mi señora?

— ¡Son tan raros, eran tan raros, y él claramente lo sabía! — se lamentó entre gruñidos. — ¡Debí venir antes, impedir esta desgracia, él se los llevó absolutamente todos! — continuó con sus enfurecidos quejidos.

— ¿Él? — dudó Wilde. — ¿Se refiere al otro brujo?

— ¡Justo a ese inútil! — refunfuñó enseguida. Con una mueca irritada, miró aquel panorama. — Aunque... Para realizar este tipo de cosas se requiere de un nivel decente, y aquí demuestra que lo ha hecho a la perfección — analizó. — ¡Demonios, no lo puedo creer!

Un rato después, Judy dio la indicación de regresar a casa. En el camino, la coneja se mantuvo callada y pensativa, Nick prefirió no interrumpirla, tal vez creaba algo importante. Al caminar, el zorro vio unos cuantos trigos; no perdió la oportunidad, cortó todos y los ocultó con cuidado en su gabardina, tenía un plan para ellos.

Cuando llegaron al castillo, Wilde se encargó de cerrar la puerta mientras veía cómo la coneja se encerraba en un cuarto no muy lejano al comedor. Dejó el saco vacío donde creyó conveniente, parecía que la bruja duraría ahí por mucho tiempo. Decidió subir al segundo piso, se apresuró por las escaleras en forma de caracol, llegando a ese sitio en el que se empezaba a familiarizar. Esculcando entre la prenda de vestir, sacó el trigo, entre las cosas que habían cerca de él, buscó donde colocarlos. Finalmente, tomó la decisión de guardarlos en un viejo cajón de pequeño tamaño, sopló el polvo y limpió su superficie; era un buen lugar.

El llamado de la hechicera le hizo bajar, tenía una nueva tarea, su deber era limpiar trastos y calderos que la coneja había utilizado. Todos los recipientes salieron de aquel desconocido cuarto, muchos de ellos tenían rastros de sustancias coloridas, también brillantes.

Pasó el rato en el lavadero de la cocina, dejaba caer el agua para poder retirar los residuos manualmente. Le gustó que muchas de las calderas desprendieran débiles brillos, hermosos trocitos de magia. Posaba los diminutos polvos en sus garras, aparentaban una pequeña galaxia de finas y poderosas estrellas.

[ • • • ]

El destrozo realizado por aquel brujo causó muchos problemas para la coneja, varios lapsos de tiempo estuvo centrada en la ardua elaboración de un poderoso conjuro, trabajando sin el importante ingrediente desaparecido.

Habían pasado unas cuantas semanas, Nick se había estado encargando de pulir la maravilla de unos abandonados libros, cuando podía, se acomodaba cerca a la mal construida ventana, y perdiéndose por completo, leía aquellos viejos párrafos tratantes de magia; su mundo había cambiado, y estaba empeñado en que su persona también.

Cuando pequeños arranques de confianza llegaban, el zorro relataba de forma empírica esas viejas y desconocidas palabras; con la intención de revivir lo olvidado. Se instaló frente a su diminuta cosecha, aquellos brillantes trigos habían sido plantados en una polvorienta caja de madera hace ya un tiempo atrás. Volviendo a ver el libro, exclamaba con autoridad lo que ahí estaba escrito, claramente, sin éxito alguno.

En las ocasiones en las que su señora requería de ayuda, el zorro divisaba con atención lo que albergaba aquella mágica cueva, y cuando llegaba el momento, veía con asombro los intentos de nueva brujería que realizaba Judy.

Sin hacerse notar, ella observaba desde el sereno silencio cómo su ayudante mostraba, lo que parecía ser, signos muy efectivos; habitando en su interior, había una inmensa intención por ser ilustrado de tan complejas actividades. Le había estado dando unas cuantas vueltas al asunto, debatiendo pros y contras; realmente era un muchacho con fogosa iniciativa, además, la idea de un pupilo siempre fue de su malicioso agrado. Una de esas nubladas tardes estalló el reto:

— Muy bien, muchacho impertinente, me sorprende decir que lograste despertar mi curiosidad. Sé que has tenido la osadía de hacer uso de mis libros, nada sucede en este castillo sin que yo no me de cuenta, ¡y no te culpo! — comenzó su alardeo. — ¡Siempre he tenido un majestuoso gusto por la literatura! — exclamó con orgullo. — Y ya que absorbes toda la información de ellos cual esponja, noto qué hay una base en ti; así que, he decidido... ¡Ah,vaya ridiculez!

Con mucha furia, y en busca de su dignidad, Judy arrugó el papel donde redactó su "magistral" presentación como maestra. Tras arrugarlo, lo tomó entre ambas garras, formando una bola, y lo aventó hacia la esquina.

Empujando fuertemente la puerta de su "laboratorio mágico", se dirigió a pasos molestos y estruendosos a la cocina, estando ahí exclamó inmediatamente:

— ¡Voy a ser tu maestra, Wilde! — lo asustó por detrás, haciendo que se girase con sorpresa. — ¡Iniciamos mañana!

El zorro se quedó inmóvil, ¿qué rayos había pasado?

[ • • • ]

Fuera de la rocosa construcción, los ahora maestra e aprendiz, se encontraban frente a frente entre toda la muerta maleza.

— Daremos inicio a esta extraña situación con la demostración de tus dotes mágicos, cómo no eres más que un fascinado por la brujería no espero algo fascinante.

— Si usted me lo permite, señora mía, he de admitir que mis antiguos intentos han sido en vano.

— Pero claro que sí, ¿crees que puedes dominar lo indomable? — carcajeó con orgullo de su poder. — Ahora, dejémonos de tonterías... — susurró de manera maliciosa, para después, hacer aparecer extrañas flamas de fuego. — Muchacho, ¡¿a qué demonio quieres invocar?!

El de pelaje anaranjado se erizó por completo, le pareció una terrorífica idea:

— M-mi señora, no estoy dispuesto a realizar tal cosa — respondió con alto respeto.

De inmediato, la sonrisa de Judy, junto a las verdosas llamas de fuego, desaparecieron del lugar. El silencio hizo que los rechinadores troncos de árbol aparentarán exagerados gritos en el entorno, ni una sola palabra se presentó. Wilde temió por unos cuantos momentos, ¿qué ocurría?

— Así que... has elegido ese camino — murmuró la grisácea sin sentimiento alguno.

Girándose de vuelta rumbo a su hogar, se cubría insistente con su enorme capucha de oscuridad. Encorvada, pero con aún rastros de autoridad, abrió aquellas enormes puertas, y dijo:

— Tienes completa libertad sobre los libros, no te preocupes por tus antiguos fracasos, todo lo que necesitas es práctica, tan solo procura memorizar bien cada cosa de la que ellos te hablen, y cuando confíes en que todo fue aprendido, vienes a mi.

Y dicho eso, se introdujo al castillo.

Nick estaba más que confundido, en su interior, las emociones vagaban de un lado a otro rápidamente. Queriendo refugiarse en algún sitio de la imponente construcción, avanzó hacia la puerta. Cayendo fuertemente contra el suelo, el zorro sintió sus piernas doler, tomando asiento, las examinó; desde los adentros se alcanzó a escuchar:

— ¡Me tenia de desahogar, torpe alumno! — terminó por reírse la bruja.

Tras cinco horas de estar inmóvil a la entrada del castillo, Wilde se dirigió a donde se encontraban tales bóvedas del conocimiento, con cuidado, tomó los libros que más le interesaban, finalmente, con la ayuda de un carbón y un montón de viejas hojas, transcribió con empeño todo lo que parecía ser importante.

Mientras tanto, encerrada como de costumbre, Judy se jaloneaba de las orejas:

— ¡¿Cómo es posible que me esté pasado todo esto?! — gruñó consumida por la absoluta frustración. — ¡Me sacaré un ojo por culpa de todo este maldito estrés!

[ • • • ]

Con el pasar de los días, los montones de hojas avejentadas ahora albergaban abundantes párrafos tratantes de temas mágicos.
Nick creó sus "propios libros", se sentía tan emocionado, los conjuros se encontraban plasmados en su expectante memoria; relataba cada uno de ellos exactamente a las dos de la madrugada, dejándolos escapar por la ventana rumbo al interminable cielo nocturno. Estaba más que listo, todo lo que había estado a su alcance fue revisado, era hora de mostrarle a Judy.

Tocando la puerta por cortesía, el zorro entró bastante cuidadoso al embrujado laboratorio de la coneja, en aquel oscuro y frío cuarto, brillaban extraños líquidos de colores en sus distintos frascos. Aproximándose a su maestra, Wilde pidió su atención para así poder hablar, siendo inmediatamente correspondido:

— ¡¿Qué es lo que quieres, chico?! — refunfuñó la atareada bruja.

— Señora mía, he finalizado la ardua tarea de comprender lo que relataban los libros guardianes de magia, anoté, expresé, y hasta memoricé cada conjuro ahí escrito.

Habiendo escuchado aquello, Judy abandonó su larga tarea de conseguir nueva magia, y miró directamente a su aprendiz.

— Veamos si es cierto... — desafió con una sonrisa. Llamando traer a su varita, susurrando, rodeó al aprendiz con enormes flamas de ardiente fuego. Por instinto, el joven zorro retrocedió. Con gran confusión, dirigió su mirada a la asesora. — ¡Demuestra que eres capaz de tan majestuoso poder, haz que esta habitación quede libre del fuego! — expresó.

Sacudiendo un poco su cabeza, llenó sus amplios pulmones de valentía.
Seguido de eso, su boca exclamó aquel mágico relato.

Nada.

Nick miró a la coneja, buscando temeroso su reacción. Con un simple y desinteresado movimiento, ella le dio a entender que probara de nuevo. Esta vez, repasó aquellas estudiadas palabras por su cabeza, esas infinitas noches de desvelo.

De nuevo nada.

Sintió su pecho doler de desesperación, mas logró despejar su mente; en este tercer intento se reincorporó, posicionándose con astucia. El momento de mostrar su ardiente pasión era ahora. Con seguridad, volvió a exigir la magia.

Y absolutamente nada sucedió.

Con su corazón palpitando por la decepción, curveó su espalda, una tristeza inundó su rostro. Esforzándose por no desplomarse del dolor, habló destrozado hacia su señora:

— No puedo, no puedo hacerlo...

— ¡Oh, pero claro que no puedes hacerlo! — le miró con diversión.

La bruja deambuló por su cuarto de inventos, siendo perseguida por los apagados ojos de Wilde. Tras unos segundos de extraños tarareos, Judy tomó una pequeña rama que encontró entre sus polvorosos apuntes.

— No todo lo puedes obtener estudiando libros, si fuera tan sencillo no tendría nada de especial... —aproximó con delicadeza la rama a su boca, y con lentitud relató un extraño encanto. Tras ello, exclamó sonriente. — ¡A veces sólo necesitas un empujón con toque de magia! — y de aquel enclenque palo de madera volaron misteriosos destellos.

Satisfecha, lanzó varita mágica con dirección a Nick. Atrapándola entre sus garras, aguardó unos segundos para admirar.

— Hazlo, muchacho.

Sacudió nuevamente su cabeza, oxigenó sus pulmones a más no poder, repasó sus variados aprendizajes, y se posicionó adecuadamente. Alzando con fuertes esperanzas su nueva llave hacia el universo mágico, ordenó con seriedad la hechicería.

De la parte superior del cuarto, estruendos con potencia se hicieron escuchar, una leve bruma grisácea se acompañó de ellos. En cuanto la coneja levantó con curiosidad su mirar, cayó algo sobre su rosada nariz que la hizo retroceder de sorpresa; seguido de ello, del techo cayeron muchas más. Estaba lloviendo al interior del castillo.

Las raudas gotas callaron de inmediato el inquietante grito del caluroso fuego, de pronto todo desapareció, el escondite de Judy se encontraba como de costumbre: oscuro y con una tenebrosa sensación helada.

Tras haber lo hecho, Nick se quedó quieto en su lugar. Sus pensamientos estaban enloquecidos, su pecho repleto de muchísimo orgullo, por fin lo había logrado. Por parte de la coneja, una pobre sonrisa lució en su rostro, con brazos cruzados, dejó salir:

— Continuaremos dentro de poco con las prácticas, por ahora, salte de aquí.

Wilde pasó el resto del día con una interminable fascinación, se rodeó cómodamente por sus libros, y relató pequeños conjuros que su herramienta mágica realizó con gran belleza; estaba formando parte del mundo que tanto le hacía ilusión.

[ • • • ]

Días después del místico suceso, asesora y alumno habían acostumbrado salir de la rocosa construcción rumbo a una extensa pradera, el zorro podría tener prometedores dotes pero Judy sabía que aún era un simple aprendiz, y por más amor que tuviera por la magia, él necesitaba arduo entrenamiento para manejar tanto poder, Por ello, no pondría en riesgo su hermoso hogar, prefería millones de veces que Wilde explotara miles de kilómetros de hierba muerta.

Planeando conjuros sencillos, la bruja ordenaba ejercicios prácticos para Nick. Al escuchar cada uno de ellos, el joven asentía, aclaraba las instrucciones, y laboraba. Por el cielo de grises pinceladas, volaban los residuos de mágicos conjuros. Era como crear una lluvia de coloridas estrellas en lo más oscuro del planeta, tan preciosas y brillantes. A la finalización de cada sesión, volvían al penumbroso castillo, donde Judy estudiaba al joven, realmente estaba mejorando.

Comenzaba a sentirse orgullosa de aquel muchacho, el que la acompañaba en la larga mesa de roble donde se realizaba la cena, el entusiasta que pasaba las noches leyendo, quien ordenaba la sus trastos sucios de pócimas; tan manejable y útil.

La vida de la maliciosa bruja estaba basándose en ser una buena mentora, había llegado al punto en el que olvidó sus principales tareas, ya no creaba sus experimentos; su labor de crear el codiciado conjuro se encontraba en el completo abandono. Sus prioridades se basaban en él, la posibilidad de dotar a alguien con su conocimiento.

En la que había catalogado como su última lección, la bruja vio cómo Wilde cumplía con la misión de la mejor manera; ya estaba listo, había creado a un ser de magia, su hasta ahora mayor orgullo.

— Me alegra notificar que he terminado de entrenarte, las prácticas han sido completadas con excelentes acciones, por más que haya dudado en un pasado, creo que actualmente pienso que es lo mejor que he podido realizar.

Nick observó con asombro a su señora, jamás pensó escuchar algo como eso; estaba tan contento.

— Y-yo... le agradezco todo lo que ha hecho por mi, ha sido realmente piadosa conmigo, y... — sus conmovedoras palabras se vieron interrumpidas por la desinteresada partida de Judy, quien caminaba de regreso a casa. — ¿S-señora mía?

Al querer caminar hacia donde ella iba, se percató de que sus patas no respondían, e inmediatamente suspiró con frustración.

— Cómo ultima tarea libérate de eso, calabaza — carcajeó burlona, y procedió a regresar a su hogar.

Y efectivamente, Nick estaba vuelto en ese enorme fruto; curiosas travesuras de bruja.

[ • • • ]

El volver a encerrarse en su sombría cueva hizo a Judy reflexionar, pasó bastante tiempo fuera, muchas horas aprovechadas otras cosas, ya era momento de centrarse en sus deberes otra vez. Inspirada, se acercó a un viejo libro, con el que había pasado horas repasando para descifrar el conjuro sin el uso de los inusuales hongos. Su fascinación colapsó al recordar lo difícil que había sido encontrar la respuesta, aún siendo la parte más complicada de su misión.

De mala gana, tomó asiento, quería terminar con esa tortura.

Varios minutos transcurrieron desde que Wilde revirtió la brujería de su asesora, caminaba con gran calma entre la marchita vegetación. Empleando el tranquilo ambiente que le abrazaba, el zorro organizó su tan revuelto pensar, le asombraban mucho las impredecibles cosas que ahora podrían venir. De imprevisto, algo se proyectó en su mente, de una manera violenta y veloz cómo el golpe de un caótico relámpago, era un vago recuerdo de su antigua familia.

Un fuerte aferro a su varita mágica se presentó, ¿qué les habrá pasado?

Tenía demasiadas lunas sin acordarse de eso, la razón del porqué estaba ahí. Sin dejarse caer por el pesar de lo profundo de su pecho, continuó a paso firme por el terroso sendero. Esta vez, empezó a idear un estratégico plan, tenia que existir una manera de beneficiar a su viejo hogar sin romper las reglas que se le habían sido impuesto.

Su cuerpo de inmediato cayó al sentir cómo algo voló rápidamente sobre él, tumbado en la tierra, Nick vio cómo una extraña figura avanzaba a gran velocidad por los cielos. Llamó aún más su atención el hecho de que se aproximara al castillo de una manera amenazante, por ello, Wilde se levantó y corrió detrás de la misteriosa criatura.

[ • • • ]

Dio un salto hacia atrás al ver cómo parte de la estructura comenzaba a caer, alzando con rapidez su varita, el zorro hizo que una menor cantidad de rocas se posicionaran de vuelta en su lugar y evitar que la destrucción empeorara. Con fuerza, empujó la puerta de entrada que se había dañado por la caída de material, le exaltó observar cómo todo se encontraba hecho un desastre. Envuelto en el pánico, se apresuró a buscar a la bruja. Bastó con entrar al laboratorio para que dos ráfagas de viento salieran huyendo de ahí, una de ellas era Judy.

Con brusquedad, ambas criaturas se perseguían sin parar, chocando contra viejos muebles y estanterías. Un segador rayo de luz logró derribar el muro frontal del castillo, y así, partir victorioso hacia al nublado exterior.

Gruñendo, la coneja apareció frente a su pupilo:

— ¡Maldición!

— ¡Señorita Judy! — se apresuró preocupado hacia ella. — ¡¿Ese es?!

— ¡Sí! — respondió totalmente enfadada. — ¡Ese frustrante es Finnick, el asqueroso que se hace pasar por hechicero!

Por las enormes orejas del combatiente pasó el atrevido comentario, cómo respuesta, estrelló con furia un potente conjuro contra la bruja, quien salió rápidamente volando. Mientras maniobraba con apresuro su escoba, Judy traba de pensar en que invocaciones usar contra aquel dolor de cabeza. Tras haberse escondido para escapar del maquiavélico ataque, Wilde observó cómo ambos realizadores de magia se desplazaban lejos, con sentimientos encontrados, fue detrás de ellos.

Probando suerte, el hechicero lanzaba fuerte y seguidamente rayos contra la bruja, quien esquivaba con desespero. Enfadada, al ver que no tenia ningún caso seguir de esa manera, la coneja mandó caer en picada, aterrizando bruscamente entre la alta hierba seca. Confundido, Finnick descendió su vuelo, buscando con malicia a su vieja enemiga.

Siendo lo más silenciosa posible, Judy se escabulló usando una densa neblina. Encaminándose a escondidas hacia el bosque, le fue de una gran sorpresa encontrarse con su estudiante de la misma manera que ella.

— ¡Wilde! — exclamó entre dientes. — ¿Qué crees qué haces? — le reprendió en susurros.

— Lamento mi atrevimiento, pero creo que puedo ser de ayuda — respondió el zorro mientras se encontraba de cuclillas.

El molesto hechicero divagaba sobre el amplio terreno muerto, con ojos muy atentos, trataba de encontrar a la bruja. Un fuerte golpe a la parte trasera de su escoba, hizo que Finnick girase con rapidez y enojo, viendo a Judy frente a él:

— ¿Qué sucede enano? — le sonrió con burla. — ¿La poderosa bruja te ha chupado el alma? 

— ¡Desquiciada coneja, no soy una de esas criaturitas de las que acostumbras extraer!

— Oh, no tengas ninguna esperanza...  — se alzó de hombros. — ¡Ahora ando en pretensiones!

Y al mismo momento, ambos atacaron, creando brillantes rayos de luz que se debatían uno contra el otro. Cuando creyó oportuno el momento, Judy clamó con decisión el nombre de su pupilo. Extrañado, Finnick reaccionó al sentir el dolor de cómo un potente estruendo chocó en su espalda, causando un aterrador rugido de su parte. De entre la alta hierba amarilla, salió Nick, manteniendo el disparo de su varita mágica.

El hechicero continuó con su quejido, sus energías habían desaparecido, o más bien, se desintegraron. Con los últimos respiros que su ser pudo dar, creó con furia un hechizo más potente contra la bruja, y tras explotar violentamente contra ella, la hizo caer caóticamente contra el suelo.

Al verla terriblemente herida, Wilde se espantó. Fijó con asombro su mirada al hechicero, este seguía aguantando el ataque que le estaba proporcionado, y fue donde se acordó del conjuro que la bruja había estado luchando por hacer todo este tiempo. Por su mente pasaron los infinitos días en los cuales Judy exclamaba distintas maneras de conjurar, sin éxito alguno.

Tal vez, puede que esta vez funcione.

Tomando con fuerza su instrumento de magia, el zorro se posicionó y relató las palabras que se le habían impregnado en su memoria, pero ahora con un ligero cambio, con lo que pudo aprender de los libros de hechicería.

La deprimente pradera de vio iluminada por una cegadora luz, una mortal arremetida dio fin a la existencia del hechicero. Lo logró, el entusiasta estudiante pudo elaborar con éxito lo que su maestra no había podido.

Cuando se finalizó el poderoso conjuro, Nick se acercó con apresuro a Judy. Temeroso, la sostuvo con sumo cuidado entre sus garras, ella estaba sangrando demasiado, parece que Finnick había dañado todo. Observando el miedo en el rostro de Wilde, la coneja expresó:

— Estoy muy orgullosa de ti, valiente hechicero Wilde — sonrió levemente.

— ¿Hechicero, señora mía?

— Oh, nunca fuiste un brujo... — suspiró Judy con bastante cansancio. — ¡Y aún así eres mi mayor logro, te agradezco por eso!

No dijo nada tras ver cómo caían lágrimas de su aprendiz, simplemente, se dedicó a acariciar su mejilla.

— Ahora... Ve a casa, muchacho.

— M-me pondré de inmediato a reconstruir cada desastre que hizo Finnick.

— No, al viejo castillo no... — respondió con gracia. — Ve de vuelta a tu hogar...

Sus ojos se abrieron con sorpresa, ¿acaso era posible?

— Anda, yo estaré bien...

Y esas fueron las últimas palabras que dio su boca, aquellos ojos de color violeta no volvieron a abrir.

Con una presión en su pecho, Wilde se levantó con llanto en su rostro, era momento de dar vuelta a tras.

Sus tristes pasos atravesaron el viejo bosque de troncos secos, sobre él, el grisáceo cielo amenazaba con traer una fuerte tormenta; lo cual le dio una mínima importancia. Le dolía ver cómo todo lo que hizo desapareció tan de repente, sus luchas y superaciones daban igual, tenia que abandonar su vida una vez más. Apretaba su varita en busca de alguna fuerza, sentía tantas ganas de huir, escapar, desaparecer en ese oscuro bosque para siempre.

Observó cómo el sendero iba tomando familiaridad, había una pequeña felicidad naciendo en él, estaba cerca de la aldea.

Pensando en lo que diría al reencontrarse con los suyos, quitó con felicidad de su camino a las últimas muertas floras que le obstaculizaban la entrada a su antiguo hogar. Cuando estuvo en el límite del bosque con el de la aldea, se giró unos segundos para despedirse de todo lo mágico que vivió, y terminando con eso, llegó con entusiasmo a su hogar.

¿Pero cual hogar?

Se quedó inmóvil al ver lo vacío que estaba lo que solía ser el centro de la comunidad. Donde antes habían cabañas con gente viviendo, ahora estaban pedazos de vieja y desolada madera regados por doquier. Montones de sucia ropa se encontraban tirados en el terroso suelo; no había rastros de ninguna aldea, de nadie.

Dejando sus rodillas caer en la tierra, Wilde se preguntó:

— ¿Cuanto tiempo estuve fuera?

Lo que Nicholas Wilde había olvidado era que la magia de una bruja estaba destinada a hacer daño.

Fin

¡Muuuuy buenaaaaas!

¡Woooaaaah, tanto tiempo! ¡De verdad les agradezco que hayan leído esta historia por Halloween!

Me disculpo si en algún momento se sienten incoherencias, o un deterioro en un punto de la trama. Y es que esto estaba pensado ser publicado hace dos años, y pues realmente es complicado seguir como sin nada una historia que has discontinuado por un año. ¡Aún así espero que haya sido entretenido!

También quería decir que esto está fuertemente inspirado en el Huapango "La Bruja" y la película de Disney "Hocus Pocus", unas delicias la verdad. Es cómo un chocomilk de esas dos cosas, jajaj.

Les dejo acá la canción por si gustan oírla:

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

¡Y bueno, agradecerles de nuevo por pasarse por aquí, de verdad me hacen muy feliz en este caótico año!

¡Como un extra, les dejo acá los dibujitos que hice a lo largo de estos años para inspirarme!

¡Quédense en su casita!
¡Sayonara! ❤️

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