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Capitulo 14: Ha sido reemplazado.

"Cuando salgo al mundo
no me gusta lo que veo.
Podrías llamarlo paraíso,
pero a mí me parece un infierno".
Never know. Bad Omens.


—¡Tu hijo es un monstruo!
—¡Cállate! ¡Es tu hijo también!
—¡Esa cosa enferma no puede ser mi hijo!

Un golpe seco.

Un débil y flácido golpe seco en la mejilla.

Lamentablemente, los golpes del hombre no eran débiles.

En un despacho privado, dos que alguna vez se amaron rodaron en el suelo.

El niño, oculto tras la puerta, permaneció en silencio. No había derramado lágrimas desde que tenía memoria, pero cuando aquel hombre salió, dejando tras de sí a la mujer más hermosa que el niño había conocido, se hizo una promesa: nunca más lloraría.

Por qué los niños no lloran.

Por qué llorar no soluciona las cosas.

Por qué en ese momento lloró, y la hermosa flor que atesoraba en su corazón igual fue pisoteada.

Entonces, se aferró al silencio, a la máscara de indiferencia, solo corrió hacia ella, escondió esas lágrimas inservibles y se arrodilló a su lado.

Al final era su culpa, todo esto era por él, ya lo sabía.

No era normal, pero acaso no dicen que todos son especiales. Eso había dicho su madre: "Eres especial". Las palabras que repetían otras mamás, pero la realidad es que él no era especial, no era normal; era un monstruo, así dijo su padre.

Es eso... un monstruo... un enfermo...

A los cinco años, la resolución es un desafío, y saber qué hacer resulta complicado. La persona que siempre lo había guiado apenas estaba consciente. Él pronunció su nombre varias veces, hasta que ella respondió con voz tenue: "Estoy bien”.

Él permaneció allí, sin perturbarla. El tiempo transcurrió, hasta que finalmente ella logró reincorporarse, tragándose el dolor, con la única ilusión de no preocupar al niño.

Así es la vida, supusieron ambos. Si no lo mencionas, con el tiempo solo desaparecerá. Porque, a veces, la verdad era más dolorosa que el silencio.

Gio se levanta de aquel sillón, con el cuerpo somnoliento y el sabor amargo de un viejo recuerdo. El cuerpo aún con aquellos restos de sangre y el fantasma de Octavio que había dejado ir.

Esta noche en soledad, se siente dolorosa.

≪•◦♥∘♥◦•≫

A lo largo del día, Alan entró y salió varias veces, como si fuera una rutina normal. Pero Octavio no logró tragar ningún bocado de comida, su mente se enredó en pensamientos oscuros. Todo se desplegaba como una historia bizarra y surrealista, como si estuvieran intentando hacerlo sentir... cómodo.

La última vez que Alan estuvo allí, se sentó a su lado y trató de entablar una conversación banal, como si estuvieran en un maldito café haciéndose amigos. Con una sonrisa en los labios, el joven le comentó que esa noche no debía subir a ver a esa persona, insinuando que Gio había encontrado algo nuevo para divertirse.

¿Cómo debería haber recibido esas palabras?

Por supuesto, al escucharlas, sintió que esa noche podría descansar y que seguramente, como bien se lo había recalcado Gio, no volvería a verlo, ya que él era reemplazable.

Así que, eso era bueno, muy bueno.

Entonces, si ya no era útil, si lo habían reemplazado, ahora, ¿qué harían con él?

Después de responderse esa pregunta, Octavio sintió un escalofrío recorrer su espalda, las náuseas regresaron y el sudor en las manos no cesó.

Sentado en la cama, con las rodillas aferradas en silencio, la habitación parecía un remanso de calma, pero bajo esa fachada, una ansiedad desbordante lo consumía. Las mismas preguntas martillaban en su mente: ¿Por qué tardaban tanto en encontrarlo? ¿Por qué había cambiado su situación de repente? ¿Qué estaba ocurriendo en el exterior mientras él perecía en este lugar?

La noche pasaba sin descanso alguno.

La situación no mejora al recibir al joven en lo que calcula sería la mañana de un nuevo día. A pesar de todo, intenta comer algo del desayuno que Alan trae con una sonrisa enérgica. Sin embargo, apenas puede masticar unos trozos de la naranja jugosa.

Mientras el jugo de la fruta se desliza por la barbilla, el joven se acerca para limpiarlo con un pañuelo, pero esto solo provoca un gesto de rechazo en Octavio.

El cuerpo alerta.

La expresión de Alan se oscurece por un instante, pero luego retoma la misma simpatía inocente que lo caracteriza frente al profesor.

—Disculpe, no quería asustarlo. —Extiende el pañuelo para que el otro lo tome, y solo vuelve a sentarse en su lugar—. Intente comer un poco más, debe recuperarse bien.

Octavio solo asiente en silencio.

—Hoy debo realizarle otra extracción, pero por lo que muestran los resultados, su salud está estable.

El profesor solo suspira y deja la fruta. Aunque el joven se muestre amable, no confía en él, no quiere decirle que en realidad se siente demasiado mal. Con un ligero mareo alojado en la frente, solo sonríe y habla bajo.

—Eso es bueno.

Alan chasquea la lengua molesto ante la barrera de indiferencia de Octavio. Se acerca hacia él y retira con cuidado la venda que cubre la herida en el ojo. Los vidrios del lente se habían clavado profundamente, dejando cortes visibles en el párpado inferior y superior. La piel alrededor de la herida está inflamada y enrojecida, y la herida misma muestra signos de sangrado reciente. La herida es grave, el joven la mantenia limpia y protegida para evitar infecciones. Cuando visitaba a Octavio aplicaba antibióticos y cambiaba la venda. Además, le hacia tomar un analgésico para el dolor y un antibiótico.

El joven, casi médico, era muy responsable con el profesor en ese aspecto.

Limpia con suavidad los cortes en la ceja, el párpado inferior y superior antes de aplicar la solución desinfectante. Al finalizar, una sonrisa llena de picardía se esboza en su atractivo rostro.

—Octavio, por favor recuestece debo aplicar el resto.

El rostro enfermizo del profesor empeora.

—Gracias, pero como se lo dije ayer, puedo hacerlo por mí mismo.

Un ligero mmmmm sale de los labios de Alan. ¿Siembra con amabilidad y cocecharas con letargo? Se ríe de si mismo.

—Recuerde, si necesita ayuda no dude en pedírmela.

Cómo siempre, el silencio irrevocable de Octavio es el indicio de que no habrá más. Solo toma aquella bandeja casi inalterada y lo deja solo.

El día transcurre igual que el anterior, con su estómago inapetente y la mente revuelta.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Esa tarde, el sol desciende lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados que se funden entre los árboles frondosos de una casa quinta en algún lugar de Buenos Aires.

El calor del día persiste en el aire, envolviendo a los jóvenes en una atmósfera cargada de energía durante el entrenamiento de RBG. Sin embargo, la belleza del momento se ve interrumpida por el grito repentino de Tucu.

—¡Mi cara... mi cara, mierda! —exclama, tendido en el suelo, derrotado y agotado.

El peso de la batalla se refleja en cada fibra de su ser. El velo de sudor que cubre su piel morena resalta la intensidad de sus esfuerzos, mientras que sus ojos redondos y cafés están enrojecidos por las lágrimas derramadas en la lucha.

Mientras tanto, la Porte, con un brazo tensado hacia atrás, la rodilla izquierda presionada sobre la columna de Tucu y con la otra mano presiona la mejilla con rudeza para que coma tierra.

—No seas llorón pendejo, así te vas a ver más bonito.

Se burla de su amigo, ocultando su identidad bajo una gorra. Solo las raíces negras de su cabello escapan de la sombra, contrastando con su piel blanca y pálida. Sus ojos color miel brillan con una satisfacción indescriptible mientras ríe ante su victoria.

—¡No seas así! ¡Esta cara es todo lo que tengo, mujer! —protesta Tucu, con voz quebrada.

Luthie, quien graba la escena, se agacha con gracia, su cabello corto rozando su hombro y su piel trigueña resplandeciendo bajo los últimos rayos del sol. Con una sonrisa brillante, se dirige a los ojos acuosos de Tucu.

—Si tenes solo eso te vas a  cagar de hambre, mira como te pateo el culo mí mujer, si fuera el Rubio estarías ya sin brazos.

—Ya cerra la jeta pende-

Antes de que pueda terminar su frase, el brazo fue jalado con más fuerza y un grito de dolor sale de los labios de joven.

El superior del grupo interviene con un grito autoritario.

—¡Hey, ustedes dos! ¡Dejen de torturar a ese pibe! ¡Vengan rápido, los buscan!

La Porte suelta al joven y lo regaña con sorna.

—Lloron, por tu culpa vamos a ligar.

Los tres se sacuden las prendas, Luthie abraza a Porte y camina a su lado, Tucu va atras sollozando y maldiciendo a estás crueles amigas.

Al adentrarse en la casa, atravesando el luminoso living, finalmente llegan al cuarto de reuniones, donde una pantalla holográfica domina el espacio.
En ella se encuentra la transmisión en directo de las tres cabezas fundadoras de RBG, ellos lucen sombríos y preocupados.

Uno de ellos, es un neurocientífico,   un hombre de cincuenta años con el ceño fruncido y la mirada penetrante. Al verlo, Luthie sintie un nudo en la garganta, y se tensa.

Con un gesto de la mano, el hombre invita a Luthie a avanzar, y ella da un paso vacilante hacia adelante. Rui, el superior que los acababa de llamar, se coloca frente a ella, su presencia imponente. De espalda a los fundadores susurra por lo bajo.

—Perdon Luthi.

¡PAF!

Los cinco dedos golpean la delgada mejilla. El rostro de la mujer lleno de vergüenza se gira por el impacto.

—¡Que estás haciendo! —grita Porte, llendo en dos pasos a tomar a Rui por el cuello de su remera—. ¡Cómo te atreves!

—¡NO! —Detiene la mano de su pareja y la mira con tranquilidad—. Está bien, es mí error.

—¿Pero de que demonios estás hablando?

—Por favor, no intervengas.

La mirada de Luthie es triste, pero a la vez decidida. Porte no entiende que sucede.

Del otro lado, el neurocientífico golpea la mesa con rabia y grita.

—¡RUI!

El superior suspira, retira las manos que estaban sobre su cuello, y mueve los labios, como si quisiera decir algo que no debe decirse.

Porte queda atónita, hace unos pasos hacia atrás, y se queda lado de Tucu.

Con cada cachetada, el directivo de RBG enumera las faltas.

—Te desconectaste de la terminal —gruñe, su voz llenando el espacio mientras la cachetada corta el aire con violencia cruel, haciendo que la joven tambalee hacia atrás, su visión oscurecida por el dolor.

—La notificación sufrió un retraso por tu imprudencia —continúa, cada palabra cargada de desprecio, mientras otro golpe, más fuerte que el anterior, hace que Luthie sienta el sabor metálico de la sangre en su boca, luchando por mantenerse en pie.

—El equipo dos tuvo una demora de sus funciones por tu ausencia —resuena la voz del directivo en su cabeza como un eco, y una nueva cachetada hace que sienta como si su cráneo fuera a partirse en dos, el dolor irradiando desde su rostro hasta lo más profundo de su ser.

—Por tu falta, la operación Halcón podría haber caído en un bache irreversible.

Las palabras del directivo cortan como cuchillas afiladas, y el siguiente golpe es aún más devastador, haciendo que Luthie pierda el equilibrio, apenas sosteniéndose en el borde de la conciencia.

—En otra situación, tu compañero podría haber sido descubierto.

Cuando la última cachetada cae sobre su rostro, Luthie apenas puede contener un gemido de dolor. La habitación queda sumida en silencio, roto únicamente por la respiración entrecortada de la joven de diesiocho años. Las lágrimas se mezclan con la sangre en su rostro, mientras lucha por no desmayarse.

—Luthie, esta es la última advertencia.

La mujer a lado del tercer directivo suspira y se dirige hacia Rui.

—Esta falla no es solo de Luthie, y deben ser conscientes de ello. Son un equipo, y el error de uno es responsabilidad de todos. No podemos permitir que esta situación se repita en el futuro. Deben comprender que incluso el más mínimo error puede llevar al declive de toda la operación. Y si la situación se agrava, otras operaciones sufrirán las consecuencias. Rui, tienes las órdenes correspondientes. Informa a los demás, y recuerden, esto no puede volver a suceder. La próxima vez no habrá indulgencia.

La transmisión se corta, y solo queda un silencio entre todos.

≪•◦♥∘♥◦•≫

La noche se está acercando, Gio mando a llamar a Octavio. La puerta de la habitación suena, y al abrirla la imagen con la se encuentra solo hace hervir su sangre.

El miembro de la seguridad, apodado Alto, está a la derecha del profesor, mientras que la persona que más detesta, tiene a Octavio tomado por la cintura para que no tropiece.

Gio observa al profesor, quien viste la ropa del sujeto que se aferra de forma cariñosa a su cuerpo y recuerda la imagen que vio de ellos sentados conversando y un destello de ira atraviesa sus ojos.

Hace un paso hacia adelante y toma el control de la situación. Con un solo movimiento de la mano, le indica al hombre que se encargará él mismo del profesor. Este asiente en silencio y se retira.

Gio se acerca a Octavio, cuyo rostro yace oculto bajo la tela oscura de la bolsa. Alan retira despacio el delicado agarre y se regodea en su explicación, insinuando cada palabra  con malicia.

—Debido a la gravedad de la herida en el ojo, es importante que evite realizar cualquier actividad que requiera fuerza física o tensión en los músculos del rostro y la cabeza. Pero esto también incluye realizar actividades vigorosas, realizar esfuerzos podría aumentar el riesgo de complicaciones o retrasar el proceso de cicatrización. Por lo tanto, es crucial que se tome el tiempo necesario para permitir que la herida se cure adecuadamente y evitar cualquier actividad que pueda comprometer su recuperación. —Hace un breve silencio y dibuja una risa juguetona al mirar hacia Octavio—. Pero tranquilo, ya me encargué de que se sienta mejor en todos los sentidos en estos días.

Gio se esfuerza por mantener la compostura, pero una vena late en su frente. Trata de ocultar su molestia mientras responde con una sonrisa forzada:

—Gracias, podes retirarte.

El joven se acerca hacia el oído de Octavio.

—Hasta mañana Octavio.

Mientras tanto, el profesor permanece en silencio, sintiéndose mareado por el calor bajo la bolsa en su cabeza.

Gio lo toma y lo ingresa en la habitación. Intentando mantener la calma, y dominar el autocontrol.

Retira la tela que cubre el rostro del profesor y una oleada de emociones contradictorias invade su corazón, al contemplar la venda que cubre el ojo de Octavio, la ira brota como una llama incandescente, mientras que la tristeza se cierne como una sombra.

En el silencio tenso que se extiende entre ellos, Gio se sumerge en un pozo de pensamientos culpables.

Octavio, aún mareado por el traslado, muestra un gesto de desagrado al encontrarse frente a este sujeto. Su ojo libre lleno de resentimiento.

Al percibirlo, Gio no puede evitar sentirse molesto, pero trata de relajarse, y proseguir.

Hoy debe ser diferente.

Despacio, retira el precinto que ata la mano de Octavio, pero antes de que pueda terminar, el profesor estalla en palabras cargadas de sarcasmo y desdén.

—Innecesario. ¿Piensan que saldré corriendo y mágicamente podré encontrar una salida? ¿Me consideran tan idiota para realizar tal estupidez?

Gio se queda sin palabras por un instante, sin embargo, una sonrisa se dibuja en sus labios mientras continúa con su tarea.

—Al contrario, la inteligencia genera más temor que la fuerza. Podría tener cientos de armas, pero sin un cerebro, no saldría de acá. Con alguien como usted, no necesitaría más que un análisis espacial y... podría lograrlo.

Octavio, desconcertado, se queda en silencio ante el halago inesperado.

Como si quisiera borrar algo, toma por la cintura al hombre que aún se queda asimilando las palabras agradables, y lo presiona a su lado. Con un aura caballerosa toma una mano y lo dirige despacio por la sala.

—Prepare todo para que puedas tomar un baño tranquilo, te acompaño hasta ahí.

Y así es, el profesor está aturdido.

En soledad, el hombre de un metro ochenta se desliza con delicadeza en la bañera, su cuerpo esbelto amenaza con desbordar los límites de la estructura modesta.

El agua acoge su presencia, impregnada de sales marinas que danzan alrededor de él, como si estuvieran seduciendo cada centímetro de su piel.

Un aroma exquisito a jazmín y rosas se eleva delicadamente desde el agua en reposo. A pesar de esta sensación cálida, la mente del hombre permanece tensa, en este momento una sola preocupación lo acosa, impidiendo que se entregue por completo al éxtasis del baño preparado.

Aun así, se sumerge más profundamente, dejando que el agua caliente penetre en cada fibra de su ser, al menos aliviando las tensiones físicas que lo agobian.

Esto es demasiado extraño, y el sentimiento de desconcierto no deja de latir en su sien. Mira su cuerpo con algo de lamento, las marcas siguen ahí, los músculos de su cuerpo lo están abandonando, se había resignado psicológicamente, y lo único que tiene como algo interesante para ofrecer, parece que ya no le interesa a esa persona.

Los labios de Octavio se ondulan irregulares, inclina la cabeza hacia atrás, ¿en qué demonios está pensando?

El encierro, la soledad y el silencio hacen que un hombre deje de considerarse un hombre.

─•──────•♥∘♥•──────•─

Nota de autora:

Miniteatro.

El perro, negro y grande  entra al baño con entusiasmo, moviendo la cola en señal de alegría al ver a su amo gatuno. Se acerca al gato con cautela, tratando de no molestarlo, pero ansioso por recibir algo de afecto.

El gato levanta la mirada con desdén, frunce el ceño al ver al perro, y maulla con desprecio.

—¿Qué queres ahora, no que tenías otro juguete?

El perro, ignorando el tono sarcástico del gato, se sienta obedientemente frente a él y mueve la cabeza hacia arriba y hacia abajo desconcertado, no entiende pero asiente por las dudas.

—Woof, woof. —Ladra suavemente, como si estuviera diciendo "Te amo, vengo a darte un baño".

El gato levanta una ceja con arrogancia.

—Ni lo sueñes estúpido —maulla con desprecio.

El perro, sintiéndose herido retrocede un poco pero no se rinde. Da un salto y se mete a la bañera, se acerca al gato y, en un acto de amor torpe, le lame la pata.

—...

El gato, horrorizado por el contacto no deseado, se tapa el pecho y retrocede con un bufido.

—¡No te atrevas a tocarme, bruto! ¡Sin vergüenza! ¡Vete con tu juguete nuevo!

El perro, con la cabeza gacha en señal de arrepentimiento, asiente tristemente.

—Woof, woof —murmura, como si estuviera diciendo "No se qué hice pero lo siento", baja las orejas y le lame la cara.

En ese momento, la dueña entra en el baño y, al ver la escena, frunce el ceño con desaprobación.

—¡Basta ustedes dos! —regaña, señalando al perro con reproche—. ¡¿Cuántas veces te he dicho que no debes hacerlo así?!

El gato, satisfecho por haber sido defendido por su dueña, se acomoda en la bañera con una sonrisa de triunfo en su rostro.

—Meow, meow —maulla con orgullo, como si estuviera diciendo "Eso es correcto, castiga a ese infiel".

El perro se retira con la cabeza gacha y la cola entre las piernas.

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