16. "Adelphos."
Brooklyn, Nueva York, EEUU.
Miércoles, 13 de noviembre.
—¡California! ¡California! ¡California! —Escucho a la lejanía la voz de Catriel llamándome.
Siento nuevamente agua debajo de mí, esta vez con más intensidad chocándome. Intento moverme cuando lo escucho volver a llamarme, ladridos de perros, la voz de Richard, pero mi cuerpo no responde y se queda en el mismo lugar.
Una vez más siento como el agua choca contra mi cuerpo, esta vez me siento más fresca.
De a poco comienzo a sentir como mi pecho vuelve a agitarse buscando oxigeno descontroladamente, esta vez siento mi cabello mojado sobre mi rostro, mis dedos rozando algo debajo de mí. Cuando pienso que no lo lograre intento abrir los ojos, pero la luz del día me golpea fuerte haciéndome cerrarlos nuevamente.
Muevo mi mano buscando que despierte y cuando me responde la elevo con cuidado para apartar los mechones de cabello húmedos que tengo en mi rostro. Cuando logró quitármelos abro los ojos de a poco acostumbrándome a la luz y con cuidado voy sentándome. Inmediatamente comienzo a toser.
Parpadeo varias veces para ver con claridad dónde estoy y cuando descubro que todavía me encuentro en la playa donde nos tiramos con Ryd desde el edificio suspiro. Supongo que el agua me trajo hasta aquí o tal vez Ryd encontró el mejor momento para abandonarme.
Comienzo a preocuparme cuando recuerdo que jamás me civilice con la sociedad y un miedo se instala sobre mi abdomen haciéndome retroceder. No sé donde me encuentro, pero es un lugar estupendo para poder esconderme y protegerme de alguien.
Llevo las rodillas hacia mi pecho y pasó ambas manos por mi cabello para poder acomodarlos sin apartar la mirada del agua. Escucho risas muy cerca de mí e inmediatamente me encojo sobre mi lugar cuando se hacen cercanas.
—¿Estás bien, cariño? —Me sobresaltó en mi lugar al oír una voz desconocida desde mi costado. Mi cuerpo se pone alerta al ver su cercanía y retrocedo—. No voy a hacerte daño, ¿Estas perdida?
—Sí, no sé —titubeó.
—Soy parte de una asociación de personas perdidas, confía en mí. No quiero hacerte daño. —Sonríe con amabilidad, tratando de que baje la guardia.
No confiaba en ella, ¿Pero qué haría aquí? ¿Esperar a que alguien venga por mí? Conocía a los Kovhs, se que ahora mismo estarían buscando mi reemplazo antes que gastar dinero para buscarme.
Si la mujer intentaba hacerme daño sabía cómo defenderme, pero morir aquí no era una opción.
Asiento con mi cabeza sin apartar mi mirada de ella y de a poco comienzo a acercarme. Cuando estoy afuera la mujer de avanzada edad me toma con delicadeza del brazo y comienza a conducirme fuera del lugar en donde estaba.
Cierro un poco mis ojos para acostumbrarme al sol y por lo poco que logro ver me quedo fascinada viendo cómo los niños pequeños disfrutan jugando entre ellos. Nadie nos está viendo, incluso pienso estúpidamente que somos invisibles, pero al salir a la calle veo a un grupo de personas que sonríen entre sí mientras conversan.
—¡Chicos! —grita la mujer que me está sosteniendo. Las mismas personas giran a vernos y la sorpresa es mía al ver que no dejan de sonreír.
Mi cuerpo se contrae cuando soy recibida con saludos, toques, abrazos e inmediatamente me paralizo al ver tantas personas. Siento una sensación extraña sobre mi cuerpo, como si fuera observaba por todas las miradas del mundo, así que cuando la mujer me invita a subirme al coche grande no lo dudo.
Apoyo mi cabeza en la ventanilla tapada por una cortina e intento cerrar los ojos para relajarme en la soledad.
—¿Pérdida? —Escucho que dicen a mi lado. Abro los ojos de inmediato y giro mi cabeza para verlo.
—Sí, eso creo —respondo, gesticulando una mueca de disgusto cuando lo veo encender un cigarrillo—. ¿Y tú?
—Me escapé. —Le da una calada—. Eran unos hijos de puta.
—Supongo que era lo mejor.
—Supones bien. —Asiente, echándose hacia atrás cuando termina de abrir la ventanilla—. ¿Tú cómo te perdiste?
—Sinceramente no lo sé. —Suspiro—. ¿Dónde nos llevarán?
Sin haberlo acabado el chico moreno tira el cigarro afuera cuando encienden el coche.
—No tengo la menor idea. —Pongo mis ojos en blanco—. De verdad, acaban de conocerme al igual que a ti. Si no estaría afuera disfrutando del día como los demás, ¿No crees?
Decido no responder porque la verdad él tampoco me inspira confianza, así que nuevamente apoyo mi cabeza en la ventanilla e impaciente espero llegar. No tenía un plan, pero pensaba crear uno cuando llegáramos al lugar donde me llevarían.
No podía confiar ahora que no conocía a nadie, estar con los Kovhs me había servido para no confiar en los desconocidos y en los conocidos también.
¿Pero porque había confiado tanto en el chico para establecer una conversación más larga que con la anciana que estaba dispuesta a ayudarme?
Los casos perdidos siempre se complementan, supongo.
Recuerdo todas esas veces que Chad me puso a prueba y recién, en este momento camino a no sé donde, me doy cuenta que jamás me puso a prueba a mí, sino a mi inocencia.
Sonrío sin podérmelo creer y me echo hacia atrás, empuñando mis manos con disimulo.
—¿Nunca te escapaste? —pregunto, abriendo los ojos de a poco.
—No sé de qué me hablas —responde. Giro a verlo confundida.
Me levanto de mi asiento e inmediatamente le enseño mi dedo índice sobre mis labios para que haga silencio. El chico asiente apoyando una mano en la cabecera del asiento de adelante y sonríe observándome.
Con cuidado voy acercándome hasta la parte delantera y me detengo a unos dos asientos de distancia. Observó en el regazo del hombre que conduce un arma y como él no aparta la vista de adelante desesperado por llegar a algún destino.
Retrocedo mis pasos cuando me doy cuenta de lo que está sucediendo y comienzo a buscar algo con que protegerme.
—¿Qué haces? —pregunta, riéndose de cómo rompo el cuero del asiento. Decido no responder y seguir con mi trabajo.
Suelto un suspiro cuando nos detenemos de repente y abro la cortina para ver dónde estamos. Puedo ver tráfico, todavía no salimos de aquí.
—¿Te has metido en problemas últimamente? —pregunto en un murmuro, tomando la pequeña tira de cuero que saque del asiento.
—¿Por qué lo preguntas? —Borra su sonrisa, dejando de verme con burla.
—No, por nada. —Sonrío—. Solo que el hombre que conduce está en pánico con un arma sobre su regazo y sorprendentemente la señora que nos abrió las puertas de su asociación no está aquí.
—Ese hijo de puta —murmura, arrugando su nariz. Me saca la pequeña tira de cuero que tengo en mano y se levanta enfurecido.
Reaccionó recién cuando lo veo a dos asientos de distancia y con apuro me levanto. Veo como el chico sujeta con fuerza la tira y antes de que el hombre pueda darse cuenta lo sujeta del cuello.
—Tienes diez minutos—le digo, observando el semáforo. El chico ejerce fuerza sobre su cuello con la tira—. Cinco minutos.
—Lo sé, mierda —masculla—. Este imbécil no muere.
Tomó el arma cuando la tira se rompe y el hombre intenta tomarla. El chico usa su antebrazo para poder asfixiarlo. Veo como al semáforo solo le faltan dos segundos para que cambie, solo dos segundos para que todos se den cuenta de lo que está sucediendo aquí dentro.
El chico maldice por lo bajo cuando el hombre sigue resistiendo y la desesperación se puede sentir por el aire que nos envuelve.
—Apúrate —pido.
—¡Es lo que estoy intentando!
Escucho como los que están detrás de nosotros comienzan a tocar el claxon y al elevar la vista hacia el semáforo me desespero cuando veo que ya está en verde. Tomó el cojín que está debajo de él y con las manos temblando se la colocó en la cabeza. El chico me observa cuando apoyó el cañón del arma arriba del cojín y sin decirme nada asiente, antes de que apriete el gatillo.
Siento como mi corazón palpita con fuerza cuando me derrumbo en el otro asiento y en silencio veo como el chico tira el cuerpo muerto del hombre antes de sentarse a conducir.
—Me llamo Adelphos, pero me gusta que me llamen Adel. —Yo solo puedo asentir con mi cabeza—. ¿Y tú?
Trago saliva, ¿Debería realmente decirle mi nombre?
—Kansas, me llamo Kansas.
—¿Cómo Kansas city? —Me doy cuenta de que quiere despejarme la imagen que acaba de suceder, así que decido aportar.
—Supongo, sinceramente no sé porque me lo pusieron. —Sonrío.
Recuerdo que Ryd no me había dicho nada al respecto del porqué me había comenzado a llamar así, pero ahora me servía para poder cubrir mi identidad. Si alguien preguntaba por mí, Catriel me reconocería como California, pero sabía que Ryd jamás confesaría que me llamaba por ese nombre.
—¿Dónde quieres que te deje? —Suspiro y echo la cabeza hacia atrás.
—En donde te parezca, no mentí cuando dije que estaba perdida. —Él solo asiente.
(...)
Montreal, Quebec, Canadá.
Miércoles, 13 de noviembre.
—¿Cómo se llama esto? —pregunto, dándole un mordisco a lo que hace minutos compramos en una estación de servicio.
—¿Sándwich de jamón y queso? —responde confundido, sin dejar de sonreír.
Asiento.
—Lo siento, es que no he probado muchas cosas que digamos. —Me echo hacia atrás.
Hace unas horas atrás habíamos tenido que cambiar de coche porque el cuerpo ya estaba descomponiéndose. Robar uno no fue problema, él dijo que se ocuparía y así fue. Ahora no sabía a dónde íbamos y realmente tampoco lo quería saber.
Si Adel es un infiltrado y ahora mismo me está llevando de nuevo con los Kovhs, sinceramente ya no me importa. No sabía huir y no lo haría.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Vivías dentro de una caja? —Se ríe.
—Algo así. —Tomo un poco del refresco —. ¿Tienes hermanos?
—Sí, seis y conmigo somos siete. —Veo cómo gesticula una mueca de disgusto—. Una mujer y seis hombres.
—¿Te llevabas bien con ellos?
—¿Por qué hablas en pasado?
—Porque habías dicho que te estabas escapando. —Me encojo de hombros.
—¿Confías en mis palabras? —Hunde sus cejas.
—No, pero en tus actos sí. Por algo asesinaste a ese hombre, de alguien huyes. —Le doy un mordisco al sándwich.
—Eres astuta.
—Observadora, digamos.
Adel vuelve a reírse.
—Huyo de mi familia —confiesa—. Soy el favorito de mamá y mis hermanos no lo superan. Ahora están todos jugando a los súper apostadores, mi cabeza por miles y miles de dólares.
—¿Es jodido ser el favorito, no? —me burlo—. Suerte de la mía que no conocí a mis padres.
—La verdad que sí, que suerte. —Pasa una mano por su cabello—. Te envidio.
Me quedo en silencio cuando vamos ingresando a un lugar destacado por su iluminación y observó con asombro las personas caminando bajo la escasa nieve que cae. Adel reduce la velocidad al ver que estoy entretenida viendo el recorrido y minutos después me interrumpe la vista entrando a un lugar oscuro.
Nerviosa me remuevo en mi asiento y Adel al notar mi reacción se toma el atrevimiento de apoyar su mano en la mía. Me sonríe cuando lo observo y recién puedo respirar con tranquilidad cuando veo que solamente estaciona el coche junto a los demás.
Por la escasa iluminación que hay deduzco que se trata de un estacionamiento subterráneo, así que inmediatamente busco una salida posible mientras Adel baja del coche.
—¿Vienes o te quedarás ahí? —Aparto mi vista de los coches y asiento, siguiéndolo por detrás.
Ingresamos al edificio y Adel cruza el pasillo hacia el único ascensor que puedo localizar. Ambos nos subimos, nos quedamos en silencio escuchando la música de fondo y al ver que él presiona el penúltimo piso me apoyo contra el vidrio para esperar.
Mi atención no se aparta de las manos de Adel, están lastimadas como si hubiera forcejeado con algo para provocarlas. Adel suspira al verlas y apoya la cabeza contra la pared.
Por primera vez puedo notar las enormes ojeras debajo de sus ojos.
—¿Hace cuánto no duermes? —me animo a preguntar.
—Desde que estoy huyendo —responde sin abrir sus ojos—. Prácticamente desde que tengo dieciséis años.
—¿No estás cansado de huir?
Adel abre sus ojos y gesticula una mueca de disgusto.
—Muchas veces pensé en quitarme la vida. —Observa el techo del ascensor—. Pero después comprendí que solamente haría lo que ellos tanto quieren, que desaparezca.
—¿Sabes que no te creo el cuento de ser el favorito, no?
—¿Y tú sabes que no me creo que estés perdida, no?
Cuando las puertas se abren él es el primero en salir. No le respondo así como él lo había hecho y lo sigo por detrás mientras vamos caminando por el pasillo iluminado por un foco viejo que parpadea. Adel abre la última puerta y me deja pasar primero a mí. El departamento es más pequeño de lo que había pensado, incluso dudo que haya una habitación.
Adel se saca su chaqueta dejándola en el respaldo de la única silla que hay y se acerca a la nevera. Sin poderlo evitar, al ver varios documentos esparcidos por la pequeña mesa, me acerco y los miró sin tocarlos.
—¿Qué es esto? —Adel gira y me ofrece una botella, inmediatamente niego.
—Los primeros meses después de que hui no fueron aburridos, tuve que sobrevivir con media ciudad detrás de mí, así que estuve bastante entretenido —cuenta, acercándose mientras bebe de la botella que tiene en mano—. Pero después de siete años eso cambió y comencé a aburrirme, así que estoy solucionando algunos problemas.
—¿Qué problemas? —curioseo.
—Robos, muertes, secuestros, me gusta hurgar en la vida de los demás. —Me señala un documento con su cabeza. Inmediatamente lo tomó y lo abro—. Él es el mayor de los Smirnov, una familia de mafia rusa bastante conocida y peligrosa. Tuve la suerte de poder salir con una de sus hermanas y ganarme la confianza de todos.
—¿Así que tu estrategia se basa en salir con las mujeres de las mafias peligrosas para obtener beneficios?
Adel se encoge de hombros.
—Estrategias. De algo hay que sobrevivir, ¿no crees?
—Supongo.
—El del documento azul, él es Francisco Hernández. —Lo tomo y veo su fotografía—. De México, tiene una preciosura como hija.
—¿Hablaremos de las mujeres con las que te acostaste? No le veo sentido a esto. —Cierro el documento.
—Bueno, con ella solo cenamos y tuvimos sexo oral, no hubo penetración.
—¡Adel!
—Lo siento, lo siento. —Se ríe—. En fin, son problemas suyos que fuimos solucionando, de eso vivo. Soluciono problemas ajenos a cambio de dinero, protección e incluso beneficios sexuales por parte de sus hijas, hermanas, madres.
—Así que eres bueno en esto —afirmó.
—¿Qué si estoy bueno? Compruébalo tú misma. —Gira sobre sus talones, fingiendo que está modelando su cuerpo. Pongo mis ojos en blanco.
—¿Quieres dormir? —pregunto observando detrás de él un pequeño sofá.
—Pensé que habías entendido que no duermo, ¿Quieres cafeína?
—No, gracias. —Sonrío—. Puedo quedarme a ser guardia, cualquier movimiento extraño te avisare, se dé qué va esto.
—Créeme, no lo sabes. —Camina hacia el sofá—. Pero me tomaré una siesta de cinco minutos, si quieres irte espera a que me levante, ¿Si? —Asiento con la cabeza—. ¿Quieres ver la televisión?
—¿Qué?
—La televisión. —Sonríe y apunta la pequeña pantalla que está al frente de él—. ¿Sabes lo que es, no?
Sí, claro que la conocía. En la mansión de los Kovhs había una más grande pero siempre estaba apagada, aparte de que tampoco supe de cómo se llamaba.
—Sí.
Adel asiente no muy convencido y se acerca a la televisión. La última vez que vimos la película de Shrek en el internado había sido con marionetas, fue lo único que habían permitido. Adel me invita a sentarme en el sofá cuando la enciende y poco después se recuesta apoyando su cabeza sobre mi regazo.
Dejó que él me eligiera el canal y Adel sin dudarlo dejó unos dibujitos llamados "Los Simpson". Escuché como Adel se rio en algunas partes y segundos después escuchó su respiración tranquila.
Adel se durmió.
Aparto la mirada de la televisión y me apoyo una mano sobre su cabello negro. Adel se remueve sobre su lugar inquieto, balbucea algo, pero no se despierta. Veo como en su piel trigueña adornan varios lunares esparcidos por su cuello y brazos también. Son tan diminutos que apenas se pueden ver con su color de piel, pero no voy a negar que le quedan fantásticos.
Subo la mirada de sus brazos y me concentro en su rostro. Tiene el labio inferior más grande que el superior y el arco de Cupido muy bien marcado. Pómulos normales, mandíbula marcada y nariz recta.
¿Por qué la mayoría de hombres peligrosos siempre se llevan el fruto de la belleza?
Observó nuevamente los dibujitos y la atención me la roba la hora por debajo. Ya han pasado cinco minutos, deduzco que Adel seguirá durmiendo.
(...)
Dallas, Texas, EEUU.
Miércoles, 20 de noviembre.
—Detente, ¿A dónde vamos? —pregunto cansada de subir las escaleras. Adel se detiene y gira sobre sus talones antes de extenderme su mano.
—Ya falta poco, apúrate —dice, antes de ayudarme a subir.
Suspiro al ver los escalones y quejándome los sigo por detrás. Cuando llegamos a la última planta me suelta la mano y se saca la mochila. Busca algo entre todas las cosas que tiene adentro y cuando lo encuentra saca un silenciador.
Inmediatamente retrocedo.
—Ya sabía yo que solamente me habías hecho subir las escaleras para asesinarme —digo sin pensar, viendo como se lo pone al arma que saca de su cintura.
—Muy creativo, ¿No? —Se ríe.
Cuando termina de colocar el silenciador apunta a la cerradura de la puerta y dispara, sin causar tanto alboroto. Vuelve a sacarle el silenciador al arma y cuando lo guarda abre la puerta para que ingresemos sin ningún problema.
Hubiésemos pedido que nos abran la puerta, si. Pero como estábamos "ilegalmente" en el edificio no podíamos gozar de esos privilegios. Adel se acerca hacia la orilla de la azotea y abre sus brazos dejando que el aire de Dallas lo reciba en un abrazo.
No había tenido una buena experiencia la última vez que estuve en una azotea con alguien, pero así mismo decido no darle importancia a mis miedos y me siento al lado de su cuerpo, dejando mis pies colgando. Siento como la presión se me baja al ver la distancia que hay, así que en la misma posición tiro mi cuerpo hacia atrás y me recuesto observando como el sol se está yendo.
A los pocos minutos Adel me imita.
—Necesitaba un poco de paz —dice, llevándose una mano detrás de su cabeza.
Cierro mis ojos disfrutando el aire que nos invade y entrelazo mis manos sobre mi abdomen.
—¿Por qué confías en mí? —murmuro confundida.
No comprendía porque una persona que estaba huyendo de su familia desde que era un adolecente podía confiar en alguien que acababa de conocer. Podría ser una persona infiltrada, incluso él podría ser una, pero eso a mí no me importaba.
—No confío en ti, Kansas —responde después de unos segundos—. Solamente me canse de huir de las personas, a veces solo tienes que arriesgarte.
—Podría ser una infiltrada.
—No lo eres. Mis hermanos saben que soy astuto y no me dejarían pasar tantos días. —Abro los ojos y lo observó—. Si hubieses sido una, ya me hubieras asesinado.
—Tienes razón, supongo. —Me llevo una mano al cabello.
—Aparte no podrías contra mí. —Se ríe. Me apoyó sobre mis codos y lo observó ofendida.
—¿Estás burlándote de mí? No me subestimes. —Adel alza su mirada hacia mí.
—Probemos, si me ganas una pelea me disculpare contigo y escogerás la cena de esta noche. —Asiento con la cabeza y ambos nos levantamos.
Nos colocamos en el medio de la terraza y nos distanciamos unos pasos. Adel no borra la sonrisa de su rostro y con un ademán de mano me pide que me acerque. Con pasos seguros comienzo a avanzar hasta donde está él y al conseguirlo le tiró un golpe.
Adel lo esquiva con facilidad, abucheándome desde atrás cuando cambia de posición. Aprieto mis labios al escucharlo y empuñando ambas manos me giro para encararlo. Comienzo a tirarle golpes y al ver que está entretenido esquivándolos intentó golpearlo con el pie, pero él se anticipa sosteniéndolo antes de que llegue.
—Desde los dieciséis años estoy viviendo en la calle, concursando en peleas callejeras para comprar boletos de viaje, haciéndole favores a los mafiosos más peligrosos para que me enseñen a pelear, ¿En serio creíste que podrías? —Baja mi pie con cuidado y se cruza de brazos. Yo solo suspiro.
—Tenía que intentarlo. —Me encojo de hombros llevándome ambas manos a las rodillas—. Tendrías que enseñarme un poco de eso.
—Nada en esta vida es gratis, te lo tienes que ganar como yo me lo gane. —Me enderezo y veo como camina nuevamente al borde.
—¿Cómo lo hago? —le pregunto detrás de él.
Adel se cruza de brazos mirando hacia abajo.
—Sobrevive, Kansas. —Me mira sobre su hombro—. El instinto más fuerte que tenemos es el de la supervivencia.
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