Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 18: Yo también puedo usarte.

¡Grítalo fuerte!

¡Grítalo para que todos lo oigan!

¡Dilo hasta que sus oídos sangren!

¡NO SOMOS IDIOTAS!

¡NO SOMOS IGNORANTES!

¡SABEMOS LO QUE HACEN!

Un video de 15 segundos se reproduce de forma continua, al pie está escrita una convocatoria:

4 de noviembre.

9:00 hrs.

Únete a otros y levanta la voz.

En cada ciudad haz que te escuchen.

RBG somos todos.

¡ÚNETE!

La mujer que se encuentra en una cafetería estilo vintage en Palermo, mientras espera a un viejo amigo, revisa los comentarios en el perfil oficial de la Resistencia en una red social.

La cara visible, no tan visible, que aparece en el video es de un joven que siempre habla de forma enérgica y rebelde, con el rostro parcialmente oculto. Aunque en las transmisiones en vivo, logra manipular las emociones del espectador de manera abrumadora, generando los sentimientos que busca en sus seguidores. Los millones de usuarios que están atentos a cada nuevo movimiento de la RBG incluyen admiradores fervientes, curiosos y algunos que simplemente se burlan de esta tendencia de activismo social.

Algunos internautas comparten su ubicación para encontrar compañeros de protesta, mientras que otros exponen los problemas por los cuales deseaban reclamar, añadiendo su país de origen. Ella desliza la mirada por los comentarios, hasta que uno en particular llama su atención. Sus labios se curvan y suelta una ligera risa. Luego de leer la declaración ardiente sobre los atributos del enmascarado, clickea por curiosidad las múltiples respuestas de otros usuarios. Corazones, fuegos, guiños, berenjenas, gotas y hasta un arcoíris con un signo de interrogación inundan la pantalla. Luego de varios minutos, sus ojos se cansan y, finalmente, se posan en la taza vacía sobre la mesa. Desde la distancia, levanta la mano y llama a la camarera. Le sonríe y le guiñé un ojo, con un gesto de la mano indica que quiere un café cortado. Al revisar la hora, faltan más de diez minutos para las nueve de la mañana.

Era temprano.

Vuelve al perfil de RBG y sin darle like al vídeo de convocatoria, pasa a la transmisión en vivo de hace unos días que está guardada y fijada.

Quince minutos después, la puerta se abre con un sonido de campanilla, Gio se acerca a la mujer que está absorta en su celular.

Atrapada en la imagen, no presta atención al hombre que se puso a su lado y le habla. Después de esperar un tiempo con las manos en los bolsillos, Gio retira el auricular del oído de Micaela.

Aunque ella frunce el ceño con enojo, antes de que pueda insultar al árbol genealógico de la persona que la acaba de tocar, eleva el rostro y se asombra. Parpadea unas veces y sonríe felizmente.

—¡GI! —grita con emoción, salta del asiento y lo abraza con fuerza, el movimiento brusco hace que la taza de café se vuelque.

Golpea con el puño de forma amistosa el hombro de este viejo amigo y le pide que se siente. La camarera de forma amable insiste en ubicarlos en otra mesa, pero la mujer ya había hecho un entierro de servilletas sobre el líquido vertido; con vergüenza pide disculpas.

Gio se ríe hacia adentro, hay personas que no cambian aunque pasen años. Esta mujer sigue igual que cuando se conocieron.

Ahora están ambos sentados, Micaela guarda el celular y se burla con la voz en alto.

—¡No puedo creerlo! ¡Estás hecho mierda! Qué crimen, mírate, decile a ese hijo de puta que te suelte —dice con una mueca pícara, mientras hace movimientos ambiguos con las manos—. Deberías aflojarle un poco, ya no sos tan joven.

Gio entrecierra los ojos, en efecto, hay personas que no maduran.

—¿Podrías comportarte?

—¡No seas así! ¡No te veo hace una eternidad, déjame disfrutar el momento!

—Por ese motivo evitó verte, ¿nunca pensaste que esa es la razón?

Con una mueca de desagrado ella refunfuña.

—Seguís igual de pendejo.

—Lo mismo digo.

Mientras el hombre desganado y la mujer enérgica se ponen al día, las dos personas que aguardan estacionados en la vereda de enfrente dialogan de manera casual. El que está al volante es un hombre de unos veinticinco, el acompañante es uno de cuarenta. El más joven apoya la espalda en el respaldo y se retira un auricular.

—¿Por qué no escuchas vos esta mierda? Dios, esta mina no se detiene.

El mayor se ríe, tira la colilla de cigarrillo hacia afuera y pone los brazos en la nuca.

—Solo presta atención a las palabras que te remarco Alan; si escuchas alguna, tenemos que avisarles. —Después de unos minutos, consulta—: ¿De qué hablan ahora?

—Ella sigue hablando sola, no para. Ahora cuenta que tuvo una pelea con su novia. ¿En serio esto es necesario?

—No lo sé, vos estate atento. No queremos problemas con ese tipo.

—¿El jefe?

—No —responde con expresión incómoda—. Con Alan. A ese flaco le patina. El jefe anda paranoico desde hace meses, antes no jodía.

El conductor resopla y apoya la cabeza en el volante.

—No sé por qué me metí en esto. Ese hijo de puta me dijo que este trabajo era tranquilo.

—Lo era antes... depende de cómo lo veas.

—No te entendí, aish. Grita demasiado. Ahora habla de un viaje para Navidad. ¿Migrar?, que pedo, ¿las aves no migran en marzo?

El mayor sonríe y el joven le habla con fastidio.

—Ponételo un rato vos a ver si la aguantas, ya no importa ¿Qué me querías decir antes?

—Ah, bueno, primero pensá porque caíste acá. ¿Qué cagada te mandaste?

—Me inculparon. Soy inocente —dice con seriedad.

—¡Seguro, igual que yo! Y como todos los que estamos ahí adentro. Pibe, todos ya entramos al sistema y salimos. La paga que nos dan es muy buena, así que es sencillo, una oportunidad difícil de encontrar, pero te recomiendo algo, ya que estás medio limpio: no toques a nadie. Porque si algún día pasa algo, vas a estar jodido como los otros.

—Si vas a decir algo decilo bien, la puta madre con todos ustedes hablando por la mitad, hijos de puta que se les caiga la chota.

—No te calentes, ¿ya te contaron entonces?

—¡Que no!, si entre por el tipo que se fue, apenas me explicaron un poco y ya me metieron acá con vos.

—Bueno, ese tipo... mira, yo tengo varios años trabajando para el jefe, nunca me metí con los que del cuarto piso, pero pensalo, yo caí por piratear, no soy violín. La gran mayoría no lo era tampoco, pero el jefe con eso te agarra de las bolas, ninguno de ellos hablaría porque estaría jodido hasta el culo. Y por el que vos entraste, digamos que cometió un error. —Se detiene un momento y gira la cabeza para mirar al otro a los ojos—. Créeme que él no se fue caminando con el sueldo en el bolsillo.

—Yo, yo, yo solo vendía mierdas.

—¿Uh?, ¿no que eras inocente?—dice con una sonrisa irónica, mientras el otro tiene la cara verde del susto—. Tranquilo, si haces bien esto, puede que te usen para otra cosa. No dejes que te tienten, y siempre hace lo que Alan pida, todo baja por él, y si no es una orden directa del jefe, este igual le da el visto bueno. Tiene una fascinación por ese flaco.

El conductor suspira y permanece en silencio mientras escucha la conversación entre Micaela y Gio. Con los ojos cerrados, presta atención a cada palabra para evitar cualquier desliz. Así transcurre una hora, hasta que la conversación en ese café cambia a un tono más serio.

—Eu, mira. Eso es...

A lo lejos, tres personas vestidas como ovejas blancas caminan delante de un grupo de mujeres y hombres. Las tres están tomadas de los brazos, mientras una oveja negra, un poco más grande, coloca panfletos en los parabrisas de los autos estacionados. Otra oveja negra sostiene un altavoz y grita constantemente:

¡NO SOMOS IDIOTAS!

¡NO SOMOS IGNORANTES!

¡SABEMOS LO QUE HACEN!

Carteles negros con letras rojas avanzan en procesión, ondeando en alto diferentes frases:

"Ellos también sufren" "Somos la especie que acabará con todo" "El ser humano es un animal, ¡No comas a uno de los tuyos!", y muchas más.

La oveja de casi dos metros se acerca al auto de estos hombres. La esponjosa cabeza hace un movimiento, mientras extiende la mano cubierta de una pezuña de tela.

—¡Beee! ¡Beee! —Balancea un panfleto hacia el conductor de forma amigable—. ¡BEEE! ¡BEEE! —grita al ser ignorado, el papel ingresa por la ventanilla y roza la mejilla del conductor.

—¡Idiota que carajos te pasa!

Empuja a la oveja negra insistente, pero está sigue gritando: ¡BEEE! ¡BEEE!

Lejos de ser la tierna voz de una ovejita, este era un tono ronco, masculino, que hacía que la situación no se viera muy adorable. Empuja los panfletos contra el pecho del joven, algunos patinan sobre el cuerpo y caen hacia el suelo.

—¡BEEE! ¡BEEE! ¡BEEE!

En cuestión de segundos están con los brazos enroscados, forcejeando. La oveja mete la cabeza y el otro lo traba con el antebrazo, impulsándola hacia atrás. Algunos rulos de lana vuelan por el aire. El gran animal se detiene al ver el brillo del revólver treinta y ocho que le apunta.

—Largo —dice el mayor, de forma seca y amenazante.

La extravagante oveja queda en silencio, saca la cabeza del auto y patea la rueda delantera molesto. El rebaño pasa por al lado y ella se une a las filas.

El acompañante baja el arma lentamente, el conductor se relaja y jadea un poco agotado.

—¿Qué demonios fue eso?

—No lo sé —responde el mayor, al mirarlo, la broma que iba a hacer se le borra de la mente—. ¿El auricular?

El joven se toca la oreja derecha, luego la izquierda, las piernas le tiemblan y comienza buscar entre todos los panfletos gritando:

—¡No está! ¡No está! —Se alarma—. ¡Estoy muerto!

—Cerra el culo y busca eso, cálmate.

Cuando al final los encuentra, el alma le vuelve al cuerpo. Al ponerlos, la conversación había cambiado entre esas personas. Intenta concentrarse, y nota que todo parece normal.

—La mina acepto, pero está pidiendo un poco más de guita —dice antes de que le pregunten.

El acompañante reflexiona un momento y decide salir. Le pide al conductor que limpie sin descuidar la conversación. Al doblar la esquina, se relaja un poco. Observa a las personas y a las ovejas, simples manifestantes que caminan hacia la Rural. Se ríe de sí mismo, notando que la paranoia de Vargas está empezando a afectar a sus empleados. Al entrar al vehículo, ve a Gio sentado en la parte trasera mientras el conductor sigue recogiendo los panfletos.

El auto arranca y el hombre de piernas cruzadas en la parte trasera abre la ventanilla. La calidez del aire acaricia sus mejillas; están regresando. Eleva la comisura de los labios y arroja uno de los panfletos que había recogido al ingresar.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Octavio se encuentra sentado en el borde de la cama, consciente y estable. Su cuerpo está fresco y viste ropa limpia. Recibió una segunda dosis de H.R. Nova; está seguro de ello. El rastrojo de barba ha sido eliminado, y siente adormecida el área del ojo. Cubierto con gasas limpias y vendas, aquella zona que antes olía mal parece estar mejor ahora.

Otra oportunidad.

La ausencia de gritos en las habitaciones contiguas genera una incertidumbre alta. Sin embargo, Octavio no se permite ser altruista; en este momento, solo puede pensar en sí mismo.

Solo debe aguantar a qué vengan a buscarlo. Sí, seguro hay personas que deben estar buscándolo. No se atreve a razonar que Natalia lo haya olvidado. Ella debe estar mal por su ausencia; su esposa seguramente está moviendo todos los contactos que posee. No puede ser tan fácil borrar su existencia, ¿cierto? Si ella hubiera desaparecido, él no hubiera descansado hasta encontrarla, porque así deben ser las parejas, las que se aman.

Es necesario trazar el camino hacia el objetivo que se desea alcanzar. Había tomado una decisión, pero ahora parece haber surgido un problema con esa elección. Quizás lo que eligió se aburrió y ya no le resulta interesante, o tal vez es que el mismo Octavio haya cometido un error.

Para un hombre como el profesor, comprenderlo resulta complicado.

Desde un análisis deductivo basado en pruebas, si él solicita algo a Gio, este último se lo proporcionará, siempre y cuando obtenga algo a cambio. Ya lo corroboró en la negociación sobre su ex alumna y en la reducción del sonido. Por lo tanto, es probable que ocurra lo mismo si vuelven a negociar.

La otra alternativa es Alan, pero Octavio desconoce los recursos del joven. Según los hechos, Alan solo actúa en función de lo que considera beneficioso para el profesor. No ha dado nada a cambio para que esta persona se comporte de esta manera, lo que genera cierta sospecha.

Desconoce el motivo que lo impulsa.

Es cierto que ocurre algo similar con Gio, pero la última vez que se vieron, el hombre mostró un comportamiento diferente, algo que se asemeja a lo que el profesor conocía.

Octavio se queda en la misma posición por un largo tiempo, recordando cada palabra que Gio le dijo, hasta que la puerta se abre e ingresa Alan.

—Le traje la cena —dice con un rostro indiferente.

Octavio lo observa, aún no confía en él, pero incluso este joven que se mostraba amable y atento se había aburrido de él, pero al menos volvió, en cambio Gio, no regresó. Debe intentar por lo menos demostrar algo de sentido común. Con una sonrisa simple dice:

—Gracias por ayudarme.

El joven no opuso mucha resistencia. Al verlo en ese estado diferente, se sentó a su lado. Volvió a ser como antes de dejarlo solo, cuando esperó a que sus órganos no resistieran más. Finalmente, comenzó a vislumbrar resultados.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Gio llegó junto a los dos escoltas alrededor de las nueve de la noche. Dejó su celular en seguridad y tomó el que se utiliza para la comunicación interna. Había planeado no ver a Octavio para no mostrarse ansioso, pero después de tomar una ducha, Vargas lo puso al tanto de lo ocurrido en los días que estuvo ausente. A través del teléfono, fue escueto en sus palabras y solo dijo lo mínimo: el profesor se negó a comer y beber hasta que colapsó. Fue sometido a una segunda dosis. Para cerrar, con evidente alegría en la voz, anunció que ya disponía de otro sujeto de prueba nuevo.

Y como un déjà vu, las circunstancias se repiten.

Gio lo llama a su cuarto.

Con el cabello aún húmedo, abre la puerta, toma a Octavio y se encarga como siempre. Retira esa bolsa de tela para encontrar a un profesor demacrado. La ojera en el ojo libre es oscura y los labios están hinchados. Incluso la ropa de Alan ya le queda más suelta.

No debió haberse ido tanto tiempo; es lo único en lo que puede pensar en este momento.

En cambio, Octavio está sumergido en el mundo de las hipótesis. Necesita corroborarlas, aunque sea desde lo más pequeño. Recuerda las cosas que Gio hizo por él; si estas fueron realizadas sin pedir retribución, quizás esta persona esté predispuesta a dárselas si las pide. Sin ápice de vergüenza, hace su primer movimiento.

—Tengo sed.

Conciso. La persona que recordaba era atenta en ese aspecto. Siempre que estaba cerca, le llevaba comida o bebida. Incluso cuando Octavio se olvidaba de hacerlo, absorto en asuntos, a su criterio, más relevantes. Hace poco, Gio exprimió naranjas para que bebiera, y en efecto, él lo hizo, volvió a hacerle un jugo fresco.

Toma medio vaso y siente un poco de calor en el esófago. La mente del profesor no se detuvo desde que despertó y ahora trabaja con más agilidad. En un punto, todo choca y se expande, volviéndose confuso, pero intenta acomodar los pensamientos ambiguos.

Gio lo observa en silencio, sin intención de provocar que este avance se interrumpa. Sin embargo, Octavio quiere ahondar un poco más.

—Quisiera refrescarme. —Se detiene, recuerda algo y suma una petición—. Y cambiarme de ropa, si no es mucha molestia.

Lejos de parecerle extraño este comportamiento, o quizás era demasiado bueno para sus oídos, el hombre no vislumbra dobles intenciones. En cuestión de minutos, tiene todo preparado.

El pecho de Gio se agita ansioso mientras el profesor hace lo suyo en el baño. Va y viene caminando varias veces, prende un cigarrillo, pero lo apaga recordando que a Octavio no le agrada.

El profesor salía despacio de la bañera. Objetivamente, tenía razón en lo que había pensado. Mientras no tuviera que entregar a E.V.A, podía utilizar a Gio para su beneficio hasta que lo encuentren.

Al notar que el hombre ingresa, la delgada figura se alerta. El párpado inferior y superior están inflamados, y la herida en la frente, de unos cinco centímetros de longitud, muestra bordes rojizos y amoratados, con un tono pálido en el centro, restos de la limpieza que erradicó la infección. La hinchazón alrededor del ojo es tan pronunciada que este permanece cerrado, incapaz de abrirse a pesar de la sorpresa. De forma automática, Octavio se gira, escondiendo el torso desnudo y revelando las marcas antiguas que de a poco se van perdiendo en tonos amarillentos. Se sube los pantalones de forma rápida y los ajusta a la cintura para que no caigan.

Pero Gio que tiene en la mano un antiséptico y vendas lo observa, en silencio.

Un ruido repentino hace que el profesor se voltee bruscamente. El hombre avanza hacia él sin expresión alguna. Octavio da dos pasos hacia atrás, la respiración acelerándose. Sus pies resbalan en la cerámica húmeda y cae al suelo, un dolor agudo recorriéndole el costado de la cabeza al chocar contra el piso. Aturdido, intentando enfocar la visión, toca el lateral del cráneo que retumba. Cuando levanta la mirada, ve a Gio parado frente a él; una sombra que devora su cuerpo por completo.

Octavio intenta levantarse, pero antes de que pueda siquiera apoyarse en sus manos, el otro se inclina hacia él y se saca el cinturón.

—¿Qué... qué estás haciendo?

El hombre no responde de inmediato. En cambio, sus ojos oscuros y fríos se clavan en los del profesor y bajan hacia su cuerpo.

Antes de que Octavio pueda reaccionar, siente el cuero del cinturón rodeando su garganta, apretándolo con rudeza. La presión le corta la respiración, y sus manos temblorosas van hacia el cuello, intentando liberarse de la presión.

Gio se acerca al oído del profesor, la voz llena de odio, veneno y dolor:

—Le dije que no me gustan los juguetes usados...

─•──────•♥∘♥•──────•─

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro