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Capítulo 39 - Mihi spes omne in memet

Blaime

Son pocas las personas que me importan por encima de mí mismo en este mundo. Y la mitad de ellas están hoy aquí. Mentiría si digo que no siento miedo. Pero no puedo concederle ni un solo centímetro a este sentimiento porque entonces me ganaría la batalla.

Tomo la iniciativa saliendo del Democracy para ir con la siguiente parte del plan: asegurarme de que la pick-up ha quedado completamente inoperativa.

Cuando en una misión pisas el campo de batalla por primera vez, todo lo que hay en él te golpea. La luz, la temperatura, los olores, los sonidos... Todo se intensifica a medida que aumenta tu ritmo cardíaco y la adrenalina te invade al saber lo que te estás jugando, que no es poco en este caso...

Lo primero que percibo al salir es un denso olor a goma quemada que impregna el aire. Para colmo estamos situados a contraviento, por lo que el humo de lo que arde al otro lado de la ladera viene en esta dirección, que sumado a la nube de polvo que levantamos al colisionar, me impide ver nada a apenas dos pasos.

Con suma cautela me voy aproximando hasta el chasis retorcido de la maldita pick-up. Con el impacto la hemos desplazado varios metros y gracias al desnivel que hay en el margen de la pista, está ahora sobre su techo con las ruedas hacia arriba. Debido a la violencia del golpe, los dos operadores de la ametralladora han salido despedidos. Uno se ha partido el cuello al caer contra una roca, muriendo en el acto. Todavía tiene los ojos abiertos. El otro, con lo que deben ser importantes daños internos, emite un crispante sonido cada vez que intenta respirar. Probablemente, esté destrozado por dentro, no creo que le quede mucho...

La duda de si debo dejarlo ahí agonizando o acabar con su sufrimiento de un tiro planea sobre mi cabeza. Resulta irónico que el mismo tipo que hace apenas unos minutos disparaba contra seres inocentes, me cause ahora esta clase de misericordia. Supongo que después de todo, es un ser humano y yo no soy un desalmado. Pero cuando ya me estoy aproximando a él, desenfundando mi pistola para poner fin a su agonía, el tipo exhala su último aliento. Tomándole el pulso me cercioro de que ha muerto. Una bala que me ahorro...

Enfundando de nuevo la pistola, vuelvo sobre mis pasos para comprobar la cabina de la pick-up donde me encuentro el cadáver del conductor, con el cráneo aplastado entre los hierros del habitáculo. Los he matado a los tres.

No me paro a cuestionarme las consecuencias morales de mi acción. Después de todo, esto es una guerra y no he tenido alternativa, por lo que me concentro en verificar que, efectivamente, la ametralladora ha quedado completamente inutilizada. El extremo del cañón, retorcido por el propio peso del vehículo, asoma por un lateral como prueba evidente de que esa maldita bestia ya no volverá a matar.

Dos pasos por detrás, Lambert parece poner en voz alta mis pensamientos

—El plan funcionó, señor— Y sí, el plan funcionó. Pero esto solo era el principio. Todavía queda lo más jodido: adentrarse entre esa marea de cuerpos que se extiende a lo largo del margen izquierdo de la pista, hasta llegar a la cabeza del convoy para hacernos con el control de la zona, esperando no encontrar a ninguno de los nuestros entre los fallecidos, cosa que nunca es agradable por muy entrenado que estés.

Empuñando mi fusil, avanzo hacia el lateral del camión que me sirve de parapeto, sin perder de vista los cuerpos que yacen sin vida a lo largo del camino, buscando de forma instintiva las caras de mis compañeros entre los muertos, y a la vez deseando con todo mi ser que ninguno de ellos esté ahí. Por fortuna, no identifico a nadie, pero no por ello deja de ser un panorama menos dantesco.

Rostros desfigurados, con el horror incrustado ya para siempre en sus semblantes, comienzan a golpear mi cabeza como miles de puños enfurecidos. Mujeres, niños, ancianos y algún que otro hombre en edad de combatir, parecen contemplarme desde otro plano diferente al mío, recordándome que, una vez más, no he podido hacer nada por cambiar las tornas, ya sea por haber tardado demasiado en tomar una decisión, o porque no me hayan permitido ejecutar mi plan a su debido tiempo...

En cualquier caso, no los he podido salvar y eso me mata por dentro. Vísceras y sangre riegan el suelo allá donde el humo y el polvo me permite distinguir algo, mientras en mi cabeza todavía puedo oírlos gritar...

Continuo avanzando pegado al camión a paso lento y con cautela, ya que la visión es limitada debido al denso humo que oscurece el cielo, tratando de identificar cualquier sonido que delate la posición del enemigo, que de no haberse retirado a marchas forzadas al ver como el Democracy caía con todo su peso sobre su principal arma, permanecerá replegado en alguna parte esperando el momento de atacar. Y yo apostaría por esto último...

Prosigo en mi causa seguido por Lambert que cubre mi espalda mientras yo cubro la suya, hacia la cabina del camión. Pero ya a escasos metros puedo apreciar que la puerta del conductor está abierta. Echando un rápido vistazo al interior, compruebo que no hay nadie, lo que significa que los dos soldados abandonaron su puesto para tratar de intervenir en favor de Jerome y Abisanya cuando todo esto se descontroló. Sin embargo, en mi recorrido, no me he topado todavía con ningún casco azul. Ni vivo ni muerto...

No pierdo el tiempo en asegurarme de que la radio funcione o verificar si se han llevado las armas, no sea que esos cabrones se estén guardando un as en la manga y den paso a una nueva ofensiva. Porque de ser así y por mucho que el Gorrión nos cubra desde el Democracy, a la distancia a la que está, la escasa visibilidad y el viento en contra, dudo mucho que pueda acertar a un blanco en estas condiciones. Por lo que Lambert y yo estaríamos vendidos en ese caso. Así que no me puedo permitir pararme aquí, debo seguir avanzando.

Al abandonar la cabina, comienzo a percibir murmullos de gente que habla en voz baja, siseos, y los lloros de algún crío atemorizado, lo que me lleva a deducir que no son milicianos apostados esperando emboscarme, sino un grupo de supervivientes escondidos en algún punto cercano a mi posición. Y cuando estoy rebasando el camión para llegar hasta el jeep, y con esto asegurar la zona, la voz de una mujer joven pronunciando mi nombre me detiene.

—¡Blaime!— Como un acto reflejo me giro al reconocer la voz de Cristi, que junto a dos de mis compañeros y un nutrido grupo de supervivientes del ataque, han conseguido salvarse gracias a que los dos vehículos han hecho de escudo.

La chica, con tres niños pequeños asustados, y aferrados a su cintura como lo harían las crías de zarigüeya a su madre, me mira con los ojos llenos de esperanza. No obstante, y aunque me alegre de verla sana y salva, tanto ella como a mis compañeros, enseguida caigo en la cuenta de que ni Jerome, ni Sheyla, ni Sabine están con ellos. Y la adrenalina se vuelve disparar por todo mi cuerpo con la fuerza de una bomba nuclear. Esto no me gusta...

—¿Dónde están los demás?— Los ojos de la chica me devuelven una mirada que me desconcierta, para responder a mi pregunta con un hilo de voz, acentuando todavía más mi taquicardia.

—No lo sé... Jerome y Abisanya estaban delante, Sabine estaba conmigo, pero en cuanto se dejaron de oír disparos, se fue hacia el jeep, dijo que para ayudar a Sheyla— Solo escucho dos palabras de todo lo que me dice. Sheyla y jeep. Ni espero a que termine de hablar. Dejando a Lambert atrás, salgo corriendo hacia el jeep cuyas lunas están completamente cubiertas de polvo, y en el que a priori, no aprecio movimiento en su interior.

Joder, que estén ahí... Por Dios que estén ahí...

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, agarro la manija de la puerta del conductor, mientras un escalofrío me recorre la columna a medida que tiro para abrir, con la incertidumbre de no saber qué me espera al otro lado.

Pero antes de que pueda darme cuenta, antes de ser consciente de qué está pasando, me encuentro en el suelo sintiendo el metálico sabor de la sangre en la boca, mientras el férreo agarre de unas manos enormes y oscuras presionando mi garganta cortándome la respiración.

¿Qué mierda...? ¿Qué está pasando?

Aturdido por el golpe en la mandíbula, tardo unos segundos en comprender qué pasa, por qué estoy en el suelo y quien me está atacando. Será un miliciano, pienso. Pero nada más lejos. Para cuando puedo fijar la vista en mi atacante, me encuentro con la ira ciega de Jerome.

¿Pero qué...? No puede ser... Me ha pegado un puñetazo y se ha lanzado sobre mí para tratar de neutralizarme. Y mientras lucho por respirar, hago lo posible por detenerlo. Me revuelvo en el suelo intentando sacarme de encima sus 105 kilos de pura más muscular, pero imposible. El cabrón tiene más fuerza que yo y cada vez aprieta con más saña.

Desde la desventaja de mi posición, intento mirarlo a los ojos buscando en ellos a mi amigo, mi hermano de armas, el tipo que se partió la cara por defenderme en aquel bar de Kigali... Pero no está ahí, no es él... En su lugar me encuentro con una máquina de matar, que a falta de balas emplea sus manos para acabar con la amenaza que represento para él, en lo que entiendo es un comportamiento puramente instintivo, por lo que, con el poco caudal de aire que me llega a los pulmones, intento gritar.

—Jerome... Hermano, soy yo...— No me mates, hermano... —Jerome...— Comienzan a fallarme las fuerzas, me quedo sin aire...

Entonces reacciona. No sé si porque ha identificado mi voz, o porque me ha visto la cara, pero inmediatamente se detiene. Ha debido tardar como una fracción de segundo en ser consciente de lo que hacía. Una fracción de segundo que bajo la presión de esas enormes manos sobre mi garganta, parecía eterna. Finalmente me suelta. Y así como me libera, puedo ver como su mirada se nubla al comprender la gravedad de sus actos.

Ni siquiera me da tiempo a decirle nada mientras recobro el aliento. Ni que todo está bien, ni que lo comprendo, que yo en su situación probablemente hiciera lo mismo. Nada... Porque de pronto aparece Lambert, que de un empujón me lo quita de encima para enzarzarse con él en una trifulca a la que se suman los otros dos soldados senegaleses en apoyo a su compatriota. Apenas me he repuesto cuando me tengo que lanzar sobre ellos para frenar la refriega. Porque ya era lo que me faltaba ahora, que estos 4 imbéciles se pongan a pelear entre ellos, delatando nuestra posición al enemigo.

Y de pronto aparece Sabine. Clamando al cielo cuál profesora de guardería ante tanto jaleo, detiene la pelea de un grito. Es entonces cuando repara en mí, y como quien ve un fantasma, se queda clavada en el sitio para exclamar.

—¡Por los clavos de Cristo! ¡Eres tú!— Ni presto atención a lo que dice mientras analizo que, afortunadamente, está bien. De Jerome no puedo decir lo mismo, al menos mentalmente, aunque eso tendrá que quedar para después, porque todavía me sigue faltando una persona en esta ecuación...

—¿Dónde está Sheyla?— Así como pronuncio su nombre, un nudo se me forma en la garganta, apretando más fuerte que las manos de mi hermano hace un momento.

Entonces aparece... Y el corazón me da un vuelco ante la imagen. Sus manos y el chaleco azul que le presté antes de salir, cubiertos de sangre. Su expresión, entre confusa y desorientada, vuelve a desatar en mí una detonación de adrenalina que se extiende por todo mi sistema como una mecha encendida. Un sudor desagradablemente frío me baja por la espalda, y por un instante se me para el mundo ante la visión de Sheyla, aturdida y ensangrentada.

En un acto puramente impulsivo corro hacia ella para tomarla de los brazos y comenzar a buscar la herida de la que brota toda esa sangre.

No... No... Joder no...

—¿Dónde te han dado?— No me responde, parece en shock. Y cuanto menos habla ella más nervioso me pongo yo —Sheyla, por Dios... ¿¡Dónde te han dado!?— Estoy tan angustiado que ni cuenta me doy de lo brusco que estoy siendo, hasta que me grita.

—¡No es mía!

—¿Qué...?— Entonces es ella la que me agarra de los brazos para tranquilizarme.

—Que la sangre no es mía— Insiste. Y por un momento me sostiene la mirada asegurándose de que entiendo lo que me dice. Con una expresión sorprendentemente serena dada la situación, se explica —Una bala de esa cosa le dio al sargento Abisanya— A medida que habla señala el jeep donde permanece el sargento, sentado en el puesto del copiloto, respirando con dificultad, y con una aguja clavada en el pecho que puedo ver a dos metros de distancia a través del parabrisas —Tiene un neumotórax, le realicé una toracostomía, pero hay que trasladarlo al hospital porque hay que operarlo— Sus hermosos ojos color avellana se clavan en mí como la aguja que sale del pecho de ese tipo, esperando una respuesta. Y esta tiene que ser inmediata.

Reorganizando mis ideas trato de trazar un plan a marchas forzadas para poder trasladar a este tipo con una aguja clavada en el pecho hasta el hospital, a 47 km de aquí, por una pista de tierra impracticable después de una semana de lluvias... Va a ser jodido...

Pero por si esto fuera poco, Cristi aparece con los tres críos pequeños que no se apean de ella, para sumar más cargas a la misión.

—¿Y cómo vamos a hacer con los supervivientes? Lo han perdido todo, y si se quedan aquí los van a matar— La mirada de la chica es como una patada en la entrepierna.

Aunque en el fondo ya sabía que esta no iba a ser una misión de entrar y salir. No. Ahora hay que sacar a más de 50 personas en apenas 3 vehículos. Y digo apenas porque la capacidad del jeep es de 5 plazas que ya iban cubiertas cuando salió el convoy, y un camión cargado hasta los topes. En el único vehículo donde todavía queda sitio es el Democracy, con capacidad para 6 soldados de infantería en la parte trasera, además de nosotros 4, la tripulación, por lo que algunos van a tener que ir a pie, lo que nos obliga a abrir un corredor humanitario. Todo esto sin apoyo táctico, sin unidades adicionales... Sin nada. Estamos solos, como me dijo Diaye antes de mandarme a la mierda. Una vez más, todo depende de mí...

Para cuando vuelvo a aterrizar, me encuentro rodeado por Sabine, Cristi con los tres críos, mis compañeros de la UNAMIR, y varios de los refugiados que me miran ahora como si yo fuera el puto salvador. Decenas de ojos temerosos y suplicantes me apuntan, ejerciendo la presión de un batallón de fusilamiento para mi conciencia.

Pero ni siquiera me lo planteo. Tampoco pierdo el tiempo en planteárselo a mi capitán, ya que sé lo que me espera, minutos preciosos que se perderán en conversaciones con el alto mando, bajo el riesgo de que finalmente denieguen toda intervención. Así que si todo depende de mí en este momento, que sea con todas las consecuencias. Yo no pienso obrar como esos putos burócratas sentados delante de un monitor lejos del fango y la sangre. Yo estoy aquí, con la mierda hasta el cuello, viendo a toda esta gente a la cara. Por lo que tengo que actuar. Así que vamos con todo.

—Vale, lo primero, tú— Señalando a uno de los soldados senegaleses que venían en el camión, voy con la primera parte del plan: asegurar la zona —Posición avanzada 100 metros— Le lanzo un walkie porque me huelo que o no tiene sistema de comunicación, o se le ha roto  —Al menor movimiento, me avisas. Soy el canal 6. Andando— Le indico haciendo un movimiento de cabeza. Lo pierdo de vista yendo hacia el punto en el que estaba el otro vehículo cortando el paso, el cual no puedo ver desde aquí debido al humo. Y mientras llega la información desde ese punto, continuo con la segunda parte del plan. Priorizar el espacio.

<<—Bien, lo siguiente es, que no hay espacio para todos. Y no van a venir más transportes— A los que entiende mi idioma, no les hace ni puta gracia esto que acabo de decir —Así que Sabine, vas a enviarle a Lambert a los críos, heridos más graves, ancianos... todo aquel que no pueda andar— Las caras tanto de Sabine como de Lambert son un puto cuadro. Ambos me miran como si les acabara de asestar una puñalada en el estómago. Una bofetada en la cara les caería mejor que esto. Pero no tengo otra opción... —Sé que tenéis la labor más jodida, pero nadie dijo que ser un héroe fuera fácil...— Ninguno rechista. Obedeciendo a mi orden comienzan a mover a la gente, priorizando a los críos por encima de todo. Al menos asegurar eso, el futuro de esta nación.

Lo siguiente va a ser evaluar cuánta gente puede subirse al espacio de carga del camión sin que la estructura del vehículo se vea comprometida. Porque el aspecto que tiene el viejo Berliet de los años 60 no me da buena espina. Pero tal vez soporte el peso de 10 o 15 personas sin que los ejes se partan en dos. De ser así, en cuanto suban ya podríamos hacer retroceder al Democracy para que deje maniobrar al camión, y volver al pueblo. Todo perfecto.

Pero claro, me olvido de que en esta vida no existe la perfección, hasta que silva la primera bala. De inmediato, ordeno a todo el mundo ponerse a cubierto, y me quedo solo, parapetado contra la chapa del jeep, cuando mi transistor emite un chasquido para dar paso a la voz del soldado senegalés que me grita histérico.

—¡Señor, se preparan para atacar!— Lo que me temía, no se han retirado...

—¡¿Cuántos?!

—¡No alcanzo a contarlos, señor, pero son muchos! ¡Llevan machetes y armas de fuego!— Mierda.

De nuevo la adrenalina corriendo sin control por mis venas anunciando que la amenaza se acerca. Los gritos de guerra de los milicianos se hacen audibles por encima del rugido de las llamas que devoran el pueblo, aunque todavía no pueda verlos por la cantidad de humo que viene en mi dirección. Pero una cosa tengo clara, el factor del humo los beneficia, y por como suenan podría asegurar que avanzan hacia nuestra posición decididos a acabar con lo que empezaron.

Ante este giro, me temo que voy a tener que cambiar de táctica: hay que salir de aquí ya, se nos acaba el tiempo. Espero que al menos Sabine y Lambert hayan podido subir a todos los críos al blindado, porque si no esto va a ser una catástrofe...

A través de todos los transistores suena mi voz ordenando la retirada. Porque nosotros solos no podemos hacerle frente a esto... El soldado senegalés que envié como observador, vuelve a toda prisa para subirse al camión junto a Jerome y su compañero. Los civiles que no han podido subirse a alguno de los vehículos, corren hacia el Democracy o a esconderse en la jungla. Y yo, como se suele decir, solo ante el peligro, me pongo al volante del jeep donde están Abisanya y Sheyla para salir de aquí.

Pero cuando estoy arrancando el motor, cuando ya tengo el pie sobre el pedal del acelerador, preparado para pisarle como si no hubiera un mañana, haciendo efectiva la retirada, la voz de Sheyla acompañada por los gritos de una mujer en el asiento trasero, me golpean por la espalda.

—¡¡Espera!! ¡No podemos moverla, está de parto!

¿QUÉ? No puede ser... Esto tiene que ser una jodida broma... 

⭐⭐⭐

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