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1. Subasta.

E D I T A D O

Georgia, Estados Unidos.

Jueves, 31 de octubre.

Narrado por Arizona.

Tomó una de las piedras que están a mi costado y la lanzó al lago, pidiendo un deseo cuando veo que ya son las doce.

Mi cumpleaños.

Este día debería ser uno de los mejores de mi vida, pero considerando que el día que nací me abandonaron en las puertas de este internado, nunca lo será. Aunque es un cumpleaños más, este es el día en donde mi ingreso al internado caduca y me pondrán en subasta para poder ser vendida.

Eso siempre sucede una vez que cumples los dieciocho años y el jefe del internado decide que estás apta para ser vendida a una innumerable cantidad de mafiosos que esperan ansiosos conseguir a su próxima presa.

Mañana, el día de Halloween, será la subasta que tanto han preparado y no solamente yo estoy a la venta, así que espero tener un poco de suerte y quedarme un poco más de tiempo para poder irme de este lugar de otra forma. Cuando no eras vendida la noche asignada por extraños motivos ya que no solía pasar a menudo, se daba otras fechas de subasta con el fin de poder vendernos antes de que los dieciocho se esfumaran y te asesinaran por ya no tenerlos.

Observo la hora en el reloj que tengo en la muñeca y al ver que todavía me quedan unos minutos antes de que se den cuenta de que no estoy en el internado, suspiro. Miro como la luna se refleja en el agua del lago y apoyó las palmas de mis manos sobre el césped esforzando una sonrisa al sentir las lágrimas en mis mejillas.

Nunca había pasado un cumpleaños de otra forma, con una presencia distinta a la soledad porque siempre me refugiaba en ella para sentirme mejor. Pocas veces pensaba en el hecho de que me habían dejado en este desastroso lugar y cuestionar los motivos, te preparaban para que aquellos pensamientos no existieran y creyeras que desde el mismo instante que te incorporabas al internado, nada más existía.

Aún así, los cumpleaños se sentían distintos, muchísimos más fríos y despiadados, como si una pieza dentro de mí no encajara, no a la fuerza.

Me recuesto sobre el césped cuando mis brazos se cansan de cargar mi peso y esta vez observó en silencio el cielo estrellado. Cuento cada una de ellas perdiéndome de inmediato al ver tantas y comienzo a hacerle ondas a mi mechón de cabello cuando lo enrollo en mi dedo índice. Aneley decía que era una manía que tenía cada vez que el sueño me embargaba, pero sinceramente nunca le había aprestado atención a aquello.

Bostezo con lentitud parpadeando varias veces cuando mis ojos se nublan de pequeñas lágrimas y voy cerrando los ojos de apoco cuando la tranquilidad comienza a cubrirme fraternalmente. No mido el tiempo en el que permanezco con ellos cerrados prometiéndome que solo descansaré la vista, pero cuando los vuelvo a abrir sobresaltada al escuchar un sonido cerca de donde me encontraba, me incorporo de un salto dándole un vistazo al reloj.

«Dos de la mañana.»

Trago saliva con fuerza tratando de suavizar el malestar de mi vientre al ver el tiempo que me había dormido y sin mirar mis extremos comienzo a trotar hasta la puerta secreta por donde había salido al jardín a unos metros cerca del internado. El jardín seguía perteneciendo a él porque estaba dentro del gran muro que nos dividía de la sociedad, así que cuando baje al subsuelo y comencé a recorrer los pasillos poco iluminados me guíe hasta la única puerta que había al final.

Cuando llegué, apoyé mi cabeza sobre ella buscando indicios de algún movimiento detrás y al no percibir nada abrí la puerta que estaba camuflada con un viejo espejo de decoración. Trago saliva asegurando la puerta y luego de verificar el perímetro empiezo a recorrer el pasillo solitario de puntas de pie hasta cruzar a mi habitación.

Un suspiro abandona mi cuerpo cuando ya estoy adentro y apoyo mi cabeza en la puerta cerrando mis ojos.

Esta vez tuve suerte.

—¿Dónde estuviste? —susurra Carrie, haciéndome sobresaltar sobre mi lugar.

La busco con la mirada y mi corazón se tranquiliza al verlas a ambas en la cama de la pequeña Carrie con una mirada neutra pero ansiosa por mi respuesta. Sabía que no preguntaban por chismosas sino porque realmente se preocupaban por mí, porque ellas sabían sobre mis escapadas pero no como las hacía. Ese era mi secreto.

«Nuestro»

Meneando mi cabeza para callar a mi subconsciente me aparto de la puerta y me acerco a la cama aún con la mirada de las chicas. Me saco los tenis dejándolo en su lugar indicado para no levantar sospechas y me acuesto soltando un suspiro.

—Me dormí en el lago. —Apartó la mirada del techo amohosado y vuelvo a verlas. Aneley sigue en la misma posición que recién, acostada al lado de la pequeña mientras acaricia su cabello con lentitud sin dejar de analizarme—. ¿Ustedes?

—Tuve una pesadilla —murmuró la pequeña Carrie. Asentí tragando saliva y sin poder transmitirle tranquilidad, cerré mis ojos entregándome a la calma.

—Yo acabo de levantarme y no te vi. —Esta vez habla ella, pausadamente. Sabía que mis comportamientos la ponían alerta porque le preocupaba mis últimos días aquí, pero justamente era eso lo que no quería de ellas, que pensaran que algo malo iba a ocurrir—. Tuviste suerte, no aparecieron para hacer la requisa.

Asentí nuevamente sin verla.

—Ni me lo digas, pensé que hoy sí me metería en problemas —bromeo, pero por su silencio deduzco que tanta gracia no les causó. Bufo con exasperación y vuelvo a enrollar mi cabello en mi dedo índice.

—¿Estás preparada para mañana? —la pregunta que tanto había reprimido estos días, finalmente aparece. Mi pecho se oprime al oír el titubeo en ellas, pero no lo demuestro. Yo era la más fuerte entre las tres, no podía demostrar esa clase de sentimientos si nos quería salvar.

—Como el primer día —mentí.

Aunque a Aneley le faltara un año todavía, ya estaba mentalmente preparada para su día y aunque lo negara sabía de sobra que le temía a ese día como ninguna otra. Por suerte, para Carrie, le faltaban ocho años para que su día llegará y nuestra idea era poder sacarla antes de que eso sucediera. Carrie era demasiado pequeña para todo esto.

En silencio, elevo mi vista hasta las chicas y encuentro a Aneley con su mirada fija en la pared mientras sigue acariciando el cabello de la dormida Carrie. Decido no romper su aura de pensamientos y de la misma manera, clavó la mirada en el techo para hundirme en mis propios pensamientos antes de caer dormida.

Horas después, me levantó cuando siento como golpean la puerta con fuerza y sobando mis ojos, encuentro a las chicas levantándose de sus camas aún dormidas. Aneley abre la puerta y preparada para lo que ocurrirá, nos hacemos hacia un costado para que los tres hombres y las dos mujeres entren a hacer la requisa.

Al no encontrar nada raro se acercan hasta las puntas de las camas y observando el cartel donde están nuestros nombres y datos personales, una de las chicas gira a vernos.

—¿Quién es Arizona? —pregunta, firme y autoritaria. Su tono es tan duro que provoca que la pequeña Carrie se esconda detrás de Aneley en busca de protección.

—Yo. —Doy un paso hacia al frente cuando siento la mano de Aneley envolviendo mi muñeca para que me detenga—. Yo soy Arizona —afirmó, deshaciéndome de su agarre.

La mujer que preguntó por mi sonríe con malicia, burlándose seguramente por lo que sucederá esta noche conmigo. A comparación, los demás detrás de ella, no gesticulan nada y mantienen su postura esperando alguna orden de la mujer que no deja de sonreír por mi desgracia.

«Maldita psicópata.»

—A las siete te quiero bañadita y arregladita, yo me encargaré de enviar el vestido —me informa, con un eje de superioridad. Es una mujer, ¿por qué no puede ponerse en nuestra posición? Qué asco de persona—. A las nueve estarán todas reunidas en la sala principal y a las diez comienza la subasta.

¿Por qué me lo recordaba? Sabe perfectamente que lo sé, pero goza de verme en esta posición: como una sumisa. Obligada a no responder por respeto, a no verla a los ojos si no me está hablando directamente, a no moverme porque si no se vería como principios de un ataque, a no respirar, reír, parpadear, llorar, obligada a no vivir y aceptar que nosotras éramos sumisas suyas y de todos que tengan más poder que todas nosotras aquí.

Tragó saliva tratando de controlarme a no empuñar mis manos y asiento con la cabeza, bajando la mirada en forma de respeto cuando todos comienzan a irse. Al escuchar la puerta cerrarse, esperé algunos minutos sintiendo el corazón desbocado y solté un grito de frustración descontrolada.

Elevo mi vista cuando sacó aquel nudo de mi garganta y aprieto mis labios antes de que las chicas vengan a abrazarme cuando siento las lágrimas en el borde de mis ojos, pero aún así no me permito llorar.

—Todo estará bien —susurro, tratando de consolarme a mí misma.

(...)

Elegancia.

Lo primero que buscaban los hombres de la alta sociedad eran mujeres elegantes, delicadas, que sepan mantener su postura en ocasiones especiales. Entrenadas para no causarle vergüenza en reuniones importantes a sus dueños.

Un fetiche raro que tenían los hombres que buscaban mujeres en este internado, eran sus pedidos de ver a las mujeres con vestidos elegantes y de época antigua. Vestidos de grandes costuras, exageradamente anchos y largos, con corceles y peinados adecuados para la imagen.

Aneley y Carrie me observan desde sus camas con una mueca de disgusto al verme dentro del gran vestido bordo que me escogieron para esta noche. Algo que sí iba a destacar del horroroso vestido, era su color. El bordo quedaba a juego con mi piel blanquecina y cabello oscuro, lo hacía resaltar demasiado bien y eso era lo que querían aquí: que el vestido haga resaltar a la mujer.

Observó el gran peinado que me vinieron hacer e involuntariamente suelto una risilla. Es horrible. Por suerte no llevo mucho maquillaje y eso me agrada, aparte de que aportaba al estilo exagerado que escogieron.

Le doy una mirada a mi reloj antes de cubrirlo con la manga de mi vestido y suspiro al ver que ya es la hora. Rezaba para que no me escogieran esta noche, aunque dudaba de que así fuera con el vestido horroroso que llevo puesto.

—Ya es la hora —hablé, girándome para verlas. Carrie y Aneley se levantan de sus camas y se acercan con tristeza para abrazarme—. Nos volveremos a ver afuera, esto no es una despedida.

—Eso espero —murmuró Aneley en mi hombro, sollozando.

—Así será. —Le sonrío cuando se alejan—. Buscaré la forma de verlas y cuando Aneley se vaya el año que viene, prometo venir por ti, Carrie.

Carrie vuelve a abrazarme.

—No quiero que te vayas. —Muerdo mi labio inferior conteniendo mis lágrimas.

—Y yo no quiero irme, pero ya sabes cómo son las cosas aquí. —Limpio sus lágrimas cuando se aparta de mí—. Ya, no moqueen, miren si tengo suerte y no me escogen, tendrán que devolverme los abrazos malgastados —bromeé.

Sonrió cuando ambas lo hacen y antes de que me puedan responder, escuchó la campana que anuncia la llegada de los hombres al internado. Ambas vuelven a abrazarme antes de que pueda irme y cuando estoy fuera de la habitación tomó un poco el vestido para comenzar a caminar hacia la planta baja.

«Insisto, es un pésimo vestido.»

—Mierda —murmuró cuando me enredo con una de las tantas telas del vestido y tengo que sostenerme para no caer. Suelto una maldición y tirando de ella, rompo el vestido deshaciéndome de esa condenada tela—. Maldito y estúpido vestido.

Me enderezo y arreglando el florero que está en mi cabeza, o bueno: el sombrero de época, vuelvo a caminar hacia las escaleras. Después de cuatro escaleras más, logró llegar con triunfo a la planta baja para reunirme con las demás.

«Cena de elegancia.»

¿Ya les había contado sobre el fetiche extraño que tenían los hombres? Bueno, no solamente eran los vestidos, habían varios más.

La cena de elegancia era uno de ellos. Antes de la subasta se ponen a prueba a las mujeres sentándolas en una mesa larga y antigua, para que a vista de hombres detrás de un espejo polarizado, vayan escogiendo a quien tiene elegancia e inteligencia a la hora de una cena.

Eran hombres mafiosos, todas sabíamos eso aquí, así que no entendía porque requerían de tanta elegancia cuando no eran más que simples asesinos y narcotraficantes. Tal vez eran fetiches como se los había dicho, pero ya eran extraños, asquerosos y hasta cierto punto te causaba miedo saber quiénes se escondían detrás de aquel vidrio.

Cada una se sentó en su lugar asignado, había un silencio bajo la música clásica que se escuchaba en la sala y el aroma a miedo se sentía sobre cada una. Nadie en esta mesa estaba preparada y feliz por saber que seríamos vendidas como si estuviéramos hablando de muebles subastados para una casa.

Con solo imaginarme cada destino de las chicas en esta mesa me daban muchísimas ganas de tomar un tenedor elegante de la mesa y poder sacarle los ojos al dueño o dueña de todo esto. Persona que jamás habíamos conocido en todos los años que se fundó el internado.

Observó con atención como los meseros entran a la sala con sus platillos principales y cuando lo dejan en mi lugar, me alivio al ver que es sopa. Fácil.

Desde los cinco años comienzan a enseñarte modales como: comportamiento, forma de comer, como responder y la postura exacta que debes tener. Pero en mi caso, es algo que nunca le di tanta importancia hasta el día de hoy que me estoy arrepintiendo.

Miró de soslayo como todas toman la cuchara para sopa que está a mi derecha y con elegancia la tomo. Sostengo con delicadeza la cuchara con mi dedo pulgar e índice sobre la parte de arriba y un poco más abajo, con mi dedo del corazón. Sirvo un poco de sopa a la cuchara y elevando mi vista hacia las demás que dirigen la cuchara al igual que yo, le doy un sorbo con lentitud.

«Primera fase: lograda con éxito.»

Una de las reglas cruciales en el internado, aparte de aceptar cada una de ellas, era que si los guardias veían indicios tuyos de sabotear los "pasos" reglamentarios antes de la subasta para que no te eligieran, tenían órdenes estrictas de asesinarte. Por eso, aunque todas queríamos hacerlo mal para no ser vendidas, no éramos estúpidas y éramos conscientes de que la muerte era lo mínimo que nos esperaba si hacíamos aquello.

El segundo platillo llega y esta vez no lo reconozco, jamás en mi vida había comido algo así, así que decido improvisar y copiarle a las demás. Tomo el tenedor de entrada que está a mi izquierda y el cuchillo que está a mi derecha. Uso los mismos dedos, sin incluir a ninguno más y comienzo a comer con cuidado para no expresar sorpresa en mi rostro al recibir aquel gusto exquisito.

«Segunda fase: lograda.»

Observo las tres copas en la mesa tratando de recordar cual era para el agua e improvisando tomó la primera. Error. La vuelvo a dejar cuando veo que no es esa y con nerviosismo tomó la otra antes de que el mesero que está detrás de mí se acerque a llenarla de agua.

«Tercera fase: sobreviviente.»

El postre por fin llega. Estoy llena, pero no puedo negarme al postre y no solamente porque no puedo, si no porque aquí solamente una vez al año te dan algo dulce para probar. Relamo mi labio inferior al ver algo que desconozco en la mesa y busco la cuchara para postre que está arriba de mi plato.

Tomó la cuchara con elegancia, tratando de mantener mi espalda enderezada y cortó un poco del postre que está delante de mis ojos antes de llevármelo a la boca. Gimo sin poderlo evitar cuando el sabor hace contacto con mi paladar. Es exquisito. Está cargado de sabor y se derrite con el tacto de la lengua, simplemente perfecto.

Elevo mi vista cuando no siento el ruido de los utensilios y al ver que todas tienen la mirada sobre mí, los nervios me invaden de solo pensar que el gemido fue muy fuerte como para llamar la atención. En mi defensa, jamás de los jamases había probado esto en mis dieciocho años de vida.

«Cuarta fase: espantosa.»

Al terminar nos hacen levantar de la gran mesa y en una hilera nos hacen salir de la sala hacia la zona del jardín trasero.

No solamente esta noche se trataba de consentir sus fetiches, también teníamos que poner a prueba todo lo que habíamos aprendido en nuestros dieciocho años dentro del internado. Por algo nos habían preparado y los hombres tenían que ver el producto que iban a comprar.

De la misma hilera nos hicieron colocarnos una al lado de la otra, manteniendo una distancia prudente para poder desplazarnos mejor. Esta prueba consistía en la puntería que habíamos aprendido y para eso, nos habían dejado arcos y flechas para demostrarlo.

Por suerte el arco y flecha era algo que me gustaba y que me divertía hacerlo. No era tan experta como lo era Aneley, pero no estaba tan lejos de su puesto.

Coloco mis pies separados al ancho de mis hombros para que formen una línea derecha apuntando mi blanco. Me pongo recta y cómoda liberando la tensión de mi cuerpo como Aneley me enseñó. Apunto el arco hacia abajo y coloco el eje de la flecha en el descansador. Fijo la parte trasera de la flecha en la cuerda del arco y coloco la flecha debajo del cordón del culatín.

Sostengo el cuerpo del arco hacia afuera apuntando el blanco. Mi codo, paralelo al suelo y el arco, siempre mantiene la vertical. Tiro hacia atrás, hacia la altura de mi barbilla, mejilla, esquina de mi boca y oído, poniéndome en posición final.

Cuento hasta cinco al ver que ya todas comenzaron a tirar y soltando un suspiro por mis labios entreabiertos, relajo mis dedos y mano soltando la cuerda. Da justo sobre el medio, un gran punto.

Sonrió ante mi triunfo y bajando el arco, lo dejó en su lugar antes de irme con las demás a la siguiente prueba.

(...)

Finalmente todas las pruebas de destreza habían culminado justo cuando el contador de observación había terminado, así que luego de terminar la última prueba y cambiarnos, nos habían movilizado hasta la habitación del infierno.

Para esta ocasión nos habían sacado los vestidos exagerados de épocas antiguas y ahora nos habían puesto vestidos más relajados, aún así no dejaban de verse raros y feos. El mío era verde y sencillamente se parecía al vestido de la princesa que una sola vez en mi vida llegue a ver su película. Creo que fue la única y si no mal recordaba después de tantos años, creo que se llamaba Fiona.

Mis piernas no dejaban de temblar, estaban tan sensibles que no podía estar de pie por más de cinco segundos porque sabía que me desvanecería en el suelo. Y no era la única. Habían chicas que estaban pálidas, pérdidas en sus pensamientos, llorando e incluso algunas se desmayaron.

Este era mi turno, sabía y estaba consciente de que cuando las puertas se abrieran, mi nombre saldría de los labios del hombre que estaba gozando con nuestra desgraciada. Ese mismo que había oído como presentaba a las tres chicas que entraron juntas hacía minutos atrás y como de inmediato vendió una de ellas como si se tratara de alguien sin vida y sin sentimientos.

Saber que eso ocurría ahí dentro y que todos estaban esperando para vernos, me retorcía el estómago, me daba tanta impotencia que tenía ganas de llorar porque sabía que no podía hacer otra cosa si no quería morir.

Y aunque la opción de morir en este momento suene mejor que ser vendida a un mafioso, viejo y pervertido, no tenía las agallas suficientes para hacerlo o provocarlo y eso me molestaba aún más.

Elevo mi vista cuando siento como la puerta se abre, una chica sale llorando de ahí y el hombre dirige su mirada hacia las chicas que tienen los siguientes números. Me levanto cuando, sin ni siquiera esperar a que me llame, se que se trata de mí y apretó la mano de la chica desconocida antes de comenzar a caminar las tres juntas.

Entro yo primero. Todo es tan oscuro que me provoca vértigo y fobia, pero así mismo no me detengo porque ya no hay otra escapatoria. El hombre nos indica el lugar aun en la oscuridad y cuando nos colocamos una al lado de la otra, las luces se encienden cegándonos.

Tengo que parpadear varias veces para recuperar mi vista y al sentir varias voces, dirijo mi mirada curiosa por todo el salón. El corazón comienza a bombearme con adrenalina cuando veo que todos los hombres están de trajes negros, pero tienen una máscara macabra en sus rostros que no dejan ver sus identidades.

«Parece una pesadilla

Veo que tienen los monitores en sus manos, donde supongo que es con lo que apuestan y a medida que pasan los minutos, nadie es capaz de decir nada así que me alivio.

—¡Veo que las estadísticas económicas están en pelea! —Alza la voz el hombre detrás de nosotras.

Tengo ganas de girarme y apretar su cuello cuando todos lo observan e incluso apuesto a que barren con descaro lo poco que se ve de nuestros cuerpos. Siento a mi lado como la chica tiembla cuando el hombre detrás de nosotras se coloca delante de ella con una sonrisa cínica.

—Vendida, preciosa.

Aquellas palabras azotan mi cabeza con la realidad y mis oídos son testigos de cuando la toman y un grito desgarrador sale de ella antes de que la comiencen a arrastrar hacia la otra puerta que está a un costado y no por donde entramos.

Trago saliva.

El contador grande en la pared está terminando. Son treinta minutos de subasta por cada grupo y el nuestro está terminando, así que empuño mis manos conteniendo mis ganas de llorar cuando veo que también se llevan a la otra chica.

Cinco.

Cuatro.

Tres.

Dos.

Y antes de que el pitido del contador suene, un sonido agudo se escucha desde afuera poniendo a todos alerta. Lo único que veo antes del alboroto, es a más de treinta hombres con sus armas apuntándose entre sí.

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