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𝒄𝒂𝒕𝒐𝒓𝒄𝒆

Sydney

Al sentir que Shark se retiraba de mi habitación, y luego en la silenciosa mansión se escuchaban sus pasos dirigiéndose a la puerta principal, me levanté como un resorte.

Sí, me había quedado dormida, pero desperté cuando él me cargó, simplemente fingí seguir en el mundo de los sueños porque me daba flojera caminar por mi cuenta. Además, aunque no quería admitirlo, se había sentido bien estar entre sus brazos.

Bajé silenciosamente las escaleras, rogando que nadie viera lo que estaba a punto de hacer. Salí de la mansión, tratando de que Shark no descubriera que lo estaba espiando, y cuando lo vi subirse a una camioneta e irse, decidí hacer lo mismo.

—Buenas, buenas. Necesito que sigas a la camioneta en la que Shark se subió— le hablé simpáticamente a un conductor, que se encontraba apoyado sobre su vehículo mientras fumaba.

—¿Y eso por qué?— preguntó, desconfiado.

—Porque Shark así lo ordeno— le respondí, poniendo un tono dulce, y al ver que su expresión de sospecha no cambiaba, decidí seguir hablando:— Mira, me dijo que tenía algo que mostrarme pero que por seguridad deberíamos ir en camionetas separadas. Ya se está alejando y no sé la dirección del lugar al que va, ¿te vas a apurar o prefieres verlo enojado?

—Bien, sube— suspiré aliviada al escucharlo decir eso. Mis habilidades para mentir habían incrementado, y me sentía bastante orgullosa al respecto.

La realidad es que no sabía por qué estaba siguiendo los movimientos del tiburoncito, pero la curiosidad era más fuerte que yo.

La camioneta a la que me había subido había logrado seguir el rastro de la de Shark, sin embargo, le dije al chófer que tratara de pasar desapercibido. Obviamente el hombre hizo caso sin rechistar ni pedir más explicaciones, incluso aunque mi petición fuera extraña.

Era entretenido que estos hombres le tuvieran pavor y acataran todo lo que él ordenaba, incluso si era una mentira hecha por mí. Podría inventar "hey, denme todos los cigarros que posean, Shark dijo que lo hagan" y no dudarían en hacerme caso.

Maldito tiburoncito, tenía todo el poder con el que a mí me hubiese gustado crecer.

Cuando nos estacionamos en un rincón oscuro, me sorprendí al ver en dónde nos encontrábamos. Era una prisión, pero no cualquier prisión; era el lugar en el que habían puesto al hombre que me había criado.

Durante unos segundos estuve analizando la situación, armando mil teorías en mi mente, y luego llegué a la conclusión de que debía ser coincidencia. Conocía a Shark hace relativamente poco tiempo, y de mi amigo encarcelando no sabía nada hace años, no era posible que tuvieran algún vínculo.

—¿Y bien? ¿No te vas a bajar para ver que te va a mostrar?— me distrajo el conductor.

—E-en realidad me dijo que observara desde la camioneta, ya sabes, para que nadie me reconozca...— inventé, divagando— Pero ahora ya nos podemos ir. Ya vi lo que él quería que viera.

Observé la expresión de desconcierto del hombre a través del espejo, pero volvió a conducir rumbo a la mansión. Mi aventura había sido un fiasco, no había visto nada interesante. Necesitaba acción, y por suerte al otro día la obtuve.

Me levanté frustrada, el tiburoncito había organizado una reunión urgente con todos los de siempre; el viejo con cicatrices, el muñequito, el pelirrojo y el rubio tatuado. Sí, a todos les había otorgado un apodo.

En este último tiempo había aprendido que ahora yo formaba parte del círculo de confianza, por decirle de alguna forma. Claramente Shark no confiaba en mí, pero sí me incluía en sus planes, y con eso me bastaba.

—Obtuve información de Lydia— mencionó, dejándonos expectantes— No está muerta, está en coma.

—¿Cómo lo sabes?— preguntó Steve, mirándome de soslayo.

Bueno, la noticia no me había agradado en absoluto. Tanto me había arriesgado para que la misión saliera bien, y la peliazul seguía en el mundo de los vivos.

—Me enteré hoy, era información clasificada, evidentemente temen que alguien vuelva a querer matarla— respondió Shark, paseando su mirada por nosotros y deteniéndose en mí— Las probabilidades de que salga del coma son mínimas, pero no nos podemos arriesgar.

—Bien, entonces armemos otro plan— esta vez habló Michael.

—Ya armamos uno con Shark, anoté todo y cada uno tiene una copia para leerlo— le contestó Edward, y nos tendieron a todos la maldita hoja.

¿Era una jodida broma?

—Miren, yo sé que son bastante imbéciles, pero jamás creí que llegaran a tanto— los confronté, enojada y cruzándome de brazos. La atención de todos, menos de Steve, recayó en mis pecho, pero no me importó.

—¿Qué carajos te pasa ahora, Sydney?— me recriminó Liam, dirigiendo sus ojos a mi cara.

—¿¡Y qué mierda me puede pasar!? ¡Díganme ustedes, genios!— prácticamente chillé.

—Cállate la jodida boca y deja de actuar como una niña caprichosa sin justificación, te voy a terminar arrancando la puta lengua— dijo Shark, con su tono arrogante de siempre.

—¡Y yo te voy a terminar arrancando las jodidas bolas! ¿¡No ves que no puedo leer tu hoja de mierda!?

—¿Y por qué no puedes...? Oh— empezó cuestionando Steve en un tono de confusión, hasta que entendió mi queja y luego adoptó una expresión de culpabilidad en su rostro.

—Nos olvidábamos de que la jodida idiota no sabe leer— masculló Edward en tono burlón.

El ambienté quedó tenso, todos me miraban, y yo hice lo que mejor sé hacer: vengarme.

Con una sonrisa maliciosa en mi rostro, me aparté lentamente de la pared en la que estaba apoyada, y me acerqué al pelirrojo.

Él no se movió de su lugar ni intentó detenerme, sólo me observó cauteloso mientras me aproximaba a su cuerpo. Me coloqué de puntillas, porque el bastardo era alto, y empecé a recorrer su cuello con mis labios, acariciandolo.

Cuando escuché un ligero gemido de su parte, incrusté mis dientes en su tierna piel, sintiéndolo chillar enseguida. Tiró de mi pelo fuertemente, para tratar de que me alejara, pero seguí mordiendo, hasta que sentí el sabor de su sangre impregnar mi boca. Probablemente me hubiese dejado calva y yo le hubiese arrancado un pedazo de piel, si no fuera porque unas manos me agarraron firmemente desde atrás, deteniendo bruscamente mis acciones.

Me reí de forma cínica al admirar mi obra, lo había lastimado bastante y él no paraba de quejarse.

—No puedo leer, pero si puedo hacerte sangrar. No me provoques— le respondí, lamiendo los restos de sangre que habían quedado en mis labios.

Edward trató de abalanzarse hacia mí, pero Steve y Michael rápidamente lo sacaron de la habitación, mientras el pelirrojo no paraba de insultarme.

Quité de mi cuerpo las manos que me habían apartado del cuello del hijo de puta, y al darme vuelta observé a Shark a centímetros de mi rostro, mirándome seriamente.

—Tienes suerte de que evitemos que él te asesine— susurró el tiburoncito.

—No, él tiene suerte de que yo sea piadosa y no decida coser su boca para que deje de hablar mierdas— también susurré, sintiéndome impotente.

Nadie me trataría de ignorante en mi puta cara. Nadie era superior a mí por saber leer, y yo no era inferior a nadie por no tener una educación convencional.

—Bueno... Te voy a explicar el plan— dijo Liam, haciendo que mi atención se dirigiera a él. Su rostro era una mezcla de sorpresa y burla— El resumen es que Edward y yo distraeremos a los guardias de Lydia y tú la matarás.

—¿Por qué siempre la tengo que matar yo?— me quejé.

—Oh, vamos, no te quejes. Te gusta la idea de arrancarle un pedazo de piel a alguien, claramente te debe gustar la idea de asesinar— me contestó el muñequito, logrando que una carcajada saliera de mí. Tenía un buen punto.

—Cuando tienes razón, tienes razón.

—Acabo de conseguir que un médico del hospital acepte ayudarlos desde adentro— anunció Michael, volviendo a ingresar a la habitación.

—Excelente... ¿Cómo está Edward?— cuestionó Shark, y lo volteé a ver con mis cejas arqueadas.

—¿Acaso te importa?— lo confronté.

—No, en realidad no. Pero necesito que esté concentrado. La misión será llevada a cabo en un par de horas, no me sirve que esté empeñado en asesinarte. Aunque me haría un favor si lo hace— me contestó, desinteresado. Idiota.

—Por mí que se muera ese pelirrojo embrujado. Con su color de pelo nos da mala suerte, seguro es por eso que fallamos la primera vez que intentamos matar a Lydia— murmuró Liam, haciendo un mohín con sus labios.

—Basta, tenemos que centrarnos en el plan— ordenó Michael, y todos estuvimos de acuerdo.

Traté de mantener mi cabeza fría, pero no pude. La chica estaba en coma, más muerta que viva, y me sentía un poco culpable de tener que acabar con ella otra vez. Ya le habíamos quitado todo; su padre, su libertad, y finalmente le arrebataríamos su vida.

Al observar a Shark, el cual estaba serio y completamente dedicado a la conversación que estábamos teniendo, me pregunté cómo haría él para no sentirse mal al arrebatarle tantas cosas a personas que nunca lo habían dañado directamente, y que sólo habían tenido la mala suerte de nacer en el mismo mundo que él.

Sin embargo, lo comprendí cuando su mirada conectó con la mía y observé ese vacío en sus ojos.

Él no sentía culpa, porque él no sentía absolutamente nada.

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