𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐
Sydney
Mierda, me sentía como una jodida domadora de animales.
Cuando vi venir esos perros gigantes hacia mí, implementé la voz más dulce que pude y rápidamente jugué con ellos mientras corría. Fingían ser perritos malos, pero en realidad eran muy tiernos, sólo necesitaban un poco de amabilidad. Probablemente me hubiesen seguido hasta fuera de la propiedad si un guardia no los hubiera llamado.
Por suerte, y por algún motivo que todavía no comprendía, los gorilas no me habían disparado. Milagrosamente había logrado huir, por lo cual ahora me encontraba robando una bicicleta demasiado pequeña, en la cual apenas cabía.
Mentalmente le estaba pidiendo perdón al niño o a la niña dueña de la bicicleta, pero yo la necesitaba más que él o ella. Correr no me haría llegar muy lejos, no en mi condición.
El hambre y el dolor me hacían ver puntos blancos en mi visión, y la abstinencia no ayudaba en lo absoluto; necesitaba fumar y no tenía cerca ninguno de los cigarros que había conseguido.
Empecé a pedalear, repleta de rabia, hasta que fui consciente de que no podía ir a los callejones en los cuales el muñequito me había encontrado, debido a que probablemente me buscarían por esa zona.
No me quedó de otra que dirigirme al lugar en el cual vivía antes de que el viejo Arthur me hiciera huir; al viejo ya lo había matado yo, y sus amigos no tenían la costumbre de quedarse muy seguido en un mismo lugar, así que, quizá, la suerte estaría de mi lado y esa zona estaría vacía y segura.
Pero, efectivamente, la suerte no estaba de mi lado.
Apenas aparecí en el callejón, completamente agotada luego de haber recorrido un trayecto tan largo, vi a los malditos viejos amigos de Arthur haciendo una fogata. Traté de irme disimuladamente pero mis piernas ya no podían mantener mi propio peso, por lo cual caí y atraje la atención de los dos imbéciles.
En serio, ¿acaso nada podría salirme bien?
—Mira nada más quién volvió. ¿Te quedaste con ganas de polla?— murmuró maliciosamente uno mientras se acercaba a mí.
Parecía un jodido hipopótamo en celo, aunque nunca había visto un hipopótamo en celo, pero definitivamente este viejo podría considerarse uno.
—Cuando me gusten las pollas flácidas te llamo. Ahora, si me disculpas, me tengo que ir— dije sarcásticamente, aunque realmente sólo trataba de ganar tiempo para huir.
Cuánto más distraes a alguien verbalmente, más tiempo ganas. Eso me había enseñado la persona más cercana a una figura paterna que tuve en toda mi vida.
—Nos enteramos de que Arthur y Roger te fueron a buscar y aparecieron muertos, así que hoy de aquí no saldrás viva, perra.
—Así que así se llamaba el imbécil ese amigo de Arthur, ¿eh? Si él con su juventud no pudo conmigo, ¿qué les hace creer que ustedes podrán, viejos decrépitos?— mencioné burlonamente, y antes de que pudieran contestarme me abalancé hacia ellos porque volvía a sentir la estabilidad en mis piernas.
Yo, definitivamente, salía de un problema para meterme en otro.
⛓ ⛓
Shark
Estaba como un jodido acosador siguiendo los pasos de esa mocosa insolente, cualquiera que supiera que el líder de la mafia rusa se escondía detrás de tachos de basura para observar los movimientos de una chiquilla pensaría que soy ridículo.
Pero no era mi culpa, me daba curiosidad saber qué planeaba hacer. Además, era más divertido acecharla que atraparla tan rápido; yo quería cazarla. Hacerla creer que podía salvarse de mí y aparecer cuando menos se lo esperara. Y eso iba a hacer.
Pobre gatita, todavía no se había dado cuenta de que estando bajo mi radar yo siempre la encontraría, sin importar a dónde fuera.
Arquee una ceja, sorprendido, cuando observé que ella se encontraba tirada en una esquina hablando con dos viejos, que la miraban como si se la quisieran comer.
—¿...viejos decrépitos?— fue lo único que logré escuchar que ella decía, y antes de siquiera parpadear observé cómo se les tiraba encima.
Era evidente que, debido a su pequeño tamaño, sus contrincantes en un segundo la tenían atrapada, mientras ella se retorcía como un gusano para poder salir. Le mordió la mano al que parecía más viejo, que era él que la tenía agarrada desde atrás, y pensé «eso debió doler» cuando vi que le había arrancado un pedazo de piel. Jodida mocosa bruta. Me preguntaba qué había hecho para conseguirse a esos dos como enemigos.
Al lograr que el más viejo la soltara, se encargo de darle una patada en la mandíbula al que tenía en frente, el cual estaba intentando desnudarla. Luego de desencajarle la mandíbula, se agachó a agarrar un pedazo de vidrio roto que se encontraba en el piso, y rápidamente procedió a apuñalar al más viejo en el pecho, con rabia.
El otro se acercó a ella y le pegó con un palo en la nuca, por lo cual creí que se desmayaría. Pero no, ella se giró lentamente, como si estuviera tratando de contenerse, y con las manos llenas de sangre empezó a golpearlo, mientras él trataba de pegarle con el palo.
Debía admitir que la chiquilla tenía bastante potencial en las peleas cuerpo a cuerpo, pero sin duda necesitaba entrenamiento. Cuando la pelea empezó a parecerme aburrida pensé en interrumpir y agarrar a la mocosa, pero luego, al ver que dejó a su contrincante tirado en el piso más o menos inconsciente, presté atención a las palabras que ella le decía:
—¿Violarme? ¿En serio? Te creía más listo. Si no te tuviese tanto asco te cortaría el jodido pene, pero como prefiero cortarme las manos antes que tocar tu cosita, mejor te dejo morir en paz— murmuró con burla, apuñalándolo repetidamente y logrando que yo sonriera de manera cínica— Y recuerda, maldito bastardo, que tú y tu amiguito podrían haber seguido vivos si no me molestaban, pero al igual que Arthur y Roger, son tan estúpidos que lo mínimo que merecen es la muerte.
Observé con curiosidad cómo ella se quedaba mirando hasta que la vida lo abandonaba, como si le gustara el espectáculo. Luego, se paró rápidamente y empezó a revisar los dos respectivos cuerpos en busca de algo que yo no lograba descifrar, hasta que entendí todo cuando sacó una caja de cigarros y un encendedor del bolsillo del más viejo, y desesperada empezó a fumar. Luego les sacó un arma, dejándome sorprendido. Estúpidos viejos, si la amenazaban con el arma probablemente la hubiesen vencido, pero al igual que yo la subestimaron y creyeron que ella no podría ganarles.
La diferencia es que yo no iba a terminar muerto; a esa mocosa yo la tendría sometida trabajando para mí sin importar las consecuencias.
Ocultó el arma en la campera que Liam le había dado, y yo suspiré con fastidio al verla agarrar esa pequeña bicicleta que había robado. Me parecía una situación completamente irreal, ella con su rostro angelical perfectamente daba la imagen de una pequeña niña felizmente dando un paseo y nadie se imaginaría que acababa de matar a dos personas y que, además, tenía un arma.
Ironías de la vida.
Continué siguiéndola, conteniendo una risa burlona las veces que la bicicleta no podía con el peso de su cuerpo y ella terminaba en el piso. Luego, me detuve a una cuadra de una farmacia, en la cual la vi adentrándose, y cuando escuché disparos y gritos supe lo que estaba sucediendo.
Por eso había agarrado el arma, para robar.
Fruncí el ceño enojado; ¿era tan habilidosa pero se olvidaba de taparse la cara al entrar a robar? Jodida estúpida, le enseñaría un par de lecciones cuando la agarrara.
El caos dentro de la farmacia no duró mucho porque ella salió corriendo despavorida, sin siquiera subirse a la bicicleta, y yo notaba que estaba débil pues de vez en cuando se tambaleaba. Intrigado, empecé a trotar para no perderla de vista, preguntándome si ella había entrado ahí a robar plata o a robar drogas.
«¿A qué clase de drogas serás adicta, pequeña gatita?» pensé con sorna, pero mi pregunta se resolvió sola cuando se sentó en un callejón, con la respiración sumamente agitada, y acercó un inhalador a su boca.
No era drogadicta, era asmática.
Sin poder evitarlo empecé a reírme mientras caminaba en su dirección, y más me reí al verla levantar lentamente la cabeza, siendo consciente de mi presencia.
Pobrecita, su cara de sufrimiento casi consigue que le tenga lástima y la deje en paz. Casi.
—De alguna forma logras que mis perros te dejen libre, luego robas una bicicleta, matas a dos personas, consigues un arma, vas a una farmacia a robar, no te tapas la jodida cara dejando que todo el mundo te reconozca, y en vez de sacar plata o drogas sacas un inhalador— nombré una a una las cosas que la había visto hacer, sintiéndome extremadamente satisfecho al ver en su reacción que no se esperaba que yo la estuviese siguiendo— Eres un tanto especial, ¿no lo crees?
—Y tú eres un tanto acosador, ¿no te parece?— respondió débilmente luego de alejar el inhalador de su boca— El líder de una mafia siguiéndome entre los callejones. Cuando lo cuente no me lo van a creer.
—Te equivocas, pequeña. No alcanzarás a contarlo— dije cínicamente, acercándome velozmente a ella para que no se escapara, y sin dejarle oportunidad de responder coloqué un paño con cloroformo en su boca.
El producto no hizo efecto rápidamente, por lo cual me quedé mirando sus hermosos ojos hasta que perdió la consciencia. Jodida mierda, la muy perra era valiosa, al punto de que hasta tenía una mirada sumamente hipnótica, capaz de conquistar a cualquiera justo antes de clavarle un puñal en el pecho. Y eso, en mi negocio, me servía muchísimo.
Pequeña gatita, espero por tu propio bien que no vuelvas a tratar de huir, porque mi compasión se había ido al carajo.
⛓ ⛓
escribir este capítulo se me hizo re divertido 🖤🤧
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