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Capítulo 9. El pequeño Damon.

La noche se cierne sobre nosotros, las temperaturas vuelven a descender y el silencio reina el ambiente.

Vamos, Heather, tienes que dormir, me repito una y otra vez, pero ni yo misma me escucho. No puedo permanecer más de cinco minutos a oscuras sin sentir que estoy en el sótano.

Me doy la vuelta en la cama, no consigo quitarme la cabeza lo mismo de siempre. Empiezo a cansarme de mi propia mente.

Siento cómo mi cama se humedece. Primero pienso que es por el sudor, pero decido mirar. Me equivoco, la herida de mi mano se ha abierto al parecer, y estoy sangrando.

Lo que me faltaba. Estoy lo suficientemente débil por no conseguir comer, no necesito además perder sangre en estos momentos. Me levanto de la cama, en dirección al baño.

Quito el vendaje y lo tiro a la basura, ya no sirve de nada empapado de sangre. La herida tiene peor pinta de lo que había intuido, no sé cómo he conseguido que se suelten los puntos. Tal y como era de esperar en cualquiera de las casas de los Brown, hay alcohol y betadine en uno de los armarios situados en la pared.

No voy a ir a despertar a nadie porque se me hayan soltado los puntos, no de madrugada. Ya soy lo suficientemente molesta, ahora el hijo de Alexandra está en juego, no me extraña que me odie. Es él o yo, y parece que de momento el diablo no tiene pensado dejarme ir a ninguna parte. Deseo que sea así, y que no me envíe de vuelta con Haim.

Pero de tener que hacerlo, de llegar al extremo dónde ya no haya opción, sé que me entregaré yo misma a él, si así puedo salvar al pequeño Damon. Es tan solo un bebé, pequeño, indefenso. No le deseo esta vida a nadie, y menos la que he tenido con Haim.

Duele la herida, y esto solo aumenta a medida que trato de desinfectarlo. No dejo de sangrar, creo que la estoy liando aún más. Me apoyo en el lavabo, estoy comenzando a marearme.

Vuelvo la vista al espejo tras ver de reojo una figura tras de mí. Pestañeo varias veces para corroborar que está ahí, que no ha sido un error.

—Haim —balbuceo, asustada. Retrocedo varios pasos, impactando contra la pared de la ducha.

Su figura se aproxima a mí, y cuando sus manos van a tocar mi piel, un desgarrador grito brota de mis entrañas, liberando con el todo el miedo que me estaba consumiendo.

La puerta se abre de par en par. No hay ni rastro de Haim, solo estoy yo, sentada en el plato de la ducha.

—¿Qué ha pasado? —inquiere Ares, su mente debe estar hecha un lío.

Sangre por doquier, yo tirada en el suelo, el grito... No entiendo. Haim estaba aquí.

—Me duele la mano —me excuso. No puedo decirle que mi mente me ha jugado una mala pasada.

Se acerca a mí, me ayuda a levantarme y me sienta en el váter. Parece que solo se digna a acercarse a mí si ve que estoy sangrando.

—No te muevas —ordena, se va tan rápido como vino.

Me duele la cabeza y aún estoy mareada. Solo encuentro una justificación a haberle visto, aun cuando físicamente no estaba presente. Estoy delirando, el estrés, o quizá el haber perdido sangre ha provocado una puntual alucinación.

Pero se sintió tan real, sus movimientos, su forma de respirar.

No tarda en aparecer otra figura masculina en la puerta, quién no va solo, si no acompañado por su pequeño bebé que en sus brazos duerme.

—¿Estás bien? —susurra.

Asiento y señalo mi mano—: un pequeño accidente.

—Voy a llevarle a la bruja el bebé, que ella no conseguía dormirlo. Si quieres, pásate luego por mi cuarto y hablamos.

Me sonríe con ilusión, desprendiendo calidez. No puedo evitar decirle que sí, que iré, ya le dejé tirado la noche anterior. Tarda unos segundos en moverse en dirección a la habitación de su ex novia, la nueva diva. Estoy tan concentrada en él, que ignoro cuando el diablo entra en el baño.

Oigo como Alexandra abre y cierra su puerta, también el suspiro de desesperación de Paúl. No tarda en aparecer nuevamente en la puerta del baño.

—¿Quieres que lo haga yo? —le pregunta a Ares.

—Vete a dormir, Paúl.

El aludido se encoge de hombros, y eleva las manos en señal de paz. Ares rueda los ojos, no sé que tanto le molesta ni por qué no acepta que sea su hermano quién me ayude, después de todo, él ha dejado claro que no quiere estar cerca de mí.

Nuevamente coge mi mano entre las suyas con la misma delicadeza que la vez anterior. La sitúa bajo el grifo del lavamanos, y deja caer fría agua sobre ella.

—Ten más cuidado —exige.

Debería tenerlo, pero solo estaba intentando dormir cuando se soltaron los puntos.

Procede a desinfectar, aunque eso ya lo había hecho yo antes. En esta ocasión, echa dos pomadas diferentes, una que leo que es un cicatrizante, la otra no sé lo que es hasta que comienzo a sentir un ligero hormigueo por toda la extremidad.

—No quería anestesia —le reclamo.

No necesito una crema anestésica. Puedo soportar el dolor perfectamente.

—Por eso no te he preguntado.

Ruedo los ojos, no siento ni siquiera cuando comienza a retirar los puntos rotos y emprende nuevamente la labor de coser la herida. Prefiero sentir el dolor ahora que cuando se pase el efecto de la pomada.

Sé que ha terminado cuando veo que suelta mi mano, así que espero que se vaya de inmediato.

Pero no lo hace, sigue de rodillas frente a mí, puedo sentir perfectamente cuando, con su mano derecha, toca el ojo que Haim golpeó tras descubrir que Paúl había huido.

No me inmuto. Saco valor de donde no lo tengo para mirarle a los ojos, lo cuál él aún no hace.

Su mano viaja de mi ojo a la pequeña fisura que aún es visible en mis labios. Me incómoda un poco sentir sus manos en mí, pero me recuerdo que es Ares y no Haim, y que él nunca me haría lo que el otro hizo.

No se detiene mucho tiempo ahí. Finalmente sus manos concluyen su viaje en mi cuello, dibujando con su dedo índice las marcas que aún son visibles.

—Voy a matarle —espeta—, voy a arrancarle el corazón por haberte hecho esto.

Podría ser una metáfora, pero intuyo que habla completamente en serio.

—Nunca va a volver a tocarte, nunca.

Con mi mano izquierda, y con más valor del que creía tener, elevo su mentón para que su mirada abandone mi cuello y se centre en mis ojos. No puede, es incapaz, con solo un segundo logra incomodarle lo suficiente para alejarse de mí.

No se despide antes de irse del baño, pero yo no puedo moverme. Quiero gritarle y decirle que no entiendo qué pasa, qué ha cambiado. Qué he hecho para que no pueda ni mirarme, para que me rechace todo el tiempo.

Tengo que dejar de pensar que todo es culpa mía, pero hoy no puedo sentir nada que no sea eso.

Pasado un buen rato me decido, y recojo todo lo que él ha dejado tirado por salir corriendo, lo meto en el armario y salgo del baño. No me apetece en demasía ir a hablar con Paúl, pero se lo he prometido.

Me cambio de ropa, y dejo la que está manchada de sangre en el cesto de la ropa sucia.

Toco varias veces la puerta de la habitación de Paúl hasta que me abre.

—¿Estabas durmiendo? Si quieres podemos hablar mañana.

Tira de mi brazo izquierdo y entro en su habitación con rapidez, cierra la puerta tras de mí.

—Necesito alguien con quién beber —espeta—, esa... Esa mujer me está volviendo loco. Y no en el buen sentido.

Saca una botella de la pequeña nevera que está bajo su escritorio, y se sienta en la cama, acto que imito.

—Te doy el honor —dice y me tiende la botella—, es vodka, no te podrás quejar.

Hago un gesto con la mano para que aleje la botella de mí—: ya no bebo.

—No te creo —espeta con rapidez—, la Heather Smith que yo conocía no bebía agua, solo vodka. Incluso creo que una vez desayunó cereales con vodka.

—Eso es mentira —aclaro—, a Alexandra le gustaba mucho exagerar lo que bebía y lo que no.

Se encoge de hombros, y lleva la botella a sus labios, bebe un largo trago antes de situarla entre sus piernas.

—Te voy a contar lo que pasó, solo si prometes no contarle nada a Ares. Sabe la mitad de la historia y es por eso que aún no la ha matado.

—Lo prometo.

Bebe otra vez antes de empezar a contar la historia.

—Me dejó antes de que yo supiera que estaba embarazada, así que nos distanciamos. Fue solo una semana, pero la verdad es que yo estaba bastante hundido, solo y con malas compañías —se encoge de hombros. No me mira a mí, si no a la pared, recordando con exactitud lo sucedido—, así que me pasé los siete días borracho, hacía muy poco que había muerto mi hermano... Y ella me había dejado porque estaba triste siempre. Me sentía lo más bajo, Heather, sentía que daba asco, que era lo que nunca había querido ser.

—Paúl...

—Por favor —me dice—, no te lo cuento porque necesite compasión. Bueno, estaba borracho y triste, como cada día, la tarde en la que me llamó. Me dijo que me echaba de menos, que me necesitaba. Casi se me pasó la borrachera de golpe —ríe levemente, sin humor—, fui a verla. Posiblemente oliera a sudor por la cara con la que me recibió, porque también es posible que en aquella semana no pisara mi casa, había demasiadas cosas suyas, demasiado dolor entre cuatro paredes. Y me dijo que lo había estado pensando y que si, que me quería. Como si fuera un juguete, hoy si, mañana no, pero caí, quizá porque era lo único que me quedaba, tal vez por estar absolutamente enamorado.

Bebe otra vez, está apunto de llorar.

—Al día siguiente me dijo que estaba embarazada... Y durante casi nueve meses hubo paz. Me pasaba el día tocando y besando su tripa, mirando nombres, pensando en cómo sería el pequeño Damon, en si tendría sus ojos, o los míos.

Sé lo que me va a contar a continuación porque escuché, hace mucho tiempo, un comentario entre los amigos de Haim, los cuáles iban lo suficientemente borrachos como para ignorar mi presencia.

—Y llegó el día en el cuál Óscar se presentó en su casa, vestido con un bonito traje y aparcando su audi en la puerta, sonriente, pero molesto. Abrí yo la puerta, así que cuando Alexandra bajó a comprobar quién había venido, yo ya estaba con el corazón en un puño. La miré esperando que fuera mentira, pero la mirada de él me confirmó lo que nunca imaginé. El puto niño podía ser mío o suyo, y tenía pinta de que él estaba convencido de que era el padre del niño que estaba esperando mi novia.

No puede evitarlo. Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos, busca la botella con su mano, e impido que la coja poniendo mi mano izquierda sobre la suya.

Beber no le va a solucionar nada.

—Ella no dijo nada, solo se quedó mirando como Óscar entraba en nuestra puta casa, nuestra, y dejaba la chaqueta de su traje sobre el sofá dónde veíamos una película cada jodida noche. Me fui, Heather. No pedí explicaciones a nadie, preferí irme.

—Pero aún así, protegéis a Damon.

—Porque durante nueve meses fui su padre aunque no hubiera nacido, y porque no sé si lo soy o no. Me he negado desde el primer día a hacerme una prueba de paternidad. Quizá Alexandra tolere que aún vea al niño simplemente porque mi apellido le condenó desde que se supo de su existencia, y porque mi hermano es el único psicópata con el suficiente corazón para proteger a un bebé.

No puedo verle llorar. Él no merece absolutamente nada de lo que le ha hecho Alexandra, no reconozco en sus palabras a la que siempre vi como mi hermana, mi mejor amiga, me alma gemela, mi media naranja, mi todo.

—No te mereces nada de eso, es una...

—Lo sé —me interrumpe.

Cojo el tapón de la botella de su mano izquierda y la cierro, antes de dejarla en el suelo. Por hoy, no va a beber más, no delante mío.

—Eres un tío increíble, y ella una mala zorra.

Me replanteo si hacerlo o no, pero finalmente lo hago, paso mis brazos alrededor de su cuerpo y le pego a mí en un abrazo que únicamente busca el reconfortarle aunque sea en una pequeña medida.

En algún momento, decidimos tumbarnos los dos en la misma cama, mirando el techo, hablando sobre el pasado, excluyendo las dos personas que atormentan nuestras mentes.

Mañana sería otro día, y aquella noche, descubrí que los miedos huían cuando la risa de Paúl Brown inundaba la habitación.

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