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32. El bosque.

Cierro la última maleta con fuerza y suspiro, aún así, no consigo calmarme. A primera hora de la mañana Ares tiene que decidir volver a ser un petardo; justo ahora que comenzábamos a llevarnos bien.

He insistido en saber a donde íbamos, más que nada porque solo tenía vestidos, faldas, tacones y cosas bastante elegantes. Si Ares optara por veranear en mitad del campo, estaría perdida. Y al explicárselo, solo conseguí que me llamara pija, así que tuve que obligar a mí padre a que me pasara el salario ya, cosa que hizo.

Y ahora, he terminado por fin de introducir en la maleta la ropa nueva. Nunca me había dado cuenta de que tenía gustos tan caros, pero Enrique mencionó algo de "futuros pagos extras" así que definitivamente mi condición de no volver a hablar con él es bastante difícil. Pero bueno, siempre y cuando haya dinero de por medio, no me molesta.

-¡Vamos, Heather! -grita Alex desde la primera planta del apartamento.

Tiro de la maleta, es bastante pesada y todo este tiempo sin entrenar me pasan factura, pero aún así no pido ayuda a ninguno de los tres, ni siquiera cuando me ven, con una sonrisa burlona en sus ojos, tirando de una maleta casi más grande que yo.

-¿Necesitas ayuda? -pregunta Paul y no puede contener la risa.

-Ríete y serás tú quien la necesite.

Inmediatamente, la parejita feliz deja de sonreír. Pero el chico de los tatuajes mantiene una sonrisa ladeada.

-Te odio, juro que lo hago -le espeto cuando paso junto a él y trato de abrir la puerta, pero está cerrada con llave-, ¿abres o te abro la cabeza? Tú decides.

Ríe fuerte. Le arrebato las llaves de la mano y abro la puerta, vuelvo a arrastrar la maleta hasta el ascensor. En serio, no puedo con ella, pero no me voy a rendir. No les voy a conceder el placer de que me oigan decir que son incapaz de algo.

Entro en el ascensor seguida por ellos tres. Cuando llegamos a la planta baja, la pareja son los primeros en salir al exterior.

-Yo te la llevo -dice Ares. Niego con la cabeza y aferro mi mano al asa de ma maleta-, No seas cabezota.

-Puedo hacerlo.

-Infantil.

Comienzo a caminar delante de él y le saco el dedo del medio. Puedo escuchar su risa, que finalmente termina por provocar en mi una sonrisa que él no llega a ver.

El trayecto comienza bien. Lo que más había temido era pasar cinco horas escuchando a Alex y Paul diciéndose cosas bonitas y dándose besos, pero en cuanto rozan los asientos, se quedan dormidos. Intuyo que eso tiene algo que ver con que mi mejor amiga no durmiera en mi habitación, y Paul tampoco lo hizo con Ares.

A medida que nos distanciamos del centro de la ciudad, más llamamos la atención. El lamborghini causa muchas más miradas de lo que usualmente hace, y supongo que no sólo puedo culpar al coche. Cualquier gay o mujer heterosexual se quedaría embobado mirando a Ares.

Trato de adivinar a donde vamos, pero no reconozco las carreteras por las que conduce. También, he de admitir que nunca me he molestado por conocer los alrededores de la ciudad.

-Tatuado, ¿a dónde vamos? -pregunto, estoy cansada de intentar adivinarlo por mi cuenta.

-Ya te lo he dicho -dice, sereno-, a un sitio que te va a encantar.

-Lo dudo mucho.

-¿Eso es un reto? -inquiere y una leve sonrisa pícara se instala en su rostro.

-Es que simplemente tú no sabes lo que me gusta, y lo que no. Así que vas a equivocarte y voy a pasar medio mes muerta del asco -le explico.

-Vale, si te encanta, tendrás que hacer lo que yo digo -reta.

-Te advierto que si lo odio, será a la inversa. Y sabes como son mis venganzas.

No responde, tampoco esboza ningún gesto del que pueda deducir una respuesta. Mantiene su mirada fija en la carretera, espero que esté pensando en que no le conviene que ese sitio no me agrade. El único problema es que yo también le conozco, al menos un poco, y sé que si me veo en la obligación de admitir que el sitio me gusta me va a costar muy caro.

Me estoy imaginando a mi misma calva, o con el pelo violeta. Ares es capaz de ordenar que haga cualquier locura.

Las horas pasan sin ningún altercado destacable. Paramos para comer, pero como no hay forma de conseguir que la pareja se despierte, decidimos hacerlo solo nosotros dos. El restaurante es el típico que encuentras en cualquier carretra; dudo que tenga alguna estrella michelín, es pequeño y rústico. Aún así, es mejor que nada, y me ayuda a descubrir a donde vamos. Uno de los coches del aparcamiento lleva canoas en el techo, y va en la misma dirección que nosotros, según creo. Estoy convencida de que vamos a un sitio con río, pantano o lago.

-No me gustan los pantanos -le informo a Ares una vez que nos sentamos en la mesa-, los ríos, y los lagos, tampoco.

-No vas a adivinarlo, Heather -protesta cansado-, come y calla, que calladita estás más guapa.

¿Qué quiere que coma? ¿El aire? Porque que yo sepa, aún no hemos pedido la comida. Ruedo los ojos, y apoyo mi cara sobre mis manos.

-Ya sé que estoy guapa -le aseguro. No pienso callarme, soy una persona muy impaciente, y aunque no lo fuera, estoy en mi justo derecho de averiguar a donde vamos. Sigo siendo la misma chica ingenua que la primera noche de conocer al chico de los tatuajes, se subió en su coche.

Pedimos y esperamos en el más absoluto silencio. No hay mucha gente en el establecimiento, así que en quince minutos ya estamos comiendo y en veinte más hemos vuelto a la carretera.

El resto del viaje sucede sin mayor distracción. Ares se centra en su papel de conductor, y yo hago un gran esfuerzo en todo momento por no dormirme. No me siento bien dejando que Ares conduzca tantas horas y yo a su lado durmiendo, al fin y al cabo, el único que podría reemplazarlo es Paul y no parece tener ganas de despertarse en ningún momento.

Pienso, mientras tanto, en que hace bastantes días que no sé nada ni de Raúl ni de su novio. Doy por hecho que posiblemente esté enfadado por mi actuación tan infantil el día que tanto él como su novio tuvieron que ayudarme, por lo que estoy dispuesta a esperar un par de semanas más antes de ponerme en contacto nuevamente con él. También quiero evitar hablar de ese día, no soy capaz de concebir como pude reaccionar así al ver a Ares con una cualquiera; sea como sea, él y yo no somos nada más que amigos, e intuyo que eso ya es demasiado.

Suspiro e involuntariamente capto su atención, su mirada se desvía unos segundos de la carretera y se fija en la mía.

-¿Estás bien? -pregunta y parece que lo hace sólo por mera curiosidad.

-¿Te importa? No, pues ya está.

No quiero que se preocupe falsamente por mí, porque no necesito que lo haga. No acostumbro a tolerar falsedades y es que el hecho de que, de un modo u otro, no asumo que él pueda tener intenciones verídicas, y buenas, hacia mí.

En fin, no me entiendo ni yo.

Apoyo mi cabeza en la ventanilla y cierro los ojos, pero no me duermo, solo trato de aparentarlo para que no me hable ni insista más. Definitivamente, que me guste Ares Brown, es un error y un problema mayor al resto.

(...)

-Niña inmadura, hemos llegado.

La cálida voz de Ares en mi oído es motivo suficiente para que abra los ojos con rapidez, la luminosidad del día ha ido descendiendo hasta apagarse casi por completo. He dormido más de lo previsto, principalmente porque me había prometido no dormir absolutamente nada. Tal vez el hecho de que Ares no se esforzara por mantener una conversación influyó en ello.

Bajo del coche, la pareja tiene varias marcas en la cara, prueba de que se acaban de despertar al igual que yo.

-Limpiate la baba -le sugiere Alex a su novio. Él rueda los ojos y bufa.

-¡Ya te he dicho que Heather no me gusta! -Grita exhausto.

-Paul... -trata de decir mi amiga, conteniendo una sonrisa.

-Alexandra, como sigas así, voy a hacerme gay, lo juro.

-Pero...

-¡Está bien! -tira la maleta al suelo-, me declaro homosexual, como se me cruce un chico, vais a flipar.

Contengo la risa al percibir la baba seca que tiene en el labio. Creo que no se ha dado cuenta nunca de que mientras duerme suelta saliva, debe ser un poco repugnante besar esa boca como Alex está haciendo ahora mismo.

Ruedo los ojos, mi amiga le toma el pelo como quiere. Así son ellos; se enfadan y reconcilian como si nada. Y tal vez me de envidia el no poder tener con quien hacer eso.

-Madre mía, parecen perros en celo -murmuro cuando Ares llega junto a mí.

Rueda los ojos y entra nuevamente en el coche, a los pocos segundos sale con una botella de agua en sus manos.

-¿Tú o yo? -inquiere a la par que desenrosca ligeramente el tapón del envase.

Se la quito de sus manos y ajusto el tapón nuevamente. Me mira alzando una ceja, tal vez incrédulo de que no le permita mojarles para que se separen. Dejo de mirarle y lo siguiente que veo es como la botella acierta en la cara de Alex, y por ende, en la de Paul.

-Esa no era la idea -admite el chico de los tatuajes.

Sonrío de lado, puedo ver a la pareja bastante molesta coger sus maletas y comenzar a caminar hacia una cabaña.

Entonces, es cuando me percato de que no he mirado a donde me ha llevado Ares. Apoyo mi cuerpo en el coche y comienzo, sin pudor ninguno, a analizar cada centímetro de las preciosas vistas que tengo ante mí;

Es una zona rústica, aunque no necesariamente antigua. Las cabañas son de madera, pero no están desgastadas por el sol o las precipitaciones. Estamos absolutamente rodeados de frondosos árboles, lo suficientemente altos para que me sea imposible ver el cielo en su plenitud.

A lo lejos, y con dificultad, puedo distinguir una pequeña laguna que brilla al recibir los últimos rayos solares que brinda el sol por el día de hoy. Trato de no sonreír, pero una leve mueca se tatua en mi rostro. Es precioso el lugar, y no porque sea una maravilla, ni porque destaque sus estructuras, sino por su intimidad. He estado tan expuesta toda mi vida que este lugar es como un paraíso.

Un pequeño paraíso.

-Te encanta -dice Ares.

-Acabas de estropear un momento íntimo precioso. Deberías, como mínimo, suplicar mi perdón.

-Creo que todavía estás soñando.

-En mis sueños no sales tú, no te emociones -le aseguro.

Sostengo el asa de mi maleta y me aproximo hacia las cabañas. Hay dos en esta zona, pero a lo lejos puedo apreciar que hay más. No creo que mucha gente visite este lugar, perdería por completo su encanto.

-¿Cuál es la nuestra? -pregunto refiriéndome a la de Alex y mía.

Señala la que se encuentra a mi derecha, ambas se encuentran una frente la otra. Asiento y me da la llave para que abra la puerta y cuando lo hago, Alex es la primera en entrar y corre a tirarse en la cama.

-¡Qué cansada que estoy! -grita.

-Increíble -murmuro-, increíble.

Dejo las maletas cerca de mi cama y me prometo mentalmente deshacerlas después de inspeccionar la cabaña.

Es bastante grande, no tanto como la mansión, ni como el apartamento del tatuado, pero lo suficiente como para no tener que cruzarme con Alex recién levantada. Hay dos baños, unos cuantos armarios, dos camas y una televisión.

No hay mucho que ver, solo a mí mejor amiga cortándose las uñas de los pies, así que decido dejarla estar y salgo a buscar a Paul, quizás él quiera dar un paseo.

No hace falta que llame al timbre de su cabaña, Ares abre inmediatamente la puerta y me aparta con la mano. Comienza a caminar hacia no sé dónde. Estoy convencida de que está enfadado.

Entro en la cabaña, no planeo correr detrás del tatuado, pero si averiguar que ha hecho que cambie su humor tan repentinamente.

-¿Me lo cuentas? -inquieto al verle.

Él tampoco parece estar de humor, su postura rígida, y su mandíbula tensa indica que la situación es poco agradable. Pero, llevamos media hora aquí. Es increíble que ya hallan discutido.

-No me deja dormir con Alex -se cruza de brazos.

Abro los ojos como platos. Es obvio lo que ha dicho y de lo que parece no percatarse; si duermen juntos, yo tendría que dormir en la misma cabaña que Ares. Y parece que él no está contento con la situación.

-No te preocupes -le digo-, podéis dormir juntos. Si cabéis en una de esas pequeñas camas, claro. Yo me pongo los auriculares y no me entero de nada.

Sonríe levemente, pero en sus ojos no se aprecia la felicidad que suponía que debería haber. Para mí no es ningún placer tenerles a mí lado durmiendo juntos, pero son amigos míos y les valoro y quiero. Estoy dispuesta a eso y más.

-No hace falta, -me dice- es simplemente que me molesta que sea tan gilipollas a veces.

Se acerca y me abraza. Ya se les pasara. En ese momento, veo que su cabaña es mucho más grande que la nuestra, incluso tiene cocina. Intuyo que será aquí donde comamos.

-Así que... Tu hermano se ha ido enfadado, tu novia se está cortando las uñas de los pies... Podríamos ir a dar un paseo -sugiero.

Asiente efusivamente. Bueno, parece que su enfado se ha desvanecido rápidamente. Entiendo, porque sé que debo hacerlo, que quiera pasar el tiempo máximo para estar junto a su novia, pero tienen toda una vida para estarlo.

No se cambia de ropa, pero debido a las humedad del lugar, le pido una sudadera. Hace muy poco frío, pero no quiero pasar una semana en cama enferma.

Salimos de su cabaña y cierra con llave. A cada paso que doy, más cerca me siento de la naturaleza. Es como si estuviera absolutamente conectada al silbido de los árboles, al cantar de los pájaros. Al leve olor de tierra mojada que se hunde bajo nuestros pies, a las pequeñas gotas de agua que caen de la cima de los árboles, que son prueba de una reciente lluvia.

No hablamos, creo que él está igual de hipnotizado que yo con el ambiente que nos rodea. Siempre me he considerado una persona de ciudad, de gustos caros, de caprichos. He pensando en mí como quizás mi madre siempre quiso que fuera. Pero nunca me había parado a reflexionar sobre que quizá ese no sea mi lugar, el lugar donde te manipulan, te traicionan...

Suspiro y niego con la cabeza. Soy exactamente igual que ellos y un poco de campo no va a cambiar mis raíces. Me pongo la sudadera para calmar un escalofrío que recorre mi cuerpo, a pesar de que soy consciente de que no es el frío el causante de esta sensación.

-Deberíamos volver -admite Paul, quizá sea hora de hacerlo.

Me deleito con el atardecer, a pesar de que los árboles me impiden verlo en toda su amplitud. Me prometo a mí misma que encontraré un lugar para verlo mejor.

Volvemos a las cabañas, Ares está apoyado en su coche fumando y sobre el capó hay una cerveza. No me interesa averiguar de donde la ha sacado. Enfoca su mirada en mí, y yo en él. No digo nada, él tampoco. Nunca debió haber pasado nada.

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