𝒅𝒊𝒆𝒛
Shark
Me encontraba sentado en la cama de Sydney, con ella acostada durmiendo, mientras le curaba las heridas que yo mismo había ordenado que le provocaran.
No la curaba porque quería ser una buena persona o porque estaba arrepentido, simplemente la necesitaba concentrada en otra cosa que no fuese el dolor o desmayarse. Necesitaba que estuviera completamente atenta y preparada para la nueva misión.
La realidad es que todos los involucrados en la misión de Marshall, incluida Sydney, sabíamos que no era necesario dejarla debilitada para demostrar su eficiencia, pero me había hecho enfurecer y eso ameritaba un castigo.
Así como también la castigaría cuando se despertara; no bromeaba cuando dije que yo no me arrodillaba ante nadie, y si lo hacía entonces probablemente esa persona perdería sus piernas, incluidas sus rodillas.
El único motivo por el cual Sydney conservaría dichas extremidades, incluso si le faltó el respeto a mi autoridad, era porque todavía la necesitaba. Pero esperaba que aprendiera a controlarse frente a mí, porque mi jodida paciencia colgaba de un hilo, y nada me haría sentir más satisfecho que verla arrepintiéndose de intentar desafiarme.
Aunque debía admitir que la gatita tenía agallas. Creí que se arrepentiría y huiría, incluso consideré la opción de que no había podido cumplir la misión por estar débil y la habían asesinado, pero no creí que todo le saldría perfecto, incluso el mensaje en la frente de Marshall.
Como siempre pasaba cuando alguien relevante en nuestro mundo moría, la noticia sobre la muerte de ese hijo de puta se había expandido rápido en los distintos bandos, incluso habían fotos y videos, y la mejor parte es que todos sabían que había sido una obra liderada por mí, por lo cual me respetaban incluso más que antes. Y el respeto equivale a poder.
Vi cómo el cuerpo de Sydney lentamente se movía, dejándome saber que ya estaba despierta. Sin siquiera mirarme trató de levantarse de la cama, pero se notaba que todavía seguía sin fuerza.
—¿Vas a quedarte observándome mucho tiempo o te dignarás a ayudarme?— me preguntó, haciendo una mueca de enojo con sus labios.
—¿Tú qué crees?
—Bueno, entonces no sé qué haces aquí. No tengo energía para pelear, así que no pierdas tu tiempo— murmuró, notablemente cansada, cuando logró mantenerse de pie.
Sabía que probablemente estaba furiosa conmigo, pero siendo sincero no me importaba en lo absoluto, así que la seguí cuando salió de la habitación y se dirigió al baño. Me adentré antes de que cerrara la puerta en mi cara, y su vista conectó con la mía a través del espejo.
Cómo todavía seguíamos en silencio, tomé la iniciativa y abrí la canilla de la ducha. Ella me observaba con sus cejas arqueadas, como si estuviera esperando que esto fuese una broma, pero no lo era.
Encogiéndose de hombros, se sacó el piyama que una de las chicas que vivían en la mansión le había puesto, y quedó en ropa interior, mostrando su escultural cuerpo. Pude notar su cara de satisfacción cuando el agua hizo contacto con su piel, y para distraerme decidí lavar su pelo. Cuando terminé ella agarró una esponja, pero se la arrebaté de las manos sin decir nada, y decidí lavarla yo.
No sabía por qué estaba haciendo esto, sólo sabía que el casi contacto de mis manos sobre su cuerpo estaba generándome reacciones jodidamente contradictorias, y la tensión sexual jamás me había molestado tanto como ahora.
Con una pequeña sonrisa traviesa levemente volteó su cabeza para mirarme, ya que yo me encontraba detrás de ella, y ese simple gesto me hizo pensar en muchas cosas sucias que no deberían haber estado presentes en mi mente. Me maldije innumerables veces cuando mi respiración se agitó sin que yo lo pudiera prevenir; no quería que ella supiera el efecto que estaba teniendo en mí y en mi jodido miembro que despertaba sólo con saber que ella estaba cerca.
No podía permitirme a mí mismo el estar con una persona como Sydney. Era el líder de una mafia, tenía mujeres con mucha más clase y elegancia que morían por estar conmigo, y sería caer muy bajo el relacionarme con una maldita vagabunda. Opté por salir del baño, antes de hacer algo de lo que me arrepentiría. No le daría el gusto de verme cayendo ante sus encantos.
⛓ ⛓
Sydney
Cuando Shark se retiró del baño pude respirar en paz. Sus manos grandes tallando cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome temblar, su pecho casi pegado a mi espalda, su respiración agitada al igual que la mía, el agua mojándonos a los dos y haciendo que su ropa se ajustara más a sus músculos... era más de lo que mis inestables hormonas podían soportar.
No podía ser tan estúpida de querer pasar un momento de pasión con la persona a la cual no le importaba poner mi vida en riesgo. Mi dignidad valía mucho más que eso, y planeaba resistir la tentación costara lo que costara. Total, no es como si fuese a morir por no poder follar con el protagonista de mis fantasías perversas.
Cuando terminé de bañarme me quité la ropa interior que me había dejado puesta para que él no viera nada íntimo, y luego fui a mi habitación para cambiarme.
Mi estómago me rogaba algo de comer, ya que desde antes de la misión no me alimentaba, por lo cual bajé hacía la cocina a buscar algo. Mala decisión. Ahí se encontraba Shark, sin remera, con las manos fuertemente apoyadas sobre la mesa haciendo que sus músculos y sus venas se marcaran.
No estábamos tan cerca e igualmente podía sentir cómo su calor corporal me hipnotizaba, haciéndome desear tenerlo más pegado a mí. Salí de mi estupefacción cuando su voz se hizo presente, y lo odié por arruinar toda su belleza con sus estúpidas palabras:
—Tienes cara de que sufres si no follas, ¿te quieres unir a mi amiga y a mí? Estamos pasando un buen rato— luego de que murmuró eso maliciosamente, recortó la distancia que había entre los dos, cohibiéndome. ¿Por que tenía que ser tan jodidamente alto e intimidante?
—Gracias, pero paso— murmuré de forma seca, él me excitaba pero la situación me incomodaba. No tenía buenas experiencias con los hombres y las relaciones sexuales.
—¿Te gusta hacerte de rogar?— sentí la furia recorrer todo mi cuerpo cuando su mano azotó fuertemente mi trasero, y sus ojos chispeaban de la burla. Esto le parecía entretenido. Se divertía molestándome.
Mi cuerpo se tensó cuando vi sus dedos aproximándose hacia mi cara, y rápidamente saqué una navaja del bolsillo de mi pantalón.
—Si me vuelves a tocar vas a desear nunca haber nacido— prácticamente le rugí cuando lo tuve acorralado. Después de la misión, el muy idiota me había quitado el arma, pero no se había percatado de la navaja que todavía tenía.
Shark me miraba cauteloso, sabiendo que no era una simple amenaza vacía que yo no cumpliría. Un sólo movimiento en falso y me encargaría de mandarlo al jodido infierno. Su cara fue impasible, como siempre, y decidí alejar la navaja de su cuello cuando estuve segura de que había entendido mi mensaje.
Cuando me tranquilice, estuve segura de que me había sentenciado a mí misma a muerte por desafiarlo, pero sólo nos quedamos en silencio mirándonos fijamente. Sus ojos eran de un color precioso que me transmitía calma, pero su mirada era como un huracán, transmitía todo menos paz. Todo él era una contradicción, y lo comprobé cuando se acercó a mi oído, haciendo que yo involuntariamente me pusiera rígida del miedo, y susurró:
—Cualquiera que tenga intenciones de propasarse contigo va a desear no haber nacido. Y en eso me incluyo yo.
Me quedé observándolo salir de la cocina, mientras escuchaba los gritos chillones provenientes de "su amiga" que lo llamaba desesperadamente desde el piso de arriba.
¿Que había sucedido? Shark no sería tan compasivo conmigo, así que quizá lo había dicho de forma irónica, o me había mentido. Pero parecía tan... real. Como si realmente planeara protegerme.
Tener control de mis pensamientos o acciones iba a ser muy complicado si él actuaba de formas que no me permitían odiarlo del todo.
⛓ ⛓
Shark
Subí uno a uno los escalones para ir al piso de arriba, mientras mentalmente me insultaba a mí mismo.
El haberle ofrecido que se uniera a Rose y a mí había sido una broma, ya que me gustaba provocarla y ver su impotencia al no poder dañarme. Luego, al tocarla y al ver que estaba tensa, creí que estaba cayendo en mis seducción y me entusiasmé como un jodido niño contento con sus caramelos. El hecho de que hubiera una mínima posibilidad de que ella estuviera igual de excitada que yo me había llenado de satisfacción.
Pero luego, cuando observé su mirada repleta de asco hacia mí y su postura amenazante, recordé cómo había reaccionado cuando Michael la tocó, y ahí fui consciente de que Sydney había estado en la calle toda su vida, por lo cual era muy probable que situaciones así sin su consentimiento le hayan pasado seguido. Y me sentía un imbécil.
Sí, joder, era una persona cruel y sanguinaria, pero no hacía sentir incómodas a las mujeres en situaciones sexuales. Y mucho menos a mujeres que no habían tenido experiencias agradables.
Cuando entré en la habitación en la cual Rose se encontraba desnuda esperándome traté de despejarme, pero sólo podía pensar en Sydney, como un puto adolescente desesperado por follar con la persona que le atraía.
Yo nunca perdía el control de esta forma, y el pensar en el cuerpo de Sydney mientras mi polla penetraba el cuerpo de otra mujer me tenía bien jodido.
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