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15.-Abogada Walker.

Durante varios días recojo información sobre estupefacientes, voy a sitios relacionados con ello y aunque no entro, si me atrevo a espiar y analizar si todos lo de este mundo tienen el mismo aspecto que Ares. Agradezco que no sea así; la mayoría, son bastante delgaduchos, según he leído eso sería una consecuencia de lo que ingieren. Algunos calvos, otros con el pelo largo. Ninguno de ellos se parecen a él, lo que implica que Ares no es solo su vicio, fuera de este, es una persona con otros ideales.

Creo que todavía estoy a tiempo de ayudarle. Pero con esto no basta, desde fuera no puedo curar lo que sucede en el interior de su vida, en su infierno.

Camino hacia el tocador de mi habitación, llevo más de cuarenta minutos tratando de decidir que ponerme. No soy indecisa, tampoco son los nervios lo que me hace cambiarme una y otra vez de ropa, sino el no saber que voy a encontrarme allí. He pasado toda la noche en vela buscando la manera de descubrir hasta que punto está involucrado Ares y durante ese período de tiempo ninguna idea buena llegó a mí.

Fue algo repentino. Tras aceptar que el insomnio no desaparecería, pensé en que sitios puede frecuentar el chico de los tatuajes. Obviamente no hablo del supermercado, ni de la farmacia. Hablo de donde consigue lo que consume, a quien se lo compra. Y de un segundo para otro, me encuentro completamente convencida de ir a la zona oscura.

No temo lo que pueda encontrarme, a pesar de no saber de que puede tratarse. Nada me sorprendería y estoy abierta de mente para asumir lo que pueda ver u oír. Aún así, el plan no es llamar la atención, pero al no haber ido nunca a un sitio así, no tengo ni idea de que ropa me hará pasar desapercibida.

Finalmente decido que me da igual. La vestimenta podrá llamar la atención, pero si mi personalidad no les lleva a fijar sus miradas en mí, finalmente se cansarán de mirar. Solo espero que no traiga consecuencias para Alex, quien definitivamente va a acompañarme esta noche.

Solo he tenido que decirle que realmente me hace ilusión ir a un sitio así y ella ya había decidido que iríamos. Cumplir esa parte del plan ha sido tan fácil que me sentiría mal por utilizar a Alex sino fuera en beneficio de su cuñado.

Sé que por la noche hará algo de frío, así que me pongo unos pantalones largos blancos de tiro alto completamente ajustados a mi cuerpo. Y por encima, un pequeño top rojo que deja mis hombros al aire y solo cubre la zona de mi pecho y una minúscula parte de mi abdomen. Me calzo mis sandalias negras y tras maquillarme, abandono la habitación y espero a que Paul llegue con Alex.

Él hará de chófer realmente. Le hemos dicho que iremos a un bar, a un kilómetro y medio de la zona oscura. Nos dejará en el local e iremos caminando hasta nuestro destino. Nada tiene por qué salir mal y no lo hará, iremos, observáremos brevemente la situación. No tiene ni por qué vernos nadie.

No pasa mucho tiempo hasta que llegan a mi casa, el sonido del claxon es quien me anuncia de que han llegado y bajo a toda prisa. Realmente estoy motivada a llevar esto acabo, y es una motivación tan generosa que me parece correcto; solo quiero ayudar. Tengo la oportunidad de ayudar a alguien a corregir su vida.

Cuando estoy cerca, aminoro el paso y me subo al coche inmediatamente.

—Buenas tardes, rubia —me saludan al unísono.

—Ahora que estáis conmigo lo son —bromeo y oigo sus risas.

—Que guapa estás, Heather —comenta Paul con una sonrisa sincera— ¿vas a ligar mucho esta noche o cuáles son los planes?

—Solo lo justo —contesta Alex— y parece que tú eres el primero de la noche, ¿puedes dejar de babear por mi mejor amiga o tengo que arrancarte los ojos?

Veo como el chico traga saliva fuertemente y hace un sonido seco. Ha abierto los ojos como platos y en estos visualizo el más auténtico de los horrores, así que intervengo antes de que mi mejor amiga decida matarle. Pongo mi mano sobre su cabello rojizo y le doy varias palmaditas, como a un perro.

Tsss... —siseo— tranquila, bonita. Tranquila.

—¡No me trates como a una perra! —grita y trata de alejarse de mi mano, pero el espacio en el coche es reducido y no lo logra.

Miro a Paul, puedo ver sus comisuras temblando, contiene la risa a duras penas.

—Tenemos que comprarle un bozal —le aseguro y ya no aguanta más. Comienza a reír y le sigo yo, bajo la atenta y furiosa mirada de su novia.

Arranca y media hora después llegamos al bar, solo pasaremos aquí unos cuantos minutos, por si Paul decide volver o surge algún imprevisto. Nos despedimos y acordamos que volveremos a casa en taxi, sin embargo, él nos pide que si no hay taxis, o surge algún problema, que le llamemos y él vendrá a por nosotras.

Alex sostiene mi mano con fuerza. A kilómetro y medio ya puedes notar la influencia de la zona oscura, y es que solo nos encontramos aproximadamente a unos quince minutos del foco ilegal de Los Ángeles. La pelirroja está mucho más nerviosa que yo y al entrar al local prácticamente se abalanza hacia la barra infestada de hombres. El hedor del sudor es insoportable, pero logro disimularlo bastante bien. Mi mejor amiga, en cambio, contiene las náuseas varias veces.

Pedimos una copa de whisky cada una y bebemos su contenido con tranquilidad sentadas en una mesa. Sus manos tiemblan ligeramente.

—Alex, sino estás segura, podemos irnos —le digo y no miento.

Estoy dispuesta a irme, pero no a no volver. Lograría encontrar a quien me acompañara, pero no vendría sola, no soy tan sumamente irresponsable para regalar básicamente mi vida.

Cuando el contenido de las copas es bebido nos decidimos a abandonar el local. He notado en todo momento las miradas de los hombres bebidos en nosotras, aunque quiero creer que no llamamos la atención, sería mentir decir que no llegaron incluso a incomodarnos. Mi mejor amiga, quien llevaba un top con escote, ha terminado poniéndose una chaqueta de cuero que llevaba en la mano por si tenía frío solo para evitar que la miren.

Si está así de nerviosa a un kilómetro y medio, no sé como estará cuando lleguemos a la zona oscura, sin embargo, confío en que al haber estado ella allí una vez, no le causará tanta impresión. Antes no habría dudado de la veracidad de su historia, Alex es Alex, esa chica ingeniosa pero algo débil y asustadiza. Y sin embargo, persiguió hasta su cuñado a aquel lugar terminantemente prohibido y peligroso. Definitivamente algo no cuadra.

—No entiendo por qué te hace tanta ilusión ir —me dice.

Me mira fijamente a los ojos, pienso que tal vez busca el más leve indicio de mi auténtica razón para venir. La excusa que le he puesto es más bien carente de hechos que la secunden. Soy la misma que no muchos días atrás la reprendió por seguir a Ares hasta ese lugar, y ahora, quien la incita a volver.

—Por experimentar cosas —me encojo de hombros— cuando te vayas a la universidad cambiarán las cosas, Alex.

—No es seguro que me vaya, y además,...

—¡Sacaste más de la nota necesaria en selectividad! —exclamo no puedo creer lo que oigo— nunca te he dado falsas expectativas, sabes que la beca Smith es tuya.

Hace años mi madre y su bufet idearon como lograr que el público y los posibles clientes dejaran de verles como un aquelarre de monstruos sin corazón tras defender a una maltratadora que había violado y matado a su pareja, también mujer, y que había casi acabado con la vida de su hijo de tres años. Ganaron el juicio, y no solo ella no fue a la cárcel, sino que además lograron arrebatarle al hijo de pocos meses que habían adoptado.

Es uno de los pocos casos que han logrado alguna vez llamar mi atención, sucedió dos o tres años antes de que yo naciera, así que ni de lejos llegué a ver como todos los medios criticaban al bufet de Barbara. Pocos años después, mi madre en “pleno acto de generosidad” creó la beca Smith y cada año finanza los estudios completos de un futuro alumno de derecho en Stanford.

No he tenido ninguna influencia a la hora de que Alex entrara en la lista de posibles candidatos a la beca, prácticamente porque fui avisada por ella varias semanas después de que se había presentado a la prueba. Posiblemente mi madre ni siquiera sepa que se trata de ella, porque dudo que le concediera la beca y me hiciera de algún modo así feliz. Obviamente se han encontrado y presentado, pero que yo recuerde, nunca ha mencionado su apellido.

En algún momento lo descubrirá, y solo espero que para aquel entonces ya sea irrevocable la decisión de darle la beca a mi mejor amiga, quien realmente la necesita. Sus padres de por sí no pueden costearle la carrera, y menos aún en una universidad de tal prestigio.

Intercambiamos un par de frases más antes de llegar a las primeras calles de la zona oscura. Me dejo guiar por ella ya que en tiene algo más de experiencia y conocimiento sobre este lugar que yo. La imagen que me proporcionan los primeros metros de este lugar no se comparan con lo que mi mente audaz se atrevía a arriesgar e imaginaba. Es un lugar completamente oscuro en sus inicios, no hay ni el más mínimo molesto ruido que a pesar de ser incómodos en este momento les extraño. El silencio es ensordecedor, no se oye ni los coches que deberían circular, ni los ladridos de perros o maullidos de gatos. No se oye ni siquiera el llanto de un bebé.

Todos los edificios siguen un patrón similar; sombríos, gran parte de estos han sido destruidos y solo son recuerdos de lo que alguna vez fue el hogar de centenas de personas. A medida que avanzamos, mi seguridad respecto a que no encontraremos a nadie aquí aumenta, podría ser solo un mito. Realmente la zona oscura podría no haber existido nunca y solo ser un cuento para evitar que vándalos adolescentes vengan y pinten graffitis —que en mi opinión no es un acto de delincuencia, sino arte— o que hagan botellones por estas zonas.

—Es por ahí —la voz de mi mejor amiga destruye cualquier posibilidad.

No sé por qué tengo tan mal presentimiento. No recuerdo haber estado nerviosa al nivel de hoy en ningún otro momento, posiblemente por las expectativas. Asiento y trago saliva mientras comienzo a caminar, varios pasos después, descubro que Alex no está junto a mí. Me giro levemente y la veo inmóvil en el mismo sitio donde señaló el pequeño callejón en el que me encuentro.

—¿Vienes? —pregunto lo suficientemente alto como para que me oiga. Ella tarda en reaccionar, pero finalmente asiente y camina rápidamente para alcanzarme. Entrelaza nuestras manos y aprieto la suya con fuerza durante una fracción de segundo, con la única intención de que comprenda de que vamos a hacer esto juntas porque somos dos mujeres con unos ovarios muy grandes, capaces de hacer lo que sea. Sin miedo, sin nervios. Siempre hemos tenido el mundo a nuestros pies, y esto no será diferente.

Aceleramos el paso y mi mejor amiga comienza a tararear una canción que segundos después distingo como nuestra canción, Mire Than You Know de Axwell e Ingrosso. Nos hemos cuestionado en varias ocasiones el por qué esta canción y no otra, no decidimos que fuera esta la que representara nuestra amistad y tampoco sabemos a ciencia cierta cuando comenzó a hacerlo, pero no podemos huir de ella, y tampoco queremos.

Me uno a ella e inmediatamente el ruido ha sucumbido ante nuestras voces, que poco a poco suben de volumen y en algún momento olvidamos donde nos encontramos. El lugar pierde su aspecto sombrío, ya no logra imponerme ningún tipo de incomodidad y/o miedo.

Elevamos nuestras manos en señal de victoria mientras cantamos y entonamos las últimas palabras y notas de la canción. Un ruido llama mi atención y dejo de cantar de inmediato, pero Alex parece no haberse percatado. A la par que miro a mi alrededor, le doy leves codazos a mi mejor amiga para que pare ya.

Si en algún momento existió la oportunidad de pasar desapercibidas, esta ha decidido reírse de nosotras e irse. Miro a las decenas de personas que nos rodean, y esperan expectantes a que mi mejor amiga termine de cantar. Termina la canción y entonces, abre los ojos y me mira a mí.

—Me vas a dejar un morado —se queja y se acaricia la zona en cuestión. Estoy a punto de darle otro codazo pero, esta vez, en la cabeza cuando veo a la gente dar un paso hacia delante.

Entonces, Alex mira a nuestro alrededor. Noto su temblor y como traga saliva una, y otra vez. No puede estar más nerviosa, podría comparar su estado con la reacción que tuvo cuando conocimos a Ares, y por ende, a Connor. Nunca podré olvidar esa noche y a estas alturas ya dudo sobre el por qué.

—Co-co-co...

—Alex, no es momento para imitar a una gallina, joder.

No puedo creer que se halla puesto a imitar el sonido de una gallina. Los hombres, que a estas alturas ya nos rodean, ríen sin gracia, con ironía incluso. Mi mirada no abarca a controlarles a todos, y sé que mi mejor amiga no ésta en su momento idóneo como para colaborar.

—Vaya, vaya, ¿qué hacen estas dos princesitas por aquí?

La voz me resulta completamente familiar. No paso por alto el apodo de princesas, no sé por qué todo el mundo me llama así, si supiera lo que hace esta princesita... Me giro para enfrentar al dueño de esa voz, y enmudezco al ver al responsable. Connor está enfrente de mí, y es entonces cuando caigo en que todos los hombres llevan un trebol verde tatuado a la altura del hombro, al igual que él. De hecho, su hago un gran esfuerzo, puedo reconocer a algunos de ellos como los acompañantes de Connor aquella fatídica noche donde le conocí.

Trato de ocultar, sin éxito, a Alex de su campo de visión.

—Un placer volver a verte, Connor —le digo y me odio por decir aquellas palabras que queman mi garganta a su paso.

Sería un suicido enfrentarme a él y decirle exactamente lo que pienso, somos dos contra veinte, no, treinta hombres.

—El placer puede ser mutuo, ya lo sabes.

Me guiña un ojo y las náuseas se instalan en la parte superior de mi estómago. Me esfuerzo por sonreír lo más natural que puedo y hago un gesto con la mano, restandole importancia al asunto.

—Tenemos que irnos —le digo y una fingida mueca de pena se instala en su rostro.

—Quedaos un rato más.

Ahí se disparan todas mis alarmas. Entrelazo mi brazo con el de Alex, me da igual si tengo que correr kilómetro y medio tirando de ella, voy a sacarnos de esta como sea.

—No, no lo creo —respondo y Alex afianza aún más nuestro agarre.

—Pelirroja, preciosa, ¿te ha comido la lengua el gato?

Alex no le responde, eso le enfurece. Sale de entre la multitud y se acerca a nosotras, al igual que varios de sus hombres, no tenemos vía de escape. Acerca su mano a la barbilla de mi amiga, quien solo me mira inmóvil y estupefacta sin saber que hacer. No sé en que momento pierdo el sentido de la cordura, pero la empujo para alejarla de él. En el proceso, logro mover un par de centímetros lejos de nosotras el cuerpo de Connor.

—¿Qué coño acabas de hacer?

Alex permanece a mis espaldas y siento sus manos puestas a cada lado de mi cintura, tratando de ocultarse sin éxito. Esta vez, Connor acaricia mi mandíbula, este gesto me resulta tan repugnante que la bilis sube hasta mi boca. Recuerdo aquel día, en el supermercado, cuando Ares me ayudó. Aquel día pude haber terminado bastante mal, y solo estaba Connor... Pero hoy hay veintinueve hombres a parte de él.

Me niego a cerrar los ojos, no voy a someterme ante él.

—Esa boquita que tienes es muy sucia, cariño —dice— veamos que pueden hacer esos labios.

Posa su mano en mi cabeza tirando hacia abajo. Me resisto y logro zafarme por unos segundos de su agarre, entonces, dos hombres desde atrás me sujetan y sé que no lo lograré. Me obligan a arrodillarme, y uno de ellos, hace que mi cabeza mire hacia arriba, directamente a la mirada de superioridad de Connor.

—Soltadla —ordena, pero no me emociono— lo hará por voluntad propia.

Veo que se acerca a Alex, intento llegar hasta ellos, pero los dos hombres patean mi espalda y caigo de bruces al suelo. Aparto el pelo de mi rostro y veo como mi amiga trata, en vano, de resistirse a Connor con leves movimientos y quejidos. No es hasta que toca su abdomen, que reacciono.

—¡Lo haré! —chillo sin apenas fuerzas. Veo que se gira hacia mí, con una amplia sonrisa y su mano acariciando su miembro por encima del pantalón.

Alex me mira con una expresión incomprensible. Ambas sabemos que la única que podría soportar esto sin hundirse, soy yo. O al menos, la única que realmente sabe como ocultarlo.

—Siempre consigo lo que quiero.

Se acerca hacia a mí y su repulsivo olor corporal inunda mis fosas nasales. Mira su cremallera y trago saliva antes de volver a arrodillarme y con lentitud, acercar mi mano a ésta.

—¡Jefe, jefe! —grita un chiquillo no mayor de catorce años que corre hacia nosotros.

No sé de donde ha aparecido, pero me parece surrealista que un chico de esa edad trabaje para el desgraciado de Connor. El niño llega a su altura y se toma unos cuantos segundos para respirar y recuperar el aliento. Entonces, habla.

El diablo está aquí.

Todo parece explotar a mi alrededor. Connor da órdenes confusas para mí por doquier y Alex deja de ser sujetada y cae al suelo, gateo hasta llegar a ella. Ya nadie nos toma importancia.

Oigo un motor y varios gritos desesperados, ignoro quien es diablo, ni los motivos que le hacen merecedor de ese apodo, pero por la forma que todos huyen, me llevan a levantarme y tratar de huir junto a Alex.

Pero todo queda en un vano intento.

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