Capítulo 2. Huele a guerra.
La tensión en la amplia casa de Haim era palpable, y los sirvientes, ajenos a la situación que habíamos vivido en el bar, lo sabían. Solo había que ver la cara del dueño de la casa cuando entro en esta, casi con la mandíbula desencajada.
Caminaba lentamente detrás de él, tratando de pasar desapercibida, rezando porque no se acordase de mí, y pasara directamente a beber alcohol sentado en el sofá del salón junto a alguna otra mujer.
Sin previo aviso, se gira. Quedamos cara a cara, bajo mi mirada, no quiero que piense que le estoy enfrentado, pero con su mano derecha, sujetando mi mentón, eleva mi rostro y me obliga a mirarle.
—Si no fueras una pieza clave, él estaría muerto. Y tú también —sentencia.
La pequeña porción de Heather Smith que aún habita en mi interior quiere escupirle en su redondo rostro, al igual que lo hice con Connor un par de años atrás. Pero la nueva Heather, la que sabe sería capaz de matarme, permanece inmóvil.
Aprieta con fuerza mi mentón con su mano, y como él aprieta la suya también es evidente. Se está conteniendo, y termina por soltarme arrojando mi cara hacia la izquierda.
—Vete a la habitación, ya —ordena, furioso.
No respondo, no tengo valor. Cuando comienzo a alejarme, siendo como su mano impacta contra mi trasero y contengo nuevamente las ganas de contestar.
Sigo mi trayecto, evitando las miradas de sus amigos, si es que se puede llamar así a los mismos que una vez obedecieron a Ares, y hoy besaban los pies de un auténtico monstruo. Quizá lo hicieran por miedo, o tal vez solo por el ansía de poder.
Mientras subo las escaleras, me replanteo lo que estoy haciendo, si realmente tiene sentido tolerar todo esto, sé que mi vida ya no tiene valor. En el mundo de los negocios, seguiré valiendo millones de euros, en la calle, soy la puta de un narcotraficante. No hay punto medio.
Nadie me reclamó. Ni siquiera aquella que decía ser mi mejor amiga me llamó cuando un desconocido me obligó a mudarme con él. Ningún amigo trató de encontrarme. Estaba sola, siempre lo había estado, mas hasta que no llegue a esta prisión no lo pude ver con claridad.
Las cosas con Haim fueron excesivamente rápidas, le conocí en el hospital. Fue él quién me inyectó un sedante cuando descubrí que Ares moriría, y quién se encargó de decirle a los demás que oían mis gritos pidiendo que me dejaran salir y buscarle, que estaba loca, que me habían disparado cuando intentaba matar a una enfermera en un psiquiátrico.
Nadie dudó de él, no tenían motivos.
Nadie pensó que mentía, que me estaba drogando para acallar lo que yo sabía que ocurriría.
Nadie supo nunca que esa misma noche aprovechó los sedantes para aprovecharse de mí.
Y ahí murió un gran pedazo de la rubia rebelde que yo misma extraño.
Suspiro y entro al baño, necesito una ducha. Me desvisto, dejando la ropa tirada en el suelo junto a los tacones. No quiero, pero es inevitable mirarme en el espejo en estos momentos.
Las comparaciones son enormes, y no de forma positiva, mis curvas, al igual que mi fuerza, habían prácticamente desaparecido. Mi pecho, por la delgadez, perdió la firmeza que siempre los había caracterizado.
Me veo más blanca de lo que nunca estuve, las ojeras, como predije, el corrector no logró cubrir. Estaban ahí, presentes, violáceas. Pero no era la única tonalidad morada presente en mi blanca piel.
Niego varias veces con la cabeza, no puedo seguir mirándome. Me meto a la ducha, consciente de que posiblemente Haim no de demoré demasiado, y exija tener en su cama a su novia.
Las ganas de desaparecer no se van, el dolor de mi pecho tampoco. Demasiados pensamientos y muy poca mente.
Salgo de la ducha, completamente desnuda, tras secar mi cuerpo, cubro mi cuerpo con una bata de seda beige, me sorprendo al sentir un pequeño bulto en el bolsillo izquierdo, y tras introducir la mano, compruebo que se trata de un papel. Frunzo el ceño, cierro la puerta con seguro y dejo correr el agua de la ducha.
Desdoblo el papel impacientemente, mojandolo levemente en el proceso.
Boquiabierta, leo el contenido del mismo. Lo hago una, y otra, y otra vez. Sin entender exactamente cómo él ha podido traer algo aquí, cómo ha entrado a la mansión acorazada de Haim. Y aún más, el por qué.
“Querida rubia,
Tanto tú como yo sabemos que hay algo que no está funcionando, lo he podido ver en tu mirada cuando me has confrontado en el local. Sé que no le protegías a él, si no a mí de las consecuencias que me traería. No eres una traidora, por mucho que me cueste entender cómo pudiste cambiar a Ares por Haim, eso da igual. Mi hermano falleció, y todos cambiamos a raíz de ello, espero que estés bien, y que sepas que puedes contar conmigo. Si necesitas ayuda, ya que no contestas al móvil, deja una camiseta roja cerca de tu ventana y acudiré al rescate. Siempre serás, para mí, mi cuñada bilateral.”
La letra era tan pequeña que dudo haber entendido todo tal y como él lo escribió. Aún así, no tengo mucho tiempo, lo troceo lo más que puedo, y tras apagar el grifo de la ducha, envuelvo los trozos en papel higiénico y dejo que el váter se encargue de hacerlos desaparecer.
Entonces, oigo los incesantes golpes en la puerta del baño, y es obvio quien reclama mi presencia. Me echa en cara que he tardado demasiado cuando le abro, me registra, buscando un móvil quizá, también mira el baño a profundidad y no encuentra absolutamente nada, no halla la excusa que él necesitaba para desquitarse conmigo.
Mientras me desnuda, permanezco en mi propio mundo, como otras miles de veces. Pienso en la nota de Paúl, en como pudo llegar hasta aquí, cómo pudo entrar y dejarla, fue mucho más rápido que nosotros. La única opción, es que dentro de este lugar, tenga un aliado, y sea quien sea, hace muy bien su papel, puesto que jamás he dudado de la fidelidad de cualquier persona del círculo de Haim.
Como desearía que fueran otras manos las que tocaran mi cuerpo, otros labios los que absorbieran pequeñas porciones de mi cuello. Cierro los ojos, no puedo verle sobre mí sin sentir como todo mí estómago se revuelve.
Su móvil suena, lo ignora. Vuelve a sonar, lo arroja lejos, a la tercera, da un puñetazo a la pared, muy cerca de mi cabeza. La cuarta vez no es el teléfono, si no unos golpes en la puerta. Me tira mi bata de seda para que me cubra, y antes de que pueda llegar a mi ropa interior, ya ha abierto la puerta.
Me visto de espaldas a la puerta tan rápido como puedo, y hago lo que cualquier mujer florero haría, ignorar por completo lo que es ajeno a su vida.
Aún así, pongo ligeramente la oreja, ya que jamás nos habían interrumpido en la habitación. Y si Haim no le ha pegado un tiro por la interrupción, es que es un asunto bastante grave.
—Si... Decían que era él —murmulla el de la puerta, venga, di quién.
—Está muerto —sentenció—, yo mismo vi las cenizas.
—Pues serían de un perro, Haim, yo que sé —espeta este, claramente nervioso—, pero nadie actuaba como él, y hay cuatro muertos con un tiro en la frente.
—Eso ha sido en la zona —agrega el moreno—, está lejos de aquí. Controlar cada calle, y cada metro de estas, hasta aquí. No puedo permitir que venga, si es que sigue con vida.
—Señor, si es el diablo, da igual lo que hagamos... Llegará.
El diablo... Solo de oírlo me tiemblan las piernas. Me siento en la cama para disimular el temblor que recorre cada milímetro de mi ser. No puede ser, Ares no puede estar vivo. Aprieto mis dos piernas con fuerza, y ni así logro que se detengan. Estoy nerviosa, ansiosa, asustada hasta arriba.
—Traer a su hermanito —ordena, furioso—, si viene a por nosotros, tendremos con qué cubrirnos.
—¡No! —exclamo—, Haim, teníamos un trato.
Se gira hacia mí, furioso por mi interrupción.
—Tú te callas —ordena, señalandome con su dedo índice.
Esto me va a salir caro.
—Teníamos un jodido trato —espeto—, yo me quedaba contigo y tú dejabas en paz a Paúl para siempre.
—He dicho que te calles —murmura a centímetros de mi cara. Alejo mi rostro del suyo, y una bofetada impacta en mi mejilla derecha—, yo soy quién hace los tratos y dicta las putas órdenes. Si digo que te calles, te callas, y si digo que me comas la polla, me la comes.
No le miro ni le respondo. No pueden secuestrar a Paúl, Alexandra se vería involucrada, y su pequeño bebé también. Solo lo sabía ella cuando Haim me lo comunicó, y me hizo elegir entre utilizarme a mí para obtener poder en la zona, o al hermano del antiguo rey.
Me elegí a mí, solo para que aquel niño pudiera tener una vida decente. No había sacrificado mi vida para que ahora también la suya se pusiera en manos del psicópata que se hacía llamar mi novio.
—Paúl será nuestro prisionero hasta que sepamos si es su hermano o no —dice, sin crear distancia entre ambos—, y tú, princesita, no vas a entrometerte en nada.
Asiento, en silencio. No le miro ni de reojo, solo me mantengo inmóvil, paralizada por el miedo, a sabiendas que si quiero ayudar a Paúl, lo mejor que puedo hacer es eso. Callar y asentir, cumplir sus órdenes, someterme. Y atacar en el preciso momento en el que mis acciones puedan ayudar a Paúl.
Ares no era mi principal preocupación, aunque la posibilidad de que estuviera vivo me mantenía más despierta que la cafeína. Aquella noche no pude dormir, y mi acompañante no tocó la cama tampoco. Estaba trazando planes, y me hizo estar ahí, viendo cómo pretendían atraer a Paúl hasta nosotros, y yo sabía que con poner una camiseta roja en la ventana bastaría, aunque por supuesto, aquella información no se la proporcioné a nadie.
Pensaban ser directos. Ir y buscarle, sin más. Pero aquello, Haim, sabía que no iba a funcionar. Y entonces mi voz entró en juego.
Encienden mi móvil, el cuál Haim había guardado, dos llamadas de Paúl, y ya está. Ni un solo mensaje o llamada de alguien más. No pienso hacerlo, no voya
a hacerlo.
—Me niego —le digo a Haim—, no voy a hacerlo.
—Ay, mi niña... Creo que si lo harás —pronuncia apuntando con un arma mi tobillo.
Sabe que sé que si no me dispara, no lo haré. Y que si lo hace, la llamada será infinitamente más creíble. Tengo solo dos opciones; llamar y que Paúl no se lo crea, o que reciba un video mío con un balazo en mi tobillo y que venga inmediatamente.
—Dame el móvil, por favor —le pido. Él asiente, pero no me lo da.
Lo deja en la mesa, entre él y yo, en altavoz, agarra con fuerza mi pelo y me acerca lo suficiente para que no parezca que está en manos libres. Basta un solo tono para que Paúl conteste a la llamada.
—¿Heather, de verdad eres tú? —inquiere, le tiembla la voz.
—Si, Paúl, soy yo... —suspiro.
—¿Recibiste mi mensaje? —dice, con curiosidad—, ¿es verdad que ese cabrón te maltrata?
Haim me mira detenidamente. Sé que quiere decir, ¿qué mensaje? Y acto seguido hacer que mi cara impacte contra el móvil y la mesa.
—Si —admito, siento que me voy a romper—, necesito que me saques de aquí, Paúl. Cada día es más agresivo y...
—Crearé una distracción, en una hora, estarán tan absortos conmigo que podrás salir por la puerta de tu casa sin que se den cuenta —plantea.
—Gracias por todo, de verdad.
Cuelgo.
Sé que me ha creído.
Sé que acabo de poner su vida en juego, la de su mujer, y la del pequeño bebé llamado Damon, en honor a su presuntamente fallecido tío.
Iba a empezar una guerra civil en la mansión de Haim, y yo, solo podía rezar por tener la oportunidad de atravesarle a mi querido novio su cráneo con una bala.
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