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Capítulo 21: Él nunca se lo confesará.

Son casi las siete de la tarde. La espalda encorvada del hombre se despega del asiento. Los lentes reposan a un costado y un tenue matiz rosáceo invade el rostro que se esconde bajo los brazos cruzados. La pantalla de la computadora está negra, luego de que el dueño se rindiera frente al agotamiento.

Es septiembre; el clima ambivalente se carga de humedad en el departamento. Los sillones, las paredes, las cortinas, todo oscila en una opaca escala de grises, blanco y negro. Una pequeña maceta en el escritorio, que fue un regalo afectuoso de su estudiante, aporta algo de vitalidad al entorno.

En la cocina, un joven prepara dos tazas. El ligero sonido de la cerámica al posarse sobre la mesa se entrelaza con la melodía que sale del reproductor.

"This Romeo is bleeding. But you can't see his blood. It's nothing but some feelings. That this old dog kicked up."

El hombre va despertando de a poco, la espalda adolorida y la camisa un poco arrugada.

Frunce el ceño y acaricia su frente con la yema de los dedos. El aroma a café le recuerda que no está solo. Toma los lentes de inmediato y al levantar la vista, ve a Gio acercarse con una sonrisa y dos tazas en las manos.

—Ah, se despertó justo a tiempo. Le preparé un té.

El cerebro de Octavio no está completamente despierto, mira su reloj algo confundido.

"What I'd give to run my fingers through your hair. To touch your lips, to hold you near..."

El joven apoya la taza a su lado y habla con una expresión llena de orgullo.

—No se preocupe, aún es temprano y lo otro ya lo hice. —Ladea la cabeza y se inclina a escasos centímetros del hombre sentado—. ¿Se siente bien?

A decir verdad, tiene un terrible dolor de cabeza, además de una pesadez en las extremidades que lo aquejan.

Pero no lo va a comentar.

—Sí. —Cierra los ojos por un momento—. ¿Qué has terminado? No tendrías que ha-

La mano que antes tenía la taza de té, ahora está sobre la frente de Octavio.

—Parece que tiene temperatura.

—Estoy bien.

Antes de que pudiera apartar la mano, el joven se acerca y apoya los labios en el mismo sitio.

"I know when I die, you'll be on my mind. And I'll love you, always..."

Las mejillas que antes tenían un tenue color, ahora vibran en un rojo intenso. Pero lejos de mostrar su vergüenza, reprende molesto.

—¡Dantez!, ¿pero qué crees que estás haciendo?

Alejándose un poco, Gio sonríe descaradamente.

—Lo siento, solo quería corroborar que no tuviera fiebre.

—Existen los termómetros para eso, y ya te he dicho que estoy bien.

Octavio suspira e intenta relajarse. Desde que este joven se ha incrustado en su vida, suspira demasiadas veces al día.

—¿Entonces dónde lo tiene? Dígame así lo busco y pue-

Con una expresión de disgusto, alza la mano para que se calle. Gio, por su parte, enarca una ceja y lo mira como si lo regañara.

—Si seguís insistiendo con esto, te voy a pedir que te vayas.

El joven suelta un ligero sonido de agotamiento y se da la vuelta.

La música ya ha pasado a otro tema, y el profesor intenta masajearse los músculos tensos de los hombros. El otro regresa con una silla y se sienta a su lado en silencio. Con el mismo mutismo comienza a beber su café.

Octavio entrecierra los ojos, pero prefiere no quejarse. Recuerda cómo, hace unas semanas, Gio había cancelado los cafés de su ingesta diaria por algún motivo. Estaba bajo mucho estrés por varias cosas, y la cafeína se había tornado una necesidad. Esta persona a su lado, le advirtió que, de seguir así, iba a perder el estómago.

Absurdo, pensó en ese momento.

Sin embargo, dadas las circunstancias, evita entrar en conflicto por algo trivial. La realidad es que el joven se ha convertido en alguien necesario; el trabajo que realiza es eficiente e incluso supera cualquier expectativa. En cierta forma, agradece la suerte que tiene al tener un ayudante de esta envergadura.

Aunque tiene una tendencia a entrometerse en asuntos que no le corresponden, Octavio hace mucho tiempo que no se siente cuidado de esta manera. A veces es una suerte de protección sofocante carente de razonamiento. Pero a la vez es agradable; pocos pueden tolerar las compañías silenciosas, muchos las consideran aburridas.

Sin importar la naturaleza de cada persona, la gran mayoría tiende a esperar que los demás satisfagan sus necesidades. Dicen que les gustas por cómo eres, pero si tu personalidad difiere de ciertas expectativas, con el tiempo intentarán cambiarte, lo cual resulta contradictorio.

¿Por qué fingir gustar de algo que querrás cambiar? ¿Dónde está la gracia en ello?

Octavio es una persona que aprendió a disfrutar de la soledad y el silencio. Si puedes acostumbrarte y encontrarle provecho, no padecerás cuando llega de imprevisto.

Siendo una persona que aprecia estar sumergido en sus asuntos todo el día, es complicado encontrar un par que quiera permanecer a su lado. Para su conveniencia, el joven ayudante es así, puede pasar horas sin que el profesor le hable, hace el trabajo solicitado y a veces solo se queda haciéndole compañía. Ha habido momentos en que se ha sentido culpable, porque entiende que ese estilo de rutina no es propio para alguien de esa edad.

Pero lejos de ello, Gio no lo deja y al contrario, parece disfrutar de esa tranquilidad. Así que después de un tiempo, Octavio sintió la necesidad de ser un poco más atento. Cuando se da cuenta de que han pasado más de dos o tres horas, pide alguna cosa para que el otro haga y de esa forma, conversa algo breve.

Para algunas personas, eso sería poco, pero a él le cuesta bastante y lo hace porque no quiere que Gio se aleje. Aunque no se atreve a expresarlo, disfruta tener a esta persona a su lado.

Lamentablemente, el joven es alguien que no teme dar su punto de vista, como lo está haciendo en este instante.

—Debería cancelar lo de esta noche, se ve fatal.

—Te he dicho que estoy bien.

—No es cierto. Debe priorizar su salud, tiene temperatura. Además, su compañía no sería muy agradable en este estado.

—El compromiso ya fue acordado hace tiempo, no voy a cancelar a última hora.

—Vaya a la cena, pero no a lo otro. Ellos fueron los que le sumaron esto, usted no tiene la obligación de acceder y cambiar sus planes al antojo de ese tipo.

Octavio resopla molesto. Ya de por sí, él tampoco desea encontrarse con su futuro cuñado después de la cena con sus colegas. Pero fue un favor que Natalia le pidió, en pos de un acercamiento familiar. No puede simplemente decir que no.

—Este asunto no es de tu incumbencia.

—En realidad sí lo es, porque cuando esté enfermo una o dos semanas, ¿quién se hará cargo de todo el trabajo?

Quiere responder a ese atrevimiento, pero es consciente de que sus palabras pueden volverse más crueles de lo habitual cuando está molesto. Nota la expresión de genuina preocupación en el rostro del joven y decide dar por terminado el asunto.

—Si finalizaste todo, podés irte ahora.

Deja la taza en la mesa y se levanta. Cuando da unos pasos, mira por sobre su hombro y solo dice:

—Gracias.

Son ya las ocho de la noche. Octavio sale de una larga ducha, vestido completamente de negro. El traje se ciñe a su figura, haciéndolo lucir más esbelto.

Gio, que reposa en el sofá, aún no se ha retirado. Al escucharlo, aparta la vista del celular en el que está jugando y fija la mirada en él. Pero, en vez de soltar un cumplido, habla como si se burlara.

—Vestido de esa forma, parece que va a un funeral.

Octavio frunce el ceño; se siente ofendido. A su criterio, está elegante, con estilo.

—Es una broma, profesor —dice Gio con una sonrisa. Acercándose, lo mira de arriba abajo—. Creo que debería usar otra corbata. La que le regalé le quedaría mejor.

—Está bien así. ¿Por qué seguís acá?

—Usted no tiene suerte con los taxis, así que pensé que sería mejor llevarlo en mi auto. Me queda de paso. Y en serio, debería probar la otra corbata.

Hablar con personas es complicado y Octavio sabe que a veces el joven no lo escucha.

Finalmente, accede.

Gio se apoya en la puerta del cuarto, viendo cómo el hombre se quita la corbata negra y toma la gris perla que le regaló. Cuando Octavio se percata, ya tiene a Gio sobre su espalda.

El reflejo de ambos se ve en el espejo.

—Permítame, yo se la pongo —dice con una sonrisa juguetona.

Octavio se voltea y el joven, sin sentido de la vergüenza, no espera a que él acepte o se niegue, toma la corbata y con delicadeza comienza a atársela.

El aliento cálido roza el rostro del profesor; esos ojos, profundos y oscuros, se encuentran de forma intermitente con los de Octavio. Por un instante, el hombre se siente inquieto por sus propios pensamientos.

Cuando termina, alisa el nudo y los dedos, acarician con sutileza la piel del cuello. Al contacto, los labios de Gio se curvan en una ligera sonrisa.

—Mucho mejor, resalta sus rasgos. Se ve más atractivo de lo habitual.

Capta la suavidad en la voz, y aún percibe el calor de las manos que habían acariciado su cuello. Completamente avergonzado de sí mismo, mantiene una expresión indiferente.

—Ya es tarde.

≪•◦♥∘♥◦•≫

La noche inicia de manera agradable, entre colegas actuales y viejos, Octavio se siente a gusto en un ambiente donde puede lucirse. Toma algo de vino y cena superficialmente. Después de despedirse de sus colegas, se dirige a Atlantis Night Club, preparado para enfrentar la segunda parte de la noche.

En la puerta, un hombre de unos veintitantos conversa con los guardias de seguridad. Al ver al profesor, suelta el cigarrillo y grita con entusiasmo:

—¡Cuñado!

Lo abraza con fuerza. El aroma de alcohol, sudor y perfume invade las fosas nasales de Octavio, quien apenas disimula una mueca de disgusto, imperceptible para el hombre rubio que le hace crujir los músculos al abrazarlo.

—Lamento la tardanza, no conseguía taxi.

—Tranqui, recién llegamos nosotros también. ¡Vamos! ¡Los pibes ya se acomodaron!

Sacude el saco arrugado y sigue a Patricio despacio.

Ambos atraviesan un pasillo cerrado que lleva al jardín, con mesas vacías y luces neón adornando las paredes y plantas. Al final del jardín, entran en un amplio salón con una pista de baile desierta. Algunos hombres están en la barra, bebiendo tragos coloridos, acompañados de mujeres que los acarician.

El club ofrece varias áreas privadas según el gusto del cliente. Al llegar a la reservada para la despedida de soltero, Octavio intenta disimular su incomodidad. Sin embargo, su mirada se posa en la mesa circular llena de botellas, copas y cosas que es mejor no saber qué son. Todo bajo luces cálidas que rozan el rojo erótico.

Los otros tres hombres se ponen de pie y lo saludan con confianza, como si fueran viejos conocidos. Después del efusivo encuentro, logra liberarse de los brazos de estos sujetos y se sienta aparte, lejos de ellos y de las mujeres que los rodean.

Patricio conversa con una de ellas; aunque dirige su voz al oído de la joven, la mirada de ambos se dirige al profesor. Ella le dedica una sonrisa y un guiño, luego asiente al joven que le habla.

Octavio exhibe una expresión de desagrado y el otro se da cuenta.

—Relaja, cuña, no te preocupes, divertite con confianza, de acá no va a salir nada.

Hace un gesto con la mano como si se cosiera los labios. Toma la botella, la descorcha y comienza a servir una copa mientras mira a los otros tres que los acompañan.

—Ahora somos familia. Ninguno de estos va a andar contando nada. Si llegan a hablar, están más jodidos ellos que vos.

Es molesto, como si lo incitaran a hacer algo incorrecto. Tal vez Gio tiene razón y debería haber cancelado este compromiso. Quizás se trata de agotamiento mental o un ataque al hígado, pero está enfermo.

Suspira profundamente. Este joven en realidad es el primo de la prometida del profesor. Aunque ella es hija única, esta persona ocupa para ella rol de hermano, por lo que el profesor hace un esfuerzo sobrehumano por tolerarlo.

Baja la mirada y con los dedos, recorre el cuerpo de la copa. Luego, vacía el contenido burbujeante de un solo trago.

Al final, no es una buena noche para estar lejos de casa, pero ya está ahí; solo debe aguantar un poco más.

Ese sería un buen plan si todo obedeciera sus propios deseos. Pero este hombre ascético es abordado por una joven de cabello rojizo y labios brillantes. Ella se sienta a su lado, cruza las piernas largas y eleva el torso con gracia.

Él guarda silencio.

Después de saludarlo sin obtener respuesta, la joven se levanta y llena otra copa. Moviendo los glúteos de forma sensual, intenta atraer la atención del profesor. Patricio le ha asegurado una buena propina si logra llevarlo a los cuartos privados.

Estos cuatro hombres no son atractivos ni horrendos, tampoco parecen tener un gran intelecto. A los ojos de Octavio, son solo cuatro cerdos: bebiendo, fumando y metiéndose mierdas por las narices. Es evidente el propósito de esta noche: quieren tentarlo con lo que ellos consideran irresistible.

Llevan más de cuarenta minutos en la misma secuencia.

Ellos hablan sobre Natalia, comparten recuerdos de la infancia y discuten información irrelevante para Octavio. En realidad, no le interesa la conversación, solo sigue el hilo para ver si revelan verbalmente lo que buscan de él esa noche.

La joven, inicialmente estática, piensa que sus esfuerzos comienzan a dar frutos.

Después de la cuarta copa, Octavio está acalorado, no por placer, sino porque realmente tiene fiebre. Ella cree que sus artimañas han causado un gran efecto. Con orgullo en el pecho, sirve una quinta copa y, con confianza, se coloca en frente.

Ocupando todo el campo visual de este hombre atractivo, le acerca la copa a los labios.

El fuerte aroma frutal le revuelve el estómago al profesor. Frunce el ceño, intentando controlar las náuseas. Pero todo empeora. Con la mano libre, ella acaricia la punta de la corbata y desliza la yema de los dedos hacia su cuello.

—No me toques —ordena con frialdad.

Ella se sorprende.

No es algo personal contra la trabajadora, pero a Octavio no le gusta el contacto excesivo, mucho menos sabiendo que lo más seguro es que esperan que se revuelque con esta mujer.

¿Qué buscan? ¿Arruinar su compromiso? ¿Tomar fotos para enviarlas a su prometida? ¿Mostrarlo a los medios como alguien que visitó un prostíbulo?

Luego de recibir esa expresión gélida y llena de repulsión, la mujer vuelve a la posición inicial. Envía miradas a la compañera que está sentada en las piernas de Patricio. La morocha, que entiende el mensaje, rodea con los brazos el cuello del hombre y lo besa para distraerlo.

La joven intenta salir de esa habitación. Tenía una sola cosa que hacer y no está funcionando. La idea es buscar otra mujer u hombre que pueda levantar los ánimos de este tipo.

La música es bastante alta, ya que no es un espacio destinado a conversaciones relevantes. Cuando la jovencita se acerca a la puerta, recibe un grito fuerte.

—¡Flaca, ¿a dónde vas?!

El ambiente festivo se vuelve tenso. El rubio se levanta de golpe, y la morocha sentada en sus piernas cae al suelo.

—¡Te pregunté que a dónde ibas!

—Uh, ah, yo... yo...

El rostro de la mujer está pálido. El problema es que, en ese club, es de público conocimiento que Patricio es el hijastro del inspector del Ministerio de Trabajo, así que ni siquiera el dueño del bar lo contradice.

Lo que él quiera, se le da y lo que dice, es una orden.

En unos cuantos pasos, se acerca a la joven temblorosa.

La camisa con diseños alegres está marcada con aureolas de sudor, y sus ojos están rojos por el consumo de alcohol y drogas.

—¡Si te preguntan algo, tenés que responder! ¡Me estás tomando por pendejo!

—No, ah, nooo. No, no haría eso, yo solo, solo... —Los ojos se humedecen, la voz titubea entre miedo y pánico. Toma la punta de su corta falda e intenta articular mejor las palabras—. Iba, señor, iba al baño, eso, i-iba al ba-baño.

—¿Me estás boludeando? —Voltea la mirada hacia los otros hombres, todo en su cuerpo irradia violencia—. ¡Miren, este pedazo de puta me está boludeando!

—No, señor, por favor... yo no... No haría eso.

Acariciando el cabello de la jovencita, su voz se torna amenazante y sus palabras venenosas.

—Tenías una sola cosa que hacer. Pero parece que no servís para esto. El dueño no va a estar muy contento cuando le diga que tiene algo que no puede hacer bien su trabajo. Aunque no creo que tenga que molestarlo con esto, ¿cierto?

Él aprieta el brazo de la mujer, sus dedos gruesos y morenos marcando la piel blanca con fuerza. Ella presiona los labios para contener el dolor, pero las lágrimas caen de sus pequeños ojos; el maquillaje se corre, manchando de negro sus pómulos.

—Deberías esforzarte un poco más, querida, y hacer que mi cuñado se sienta feliz. Mové un poco más ese culo usado, o si es necesario, pelá las tetas, no me importa, solo hace lo que te pedí.

La lleva a la fuerza en dirección hacia Octavio. Patricio sonríe y la empuja hacia los brazos del profesor.

Es muy rudo; la mujer golpea contra la cabeza del hombre, haciendo que los lentes se muevan y se manchen por las lágrimas de ella.

—Perdón, perdón. —Agita la mano desesperada, toma los anteojos e intenta limpiarlos con la falda—. Yo lo hago por usted, lo-lo siento...

Patricio nalguea a la mujer con fuerza. Ella se asusta y suelta los lentes, que caen al suelo. Mira a Octavio con pánico y cuando intenta ponerse de pie para recogerlos, los pisa con la punta de los tacos. No puede contener el terror y comienza a sollozar. En este punto, ya no se comprende lo que trata de decir.

El que ha estado en silencio presenciando toda la escena finalmente habla.

—No te preocupes, no hay problema.

Indica a la mujer que se siente a su lado y recoge los restos de los anteojos. Los mira en silencio, ve a la mujer y voltea hacia este cerdo de cuñado.

El único motivo para contenerse, ya ni él mismo lo conoce. Trata de reprimir la aversión y la necesidad de golpear al sujeto.

—Creo que lo mejor es que me retire —dice al ponerse de pie.

—Cuñado, ¿cómo que ya te vas? Me estás haciendo sentir mal, al final la estás pasando del culo. ¿Qué le voy a decir a la linda Nat? Ella me pidió que te arme una despedida a tu altura. ¿O me estás diciendo que lo que te preparé es demasiado horrendo, que ni siquiera podés verla bailar un rato? —dice mientras toma el rostro de la mujer—. Capaz que esta pequeña zorra no está a la altura del nuevo cuñado.

Octavio está agotado, y la actitud de este idiota le produce náuseas. Apoya la mano en el hombro de Patricio, sus dedos clavándose con fuerza.

—Soltala. —La voz fría y llena de autoridad, advirtiendo que si sigue así, le arrancará los brazos—. Y con respecto a Natalia, te pido que le cuentes el gran evento que preparaste para mí. No omitas ningún detalle.

La última oración hace que Patricio se dé cuenta de que había subestimado a este adversario.

El profesor hace un gesto para que la joven se levante y lo siga.

Pudo finalmente abandonar ese lugar aberrante.

≪•◦♥∘♥◦•≫

La noche ha sido extenuante.

Ahora que ha salido de ese club, el alcohol y la fiebre comienzan a hacer estragos.

De pie y algo mareado, Octavio espera a que pase un taxi.

Grupos de amigos y parejas tomadas de las manos caminan sonrientes por las veredas. Observa su propia mano y siente algo agitarse en su pecho. Aprieta el puño y mira hacia el cielo; cierra los ojos con una sonrisa amarga.

No quiere casarse.

Sin embargo, es lo que debe hacer, al menos es lo que considera correcto a su edad. Quizás en unos años tenga uno o dos hijos; el amor no es como todos piensan.

Los minutos pasan y ningún vehículo se aproxima.

Afloja el nudo de la corbata y mete las manos en los bolsillos. Debe caminar un poco más si quiere conseguir uno.

Sin lentes y bajo el efecto del alcohol tropieza un par de veces.

El profesor se ríe de sí mismo. A lo largo de todos estos años, nunca había bebido hasta llegar a este punto.

Se detiene en una esquina y espera.

—Aaaah, necesito fumar —murmura por lo bajo.

Un joven cercano lo escucha y se aproxima. Saca una caja de su chaqueta y extrae un cigarrillo.

Octavio entrecierra los ojos al observarlo; tiene un aire familiar.

El muchacho pone el cigarrillo en sus carnosos labios, lo enciende y le da una calada profunda. Al retirarlo de la boca, lo extiende con una sonrisa pícara.

—¿Quiere?

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