12. Enséñame lo que tienes.
Georgia, Estados Unidos.
Domingo, 10 de noviembre.
Se ríe al ver como gimoteo del dolor cuando recibo un golpe suyo en el estómago y lo celebra elevando sus brazos, llevándolos del lado contrario a su cuerpo cuando da un saltito en un pequeño baile gracioso. Lo está disfrutando, claro que sí, lo puedo ver en sus movimientos, en cómo celebra cada derrota mía y en su sonrisa que hasta ahora no se despegó de su rostro.
Escucho como la canción de fondo cambia por una más rítmica y Ryd adelante mío eleva una de sus cejas gustoso con aquella canción. Sé quién está detrás de todo esto y aunque no le quiero dar importancia, la sangre me hierve en el cuerpo al verme de esta forma, en una prueba que su estúpido gemelo me está dando.
Nuevamente me pongo de pie tratando de mantener la postura cuando las piernas me tiemblan al no soportar mi peso y suspiro, escupiendo la sangre de mi labio inferior.
Ryd ladea su cabeza con una sonrisa victoriosa cuando ve mi acción y sin apartar sus ojos de la míos suelta una risita cínica antes de comenzar a acercarse. Empuño mis manos dentro de los guantes de boxeo sin importarme el dolor que causa en una de ellas debido a la herida que llevo y cuando está lo suficiente cerca de mi uso la única fuerza que me queda para inclinarme hacia abajo estirando uno de mis piernas.
Logro mi objetivo cuando lo veo tropezar y sujetándome del suelo vuelvo a ponerme de pie para darle un golpe antes de que logre levantarse. Las imágenes de la tortura que me hizo vivir se reproducen en mi cabeza incitándome a seguir golpeandolo, pero él consigue esquivarme.
Suelto un jadeo buscando oxígeno en esta pelea que se vale todo y al no ver rastros de sangre sobre su rostro el sentimiento de decepción se instala en mi pecho.
—Eso es Kansas, enséñame lo que tienes. —Sonríe, ladeando nuevamente su cabeza para esta vez correr un mechón rebelde de su rostro.
Vuelvo a sentir aquella furia recorrerme al ver su sonrisa desinteresada y burlona en su rostro, impulsándome a buscarlo. Le tiró un golpe a su pecho cuando veo que no pone resistencia, luego otro y otro demasiado seguido provocando eco en la habitación.
Al ver que mis golpes no les hacen nada tiro mi codo hacia atrás y tomando distancia lo elevo hasta la altura de su rostro. Ryd se anticipa a aquello y logra inclinarse hacia abajo pasando por el costado hacia atrás. Puedo sentir su respiración golpeándome la nuca y sin perder tiempo elevo el mismo brazo hacia atrás golpeándolo con mi codo.
Ryd suelta un gruñido y mueve sus pasos hacia atrás.
Sin dejarme llevar por su postura me acerco con la misma sonrisa cínica que hoy me dio e inclinado cerca de mí sosteniéndose el abdomen le doy un golpe en su rostro provocando que escupa sangre.
Al igual que él copió su paso de baile antes de que la canción termine y me rio al ver la sonrisa de orgullo que pone al verme festejando su derrota.
Elevo mi vista hacia donde siento que proviene la música cuando se vuelve a repetir y sonrió hacia la nada, antes de negar con mi cabeza devolviéndole la atención a la copia que ya está recuperado.
—Enséñame lo que tienes —saboreo cada palabra suya, provocando que Ryd niegue con su cabeza aquella acción.
Ocupó su lugar protagónico moviéndome al ritmo de la canción y cuando veo que va a golpearme, lo esquivo lográndome escapar por su costado. A diferencia de él no me pongo detrás, así que cuando se gira salgo de su costado y le doy un derechazo.
Cuando Ryd hace el amago de cubrirse elevo mi pierna aceptando aquella oportunidad y golpeó su costilla con rapidez antes de apartar mi pierna para que no la tome. Por el impacto cae de rodillas al suelo y ante su mirada aprovechó aquella oportunidad.
Llevo ambas manos hacia atrás y comienzo a dar pasos en la misma dirección celebrando nuevamente su derrota como él lo hizo conmigo las cinco veces que me hizo caer.
Muevo mi cabeza de un lado hacia el otro dejándome llevar por la canción hasta que siento un movimiento por parte suya y por instintos corro mi cabeza hacia la izquierda cuando Ryd me lanza su guante.
Está furioso, mi victoria rompió tanto aquel narcisismo que tiene por verse el mejor que no acepta la derrota ante una mujer. Pobre de su orgullo machote, aunque realmente no me interesa nada más que festejar verlo así.
Humillado.
Mis músculos se tensan y de mis labios solo salen un: "Oh, oh" cuando Ryd termina de sacarse los guantes y viene acercándose a grandes zancadas. Está a unos pasos de mí, puedo oler las margaritas que pondrán en mi tumba cuando me asesine, pero antes de que eso suceda un cuerpo ingresa al gimnasio de inmediato.
—Ryd, detente —habla Chad, tranquilo con ambas manos metidas en sus bolsillos—. Que no se te olvide que es una mujer.
Ryd sonríe, tan fríamente que me causa escalofrío.
—Como si eso me importara. —No se mueve, aunque en su expresión parezca que se está por lanzar sobre mí en cualquier momento—. Pero reconozco que esta mujer no vale la pena como para ensuciar el ring con su sangre.
Chad aprieta sus labios ocultando una sonrisa cuando Ryd se gira y mi rostro se descompone ante sus palabras.
¿Acaba de decir que no valgo la pena?
No sabes dónde te acabas de meter, maldita copia.
Me sacó con rapidez los guantes cuando veo que se acerca hacia las cuerdas del ring y antes de que se vaya aprovecho que está inclinado y me subo a su espalda.
—¡¿Qué haces, maldita loca?! —grita, girando para sacarme de su cuerpo.
No quiero controlar mi temperamento y solo recuerdo que él es el culpable de mis pesadillas por las noches, así que muerdo con fuerza su hombro. Ryd suelta un gruñido y las carcajadas de Chad se escuchan en cada rincón del gimnasio que solo hacen incrementar mis ganas de morderlo.
Por cada tortura que me regalo desde aquel día y por lo patética que me estoy viendo también.
Aunque dentro de la sala sea un caos entre risas y gruñidos, nuestros oídos están tan alertas que cuando oímos el primer disparo a lo lejos, los tres nos detenemos. Chad mira hacia la nada esperando algo que no se hace tardar cuando el segundo disparo logra que gire y yo me baje del cuerpo de Ryd antes de que siga a su hermano.
Suspiro cuando no sé qué hacer y me siento tan estúpida en este momento que maldigo el momento en el que no le pedí un arma a Chad. Es decir, se defenderme a puños pero están atacándonos con armas, no es como si mi puño pudiera volar a la velocidad de las balas.
«Bueno Arizona, es momento de poner tus dotes de estúpida en acción.»
Me encojo de hombros, no es como si tuviera algo mejor que hacer.
Con pasos precavidos me acerco hasta la puerta de vidrio y cuando veo que están las mujeres de limpieza corriendo por toda la sala, aprovechó el momento y salgo. Por el rabillo de mi ojo veo como un hombre que no conozco entra apuntándolas a todas y cuando nota mi presencia solo me inmuto a correr hasta las escaleras.
Buscó con desesperación mi habitación cuando subo y al entrar voy hacia mi placard. Tomó una camiseta fina y el bisturí, lo envuelvo para que no pueda hacerme daño y lo escondo en mi cintura ajustándolo.
Me acerco hacia la ventana para ver un modo de escape cuando veo que no hay nadie en el jardín trasero y que la amenaza es desde adelante, pero un gruñido sale de mi garganta cuando recuerdo mi trabajo aquí.
«Maldita seas, Chad.»
Retrocedo mis pasos maldiciendo y nuevamente me acerco hasta la puerta de mi habitación. Chad sabía cuidarse mejor que yo incluso y si no era así, tenía a muchísimas personas para protegerlo, pero este era mi trabajo y sabía que mi huída solo sería una excusa para mandarme nuevamente al internado.
Y esta vez, lamentablemente en esta ocasión, no estaba sola. Aneley estaba bajo mi cargo.
Tocando la zona de mi cintura donde había guardado el bisturí, salgo de mi habitación un poco más aliviada al verificar que no haya nadie en el pasillo que pueda interceder en mi objetivo. Nuevamente en las escaleras me pongo en cuclillas para observar por los barandales y consigo visualizar un grupo de mujeres que trabajan en la mansión de rodillas mientras escucho sus lamentos.
Trago saliva indecisa al ver como un sujeto se detiene delante de ellas dándome la espalda y cuando eleva el arma cierro mis ojos escuchando el impacto.
Desde el ángulo en el que estoy es imposible que ellos consigan a verme como lo hago yo, solo falta que doble y cruce el descanso para que noten mi presencia, pero una vez me pongo de pie no muevo un solo músculo porque sé por dentro que si bajo tendré el mismo final que aquellas mujeres. Chasqueo mi lengua dubitativa y cuando intento sacarme el bisturí, una mano cubre mi boca completamente.
—Silencio —pide la voz de Chad antes de que suelte un grito. Mis músculos se relajan bajo sus brazos y me dejo guiar por él hasta la última planta nuevamente. Me suelta cuando estamos fuera de aquel peligro y pasando una mano por su cintura saca un arma antes de dármela—. Tenemos que huir.
—¿Y Ryd? —las palabras delatan mi curiosidad cuando no lo veo cerca de nosotros.
Chad no responde, solo enfoca su mirada detrás de mí.
—Aquí estoy, Kansas —murmura detrás de mí, muy cerca de mi cuello, antes de pasar por al lado mío y apoyarse en la pared como siempre. Pongo mis ojos en blanco.
—¿Dónde estuviste? —pregunta Chad fingiendo importancia mientras mira detrás de mí verificando que no hay nadie.
—Cumpliendo una promesa —responde sin apartar sus ojos de los míos. Aquello provoca que mi cuerpo reaccione mediante un escalofrío y Chad le resta importancia aunque ambos sabemos que ni siquiera lo escucho.
¿Estaba hablando de lo que me dijo aquella noche antes de la tortura que me hizo vivir o era mi imaginación?
«Ryd me volverá loca.»
—Sí, sí, como digas. —Chad mira a Ryd por unos cortos segundos—. Tenemos que huir ahora, necesito asesinar a los malditos guardias de seguridad que tenemos en el anillo externo.
Por primera vez Ryd aparta su mirada intimidante de mí y por el asentimiento que le da, sé que está de acuerdo con lo que acaba de decir.
Y yo también lo estoy, ¿cómo no iban avisar que estábamos en peligro? ¡Por poco nos matan! Es mejor que Chad hable con ellos y los despida, no necesita person... Esperen, díganme que no dijo que los asesinara.
«Mierda.»
Elevo mi mirada del punto fijo donde me había mantenido y por las miradas que ambos me dan, sé que no lo pensé. Pongo mis ojos en blanco y me encojo de hombros.
Nuevamente Ryd no aparta su mirada burlesca de mí y en la posición que está le da un codazo a la pared de madera que está detrás de él incorporándose antes de que esta se abra dejándome ver el exterior completamente oscuro.
No oculto mi sorpresa al ver que es una puerta oculta y con curiosidad observo como Ryd enciende un mechero antes de ingresar. La iluminación es escasa, aún cuando Chad imita a su hermano detrás de mí intentando iluminar algo más, pero solo es lo suficiente para que podamos ver el camino sin tropezarnos en el proceso.
En silencio, sin decir nada, ambos se mueven conociendo cada rincón hasta llegar a una pequeña escalera de caracol. Se puede percibir la tensión en el ambiente, el enojo de ambos es notable con respecto a la falla de seguridad y es que en cierta parte tampoco puedo culparlos.
Cuando llegamos al final de las escaleras es Chad quién se acerca a una pequeña pantalla y teclea un comido que emite un pitido antes de que la puerta se abra.
«¡Vaya tecnología! Aneley estaría encantada de ver esto.»
Sin dejar de ser curiosa recorro con la mirada el lugar nuevo en donde estamos y descubro que es un garaje subterráneo mezclado también con un pequeño almacén de armas. Ryd se equipa tomando un arma larga y Chad va en dirección a una camioneta blindada para encenderla.
—Sube, Arizona. —No desobedezco, es eso o morir, así que en silencio subo en la parte de atrás y me muevo hasta estar entre medio de los dos para observar el frente—. Daremos un paseo.
Chad acelera el coche mientras Ryd carga su arma y el sonido de las puertas del garaje abriéndose llama la atención de las pocas personas que se encuentran afuera custodiando la zona. A medida que sube la velocidad siento los impactos de las balas pegar contra el coche, pero ninguna consigue hacerle un daño directo.
Trago saliva nerviosa mordisqueandome la mejilla por dentro cuando veo varios cuerpos masculinos correr en dirección al coche para detenernos y Chad baja la velocidad como si quisiera que aquello ocurriese.
—Deja de jugar —masculla Ryd, recostandose en el respaldo cuando su hermano acelera y desacelera para jugar con los hombres por atrás—. Quiero llegar al anillo de protección que tenemos en el exterior así les vuelo la cabeza por ser tan idiotas.
Nuevamente siento escalofrío cuando lo escucho y mi instinto de protección me hace sostener el arma con fuerza ante cualquier cosa.
Sin verlo venir, me voy hacia adelante chocando con el brazo que Ryd logra poner para sostenerme cuando Chad frena el coche de golpe en el medio del jardín. Un jadeo sale de mis labios al ver un hombre en medio del camino de piedras que estamos recorriendo, sujetando una escopeta con la vista fija en la persona que va manejando.
Chad sonríe, de tal manera que estoy segura que me causara pesadillas y le temo, cuando sin ni siquiera verlo acelera al mismo tiempo que el hombre alza la escopeta. Está decidido, va a pasarlo por encima y una exclamación silenciosa por parte mía es la afirmación cuando siento su cuerpo debajo del coche cuando Chad lo atropella.
«Este es tu momento para brillar, Arizona.»
No peleo con mi suerte y cuando me siento sin fuerza me dejo vencer desvaneciéndome.
Genial, ¿ahora tenía que desmayarme?
(...)
Brooklyn, Nueva York, EEUU.
Lunes, 11 de noviembre.
Suelto un quejido al sentir mi cuerpo adolorido y de apoco, con cuidado, comienzo a moverme. Si sabía que desmayarme me traería este dolor de infarto no me hubiese desmayado, aunque después de la pelea con Ryd tampoco sé qué era lo que esperaba al respecto.
«Claro, como si tu pudieras controlar tus desmayos, idiota.»
Con suma lentitud comienzo a mover nuevamente mi cuerpo adolorido, esta vez por extremos. Bajo la tranquilidad que me rodea recuerdo lo sucedido anteriormente y mi respiración comienza a descontrolarse, justo cuando mis ojos se abren de repente intentando controlar que nada malo este ocurriendo a mi alrededor.
—¡Por fin despiertas! —Parpadeo varias veces para acostumbrarme a la claridad y aunque no quiera, al reconocer aquella voz, gesticuló una mueca de disgusto porque sé que estará a punto de asesinarme.
Cuando me adapto a la claridad frunzo mi entrecejo apartando la mirada hasta las personas que están a un costado y ejerciendo fuerza consigo acomodarme en la cama de tal manera que no me sea incómodo inspeccionarlos.
—La verdad que sí. —Cobain suspira apoyado sobre el umbral de la puerta —. Ya nos estaba costando calmar a esta fierilla.
Aneley gira a verlo, calcinándolo con una simple mirada a la lejanía.
—No es para tanto. —Suspiro, arrepintiéndome cuando Aneley gira a verme de la misma manera—. Bueno, creo que sí.
—¡¿Cómo se te ocurre recibirme en aquella forma?! ¡Casi asesinó al buenote de nuestro jefe por tu culpa! —grita, provocándome un gran dolor de cabeza.
—Sí Aneley, yo también te extrañe —ironizó, sonriéndole—. No, no te preocupes. Tus gritos no provocan que me quiera suicidar con el dolor de cabeza que tengo.
Aneley suaviza su expresión y se acerca hasta sentarse a mi lado. Por poco siento que no se animara, pero cuando sonríe me estrecha hasta su cuerpo y me abraza con fuerza.
—Nunca más, escúchame bien, nunca más intentes escapar de una subasta. Aunque un buenote esté dispuesto a comprarte, no lo hagas. —Sonrío, mordiéndome el labio inferior al oírla—. Ni mucho menos venir a nuestro reencuentro desmayada en los brazos de la fotocopia del buenote, ¿escuchas? Porque la próxima vez no respondo y lo beso. —Me despego de ella y elevo una de mis cejas al escucharla—. Bromeaba, sabes que le sacaré los huevos de su lugar y asesinaré a toda su familia para que no quede nadie de su sangre si algo te sucede, amiga.
Cierro mis ojos ignorando la presencia de Cobain dentro de la habitación y abrazó el cuerpo de Aneley con la misma fuerza en la que ella lo hace.
«Dios, cuanto necesitaba esto.»
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