24. Sesión de fotos.
Visualizo el imponente y moderno edificio que se encuentra ante mí. Reconozco el logo que luce orgulloso sobre la puerta doble y principal de la estructura, “Enrique Smith” dicta. He visitado este lugar en contadas ocasiones, pero nunca me había parecido tan sumamente escalofriante como lo hace ahora.
Sin embargo, dentro de lo malo, es lo mejor que me ha pasado en los últimos. Después del impacto que las palabras de Ares tuvieron en mí, he decretado una nueva ley personal; evitar los momentos de intimidad con él. Estos pueden tratarse de risas, confesiones, etcétera. Solo estoy viviendo en su casa, y en pocos días eso puede cambiar, así que ningún sentimiento va a aflorar ni nadie va a confesar nada a nadie.
He venido caminando porque en esa ley está incluido el no contarle cuales son mis planes: no soy nadie, y nada que me pase le interesa. No estoy siendo dura, estoy siendo directa y clara, no es ni siquiera mi amigo. No sé en que estaba pensando cuando permití que esto pasara, y que él me importara. Tengo que cortar el tema de raíz porque si tan solo está comenzado a gustarme, y ya causa esto en mí, no quiero ver como me pondré si todo esto llega a algún sitio. No me conozco en el ámbito de los sentimientos románticos.
Entro en el edificio con la única intención de olvidar todo esto, creo que es lo que más me conviene. Como siempre, la mayoría de la gente que se encuentra en este son auténticas bellezas, pero que por algún defecto; altura, etcétera, mi padre decidió no contratarles como modelos, pero para secretarios no están nada mal.
A muchas les impresionaría ver a mujeres hermosas, luciendo vestidos de diseñador y tacones de vértigo, pero a mí no. Mis vaqueros, mi jersey y mis tacones les decimos “jodeos”. Sé que de tener mi armario, sería yo quien vistiera como ellos, pero debido a la situación que Enrique agradezca que no he venido en pijama.
Subo al ascensor y pulso un botón con el dibujo de el número diez, la última planta del edificio y donde se encuentra el despacho de mi padre. Cuando se abren las puertas del ascensor, me encuentro con la misma habitación que recordaba; las paredes casi absolutamente cubiertas por pósters e imágenes de sus mejores modelos, tanto femeninos como masculinos.
—Bienvenida al negocio, Heather —me saluda Enrique.
Se acerca a mí, va vestido con un traje de color granate con una corbata blanca y la camisa de fondo negra.
—Al grano, no tengo todo el día —miento. No tengo nada que hacer durante el resto del día, ni mañana, ni pasado...
—Empezaremos hoy con las fotos básicas, en teoría nada saldrá a la vista del público hasta que los editores decidan si vales o no para esto, y con quien saldrás en las fotos de campaña. Puede ser una chica o un chico, y me da igual si la foto es comprometida o no, estoy en el derecho de crear revuelto en las redes sociales con supuestos romances, accidentes, sucesos, etcétera... De todos modos, sino estás conforme, puedes irte.
Le escucho atentamente, no esperaba menos. Sé que de una foto dándole la mano a cualquier persona, pueden conseguir inventar una historia creíble en la cual estoy casada con el sujeto y con seis hijos; son capaces de cualquier cosa y desgraciadamente son muy buenos en lo que hacen. Mi indiferencia le da lo que él esperaba, mi aprobación, no esperaba menos.
—Si la sesión de fotos sale bien, te daré una serie de conjuntos con los que saldrás a la calle, si sales un día sin la ropa de la marca, despedida. Y por supuesto, tu amiga ya puede ir buscando un trabajo para pagarse los estudios, así que, tú verás.
—Ese no era el trato —discuto— iba a recuperar lo que es mío.
—No te confundas, Heather. Todo lo que tú creías tener, es mío y de tu madre. Y solo te doy un aviso, si ella se entera de esto, le quitará la beca a Alex, agradece que fui yo quien contestó el teléfono a los señores Walker, que teniendo en cuenta su escasa inteligencia, es de entender que se presentaran como tal sabiendo que la beca de su hija se vería en juego.
Así que Barbara no está metida en todo esto, en cierto modo, me consuela. Mi padre es malo, pero mi madre es una víbora. Asiento, nunca me había sentido tan imponente como lo hago ahora, pero es que sé que ya no tengo nada que hacer.
No sé como vestiré cuando estoy en casa, ya que a medida que me va enseñando la ropa que usaré para la sesión, y la que me llevaré, me percato que lo más cómodo posiblemente sea el conjunto de unos vaqueros completamente ajustados, con unas sandalias doradas con plataforma y un top que deja mis hombros al aire y parte de mi abdomen.
Entonces, llega el momento. Mi padre llama al equipo fotográfico, y a decenas de editores que se encargarán de analizar si valgo, o no, tal y como él antes me ha explicado.
—Tú solo no sonrías —me indica el fotógrafo.
Bueno, empezamos bien porque sinceramente esbozar una sonrisa es lo que menos me apetece hacer en estos momentos, así que me limito a girar levemente el rostro, enarcar una ceja y clavar mi mirada en el objetivo de la cámara.
—Está muy tensa —oigo como se queja uno de los editores— no sé si quieres vender ropa o promover el maltrato. De verdad, tiene cara de estar asustada...
Tengo ganas de gritarle que estoy haciendo esto contra mi voluntad, y que como me sigan molestando a mí me van a denunciar por agresión y maltrato, porque no me controlo. Suspiro e inspiro varias veces, el fotógrafo sonríe a medias.
—A ver, cariño —pronuncia con cierta sorna— solo tienes que relajar tus facciones, eso, o desnudarte. Tú verás.
—Me relajo.
Si, fotos sencillas y pretende que me desnude. Ese será su sueño, hombre, solo me faltaba eso. Trato de relajar la mandíbula, pero cuando siento que va a saltar el flash, me pongo nerviosa nuevamente. Más y más críticas. Joder, nunca he hecho esto con anterioridad, no sé que esperaban. Más intentos fallidos, y comienzo a pensar que Alex perderá su beca.
—Tomemos un descanso, ¿vale? —propone Enrique— Elena, acompaña a Heather a tomar un refresco, que se tranquilice, dale algunos consejos y volver aquí.
Una morena, preciosa cabe mencionar, de piernas largas, tonificadas y esterilizadas pasa un brazo sobre mis hombros. Sé que no estoy en posición de ser maleducada, pero soy incapaz de evitarlo, me muevo bruscamente y la aparto de mí.
Me guía a una pequeña sala, hay varias máquinas expendedoras y una de café, a parte de un biombo, una mesa y dos sillas. Me parece que todo estaba absolutamente preparado para este momento.
—Hay muchas ventajas que tenemos las modelos de tu padre, ¿sabes, Heather? —me asegura— la ropa más exclusiva, las fiestas más alocadas, los futbolistas más codiciados a nuestros pies... Lo tenemos todo, rubia. No sé si estarás al nivel, pero tienes que estarlo. Da igual si lo vales o no.
—Conozco perfectamente la fama de la empresa de mi padre, Elena —conesto, siendo absolutamente fría y asquerosa.
No sé quien se ha creído que es para decirme que puedo o no obtener, ya que realmente no es algo que te dan, es algo que te imponen. Es obligatorio lucir su ropa, ir a las fiestas, y acompañar a los futbolistas y actores a los eventos. Comprendo que ese discurso que me acaba de soltar influiría en una novata nerviosa, pero no en mí. Conozco este negocio mejor que ella.
Trato de calmarme, tiro levemente de mi falda hacia abajo antes de sentarme y me cruzo de piernas. Llevo un atuendo sumamente corto y provocativo, que con suerte me da la oportunidad de respirar. Consiste en una minifalda de color granate, ajustada y de tiro alto, de textura tejana, y por arriba un top negro de tirantes con un prominente escote. Por supuesto, no olvidemos los accesorios; pendientes, pulseras un collar que bordea el espacio entre pecho y pecho... Y unos impresionantes tacones con lo que posiblemente roce el metro ochenta.
Veo como Elena se acerca a la máquina expendedora.
—¿Coca cola? —inquiere, asiento— voy a buscar una pajita, para que no te quites el pintalabios... Dame un minuto.
Saca la lata de la máquina y a gran velocidad desaparece de la habitación. No me agrada en lo absoluto esta chica, me parece tan fría y calculadora... Exactamente como yo. Pero algo que nos diferencia es que ella está bien con esto, con este mundo superficial y vacío. Por ese motivo sé que yo soy mejor, y ni su personalidad destructiva, ni su físico podrán pisarme.
Vuelve con la lata y la pajita ya en el interior de esta. Me la tiende con una sonrisa natural, lo cual me sorprende, y la acepto a pesar de que ya no me apetece en lo absoluto. Solo quiero volver ahí dentro, hacer las fotos e irme, a pesar que tampoco me apetece volver a casa con Ares.
Bebo el refresco prácticamente de un solo trago. Hablamos un par un par de minutos más y por fin volvemos al lugar donde me harán de una vez por todas las fotografías. Es curioso, me siento más relajada, más risueña. Todos mis músculos de han relajado, e incluso cuando el fotógrafo me mira con mala cara, sonrío.
—Me gusta esta chica —comenta uno de los críticos.
—Bien, Heather, ahora bajate un tirante, si, así, muy bien...
Obedezco a mi padre y miro fijamente a la cámara, mis músculos y mandíbula están relajados, pero mi mirada permanece imperturbable en la lente de la cámara. Por la expresión del fotógrafo, sé que ha quedado bien.
Comienzo a marearme, soy incapaz de levantarme del sillón donde me encuentro sentada, trato de hacerlo pero estoy apunto de caer al suelo, me sostengo al borde del mueble. Respiro una y otra vez con fuerza, no entiendo que ocurre, ni por qué me está pasando esto.
Busco a alguien con la mirada, alguien tiene que ayudarme, alguien tiene que llamar a un médico, alguien tiene que hacer algo en estos momentos. Solo veo sus siluetas borrosas, los colores se difuminan, Elena ya no es morena, ahora su tez tiene una tonalidad grisácea... Suspiro, llevo repetidas veces mis manos a mi cabeza, a mi pelo, a mi nuca. Puedo sentir el sudor recorrer cada centímetro de mi cuerpo.
—A-ayuda —susurro.
Quiero gritar, pero no puedo. Soy incapaz de pronunciar ninguna palabra más; siento como mi coxis colisiona contra el frío suelo, y mi cabeza se apoya involuntariamente en el sillón.
Oigo voces, demasiadas voces. Soy incapaz de entender que dicen, ni por qué no se acercan. Una luz se enfoca sobre mis ojos, me obligo a abrirlos y averiguar de donde proviene esa luz. Un rostro, si, logro distinguir una cara; en una chica joven. Ignoro su pelo, sus ojos, sus facciones... Siento que sus cálidas manos atrapan mi rostro entre éstas y me zarandean.
—¡Vamos, chica! —exclama.
Vuelvo a abrir los ojos, quiero hablar, pero solo logro abrir la boca a pesar de no emitir ningún sonido. Pasan varios minutos hasta que entiendo y distingo mi móvil entre sus manos, y su voz vuelve a llegar a mí.
—Si, está aquí. Necesito que vengas a por ella ahora mismo.
Tarda segundos en volver a hablar, y esta vez indica la dirección del edificio. No da detalles, es precisa y concisa. Centra nuevamente su atención en mí, manteniéndome despierta hasta que una imponente figura aparece ante mí.
—¿Qué la ha pasado?
La voz es masculina, y suena alterada... Sé que es el nuevo sujeto quien ahora acaricia mi rostro porque sus manos son completamente gélidas, pero agradezco su frialdad en estos momentos. Necesito saber quien es, por qué está aquí...
—Heather, escuchame, necesito que reacciones, ¿vale?
—Que mandón —me burlo y una absurda risa brota de mis labios.
—Niñata...
Es Ares, definitivamente es él. Siento como sus manos atrapan mi cuerpo, y como mi cuerpo comienza a adaptarse a la temperatura que su cuerpo cede al mío. A estas alturas soy incapaz de ver absolutamente nada, todo es borroso y las pocas imágenes que logran permanecer en mi mente, suceden en distintos lapsos temporales.
Recuerdo su rostro con la mandíbula tensa, a tan poca distancia que sería relativamente sencillo besarle. Quiero hacerlo, definitivamente quiero besarle. No sé donde estamos, pero me acerco a su rostro, y entonces es cuando gira su cara, creo que eso ha dolido. Ares Brown acaba de rechazarme y yo me río en su cara, de mí brotan carcajadas limpias.
La siguiente imagen es de él conduciendo, habla por teléfono y está sin camiseta, busco con la mirada su camiseta, y la encuentro por casualidad en mi torso. No sé en que momento he requerido ponerme algo más encima, y entonces noto mis temblores.
Mi cuerpo impactando contra un suave colchón es todo lo que soy capaz de percibir. El aroma del ambiente no es el de mi habitación, o la de Paul, es diferente. Tardo un poco pero logro reconocerlo, estoy en la cama de Ares. Estiro levemente mi brazo pero soy incapaz de averiguar si está aquí o no.
Abro los ojos, no, no está tumbado junto a mí, está parado en el marco de la puerta, con los ojos clavados en mí. No duro mucho tiempo despierta, pero la maravillosa imagen de Ares Brown sin camiseta permanecerá en mi cabeza durante el resto de mis días.
N/A: A partir de día veinte estaré de viaje, aproximadamente habrá dos ocasiones donde no pueda actualizar. Por ello, el lunes 19 subiré maratón de tres capítulos.
Se despide,
A. Ponce
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro