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Capítulo 35: Variables.

—¿Por qué nos alejamos tanto?

—Para que nadie escuche nuestra conversación —responde Rubio, sin disminuir el paso.

—¿Quién nos va a escuchar si los chicos ya se fueron a dormir?—Gira la cabeza hacia la casa, ahora a varios metros de distancia, como si esa simple acción pudiera confirmarlo.

El hombre sonríe al inocente y estira el brazo. Presiona suavemente el hombro de Rui y lo acerca a su lado.

—Cuántas veces te lo tengo que decir —susurra, bajando los labios a la altura del oído—. Alguien podría escucharnos y sacar conclusiones erróneas.

Con una sonrisa casi burlona, eleva el pack de cervezas y lo apoya contra la mejilla de Rui.

El metal está frío; una suave escarcha cae lentamente por la superficie y moja su cara. Frunce el ceño molesto y mueve el rostro.

—Lo sé, aparta eso. —Golpea el pack que tiene en las manos contra el abdomen del otro—. No seas pesado, si seguís así, te quedas tomando solo.

Rubio vuelve a sonreír. Sabe que su pareja está tensa y aunque podría provocarlo más, decide no seguir insistiendo... por ahora.

—Lo que digas —responde con un tono juguetón, acercándolo aún más; la distancia entre ellos es casi inexistente.

—¿Hasta dónde pensás ir?

—Falta poco. —Mira hacia la arboleda, que ya está a unos pasos de distancia, y explica—: Vi un tronco que tiraron allá; podemos sentarnos ahí y hablar tranquilos.

Mientras avanzan bajo la noche, cualquiera que los observe podría experimentar dos sensaciones opuestas: admiración o temor. De entrada, proyectan una frialdad dominante, acentuada por las cicatrices que atraviesan sus cuerpos. Sin embargo, a pesar de su aspecto endurecido, Rui es más suave de lo que parece. Detrás de su fachada de macho curtido, es dulce, como un gran oso relleno de miel.

Rubio, en cambio, se ha convertido en una barrera impenetrable, un muro frío que apenas permite resquicios. Solo frente a Rui baja la guardia, revelando con él su verdadera naturaleza.

Es que, como hombres adultos que han rebasado las cuatro décadas, las apariencias son algo más que importantes, sobre todo en su línea de trabajo. Mantener esa imagen es indispensable si desean conservar su lugar en la cima de la cadena alimenticia. Y en esta pirámide, siempre habrá quienes busquen hacerles daño.

Por eso, ambos son cautelosos. Ahora que Rui ha comenzado a sentir que el equipo es su familia, una nueva ansiedad se ha instalado en él.

—¿Y bien? ¿Qué pensás de todo esto?

Rubio apenas desvía la mirada. Sabe hacia dónde va la conversación, pero prefiere esperar. Suelta un sonido pensativo, un "mmm" que no dice mucho.

—Esta operación está mal desde el principio. Al comienzo había un objetivo claro y ahora solo surgen más y más. ¿Qué están buscando? Es como si quisieran que falláramos. Y esas corporaciones, sabes qué Tucu tiene razón, están limpias.

Ambos finalmente se detienen al llegar al tronco caído. Rubio se sienta primero y abre una lata de cerveza, que le tiende a su pareja. Él se acomoda a su lado y acepta la bebida, tomando un sorbo mientras lo observa de reojo.

—Entendí cuando ordenaron que solo se revelara la mitad de los hechos sobre los Tapiete Llajta. Pero ahora, ¿esto? ¿En serio?

—La explicación del Tercero es que es la mejor alternativa para cubrirnos. Si algo sale mal, habrá otros a quienes responsabilizar. Y en cuanto a Vargas... cuando la verdad salga a la luz, sus contactos lo soltarán y sus inversores se encargarán de él. No necesitamos ensuciarnos más de lo necesario.

Rui lo observa en silencio un momento antes de responder.

—El primer plan era el correcto. ¿Cuál es la tasa de efectividad ahora?

—Si todo sale como está planeado, no deberían haber más de una décima de bajas.

—No puedo creer que el Primero apoye esto. Es decepcionante. De verdad lo es.

—Tienes que entenderlo. Hay cosas que son necesarias. Si fuera peligroso, sabes que serías el primero en saberlo.

—Me gustaría que definieras tu concepto de "no peligroso".

Rubio esboza una leve sonrisa, esa que siempre usa cuando quiere suavizar las cosas. Extiende la mano y rodea la cintura de su pareja, atrayéndolo a su lado.

—Es un plan bastante limpio. No debes preocuparte por esto.

Pero, ¿cómo no iba a preocuparse?

Está preocupado al punto que está molesto, al nivel que el presentimiento de que los están jodiendo se acrecienta con el paso de los días. Y ahí está a su lado, la única persona en quien confía, diciéndole que todo estará bien.

Rui está insatisfecho con esta conversación y con la situación en general.

—Al final, no dijiste nada nuevo —se queja, dando un sorbo a la lata antes de dejarla en el suelo. Luego, se levanta—. Espero que no menciones nada de lo que pasó esta noche; Tucu todavía es joven e idealista. Mañana hablaré con él y lo convenceré de que haga lo que ordenaron.

Sin decir nada más, comienza a caminar.

Rubio no intenta detenerlo. En cambio, apoya el codo en la rodilla y con un tono relajado, dice:

—Antes, al menos me preguntabas cómo me había ido en el día. Pero ahora solo te preocupas por otros. Soy un hombre tan desafortunado... ah... —suspira al final, sonando lamentable.

Rui apenas ha dado unos pasos cuando escucha esas palabras. Se da la vuelta y responde levantando el dedo corazón hacia su gran amor.

Al ver este gesto, la sonrisa de Rubio se amplía, sus blancos dientes brillan aún más bajo la luz de la noche. Inmediatamente baja la mirada y continúa con sus miserias.

—Ah, qué crueldad, eso realmente duele... Tenía algo importante que contarte, pero no sé si vale la pena. Mi pareja no valora mis esfuerzos; ni siquiera dijo un simple "te extrañé".

«Siempre lo mismo contigo», piensa Rui, entrecerrando los ojos.

—Habla —ordena.

—Cuánta frialdad... Hoy casi me rompes la nariz y me tratas así, tan distante.

—Si hubiera querido, ya no la tendrías. La habría arrancado de tu cara en un solo movimiento.

Ambos se miran fijamente; sin embargo, Rubio no se detiene y presiona un poco más.

—Soy un hombre golpeado... Qué vida tan miserable me espera. Ni siquiera finges que te duele herirme —susurra, con una voz que rezuma una provocadora falsa tristeza.

A medida que escucha estas palabras, los músculos de los brazos de Rui se tensan y las venas se marcan bajo su piel. Aunque lo quiere, esta es la parte de él que más lo descoloca: esa desfachatez descarada y esa picardía perversa. Siempre, incluso en momentos como este, logra manipular la conversación hacia donde desea.

—Edwin, ¿qué es lo que me ibas a contar?

Las comisuras de los labios de Rubio se crispan. Está llevando a Rui al límite y él se lo está advirtiendo. Al menos, de esta forma, logra que su pareja se olvide por un momento de su estado decaído. Ladea la cabeza y su mirada se vuelve más intensa. Sin apartarla, termina de beber lo que queda en el envase. Al mismo tiempo, con un movimiento del dedo, invita al otro a acercarse. Cuando lo tiene justo frente a él, con la última gota de la cerveza aún en sus labios, presiona la lata vacía en su mano. Eleva la vista y se encuentra con sus ojos.

—Dos cosas —murmura con voz suave. Recoge un par de cervezas del suelo y se pone de pie lentamente—. Solo dos, ¿quieres saber?

Ambos son prácticamente de la misma estatura y comparten una complexión similar. Rui lleva pantalones cortos y una musculosa suelta, pero a pesar de eso, irradia un aire más rudo. Con los brazos cruzados y tras un breve silencio, se burla:

—¿Dónde está la persona que conozco? ¿La cambiaron en el camino? —Baja los párpados y hace una mueca—. ¿Desde cuándo me permites tomar más de una?

—¿Quién dijo que podías beberla? Ya fui lo suficientemente tolerante en la cena. Sabes muy bien que no deberías... —Se detiene, buscando las palabras adecuadas para no arruinar el momento.

Para Rubio, la salud de esta persona se ha convertido en una prioridad, al punto de rozar el control obsesivo. Hace años, cuando ambos contrajeron aquel virus, Rui fue el que más padeció. Su corazón quedó con secuelas; un día, simplemente dejará de funcionar, sin más. Por esta razón, Rui no participa activamente en operaciones; su labor se limita al entrenamiento. Sin embargo, dada la magnitud de la situación, insistió tanto que Rubio finalmente terminó aceptando.

Rui observa al hombre que, hace unos momentos, estaba enérgico tendiéndole una trampa. Ahora, en cambio, se muestra deprimido y titubeante. Con un leve gesto, levanta la mano y suspira.

—Entonces, ¿qué quieres que haga con esto?

Los ojos del hombre brillan con entusiasmo. Como cualquier cazador que lanza una carnada, no hay mayor deleite que observar cómo lo que desea devorar cae en su trampa. Su sonrisa es tan amplia que Rui comienza a arrepentirse de haber sucumbido a esa actuación lamentable.

—Dos secretos, dos latas. Agárralas, una en cada mano y no las sueltes hasta que te lo indique. Si alguna cae, no podré revelarte uno de esos secretos; eso será tu culpa.

—¿Y el truco de esto es...? —intenta descifrarlo, aunque en realidad le parece una tontería.

—¿Truco? Es sencillo. O te acobardaste...

—Dame.

Con las manos completamente ocupadas, se ve obligado a dar quince pasos hacia adelante con los brazos estirados. Al llegar al árbol, se da la vuelta.

—Listo, ¿y ahora qué más...?—El hombre ya está a su espalda; menos de medio metro los separa—. Edwin, espero que no sea lo que estoy pensando, porque te juro...

—¿Cuándo te he mentido? —La voz de Rubio resuena antes que sus pasos—. Date vuelta y mira hacia adelante.

Al hacerlo, siente cómo el pecho del otro presiona contra él. Rui mantiene el silencio y la postura. Mientras tanto, acorralado, las manos del hombre rozan su hombro y descienden por sus brazos. En un movimiento rápido, tira hacia atrás las lengüetas de metal.

"¡Clack!" "¡Clack!"

De repente, la espuma brota de los orificios. El líquido dorado burbujea y se derrama por los lados. En ese instante, un amargo aroma a cebada y lúpulo inunda las fosas nasales de Rui, provocando una sensación de sequedad en su garganta.

—Te recomiendo que no te muevas. Si cada una llega a la mitad, contaré eso como que perdiste.

—¡Edwin!

El reproche se queda atascado en su garganta sedienta. La mano de Rubio cubre su boca y con un movimiento brusco, desvía su rostro hacia un lado.

Sus lenguas se encuentran en un beso profundo. Cada movimiento de sus labios es exigente y posesivo, y Rui siente el sabor de la cerveza aún fresco invadiendo sus sentidos.

El hombre se aparta solo un momento, sus ojos oscuros fijos en los de su pareja. Desborda un deseo que no necesita ser expresado, pero es alguien que prefiere verbalizar sus sentimientos en lugar de reprimirlos.

—Diecisiete días sin verte. No te das cuenta de que cuando dices mi nombre, lo único que logras es ponerla dura. —Sin darle oportunidad de responder, se inclina de nuevo y atrapa sus labios en un beso hambriento. Desciende lentamente la mano desde el cuello hasta el pecho, como si deseara sentir el latido acelerado del corazón de su pareja—. Es momento de comenzar —murmura, alejándose con lentitud y sonriendo—. No olvides mantener la postura.

Con la respiración entrecortada, Rui se esfuerza por sonar molesto.

—Entonces no me distraigas...

Rubio retrocede dos pasos y con un movimiento suave de su pie, guía a su pareja hacia una apertura en Kiba Dachi. Esta postura presenta una variante: ambos brazos están extendidos hacia adelante y rígidos, cada mano sostiene una cerveza. Las piernas están separadas y las rodillas ligeramente flexionadas, al mismo tiempo que la espalda se mantiene recta y la cadera desciende en una posición neutral, apuntando al frente como si estuviera sentado.

El cuerpo de Rui proyecta fuerza y equilibrio, mientras su concentración lucha por no ceder ante las provocaciones del otro.

Ninguno de los dos pronuncia palabra durante largos minutos.

Las latas en sus manos se entibian y la humedad en la palma vuelve resbaladiza la superficie metálica. Pequeños destellos de luciérnagas giran a su alrededor, mientras el calor se vuelve denso y pegajoso. Mosquitos hambrientos rondan su cuerpo, pero él permanece ahí, como si no sintiera nada.

El hombre se coloca a su lado. Sin previo aviso, acaricia lentamente su abdomen firme.

—Si estás cansado, podés abandonar ahora mismo —dice, con un brillo travieso que asoma en sus ojos mientras su mano explora con mayor ahínco.

—¿Estás bromeando? Esto no es nada.

—Lo sé... —dice al pasar su mano sobre el pectoral del otro. Cada músculo se tensa bajo su toque y con una sonrisa que roza lo peligroso, añade—: creo que ha llegado el momento de sumar un poco de complejidad a esto. Así que, estirá las piernas e incliná la espalda unos 30 grados hacia adelante.

Se posiciona detrás de él, atento a cada movimiento. Tras darle la orden, recuerda lo que mencionó antes.

En realidad, iba a decirlo de todos modos, pero con el evidente estrés de su pareja, solo buscaba aligerar un poco el ambiente. Además, debe empezar a hablar si no quiere que Rui se enoje de verdad.

Las yemas de sus dedos recorren lentamente la línea media de la espalda, ofreciendo un contacto suave que provoca un leve cosquilleo. Su boca asciende hasta el oído.

—Esto me trae viejos recuerdos... —comenta, aunque rápidamente regresa al tema inicial—. Vas bien. Te diré el primero, así que presta atención porque no lo repetiré.

Rui gira la cabeza hacia el otro lado y las últimas palabras caen sobre el costado de su cuello. Al notar el efecto que provoca, Rubio no tiene intención de detenerse. Se inclina aún más, dejando que sus labios rocen seductoramente la piel de la nuca.

Simultáneamente, algo pesado se apoya contra las caderas de Rui, haciendo que sus hombros tiemblen. La mano de Rubio es fuerte, con dedos largos y gruesos, marcados por cicatrices y callos. Con un movimiento lento, levanta la musculosa e introduce ambas manos, permitiendo que sus palmas recorran el vientre.

—Cuatro días antes de la operación voy a dejarte algo en donde ya sabes.

Presiona y frota suavemente con los pulgares, generando una corriente de calor con cada roce. Una fina capa de sudor brilla en los hombros de Rui. Las cicatrices, de un tono más oscuro que su piel trigueña, contrastan visiblemente. La textura es lisa y la calidez del otro acaricia cada una de ellas. Sigue las líneas que ascienden hasta perderse en el pecho.

—No le digas a nadie que vas a buscarlo. Cuando preparen todo para alcanzarnos, llévatelo contigo.

El cuerpo de Rui se mantiene rígido, esforzándose por conservar el equilibrio y la firmeza en sus brazos. Permanece en silencio, asintiendo apenas con un leve movimiento de cabeza. Delgadas gotas caen de su cabello negro y corto.

Rubio desliza la lengua, lamiendo y besando suavemente la nuca. Su boca recorre con lentitud el costado hasta llegar a la oreja, donde succiona y muerde. Su voz es cálida, profunda y baja.

—Nadie debe verlo ni saber de el. Si preguntan, responde a la ligera. Y si alguien lo descubre, solo di que seguías mis instrucciones, que no sabías nada.

Con los párpados cerrados, intenta concentrarse, pero la persona detrás de él presiona sus caderas, frotándose con insistencia. A pesar de sus esfuerzos, sus palabras titubean levemente.

—¿Q-que es...?

Incluso antes de que termine de preguntar, las yemas de los dedos del hombre descienden, trazando un lento camino desde el vientre hasta la ingle. Es apenas un roce, un contacto mínimo que sólo intensifica el deseo expectante. Rubio inclina la cabeza, apoyando su mejilla justo en el centro de la espalda. La respiración atraviesa la tela y se filtra en la piel, provocando un temblor en la hasta entonces recta e imperturbable columna.

—Mmm... un "por si acaso"... digamos que, tal vez, allá arriba estén pensando en usar un nuevo desarrollo, aún en fase beta, solo para esta ocasión.

La mano izquierda, que hasta hace un momento estaba presionando la cadera, pasa por la apertura de piernas. Con el dedo índice y medio presiona el perineo. La delgadez de la tela ayuda a que el toque se sienta como si no hubiera nada de por medio. Sin sentido de la consideración, tantea el escroto y lo presiona un poco. Ejerciendo algo de fuerza, lleva a Rui hacia su cuerpo.

Él otro hace un paso hacia atrás mientras jadea.

—¿Por qué...? —murmura, apenas recuperando el aliento—. Es complicado... usar un arma sin probar en medio de una operación.

Una sonrisa sesgada asoma en los labios del hombre. Su índice derecho acaricia, despacio, muy despacio, la línea central del miembro rígido.

—Precisamente por eso debes llevar lo que he preparado. —Sus cinco dedos rodean la extensión a través de la prenda, ejerciendo una presión constante—. ¿Más preguntas? ¿O puedo seguir hablando?

Sin pedir permiso, abre los pantalones de Rui y tira de la ropa interior.

—Ah... espera... —alcanza a decir antes de que su pene quede expuesto al aire—. No, ahora no...

El miembro caliente tiembla en la palma de la mano. Él

lucha por contener los gemidos al mismo tiempo que Rubio acaricia la curva justo debajo del glande. El líquido pre seminal se concentra en una jugosa gota en la punta y el hombre juega con ella usando el pulgar.

La áspera piel rosa la suave, enviando fuertes corrientes por las extremidades de Rui. Sin poder controlarlo presiona las bebidas.

Dos sonidos de ¡Crunch! acompañados de un ronco ¡Nngh! suenan antes de que el líquido cayera por sus manos. El aliento caliente se filtra por sus labios entreabiertos y las piernas tiemblan con cada contacto.

Rubio suelta gemidos bajos, su boca recorriendo la nuca de Rui, mordiéndola despacio.

—Ed-Edwin... aah~

La voz de Rui suena ronca y su cuerpo se estremece bajo la constante estimulación. Es una abstinencia de más de dos semanas y el roce de la piel en la palma rápidamente se convierte en un sonido húmedo.

—Hmm, Edwin, no... ah, ah...

No es que no quisiera, pero necesita saber qué está pasando. Su mente está dividida: mitad atrapada en la excitación, mitad atrapada en los problemas que desconoce.

—Habla, ter-termina de hablar...

La cintura del hombre se mueve con un ritmo intenso en respuesta. Su miembro duro y palpitante se frota con una fuerza que hace que su respiración se vuelva pesada. Su rostro, normalmente rudo, está empapado de sudor y en este momento, su expresión parece más feroz de lo habitual. Cada poro de su piel exuda un deseo crudo.

—Bien... pero no te olvides de quedarte quieto.

El silencio que sigue hace que la respiración de Rui se escuche más fuerte.

La mano de Rubio permanece firme sobre su miembro, ejerciendo una presión constante que no cede. A su espalda, percibe un leve movimiento. Segundos después, escucha un crujido plástico, acompañado de un desgarro sutil.

Primero escucha ese crujido, seguido de un breve "rasp": un sonido rápido, seco, que se repite dos veces.

La segunda vez, el sonido viene acompañado de un movimiento que no resulta inesperado.

El pantalón de Rui se baja, dejando al descubierto sus redondas y fibrosas nalgas.

A estas alturas, ya puede imaginarse...

—Uhh... —su voz tiembla al sentir el dedo que sondea entre sus glúteos—. No ibas, aha... hablar...

—Claro... no te preocupes, solo relaja el agujero mientras te cuento a detalle —explica dulcemente, introduciendo lentamente el primer dígito en el estrecho espacio.

El grueso y áspero dedo penetra con rapidez. El cuerpo de Rui reacciona ante la invasión, moviéndose hacia adelante involuntariamente.

Rubio sonríe satisfecho y reinicia el vaivén de su palma sobre el pene de su pareja.

—Una de las cabezas lo propuso y la otra lo apoyó. El Primero no tuvo forma de revertir esa decisión...

El segundo dedo, cubierto de escaso lubricante, ya está a medio camino dentro. Usa el pulgar para relajar la abertura desde afuera, a la vez que frota y expande desde adentro.

—El equipo dos, los que están afuera, ya tienen acceso a las muestras. —Inserta el tercer dedo lentamente, dibujando círculos y estimulando el interior—. Las probaron y dieron el visto bueno...

La respiración de Rui se vuelve entrecortada, cada movimiento de Rubio lo estimula más y más. Intenta concentrarse, pero los sonidos húmedos y sus propios gemidos lo desconcentran. Los músculos de su torso se contraen cuando el hombre fricciona su punto dulce.

—Ah, sigue así, ugh... no, quiero decir... sigue hablando.

—Rui...

Por un momento, la expresión del hombre cambia y sus movimientos se detienen. Besa el cuello de Rui con ternura, como si las palabras que va a pronunciar merecieran la pausa del momento, como si supiera que su pareja no recibiría bien lo que está a punto de decir.

—Rui... Rui... —susurra en su oído, suave y cálido—. Ni a Luthi, ni a Tucu, ni a nadie. Nadie debe saber y mucho menos ver lo que llevamos, ¿entiendes?

Rui deja escapar un suave "ah..." al darse cuenta de que debe guardar el secreto de los más jóvenes. Es inteligente y sabe leer entre líneas cada palabra de Rubio. Sin embargo, eso no significa que ocultarlo no le pese en el pecho. Esconder, omitir o mentir a su equipo implica demasiado.

Y todas esas implicaciones son dolorosas.

Pero la más importante es: desconfianza.

Una tristeza repentina se aloja en su corazón.

Su familia, su pequeña familia...

El sudor se enfría de golpe y sus gruesas pestañas bajan lentamente, acompañando la caída de los brazos que, hasta ese momento, se habían mantenido firmes.

El juego ha dejado de ser un juego...

Rui puede entender por qué Rubio intentó distraerlo para decir estas cosas. El hombre solo quiere que la verdad le llegue al corazón de una manera más suave.

—Comprendo.

Tras un momento de silencio, Rubio toma a su pareja por la cintura. Lo da vuelta con una fuerza que desestabiliza su equilibrio y las latas vacías caen al suelo.

—Bebé... perdiste.

Rui, que hace un segundo estaba deprimido se da cuenta de dos cosas.

La primera es que las cervezas que había mantenido en alto con tanto esfuerzo ya yacen en el suelo.

La segunda es que este hombre... su rostro se torna agrio.

—¡No me digas así! A nuestra edad, es asqueroso.

Al ver el pene que abandonó su hermosa dureza, Rubio se quita la camiseta. Revela un pecho amplio de músculos definidos, duros como una roca. Estos brillan con un velo húmedo bajo la suave filtración de la luz lunar. Su piel de ébano resplandece de manera erótica.

—¿Por qué? Me gusta decirte así. —Pasa la mano por su cabello de corte militar. Una sonrisa pícara se forma en sus labios carnosos y suaves—. Además, no deberías enojarte. Perdiste, y voy a darte una oportunidad. ¿O acaso olvidaste que aún queda un secreto?

En un movimiento rápido, lo presiona contra el tronco del árbol y lo besa profundamente.

No es que no le importen los sentimientos de esta persona; al contrario, le importan demasiado. Lo ama con una intensidad sofocante.

Antes de llegar a este lugar, se debatió en su mente sobre cómo explicarle las cosas.

En realidad, él no puede decirle todo, pero... es Rui.

Ellos solo se tienen el uno al otro.

Ambos confían el uno en el otro.

Aunque solo puede revelar la verdad a medias, prefiere esto. Nunca podría mirarlo a los ojos si tuviera que mentirle u ocultarle algo.

Rui corresponde, sus manos acarician el cuello de Rubio antes de bajar hasta su espalda, presionandolo firmemente contra su cuerpo. La respiración de ambos se vuelve densa, impregnada de un deseo creciente, mientras enredan sus brazos en caricias apasionadas. Alternan entre toques suaves y movimientos rudos, mientras sus lenguas se saborean y mordisquean simultáneamente.

Con ambas manos el hombre presiona y manipula la carne fibrosa de los glúteos. Baja rápidamente los pantalones cortos junto con la ropa interior.

Rui en consecuencia alza el pie y se libera completamente de lo que cubría la parte inferior de su cuerpo.

—Espero que sea algo bueno lo que vayas a contar.

Esas palabras significan que está dispuesto a seguirle la corriente. Extasiado, el hombre lo agarra con fuerza levantándolo hacia arriba. Colocando las piernas alrededor de su cintura, golpea nuevamente la espalda de su pareja contra el tronco del árbol.

Presiona y eleva los glúteos y en un movimiento ágil, se introduce hasta la mitad.

—Ah~ mngh... despacio, idiota...

El gemido de Rui se escapa entre sus labios, mezclando placer y regaño. Su cuerpo reacciona ante la invasión, sintiendo cada milímetro del falo grueso y largo que lo apuñala. El deseo se entrelaza con su esencia, revelando su lado más rudo y salvaje. Clava las uñas en los músculos de la espalda de Rubio y le muerde la manzana de Adán.

El hombre jadea y su respiración se acelera. Traga saliva con una ansiedad que lo consume mientras aguarda que ese cálido y estrecho espacio comience a reclamarlo por completo. Exhala lo suficiente para que su aliento acaricie la frente cubierta en sudor de quien lo sostiene entre sus dientes.

La lengua suave de Rui recorre lentamente la mandíbula, mordisqueando y chupando con fuerza. Cuando se aproxima a los labios de Rubio, una contracción interna lo hace detenerse. Incapaz de contenerse, echa la cabeza hacia atrás y suelta un gemido profundo. Su cuerpo responde de manera involuntaria; eleva ligeramente las caderas en un impulso instintivo de escape.

Rubio mueve su mano alrededor del pene a medio endurecer y comienza a un ritmo lento y envolvente. Sube y baja, disfrutando cada cambio en la expresión de su pareja. Con cada movimiento, se adentra poco a poco en esa estrechez.

Con cada uno de ellos, la presión del canal caliente aumenta. Envuelve el gran pedazo de carne y lo succiona hacia adentro.

Ante el estímulo, el pene comienza a hincharse de nuevo.

—Ah...

En la palma de Rubio el miembro late con vida propia. Más y más ardiente con cada segundo que pasa. La piel sensible del glande y los testículos pulsan bajo su toque. Una fricción lenta, deliciosa, como un fuego que asciende sin prisa. La humedad del contacto envía una corriente que se esparce desde el vientre de Rui, subiendo con una intensidad febril por su columna.

El placer se acumula, extendiéndose hasta empapar el miembro que lo invade por completo.

Rui apoya la barbilla en el hombro de Rubio y gemidos bajos escapan de sus labios.

Él detiene el embiste un momento, lo agarra del cabello y hunde su lengua en un beso devorador. Cuando lo suelta, ambas manos se aferran al culo de Rui. Lo abre con fuerza y empuja su gruesa verga hasta el límite.

Cada embestida se vuelve más intensa que la anterior, sacudiendo el cuerpo de su pareja sin piedad.

La cadera fuerte de Rubio arremete sin tregua, entrando y saliendo con rudeza . El calor de la fricción se dirige justo al punto donde Rui no puede contenerse y humedece sus labios, anhelante.

Gemidos roncos y masculinos se mezclan con el sonido rítmico del choque entre la pelvis y los glúteos. La piel se enrojece, arde y se entumece con cada embate.

El pene de Rui, al borde del clímax, se frota contra el abdomen firme de Rubio. La temperatura de los cuerpos aumenta y el sudor resbala por la piel morena, haciendo que vibre el deseo.

—Ah...

Con un último gemido el semen brota en varios chorros sobre Rubio. Ese vientre de ébano, ahora manchado en blanco, se contrae de éxtasis.

El hombre se detiene un momento, saboreando cómo el cuerpo de su pareja se desploma poco a poco contra él. Las últimas gotas de su eyaculación se vierten y finalmente se deja caer sobre el pecho de Rubio.

—Todavía me debés un secreto...

Rubio ríe entre dientes. Este hombre no olvida ni siquiera cuando se pierde en los últimos momentos de su orgasmo.

—Claro, bebé, ¿cuándo te he mentido?

Antes de que Rui tenga tiempo de molestarse, sostiene ese hermoso culo y lo eleva. Se adentra con fuerza hasta el fondo arrancándole un jadeo. Gruñe contra su cuello y lo muerde con fiereza; las embestidas se vuelven salvajes, sin tregua, cada vez más intensas. En el dorso de la mano de Rubio, las venas gruesas se marcan mientras manipula el cuerpo de su pareja.

Las piernas de Rui se aferran a su cintura intentando no caer.

Sin embargo, el hombre ignora este detalle. El gran pedazo de carne sale hasta el glande y vuelve a entrar por completo en un solo empuje. Maneja su cuerpo como si fuera una hamaca, subiéndolo y bajándolo sin piedad sobre su rígido miembro.

Entra y sale durante largos minutos, embistiendo hasta que finalmente llega a su clímax. Su pene se expande y eyacula en espesas cantidades dentro del látex.

Tras unos segundos, Rubio apoya suavemente la espalda de Rui contra el tronco y lo besa, degustando sus labios con ternura. Cuando se separa, una sonrisa asoma en su rostro mientras baja lentamente las piernas de su pareja.

—Rui... —lo llama, luego apoya su boca en el oído y susurra dos oraciones.

Al apartarse, se encuentra con el rostro de esta persona, aún abrumado y enredado en lo que acaba de decirle.

—Esto... esto...

—Sí, ¿estás de acuerdo, cierto?

—Yo...

La frente de Rubio toca la de Rui.

—¿Confías en mí?

—Sí —responde de inmediato, sin vacilar.

—Bien, porque yo solo confío en ti y de verdad creo que esto es lo correcto.

Rui acaricia el cuello de Rubio, sus dedos recorren la piel de su pareja mientras cierra los ojos, dejando que una ligera sonrisa se asome en sus comisuras.

—Está bien, si así lo decidiste. Estoy seguro de que lo pensaste demasiado. Me hubiera gustado saberlo antes; no tenías que lidiar con todo esto solo.

—Es que...

—No es necesario —interrumpe Rui—. Sé que no tuviste otra alternativa. Si la hubieras tenido, estoy seguro que me lo habrías dicho desde antes.

Ellos permanecen en silencio durante un tiempo.

La noche, aún en su punto intermedio, se extiende para ambos.

Las relaciones son diversas y complejas.

Ninguna es menos valiosa o insignificante; por lo tanto, cada una, a su manera, deja una huella que solo los años pueden dictaminar en cuanto a cuán gratificante resulta esa experiencia que se ha desvanecido o que todavía perdura.

Los corazones son como dulces y carnosas semillas, anhelantes de tierra fértil donde extender sus raíces.

Algunas crecen y se desarrollan entre la confianza y el respeto.

Otras maduran lentamente y algunas simplemente no florecen.

Existen aquellas que se construyen y destruyen mutuamente, atrapadas en un ciclo de amor y desamor.

Este sentimiento es tan individual que carece de fórmula.

Quizás pueda resumirse en la simple expresión de amar y ser amado.

Solo aquellos que aman y son amados pueden decidir si perecen o crecen juntos; solo el que necesita algo puede seleccionar lo que realmente se ajusta a sus deseos y carencias.

Sin embargo, la misma pregunta persiste en cada ser humano.

¿Cómo lograr que me ame?

¿Cómo puedo demostrar que lo amo?

No existe la respuesta lógica y genérica.

Cada uno debe batallar con ello y encontrarla acorde a la persona que ha elegido para entregar su corazón.

Rui y Rubio son de las parejas que implícitamente se entienden, se conectan y se apoyan.

Después existen las otras, dónde personas difíciles, encuentran a otras personas mas difíciles que ellas...

≪•◦♥∘♥◦•≫

Los días transcurren lentamente ambos. Octavio está sentado en la cama mientras Gio hojea un informe a su lado.

Así pasan las horas, ambos se quedan en esa dinámica: Gio conversa unos minutos y luego se detiene.

El profesor, por su parte, asiente o niega con la cabeza. Ahora emite algunos sonidos, aunque todavía son indistinguibles.

La mayor parte del día, ambos permanecen en silencio.

A veces, Octavio se esfuerza por mantenerse despierto el mayor tiempo posible e intenta, con gestos, que él le hable.

Tal vez porque se conocen desde antes, cada vez que el profesor hace esto, Gio trae al presente el pasado. Recuerda los mejores momentos de Octavio, cuando era el hombre que muchos admiraban.

En realidad, al profesor no le interesa escuchar sobre esa época; le provoca nostalgia y un dolor punzante en el estómago.

Pero en este mundo, no hay nada más doloroso que la agonía de no poder expresar sentimientos.

Menos aún explicar aquellos que son confusos para sí mismo. Así que, aunque pudiera hablar, no sabría ni siquiera qué decir.

Por lo menos, de esta manera, conserva el interés de Gio. Puede ver en su voz y en su forma de hablar cómo realmente atesora todos esos años que pasaron juntos.

Sinceramente, eso lo hace sentir miserable.

Porque Octavio, él realmente se había esforzado por borrar todo lo que significó Gio en esos años...

─•──────•♥∘♥•──────•─

Nota de autora:

Qué lindo es el amor~

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