Capítulo 27: Amar a alguien con todo el corazón es tan amargo.
"Nuestro destino grabado en una cicatriz esclavizada mientras nos destruimos mutuamente.
Descansa, mi amor. Ya he pecado lo suficiente para los dos, en el nombre del amor".
Motionless in White- Eternally Yours.
Gio está semi apoyado sobre su cuerpo, reteniendo las piernas de Octavio con las suyas.
La mirada del profesor se fija en su rostro, incapaz de apartarse. Es tan tentador; sus ojos son como las lunas llenas, redondas y resplandecientes. Incluso con uno parcialmente hinchado, brilla una vulnerabilidad mezclada con un deseo profundo y ansioso. Cada parpadeo evoca el aleteo de un pájaro herido buscando refugio y consuelo. El hombre no puede evitar sentirse atraído por esos ojos, una fuerza que lo arrastra; desea aliviar el dolor oculto tras esa dulce y excitante expresión.
Las lágrimas saladas, cálidas y cargadas de ansias tienen un sabor y un significado distintos. De todas las veces que ha llorado, esta es la única en la que no percibe odio hacia él.
Octavio tiembla con una intensidad que hace vibrar su piel, y él solo puede abrazarlo y corresponderle.
Con una mano acaricia la nuca del profesor, eleva su rostro y se introduce nuevamente. Lo besa fervientemente, mientras sus caderas se mueven por reflejo, frotándose contra él con cada respiración.
Es la primera vez que lo ve así, con esa mezcla de lujuria y desesperación. Ni siquiera cuando se enredaron en Edén pudo disfrutarlo de esta forma. La mente de Gio se sumerge en su propio mundo mientras sus instintos primitivos afloran. Muerde el mentón con intensidad y, tras unos minutos lo suelta.
Lo observa con la mirada de un depredador acechando a su presa. Cada detalle del rostro de Octavio es captado por el movimiento de sus iris oscuros. La respiración errática y la piel enrojecida solo acrecientan el calor incontrolable que se expande en la parte baja de su abdomen. El fuego que arde no es solo deseo, sino una llama que quema con la furia de la posesión, alimentada por celos, ira y amor.
Han ocurrido demasiadas cosas entre ellos, aunque sabe que él es el único que carga con estos sentimientos.
La combinación de todo esto volvería loco a cualquiera y Gio es así por naturaleza.
Si no estuvieran siendo escuchados, podría confesarle tantas cosas.
Hay tanto por decir y explicar.
Pero ahora, esta persona solo le pertenece a él. Está así por él y solo quiere tomar todo de él.
Octavio se aferra con la mano a su cuello y busca los labios del hombre, enredando nuevamente sus lenguas. Deja que el otro se lleve el oxígeno de sus pulmones; el aliento de ambos se combina y el miembro del profesor comienza a reaccionar. Embriagado por el calor, su herido corazón late desbocado y aunque su cuerpo adolorido responde con letargo, no puede contenerse ante la estimulación; sus movimientos son suaves y delicados.
Gio desliza la mano bajo la camiseta de Octavio, acariciando suavemente la cintura sin poder desprenderse de esos labios.
Un gemido ronco y masculino escapa de la garganta del profesor, rompiendo el silencio mientras aviva la necesidad ardiente del hombre que lo sostiene. Sus delgados dedos se enredan en el cabello negro de Gio; con la mirada brumosa, lo contempla, perdiéndose en esos ojos oscuros que parecen querer devorarlo.
Al menos esto parece real.
Se ha privado de tanto, sacrificando partes de sí mismo y aun así, este es el resultado: ha perdido todo, aunque quizás nunca tuvo nada realmente. Su mente es un caos dominado por la confusión. Ha engañado a todos, pero sobre todo a sí mismo, hasta el punto de que ya no sabe qué es verdad en su corazón.
Está exhausto; Octavio es una flor marchita, suplicando que alguien le devuelva la vida. O tal vez anhela que lo compriman hasta convertirlo en polvo, disperso en el aire como los restos de una flor deshecha. Así que se abandona, dejándose llevar sin resistencia, como pétalos arruinados que se desprenden y flotan hacia la nada.
Los delgados labios sangran un poco por la intensidad, las heridas recientes se abren de nuevo y el hombre los lame y vuelve a morderlos. Al soltarlos, la saliva de ambos aún está conectada en un fino hilo que Gio corta con la lengua, sin dejar de acariciar el rostro jadeante del profesor.
Es tan erótico y a la vez desgarrador que las yemas de sus dedos titubean por un momento. La mano se mueve a lo largo de la piel adictiva, recorre la mandíbula y roza las vendas del cuello.
El hombre sabe que el cuerpo de Octavio está en un estado complicado; las convulsiones y la medicación a la que ha sido sometido dejarán secuelas durante días. Sin embargo, es inevitable. Con cada roce, al sentir el cuerpo caliente del otro hombre, su deseo de hacerlo suyo solo aumenta. La mirada de Gio se vuelve ansiosa, pero sus palabras mantienen un tono juguetón y, hasta cierto punto, arrogante.
—Profesor, ¿qué está buscando? Si no lo dice, no puedo saber qué es lo que quiere.
Sin embargo, Octavio no responde. En realidad, se ha agotado de intentar hablar. Solo lo observa, como si a través de su expresión pudiera transmitir lo que desea que haga.
Gio esboza una sonrisa juguetona, permitiéndole un momento para que reflexione. Recupera un breve instante de lucidez y, con buena voluntad, decide detenerse. Se inclina hacia adelante, y el aliento húmedo cae sobre la piel suave de la mejilla del profesor.
—Solo debe decir: Gio cógeme y con gusto lo haré. Si no, la verdad es que estamos perdiendo el tiempo, ¿no le parece?
En otro momento, con menos que esto, Octavio ya habría apartado a esta persona de encima de él, lo hubiera pateado o al menos insultado.
Pero ahora no, no lo hace.
Realmente no puede soportarlo más, en silencio, eleva la pelvis y con dos movimientos lentos, frota el miembro del otro, que ya de por si está duro e impaciente retenido por los pantalones.
Frente a esto, Gio reflexiona un instante y luego sonríe.
Es una sonrisa dulce, pero lo que queda al final, es tristeza.
Lo conoce demasiado bien como para entender lo que busca. Aunque para él, Octavio significa algo más, comprende que muchas personas recurren al sexo para liberar emociones.
Al fin y al cabo, los seres humanos no son más que animales que pueden hablar y quizás razonar.
Luego de un mal día, todo lo que han retenido debe desbordarse en algún lugar.
Si esto es lo que necesita el profesor, él se lo dará.
Para Gio, el razonamiento es simple: está dispuesto a hacer cualquier cosa por esta persona.
No importa si Octavio es bueno o malo, si ha cometido errores o lo ha abandonado; no importa si lo odia, nada de eso importa.
Amarlo es una maldición incomprensible y contra natura.
Si tiene que arrancarse un brazo y entregárselo, lo hará sin titubear. Si debe morir por él, lo hará con una sonrisa. Hará todo lo necesario para Octavio, aunque el dolor lo consuma, porque si debe mentir y herirlo para protegerlo, lo hará sin dudar. Incluso si por el bien del profesor debe humillarlo, lastimarlo, o cortarle una pierna, también lo hará.
Lo que siente por el profesor es un fuego que arde incesantemente en su pecho. Es una llama que le hierve la sangre y quema su carne.
Es sencillo, Octavio debe vivir.
Fue la luz que descubrió en la oscuridad de su corazón y que no debe apagarse.
Es su todo.
Cuando lo conoció de niño, no comprendió ese sentimiento y esa necesidad. Pero luego cobró forma y pudo darle un nombre: amor.
Para alguien como Gio, ese sentimiento se experimenta de otra forma. No hay límites, ni racionalidad. No hay medicación que lo contenga y no hay personas que puedan quitárselo.
La única razón para controlar lo que siente es el propio Octavio.
Una vez se alejó y fue una tortura observarlo desde la distancia. Sin embargo, si el profesor estaba bien sin él, Gio estaba dispuesto a desaparecer de su vida.
El amor de un enfermo, quizás.
Él es consciente de ello.
A veces le gustaría ser normal.
Pero no puede evitarlo; lo ama al punto de matar o morir por él, lo ama hasta el límite de herirse todos los días con esta situación.
Hoy no debía terminar así; Octavio no debía pasar por esa prueba. Este resultado era inevitable.
Ahora ya no importa quién los observe, Gio quiere, al menos por esta oportunidad, amarlo como siempre ha querido.
Él sonríe nuevamente; es mejor no pensar en ello en este momento.
Retira despacio la camiseta y acomoda la espalda de Octavio sobre las almohadas. Coloca la mano izquierda herida a un costado para que no corra riesgo bajo ninguna circunstancia. Mientras pierde los minutos en ociosidades, el profesor no aparta la vista de él ni un segundo.
Observa sus movimientos, su cuello, sus hombros anchos y su boca. Octavio se relame ansioso el labio, enfriado por el abandono repentino. Si pasa más tiempo, comenzará a sobre pensar, y no quiere, ya no lo necesita. Él eleva la mano derecha y acaricia la entrepierna del hombre.
Al tacto, el otro cierra los ojos por un momento y al abrirlos, un deseo voraz se revela. Sin más dilación, se desabrocha la camisa con rapidez.
En cuestión de segundos ya está posicionado sobre Octavio de nuevo.
—No pienso detenerme, aunque grite o llore —advierte, mientras pasa el dedo índice y el medio por el centro del torso blanco, aún marcado con las huellas que él mismo dejó anteriormente.
El cuerpo del profesor se agita como una rama sacudida por el viento, moviéndose de manera involuntaria. Con un gesto casi automático, se cubre el rostro sonrojado con el brazo.
El hombre, incapaz de reprimir su creciente codicia, agarra la muñeca de Octavio y la coloca sobre su cabeza. Con la otra mano, presiona provocativamente los testículos y habla con un semblante victorioso, como si hubiera conquistado el cielo y la tierra.
—No te escondas, quiero que veas cuando te la entierre hasta al fondo y tu culo se llene con mi verga.
Era la dulce prosa de un animal inmerso en la expectación del momento. Sus oscuros instintos masculinos le hacen querer arruinar a este hombre tan duro y santo. Marcarlo como un perro en celo y mantener su semen incrustado en ese agujero para siempre.
Para Gio, no existe mayor plenitud que ver esos ojos llenos de lágrimas y satisfacción. Lo mismo sucede con esos labios, ahora hinchados por los besos y mordiscos; todo en este hombre le resulta extremadamente excitante y pierde la cabeza en cuestión de segundos.
Suelta la muñeca y besa su párpado, baja hacia la clavícula y el pecho. Se detiene allí por unos segundos.
—Su piel es tan suave, tan pálida —susurra, mientras acaricia uno de los pezones y se deleita con el otro.
El cuerpo de Octavio se tensa y los sonidos mudos se convierten en exhalaciones de aliento caliente. La columna se arquea y, sin pensarlo, acerca su pecho a la boca del hombre. Está inmerso en lo que cree producto del sueño inducido y se rinde ante sus propios deseos. Es un hombre arruinado que se construyó con un carácter fuerte y dominante. Si tuviera más energía en su cuerpo, las acciones hubieran sido diferentes; en su interior siempre alejará cualquier indicio de sumisión y si cede a ella, solo será para su propio beneficio.
Gio obedece servilmente y chupa el pezón suavemente, sus dientes rozando la piel que lo rodea. La lengua cerca el borde, lo succiona y luego lo mordisquea hasta que logra que se ponga erecto en respuesta.
La mano del profesor se aprieta en su cabello y baja hacia la curvatura del cuello. La yema de sus dedos roza la piel, deslizándose hasta el hombro y presionando con la escasa energía que le queda.
Al mismo tiempo que Gio cambia su atención a la otra protuberancia, la cadera de Octavio se balancea hacia arriba y no puede contener el gemido que se escapa de sus labios.
La sensación es asfixiante, intensificándose con cada segundo que pasa. Sumido en la creciente oleada de excitación, deja que su mano descienda lentamente por la espalda del hombre, sintiendo el calor de su piel y la firmeza de sus músculos. Fricciona la línea de la columna y el contorno del omóplato, mientras la yema de sus dedos tocan seductoramente, la fina capa de sudor que cubre cada centímetro de la amplia espalda de Gio.
Octavio percibe la tensión acumulada en ese cuerpo masculino, disfruta de los músculos bajo su palma y de la constante fricción del miembro endurecido.
La respiración de Gio es cada vez más pesada, y sus ojos cada vez más oscuros. Se aparta, dejando un rastro de marcas en el pecho y mira al hombre presionado sobre las almohadas. Sus genitales debajo del pantalón están rígidos y adoloridos.
No puede esperar a estar dentro de él, pero se contiene, quiere seducirlo hasta que se lo ruegue. Que le suplique desesperadamente que lo folle hasta la muerte.
Con una paciencia que el mismo desconoce de donde la ha sacado, recorre el cuerpo con besos y mordiscos, explorando las costillas y el abdomen con sus labios y lengua.
El aliento se desliza sobre el vientre de Octavio, provocando que venas largas azuladas se tensen sobre su translúcida piel.
La mano se desliza hacia abajo para acariciar uno de los glúteos, mientras la otra sigue la línea de la cadera. Gio no puede evitar sonreír contra la piel al sentir cómo el miembro de Octavio se retuerce con impaciencia, ansioso por liberarse.
—Estás tan duro...—susurra contra la tela, dejando que su aliento cálido y la vibración de su voz envuelvan el pene inquieto.
Su calma vuelve todo aún más tortuoso, intensificando con cada segundo que pasa un cosquilleo que se extiende por todo el cuerpo.
Esa serenidad hace que el deseo latente se mezcle con una dulce agonía. Con lentitud, desliza los pantalones cortos junto con los bóxers, revelando cada centímetro de piel blanca y suave.
Abre las piernas y contempla ese hermoso lugar todavía inflamado. La zona, ligeramente hinchada, exhibe un claro tono rosáceo que lo hace suspirar con frustración. Se maldice a sí mismo en silencio por su error anterior.
El pene de Octavio se alza en lo alto rígido y desbordado. Cada extremidad, cada músculo está tenso y adolorido, y el constante contacto de Gio solo lo intensifica, mezclando el desconsuelo con una perturbadora sensación de gozo que hace que se nuble su cabeza. Aturdido y con los ojos cerrados, apenas puede procesar lo que está ocurriendo.
De repente, siente cómo la punta de la lengua del hombre roza lentamente ese orificio oculto, explorando cada pliegue mientras las manos acarician suavemente la carne interna del muslo.
El pecho del profesor baja y sube, y el aliento escapa de su boca entreabierta.
Por momentos, Gio se inclina y muerde suavemente a escasos centímetros de la entrada, tomándose su tiempo, despacio, muy despacio.
La lengua caliente traza un camino desde el centro, ascendiendo hasta el escroto, solo para regresar y repetir el recorrido una y otra vez. Cada movimiento deja la piel húmeda y sensible, mientras una presión constante se mantiene en el miembro de Octavio que se endurece cada vez más, hinchándose con cada caricia, suplicante e impaciente por más.
Sin la menor vacilación, la lengua se desliza hacia el interior. Entra y sale en un ritmo cadencioso, succionando y lamiendo simulando el acto sexual.
Sin descuidar el órgano que palpita bajo su palma, cada movimiento deja tras de sí una sensación extraña y embriagadora, un picor que se extiende desde lo más profundo, volviéndose cada vez más insoportable. Lame el pequeño agujero enrojecido, sonidos acuosos brotan de entre sus muslos chupados y disfrutados. El hombre frota su pene con más y más pasión, y el corazón de Octavio arde con fuerza a punto de colapsar.
Gio se retira solo unos centímetros, y su mirada oscura y penetrante se clava en el rostro perdido del profesor.
Su pecho se llena de una sensación de felicidad inexplicable, con una expresión llena de autosatisfacción, saca la lengua, dejando que la saliva acumulada gotee lentamente. La lengua, larga y rojiza, recorre su grueso labio inferior en un gesto descarado y lleno de confianza.
Sin apartar sus ojos de Octavio, desliza la punta de sus dedos por la superficie rosácea y brillante, sintiendo cada poro palpitar bajo su tacto. Una sonrisa pícara se forma en sus labios mientras se inclina hacia abajo, dejando que su aliento acaricie el pene rígido del profesor.
La respiración desordenada de Octavio se vuelve cada vez más errática, y todo su cuerpo vibra ante la provocación.
Gio, lleva el glande a sus labios y deposita un beso suave en la punta, luego, sin prisa, lame el tallo con delicadeza.
Aturdido y consumido por la necesidad, el profesor no puede contenerse. En un impulso, se levanta un poco y enreda los dedos en el cabello negro de Gio, acariciando y frotando su cuello. Su excitación es tan intensa que su respiración se vuelve entrecortada, y sus ojos, fijos en el hombre, emiten una mirada penetrante y dominante, casi una orden silenciosa: Cómetela ya.
Pero las palabras se pierden en su garganta ya seca y rasposa. Solo queda el movimiento incitativo de su mano sobre la nuca de Gio.
Al sentir la presión impaciente, la virilidad del hombre se excita aún más y su deseo por provocar a Octavio solo se intensifica. Aunque ha logrado lo que quería, sus ansias no disminuyen, sino que crecen con cada segundo. Lame con calma la carnosa coronilla, mientras pequeñas gotas cristalinas comienzan a emerger de la uretra. Introduce la punta de su lengua en ese pequeño orificio, saboreando el líquido viscoso y transparente. Se extiende lentamente a lo largo del tallo, asegurándose de dejarlo completamente húmedo y brillante. Desciende hasta la raíz y abriendo la boca, chupa suavemente uno de los testículos.
Octavio cierra los ojos, sumido en la estimulante sensación, y suelta un suave gemido:
—Mmm...
Al escucharlo, Gio se devora el pene por completo. Sus ojos se entrecierran, y un ligero gemido escapa de su garganta, enviando un escalofrío por la espalda de Octavio. Sus labios rozan cada vena palpitante mientras saborea la extensión caliente.
La cabeza del profesor da vueltas, no puede despegar la vista del hombre, aunque no logra definirlo, es tan satisfactorio.
El calor y el erotismo en el aire son tan intensos que le derriten la cabeza. La forma en que las comisuras de los labios de Gio se curvan en una sonrisa satisfecha cada vez que baja y sube, la manera en que su lengua juega con el pulsante tallo, los restos de saliva que caen de su boca y la nariz, recta y bien definida, que se pierde entre sus muslos cada vez que baja hasta el fondo. Es una imagen que no llega a disfrutar por completo, pero el solo hecho de verlo a medias hace que Octavio no pueda dejar de observarlo.
El ritmo constante de los movimientos hace que la sangre le queme y el corazón le lata desenfrenado.
Es demasiado caliente.
El vientre de Octavio se tensa mientras el otro sigue comiendo de su verga sin detenerse.
La lengua de Gio gira alrededor de la sensible punta antes de llevarlo más profundo.
Sonidos bajos y rasposos emergen de Octavio, fusionándose con los gorgoteos de Gio; el ruido caótico y lujurioso penetra en sus oídos.
Con un agarre firme en las caderas del profesor, el hombre inclina la cabeza y hunde sus mejillas con cada succión.
Las caderas de Octavio se sacuden ligeramente y sus ojos se cierran con fuerza debido al placer.
El hombre sonríe con sorna alrededor del miembro en su boca, complacido por la respuesta que provoca. Con una mano libre, acaricia suavemente los testículos de Octavio y siente cómo se tensan.
Los gemidos del profesor se vuelven más intensos, y Gio siente su propia excitación aumentar.
El hombre se deleita al ver al profesor exhibir su placer, un marcado contraste con la figura pura y reservada que normalmente proyecta. Este espectáculo narcótico y adictivo lo embriaga con una sensación de poder irresistible. Cada gemido ahogado de Octavio, cada estremecimiento, le brinda una satisfacción perversa, como si él fuera el único capaz de llevar al profesor a tal límite. Con esta idea ardiente en su mente, Gio intensifica su succión.
La mandíbula se tensa hermosamente, y saliva desborda por las comisuras. Como si estuviera hambriento, su boca caliente y el pene igualmente caliente, es devorado con fuerza y al imitar el coito, los sonidos acuosos acompañan cada movimiento.
Se aparta brevemente para respirar antes de sumergirse de nuevo, tomando la longitud de Octavio aún más y manteniendo la mano en la base del miembro; el pulgar acaricia la vena que recorre la parte inferior.
Los largos dedos del profesor se aferran con fuerza al cabello de Gio guiando el ritmo y jadea con los ojos cerrados.
Él se ríe entre dientes alrededor del pene del profesor y las vibraciones hacen que corrientes eléctricas corran hacia sus extremidades.
El cuerpo sudoroso confirma a Gio que está logrando lo que desea. Acelera el ritmo y las caderas de Octavio siguen sus movimientos; el miembro entra y sale de la cavidad caliente.
Después de varios minutos, el semen brota, dulce y ácido.
Un suspiro de placer se escapa de sus delgados labios, mientras los últimos chorros espesos caen en esa boca sofocante.
Un hilo de semen fusionado con saliva cae por la barbilla de Gio, trazando un camino brillante hasta su nuez de Adán.
Cuando el profesor al final termina de liberarse, todo su cuerpo se descomprime por completo y suelta el cabello del que se había aferrado con tanta fuerza.
Sin darle tiempo a que se relaje. Gio toma la combinación del semen con su propia saliva y con ellos se dispone a introducirlos dentro de Octavio.
Los dedos de los pies del profesor se contraen y se clavan en las sábanas, cuando dos dígitos ingresan y juguetean en su culo.
La carne lujuriosa se retuerce salvajemente. La parte inferior está ligeramente adaptada, pero aún le duele. La insoportable combinación de dolor y excitación hace que la cabeza de Octavio dé vueltas.
Exhausto, su cuerpo sólo responde a la intrusión constante que no cesa. Gio introduce y retira los dedos; al principio con lentitud, pero pronto aumenta el ritmo. Gira los dígitos y los abre dentro de él, estirando la piel mientras presiona las paredes internas, calentándolas con la fricción. Los músculos internos se contraen, y con cada movimiento, expulsan el lubricante natural que facilita la entrada.
Las venas en los brazos de Gio se marcan, gruesas y palpitantes; el interior es tan cálido, tan suave, tan estrecho.
El sonido pecaminoso se intensifica con cada movimiento, y el hombre se deleita con la vista del profesor balanceándose, buscando que sus dedos se hundan más profundamente. Finalmente, Gio retira los dedos, permitiendo que el estrecho orificio de Octavio se contraiga alrededor del vacío repentino.
Ubica las piernas sobre su cintura. Lo sostiene con fuerza y en un movimiento agarra su polla dura y la frota suave y lentamente desde los testículos hasta la entrada hinchada.
La habitación está impregnada del aroma masculino del deseo y la mente de Octavio queda en blanco al sentir como esa cosa caliente lo fricciona.
Gio deja de juguetear, mueve su grueso glande y lo desliza una última vez.
Octavio tensa la mandíbula y sus cejas rectas se fruncen. De golpe siente la invasión repentina junto con el dolor y la conciencia vuelve de inmediato. El pene de ese bastardo es demasiado largo y grueso que a veces parece que solo quiere matarlo con el.
El pequeño agujero se estira alrededor de la gruesa longitud que lo invade. Cuando los músculos de Octavio se relajan, Gio empuja más adentro.
Una vena gruesa se marca en su cuello y su mirada se abruma de satisfacción al sentir el calor del estrecho canal, que lo envuelve por completo. Su nuez de Adán rueda y sus húmedos ojos negros lo miran fijamente. Se inclina sobre el profesor, perfilando con la nariz la mandíbula de Octavio. Al pasar unos segundos, el pene comienza a latir y expandirse. Sube la cabeza y besa la frente de Octavio, el puente de la nariz, los labios, la mandíbula, luego jadea y se extiende hasta su cuello, hasta su oreja, donde toma el lóbulo en su boca y lo muerde eróticamente.
—Esta tan apretado acá—murmura con voz ronca—. Profesor...Octavio... sólo puede ser mío...
Siente cómo el pene escarba profundamente en él, escucha internamente el sonido de las paredes que se expanden y las palabras que ingresan a sus oídos.
Todo esto hace que Octavio se estremezca debajo de Gio.
Él lo toma por la barbilla y bordea el labio inferior e introduce la lengua. Mientras lo besa, con la mano libre presiona la cadera y empieza a moverse. El pene entra y sale del cuerpo de Octavio sin detener su lengua vivida y juguetona. Devorándole la boca al mismo tiempo que golpea su culo rítmicamente.
El falo se introduce en línea recta y el profesor de a poco comienza a sentirse bien.
Lágrimas comienzan a surgir.
Gio admira el rostro lloroso de Octavio, sin detener el vaivén de su cintura y el cuerpo del profesor vibra satisfecho; el placer psicológico supera el físico.
Todo duele, cada una de sus extremidades arde con un dolor intenso. Pero ahora, al tenerlo dentro, todo lo que había sentido, todo lo que recordaba, se llena de calor con cada embestida de Gio.
Sin rastro de vergüenza, emite sonidos ininteligibles desde lo más profundo de su garganta. Su rostro, completamente rojo, está empapado en sudor, y gruesas gotas caen de su cabello.
Pero se esfuerza sumergido en la búsqueda de su propia satisfacción.
Baja hacia la garganta del hombre y comienza a besar el cuello. Es suave, y los labios húmedos y calientes dejan suaves roces.
Gio se detiene un momento, y los conectores de sus neuronas se rompen.
Su miembro comienza a latir ansioso y Octavio continúa con su seductora búsqueda, mordiendo lentamente la manzana de Adán, inhalando el aroma varonil de la piel del cuello.
Las comisuras de Gio se elevan y un gemido bajo brota de sus labios.
Este sujeto, tan casto, tan puro, tan reservado, acaricia eróticamente su pectoral y mueve su culo buscando el placer.
La mente de Gio titila en un rojo morboso.
Se aleja un poco y toma con fuerza los dos glúteos de Octavio, abre y cierra la apertura que aún contiene su pedazo de carne enterrado.
Eleva el rostro y traga saliva, mientras siente como las entrañas se estremecen con el jugueteo de su tacto.
El inhumano exhala profundamente y se mueve a los lados. El falo en línea horizontal abre la carne ya adaptada a su extensión.
Los gemidos de los hombres resuenan en la habitación, como el eco de dos machos sumergidos en un encuentro salvaje, donde el placer y la liberación se entrelazan en una cúpula primal.
Es la colisión entre la locura de un amor desbordado y la desesperada búsqueda del otro por aniquilar su dolor.
Los gritos afónicos de Octavio se intensifican con cada embestida, desgarrando su garganta con desesperación.
Luego de perforarlo por varios minutos se inclina nuevamente, y Octavio vuelve a tomar su espalda.
Sus uñas se clavan y rasgan la piel mientras él golpea ese punto tierno dentro de su cuerpo que nubla su visión.
Las piernas debilitadas de Octavio se esfuerzan por mantenerse firmes, apretando la cintura de Gio en cada movimiento.
—Ah, mierda, me la estás agarrando muy fuerte. No voy a ir a ninguna parte.
La voz de Gio se convierte en una risa ronca contra el cuello de Octavio. El pecho de ambos brilla de pasión; húmedos y calientes se frotan íntimamente. Los corazones de ambos bombean con fuerza, resonando en el otro.
Con una sonrisa descarada, el hombre acelera el ritmo de sus caderas. El denso pedazo de carne se introduce con una fuerza que hace que la cama cruja debajo de ellos.
La respiración de Octavio se transforma en jadeos cortos y entrecortados. Su cuerpo reacciona, el túnel se abre y succiona, mientras las paredes internas se contraen. Cada embestida desata oleadas de placer que recorren sus extremidades.
Gio lo besa desaforadamente, enredando sus lenguas y mordiendo sus labios. Lo besa hasta dejarlo sin aliento; empujando repetidamente en ese pequeño agujero hambriento.
La mente de Octavio está sumergida en la pasión y sus entrañas se contraen y se distienden provocando al invasor. El éxtasis se expande, y el punto dulce del profesor es penetrado una y otra vez.
El hombre levanta su torso, sin desprenderse en ningún momento. Cuando Gio entra profundamente y sale, pude ver una pequeña membrana mucosa roja.
Tan lascivo.
—Estas jodidamente caliente, ah, Octavio, ¿tanto te gusta comerte mi verga?... ah, tu culo de puta...
Originalmente, no tenía intenciones de ser de esta manera, pero el cuerpo de Octavio le funde las neuronas. Frente a esos sonidos acuosos de entrada y salida, su instinto animal aflora en su pecho. Mientras más se cubra de vergüenza y deseo, más quiere hacerlo llorar y romper su cuerpo por completo.
Gio se retira dejando solo el glande adentro; toma de la cintura de Octavio y lo eleva unos centímetros.
El profesor deja de respirar por un momento e inclina la cabeza hacia atrás. El hombre se entierra profundamente y los muslos de Octavio intentan cerrarse en respuesta.
—Abrí las piernas, mierda, se siente tan bien... ¿Lo sentís? ¿Cómo me devoras cada vez que te jodo? Ah, Octavio... O, estás tan caliente...
El pene del profesor se tensa mientras su estómago se retuerce. Siente los terribles movimientos que lo empalan, junto a la voz caliente que escupe vulgaridades, y...pierde la cabeza.
En un instante, todo el cuerpo se contrae en el intenso placer que sube por su columna y lo atraviesa hasta la médula. Se muerde los labios y tiembla. Los dedos de sus pies también se curvan y su cráneo se mueve de un lado al otro, mientras el otro sigue clavando su barra de carne de forma imperturbable.
—Mierda, O, mira como entra, tu culo nació para mi verga...
Las embestidas de Gio se tornan frenéticas. La brutalidad con la que lo penetra es tal que la visión de Octavio se desdibuja, su cerebro rebotando con cada impacto. Debido a que ya había eyaculado anteriormente y sumado a las secuelas de la medicación, su escasa fuerza física disminuye rápidamente.
El sonido de la carne chocando llena la habitación, acompañado por los gruñidos y jadeos que emiten ambos. Los glúteos de Octavio arden en un tono rojo intenso, brillando bajo la luz, cubiertos por una mezcla de sudor y fluidos. Gio se hunde en él con violencia, sus ojos clavados en el punto de unión entre sus cuerpos, cautivado por lo que ve.
Es tan caliente, tan hermoso.
—Eres tan... jodidamente... increíble.
La respuesta de Octavio se reduce a sonidos roncos y quebrados, su garganta ya está destrozada por la intensidad del momento. Pero no necesita palabras; la manera en que su cuerpo se tensa y se arquea bajo cada embestida es suficiente para enloquecer a Gio.
Los gemidos del hombre se vuelven más fuertes, la fricción entre ellos aumenta hasta volverse insoportable.
Cada vez que el pene empuja el punto dulce dentro de Octavio, el placer corre como una descarga eléctrica por sus extremidades haciéndolo temblar.
Las manos de Gio se clavan en su cintura, dejando marcas sobre lo que fue una piel blanca y pulcra. Sus ojos brillan con un deseo salvaje, y sus embestidas se vuelven aún más feroces.
Cada movimiento es como una declaración de propiedad, su pene hundiéndose en el cuerpo de Octavio con una fuerza que parece querer marcar su nombre en cada parte de su carne.
El miembro de Octavio alcanza el límite y su orgasmo se vuelca contra el abdomen de Gio. La cadera se sacude, y todo su cuerpo se funde en un espasmo agónico. Los músculos internos se contraen alrededor del miembro del hombre; se tensan y relajan a un ritmo que hace que la vara dura se sienta acorralada.
—Ah maldición, tu culo de zorra va a matarme, carajo —suelta una sonrisa divertida y autocomplaciente mientras respira entrecortadamente—. ¿Te viniste solo con que te la metiera? ¿Uhm? mmm...
Octavio dejo de prestar atención a sus palabras hace demasiado tiempo, su cuerpo aún es abrazado por la sensación de eyaculación.
Pero la mirada de Gio se ilumina con un hambre atroz al ver ese rostro satisfecho y desordenado. Se inclina hacia adelante, sus labios chupan el lóbulo de la oreja y luego susurra:
—Vas a sentir como me vengo dentro tuyo. —Presiona dos dedos sobre el vientre del profesor—. Te voy a llenar tanto...no desperdicies ni una gota.
La respiración de Octavio se entrecorta, su cuerpo todavía palpita con las réplicas de su clímax.
Las embestidas de Gio se tornan bestiales. El agarre en sus caderas se hace más fuerte y las penetraciones se vuelven más violentas y salvajes.
El profesor siente como el miembro se hincha dentro de él y la presión en sus paredes aumenta de nuevo.
Después de unos minutos, el pedazo de carne comienza a bombear desenfrenadamente. El espeso y abundante esperma caliente cubre las paredes del profesor. Vierte sin reparo, mientras las venas de sus manos se marcan y presiona la cintura de Octavio.
Un gemido largo se escapa de sus labios carnosos y gotas de sudor caen de su frente.
La cavidad caliente se aprieta a su alrededor de forma inconsciente, sintiendo esa abrasión que le funde las entrañas.
Permanecen así por un momento, disfrutando la culminación de su excitación.
El pecho de Gio sube y baja agitado y el cuerpo de Octavio ha drenado la última gota de energía que le queda.
Sus piernas se relajan y caen, y su cerebro fatigado empieza a nublarse junto a su visión.
La cabeza del profesor reposa a un lado e intenta reacomodar su respiración. Pero el hombre que aún sigue dentro suyo lo llama.
—Octavio, O...
La voz de Gio es infinitamente dulce. Mientras el profesor se estremece, el hombre sujeta con ambas manos el rostro de Octavio. Posa su frente sobre la de él y lo llama de nuevo para que le preste atención.
—O, escúchame por un momento...
La mente de Octavio está en blanco y sus ojos nublados. No quiere pensar, ya no, ya no más. Cierra los ojos en negación, «no ahora, no más palabras». Gio se apoya sobre el costado de su rostro, mientras gotas de sudor caen de su cabello hacia Octavio.
—Confía en mí, solo confía en mí...
La voz es tan suave y cálida, como el aleteo de una libélula que hace cosquillas en sus oídos, pero en su corazón es tan dolorosa, tan horrible.
La cabeza de Octavio ha perdido hace mucho tiempo una línea objetiva; se ha esforzado por mantenerse cuerdo durante demasiados días.
Gio le ha dicho cosas terribles, hiriendo su orgullo de formas irrecuperables. Lo ha reducido a la nada, lo ha tratado como a un viejo, insulso y sustituible.
Al pensar en esto, el corazón ya entumecido del profesor vuelve a doler violentamente.
Porque, aun así, a lo único a lo que se aferró en esos momentos más oscuros fue a este hombre.
Si no hubiera tenido sentimientos en su pasado hacia él, la historia hubiera sido diferente. Octavio es demasiado duro en su corazón, o mejor dicho, demasiado blando, y cuando eres tan frágil, solo queda protegerte y prevenir.
Es una persona que no quiere ni desea a nadie. Se ha formado a sí mismo para no sufrir otra vez en la vida. Teme más al abandono que a la propia muerte.
Ahora comprende que ha caído demasiado bajo, porque realmente quiere confiar en Gio.
Octavio traga saliva y abanica sus hermosas pestañas negras, «amar a alguien con todo el corazón es tan amargo». En la comisura de sus ojos enrojecidos se vuelve a acumular humedad.
Una apariencia miserable.
El pecho de Gio se contrae terriblemente al verlo, sintiendo que ha hablado de más o lo ha arruinado de nuevo. No puede explicarse, aunque es lo que más desea hacer desde el primer momento en que se reencontraron.
Los parpados están agotados, sin embargo, Octavio trata de enfocarse y acaricia la gasa en la frente de Gio que protege la herida que él le hizo.
Un sabor amargo sube a su garganta.
«Esto es mi culpa y no puedo volver atrás. Pero ahora yo puedo arreglarlo.
Puedo hacerlo.
Lo haré.
Pero no me dejes.
No me dejes...
s o l o...»
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Nota de autora:
S.E
0%
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