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11. Los gemelos Kovhs.

Georgia, Estados Unidos.

Domingo, 10 de noviembre.

—Fue atacada con un lápiz. —Elevo mi vista de la suela de mi zapato cuando lo escucho. Todos tienen la atención puesta en el hombre que estaba estudiando el cuerpo y en silencio esperamos a que prosiga con lo que encontró—. Tiene orificios en su cuerpo provocados por un lápiz, como si hubieran estado torturándola. —Se cruza de brazos, hundiendo sus cejas cuando seguramente recuerda algo—. Lo extraño es que no tiene marcas de haber forcejeado con algo y es raro porque si fue torturada seguramente la tuvieron que inmovilizar.

—¿Usted dice que no la inmovilizaron para torturarla? —pregunta confundido Chad.

Realmente era raro. Si la hubieran torturado tendría que tener marcas de forcejos en caso de una inmovilización. Era completamente extraño torturar a alguien consciente sin atarla o hacerle algo en contra de su voluntad, así que eso me llevaba a pensar que la chica era masoquista o la torturaron inconsciente.

Algo estúpido también porque una tortura se usa como herramienta para sacarle un beneficio, ¿y dormida que podría haberle sacado? ¿Despistar lo que realmente queríamos ver?

—No le he hecho estudios profundos al cuerpo, pero algo me dice que la sedaron para torturar su cuerpo. —El hombre aclara su garganta, ante tantas miradas curiosas—. He deducido que el crimen fue producto de una diversión aunque con el daño también podría relacionarse con una venganza.

¿Quién en su sano juicio se divertía torturando un cuerpo inconsciente? ¿Qué clase de persona se vengaba de aquella manera tan cruel y estúpida, hasta el punto de acabar con una vida?

La mujer no era una de las mejores considerando todo lo que nos hacía estando en un cargo superior y por el odio que todas le teníamos sería demasiado difícil encontrar a alguna culpable si se trataba de alguna de las chicas.

Aunque dudo que los gemelos le den importancia a su muerte.

—Qué pena. —Chad chasquea su lengua, girando a ver a su hermano quien está desinteresado con la situación mientras juega con el anillo de su dedo índice—. ¿Tierra o fuego?

Ryd eleva su vista cuando su hermano se mete la mano al bolsillo de su pantalón y saca una medallita.

—Fuego, como siempre. —Se encoge de hombros, antes de cruzarse de brazos.

—Perfecto, si es fuego se va al horno, si es tierra la enterramos —responde Chad, sin una pizca de compasión.

Observo con sorpresa a los demás cuando todos son testigos de cómo ambos juegan con el cuerpo de la mujer mediante una estúpida medallita y por la expresión aburrida que todos ponen sé que no es la primera vez que lo hacen.

«¿Qué rayos les pasa por la cabeza?»

—¿Por qué no te sorprende que jueguen así con el cuerpo de la mujer? —murmuró, llamando la atención de Catriel con éxito.

—Los vi haciéndolo por primera vez en el funeral de su madre, desde ahí comprendí que no tienen compasión ni con los muertos. —Relame su labio inferior detallando mi rostro con lentitud, como si estuviera buscando algo en mis expresiones—. Cuando quieren deshacerse de un cuerpo siempre recurren a lo mismo, digamos que es costumbre.

Bufo apartando mi vista hacia el hombre que espera el tonto juego de los gemelos y me acerco sin que nadie se dé cuenta.

—Mientras terminan, ¿podría ver el cuerpo antes de que se deshagan de él? —pregunto esperanzada por pocos segundos, hasta que el hombre me regala una sonrisa fingida y niega.

—Es confidencial.

—Entiendo.

—Gané. —Ryd sonríe con superioridad, elevando una de sus cejas antes de observar al hombre que está detrás de mí—. Prepara la cama solar, la mujer tomará un color estupendo.

Pongo mis ojos en blanco al oír la alegría con la que lo dice.

Ryd se despega de la pared cuando el hombre asiente y junto a los demás se adelanta a salir, todos menos Catriel quien me espera sobre el umbral de la puerta confuso ante mi expresión al oír aquello.

Suspiro tratando de controlar mis impulsos de soltar un comentario que seguramente me mandará directamente al infierno con pase vip gracias a Ryd y me acerco a Catriel antes de que la puerta se cierre a mi espalda.

Juntos nos acercamos hacia los demás que esperan en el despacho y cuando cruzo el pasillo que conecta a las escaleras me agacho apoyando una rodilla sobre el suelo tomando los cordones de mi zapato con disimulo.

—Sigue, ahora te alcanzo —aviso, mientras finjo pelear con los cordones.

Catriel asiente y cuando veo que se aleja al despacho ato mis cordones y me levanto al verlo ingresar. Observó hacia mis costados buscando la presencia de alguien y cuando no la encuentro rastrillo con cuidado la zona acercándome al cuerpo cubierto por una sábana blanca que está cerca de la puerta principal.

Tomó el borde de la camilla y empujándola hacia atrás comienzo a caminar en reversa acercándome nuevamente a la habitación donde habíamos permanecido hoy. Cuando ingreso enciendo la luz y acomodo la camilla en el medio antes de ponerme los guantes.

Le sacó la sábana tratando de apresurarme y tomó la boca de la mujer antes de abrirla para meter mis dedos. Busco en sus profundidades tratando de buscar algo que me sirva y resignada los saco, observando la sangre que tiene.

Solo para sacar la duda que me carcome la mente muevo su rostro hacia el costado y acercó la pequeña luz que cuelga para ver sus oídos por cerca. Tienen el suficiente daño como para relacionarlo con una tortura que yo sabía a la perfección e ida en mis pensamientos, recuerdo las palabras que el hombre nos había dicho.

No la torturaron inconsciente, solo se encargaron de sus sentidos para que no pudiera oír o gritar antes de comenzar con su juego psicópata.

Creo que esto era diez mil veces peor que saber que la habían torturado inconsciente, ¿Quién se había atrevido a cometer semejante atrocidad?

—¿Qué estás haciendo aquí? Te he dicho que el cuerpo era confidencial. —Me sobresalto soltándole la cabeza al cuerpo cuando escucho la voz del hombre en la habitación antes de que cerrara la puerta dejándonos a los dos solos dentro.

—¿Tú lo sabías, no? —Trato de no temblar cuando lo digo.

Él examinaba cuerpos muertos, era experto en esto, claro que lo sabía, ¿pero por qué mentir?

—No te conviene seguir por este camino, te recomiendo que te calles —se precipita a decir, enseñándome la palma de su mano.

—¿Conoces al asesino? —indago, tratando de sacarle información.

—No —responde de inmediato, dando pasos hacia delante. Alcance a tomar un bisturí cuando tomé su cercanía como una amenaza y retrocedí—. Pero sé que hay algo realmente grande detrás de todo esto y ni a ti ni a mí nos conviene entrar a indagar.

—Yo trabajo para Chad, mi deber es indagar —miento.

El hombre sonríe, negando con su cabeza.

—Créeme, sé que este no es tu trabajo. —Detiene sus pasos, veo como rebusca algo sobre su bolsillo y mis músculos se tensan cuando veo que saca otro bisturí—. No te haré daño.

—¿Crees que confío en ti?

—No, pero no lo haré. —Gesticula una mueca de disgusto—. Mi familia está en juego y tú me descubriste, lo que me llevaría a una extensa clase de torturación por parte de los gemelos Kovhs. —Chasquea su lengua disgustado mientras retoma su camino hasta sentarse en una de las camillas, muy cerca de mí—. ¿Quieres un consejo?

—Aléjate de mí —masculló, tensada.

El hombre ríe.

—Me haces acordar a mi hija Margaret. —Suspiró con melancolía—. Tan testaruda y curiosa, sin entender las consecuencias de sus actos.

—No te lo volveré a repetir nuevamente: Aléjate de mí.

—Te daré el consejo de todas formas. —Relame su labio inferior—. Aléjate de los Kovhs. Tal vez ahora creas que tu vida está a salvo con ellos de tu lado, pero Chad y Ryd son el mismísimo Diablo en persona. Te harán creer que eres necesario, te salvarán, te cuidarán, pero te robarán la vida y cuando estés sin alguna razón perderás la cordura hasta el punto de convertirte en uno de ellos. Porque eso es lo que ellos buscan, un súbdito repleto de psicópatas que no tengan miedo a morir, como ellos.

Abro mi boca dispuesta a preguntarle a que se refiere, pero de mis labios solo sale un grito eufórico cuando veo cómo lleva el bisturí hasta su cuello y comienza a degollarse él solo.

Siento como pequeñas gotas de sangre golpean mi rostro ante nuestra cercanía y un cosquilleo en la mano me despierta cuando aprieto con fuerza el bisturí y me corto. La sonrisa del hombre no se borra en ningún segundo y petrificada sobre mi lugar observo como su cuerpo muerto cae hacia atrás con una gran sonrisa.

El bisturí de ambos cayendo al suelo hacen eco sobre la habitación solitaria y mi corazón late tan rápido que no me deja oír con claridad cuando la puerta se abre y los demás entran a la habitación con sus armas.

No puedo apartar los ojos del cuerpo muerto, no puedo y no quiero, porque sé que todo será peor cuando los vea.

Chad y Ryd.

¿De que eran capaces para que un hombre decida acabar con su vida antes de enfrentarlos?

¿Dónde acabo de meterme?

(...)

Observó como el último reflejo del sol antes de que se esconda brilla en el filo del bisturí y suspiro.

—¿Cómo estás? —Bajo el bisturí y con cuidado lo escondo debajo del almohadón cuando la voz de Catriel me sorprende desde el umbral de la puerta.

Giro a verlo, con una sonrisa fingida sobre mis labios.

—Muy bien, ¿ustedes ya se van? —pregunto, cruzando una pierna sobre la otra antes de cruzarme de brazos cuando me apoyo en la pared.

No había podido ver a Aneley porque después de lo sucedido habían decidido enviarla a Brooklyn de inmediato. Aunque Cobain estaba a cargo de eso, Richard y Catriel iban a viajar antes que nosotros para organizar mejor las cosas.

Yo, desgraciadamente, me había tenido que quedar sola con los gemelos para su cuidado, aunque sabía que aquello no era del todo así.

Sobre el asunto del hombre muerto no habíamos hablado, ni quería que lo hiciéramos. Chad no le había dado tanta importancia al asunto y sinceramente no tenía ganas de contarle lo que había descubierto, así que después del accidente solamente volvimos a la mansión donde estuve por primera vez.

—Sí, así que venía a despedirme. —Sonríe, aun apoyado de brazos cruzados sobre la puerta.

—Nos vamos a ver mañana, no necesitas hacerlo. —Elevo una de mis cejas.

—Ya, me descubriste. —Me enseña ambas manos en forma de rendición mientras se viene acercando a donde estoy—. Quería venir a proponerte algo.

—¿A mí? —Hundo mis cejas.

«No, a tu abuela, estúpida.»

—Pasado mañana será mi día libre y tenía pensado invitarte a salir. —Pone sus ojos en blanco y menea su mano tratando de restarle importancia—. Podría enseñarte la ciudad de Brooklyn.

Relamo mi labio inferior y me inclino hacia adelante.

—Seamos claros, ¿estás invitándome a salir?

Catriel sonríe con nerviosismo y mordisquea su labio inferior antes de soltar un suspiro.

—Sí, estoy invitándote a salir, sinceramente. —Se encoge de hombros—. No soy muy creativo y si soy sincero jamás me fue difícil estar con una mujer. Es la primera vez que invito a alguien para tener una cita y no sé cómo hacerlo, sólo me mande de confiado.

—Entonces a ver si entiendo, ¿estás tratando de que acepte tener una cita dándome el discurso barato de todos los hombres? No muchas veces lo he oído, pero me lo imagino.

Catriel pone sus ojos en blanco.

—¿Qué ganaría con mentirte? Estoy tratando de ser sincero por primera vez en mi vida y no me creen, ¿en qué estaba pensando? Olvídalo.

Veo como sale de la habitación sin decir nada más y yo no soy capaz de retenerlo para explicarle que le creía, pero que el caos de mi mente no me dejaba espacio como para pensar en tener una cita con alguien.

Sacó el bisturí del escondite y me levanto acercándome hasta el placard para buscarle un mejor escondite. Ajusto la coleta de mi cabello y tomo ropa de deporte que había traído de Rusia después de que Chad les ordenó a las mujeres de la casa irme a comprar ropa.

Al terminar de vestirme ajusto mis codones y salgo de la habitación para ir directamente a la habitación que había visto minutos atrás. Cruzó la sala repleta de mujeres limpiando y con rapidez sin querer interrumpir abro la puerta de vidrio entrando con cuidado.

Sonrió al ver que no había nadie en el gimnasio y bajando la velocidad de mis pasos voy recorriendo cada rincón. Doy un saltito eufórico sobre mi lugar sobresalta de alegría cuando veo el saco de boxeo y dando trotes me acerco buscando con la mirada los guantes.

Acomodo mis pies cuando me los coloco y llevo mi mano izquierda hacia mi rostro para cubrirlo cuando tiro mi primer golpe. Jadeo al sentir mis músculos contraídos y suelto un suspiro dando un paso hacia atrás después de tirar unos cuantos más.

—¿Ya te cansaste? Te falta mucha actividad física. —Pongo mis ojos en blanco cuando lo escucho hablar. Ya había notado su presencia, pero no quise darle demasiada importancia como él esperaba—. Yo podría ayudarte, tengo una actividad física que puede llegar a ser demasiado placentera.

«Que estúpido.»

—¿Qué quieres, Ryd? —Abrazo el saco de boxeo y giro para verlo.

—Ocupar el saco, pero veo que ya está ocupado. —Se cruza de brazos, ladeando su cabeza para que el mechón de cabello se corra de su rostro.

Miro el saco y lo suelto, bajando la mirada a los guantes para sacármelos.

—Todo tuyo.

Me saco los guantes y cuando estoy cerca de él se los entregó. Ryd sonríe elevando una de sus cejas cuando ve mi acción y sin dejarme respirar toma de mi muñeca y me acerca hacia él, dejándome a centímetros de su rostro.

—Una pelea, tú y yo.

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