Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 24: No sirve.

Aunque no pueda describirlo, Octavio reconoce a la persona que ingresa. Es el guardia que siempre lo observa desde el exterior mientras Alan entra para asistirlo.

Es difícil definir cómo se siente ante este individuo. Es silencioso y no ha intentado lastimarlo. Obedece a Alan incluso cuando el profesor se pone agresivo.

Alto es precisamente eso, alto. No le sorprendería si mide más de dos metros; frente a él, su cuerpo famélico parece insignificante.

El profesor no se atreve a preguntar por ahora. Prefiere esperar para ver qué pretende.

Hace tiempo comprendió que tanto Alan como Gio evitan que otros tengan contacto directo con él.

Al pensar en Gio, Octavio inclina la cabeza por un momento. Quiere saber qué ha sucedido con él durante el tiempo que estuvo dormido.

La mano izquierda está envuelta en una venda blanca. Bajo esa protección, hay un leve rubor sobre la piel hinchada. Aunque siente malestar, parece que no hay fracturas.

Intenta ocultar el movimiento nervioso con la mano derecha, también vendada. Debajo de la tela, están los nudillos heridos e hinchados con abrasiones. Los cortes del vidrio dejaron una abertura profunda en la palma.

Las heridas provocan inquietud en el pecho del profesor, recordándole lo que ha hecho.

Los brazos del guardia, que estaban detrás de él, ahora se extienden.

Ante el movimiento, Octavio levanta el rostro. Alto sostiene una bolsa negra y una cuerda.

—Póngaselo usted mismo —ordena.

Las pestañas del profesor parpadean, una ligera humedad aparece en sus ojos. Toma la tela y el incesante movimiento de la mano se detiene.

La presencia de estos objetos solo puede significar una cosa.

Definir las emociones que lo atraviesan es difícil, ya que muchas se entrecruzan de manera espantosa.

La única razón para usar esto es que debe ir hacia esa habitación. Y en ese lugar solo hay una persona. Si ese hombre se encuentra allí, es que aún existe. Siendo así, al solicitarlo, es que al menos tiene intenciones de verlo. Por lo tanto, aún tiene posibilidades de hablar sobre las circunstancias que han causado todo esto.

Ha reflexionado demasiado.

Ahora que ha desterrado lo que siempre había ocultado, los sentimientos resurgen. Nunca pudo catalogarlos ni darles un nombre.

No, en realidad temía aceptarlo.

Sin embargo, ahora es peor que antes, porque emociones como el odio y el resentimiento han envenenado aquello que alguna vez consideró cálido y dulce.

Lo único que tiene claro es que está confundido consigo mismo y con las intenciones del otro. Si pudieran hablar como dos adultos racionales, quizás exista una pequeña posibilidad de aclarar algo.

Al terminar de ponerse la bolsa torpemente, Alto le dice que extienda las manos.

—De pie —indica, al terminar de atarlo con la cuerda.

Después de recibir un potente calmante que lo sumió en un sueño profundo durante día y medio, la mente y el cuerpo del profesor aún están afectados. Alan le ha explicado esto a Alto, por lo que debe ser paciente al trasladarlo.

Octavio experimenta una persistente sensación de somnolencia y una leve debilidad debido al prolongado reposo forzado. Sus pasos son lentos y torpes. Al subir al ascensor, su frente suda por la ansiedad que atraviesa su corazón.

Pero algo no está bien.

Octavio ya ha contabilizado previamente los pisos que asciende y desciende el ascensor por el sonido que hace al llegar a un nuevo nivel. Ahora, asciende uno más del que siempre se detiene cuando va a encontrarse con Gio.

Al dar unos pasos, sus fosas nasales se abren e inhala el aroma que atraviesa la tela.

Es diferente.

Por un momento se detiene, aturdido. El frío le recorre la espina dorsal ante la incertidumbre.

—Camine —ordena Alto.

El pecho de Octavio sube y baja. Está aterrado. La cuerda lo mueve hacia adelante y la planta de sus pies desnudos siente la helada cerámica con cada paso.

Escucha el abrir de una puerta y es empujado a entrar.

—Espere aquí un momento —dice Alto y cierra la puerta.

Por unos minutos se queda de pie, pero la curiosidad lo invade. Avanza a tientas y alza las manos atadas. Los dedos rozan la pared fresca y suave. Encuentra una silla, una mesa y unos estantes.

El perfume, ahora más intenso, se adhiere a su piel como una memoria olvidada. Para el profesor, ese aroma está arraigado a sus huesos.

¿Un laboratorio? ¿Por qué Alto lo ha traído aquí sin explicación alguna?

La puerta se abre de nuevo. Octavio se queda estático. Pasos ligeros se acercan hacia él.

¿Quién es? No puede saberlo; la oscuridad es total.

En estado de alerta, camina hacia atrás, se choca contra la mesa y cae golpeándose la cabeza.

Aturdido, siente la cuerda aflojarse.

—Profesor, ¿se encuentra bien?

Alan sostiene a Octavio y lo sienta. Retira la bolsa y el ojo descubierto se ajusta a la luz tenue del cuarto. La herida en su garganta palpita. Después de haber sido ahorcado y haber gritado con desesperación, las cuerdas vocales de Octavio están irritadas y doloridas. El esfuerzo vocal extremo, combinado con el daño físico y los rasguños en el cuello, dejó una considerable tensión en esa zona.

Le resulta difícil hablar con normalidad y experimenta molestias al tragar debido a la inflamación y sensibilidad en la garganta.

—¿Dónde estoy? —pregunta con dificultad.

El lugar parece un almacén de suministros médicos, con estantes llenos de frascos y equipos. El aire está cargado con olor a químicos.

Alan sonríe, se aparta y cuelga la bata blanca que llevaba puesta en un perchero. Saca un objeto del bolsillo y se dirige hacia el hombre confundido.

Se agacha y contempla el rostro de Octavio.

—Recuerda que le dije que debía esperar hasta que finalice el periodo de quince días de prueba.

El profesor emite un ligero sonido y aprieta los labios. Esto está tomando un rumbo previsible y no es positivo.

—Bueno, ha dormido por demasiado tiempo. Hoy es su tercer día con la segunda dosis de la solución en su torrente.

Se detiene para observar los gestos de Octavio y vuelve a sonreír.

—Este lugar está diseñado para controlar la evolución de su cuerpo. ¿Entiende lo que quiero decir?

El profesor solo asiente en silencio.

—Perfecto, ahora debo prepararlo para ingresar al laboratorio principal. Estaré a su lado en todo momento. Si algo llegara a suceder, estoy acá para usted —dice, buscando la mirada del profesor—. Confíe en mí, ¿de acuerdo?

Octavio intenta mantenerse imperturbable, pero no puede evitar sentirse inquieto. Por más palabras y acciones que el joven realice en su favor, no logra confiar plenamente en él; es solo un mal presentimiento, algo que no puede justificar.

—Comprendo —dice con voz temblorosa y ronca.

—Intente no hablar mucho, solo logrará que más tarde no salga sonido. —Se levanta del suelo y extiende lo que tiene en la mano—. Ahora procederé a cambiarle las vendas de la cabeza y el ojo. La zona está desinfectada, así que no corre riesgo de infección en su herida. También le dejo acá los lentes que se le rompieron hace unos días.

El profesor no sabe si agradecer o maldecir; ahora podría ver con claridad lo que le espera.

Asiente en silencio nuevamente.

Alan procede como prometió. Primero se encarga de las heridas del rostro, cambiando la gasa para que pueda usar los anteojos. Luego hace que Octavio se ponga de pie y comienza a desvestirlo.

Retira la camiseta y los pantalones, dejándolo solo con unos boxers bastante holgados.

Para el joven, esto es tan habitual que manipular el cuerpo del profesor se vuelve algo natural, delicado y ágil.

El profesor se siente incómodo ante este contacto. Cierra los ojos; aunque no ve, incluso la silueta borrosa le provoca escalofríos.

Sobre el torso desnudo, Alan coloca una bata hospitalaria blanca.

Cuando Octavio se da cuenta de lo que es tensa la mandíbula. Reconoce el propósito de esa prenda y por qué se la están poniendo.

La bata, hecha de un material suave y ligero, cae hasta las rodillas. En la parte posterior, Alan abrocha los lazos de tela, dejando la espalda del profesor parcialmente descubierta.

El joven hace que el profesor coloque las manos en sus hombros y le sube unos pantalones cortos de algodón. Lo hace despacio y sin prisa, rozando con los dedos la suave piel de los muslos.

Sin embargo, el profesor no presta atención a este contacto, ya que lo están vistiendo para facilitar el acceso a los diferentes puntos de monitoreo en su cuerpo sin obstrucciones.

Un ligero murmullo se escapa de sus labios comprimidos.

Alan observa el rostro disperso y tira del cordón del pantalón para ajustarlo. Necesita aplicar un poco de fuerza para que el cuerpo de Octavio dé un paso.

Al moverse, el profesor vuelve en sí.

Con su atención recuperada, el joven lo observa fijamente mientras anuda el cordón para que la prenda no se caiga. Luego, vuelve a sentarlo en la silla y le indica que se ponga los lentes él mismo.

Ahora Octavio puede ver perfectamente la pequeña habitación y la espalda del joven que se aleja y regresa.

—Falta lo último.

Con la vista clara, el profesor ahora puede ver los detalles de la persona frente a él, pero lo único que piensa es: demasiado joven.

El recipiente que tiene en la mano es apoyado en el suelo y vierte en él un poco de agua.

—Lamento si está un poco fría.

Toma uno de los pies de Octavio y lo introduce en la palangana. Con una fina toalla, comienza a limpiar el empeine. Ya se había encargado de su higiene previamente; solo necesitaba retirar las partículas de suciedad que se habían adherido en el trayecto hasta este lugar.

Los pies son blancos y suaves, la piel tersa al tacto. Incluso las uñas son bonitas y bien redondeadas. Talla meticulosamente y luego toma el otro.

El trabajo es delicado pero excesivo, haciendo que el profesor sienta una molestia; por reflejo repliega el pie.

Alan eleva el rostro para encontrarse con un ceño fruncido.

—¿Le hizo cosquillas? —Eleva la comisura suavemente mientras acaricia el tobillo con el pulgar—. Lo siento.

Alan vierte agua y luego seca los pies del profesor. Le coloca unos calcetines de hospital, gruesos y antideslizantes, con pequeños puntos de goma en las suelas para evitar que resbale.

—Listo, ya podemos irnos.

El cuerpo del profesor está rígido al ponerse de pie y exhala profundamente.

El joven se pone la bata, pero luego piensa en algo. Se la retira y la apoya sobre los hombros del profesor.

Cuando Octavio ve el logo de GSP en el bolsillo del pecho, siente náuseas.

—No —dice con una expresión de repulsión.

Alan rechista, pero no lo presiona. Sabe que hoy es un día en que Octavio comenzará a necesitarlo.

—Profesor —dice con una mirada profunda y un tono calmado—. No se lo mencioné antes porque no quería alarmarlo, pero esa persona está acá.

Al pensar en "esa persona", el profesor solo puede imaginar un sujeto específico. Antes tenía una profunda angustia en el pecho. «No lo mate», observa al otro y no puede ocultar el brillo ansioso en sus ojos. 

El joven malinterpreta esa mirada cargada de pesar y suspira.

—De verdad, me hubiera gustado dejarlo y no ayudarlo —explica apoyando las manos sobre los hombros del profesor—. Tiene que entender que solo soy un simple empleado. Si fuera por mí, le garantizo que el resultado sería el que usted intentó con tanto esfuerzo.

Octavio no comprende y antes de que pueda preguntar, el otro continúa:

—Igual, no debe preocuparse por nada. Cuando se encuentren ahora, entenderá por qué. No lo olvide, puede contar conmigo.

Él no sabe qué pensar o responder. Solo asiente, con la única certeza en su mente: Gio está vivo.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Al salir de la pequeña habitación, se encuentra en un pasillo de paredes blancas y suelos pulidos, iluminado por luces fluorescentes que proyectan una fría claridad. A medida que avanza, puede oír el zumbido constante de los equipos de alta tecnología, un sonido que reverbera en el silencioso subsuelo.

Las puertas se abren y lo recibe un aire esterilizado con un fuerte aroma a desinfectante que lo invade todo.

Al entrar, Octavio queda impactado por la vasta extensión del espacio.

El laboratorio está equipado con lo último en tecnología biomédica: mesas de trabajo llenas de microscopios de última generación, centrífugas y ordenadores conectados a redes internas seguras. En una esquina, una serie de tanques de criopreservación emiten un tenue brillo azul, mientras que en la pared opuesta, una gigantesca pantalla está configurada para mostrar gráficos en tiempo real de datos vitales y resultados experimentales una vez que inicie la prueba.

Es más de lo que había calculado.

Cuando su vista se posa en el centro del laboratorio, ve a Gio. Viste una bata de laboratorio blanca y perfectamente planchada, con un discreto logotipo de GSP en el pecho. Debajo, lleva una camisa y pantalones negros que realzan su figura atlética.

Su cabello oscuro está cuidadosamente peinado y una gasa delgada cubre una herida de unos seis centímetros de largo en su frente.

Al ver los moretones en el rostro de Gio, la piel de Octavio se eriza.

Mira hacia abajo y los dedos de los pies se aferran al suelo. La mano vuelve a temblar.

Alan toma del hombro del profesor y acerca el rostro para hablarle al oído.

—Tranquilo, estoy acá. Debemos acercarnos.

Pero esto no lo calma en absoluto. Mientras es llevado por el joven, vuelve a mirar hacia ellos.

Junto a Gio hay un hombre que no había visto antes. Es Erick, el psicólogo que participará en la prueba.

Viste de manera relajada pero profesional, con una chaqueta gris oscuro y unos jeans bien ajustados. La atención del psicólogo está centrada en una tableta, donde revisa los datos que le han proporcionado.

Entre ellos hay una camilla. En ella se encuentra Agustín, semiacostado. Este joven es el nuevo sujeto de prueba.

Gio se gira ligeramente al escuchar los pasos de Octavio, revelando un rostro frío e indiferente.

El profesor se detiene por la sorpresa; esa mirada es vacía, como si no alojara ni siquiera odio.

Erick levanta la vista de la tableta y le da un asentimiento de reconocimiento a Alan antes de volver a sus datos.

Posicionándolo en la camilla asignada, el primero en acercarse es el psicólogo.

—Bueno, este es el sujeto de prueba número uno —dice, deslizando los dedos por la pantalla e ingresando a la ficha del profesor—. Octavio, ¿cierto?

Él solo asiente con la cabeza.

Ante esta respuesta, mira a Alan buscando una explicación.

—Tiene dañada la garganta, le pedí que hable poco —explica mientras se inclina hacia el hombre en la camilla—. Profesor, él es Erick, va a hacerle unas preguntas antes de iniciar. Si se lo pide, por favor, intente no escatimar en palabras. Si le duele demasiado, avíseme y buscaré una forma para que pueda responder.

Erick mira a su amigo con asombro. Conociéndolo desde hace años, sabe que este interés en una persona no es bueno. Especialmente para alguien herido y en estas circunstancias. Se rasca la cabeza incómodo y retoma la conversación con Octavio.

—Debes responder las preguntas con absoluta sinceridad, ¿de acuerdo?

Voltea la mirada hacia su espalda y grita:

—Giovanni, ven un momento.

El cuerpo del profesor se pone rígido.

El hombre llamado tiene una expresión gélida y mira a los tres con desdén.

—Vamos a iniciar con él, que es el número uno. Necesito consul-

Gio interrumpe al psicólogo.

—Los datos recopilados están ahí mismo. Como mencioné antes, este sujeto de prueba ya no es viable. Pero si ustedes quieren desperdiciar el tiempo con él, háganlo. Todo lo relevante ya se los entregué.

—No solicitó tu punto de vista al respecto. Si Erick te pide información, debes entregársela.

—Me he dado cuenta de que mi opinión ha sido pasada por alto. Lo que me parece absurdo. La investigación es mía y ustedes están disponiendo de un cuerpo que no sirve. Lo único que hacen es perjudicar este proyecto.

—Vargas ordenó que se continúe con Octavio. Él ya lleva bastante tiempo con la solución, incluso tiene una segunda dosis.

—Como le mencioné a él, no sirve. Si quieren continuar, háganlo, pero no me hagan perder el tiempo.

Gio mira fijamente a Octavio.

—Desde un inicio él no entraba en los parámetros establecidos. Le informé a Vargas que prescindo de él. Esta persona es demasiado vieja y demacrada como para que me sea útil de cualquier forma. —Vuelve la mirada hacia Alan—. Así que no me interrumpan ninguno de los dos si se trata sobre él. Úsenlo como quieran, eso no es asunto mío.

Cuando el hombre se aleja, el profesor no sabe qué sentir ni qué pensar.

Una sola cosa es clara: lo han descartado.

A Gio, él ya no le importa.

─•──────•♥∘♥•──────•─

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro