4. Catriel.
E D I T A D O
Rusia, Moscú.
Lunes, 4 de noviembre.
—Levántate —ordeno. La frialdad con la que lo hizo no pasa desapercibido y solamente para desobedecer, como es común en mí, no me levanto—. ¡Te he dicho que te levantes!
Sujeta mi antebrazo con fuerza y me hace levantar tironeando hacia arriba. Cuando estoy de pie, me zarandeo de su agarre molesta y aprovechó para tirarle un golpe. Golpe que efectivamente logra esquivar y responde con una bofetada que me hace temblar las piernas y hacerme caer de nuevo al suelo.
Cuando Chad me dijo sobre lo del entrenamiento, sinceramente no pensé que con ello se refería a una sesión de tortura con golpes, pero al parecer ni siquiera al hombre que tenía al frente mío no le importaba saber que estaba tratando con una mujer y que sus golpes eran diez mil veces más fuerte que los míos por pura lógica.
Habíamos llegado a Rusia muy tarde anoche y antes de que Chad me asignará una habitación en la mansión, me informó que a las seis de la mañana un hombre pasaría a buscarme para comenzar con mi entrenamiento. Hombre que está de pie a unos pasos de mi esperando que me levante para poder defenderme de él nuevamente como hace ya varios minutos.
Si bien sus golpes no eran con toda su fuerza, no dejaban de ser dolorosos. Yo sabía artes marciales y defensa personal, pero él era demasiado rápido, inteligente y ágil para todo esto.
Apoyó las manos en el suelo cuando mi cuerpo tiembla del cansancio y con debilidad me logró poner de pie, haciéndolo sonreír con malicia. Veo cómo se prepara para acercarse, esta escena es tan familiar que me revuelve el estómago, pero no doy ni un solo paso hacia atrás.
—Veo que Chad tenía razón —murmura, crujiendo sus dedos cuando empuña sus manos—. Pero la terquedad no te servirá para poder salvarle la vida al jefe.
Una vez más recibo su golpe, esta vez sobre el abdomen. Es fuerte y directo, que me hace toser y arrodillarme llevándome ambas manos hacia mi vientre. El hombre de cabello castaño se coloca delante de mí, sosteniendo mi cabello con fuerza para que lo vea y al verlo elevar su mano, me preparo mentalmente para morirme de una vez.
«No seas exagerada.»
A ti no te están golpeando como si fueras un saco de boxeo.
—¿Por qué no me sorprende verte aprovechándote de la situación, Richard? —Una voz varonil a nuestro costado lo hace detenerse antes de que me pueda golpear.
Se lo agradezco mentalmente y cuando Richard me suelta, caigo de costado al suelo llevando ambas manos al vientre. Suelto un pequeño quejido y regulo mi respiración para que deje de dolerme un poco.
—¿Cuándo llegaron? —pregunta, aunque no se nota tan sorprendido como sus palabras quieren transmitir.
—Hace algunos minutos, el vuelo se adelantó —responde, desde una lejanía. No aparto mis ojos del cielo aún oscuro gracias al frío y cierro mis ojos, tratando de controlar el dolor en todo mi cuerpo—. Chad nos contó que envió a entrenar a la nueva con Danesia, pero quería comprobar con mis propios ojos mi teoría. —Hundo mis cejas y abro los ojos—. ¿Qué piensas que haría Chad si se entera que lo desobedeciste?
Trato de incorporarme para poder ver de quién se trata y preguntarle a qué se quiere referir, aun sabiendo que está hablando del entrenamiento que me está dando. La sangre se me hierve de solo pensar que me ha golpeado porque quiso y eso no fue lo que Chad le dijo, pero no hago nada bajo mi cuerpo adolorido.
El chico rubio que estaba apoyado sobre el barandal de las escaleras baja los pequeños escalones y de brazos cruzados, con una gran sonrisa sobre su rostro va acercándose con la vista puesta en Richard, quien no dice nada al respecto.
Se coloca al lado suyo, a unos pasos de donde está mi cuerpo tumbado sobre el césped. No dice nada y cuando pienso que Richard le responderá, solamente se gira sobre sus talones marchándose haciendo que el chico rubio clave sus ojos celestes sobre mí.
—¿A dónde va? —pregunto en un gimoteo cuando veo el cuerpo de Richard desaparecer cuando dobla sobre el costado de la mansión.
—Espero que a esconderse para no recibir las consecuencias de sus actos. —Se deshace de su postura y estira una de sus manos cuando ve mi propósito de levantarme—. Pero conociéndolo, sé que irá a su habitación para esperarlo. Richard es un idiota, pero cuando sabe que cometió un error no huye de los castigos.
—¿Qué castigos? —Sacudo mi ropa cuando ya estoy de pie. El chico delante mío se vuelve a cruzar de brazos y gesticula una mueca de disgusto cuando ve que limpio mi labio roto cubierto de sangre.
—Nuestros jefes son muy estrictos y les gusta que cumplan sus órdenes. —Pasa una mano por su cabello cuando una ráfaga de viento hace volar un mechón rubio hacia su rostro—. Y Richard acaba de desobedecer una orden, lo que le costará un duro castigo por parte de Chad.
Asiento con mi cabeza, sin querer saber qué es lo que hará. Chad me parece muy amigable, pero no confió en él como para decir que el castigo será darle un sermón. De solo pensarlo un escalofrío envuelve mi cuerpo, imaginándome en esa posición a mí, siendo víctima de un castigo posiblemente doloroso.
«Nota mental: no desobedecer.»
—Te recomendaría que no lo hagas, son duros cuando se tratan de castigos —habla, haciéndome dar cuenta que acabo de decirlo en voz alta. Al parecer, cuando estoy cansada, no puedo guardarme nada en la mente. El chico lleva una de sus manos hacia el cierre de su chaqueta y bajándola, me enseña su camiseta azul. Toma el dobladillo de ella y la eleva un poco, mostrándome una cicatriz mediana cerca de su costilla—. Trate de salvarle la vida a Ryd desobedeciendo su estrategia y casi costó mi costilla.
Hago una mueca de disgusto, llevándome una mano hacia mi esa zona inconscientemente.
—¿Y por qué sigues trabajando para ellos? —Frunzo mi ceño confundida. O al chico le gustaba la tortura o realmente no podía escaparse de sus garras.
El chico rubio sonríe, subiéndose el cierre de su chaqueta.
—No trabajo para ellos, trabajo para Ryd —aclara—. Y aunque no lo creas, él es mi mejor amigo.
—¿Y dejas que te castigue? ¿Cómo pudo hacerlo si eres su amigo? No comprendo.
—Dije que él es mi mejor amigo, no que yo era el suyo. —Se encoge de hombros—. Ryd tenía razón, su estrategia era buena, pero tuve miedo al último instante y cambié el plan, desobedeciendo.
Muerdo y mi labio inferior, soltando una maldición cuando olvido que lo tengo partido.
—Bien, me quedó claro que no tengo que desobedecerlo —comento, en un eje irónico.
—A ninguno de los dos, si quieres vivir. —Sonríe—. Por cierto, mi nombre es Catriel y espero que de ahora en más, podamos llevarnos bien si vamos a convivir.
—Mi nombre es Arizona —me presento y él siente.
—Lo sabía —responde, antes de dirigir su mirada detrás de mí cuando comenzamos a sentir algunas voces masculinas.
—¡Aquí estás! —La voz de Chad me confirma que es él y por la mirada que Catriel me da, sé qué me está hablando a mí, así que giro, provocando una mueca sobre sus labios cuando me ve—. ¿Eso te hizo Danesia?
Quiero decirle que no, que Richard fue quien me lo hizo, pero no lo hago. Esas palabras no salen de mis labios y solamente asiento. Tal vez, él solamente lo había hecho porque pensó que iba a robarle el puesto, porque no me presenté y le caí mal o porque tenía un mal día. Todos teníamos un mal día y aunque él se las haya desquitado conmigo, no significaba que le tenía algún rencor.
Es más, quería poder llevarme bien con él si íbamos a trabajar para el mismo hombre, así que trate de cubrir lo que había hecho, solamente para que no sea castigado. Después de todo, también me había ayudado a mejorar mi visión en una pelea de cuerpo a cuerpo.
—Disculpe, señor. —La voz de Catriel me saca de mis pensamientos, haciéndome girar para advertirle con la mirada, pero él se encuentra con la mirada en el suelo en forma de respeto—. Eso se lo ha hecho Richard, señor.
—¿Richard la golpeó? —Noto la sorpresa sobre cada palabra, pero no elevo mi vista y la clavó en el suelo, mordiéndome el labio sin importar que duela—. Arizona, mírame.
No quiero desobedecer, pero tampoco quiero mirarlo para que vea los daños que me causo, así que hago lo que mis instintos me piden. No ser castigada. Veo como aprieta sus labios al verme y empuñando ambas manos, las venas sobre sus brazos pálidos comienzan a notarse.
Apartó la mirada al ver cómo comienzo a desconocer la imagen que hasta ahora me enseñó, la de una relajada y pasiva, clavándola sobre la persona que está a su lado y que recién logró ver. Es igual a Chad, idéntico si se podría decir, solamente que lo único que lo diferencia de su hermano es que él tiene un arito sobre la parte izquierda de su labio inferior.
Cuando nota mi mirada observándolo sin escrúpulo, aparta la mirada de su móvil y me encuentra antes de que la baje hacia el césped, al igual que Catriel.
—Catriel, tienes trabajo —habla y a diferencia de la voz de Chad, esta es más ruda y potente.
Veo como los pies de Catriel desaparecen de mi campo. Unos pasos más se retiran y mi pulso se acelera cuando los conozco y veo que Chad se va en dirección por donde se fue Richard.
Quiero girarme, solamente para decirle que no lo castigue y me siento tan patética porque sé que fue él quien me golpeó sin piedad sin ser ese su trabajo. Aprieto mis ojos tratando de quitar aquel sentimiento que me invade y muerdo mi labio inferior nuevamente, empuñando ambas manos.
—¿Te quedarás ahí? Porque si buscas un puesto de espantapájaros, te aviso que aquí no hay. —Elevó de golpe mi mirada, arrepintiéndome cuando Ryd alza una de sus cejas—. ¿Te he dicho que me veas?
Bajo la mirada.
—Lo siento —murmuro, sintiéndome totalmente estúpida al verme en un puesto de sumisa.
Siento como chasquea su lengua.
—Chad quiere que ayudes en la cocina. —Lo escucho decir después de unos segundos—. El desayuno pronto llegará y tengo hambre, apúrate.
Asiento con mi cabeza, marchándome con apuro de su cercanía.
(...)
—Mierda —maldigo, cuando siento como el cuchillo corta una parte de mi dedo. Veo la sangre que comienza a salir e inmediatamente una de las cocineras me hace ponerla debajo del grifo.
—Casi te sacas un dedo, ¿en qué pensabas? —suena como un regaño, pero la preocupación sobre cada palabra no pasa desapercibido. La había conocido hace algunas horas y me había caído de maravilla—. ¿Sabes cocinar?
—No —admito, en realidad jamás había visto una cocina en mi vida.
En el internado no nos dejaban ingresar al lugar donde estaba situada la cocina por precaución a que nos robáramos algo con que defendernos: por ejemplo, cuchillos.
—¿Y Chad lo sabe? Me parece raro que él te haya enviado justamente aquí. —Veo como se fruncen sus cejas. Azucena me había contado que llevaba años trabajando para ellos y aunque tuviera edad para jubilarse, no quería separarse de los gemelos.
—Chad no lo hizo —respondo en un jadeo de dolor cuando apaga el agua y comienzo a sentir pulsaciones sobre la cortadura que aún sangra. Veo como toma azúcar y lo destapa, acercándolo a mi dedo—. ¿Qué harás?
—El azúcar detiene el sangrado —me cuenta, echándolo de apoco. Muerdo mi labio inferior al sentir dolor y veo como la sangre se mezcla con la azúcar—. Me dará tiempo a buscar el botiquín, tampoco te dejaré con el azúcar. —Ríe.
Asiento con mi cabeza y sin dejar de ver la herida de mi dedo índice, Azucena sale de la cocina dando trotes. No parece tan grande la herida, pero sé que es profunda con toda la sangre que salió, aunque agradezco no haberme cortado un dedo en mi primer día haciendo el intento de ayudar en la cocina.
Siento pasos acercándose, calculo que debe ser Azucena así que no giró y con mi mano desocupada, después de lavarla, acomodo y limpio el desastre que cause sobre el mesón.
—¿Qué haces aquí? —La voz de Chad detrás de mí me hace girar del susto y cuando sus ojos se clavan sobre los míos, inmediatamente bajo la mirada en forma de respeto—. Mírame, Arizona. —Lo obedezco—. ¿Qué haces aquí? Pensé que Catriel te ayudaría con las armas.
—Lo siento señor, tal vez se me hizo tarde. —Le doy una vista al reloj que tengo en mi muñeca—. Pensé que iba a terminar rápido con la cocina e iba poder ir.
—Sigues sin responder mi pregunta, ¿qué haces aquí? Este no es tu puesto de trabajo. —Hundo mis cejas sin entenderle. ¿Le falla la memoria o qué?
«Debe ser bipolar.»
—Estoy siguiendo sus órdenes, Ryd me dijo que le pediste que me ocupara del desayuno. —Veo como confirma mis dudas sin ni siquiera responderme, al poner sus ojos en blando. «Maldito Ryd.» —. ¿No se lo pediste, verdad?
Chad aprieta sus labios.
—Hablaré con él. —Asiento, sin darle tanto interés. Chad baja la mirada hacia mi dedo que no está sangrando gracias a la azúcar—. ¿Qué te sucedió?
Me rió avergonzada observando la herida y cuando quiero responder, unos pasos apresurados comienzan a acercarse.
—¡Aquí está! —grita Azucena, elevando el botiquín para que lo vea. Baja la mirada cuando nota la presencia de Chad y se disculpa por el grito, acercándose.
—¿Qué le sucedió, Azucena? —le pregunta esta vez a ella y Azucena no tarda ni un solo segundo en responder.
—No se lleva demasiado bien con el cuchillo. —Sonríe, dejándome más tonta de lo que me siento. En mi defensa, la cebolla estaba dura. Azucena se acerca y abre el botiquín—. Ahora le curaré la herida y seguiremos.
—Perfecto, pero ocúpate tú de la cocina, Arizona tiene cosas que hacer. —Se cruza de brazos—. Hablaré con Catriel, te vendrá a buscar en unos minutos.
—Sí, señor —respondo, huyendo de su mirada y bajándola hacia la herida.
—La coseré, te dolerá pero será lo mejor y te recuperarás rápido. —Asiento.
Pone mi dedo bajo el agua de nuevo y cuando está limpio, lo desinfecta y prepara la aguja e hilo para coserlo. Aprieto mis labios de la impresión que me da cuando comienza, pero no puedo sentir el dolor ya que mi dedo está demasiado hinchado como para transmitir aquel dolor.
Cuando termina, lo envuelve con una gasa solo por protección al saber que tengo trabajo y me pide que me lo quite cuando termine de hacer mis cosas y esté fuera del contacto con la tierra o algo que lo pueda infectar. Se lo agradezco cuando guarda todo y Azucena respondiéndome con una sonrisa, vuelve a poner su atención en el desayuno.
—¡California! —grita Catriel, entrando por la cocina abriendo sus brazos. Hundo mis cejas.
—Me llamo Arizona. —El rubio le resta importancia con un ademán de mano, acercándose a Azucena cuando esta gira a verlo.
—¿Cómo estás, mamá? —Le da un abrazo, dejándole un beso sobre su coronilla.
—Muy bien, hijo. —Le devuelve el abrazo y besa su mejilla cuando Catriel se inclinó debido a su estatura —. ¿Y tú?
—No me quejo. —Se encoge de hombros, metiendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón—. Vine a buscar a la pequeña.
«Pequeña la debes tener.»
Catriel eleva una de sus cejas, pensando seguramente en la respuesta que por suerte no dije al ver que Azucena todavía tenía la atención puesta en el chico rubio. «Maldito.»
—Bueno, cuídala que casi se saca un dedo con el cuchillo —cuenta, con un eje de burla. Pongo mis ojos en blanco cuando Catriel se ríe.
—La cuidare, no te preocupes, mamá. —Le guiña uno de sus ojos antes de verme y menear su cabeza en dirección a la puerta. Azucena retoma el desayuno y se aparta de nosotros—. Después de ti, bella dama.
Hundo mis cejas y aprieto mis labios.
—Juro que si me ves el culo te pateare las bolas —amenazó, al ver su intención. Catriel se vuelve a reír y niega con la cabeza.
—Pensé que querías tener hijos, California. —Le saco mi dedo vulgar—. No seas vulgar con tu futuro esposo.
Decido no escucharlo más y corriendo el riesgo, comienzo a caminar con pasos acelerados hacia la salida de la cocina, escuchando como Catriel se ríe en carcajadas detrás de mí.
«Maldito rubio.»
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