Capítulo 31 - El amor vence batallas
No me lo puedo creer. No me puedo creer que hace un momento me estuviera confesando sus sentimientos, pero a continuación, se vaya así, sin más. Acostumbrada a esa seguridad que demuestra siempre, a ese aplomo, y al valor del que constantemente hace gala, verlo huir de esta manera me desconcierta.
Y aunque entiendo que ni el momento ni el lugar en el que nos encontramos son los más idóneos para mantener una relación, no creo que la solución pase por huir de esta manera. Así que, haciendo acopio de valor, respondo con toda la rabia que siento dentro ante su cobardía.
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿"Me gustas, pero me voy"?— Le espeto furiosa resistiéndome a creer que se vaya a largar así. Por un momento pienso que no me va a escuchar, que va a seguir andando hasta alcanzar la puerta, ignorando mis palabras para desaparecer, dándose por vencido, lo cual es muy patético de su parte. Pero una vez más, me equivoco al presuponer cuál va a ser su siguiente acción, ya que, no solo se detiene, sino que se gira hacia mí para devolverme una mirada en la que puedo leer temor y duda, algo que me sorprende viniendo de él, siempre decidido, siempre valiente, siempre resuelto. En cambio ahora no parece tenerlo todo tan claro. Envalentonada, o bien por esa duda en él, o porque el alcohol tiene un efecto liberador en mí, me atrevo a seguir adelante con mi oratoria, totalmente convencida de lo que digo —¿Qué fue de lo de ser valiente, lo de ser león o ser gacela? ¿Solo yo tengo que ser valiente?— Con una mueca de desagrado ante mi reproche, baja la vista al suelo suspirando, para responder con los pocos recursos que le quedan.
—Bueno, yo también he sido valiente ¿No? Te he dicho lo que siento— Pero aunque reconoce sus sentimientos, no los niega, todo esto me lo dice evitando hacer contacto visual conmigo, lo cual me resulta contradictorio, porque para estar hablando de valor, lo hace sin atreverse a mirarme a los ojos. ¿Pero qué le pasa? ¿Dónde está el león que yo conozco? ¿Por qué se comporta así cuando el asunto somos nosotros? ¿Tanto miedo tiene de mostrarme sus sentimientos, de dar el paso que hace falta para estar juntos, para darnos esa oportunidad que tanto nos merecemos los dos? No lo entiendo. Molesta por esa actitud esquiva, intento replicar.
—Si, pe— Pero inmediatamente me interrumpe para no dejarme terminar.
—Además, esto no es una cuestión de valor— Por un breve instante, se atreve a levantar la cabeza para aleccionarme, sonando severo y tajante, lanzándome una mirada por encima del hombro, típica de aquel que se cree que sabe más que el otro— Ya deberías saber que en esta vida los deseos no siempre se cumplen— Y de nuevo vuelve a desviar la mirada hacia otro lado, en lo que ya empiezo a entender, es su particular mecanismo de defensa y que ya comienzo a comprender como funciona, lo que significa ese lenguaje no verbal, como que siempre que no está seguro de algo aparte la vista al contestar, ya sea para no mentirme mirándome a los ojos, o para no dejarme ver qué es lo que se esconde tras esas respuestas esquivas. La cuestión es que su boca dice una cosa, pero su actitud y su mirada parece decir todo lo contrario. Y me da tanta rabia que no me puedo callar.
—Eres un cobarde— Lo increpo, esperando algo más, esperando a que de alguna parte salga ese león invencible que no le teme a nada para cerrarme la boca con un beso como hizo en anteriores ocasiones. Pero lo único que consigo es que el león me enseñe brevemente los colmillos.
—No soy ningún cobarde— Responde molesto, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa para añadir, volviendo al tono severo de antes— Pero es una muestra de inteligencia saber retirarse a tiempo. Aunque joda...— Y como viene siendo habitual en él, lo enfoca como si se tratara de un asunto militar, de pura estrategia, como si todo en esta vida fuera para él una guerra constante.
En estos momentos me siento tan enfadada, que de buen grado le tiraría la botella de whisky a la cabeza para hacerlo salir de su caparazón, pero sé que si lo hago después lo voy a tener que suturar. Harta de sus evasivas, apenas soy capaz de contenerme para dejarlo terminar con su alegato.
—¡Y tanto que jode! ¡No me puedo creer que hagas esto! ¡Porque en tal caso, lo inteligente, como tú dices, hubiera sido callarte y no decir nada, en lugar de pasarme a mí toda esta carga! ¿Qué se supone que debo hacer yo ahora, eh Blaime?— Las palabras salen solas de mi boca, dejándome llevar por las emociones que me dominan. Ya no sé ni lo que digo, ni si tiene sentido siquiera. Pero así lo siento ahora. Hubiera sido mejor que no dijera nada, que no confesara nada, que se lo guardara para él y seguir como hasta ahora de no tener el coraje necesario como para dar un paso adelante. Pero teniendo la certeza de que esto no está en mi cabeza, de que no solo es atracción física, sino que hay algo más, algo más profundo que la mera cuestión carnal, ya no puedo verlo de la misma forma.
Molesto por mi reproche, levanta la cabeza hacia mí para responder tajante en un intento por zanjar el tema y retirarse, como a él le gustaría, sin arriesgarse, sin pelear, sin involucrarse.
—Dejar las cosas como están— Y ahora sí que se atreve a mirarme a los ojos, con esa mirada sombría y determinante, más propia de aquel que admite su derrota antes de pelear por lo que quiere, que la de un verdadero valiente dispuesto a luchar.
Ante tan demoledora respuesta, siento como mi corazón se encoge, como si una mano invisible lo estrujara sin piedad. La decepción más absoluta se apodera de mí, frente a su presencia titubeante, que sigue dudando entre huir o quedarse. Pero entonces, y en un arrebato de rabia, respondo con toda la energía que me queda, sin dejarle escapatoria. Porque si decide irse y renunciar, al menos quiero que sepa algo.
—¿Sabes Blaime? La vida es demasiado corta como para pasarla pensando en lo que pudo ser y no fue porque teníamos demasiado miedo como para intentarlo. Yo sinceramente prefiero recordar algo que fue hermoso y se acabó, antes que preguntarme cómo hubiera sido si lo hubiera intentado— Declaro con total convicción, llevándome la mano al pecho en un último intento por remover algo en ese león que permanece dormido en alguna parte. Aunque viendo su actitud cobarde y derrotista, dudo que sea capaz de convencerlo de nada.
Sin embargo, y para mi sorpresa, se vuelve a detener a medio camino, para girarse hacia mí, mirándome indeciso, con esa mezcla de duda y temor en los ojos que tanto me extraña en él. Unos ojos capaces de decirlo todo sin necesidad de palabras. Porque parece que mi discurso ha conseguido sacudir algo en él, haciendo que se replante todo su plan.
—Pero Sheyla... Joder...—Titubea. Bufa levantando la mirada al techo visiblemente confuso, pasa sus manos por su pelo mojado como si con ello buscara ordenar sus ideas antes de darme una respuesta, hasta que finalmente confiesa. —No es tan fácil... Ya te lo he dicho, son... Muchos frentes, muchas batallas... Conmigo las cosas no son fáciles Sheyla...— Dejando escapar un suspiro de frustración, hace un recorrido visual por toda la estancia hasta volver a fijar sus ojos en mí, con esa mirada triste y vacilante como si esperara una respuesta.
Decidida, no sé si por la influencia del alcohol en mí que ya me desinhibe hasta el punto de sentir la imperiosa necesidad de no callarme nada, o porque no estoy dispuesta a rendirme tan fácilmente, me acerco hasta estar cara a cara con él, frente a su imponente presencia disimulando como puedo el miedo que siento a ser rechazada, para responder con el más fuerte de los sentimientos.
—Ya sé que no es tan fácil. Nada en esta vida es fácil. Pero ¿Sabes qué? Las batallas se llevan mejor si las libras en compañía— Respondo convencida ante sus dudas en un intento por disipar sus temores, abriéndole así mi corazón, aunque con ello me arriesgue a que lo haga añicos si decide finalmente darse la vuelta y alejarse de mí. Desafiando a mis propios miedos, me atrevo a romper la distancia que nos separa, al acariciar su cara con ternura, demostrándole con este gesto que yo estoy dispuesta a intentarlo todo por él, a pesar de las dificultades, de las batallas que tengamos que librar juntos y del miedo a fracasar. Y lejos de apartarse rechazando mi cercanía para marcar distancia y defender su reputación de ser implacable, reacciona a mi contacto inclinando la cabeza hacia mi mano, como lo haría un gatito cuando le acaricias detrás de la oreja. Por un breve instante hasta cierra los ojos, disfrutando del roce de mi mano, en un gesto enternecedor que me conmueve, como si jamás hubiera recibido una muestra de cariño así, algo tan sencillo como una caricia en la mejilla, un pequeño gesto de amor que nace desde el corazón, lo que me da las fuerzas para añadir —Y yo quiero librar esas batallas contigo.
Pero entonces, detiene mi caricia tomando mi mano entre las suyas, y apoyando su frente contra la mía sin atreverse a abrir los ojos para mirarme, murmura suplicante.
—Por favor... No me hagas esto pequeña...— Su voz suena contenida, entrecortada, como si una mano invisible estrangulara su garganta, lo que me pone la piel de gallina al oírlo hablar así —No me lo pongas más difícil...— Implora con ese tono ronco que me hace estremecer y me emociona.
Algo se remueve dentro de mí ante esa súplica contenida, ante esa muestra de humanidad descarnada y ese sentimiento que lo domina e intenta contener, pero que aflora en él, en su voz, en sus gestos y en su actitud casi sumisa ahora, como muestra evidente de que ambos sentimos lo mismo el uno por el otro. Porque de no ser así, ninguna de mis palabras lo habrían detenido, me hubiera ignorado poniendo tierra de por medio acabando con todo, y sin embargo, está aquí, a escasos centímetros de mí, con mis manos entrelazadas con las suyas, suplicando con esa cadencia asfixiante presente en su voz.
Y sintiéndolo así, tan cerca de mí, tan vulnerable, luchando entre lo que siente o lo que debe hacer, las mariposas de mi estómago vuelven a revolotear con más fuerza en mi interior como si se quisieran salir de mí, ahora con la certeza de que ha nacido entre nosotros un poderoso sentimiento que nos une y del que no podemos escapar por muy difícil que sea la batalla.
Recurriendo entonces al símil que antes utilizó para definirme, respondo convencida.
—Las leonas no se rinden sin pelear, me lo enseñaste tú— Y sin esperar la réplica, sin darle tiempo a buscar otro argumento que lo aparte de mí, una excusa o un pretexto que le permita volver a refugiarse tras ese escudo que lo aleja del resto del mundo, dejo que sean mis emociones las que hablen.
Poniéndome de puntillas mientras rodeo su cuello con mis brazos hasta alcanzar su boca, lo beso, gritando en silencio y sin palabras que quiero estar con él, que me da igual lo difícil que sea, pero que yo no me rendiré.
Es entonces cuando me doy cuenta. ¡Lo estoy besando! No puedo creer que haya tenido el valor de hacerlo, de lanzarme así, y de que él, lejos de alejarse, de rechazar mi muestra de amor sincero y mi contacto, responde a mis besos con dulzura.
Apenas un instante basta para que la emoción nos atrape a los dos, materializado en un beso el sentimiento que hasta hace un momento callábamos los dos. Sin miedo, sin reservas. Un sentimiento puro y genuino que por fin se libera como si fuera magia, como fuego que crece dentro de nosotros.
Cuando me alejo para tomar aliento y observar su reacción, me encuentro con su mirada sorprendida, confusa, mostrando cierto temor en esos ojos verdes que me observan brillando de emoción, capaces de expresar más emociones que todas las palabras que puedan salir de su boca.
Se produce un instante de silenciosa tensión, en el que nuestras respiraciones chocan, nuestras miradas se encuentran y sus pupilas se dilatan ante la cercanía de nuestros cuerpos que irradian calor. Todavía colgada de su cuello, escudriño cada una de sus reacciones, con el corazón desbocado a la espera de una respuesta. O sí o no, pero al fin y al cabo una respuesta que me saque de esta incertidumbre y me devuelva a la realidad por muy dolorosa que sea. Aunque en el fondo temo que esa respuesta sea una negativa, que como siempre, agache la cabeza, desvíe la mirada, y retome su camino hacia la salida, poniéndole fin a este momento mágico, y haciéndome sentir patética, aplastando con ello mi frágil autoestima por abrirle de nuevo mi corazón de forma incondicional a un hombre.
Pero entonces, enmarcando mi cara entre sus manos, es él quien me besa con desesperación, con una intensidad arrolladora que me deja sin aire, dando así respuesta a todas esas dudas silenciosas que me carcomía hace apenas un segundo, provocando que una corriente de emociones invada todo mi cuerpo como un maremoto arrasando todo a su paso al sentir como nuestros labios, hambrientos el uno del otro, se unen con el fervor con el que lo harían dos amantes que han estado deseando este encuentro durante años de ausencia.
Igual que un fenómeno natural que va tomando fuerza, nuestros besos se van volviendo cada vez más profundos, más intensos, más febriles, liberando con ellos toda esa pasión contenida que hasta hace un instante reservábamos para nosotros mismos como la ilusión de algo imposible que ahora se vuelve real, manifestándose en este gesto de amor verdadero que nos une y nos consume, como se consume la cera de una vela bajo una llama. Nuestras bocas se buscan con desesperada necesidad, uno abrazado a otro, devorándonos presas del alcohol, de la pasión desatada y del deseo incontrolable que nos embarga a ambos, al tiempo que nuestras manos recorren nuestros cuerpos frenéticamente, en una danza sensual donde la ropa comienza a sobrar.
Ahogada por este deseo que me consume, tomo la iniciativa tirando de su camiseta completamente empapada hasta arrancársela con impaciencia, dejando al descubierto esa parte de su escultural anatomía que ya conozco de memoria, centímetro a centímetro, pero que tantas veces he soñado con acariciar con la sensualidad y el deseo con la que lo hago ahora, sin que nuestras bocas se separen ni para tomar aliento. Haciendo lo propio con mi camisa, desabrocha uno a uno los botones sin apartar su boca de la mía, como si nos hubiéramos coordinado perfectamente para librarnos de la ropa el uno del otro.
Y cuando ya se ha deshecho casi por completo de las prendas que cubren mi cuerpo, me toma entre sus poderosos brazos para llevarme hasta uno de los viejos sofás situados al fondo de la sala, depositarme cuidadosamente sobre los acolchados cojines, dedicándose un momento para admirar mi cuerpo semi desnudo como el que contempla una obra de arte, haciéndome sentir ante este gesto como la mujer más deseada del mundo.
—Eres, sin lugar a dudas, lo más bonito que he visto nunca— Murmura casi sin aire, provocando que mi corazón se estremezca dentro de mi pecho y las mariposas de mi estómago se alteren al oír el sensual sonido de su voz pronunciando semejante alabanza. Sin darle opción a añadir nada más, ataco su boca como si quisiera callarlo, tirando de la cadena de sus chapas de identificación para atraerlo hacia mí, ansiosa por besar sus labios que saben a whisky y a libertad, por sentir el roce de su cuerpo contra el mío, por acariciar su piel bronceada, caliente y aún húmeda por la lluvia. Porque ahora es mío. Es mi guerrero, mi valiente soldado, mi guardián, mi fiero león que me protege con uñas y dientes frente a cualquiera que ose amenazarme.
Situándose sobre mí, abandona mi boca para comenzar a trazar un camino sinuoso y excitante recorriendo mi cuello con besos lentos y suaves, consiguiendo que cada poro de mi piel se estremezca a su paso y mi cuerpo tiemble de placer con cada caricia, con cada beso, sintiendo el roce de su respiración sobre mi piel, a medida que desciende hasta llegar a mi ombligo, desabrochando mi pantalón.
Pero entonces se detiene. Al sentir el roce de sus dedos recorriendo la cicatriz que me dejó la intervención por el aborto, se desata en mi interior una reacción totalmente opuesta a la que apenas segundos antes experimentaba. Desagrado, incomodidad, dolor y miedo, más el temor a que la magia se apague para dar paso a una serie de preguntas incómodas que ahora mismo no me veo preparada para contestar.
Sin embargo, y como si fuera capaz de percibir la tormenta que ahora mismo asola mi cabeza, vuelve a emprender su sensual recorrido, depositando tiernos besos que van estremeciendo todo mi cuerpo con descargas de placer a medida que desciende por mi piel, dejando atrás el meridiano que en su día dividió mi cuerpo en dos y me cambió la vida para siempre, hasta hundir su cabeza entre mis muslos, sumergiéndome en el más intenso de los placeres. Enloquecida por el deseo, enredo mis dedos en su pelo mientras su lengua recorre mis lugares prohibidos con devoción, mostrándome un nuevo universo de placenteras sensaciones nunca antes conocidas. Sensaciones indescriptibles e intensas que jamás había experimentado, porque, para ser sincera, Mark nunca fue tan habilidoso ni audaz con la lengua. Ahora me doy cuenta de lo egoísta que era, hasta en lo que concernía a nuestra intimidad. Y sin quererlo, no puedo evitar hacer comparaciones al pensar en que mi ex prometido jamás fue un amante tan dedicado y complaciente como lo está siendo ahora Blaime.
La excitación es tan intensa que por un instante experimento que no lo puedo soportar. Todo mi cuerpo se estremece, sintiendo próximo el éxtasis, por lo que, tirando de su pelo con un movimiento tal vez un poco brusco, levanto su cabeza para atraerlo hacia mí, temblando de gozo y emoción, con el peso de su cuerpo sobre el mío, permitiéndome percibir, a pesar del pantalón que aún lleva puesto, la dureza de su miembro entre mis piernas que ya rodean sus caderas, ansiosa, deseosa de más, pero a la vez nerviosa porque este momento llegara. Porque, aunque lo ansío, ansío con todo mi ser sentirlo dentro de mí, no puedo evitar el nerviosismo ante el hecho de que, después de un celibato de cuatro años, él va a ser el primero. Después de Mark no he sido capaz de entregarme a ningún otro hombre como me estoy entregando ahora a Blaime, y no puedo evitar pensar en que me va a doler como la primera vez.
Ajeno a mis pensamientos, responde a mis besos con una fogosidad arrolladora, con una pasión tan intensa y desatada que por un instante consigue hacerme olvidar todos esos temores que me agarrotan. Acariciando mi cara con ternura, se detiene como si fuera capaz de comprender todos mis miedos sin necesidad de palabras, dándome a entender que no traspasará la línea si no hay acuerdo por mi parte. Cruza con la mía esa poderosa mirada aguamarina de la que me quedé prendada la primera vez que lo vi, y por si este gesto no fuera lo suficientemente claro, me susurra comprensivo.
—No tenemos por qué hacer nada si no quieres...— Y suena en todo momento tan tranquilizador, tan dulce y tan cortés, que todo temor desaparece. Embelesada ante la imagen que ahora me ofrece el soldado, con el pelo mojado, semi desnudo entre mis piernas, con cada uno de sus músculos en completa tensión resplandeciendo por la tenue luz de la cantina brillando sobre su piel mojada y la pasión ardiendo en su mirada, sello mis labios con los suyos en una silenciosa afirmación. Sí quiero. Quiero ser suya, quiero que me haga el amor, aquí y ahora, sin temores, sin reservas. Me entrego a ti Blaime. Te quiero, y quiero que seas tú, quiero que sea contigo. Por lo que al separar mis labios de los suyos para tomar aire, doy respuesta a esa duda que lo paraliza.
—Quiero hacerlo— Confieso ahogada por el deseo y la urgente necesidad de llegar hasta el final, para después asaltar su boca como si mi propia vida dependiera de ello, expresando así todo el deseo que siento por él, confirmando con este beso mi decisión.
Y es que la idea de que sea él el primero después de tanto tiempo se me antoja hasta bucólica y romántica. No podría imaginar una primera vez más hermosa y especial, que ahora con él, con el hombre que tantas veces me ha librado del peligro, que me ha enseñado tanto, del mundo y de mi misma, y por el que he sido capaz de amar de nuevo, después de una eternidad encerrada entre estos muros que yo misma levanté para proteger mi corazón por miedo a ser herida de nuevo.
Sin separar nuestros labios, siento como va entrando en mí con sumo cuidado, suave, lento, dándole tiempo a mi cuerpo a adaptarse a su medida. Pero a pesar de su delicadeza, el dolor se presenta de forma inevitable. Trato de reprimir un pequeño gemido que se ahoga en su cuello al sentir como entra, e inmediatamente se detiene, mostrando su preocupación.
—¿Te hago daño?— Una sensación de vértigo en el estómago se hace presente, pero esta vez es agradable. Su preocupación y su entrega me resulta algo tan enternecedor, que no puedo evitar sonreír ante ese afán por hacerme sentir bien en todo momento. Acariciando su rostro, respondo, ahuyentando ese miedo que siente por lastimarme.
—Estoy bien— Insisto. Y uniendo mis labios con los suyos, confirmo que pese a todo, no hay nada en el mundo que me haga renunciar a estar con él.
Sus primeros movimientos son lentos, pausados y cuidadosos, dándole el tiempo necesario a mi cuerpo para acoplarse a su poderosa anatomía, despacio, con suavidad, y sin apartar esa mirada intensa de mí, buscando cualquier señal o gesto que lo haga detenerse.
Poco a poco me voy dejando llevar por la fuerza de mis impulsos, de mis deseos más profundos, de esa pasión que me inunda por dentro y me desata, sujetando sus caderas para acompasar mis movimientos con los suyos, entregándome a él sin reservas, acelerando el ritmo progresivamente y dejando atrás el dolor inicial para dar paso al placer que se va apoderando por completo de todo mi ser, a medida que aumentan el ritmo, sincronizándonos en una armonía perfecta de amor, como si fuéramos uno. La excitación se vuelve todavía más poderosa con cada estocada, haciendo cada embestida más profunda y placentera, intensificando el ritmo, antes suave y delicado, ahora fuerte y desesperado.
Siento su respiración acelerarse acariciando mi piel, todo su cuerpo en tensión sobre el mío que se ajusta perfectamente a su anatomía, hasta hacerme tocar el cielo alcanzando el éxtasis del placer bajo sus vigorosos embates sin que pueda contenerme ante esa sensación indescriptible que invade cada rincón de mi ser, mientras los gemidos que abandonan mi pecho rompen el silencio de esta habitación.
Casi al instante, puedo sentir como todo su cuerpo se tensa, como su columna se arquea y de su garganta escapa un gemido que no puede contener, al tiempo que sus embestidas disminuyen durante apenas una fracción de segundo en la que puedo sentir, como toda su piel se eriza, y arde, antes acelerar el ritmo de nuevo, llegando a su clímax entre gemidos y estertores que lejos de apagar mi lujuria la aumentan todavía más, intensificando mis propias sensaciones, como si en estos momentos fuera capaz de experimentar con él su propio orgasmo.
En un acto de morbosa perversidad, tiro de su pelo para obligarlo a levantar la cabeza y mirarme. Sin duda el alcohol me vuelve osada, y quiero disfrutar hasta el último segundo de esto, quiero verlo estremeciéndose de placer entre mis piernas, con esos ojos verdes entornados, casi entre lágrimas, con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, a pesar del dorado de su piel, el sudor resbalando por su frente, y la respiración entrecortada haciendo que su pecho suba y baje tratando de recobrar el aliento. Quiero guardar este momento para siempre en mi corazón. Blaime y yo , amándonos, profesándome su devoción en este acto de amor puro y sincero, juntos, siendo uno, y siendo libres de expresarlo, aunque solo sea por un instante, aunque después de esta noche yo vuelva a ser la doctora Bonheur que ha viajado al pueblo más recóndito de África para salvar vidas, y él el soldado Sanders, defensor de la paz y el orden. Quiero recordarlo siempre así.
Recobrando el aliento, se inclina sobre mí, con cuidado para no dejar reposar todo el peso de su cuerpo sobre el mío, y me abraza. Nos quedamos así por un instante, unidos, desnudos y abrazados el uno al otro, sintiendo nuestros corazones acelerados como si quisieran salir de nuestro cuerpo para fundirse en uno solo. Y este es sin duda el abrazo más cálido, intenso y reconfortante de cuantos he experimentado en mi vida.
Buscando una posición más cómoda, se tumba a mi lado, para continuar con los besos, con las tiernas miradas, y las caricias, que vuelven a descender hacia mi vientre. Con la yema de su dedo índice traza el recorrido de mi cicatriz, observándola sin ocultar su curiosidad. Y sabía que, una vez la hubiese visto, las preguntas serían inevitables. Porque una cicatriz, que bien podría ser la de una cesárea, no se le pasaría desapercibida a un hombre que ya ha estado casado y tiene una hija.
Utilizando un tono de voz más suave del que viene siendo habitual en él, indaga.
—¿Qué pasó aquí?— Levanta la vista de la marca para mirarme con la intriga asomando en sus ojos— ¿Cuál es la historia?— Y aunque sé que lo hace sin maldad, sin buscar herirme al reabrir esa herida, no es consciente de que lo mucho que odio hablar del tema, sobre todo ahora, después de haber compartido con él uno de los momentos más especiales de mi vida en los últimos dos años.
—No hay ninguna historia— Respondo cortante, sin poder evitar que mi voz suene desagradable al sentirme molesta por tener que hablar de este tema con él. Pero por otro lado, es la persona con la que acabo de hacer el amor, evadir el tema y esperar que se pierda en el olvido si quiero mantener una relación con él no va a funcionar. Y si le miento ahora, tarde o temprano lo sabrá, porque Mark tiene la lengua muy afilada y no creo que se lo piense dos veces a la hora de utilizar esto a su favor— Es de un aborto— Al oír la palabra aborto, la caricia sobre mi vientre se detiene, sus ojos me miran entre la sorpresa y la lastima, sin saber lo mucho que odio esa compasión, esa lástima hacia mí en su mirada, por lo que, tratando de acabar con el tema cuanto antes, añado— Fue un embarazo extrauterino, y cuando pasa eso, no solo no se desarrolla el feto, sino que además tienen que extraer la trompa a la que se ha adherido el embrión— Y en este punto, no sé si por la revolución de hormonas mezcladas con alcohol o porque todavía me cueste hablar de ello, no puedo evitar sentir como se me forma un nudo en la garganta y mis ojos se empañen al mencionarlo— Esto reduce mis opciones de ser madre, porque tengo muchas posibilidades de que se repita en caso de quedarme embarazada de nuevo— Y así me lo hicieron saber en las posteriores revisiones ginecológicas, dejando caer sobre mí esa pesada losa.
Conmovido por mi revelación, me acerca a su pecho para estrecharme fuerte entre sus brazos, en una clara muestra de afecto, tratando así de reconfortarme. Y ante este gesto espontáneo de cariño, no puedo evitar derramar un par de lágrimas que trato de disimular, antes de separarme de él para volver a ponerme mi ropa empapada y ser yo la que salga huyendo.
Ante mi repentino cambio de humor, trata de detenerme antes de que pueda alcanzar la puerta para escapar. Se pone en pie para abrocharse el pantalón, viendo como esta vez soy yo la que se aleja hacia la salida.
—Sheyla espera...— Y como hizo él minutos antes de que me lanzara a sus brazos a besarlo, me giro para ver como se acerca a mí, aún ajustándose el pantalón— Eso no quiere decir nada. Me refiero a que, tú misma lo has dicho, reduce las posibilidades, no las elimina— Ante su puntualización, me quedo inmóvil. Esta vez está siendo él el optimista. Pero por si eso fuera poco, añade— Y aunque fuera así, el no tener hijos no te hace menos mujer, si es eso lo que temes. Hay otras formas de tener hijos. Mira ahí fuera, sin ir más lejos, hay cientos de niños que necesitan una madre.
No sé cómo lo consigue, pero siempre tiene un alegato demoledor que me obliga a ver lo que yo no soy capaz de percibir, la otra realidad, una perspectiva que a mí me falta, pero que en este caso no me consuela, a lo que no soy capaz de responder, porque para ser sincera es un tema que evito siempre. Tradicionalmente a las mujeres nos educan para que llegado a un momento, nos casemos y tengamos nuestros propios hijos, ya sea en Europa, en África o en cualquier otro lugar del mundo, la sociedad nos lo muestra así. Y el no poder hacerlo resulta algo frustrante, tanto a nivel emocional como social, de lo contrario te conviertes en poco menos que una desgraciada por no poder engendrar a tu propia descendencia. Pero es que tampoco tendríamos que estar hablando de este tema. Se supone que después de hacer el amor con él, tendríamos que estar abrazados y prodigándonos muestras de cariño en lugar de despertar fantasmas del pasado que deberían permanecer aún encerrados hasta que sepa qué hacer con ellos. Creo que ha sido un error acostarme con él.
Sintiendo una tormenta de emociones que me sacuden por dentro, me despido de Blaime antes de que sea capaz de decir algo más, para irme corriendo al barracón, atravesando el aguacero que todavía cae en el exterior, como si fuera una metáfora de lo que siento en mi interior.
⭐⭐⭐
.
Dedicado a Tino
🖤
Gracias por haber formado parte de mi vida, por ser un gran apoyo, ser siempre motivo de inspiración, un artista, y un segundo padre para mi.
Siempre en nuestros corazones
❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro