¡Espera, Alice!
¿Qué tan cansada y aburrida podía llegar a ser una reunión familiar?
Para la joven Judy Hopps no había límite de cálculo, el fastidio se había adueñado de su soleado día. No le importó lo mucho que sus tíos adularon su bello vestido celeste, ella quería escapar de ahí ya. Sus padres tenían muy en cuenta lo molesto que le resultaba a la coneja estar entre tanta bola de algodón, pero era algo con lo que debía aprender a lidiar; tampoco es que fuera lo peor del vasto universo.
Sentada a lo lejos, Judy suspiraba con demasiada frustración, no había nada que hacer. Ni loca se acercaría a sus tías, las muy sinvergüenzadas comenzarían a preguntar: ¿A qué planeas dedicarte, querida Judy? ¿Cuándo te comprarás una casa, Judy? ¿Y para cuando piensas buscar pareja?
Tremendo fastidio la familia.
En el centro de la decorada fiesta, una elegante coneja de alta estatura miró a su alrededor, captando a su adorada hermana menor retirada de la gente. Dio un suspiro, y a paso firme se aproximó a ella.
— ¡Judy, cielo! — exclamó para llamar su atención, lo cual no pudo lograr.
Al llegar a su lado, la mayor le tocó el hombro.
— ¿Qué sucede? — le miró con desinterés. — ¿Necesitan que compre bebidas otra vez? — preguntó Judy.
— No, linda. Con lo que trajiste hace rato es más que suficiente — le miró sonriente.
Una fugas sonrisa pasó por el rostro de Judy, después se desvaneció.
— ¿Por qué no vas a bailar? Sé que te encanta hacerlo — propuso la mayor.
— No, no tengo muchas ganas.
Se cruzó de brazos, siempre supo que con la más pequeña siempre es difícil de tratar. Dándose por vencida se sentó a su lado.
— ¿Y entonces qué quieres hacer?
— Quiero ir a casa, dormir, volver.
— Oh, Judy — se abrazó a ella. — Nuestros padres pagaron por hacer una memorable reunión en este bonito lugar, es grande, perfecto para toda nuestra familia.
— Ese es mi problema — observó a todos divirtiéndose. — No me gusta estar con la familia.
No era ninguna novedad, desde la infancia, Judy siempre fue muy cohibida, detestaba estar con la gente. En muchas ocasiones se le podía ver garabateando en una pequeña libreta, utilizaba crayones, de todos los colores del espectacular arcoíris. Con el paso de los años desapareció, nunca se volvió a ver aquel protector de dibujos, y no era algo que se atreviera a preguntar, no aún.
— ¿Quieres ir a la colina? — preguntó la mayor.
La colina, un montón de tierra cubierto por suave pasto, repleto de flores silvestres, decorando su colorida punta con un enorme árbol verde, y un atrevido columpio colgado de una fuerte rama café.
— Claro — se puso de pie, y siguió a su hermana.
Cruzaron los pastizales, distanciándose de todos sus conocidos, y adentrándose a la acogedora naturaleza. El cantar de las aves se hizo presente, un deleite para el oír. Las hojas de los árboles se movían con el viento, les alegraba verlas y les daban la bienvenida.
Llegaron a su destino, un lugar tranquilo, el creador de la sonrisa de Judy. Subieron aquella colina, la hermana mayor se sentó en el suelo, recargándose en el gran tronco del árbol. Ni siquiera lo meditó, la menor se subió al columpio, fresco y calmado columpio. Cerró sus ojos, el silencio delataba la sinfonía del viento.
Escuchó a su hermana sacar algo, curiosa, decidió darle una mirada.
— ¿Leer?
— No encuentro mejor momento — le sonrió con dulzura. — Además, es de un escritor con un gran talento. Te lo leeré en voz alta, sé que te fascinará.
Con el enojo en ascenso, se acomodó en la tabla de madera, y con lentitud, comenzó a mover los pies. El libro era grande, repleto de bellísimas letras, todas de tinta negra.
"¿Para qué ha de servir un libro que ni figuras tiene?" pensó Judy contagiada de furia.
La fresca brisa era acompañada de las palabras, tan pacificas, y acogedoras.
Empezó a columpiarse, el escuchar no se convirtió en su prioridad, ni pensaba serlo. Mientras la historia era presentada, la velocidad del columpio aumentaba.
¿Realmente no había nada mejor que hacer?
De un momento a otro, el columpio ya había tomado mucha velocidad, llegó hasta el punto de divertir a la joven. Pero era tanta que Judy comenzó a perder el control. De repente, no pudo sostenerse más, y cayó. Esperaba toparse con el suelo, pero el suelo jamás se presentó. Cayó, y siguió cayendo.
Había sido víctima de un inesperado pozo, un oscuro, e interminable pozo, ¿desde cuándo estaba ahí?
La caída continuaba, comenzaba a aburrir.
Siguió de esa manera por un buen rato, hasta que se estampó con el suelo. El dolor no fue mucho, la chica sabia caer, y ya se había preparado. Observó el lugar, era el cuarto de una muy arreglada casa.
Volteó a su derecha, ahí estaba una curiosa mesita, caminó a ella. En cuestión de minutos, la joven Judy disminuyó en estatura.
Confundida por los sucesos, se dirigió a la única puerta del lugar, era muy pequeña, casi cómo ella.
Al salir, observó toda la flora que tenía frente a ella. Flores de todos los tamaños, y colores, si juntaras una de cada color, podrías formar un hermoso arcoíris, cómo los crayones.
Apreciar el jardín era agradable, arbustos, abejas zumbadoras, pétalos, sombreros... ¿Sombreros?
Judy levantó la mirada, se estiró, se estiró mucho, mucho, casi de puntillas. Aquel sombrero de copa iba de gira turística entre la flora, se movía cómo si de una danza de tratara, una muy improvisada. Se necesitó de un salto para que el cubre cabeza estuviera frente a ella.
— ¡Pero qué maravilla verla y dedicarle mirada! — clamó al inclinarse.
Se quedó inmóvil, qué raro sujeto.
— Disculpe, ¿nos hemos visto? — intentó sonar lo menos descortés posible, había recibido muy buena educación, y no dudaría en usarla.
— Justo ahora no lo sé, amaría que me lo dijera usted — respondió con una amplia sonrisa.
— ¿Cuál es su nombre? — cuestionó, él sólo amplió la sonrisa. El gesto lo arregló todo, una avalancha de recuerdos llegó a Judy. – ¡Mr. Piberius! — se alegró la chica al ver al ser más curioso que su universo pudo recibir. — Desconocía su agrado por las plantas.
— Amo las plantas, son verdes, y me gusta ese maravilloso color, pero, no las estaba admirando — respondió mientras acomodaba su extravagante sombrero. — ¡Estaba buscando un botón!
— ¿Un botón? — dudó. — Mr. Piberius, los botones no se encuentran en los jardines de aquí.
— ¿No? — admiró con sorpresa. — ¡Oh, pero sí eso es verdad! — reaccionó.
— Pienso ir a otro sitio — soltó Judy mientras sacudía su vestido. — ¿Me acompaña?
— ¡Por supuesto que sí, querida Alice!
— ¿Qué? ¡Oh, no me llamo Alice! ¡Mi nombre es Judy Hopps! — corrigió al sombrerero.
— Creo que se le perdió el tornillo que tiene la capacidad de recordar, linda Alice.
La chica dejó que él tomara la delantera, gustaba de observar aquella esponjosa cola naranja que salía que esa extraña especie de gabardina. Era una situación extraña, no dudaría en dejarse llevar.
Adornando el terroso sendero, los árboles eran hogar de extraordinarias aves y jugosas frutas, una de las advertencias más sonadas de aquel bosque era cubrir tu cabeza, pues los frutos podrían usarla de canasto. Los traviesos grillitos ensayaban sus melodías, en la noche era el espectáculo, y su oportunidad de encontrar pareja.
A la joven le llamaba la atención el sonido crujiente que se provocaba al pisar, le divertía. Observó los cielos, aparentaban a una acuarela, una muy variada. Un tercer caminar se escuchó, estaba cerca, Judy se alertó.
— ¿Escucha eso?
— Escucho muchas cosas, querida — respondió risueño. — ¿A qué gustas que preste atención?
— Nos siguen — Hopps se giró. En lo alto de un árbol, una robusta figura colgaba de una fuerte rama. Sintió el terror en su cuerpo entero.
Al notar el detener del andar de Judy, el zorro con sombrero dio vuelta, topándose con su amigo:
— ¡Oh, Sonriente Min! — canturreó. — ¡Sorpresa el verlo por aquí!
Contento por el saludo, Min bajó de su escondite, su esponjoso físico abrazó al de menor estatura.
— ¿Piberius, y tus tazas donde están? — preguntó el felino; cómo gran acompañante de su sonrisa, se mantenían unas enormes mejillas.
— ¿Dónde más querían estar? ¡Se encuentran danzando sobre mi mesa, Min, no pueden irse de ahí! — respondió.
— ¡Cierto, muy cierto! ¡Gracias! — el minino desapreció, dejando unos pequeños brillos donde anteriormente estaba.
Con una encantadora sonrisa, el zorro miró a la chica.
— ¡Bien, continuemos caminando! — exclamó con alegría. Avanzó unos cuantos pasos, ella no lo siguió.
Judy se quedó parada, pensando, algo no útil en ese lugar; pero era extraño, demasiado para una soñadora.
Piberius jaló de la joven, haciendo que caminara a su lado.
[ • • • ]
Arbustos creadores de magníficas flores llevaban el paisaje. Ya rato llevaban caminando, Judy empezaba a cansarse. Confundida, observó al zorro, tan creativo, y lleno de energía; al notar las virtudes ella hizo una mueca.
— ¿Qué lo mantiene tan feliz? ¿Lo podría yo saber? — preguntó.
Paró en seco, los hermosos listones rojos que caían del sombrero se dejaron de menear.
— Que cosas preguntas, Alice — rió. — ¡Años sin vernos! ¡El tiempo como intruso! — exclamó con los brazos elevados. — Finalmente, estás aquí, ¿cómo no habría de estar feliz?
Judy supo que el anaranjado tenía razón, sí había pasado un tiempo. Pero algo no andaba bien, ella no sentía exactamente lo mismo, era algo fuera de lo normal.
— ¿Y sabes que es lo mejor? — la joven volvió a prestar atención, para su sorpresa, los ojos verdosos se encontraban a centímetros de su cara; ¿que no existía el espacio personal?
— ¿Qué?
— ¡Qué te quedarás para siempre! — celebró aquel ser. — ¡Nada nos separará! — con simpatía, tomó las manos de la chica, animándola a dar una vuelta, y dejarse caer en sus brazos. — ¿No es así, querida?
Sus ojitos morados analizaban. Uno, dos, tres colores encontró en la cara de aquel sombrerero, podría asegurar que todos estaban en su caja de crayones. Volviendo, la joven respondió:
— Claro, es lindo este lugar.
No cabía en tanto gozo, Piberius incorporó a su tan apreciada. Retomó el camino, esta vez tarareando con entusiasmo.
Judy no se apresuró, aún se sentía exhausta. Miró los árboles, no le apetecía una manzana. Bajó la vista, nunca notó que los arbustos eran de fresa; en su rostro se creó un sonrisa. Aliviada, decidió cortar una, no estaba tan sucia, por lo que le dio una enorme mordida. La saboreó, era excelente, la mejor que pudo haber probado. Continuó masticando, ¿el mundo siempre fue tan grande?
No, no estaba nada bien. La pequeña fruta le pesó, era enorme, la dejó en la tierra. Comparó sus manos con el entorno, y de inmediato gritó.
El pequeño grito llegó al oído del zorro, siempre tuvo un maravilloso nivel auditivo. No encontró a la chica, no hasta revisar el suelo.
— ¡Alice! ¡Cariño, aviso debías dar si tenías hambre! — se sorprendió al ver a su diminuta amiga.
Se aproximó a ella, con gracia se agachó, y colocó su mano abierta; preparada para recibir a la pequeña.
— ¡Deberías mirarte, imitas perfectamente a un pulgar! — sonrío.
Judy sentía que sus pulmones explotarían, estaba ahogada en pánico.
— No, no, no temas. Ser un pulgar ha de ser interesante, tan chiquita, un terrón de azúcar te podría alcanzar para toda una vida — comentó lo que le pareció ventaja.
Incesantes lágrimas cayeron, él se sobresaltó.
— ¿Y ahora que voy a hacer? — sollozó la chica. — ¡No puedo ser de este tamaño para siempre!
Dando brincos, el zorro miró para todos lados.
— ¡Setas! ¡Se deben encontrar setas! — gritó el de potentes ojos verdes.
Apresurando el paso, el sombrerero sostenía a la mini joven en la palma de la mano. Su meta era encontrar esos hongos, pero tanta atención prestaba a los lados, que no se percató del camino. El anaranjado cayó al suelo tras tropezar con algo del sendero, dejando caer a Judy en dirección a los arbustos.
La caída fue rápida, pero la pequeñita logró sostenerse del borde de una inmensa hoja. Miró para abajo, muy mala, malísima idea, lo que podrían ser centímetros, para ella eran metros de altura; sintió el terror.
Pasaron unos momentos, en cuanto se mejoró, Judy se dejó caer sobre una delgada rama de arbusto. Sacudió su vestido, se entristeció al ver que la tela tenía unos cuantos rasgones, lastima que no había agujas de su actual tamaño.
Sacudió su cabeza, no era momento para preocuparse por eso, debía volver con Mr. Piberius. Caminó, las hojitas de la planta le eran obstáculos. La luz del día se comenzó a apreciar de entre tanto color verde, movió cómo pudo la vegetación, y pudo salir de aquel laberinto. Se colocó a la orilla de la hoja, muy, muy, muy lejos de ella se encontraba aquel sombrerero.
— ¡Piberius! ¡Mr. Piberius! — gritó con muchas ganas, con la necesitad de acabar con el aire. — ¿Mr. Piberius? — se dio cuenta de que su voz era inaudible hasta para un zorro, ¿tan malo era ser diminuta?
No había nada que Judy pudiera hacer, debía esperar a que el anaranjado se dirigiera hasta donde ella estaba, y haría tremendo uso de sus pulmones. Se mantuvo en aquella hoja, pero optó por sentarse.
— Cielos... — suspiró decepcionada. — ¿Qué estará haciendo mi hermana justo ahora? — se preguntó — ¿Seguirá atrapada en ese aburrido, y tonto libro? ¡Tal vez ni se ha dado cuenta de mi ausencia!
La discusión con ella misma pudo continuar por horas, pero el potente viento capturó su atención. El aire era tan fuerte que levantó a la chica, y la sacó volando de ahí. Dando vueltas, Judy cayó a la tierra, la cual se mantenía fresca. Volteó hacia arriba, estaba muy, muy abajo; no podía ver el precioso cielo. La frustración le atrapaba, sintió el líquido acumularse en sus morados ojos; pero no lo haría, ya era demasiado grande cómo para llorar por aquello.
— Llorar no arreglará nada, tonta — se regañó. — ¡D-debo hacer algo para volver a ser alta!
Esta vez no visualizó a su amigo, estaba sola, pero se mantenía decidida. Recordó que Mr. Piberius vio una solución en las setas, y eso era lo que la chica comenzó a buscar.
El mundo de abajo era demasiado diferente al de arriba; los insectos eran sorprendentes sobrevivientes, o eso pensó Judy.
Caminaba entre piedras, y hojas secas, enormes cómo todo lo demás. Un frío empezó a aprisionar su cuerpo, el temblar se hizo presente. Aún cálido abrazo le vendría de maravilla, también que hubiera alguien a su lado. Sus hermanos siempre eran muchos, y en invierno solían recostarse al rededor de Judy, ¿por qué no están ahora con ella?
Humo por aquí, humo por allá.
— Tabaco, huele a tabaco — comentó la joven al inhalar.
El olor se desprendía de un pequeño, y fino camino gris flotante; el cual no dudó en seguir. Se topó con un enorme hongo color rojo, el humo provenía de su parte alta, cosa que la joven no conseguía ver. Custodiada por la curiosidad, Judy subió cómo pudo. Al estar en la cima, se llevó la sorpresa de ver a una gran oruga fumando con tremendo gozo un empezado cigarro.
Sintió dañada su privacidad, así que la oruga se dignó a preguntar:
— ¿Y quién eres tú? — salió de su humeante boca.
— ¿Yo? — observó la chica. — Ya no lo sé, he cambiado tanto el día de hoy que ya me olvidé.
Insistente, la oruga continuó:
— ¿Cómo que no lo sabes? — enfureció. — ¿Quieres eres tú?
— ¡Le he dicho que no sé! — basta de cortesías, todo era extraño, y ella también tenía un límite. — ¡Deje de ser un fastidio! ¡El saber quién soy no le ayudará en nada!
Claro que la muchacha se arrepintió de haber hablado de es forma, los enormes y afilados dientes del desconocido, le hicieron temblar por completo. Un grito bastó para que la gigantesca oruga se abalanzara contra ella, pero unos inesperados tarsos le elevaron por los hombros. Viendo cómo el atacante se retorcía de coraje al perder batalla, Judy pensó en una manera de poder bajar.
— ¡Oh, disculpe! — miró por primera vez a su salvadora. — ¡Disculpe, Señora paloma! — completó. — ¿Por qué me ha salvado de la violenta oruga?
— ¿Salvarte dices? — río la emplumada. — ¡Pero claro que no! ¡Eres una apetitosa lombriz, te pienso almorzar!
La chica sintió su sangre congelar, nunca creyó terminar como el almuerzo de un ave. El temor disminuyó al sentir cómo la paloma detuvo su vuelo. Enfadada, la avecilla volteó hacia atrás.
— ¡Mil perdones, Señorita! — con dos dedos, Mr. Piberius detenía al ave por su emplumada cola. — ¡He de decirle que se ve fascinante este día, y que me causa muchísima emoción! — exclamó sonriente. — ¡Pero, creo que esto es mío! — le arrebató de las garras a la pequeña Judy. — ¡Sé que comprenderá! ¡Ahora largo! — la soltó. Esta voló aterrorizada.
Satisfecho, el sombrerero presto atención a la palma de su mano:
— ¡Cariño, te juntas con pura gente que te quiere dar mordisco! — carcajeó. — La seta de la oruga no es de conveniencia, así que aquí tengo esta — del bolsillo de su gabardina, Piberius sacó un trozo de hongo. — ¡Anda, que es mejor que crezcas!
Rápidamente, Hopps mordió aquel pedazo. Su estatura comenzó a aumentar, llegando por fin a su medida normal. Al anaranjado se le pasó el dejarla en el suelo, por lo que cayó a causa del peso de ambos.
— ¡Vaya! ¡Eres más pesada de lo que aparentas! — se recostó.
Molesta, Judy mantuvo su enojo al inflar las mejillas. Se levantó, era bueno volver a ser cómo antes.
— ¡Oh, mira! — se acercó a la chica, quien ya había comenzado a caminar.
— ¿El botón?
— Fue el culpable de la peligrosa caída de hace rato — le mostró el pequeño objeto. — ¡Misión del día!
El sendero había desaparecido, ahora la caminata continuó por medio del bosque.
Eran grandes los temas que hablaba el zorro, tendía a ser parlanchín. La joven sentía que estaba escuchando un bien ensayado relato, pero no, lo que salía de la boca del sombrerero era totalmente improvisado.
La flora cambió, ya no estaban en un frondoso bosque, ahora se encontraban en una árida pradera, y les rodeaban unos grandísimos hongos, probablamente de tres metros de altura.
Judy recordó su pequeña aventura, era muy parecido a lo que veía.
— ¿Qué hora será? — la joven miró a su acompañante.
— Las seis — siguió caminando.
— ¿Cómo puedes saberlo si ni siquiera llevas reloj? — dudó, el viento ondeó su vestido azul.
— Aquí siempre son las seis, dulces seis — jugueteó por las colosales setas.
Se volvió a estancar en sus pensamientos, ¿allá arriba se detuvo el tiempo?
Un fuerte dolor de cabeza la hizo quejarse.
— Demonios, quiero ir a casa — murmuró adolorida.
No le agradaba que su amiga fuera absorbida por la seriedad, tomando sus manos, Piberius le propuso jugar. Era poca la cantidad de mariposas que pasaban por el lugar, y eran varios los colibríes que revoloteaban entre los arbustos de rosas.
Después de corretear por el sitio, Judy terminó sentada en lo alto de uno de los hongos. Podía observar muchas hectáreas pintadas de rojo, hasta al fondo se veía la verdosa copa de los altos árboles. Se abrazó de sus rodillas, tal vez en busca de refugio, consuelo, no comprendía absolutamente nada.
Desde el suelo, Mr. Piberius reanudó conversación:
— Mientras te divertías con las hormigas, Alice — el zorro tomó asiento. — , la duquesa preguntó por ti, está ansiosa por tu inesperada llegada. Me dijo que tiene varias moralejas, y que gustaría de escuchar todas las tuyas — le dijo. Con atención, examinaba al dichoso botón. — ¡Qué aburrido!
No respondió, deseaba tanto salir de ahí, quería huir, escapar.
Sus párpados comenzaron a pesar, toda la belleza del paisaje empezó a desaparecer.
No supo nada más.
[ • • • ]
Despertó sobre una cómoda cama, lo primero que hizo fue inspeccionar la elegante habitación que le brindaba calor. Se levantó, con inseguridad se miró al espejo, le sorprendió ver su vestido reparado, ni un sólo rasguño. Abrió una de las ventanas, estaba en un edificio bastante alto. Pensó que lo mejor sería aguardar ahí, hasta que alguien la buscase, pero no sucedió. Salió del cuarto, unos cuadros hechos en óleo decoraban un amplio pasillo, hermosas cortinas le acompañaban. No había nadie.
Rondó por ahí, en busca de vida.
— Señorita, milagro que despierta.
Judy se tensó al escuchar tan inesperada voz, con curiosidad se dio vuelta. Lo que encontró le pareció increíble, un sirviente de traje con cabeza de pescado. La chica se inclinó ante él, ¿demasiada formalidad?
— Disculpe, ¿dónde estoy? — preguntó mientras observaba el sitio.
— En el palacio de la reina de corazones, es su invitada más importante del momento.
— ¿Su majestad? — pensó. — Lamento decirlo, pero no conozco a la reina.
— ¡Por supuesto que sí! — respondió el pez. — ¡Ahora sígame! ¡La reina le ha hecho una lista de actividades!
Hopps le siguió, no es que quisiera hacer algo de lo que nunca aceptó, pero era lo mínimo que podía hacer por hospedarse en ese maravilloso lugar.
Lo primero fue un recorrido por todo el lugar real, no sabía cuánto tiempo estaría ahí, y a Judy le pareció de mucha utilidad.
Lo segundo fue un juego de críquet, le inquietó el ver que instrumento era un flamenco en total vida, difícil la situación. Pudo convivir con otras criaturas, jugaban más por obligación que por ganas, no deseaban el ser degollados.
Lo tercero fue tomar el desayuno, el amplio comedor estaba vacío, lo cual no le molestó.
Tantas fueron las cosas, que la chica le comenzaron a fallar los pies. Era hora de un descanso.
La luz del ambiente no le resultó obstáculo, con cerrar las largas cortinas bastaría para obstruir a las nubes de algodón rosado. Se colocó una bata de dormir, no sabía de quién era, y ni le preocupaba.
— ¡Privilegios de invitada especial has de disfrutar!
Sorprendida, Judy se giró. Una cabeza flotante se encontraba a la mitad de la habitación, susto no le dio al reconocerle.
— ¿Sonriente Min? — dedujo, el aumentó su sonreír. — ¿cómo entró?
— ¡Flotando, la manera más común! — se desplazó por el adornado cuarto. — Me parece que la reina te estima.
— Creo que sí, y no logro entender el porqué.
— Amapolas he de soplar — suspiró sin interés ante lo anterior dicho.
El felino desapreció, a Judy aún le era interesante aquella manera de transportarse. Decidió olvidar la platica, realmente necesitaba recuperar energía.
A punto estaba de acostarse, en cuanto unos extraños ruidos se escucharon desde la ventana.
— ¿Mr. Piberius? — le observó, el sujeto colgaba de la pared. Con una fuerza sobrenatural, se sostenía de los pequeños espacios que habían entre los ladrillos rosados. — ¿Qué hace?
— Intento entrar, creo que es algo obvio — cerró los ojos. Haciendo un último esfuerzo, el sombrerero recostó sus brazos, y rostro en la orilla de la ventana. — ¡Me resulta más interesante el entrar por las ventanas! — sonrío.
— Me preocupé por usted, ni una noticia tenía.
— Me encuentro colgado normalmente de tu ventana, ya sabes dónde estoy, y lo que disfruto hacer — los largos listones de su sombrero, creaban coreografías con los vientos. — Veo que te agrada el vivir con la realeza, Alice.
— ¡No sé porque estoy aquí!
— ¡Yo menos! — carcajeó el de naranja, mostrando el delicado filo de sus colmillos. — ¡Lo que sí sé, es que esta vieja no gusta de verme mejorar sus paredes, así que me despido! — exclamó. Judy observó cómo su amigo cayó en un arbusto de rosas, al parecer no tenían espinas, pues Piberius salió de lo más tranquilo. Cansada y confundida, la joven se fue a dormir.
Despertó con el inmenso deseo de volver a jugar críquet, le fue una lástima ver que era su quinta actividad del día. Fue agradable conversar con la duquesa, una distinguida mujer de elegantes vestidos. Le interesó muchísimo el gran cambio que había sufrido Judy, aún le causó simpatía, y varias moralejas. Disfrutaron de un rico banquete, y prácticamente la pasaron juntas por el resto del día.
A Hopps le hizo recordar a su madre, tan amable y arreglada. También, se dio cuenta de que no había pensado tanto en su familia, le llegó cómo un duro golpe bajo.
Volvió el momento en que Judy se dispuso a dormir, en muchas ocasiones pareció el Sonriente Min, platicaba a escondidas con la curiosa chica, lo que menos deseaba era que su dueña le viese. El verlo ir, y venir, le quitó lo interesante al felino, o al menos para la chica; ya no le impresionaba.
Llevó la cuenta de sus siestas, aparentemente habían pasado seis días. Seis días en los que aún no planeaba en cómo volver a su vida normal.
— Una persona puede acostumbrarse a algo con el pasar de una semana... — susurró la joven, recostada boca arriba sobre su cama. Alzó su brazo, y miró con atención su mano. — Creo... Creo que ya es hora.
Con sus ropas de dormir, la huésped se escabulló hacía la cocina real, pensó que no le vendría mal un delicioso bocadillo. Entró al lugar, olía muy bien. En la mesa central, en platos relucientes se mostraban exquisitos postres. Los brownies, las brochetas de fresa cubiertas de chocolate, y las apetitosas galletas, hicieron que a la joven se le hiciera agua la boca. Se propuso el probar uno, mas curiosa nació, y su atención se dirigió a otra mesa más adelante. Este platillo separado, resguardaba unas hermosas tartas, tartas de muchísimos sabores; Judy cayó rendida.
Salió satisfecha de ese cuarto, debía buscar un sitio solitario para pensar, lo cual no sería un problema en tan gran palacio.
— ¡Judy! — se escuchó un grito al inicio del pasillo, ella volteó. — ¿Saliendo en pijama, cielo? — alzando levemente su vestido, la duquesa se acercó.
— Estaba a punto de cambiarme — respondió. Con la mayor discreción posible, se quitó las sospechosas migajas.
— ¡Pues anda a cambiarte rápido! — alentó la mujer. — ¡Tomaremos té en el jardín!
La joven se apresuró, llegó a su habitación, y eligió uno de los muchos vestidos que la reina había diseñado para ella. Mientras se colocaba la vestimenta, Judy inició con el plan. Cuando se sintió lo suficientemente formal, abrió la puerta, preparada para el té.
Atravesó pasillos, y salones, bajó numerosas escaleras; por fin llegó al encantador jardín. Deambuló entre la radiante vegetación, ¿cuál era el lugar?
Se detuvo, logró mirar una mesita con una linda tetera, y dos tazas. Le impresionó la ausencia de la duquesa, se sentó en una de las sillas, no tardaría en llegar.
— En alguna parte del muro del jardín hay una puerta, seguramente una salida — habló con ella misma. — Sólo tengo que encontrarla, y salir por allí — observó a los lados, ni rastro de la señora.
Con cuidado, acomodó su vestido.
Pasó un largo rato, Judy se dio cuenta que la duquesa ya no llegaría, por lo que se paró y se fue. Con rapidez, empezó su actividad: admirar las rosas.
Tomó asiento en el césped, su mirada se clavó en el arbusto de enfrente. Una rosa estaba goteando, no, dos rosas, espera, tres, no, eran todas las rosas. Las rosas estaban goteando pintura.
Para no meterse en líos, Judy saltó esa, y comenzó otra actividad. Comió, jugó, exploró completamente sola.
Llamó por alguien, mas nadie contestó. Se encaminó a su cuarto, pero un sirviente se cruzó en su camino.
— ¡Disculpe, disculpe señor pez! — desesperada, corrió a él. — ¿Dónde están todos?
— Están en la corte real, un asunto clasificado — respondió cortante, y avanzó, perdiéndose a la lejanía.
Aún dudosa, Judy entró a su fría habitación, de vuelta el fastidioso dolor de cabeza. Con cansancio se dejó caer en las sabanas.
— ¡Mal te cayó el almuerzo!
— Me quiero ir... — le contestó a Min. — Quiero volver a mi vida normal, todos aquí estás deschavetados.
— Tan sana tú no estás, se puede comprobar porque estás acá — flotando por el tocador, el felino sonreía deleitado.
— ¡Me voy! — gritando, Judy se encerró en su baño, se quitó el vestido diseñado, y se colocó el suyo, su amado azul. — ¡Saldré en este momento!
— ¿Te vas? — el manchado fingió sentir intriga.
— Por supuesto que sí.
— ¿Aún cuando la duquesa está encerada en el calabozo? — ronroneó con tranquilidad.
Judy se detuvo.
— ¿Encerrada en el calabozo?
— Sí, encerrada en ese horrible lugar, la mantienen para cortarle la cabeza — continuó el despreocupado. — Le privaron de libertad por haber llegado tarde el primer día de críquet, además de culparle por el robo de unas tartas. Tú y yo sabemos que esa mujer no prueba ni un sólo alimento sin pimienta.
Hopps sintió su pecho apretar, tenía que salvarle:
— ¿Podrías ayudarme? — pidió con una pizca de temor.
El felino se revolcó en el aire, delineando una escalofriante sonrisa aceptó.
[ • • • ]
La temerosa Judy bajó en compañía del Sonriente Min, una gran cantidad de rejas se dejaron ver, un metal oxidado, y mal oliente. Justo a la derecha, la joven observó a una triste duquesa, de inmediato se acercó a ella.
— ¿Está usted bien? — preguntó dañando el candado.
— ¡Judy! — a la mujer le contentó verla. — ¡Oh, cielo, sal de aquí!
— ¡No, no! ¡Venimos a rescatarla! — a su lado, el felino se dejó ver.
— ¡Min! ¡Hasta que apareces! — regañó sin potencia, el minino sólo sonrío.
Con la fuerza de ambos, el candado se vio roto, dejando salir a la agradecida duquesa. Mientras la mujer se daba retoques, la chica curioseó por las celdas. Eran muchos los capturados, pero fue sólo uno quien llamó su atención.
— ¡Mr. Piberius!
Reconociendo tan familiar voz, el zorro se dio vuelta, dejando ver una leve sonrisa en su apagado rostro. Judy sintió su ser romper, no le dejaría más entre rejas. No tardaron mucho, en poco tiempo ya estaban buscando la puerta del jardín. Se dividieron el trabajo, a la joven le atacó otro dolor de cabeza.
— ¿Qué sucede, cielo? — se alarmó la elegante señora.
— Nada, nada, un dolor de cabeza — respondió con quejidos.
— Te llaman, tu hermana te intenta despertar del sueño — Piberius afirmó con preocupación.
— ¿Qué?
Unas molestas luces les apuntaron, espantados miraron a los causantes.
Altamente molesta, con el ceño exageradamente fruncido, y un notable gusto por lo barroco, la reina de corazones les observaba desde un rosado balcón.
— ¡Qué insolencia la suya! — exclamó con furia. — ¡Estaban encarcelados por sus acciones!
— ¡Pero su majestad, ellos no hicieron nada de eso! — le encaró Judy.
Con el alma ardiendo, la reina posó su afilada mirada en la chica.
— ¡Judy! — escupió su nombre. — ¡Te dejé vivir en mi palacio, con todas las comodidades, y lo que pudieses necesitar! ¡Hasta llegué a pensar en tomarte como heredera! — con enojo le apuntó. — ¡¿Y así es cómo me pagas, malagradecida muchacha?!
— ¡Nadie disfruta cuando sabe que le pueden cortar la cabeza! — desafió con tremenda decisión. — ¡Usted es una horrible reina, yo no aceptaría oferta de una asesina!
La soberana estalló de rabia, ordenó a todos sus guardias ir tras ellos. Judy se asuntó, enseguida, Min le rozó el brazo, había encontrado la salida secreta. Con mucha velocidad, los cuatro huyeron de ahí.
— ¡Atrápenlos, y que les corten la cabeza! — exigió la reina dando fuertes brincos.
Los soldados corrieron, cumplirían esa orden. Esquivando ramas, y saltando troncos, el equipo se alejaba de la zona real. No se detendrían, debían correr, retar al tramposo tiempo. Piberius sacó el botón, y lo lanzó, causando una estrepitosa caída en los soldados.
— ¡Alice, nos toparemos con el portal, la puerta por la que llegaste! — exclamó cómo pudo el sombrerero.
— ¡Qué no me llamo Alice! — le recordó con ligera molestia. — ¿Por qué me dice así, Mr. Piberius? — cuestionó mientras corría. La sonrisa del anaranjado no se borró.
— Por fin preguntas, Judy — gozó el momento, notó la fuerza de su sombrero. — ¡De pequeña te gustaba Alice, te encantaba absolutamente! — inició su adorado relato. — ¡Siempre deseaste ese nombre! ¡Corrías hacia mí gritando tus dulces anhelos, y esperanzada te me abrazabas! — la chica se asombró, lo olvidó, ni rastro del recuerdo. — ¡Yo sólo quise cumplir tu sueño, pequeña Alice! — con dulzura le nombró. — ¡Pero veo que has crecido, eres toda una hermosa señorita!
— Mr. Piberius...
— ¡Disculpa todo problema, querida Judy! — con su imparable sonrisa, él continuó corriendo.
La duquesa tomó el picaporte, abriéndole el paso a la amada chica. Con su peinado arruinado, le hizo reverencia:
— ¡Ve, hermosa soñadora! — la mujer dio despedida al ser que vio crecer. Ambas se abrazaron, nunca les pensó extrañar.
Un desastroso sentir en el corazón, apareció en Judy al tener rodeado al Sombrerero.
— ¿Los volveré a ver? — preguntó dolida.
— ¡Sólo si así lo deseas! — el felino apareció, una vez más, a su lado. Hopps le abrazó de igual manera. Su sonrisa se desvaneció cuando visualizó a los guardias. — ¿Q-qué les pasará a ustedes?
— Ten calma, no pueden con nosotros — aseguró el zorro, transmitiendo su calma.
— ¡Tiene razón, ahora corre!
Judy sintió el empujón que le otorgó la duquesa. Lo último que pudo ver fue a sus sonrientes amigos, y detrás de ellos a un enorme ejército de cartas.
[ • • • ]
— ¡Judy, Judy! — los llamados de su preocupada hermana, la hicieron despertar.
— ¿Qué sucede? — la menor se exaltó al sentir el suave pasto.
— ¡Qué sustos me causas, niña! — se levantó para brindarle ayuda. — Caíste del columpio, pensé que quedabas en coma.
En cuanto se sostuvo de pies, Judy abrazó con fuerza a su mayor.
— ¡Gracias por cuidarme, y estar aquí conmigo! — lloró de alegría.
La hermana sonrío, cómo amaba a su hermanita.
— ¡No es nada, cielo! — Judy se apartó, y con dulzura le miró. — ¡Volvamos, aún no reparten postre!
La chica siguió a su familiar, le prometió mostrar su cuaderno de dibujos, y usar arduamente sus crayones. Tras pasar la asombrosa pradera, las da llegaron a la reunión. Judy se despidió, y corrió a abrazar a sus padres, tíos, y los hermanitos que cupieran entre sus brazos, está muy feliz.
Con el corazón contento, Judy se acercó a tomar una bebida. Su vestido de mar danzó con el viento, y su corazón se detuvo. A un lado de ella, un joven de hermoso traje se acercó.
— ¡Es bueno verla, querida Judy! — sus ojos verdes le dieron razón, con una enorme sonrisa, Hopps observó a lo lejos; una elegante mujer le sonreía, y saludaba, en sus brazos, se revolcaba un travieso gatito manchado. Sin poder contenerse más, la chica se abrazó del anaranjado. — ¿Ves? — correspondió el bello gesto. — ¡No pudieron con nosotros!
Fin
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay, aaaaaay, aaaaay! ¡Hi, hi! ❤️
¡Me alegra mucho, mucho, pero mucho el compartirles este One-Shot!
¡Este fue parte de los sí planeados, ya llevaba su ratito!
Al principio todo iba bien, pero cómo a la mitad me dio un bajón, sentí que no estaba quedando como tanto lo había pensado, y empecé a culpar al tiempo que dejé pasar. Pero al final pude agarrar la onda, jsjsjs.
¡Espero que les haya gustado! ¡Me basé mucho en la obra original de Lewis Carrol, en la versión de Walt Disney, y en los dos live action de Tim Burton! ¡Es todo un chocomiiiiiilk!
¡Sayonara! ❤️
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