Capítulo 11. La rendición de un corazón roto.
Durante dos días, mi mente se cierne sobre una única idea. Una posibilidad prácticamente remota, y que posiblemente me perjudique más a mí que a él.
Tenía que matar a Haim. Daba igual el precio, no podía seguir temiéndole. No podía permitir que nadie pasara todo lo que yo estaba viviendo por su culpa.
Con él muerto, todo habría terminado.
Pero no había encontrado la manera. El tiempo apremia, en unos cuantos días tendría que aceptar su propuesta, y no me veía capaz de ello. Me reventaba la posibilidad de que tras casarme con él, apareciera su verdadera intención.
Y estoy segura de que no nos dejará ver lo que realmente quiere hasta que no me tenga atada a él.
No puedo seguir encerrada en la habitación. Necesito aire, respirar. Me estoy ahogando entre estas cuatro paredes. Tras ducharme y vestirme, tomo la decisión de bajar al salón.
Paúl está allí con su hijo, no hay ni rastro de la madre de Damon, y al parecer tampoco está cerca Ares.
-Cuanto tiempo, rubia -me saluda desde el sofá.
-Desde que anoche me trajiste la bandeja de comida.
No había pasado tanto tiempo en realidad. Miro alrededor, me parecer raro que no esté su hermano en ninguna parte. Me siento junto a él, rezando por que no pregunté si me comí toda la comida. En realidad si comí, pero no tanto como le hubiera gustado.
-Ares me contó lo de Haim.
-Por favor, no quiero sermones...
-No te equivoques de hermano, yo no regaño nunca, ni a Damon cuando me da cabezazos.
Miro la cabeza de su hijo y luego la suya. Me parece preocupante que el bebé sienta deseos de abrirse la cabeza contra la de su padre.
—¿Eso es normal..?
—Es mi hijo, Heather —rueda los ojos—, me preocuparía que lo fuera.
Logra sacarme una sonrisa, pero mis días están contados y no tengo tiempo que perder.
—Paúl, necesito que me ayudes. Tengo que saber que es realmente lo que quiere Haim.
—¿Las empresas de tus padres, no?
—Sí, pero no solo eso, estoy convencida de que está tramando algo más.
Parece pensativo, mirando la televisión apagada.
—¿Y si se lo preguntas? —inquiere.
—No creo que sea tan fácil. Por teléfono no conseguiría nada, y en persona... Me vuelvo diminuta cuando está cerca.
O simplemente cuando pienso en él.
Nuevamente, hay un silencio porque está pensando. Sé que no es un genio del crimen, y que a quién debería pedirle ayuda es a su hermano, pero su lado sobre protector solo me alejaría de obtener el verdadero motivo por el que Haim se quiere casar conmigo.
No puedo ignorar que no solo mi vida está en juego, si no que Bárbara está en la cuerda floja y siendo sometida a los caprichos del psicópata.
—¿Y si le drogas?
—No soy capaz de mirarle a los ojos más de dos segundos, no sé cómo voy a drogarle.
—Haim se parece mucho a Ares. Si logras drogar a mi hermano, podrás también con el otro.
—No es comparable. Tu hermano confía en mí, no me ve capaz de echarle nada en su comida o bebida.
Y Haim sabe las ganas que tengo de librarme de él. Con su muerte todo estaría resuelto.
La puerta principal se abre, ambos giramos la cabeza para comprobar que se trate de su hermano, y así es.
Frunzo el ceño al percatarme de una mancha rojiza en el cuello de su camiseta. En un primer momento pienso que es pintalabios, pero estoy convencida de que se trata de sangre.
Miro a Paúl, y él asiente, así que no hay dudas. Tampoco las hay respecto a que no es suya, no tiene ni el más mínimo signo de que le hayan golpeado.
A medida que avanza por el salón, sin molestarse en mirar o saludarnos, puedo ver como sus zapatillas dejan un ligero rastro de sangre tras él.
—Voy a limpiar eso, supongo que habrá más en el patio y en el coche —me susurra Paúl, asiento.
Tarda pocos minutos en dejar al niño en su cuna, coger lo necesario y empezar a limpiar en el patio. Una vez que sale del interior de la casa, y a pesar de que Ares ya se ha encerrado en su sagrado sótano, me siento prácticamente obligada a ver si está bien. Él de por sí es meticuloso, yo le recuerdo como alguien muy controlador, y dejar un rastro de sangre tras de él no me parece normal.
Bueno, el simple hecho de que sus zapatillas estén manchadas de sangre hace unos años me habría hecho pedir explicaciones. Ahora me parece lo mínimo, siempre y cuando la sangre no sea suya o de su hermano.
Me planteo si llamar a la puerta o no, pero si lo hago, me arriesgo a que no me deje entrar. Abro la puerta directamente, aquí fue dónde me curó la primera vez.
—¿Qué quieres, Heather? —pregunta de espaldas a mí.
Cierro la puerta después de entrar.
—Me ha empezado a molestar la mano —miento, mientras camino en su dirección.
Se gira levemente. El rastro de la sangre llega hasta él.
Me siento dónde la primera vez y espero a que se decida a revisar la herida. Parece que está haciendo acoplo de toda su fuerza, porque le lleva casi un minuto decidirse y girarse completamente en mi dirección.
Hace lo mismo que las otras dos veces, y aunque en ninguna de las dos su mirada fue exactamente adorable, esta es la más fría de las tres. No sé por qué soy tan absurda, ni por qué tengo que fijarme tanto en cómo me mira o en cómo no lo hace.
—Está bien —afirma—, dentro de poco te quitaré los puntos.
Asiento y mascullo un gracias. Pero, no he venido realmente a esto.
Antes de que se levante, pongo mi mano sobre la suya, lo cuál detiene su intención de alejarse a toda prisa de mí.
—¿Estás bien, Ares? —le pregunto.
Su incomodidad es excesivamente evidente, y no se molesta en disimular el hecho de que esto no es exactamente agradable para él, pero no puedo evitar preocuparme por él.
—De puta madre.
Aparta mi mano de la suya y se pone en pie con rapidez, lo cual imito y me aproximo nuevamente a él.
—¿Qué ha pasado ahí fuera?
Me sorprende que sea capaz de mirarme fijamente a los ojos. No solo no aparta la mirada, sino que la suya logra incomodarme. Inconscientemente, retrocedo un paso.
—He matado a un tío —espeta, sin dejar de mirarme, y yo no quiero oír nada de lo que va a decir—, le he dejado creer que podía huir de mí con una bala en la pierna.
—Ares, por favor...
—Y cuando estaba apunto de entrar en su casa, le he disparado en la cabeza. Tenía que hacerlo, estaba informando a Haim de todos mis movimientos...
—Pero tú no querías —adivino, vuelvo a acercarme a él, posando mis manos sobre sus hombros.
—Ese es el punto Heather, lo estaba deseando. Tenía ganas de arrancarle la cabeza como a una gallina.
Trago saliva, e intento no parecer asustada.
—Pero no sabía que tenía una puta niña pequeña.
Creo que ahora no soy capaz de disimular mi cara de desagrado al imaginar a una niña tras perder a su padre, a su mujer.
—Todos tenemos familia —le recuerdo.
—Si esa niña se parece en lo más remoto a mí, en diez, quince años buscará venganza y me volará la cabeza. Y será lo correcto.
Niego con la cabeza, tengo sentimientos encontrados. Sé quién es Ares, sabía lo que hacía cuando me involucré, pero desconocía el gusto que sentía al arrebatar vidas.
Acaricio su rostro, necesito infundirle paz, aunque en mí no la haya. Trago saliva y me aproximo aún más a él.
—No pienses en ti como el monstruo que quieren crear, Ares. No dejes que las expectativas de los demás te conviertan en algo de lo que no puedas escapar.
Su mano derecha acaricia mi rostro. Quiero guardar eternamente esta sensación y no olvidarla.
—Por más lejos que quiera que estés, eres lo único que mantiene a los demonios en calma.
Muerdo mi labio, sin saber qué hacer o cómo reaccionar.
—No puedo curar tus heridas, Heather. Yo no puedo ayudarte a sanar.
Aparta la mano de mi rostro y me da la espalda nuevamente. Maldigo internamente, me cuesta varios segundos tomar la decisión de alejarme de él y salir del sótano, no sin dar un portazo.
No puedo con los vaivenes. Soy ridícula por seguir insistiendo, pero no puedo no hacerlo. No puedo dejar de luchar por alguien que con cada roce me grita que me ama aunque su boca se esfuerce por desmentirlo, me da absolutamente igual lo que diga él, lo que se esfuerce por intentar alejarme.
Ni Ares me quiere tan poco como él dice, ni me voy a rendir aunque él piense que sí.
Vuelvo al salón, dónde ya está Paúl sentado esperando, supongo, a que yo vuelva.
—¿Y Damon? —le pregunto y me siento junto a él.
—Ha llegado Alexandra —rueda los ojos—, y está en su habitación con el niño.
Asiento, pensaba que tardaría más en volver a verla.
—¿Está bien mi hermano? —me pregunta. Me encojo de hombros, sin saber qué responder—, putos Waverly, le han destrozado.
Me siento intrigada. No es la primera vez que los menciona, le miro con la ceja derecha levantada, dejando claro que necesito más información.
—No sé más, Heather. Si no, ya te lo habría contado, pero cada vez que mata, es porque algo tienen que ver los hermanitos de sangre. No sé que quieren de Ares, ni él de ellos, pero creo que es su asesino particular.
—Me ha dicho que era un informante de Haim al que mató...
—¿Por qué matar a un informante? Su trabajo es obtener información, y su seguro de vida es recoger información de ambos bandos. Sabría más de Haim qué tú, nos habría sido útil.
—Entonces, ¿me ha mentido?
—Yo creo que sí, pero me gustaría saber en qué está metido realmente Ares.
Me señalo, diciendo que a mí también me gustaría saberlo.
—A ver, conozco a un tío... Es de la zona, pero es algo neutral, vamos, que se entera de todo y no debe nada a nadie. Y si alguien sabe que es lo que necesita esa familia de mi hermano y viceversa, es él.
Me debato entre lo que debería y lo que quiero hacer. Ares Brown no es un niño, no lo es físicamente, no lo es a la hora de pensar y mucho menos cuando aprieta un gatillo, no debería pensar que alguien como él podría estar en peligro, o necesitar ayuda. La gente como yo buscamos gente como él cuando estamos asustados, no les intentamos salvar la vida. Pero no puedo evitar las irreprimibles ganas de ayudarle, sin importar el precio.
Es un capullo, un borde, y cada vez parece más realista la posibilidad que las drogas que consumía hayan desarrollado algún tipo de consecuencia como la bipolaridad, pero sé que él, aunque no quiera admitirlo, aunque le reviente saberlo, se pondría entre una bala y yo.
Y que complicado es que la persona por la que serías capaz de morir sea la misma que te puso en riesgo.
La idea de Paúl fue buena, ir y volver, fácil y no debería de ser demasiado complicado... Pero Ares no iba a dejar que me fuera. No confía en Haim, yo menos aún, pero si al final no hay salida, y me tengo que casar y descubrir a las malas su verdadera motivación, por lo menos lo haré con la consciencia tranquila de que el cabeza dura de mi ex novio no se está prostituyendo como asesino.
Pero el menor de los Brown resultó ser tan inteligente como su hermano mayor. Aunque sin decírmelo, él también había notado mi falta de apetito. Y no solo me obligó a ingerir un plato de pasta con tomate y queso, no, sino tres.
-Aunque consigamos escaparnos, Ares se dará cuenta enseguida -le recuerdo-, por la noche quizá...
-Por la noche la zona oscura es un lugar al que ni yo mismo me atrevo a ir, y si se entera de que te he llevado, y más con las sublevaciones, y los hombres de Haim por ahí, me utilizaría de saco de boxeo.
Chasqueo la lengua. Ares, Ares y más Ares. Siempre el mismo dilema, sea cual sea el momento.
-¿Puedes conseguir el número de un psicólogo? -le pregunto-, podríamos decirle que te pedí ayuda, buscamos a una inminencia, y que nos ha dado cita para hoy, y no puedo faltar.
-Insistirá en acompañarte.
-Pues tal vez tengamos que herir un poco su orgullo para que no insista.
-Vuelves a ser mala. Me gusta.
No vuelvo a ser mala, no creo haberlo sido nunca. Solo era alguien con más narices que otras personas, y ahora pertenezco al segundo grupo. No obstante, en mi vida solo hay dos personas que aprecie, se apellidan igual, y me da igual lo que esté en juego, no puedo permitir que les pase nada malo y menos quedarme yo mirando.
Por supuesto, tenía que avisar a Ares de que nos íbamos. Reviso en el espejo de mi habitación que mi largo jersey rojo esté en su sitio, y que no se note demasiado el maquillaje.
Una vez en la puerta del sótano, vuelvo a entrar sin llamar.
-Ares, ¿podemos hablar? -le pregunto. Sea cual sea la respuesta, debo trabajar rápido para que no se note la mentira.
-¿Ocurre algo? Grave, digo. Si no, no es buen momento.
-Hace unos días Paúl y yo contactamos con un psicólogo... Y tengo cita para hoy.
Hasta ese momento permanecía dándome la espalda, mirando no sé el qué en su Tablet, la cuál deja sobre la mesa antes de girarse y encararme.
-¿Sabes que hay un psicópata que quiere, aún no sé el por qué, casarse contigo?
—Sí, y por ese mismo motivo necesito hablar con alguien.
Se señala con ambas manos.
—Ares, no eres el prototipo de persona que me ayudaría a superar esto, tú mismo lo has dicho antes, así que si te importo lo más mínimo, confía en que estaré bien con Paúl.
Frunce el ceño mientras busca algo en sus cajones, saca un móvil al que le introduce su correspondiente tarjeta sd. No sé que más le hace antes de entregarmelo.
—Entiendo que prefieras la compañía de mi hermano, así que por favor, toma esto y llámame, sea cuál sea la emergencia, aunque sea un bebé llorar, si te asusta, salgo corriendo Heather. Envíame un mensaje con la dirección de la consulta, por si acaso no respondéis mis llamadas y necesito buscaros.
Es tan tierno cuando quiere... Pero no puedo olvidar que eso lo dice porque quiere encubrir el hecho que me quiere, y se auto convence de que me tiene que salvar la vida por haberla arruinado. Al fin y al cabo, fui yo quién escupió en la cara a Connor y quién le provocó.
Y de ahí hasta ahora. Todo por mi impulsividad.
—Gracias —le digo con sinceridad.
Voy a levantarme, pero su mano rodea mi muñeca izquierda con suavidad. Mis ojos viajan de esa zona de contacto, a sus ojos.
—Gracias a ti por lo de antes.
Qué se supone que debo hacer ahora. Decirle que no hay de qué o besarle. Sé lo que quiero hacer, pero también lo que él no quiso que hiciera el otro día, así que con más dolor que satisfacción por haber logrado mentirle, me encojo de hombros y salgo del sótano procurando no volverme y mirarle.
Paúl me espera en el garaje, cuando llego, celebra que lo hayamos conseguido con un mini baile en el asiento del conductor. Me subo en el lugar del copiloto, y veo a mis pies la bolsa.
Me quito el jersey grande rojo, y dejo al descubierto un jersey ceñido de color negro de cuello vuelto. Saco de la bolsa la chaqueta de cuero roja que no sé de dónde exactamente ha sacado aunque intuyo que el armario de Alexandra ha podido tener algo que ver.
Cambio las deportivas por botines, y el maquillaje natural por uno mucho más atrevido.
—¿Eso segura que te dará la seguridad para hablar con ese tío sin temblar?
—Necesito engañarle a él, no a mí.
Guardo el jersey en la bolsa y compruebo que no se le han olvidado las toallitas desmaquillantes. También, por si acaso, le pedí que mientras yo convencía a su hermano, lo cuál no fue muy difícil, imprimiera unas cuantas hojas, consejos psicológicos para superar traumas por maltrato y cosas similares, para simular que me lo ha dado el psicólogo.
—Ares me ha pedido la dirección del psicólogo, así que voy a inventarmela —le aviso—, y tenemos que ponerle nombre al psicólogo para que sea más creíble...
—Emma Tyson, ¿te gusta?
—¿Emma?
—Si vas por maltrato será más fácil que confíes en otra mujer que en un hombre, supongo.
Asiento, tiene razón. Repaso una y mil veces las concretas indicaciones que me ha dado; no quedarme mirando fijamente a nadie. Todos saben quién soy, y mejor no darles motivos para hablar y que llegue a oídos de Ares dónde he estado.
"-Tienes que ser cautelosa pero que no lo parezca. Es un tío bastante ermitaño y solitario, así que vas a tener que comprar su compañía.
-¿Cómo voy a hacerlo?
-Espero que Ares no note que le faltan -dijo, y me dio una pequeña bolsa de plástico transparente.
No me hizo falta preguntarle, sabía que eran drogas. Así que Ares no solo había potenciado su lado asesino sino que también el adicto a las sustancias."
Observo como se aleja el coche de Paúl. Estoy nerviosa, sé que él no podía acompañarme, no podía exponerse aún más teniendo un hijo, pero preferiría no tener que hacer esto sola. Saco del bolsillo de mi chaqueta el móvil que me dio Ares, y compruebo que esté en silencio. Lo último que necesito es lograr entablar una conversación con este hombre y que la fastidie una llamada.
Inspiro profundamente. Oculto la pequeña bolsa en mi bolsillo, y entro en el local en el que según Paúl prácticamente vive el ermitaño. No me ha dicho su nombre, o no es relevante o es un dato que no ha llegado a sus manos, pero si hizo especial hincapié en que si sabía lo que buscaba le encontraría. Y así fue, aunque no ha sido un gran logro; en el bar solo había dos personas sin contar conmigo; la camarera y un señor de aproximadamente cincuenta años sentado en la zona más alejada del bar.
Me aproximo a él tratando de no tropezar por los nervios, siendo como a medida que me acerco a él, mis manos sudan más y más.
Sin pedir permiso, me siento frente a él. Levanta la vista de su periódico, confundido.
-¿Pasa algo, señorita? -inquiere el señor. Ruedo los ojos.
-Necesito información.
Dobla con lentitud el periódico y lo deposita en la mesa. Me mira con el ceño fruncido, aparentemente sin entender nada.
-Yo solo sé de cócteles, si es eso por lo que me preguntas -me comenta y esboza una pequeña sonrisa.
No entiendo absolutamente nada. Pero recuerdo que Paúl me dijo que estaría aquí, así que deduzco que solo está intentando distraerme.
Saco la bolsa con las pastillas y la pongo sobre la mesa. Me cruzo de brazos, esperando a que reaccione, pero parece aún más confundido.
Y entonces un sonido metálico muy próximo a mi cabeza hace que la gire con lentitud, buscando descubrir quién me está apuntando directamente al cráneo. Tengo que fingir seguridad, ser uno de los suyos, así que guiándome por las alocadas acciones de Ares, me pongo en pie y encaro a la camarera de ceño fruncido.
-Así que no es el ermitaño, sino la ermitaña -concluyo.
-Papá, vete arriba, luego subo yo -le dice al hombre, quién no tarda en obedecer.
Pasan unos tensos segundos hasta que decido que no puedo esperar eternamente a que se le canse el brazo y deje de intentar matarme.
-Necesito información.
-Sé quién eres, y no traes más que problemas.
Ruedo los ojos. Una parte de mí quiere hacerse un ovillo, y dejar que el temblor tenga lugar y dejar de retenerlo, pero la parte, afortunadamente, la dominante en estos momentos, está decidida a no dejarle ver a la morena el miedo que realmente tengo.
-Puedo pagar la información.
Señalo con mi mano izquierda la bolsa que aún está en la mesa. Aparta su vista de mis ojos, y por un segundo deja de observar cada mínimo movimiento mío.
-¿Cómo has conseguido eso? -Inquiere y hace el amago de cogerlas, me interpongo entre ella y su pago.
-Primero la información, guapa.
Muerde su labio, pensativa. No sabe ni que información necesito, y aún está planteándose el aceptar. Debe de ser muy adicta a esa sustancia.
-¿Qué coño quieres saber?
-Primero, nadie puede saber que estuve aquí, así que yo que tú, no divulgaría nada de lo que pase hoy aquí -aclaro, no sé de dónde saco la prepotencia para responder así a alguien que me apunta directamente a la cabeza-, necesito saber que ha estado haciendo el diablo con los Waverly.
Suelta una carcajada pero sin risa, rueda los ojos y vuelve a mirarme.
-Así que de él has sacado las pastillas... Es la droga de moda, una específicamente diseñada para el control de emociones.
-Concreta más.
-La primera pastilla, la segunda, quizá hasta la sexta, los efectos son pasajeros. A partir de ahí, cada vez es más difícil controlar las consecuencias, y si no te frenas, al final son permanentes.
-Con control de emociones, ¿te refieres a dejar de sentir?
-Pues claro, ¿Cómo crees que consiguieron los Waverly un sádico asesino que con solo una pastilla no duda en disparar?
Muerdo mi labio. Eso no solventa todas mis dudas. Ares no se dejaría manipular sin más.
-No es suficiente.
-Con esa sed insaciable de información no sé por qué no has intentado sacársela a tu noviecito, al fin y al cabo, eso es lo que sois, ¿no?
-No es de tu incumbencia.
-Ni unas cuantas pastillas suficiente pago, me gusta más la información.
Frunzo el ceño y me recuerdo que no tengo por qué aceptar, con lo que me ha dicho ya tengo suficiente para empezar a buscar información. Pero, es la forma más rápida, y nada me asegura que Ares permita otra escapada sin él.
-No, no somos novios.
-Los Waverly mantienen a Mike controlado. Ya que el diablo no pudo matarle, tuvo que recurrir a quién lo pudiera mantener alejado de ti.
Así que la forma de mantener a Mike tranquilo, es matar a gente para pagar a esa familia de lunáticos.
-¿Le reventó mucho al diablo saber que te habías pillado del tío que pagaba para mantenerte a salvo?
-¿C-cómo? -tartamudeo. Parpadeo varias veces, intentando no perder el control y relajarme, pero el mapa conceptual que mi mente está creando está relacionando directamente a Ares y a Haim y está sacando un instinto asesino que hacia mucho que no veía.
-Ya sabes de lo que hablo, y si no lo sabías antes, era porque no querías.
-No me enamoré de Haim, tampoco estaba con él por voluntad propia, Ares me salvó de él.
-Remordimientos, supongo -se encoge de hombros-, por haberte enviado a "un protector", que al parecer no lo fue.
Trago saliva. Siento que mis piernas en cualquier momento van a fallar y solo puedo imaginarme mis manos ahorcando a Ares Brown.
-¿Sabes? Yo tengo lo que quería -admite, casi risueña-, quédatelas. Las vas a necesitar mucho más que yo.
Me da las pastillas pero me parece un acto que no he vivido, como si fuera una tercera persona invisible viendo a una rubia sentir como su maltrecho corazón definitivamente se rompe en pedazos. Y como una morena baja su arma, satisfecha de lo obtenido.
*NOTA DE AUTOR* Han sido 10 días de espera, pero espero que haya merecido la pena. Espero no tener que volver a tardar tanto en actualizar, pero por si fuera el caso, me disculpo de antemano. También quería comentar el hecho de que, aunque yo cuando escribo uso los guiones largos, siempre al publicar aparecen los cortos, y eso me trae de cabeza. Si alguien sabe cómo solucionar esto, agradecería la ayuda.
Y no me odies mucho, ni a Ares, por favor xd.
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