𝒏𝒖𝒆𝒗𝒆
Sydney
Me subí a la camioneta, la cual me dejaría a un par de cuadras de la oficina, para no levantar sospechas. A mi lado se encontraba un guardia pelirrojo, al cual había visto deambulando un par de veces por la mansión, pero no sabía su nombre.
Su presencia, por algún motivo que desconocía, me hizo sentir incómoda, y después de que le dio la orden de manejar al conductor, se dirigió hacia mí:
—Ten, un arma y una navaja. Shark me ordenó que te diera las dos pero no entendí por qué, ¿acaso sólo con una cosa no puedes vencer a un hombre?— su tono de superioridad me molestó tanto que tuve que apretar mi mandíbula debido a la bronca.
Debía admitir que hacerme enfurecer era muy, demasiado, fácil.
—No tiene que interesarte el por qué, no es tu asunto.
—Bueno, es más mi asunto que tuyo, porque estoy en la mafia hace mucho más tiempo que tú, niña.
—Si fuera tu maldito asunto te mandarían a ti a asesinar al hombre, pero no lo es, así que me mandan a mí. Las cosas que use o no use no son de tu incumbencia— dije determinante, queriendo terminar con este debate irrelevante, pero el imbécil no sabía callarse.
—Que extraño, te uniste hace poco y ya te mandan a cumplir este tipo de tareas... supongo que al jefe le gustan tus servicios— parecía una frase inocente si no fuera por su jodida cara de pervertido, ¿acaso estaba insinuando que yo follaba con Shark?
—¿Por qué no vas y le preguntas todo eso a Shark? Seguro él sabrá contestarte mejor que yo, ¿o acaso tienes miedo de que te arranque la lengua por hablar de más?— le pregunté con burla, y me sentí victoriosa al ver que no emitía ninguna respuesta. Menos de cinco minutos y ya había conseguido ponerme de malhumor, rompió el récord del tiburoncito.
Luego de unos minutos, que se me hicieron sumamente eternos porque estaba impaciente, me bajé de la camioneta. Al caminar las personas me seguían con sus miradas, y eso me hacía sentir poderosa. Después de tantos años vagando por las calles recibiendo la repugnancia de los demás, era agradable que las personas me vieran con deseo o admiración.
—¡Buenas tardes! Vine a ver a Marshall, él me está esperando— fingí la voz más dulce que pude cuando entré a la oficina y hablé con la recepcionista. Al echar un vistazo hacia los lugares donde se encontraban las cámaras, comprobé que estaban apagadas, tal y como Michael me había dicho.
—No me había avisado que una de sus amiguitas viniera hoy— respondió ella, bajando sus lentes y analizándome. Jodida estúpida, no me hagas matarte a ti también.
—¡Oh, que lástima! Quizá se olvidó... tendré que venir otro día, espero que él no se enoje, teníamos planeadas tantas cosas entretenidas— inventé, poniendo un puchero. Me sentía tan ridícula que me pegaría a mí misma un tiro.
—¡No, no! Pasa tranquila, su despacho está al fondo a la derecha, el último de todos— me indicó aterrada, y luego agregó:— Por favor, no hagas tanto ruido como las otras.
Shark me había comentado que el hombre tenía fama de mujeriego y que era normal que las mujeres estuvieran por ahí buscándolo, por lo cual no me sorprendió que la excusa del sexo funcionara.
Cuando toqué la puerta de su despacho y Marshall me indicó que pasara, contuve una mueca de asco. Era un hombre muy, muy mayor.
—Bueno, bueno... ¿Acaso ya me morí y por eso estoy viendo un ángel?— preguntó burlonamente desde su asiento, mientras su mirada me recorría.
Tuve que fingir una risa chillona como si el maldito viejo pedofilo hubiese dicho lo más gracioso del mundo, cuando la realidad es que tuve muchas ganas de arrancarle la piel con la navaja.
—Por supuesto que no, Marsh. Soy un regalo de parte de los italianos. Apreciaron mucho tu ayuda, y yo soy una de tus recompensas— le respondí en un tono sensual, cerrando la puerta y aproximándome lentamente a su escritorio.
—El mejor regalo del mundo— masculló con un tono que demostraba lo excitado que se encontraba, y antes de arrepentirme me quité el abrigo, quedando solo con la lencería, las medias de red y las botas— Te tratan duro, ¿eh?— su vista se dirigió a los golpes de mi cuerpo, y decidí ignorar su pregunta mientas me subía en su regazo.
Que jodido asco. Shark me las pagaría.
El maldito viejo empezó a besarme el cuello y el principio de mis senos, dejándome repleta de su baba. Apenas llegara a la mansión me bañaría cinco veces.
Cuando lo noté bastante entretenido con mi cuerpo, decidí que era el momento. Saqué el arma que había dejado escondida dentro de mis botas, y le disparé antes de que él pudiera evitarlo. El arma, por supuesto, tenía silenciador.
Luego me levanté a buscar la navaja, la cual se encontraba dentro del abrigo que me había sacado, y me dispuse a escribir con ella "traidor" en la frente de Marshall, mientras pequeñas gotas de sangre se derramaban en su cara.
Por supuesto, eso no lo estaba haciendo porque quisiera, sino porque Shark me lo había ordenado al explicarme el plan. Ni siquiera me había brindado un celular o una cámara para fotografiarlo y mostrarle que lo había cumplido, ya que me había dicho que él se enteraría cuando la noticia se propagara entre los mafiosos.
Me volví a poner el abrigo cuando mi pequeña obra de arte estuvo completa, además de que saqué toda la plata que había en el lugar, tal y como me lo habían indicado. Iba a irme sólo con eso, pero al ver una botella de whiskey no pude resistir la tentación de agarrarla, además era de las caras.
Salí del despacho, sonriéndole inocentemente a la recepcionista, la cual se llevaría una gran sorpresa. Me hubiese gustado observar su reacción, pero me tenía que ir antes de que algo saliera mal.
La camioneta seguía estacionada en el lugar en el que yo me había bajado, por lo cual, apenas me subí, el conductor arrancó rápidamente.
—Eso fue rápido, ¿el viejo era precoz? ¿O simplemente no lo dejaste llegar al orgasmo?— comentó el jodido guardia pelirrojo de mierda, otra vez molestándome.
—No sé por qué tienes tanto interés en saber cómo o con quién follo. ¿Qué pasa, mi amor? ¿Desearías haber sido el viejo para poder clavarme tu polla?— luego de decirle eso, vi cómo su puño se dirigía directo a mi cara, pero lo detuve antes de que pudiera siquiera rozarme— No me provoques, hijo de puta, porque no tengo ningún problema en dejarte la puta navaja incrustada en el ojo.
Y finalmente logré que se callara. ¿Acaso todos en esta mafia disfrutaban hacerme enojar? Porque si seguían empeñándose en querer humillarme entonces nuestro vínculo terminaría muy mal.
Suspiré relajada, bajando la ventanilla de la camioneta. Ahora me sentía más aliviada, ya que Shark me había puesto mucha presión para cumplir esta misión, pero también sentía un poco de culpa.
Aunque yo no era ningún santa, y ya había matado y lastimado a otras personas, esto era diferente. Antes lo hacía para sobrevivir, ahora lo hacía porque un mafioso me lo había ordenado. Me había convertido en un puto títere, y lo peor es que no me molestaba tanto como debería, porque me gustaba disfrutar estos pequeños lujos que nunca en mi vida había tenido.
Estaba en una camioneta cara, usando ropa cara, tomando un whisky caro, fumando un cigarro y con el viento chocando contra mi cara, revolviendo mi pelo, y haciéndome sentir como una diva.
Podría acostumbrarme a esto.
⛓ ⛓
Shark
Supe que Sydney había llegado cuando el ruido de sus botas se escuchó por toda la silenciosa mansión, y lo comprobé cuando sin siquiera tocar abrió la puerta de mi oficina, entrando victoriosa.
Sus ojos poseían un brillo especial, reflejando algo salvaje que no supe cómo definir, pero me estaba cautivando más de lo que me gustaría admitir.
Toda ella era rebeldía y sensualidad, y eso me encantaba.
Me tomó desprevenido cuando, sonriendo perversamente, levantó su arma y la apuntó hacia mi cara.
Me quedé impasible, mirándola fijamente, esperando su próximo movimiento. Ella no era tonta, sabía que si me asesinaba todos mis trabajadores irían tras su cuello. Pero igualmente no la entendía, ¿qué pretendía hacer? ¿Asustarme? ¿Desafiarme?
—Quiero que te pongas de rodillas, ahora.
—Gatita, yo no me arrodillo ante nadie— le respondí, sonriendo de costado.
—No te pregunté, imbécil. De rodillas, ahora.
Al verla tan determinante, decidí hacerle caso aunque mi orgullo no quisiera. Después la castigaría, por ser una jodida insolente, pero por ahora seguiría su maldito teatro, a ver qué tan lejos llegaba.
Mientras me arrodillaba, me deleité con la vista de su abrigo levemente abriéndose, justo en la zona de sus pechos. Parecía tan peligrosa e inalcanzable, con su mirada repleta de maldad, parte de su glorioso cuerpo descubierto y un arma entre sus manos.
Todo en ella gritaba "te voy a dominar", lo cual sólo aumentaba mis ganas de demostrarle quién de los dos realmente mandaba. Quería torturarla de placer hasta escucharla rogar que me detuviera.
Era una jodida diosa dispuesta a arruinarme la vida, y yo estaba dispuesto a que lo hiciera. Quién diría que la gatita al final terminaría resultándome tan irresistible. Aunque eso no quitaba el hecho de que la desecharía apenas pagara su deuda, pero también podría divertirme con su cuerpo y su actitud.
Cuando estaba por decirle algo, vi su cara ponerse pálida y su cuerpo tambalearse, así que la atrapé en mis brazos justo antes de que chocara contra el piso. El ruido del arma cayendo retumbó en las paredes, y yo sólo podía prestarle atención a su perfecto rostro, siendo acariciado por mis manos.
Gatita, que gran momento elegiste para desmayarte.
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