Capitulo 15: Agotado.
"Quería bailar en tu pulso, pero ahora,
pero ahora eso es imposible.
Sé que es patético, pero por favor abrázame.
Quédate, quédate a mi lado".
Kimi no Ryū no ni. RADWIMPS.
La puerta del baño se abre despacio, revelando la figura reposada del profesor, que actúa como un bálsamo cálido en la mente tortuosa y ambivalente de Gio. Al dar unos pasos, Octavio siente el sonido y entra en alerta. Aunque la mirada del profesor sigue siendo imperturbable, Gio nota el rechazo, el odio y la repulsión. Sin embargo, se esfuerza por controlar sus impulsos irascibles y habla con tranquilidad.
—La herida no debe mojarse, solo he venido a ayudarte —dice con calma.
A pesar de los esfuerzos de Alan por hacer ameno el encierro, llevándole productos personales, nada se compara con la oportunidad de un baño humanamente decente. Acerca las rodillas a su pecho y permanece en silencio. El mutismo se convierte en un asentimiento implícito, al menos así lo toman ambos.
El agua permanece a una temperatura agradable y Gio retira con cuidado el vendaje.
—Incline la cabeza hacia atrás —indica con suavidad.
Octavio obedece, sintiendo una leve molestia en la frente debido al movimiento, pero nada que no pueda tolerar.
Con la ducha de mano, Gio controla cuidadosamente la presión del agua mientras humedece el cabello. Con la palma, cubre la parte superior del rostro para evitar que el agua se filtre. Comienza a aplicar el shampoo, y en cuestión de segundos, las burbujas se forman y se deshacen con el flujo del movimiento.
En este momento, reina la tranquilidad y el silencio.
Pocos podrían comprender la magnificencia de lo que significa esta armonía en el corazón del hombre, como si el agua misma se encargara de llevarse consigo todo lo anterior. En este preciso momento es solo un acto desprovisto de egoísmo o expectativas. No es una obligación impuesta por las circunstancias, ni una carga que pesa sobre los hombros; es más bien una forma de demostrar muchas cosas que no pueden ser dichas.
Pero a la vez, observar cómo la ligera tensión en la frente de Octavio se desvanece, cómo el ceño fruncido se suaviza bajo el toque gentil de su tacto, es como ver un sueño hecho realidad.
En esos momentos, no hay odio ni rechazo, solo una aceptación serena. Le gustaría que cada gota que resbala por la piel del profesor, disipara un poco el dolor y el resentimiento que le tiene, dejando espacio para una oportunidad.
Un tiempo excesivo en algo tan simple, sin embargo, desearía contenerlo de esta manera un poco más.
¿Cómo puede algo tan insignificante provocar la felicidad en un hombre?
En la quietud de ese instante, en lo trivial, el tiempo se desaceleraba para permitir que los pequeños detalles, los gestos diminutos, cobraran una importancia desproporcionada en su corazón y su deseo de inmortalizar la efímera belleza de lo cotidiano, en la simplicidad de lo mundano.
Porque no busca grandiosidad ni extravagancia, sino la pureza de lo real, la autenticidad de lo sencillo.
Los vestigios de la violencia aún se aferran al cuerpo de Octavio. Los hematomas marcan su cuerpo, extendiéndose desde el cuello hasta los brazos y el torso. La palidez de su piel se contrasta con el brillo del agua que lo rodea, revelando las marcas oscuras y violáceas de las contusiones.
Al verlo, las palabras una vez liberadas se convierten en afirmaciones.
"Hay cosas que no puedes controlar, porque al final, solo eres un animal", resuena en la mente de Gio, desatando el odio hacia sí mismo. El ácido del rencor asciende en su estómago, hasta alcanzar su garganta.
Despacio, se esfuerza por calmar esos pensamientos y prosigue con su labor. Sus dedos rozan la piel con delicadeza, ofreciendo de vez en cuando un suave masaje, mientras acaricia cada hebra de cabello del profesor con cuidado.
En medio de su tarea, una comparación infantil se cuela en su mente. Observando a Octavio, no puede evitar percibir cierta similitud con un gatito, esquivo y algo arisco, pero al mismo tiempo permitiendo que lo cuide y atienda. Como si el único beneficiado de este servicio fuera Gio.
Al finalizar, seca el cabello y lo envuelve en la toalla, Gio se retira en silencio.
Por alguna razón, Octavio se siente desconcertado. Después de reflexionarlo detenidamente, solo una respuesta se alza ante él con claridad: su cuerpo viejo ha sido sustituido. Y aunque esta confirmación de hecho debería proporcionarle cierta paz, en cambio, acrecienta la migraña que amenaza con partirle la cabeza en dos y lo pone en un terrible mal humor.
≪•◦♥∘♥◦•≫
Veinte minutos después, cuando el agua ha perdido su calor reconfortante, Octavio emerge de la bañera. Con gestos lentos, toma la ropa que yace doblada a un costado. ¡Otra vez la ropa de ese bastardo! Con fastidio se viste con cierta torpeza. Sin embargo, al ceñirse el pantalón, nota con frustración que la cintura le queda demasiado holgada. Con un gesto de indignación, jala con fuerza del cordón y arregla las botamangas con movimientos bruscos.
Tiene un terrible mal humor.
Al abrir la puerta del baño, es recibido por un aroma delicioso que flota en el aire, despertando su curiosidad. Al acercarse, descubre a Gio apoyando dos paltos con una sonrisa suave en los labios. Sobre la mesa, una comida sencilla, pero tentadora aguarda, despertando el hambre en su estómago marchito.
—Siéntese, coma antes de que se enfríe.
El profesor lo mira con una ceja enarcada, desconfiado ante la oferta, pero finalmente cede y se sienta con un rostro indiferente. Mientras le sirve un vaso con jugo recién exprimido, Gio mantiene una sonrisa cálida, casi inocente.
Octavio frunce ligeramente el ceño, escrutando con atención las posibles intenciones ocultas de este sujeto. Sin embargo, se encuentra con un Gio que explica con amabilidad que, después de la cena, le vendará el ojo para que pueda descansar tranquilamente durante la noche.
El profesor opta por el silencio, sin saber exactamente cómo reaccionar.
Inclina la cabeza hacia el plato frente a él y observa la carne dorada por fuera y el fondo de cocción que adorna el plato con sutileza, así como las rebanadas de verduras meticulosamente cortadas. Con parsimonia, toma el tenedor y el cuchillo, y comienza a cortar un pequeño cuadrado de carne.
Gio observa expectante. La dieta a la que Octavio está sometido es específica para su recuperación, y aunque la situación no es la más propicia, podría ser mucho peor. El mismo se encargó de conversar con la señora del comedor de empleados para asegurarse de que la cena estuviera adaptada a las necesidades del profesor.
Durante el tiempo que compartieron en la universidad, notó que Octavio nunca haría un desplante, pero tampoco comería más de lo necesario para no ser descortés, es consciente de los gustos exigentes que tiene.
En este momento, Gio se encargó personalmente de preparar esta sencilla cena, recordando las diferentes expresiones que Octavio muestra cuando sus papilas gustativas están satisfechas. La carne debe ser magra, jugosa pero bien cocida. También sabe que le gustan los sabores cargados de especias, pero sin ser demasiado picantes. Disfruta de la comida sabrosa, pero sin excesos de sal o azúcar.
Él había practicado muchas veces en la cocina cuando se fue a terminar sus estudios en Estados Unidos, aunque nunca pensó que algún día cocinaría para Octavio. Sin embargo, la idea de probar algo que tal vez él disfrutaría era en cierta forma tenerlo a su lado.
El primer bocado se disuelve en la boca, las hebras de la carne eran suaves y el sabor era justo como le gusta. Un ligero brillo inunda los ojos del profesor, esa expresión Gio la reconoce, al menos esto lo ha hecho bien.
Mientras inicia el mismo con su propio plato, se relaja y pregunta:
—Ahora, después de un tiempo, recuerda cuando nos conocimos.
El profesor frunce ligeramente los labios, pero opta por no responder. Él lo recuerda, pero prefiere mantenerlo en el pasado, sin intenciones de mencionarlo.
Por su parte, el hombre sonríe, como siempre, él no está presente en las memorias de Octavio. A veces, es preferible este mutismo apacible a enfrentarse a los insultos o desprecio que podrían salir de esa boca.
—Fue un seminario introductorio a ética y futuro, en el auditorio de la Universidad. En ese tiempo tenía dieciocho años, y había escuchado que era una buena charla para los recién llegados. Sentí curiosidad, y allí estaba usted, junto a otro docente expositor. La verdad es que fue interesante, aunque un poco discordante con mi percepción general en la vida.
Dejando los cubiertos a un lado, Octavio observa con intensidad mientras el otro habla, y el pequeño fragmento de comida parece arder en su estómago como si fuera el mismo infierno.
Recuerda ese día, esa figura frente a él, la primera en desafiar sus ideas ante más de trescientos alumnos y docentes en el recinto. Y no solo eso, con aires de grandeza, ese joven se atrevió a derribar las ideas de moral y ética como si fueran cimientos de barro. En aquel momento, Octavio solo lamento que alguien con una idea tan frágil de la responsabilidad humana pudiera convertirse en su colega algún día.
Lo que lo llevo a cometer aquel error. Porque aquellos que tienen complejo de buen pastor, intentaran encarrilar a esa oveja que se perdió.
Gio, cautivado por el momento, habla como si el tiempo se hubiera desdoblado, llevándolos de vuelta a aquellos días pasados, cuando podían charlar de manera amigable. Cuando compartían juntos largas horas en el laboratorio, en el salón de clases y, a veces, incluso durante los almuerzos y cenas. Se olvida momentáneamente de que ya no tiene dieciocho años, y que todo aquello ya no existe. Se deja llevar como un idiota inocente, intentando recordarle a su primer amor los buenos momentos que compartieron juntos.
El primer impacto entre ambos fue como ver dos machos alfas enfrentándose por quién tenía la razón. En el amplio auditorio de la universidad, Octavio, de veintisiete años, tenía una presencia impecable. Ataviado con un traje oscuro a medida que resaltaba su porte distinguido, su cabello negro estaba peinado hacia atrás, dejando ver sus atractivas facciones. De complexión alta y esbelta, sus ojos café redondos brillaban detrás de unos lentes de montura plateada, otorgándole un aura de intelectualidad, pero que a la vez despertaba las fantasías de más del noventa por ciento de ese auditorio.
El joven profesor era anhelado por muchas y muchos.
Con voz firme y persuasiva, pronunciaba sus palabras con convicción.
—Nuestra ética y moral debían estar arraigadas en el principio fundamental de minimizar el daño, tanto en el ámbito de la investigación como en nuestra práctica profesional. Priorizábamos el bienestar tanto individual como comunitario. Es esencial reflexionar sobre los errores del pasado para asumir plenamente la responsabilidad de nuestras acciones y asegurar un futuro ético y responsable para todos.
En ese instante, un joven levantó la mano, captando su atención. Sorprendido por la iniciativa, él asintió con un gesto, indicando permiso para hablar, mientras solicitaba a su ayudante que le entregara un micrófono al muchacho.
Un silencio expectante envolvió la sala, y después de unos cinco minutos de espera, el joven finalmente logró tomar la palabra. Gio, con una mirada desafiante y un tono de voz seguro, expresó su opinión con audacia.
—Respeto su postura, profesor, pero me parece que es un tanto idealista. La ciencia avanza gracias a la exploración de todos los campos, incluso aquellos que puedan parecer controvertidos o cuestionables. —Con una sonrisa arrogante, continuo—: con un pensamiento tan restrictivo, no se habría avanzado en lo absoluto a lo largo de la historia. Los grandes descubrimientos se han alcanzado a través de la exploración de territorios desconocidos y el desafío constante de las convenciones establecidas. ¿Acaso no es parte del deber del científico desafiar los límites preconcebidos y buscar la verdad sin importar las implicaciones que conlleva?
—Joven, su punto de vista es algo que se ha debatido incontables veces, y ahí está el eje de la cuestión, no podemos obviar el hecho de que algunas investigaciones pueden tener consecuencias inaceptables. Si bien es cierto que se debe explorar nuevos horizontes, también es nuestra responsabilidad asegurarnos de que lo hagamos de forma correcta. El progreso no puede estar divorciado de la ética. Debemos aprender de los errores del pasado y reconocer que la ciencia, en su afán por avanzar, ha cometido injusticias y causado daño. Es hora de que cambiemos este paradigma y nos comprometamos a hacerlo de manera responsable y respetuosa.
Luego de escuchar la palabra "joven", Gio se sintió tan minimizado, que no pudo evitar responder con un toque de ironía.
—Entonces, ¿sugiere que deberíamos tener una bola de cristal para prever todas las consecuencias de nuestras acciones a futuro? Profesor, tomemos por ejemplo la energía nuclear. Claro, podemos hablar de los peligros y riesgos que conlleva, pero también debemos considerar los beneficios que ha traído en términos de generación de energía y avances tecnológicos. ¿Acaso no es parte del juego pesar los pros y los contras y tomar decisiones a base de ello? —Eleva la comisura de los labios con arrogancia, y sus ojos negros se vuelven profundos—. La ciencia nunca ha sido un camino claro y sin obstáculos. Requiere inteligencia, valentía y, sí, incluso un poco de audacia para enfrentarse a lo desconocido y superar los desafíos que se nos presentan en el camino hacia el futuro.
Octavio sintió una vena gruesa latiendo en su cuello mientras escucha las palabras de este niño.
—La ciencia no puede basarse únicamente en la balanza de pros y contras. Debemos considerar también el impacto de nuestras acciones. —Con una mirada penetrante, continuo—: La energía nuclear puede ser un ejemplo válido, pero ¿a qué costo? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la seguridad y el bienestar de las generaciones futuras por el beneficio inmediato? No se puede avanzar de esa manera, debemos aspirar a buscar soluciones que sean tanto efectivas como responsables.
El profesor sintió un toque en su hombro por parte de su compañero expositor, comprendió el mensaje implícito. Con un gesto de agradecimiento hacia su colega, se volvió hacia el joven con una sonrisa suave.
—Creo que hemos tenido una discusión muy enriquecedora, siempre debe existir el diálogo entre diferentes perspectivas y puntos de vista. Pero ahora, como bien señala mi colega —agrego, mirando su reloj—, debemos dar paso al resto del seminario.
El profesor retomó su posición frente al público, listo para proseguir con la charla planificada. Pero antes de entregar el micrófono al ayudante, Gio, con una expresión de satisfacción y una chispa de picardía en sus ojos, aprovecho el momento para intervenir una última vez.
—Gracias por el interesante intercambio de palabras, profesor, pero, al final del día, siempre queda la verdad de que si no lo hace uno mismo, alguien más lo hará.
Después de escucharlo durante un tiempo, el cuerpo de Octavio se tensa, sintiéndose molesto, incómodo y estúpido. La inexistente comida en su estómago se revuelve, y la sensación de náuseas se hace presente. Su rostro se pone pálido, y antes de desmoronarse frente a Gio, corre al baño.
Mientras tanto, el hombre queda perplejo, observando el plato del profesor intacto, invadido por un sentimiento amargo.
≪•◦♥∘♥◦•≫
Arrodillado frente al inodoro, Octavio tose violentamente y escupe bilis, sus pestañas húmedas por las lágrimas que amenazan con caer en cualquier momento. El ojo herido le palpita con dolor, agregando una capa más de sufrimiento a su angustiante situación. Su cabeza arde y su pecho se siente como si alguien estuviera jugando con su caja torácica, apuñalando los pulmones y estirando las costillas.
Después de unos minutos, Gio se acerca, sosteniendo un vaso en su mano extendida, pero la condición errática de Octavio lo hace retroceder un paso. Sin embargo, cuando Gio se atreve a poner una mano reconfortante en la espalda sudorosa del profesor, este reacciona con una ira repentina.
—¡NO ME TOQUES! —grita con furia, golpeando con violencia la mano de Gio que sostenía el vaso con agua y medicamentos digestivos.
El sonido del vidrio al hacerse añicos en el suelo resuena en la mente de Gio.
¿Acaso si él fuera Alan, lo aceptaría sin reproche alguno? ¿Permitiría que lo consolara? ¿Comería el plato completo con calma? ¿Le permitiría acercarse lo suficiente para evitar que sus pies se cortaran? ¿Alguna vez podrá borrar la brecha que se ha formado entre ellos?
Con un suspiro cansado, Gio se agacha para comenzar a recoger los restos del vaso roto.
—Déjame solo...
—No.
—¡Dije que te fueras!
—No.
El ojo de Octavio se inunda de un odio ardiente, el rojo intenso reflejando la ira y el agotamiento que lo consumen. Está harto, cansado hasta la médula, hastiado de las vueltas y revueltas con Gio. No entiende nada de lo que está sucediendo a su alrededor. Se siente utilizado, desechado, como si su humanidad fuera arrancada y pisoteada una y otra vez.
El deseo de llorar, de gritar, de golpear algo hasta que el dolor desaparezca lo consume por dentro. Sus manos vuelven a temblar frenéticamente, el miedo y la impotencia se reflejan en cada movimiento. El sudor frío empapa su frente, antes de que pueda reunir el aliento para lanzar un insulto, un mareo repentino lo nubla, desestabilizándolo y haciéndolo tambalearse, golpeando la cabeza con el borde del inodoro.
Rápidamente, Gio alza a Octavio en sus brazos y lo lleva hacia el dormitorio, donde lo recuesta con suavidad en la cama. Sin perder un segundo, comienza a limpiar, asegurándose de eliminar cualquier rastro de sangre y suciedad. Luego, envuelve con cuidado una venda alrededor de la herida en la cabeza y el ojo.
Al finalizar, un par de manos cálidas encuentran el camino hasta la cintura de Octavio, sacándolo de su estado de inconsciencia con un toque suave. Aunque sus ojos permanecen cerrados, el profesor percibe la cercanía de Gio, sintiendo el calor de la respiración de la persona a la altura de su cuello.
—¿Estás despierto?
Aunque podría responder, decide fingir seguir inconsciente.
Gio apoya su rostro en el pecho del profesor, como si quisiera escuchar los latidos de su corazón. Con delicadeza, acaricia con la yema de sus dedos el brazo siguiendo el camino de la piel hasta que, finalmente, entrelaza sus dedos con los de Octavio.
Es extraño pensar en cómo sus vidas se conectan de esta manera, como si el universo conspirara para unir sus destinos de forma horrible.
Él llegó a su vida en un momento en que Gio ni siquiera sabía que lo necesitaba, pero ahora lo único que entiende es que siempre fue él, solo Octavio.
La ironía del destino se hace evidente cuando las cosas se complican. La dinámica entre ellos es compleja, con sus personalidades chocando una y otra vez, más de lo que el propio Gio quisiera admitir.
Se siente desplazado, como si estuviera siempre un paso atrás.
Pero a pesar de todo, es Octavio quien llena el vacío que siente. Es como si fuera la pieza que falta para convertirlo en un ser humano.
Uno lamentable, uno débil, pero un ser humano al fin.
Gio se sumerge aún más en sus pensamientos, cada día en su vida era un recordatorio de la ausencia de Octavio. Quería seguir adelante, pero su corazón se aferraba a un sentimiento que se negaba a desaparecer, mientras su mente racional le instaba a seguir adelante, el lado más oscuro de su ser clamaba por lastimarse.
El peso de la situación lo agobia, con un suspiro cargado de resignación, Gio cierra los ojos.
—Lo siento... —susurra, el nudo en su garganta, apretándole con fuerza, impidiéndole articular más palabras y sumiéndolo en el silencio.
Inconscientemente, Octavio contiene la respiración.
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Nota de la autora:
La barra se está vaciando.
S.E ...
90%
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PD: Estimado lector, nos vemos en dos semanas, lamentablemente, entro en periodos de examen en la universidad.
Abrazo a la distancia.
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