Capítulo 19: Veneno.
"Y no puedo dormir porque los pensamientos me consumen.
Los pensamientos de ti me consumen."
Ruelle. War of hearts.
¿Alguna vez te has sentido solo? Estar en un lugar oscuro, vacío y frío. Un espacio pequeño, estrecho, sin colores. Un lugar con mucho ruido... hasta que algo llegó para que sintieras calor.
Pero las personas en la vida no siempre se quedan como uno desea. El desconocimiento puede ser una virtud, la capacidad de no encasillar un sentimiento con un nombre. Si él pudiera liberar las palabras atoradas por décadas, solo serían reproches de un corazón dolido.
Uno nació así, arruinado en esa oscuridad constante; el otro era luz, un resplandor que fue apagado por otros.
Dos hombres que consideran su existencia un capricho divino, pero uno se esfuerza por vivir, guardando y escondiendo el abuso de ese demonio humano que lo estropeó. Pero el otro, él es su propio demonio, no, ellos... y ahora solo quieren tomar el control de ese cuerpo que no los deja salir...
Los bordes del cinturón muerden la piel sensible. El hombre se pone de pie. Con un extremo enrollado en la mano, da un tirón y Octavio vuelve a caer sobre el suelo. Intenta levantarse mientras trata de controlar el ingreso de oxígeno, pero sus manos resbalan inútilmente sobre las baldosas mojadas. Nariz y barbilla reciben un impacto seco.
Gio jala del extremo para levantar el rostro del profesor.
—Las perras caminan en dos patas para complacer a sus amos, ¿lo sabía? Porque no se esfuerza en hacerlo, ¿no se ha convertido en eso? Ya veo, le gusta tanto estar en cuatro que ni siquiera en este momento puede dejar de levantar el culo.
Lejos de responder, Octavio intenta retirar el cinto. Las manos temblorosas arañan el cuero, y la desesperación se refleja en su rostro.
Sin embargo, el hombre solo lo observa.
Las uñas dejan surcos en la piel, enrojeciendo y rompiendo la carne. Pero como una correa, no puede quitársela él mismo.
El ojo sano, con la pupila dilatada, se inyecta en sangre a medida que la respiración va fallando. ¿Por qué? Octavio no entiende qué sucede. Los jadeos son irregulares y roncos, pero esos sonidos agonizantes que brotan de la garganta del profesor no llegan a los oídos de Gio.
Hay demasiado ruido en su mente.
De golpe, la mirada del hombre carece de emoción, fija en Octavio, como si algo dentro de él se hubiera retirado, dejando solo un cascarón. No parpadea, no hay movimiento, hasta que algo vuelve.
En silencio, Gio tira con fuerza y arrastra el cuerpo del profesor como si fuera un animal castigado. Los pies de Octavio patinan, intenta aferrarse a cualquier cosa. Intenta gritar, pero solo sale un gemido ahogado. Medio arrodillado, medio parado, no importa; sigue siendo desplazado con fuerza. Gio no se detiene, despacio, arrastra el cuerpo del otro.
¿Qué hizo mal? Los dedos arañan el suelo y las paredes, pero el cinturón sigue cortando la respiración y obligándolo a seguir. Arrastrándolo hacia la habitación, las rodillas y codos golpean el suelo. Cada vez que se levanta un poco, un nuevo tirón del cinturón lo derriba. Los pulmones se contraen, el pecho se oprime, la mirada se nubla y el corazón duele.
La puerta se abre con violencia y lo lanza hacia la cama. Siente un vértigo repentino, y, como un muñeco a cuerda, su cuerpo se retuerce sobre las sábanas. Los dedos, cubiertos de sangre y sudor, siguen luchando contra el cinturón. Su rostro está pálido, el aire forcejea por entrar en los pulmones después de desajustarlo un poco. El pecho se expande, pero antes de exhalar, Gio lo da vuelta y, encima de él, traba las caderas con las rodillas.
Octavio se queda inmóvil, el miedo adormece la columna vertebral.
El hombre en silencio analiza lo acaba de ver, el rostro sombrío, y una vena gruesa latiendo en la frente.
Tres marcas en la espalda.
No eran las marcas de golpes, esas no estaban antes de que él se fuera, eran nuevas.
Estas... estas no eran hechas por Gio.
Alguien había dejado marcas en Octavio; su mente comienza a divagar otra vez. Se desliza un poco hacia abajo, retira los pantalones y el bóxer de un solo tirón. Abre con fuerza los glúteos y estudia ese lugar privado.
El profesor respira hondo, pero el oxígeno le quema los pulmones. Se esfuerza por calmarse y pensar racionalmente, encontrar una explicación lógica para todo esto. Hace unos días se cayó en el mismo lugar, fue levantado y atendido. En esta misma cama había escuchado esas palabras que parecían sinceras. En estos días, su cerebro había sobre pensado demasiadas cosas, incluso consideró ingenuamente que solo debían sentarse a hablar y llegar a un acuerdo. Pensó que quizás aún quedaban vestigios de la persona que solía conocer. Después de escuchar los suplicios de las dos personas a los lados de su habitación, la frase "soy la mejor opción" parecía cierta.
Hoy, él había decidido ceder, quería negociar.
Hoy, al final, él se propuso usarlo y no ser desechado.
Entonces, ¿por qué ahora lo trata de esta manera?
Aquel lugar está impoluto, cuál anillo virginal nunca antes profanado. Lamentablemente, para Octavio, la cabeza de Gio ya se ha partido en dos. El lugar más oscuro lo domina en este momento. Con fuerza, presiona la cabeza del profesor contra las sábanas mientras dirige toda la violencia de sus labios hacia la mancha cerca del omóplato. El color rojizo es tan fresco que le revuelve el estómago. Succiona y muerde con rudeza, intenta borrar el atrevimiento del otro. Roe la piel como si intentara cortarla, jala, muerde, succiona.
Octavio gime de dolor. Pequeños sonidos escapan de sus labios. La mitad de su rostro raspa contra las sábanas y las heridas se friccionan contra la tela. Las lágrimas se mezclan con la sangre que brota de la apertura del párpado.
No sabe qué hacer.
Después de unos minutos, satisfecho, Gio baja hacia la costilla y arremete de nuevo. Más rudo e insaciable. Cuando percibe el ligero sabor a óxido, se dirige hacia la última marca que se encuentra en el límite superior de los glúteos.
Octavio mueve los brazos hacia atrás, intenta golpearlo para que se aleje. Pero Gio toma la mano que lo golpea y dobla los dedos hacia atrás. Se oye un ¡crack!, seguido de un "¡aaah!", lleno de dolor. Los huesos crujen y los tendones se tensan al límite.
Demasiado, todo es excesivamente doloroso. De repente, siente la mano en su hombro, que lo voltea bruscamente.
El hombre solo baja el cierre del pantalón y saca la extremidad, el miembro duro se alza en una rígida curva. Abre los muslos de Octavio, levanta las caderas y solo escupe con desprecio en el agujero del profesor.
El cuerpo de Octavio se tensa, el corazón golpea con fuerza y no puede distinguir la expresión de Gio. Presa del pánico, lo empuja, grita, lo insulta. Las manos tiemblan, la espalda suda frío y comienza a marearse de nuevo.
Sin embargo, el hombre no se inmuta, con la punta del glande roza y unta la entrada sin emoción en sus facciones.
Intenta levantar el torso, pero el otro lo abofetea. Con la mano presionando el pecho, lo contiene contra el colchón. La impotencia lo consume por completo, aturdido, busca comprender la extrañeza de las acciones. Esto es diferente, no es como las otras veces. No hay palabras, no hay arrogancia, no hay picardía.
La mirada de Gio es vacía.
Él se siente vacío.
En este punto, no hay diferencia con cualquier otro animal que realiza el acto natural de la procreación. No son necesarios besos ni caricias. Si a Octavio no le importa ser la puta de este lugar y no le afecta revolcarse con cualquiera de estos tipos, ¿por qué debe esforzarse en hacerlo sentir bien?
Él también puede ser como todos esos cerdos: entrar, sacudir un poco e inyectar su semen en esa pequeña apertura. Él también puede ser igual que esos bastardos, cogerlo hasta quedar satisfecho, y luego retirarse, dejarlo tirado con el agujero burbujeante y partir sin mirar atrás. Él puede incluso ser peor, es consciente de sí mismo y de lo que pude llegar a hacer. El único límite era ese amor que le tenía desde hace tanto tiempo.
Pero claro, el único problema al parecer, es que la resistencia de Octavio, es solo para Gio... si, el único problema es que sea él...
Inclina la cabeza hacia abajo, y en un movimiento rudo se introduce hasta la mitad. Mientras el perpetrador contiene la molestia apretando la mandíbula, Octavio siente un calambre desde abajo hasta la garganta. Un nudo en las cuerdas vocales tensas.
La forma de solucionar los problemas entre amantes que no pueden comunicarse, es atraves del majestuoso acto del sexo apasionado de la reconciliación.
Sin embargo, en este instante, solo existe dolor para ambos.
Las paredes secas y estrechas parecen cortarle la mitad del miembro, mientras el cuerpo de Octavio se contrae en espasmos agonizantes. La carne desgarrada hace que el cuerpo sude en frío, y el profesor deja de respirar por unos segundos. Con el ojo vidrioso y la voz entrecortada pide que se retire de dentro de él, pero el otro responde con un movimiento brusco hacia adelante, enterrándose hasta el fondo. Octavio gime por la bajo y clava las uñas en el brazo que lo presiona hacia abajo.
Gio va y vuelve varias veces, el estimulante ruido de la pelvis chocando con la carne de Octavio, solo aumenta la amargura en su corazón. Como una máquina que va y viene sin emoción alguna, no hay sonido cálido que salga de sus labios. Un ligero velo de humedad brota en su sien; después de varios minutos, el acto continúa de manera monótona para el que se encuentra arriba, mientras el que está abajo siente que se está muriendo.
El miembro flácido entre las piernas solo suma frustración a la cruel situación. Los labios tiemblan, intentan formar palabras de súplica, pero solo salen jadeos irregulares.
La conexión en el cuerpo de ambos es un martirio, el solo hecho de salir y entrar lo quema como el mismo infierno. De esta forma no terminaran en mucho tiempo, y Octavio necesita resolverlo. Porque siente que en cualquier momento podría parir sus entrañas de las contracciones abdominales que está teniendo. Ya se había resignado a perder el poco orgullo que le queda en beneficio de la supervivencia, y parece que aún puede perder un poco más.
Solo debe analizar la situación.
Si tienes una mascota que actúa de manera diferente a la habitual, lo primero que haría el dueño al verla inquieta o enojada sería...traga saliva y con mucho esfuerzo lo prueba.
—Gio —dice con voz baja.
El hombre se detiene al escucharlo y frunce el ceño, desconcertado.
«¡Funciona!», un buen dueño, en lugar de reaccionar con enojo o frustración, debe tratar de calmar a su cachorro. «Entonces...»
Un brillo tenue va reincorporándose poco a poco en los ojos del hombre. Al ver cómo Octavio extiende la mano hacia él, inclina el torso. El profesor le acaricia la mejilla, algo suave y superficial.
—Gio...
El hombre que está tenso relaja la expresión, apoya su mano sobre la de Octavio y cierra los ojos. El manto oscuro que los cubre se va disipando, y luego de varios minutos, al abrirlos, cae en cuenta de la realidad. La persona entre sus piernas tiene la mitad del rostro ensangrentado y cada poro de la piel está bañado en un frío temor. La unión entre ambos no está en una situación diferente, lo ha arruinado otra vez. Abre los labios, pero los cierra de nuevo ¿De qué sirve decir lo siento? Retira aquella mano que solo está retenida y se levanta.
No hay diferencia entre este hombre y un animal. Viéndolo desde esa perspectiva, el análisis es más fácil y obtener lo que quiere también. Mirando hacia atrás, sus acciones son una prueba irrefutable: ha estado gastando energía en un camino que solo lleva a resultados infructuosos. Cuando se conocieron, aunque se mostraba altivo, solo era alguien que lo rodeaba con admiración, saltando en dos patas buscando su aprobación. Ahora, frente al rechazo, le responde con agresividad. Pero, en cierta forma, aún ahora, tiende a buscar que él ¿se sienta cómodo?
Mientras Gio limpia y desinfecta en silencio la herida abierta, Octavio sigue divagando. La solución se revela ante sus ojos: debe ser un buen dueño si quiere usar a este gran perro. Puede hacerlo, porque él solo aloja a una persona en su corazón, y el cuerpo es solo carne, un envase. Un mecanismo de poder y control. ¿Por qué no usarlo a su favor? Es preferible este hombre a lo que atravesaron aquellas dos personas. Ahora el asunto es cómo obtenerlo. Una mueca se forma en la comisura de sus labios.
—¿Le duele?
Octavio lo mira un instante, ¿cómo se hace? Ahora que lo piensa, nunca había intentado seducir a alguien. Incluso con Natalia, su adorada esposa, al inicio no le prestó atención. Pasó mucho tiempo hasta que el incesante coqueteo de la mujer obtuvo algo de su interés, y solo cuando ella fue directa y al grano con el asunto, él comenzó a verla de una forma "romántica".
—Gio...—susurra.
El hombre abre los ojos sorprendido.
«Eso le gusta», eleva la comisura de los labios con sutileza.
—No duele.
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Nota de la autora:
Hola, luego de este capítulo viene un mini especial, divido en dos partes.
Es breve, espero les guste.
Hasta el viernes.
Abrazo a la distancia.
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