Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30 - Ser león o ser gacela

Lo primero que hace al entrar en la habitación, es dirigir sus pasos hacia la cama de Hate, que ya duerme, sin encender la luz para no molestarla. Lo veo posar su mano sobre la frente de la niña, comprobando así que no tenga fiebre, siendo en todo momento consciente de mi presencia. Yo lo observo desde la puerta, con más curiosidad que temor. Después de ver su reacción con Mark, cualquier otro ni se atrevería a acercarse a él. Sin embargo, por alguna razón, Blaime no me infunde temor, al contrario, es respeto y gratitud lo que siento ahora.

Rompiendo el silencio reinante con su tono de voz seco y neutral, se interesa por el estado de la pequeña.

—¿Cómo va?— Ni siquiera se gira para mirarme mientras le contesto.

—Bien, evoluciona favorablemente, pronto le daremos el alta— Observando la dulce carita de la niña, responde.

—Ok. Si para entonces estoy de patrulla, avisa a Sabine para que se encargue de ella.

—Muy bien, así lo haré— Me limito a contestar, observándolo a cierta distancia, como el que estudia a un animal salvaje encerrado, la furia que irradia se puede casi tocar. En estos momentos siento como si me encontrara frente a una fiera dentro de una habitación, sin embargo, me siento tranquila en su presencia, aunque esta resulte un tanto intimidante.

Acto seguido, recorre la estancia a oscuras, como si ya la conociera de memoria, hasta llegar a la ventana y asegurarse de que esté bien cerrada. Una vez ha comprobado que todo está en orden, vuelve sobre sus pasos para arropar a la niña y abandonar la estancia sin decir nada, pasando por mi lado como una exhalación. Entonces intento retenerlo.

—Blaime espera— Pero no lo consigo. Continúa su camino hacia la puerta del hospital, con ese andar pesado y los puños aún apretados en una clara muestra de tensión. Sin desistir en mi empeño, lo sigo hasta el exterior donde nos recibe una densa y cálida lluvia. Tengo que acelerar el paso para alcanzarlo, porque no se detiene hasta que agarro su brazo y vuelvo a insistir—Espera— Entonces se gira hacia mí, pero sigue sin pronunciar palabra. Y no sé qué decirle, por dónde empezar. Solo sé que en estos momentos me siento verdaderamente agradecida de que, no solo me haya quitado a Mark de encima, sino que además le haya dado una lección de ética. Por un instante, nos quedamos mirándonos bajo la lluvia sin que ninguno de los dos diga nada. Hasta que por fin soy capaz de articular palabra —Gracias— Murmuro, verdaderamente conmovida por su gesto, por su valentía a la hora de plantarle cara a la prepotencia de Mark, y haber tenido la capacidad de contenerlo sin hacer un uso excesivo de la fuerza.

Pero él se toma su tiempo antes de contestar. Por un instante hasta pienso que me va a soltar un comentario desagradable de los suyos, consiguiendo que me arrepienta de haberlo seguido para agradecerle el gesto. Sin embargo, me equivoco.

—No hay de qué— Responde sin inmutarse, como si lo que acabara de hacer fuera lo más cotidiano para él. En cambio, para mí ha sido mucho más que eso.

Acto seguido vuelve a emprender su marcha en dirección a la cantina que ya está cerrando Sabine, la cual, al vernos llegar a estas horas y completamente empapados, no puede evitar disimular su sorpresa.

—Hola...— Saluda con cierto toque de humor en su voz —¿Teníais ganas de mojaros?— Comenta con picardía. Pero Blaime, sin hacer ningún comentario al respecto, ataja la conversación.

—Déjame las llaves, ya cierro yo— Sabine no le discute. Echando un vistazo, primero a él, y luego a mí, le entrega las llaves sin objetar.

—Hay mantas en el almacén, por si preferís secaros antes de agarrar una pulmonía. Acordaos de apagar las luces cuando os vayáis, y cerrad bien— Está a punto de irse, cuando de nuevo se vuelve hacia nosotros como si hubiera olvidado decirnos algo —¡Ah! Y no os bebáis todo el alcohol, no quiero tener que soportar a Diaye— Y esto último suena más como una broma sarcástica que como una advertencia.

Sin esperar respuesta, se aleja a toda prisa de camino al barracón bajo la intensa lluvia, mientras Blaime abre la puerta para entrar en la cantina.

Una vez dentro, se va tras el mostrador para sacar una botella de whisky y dos vasos, mientras yo lo observo servir dos copas, plantada en mitad de esta sala, habitualmente atestada de gente, ahora completamente vacía. Sin pestañear, se bebe de un trago el contenido de uno de los vasos como si fuera agua, y es entonces cuando rompe su silencio.

—¿Te vas a quedar ahí?— Inquiere alzando la vista hacia mí, sonando en todo momento con ese tono seco y neutral que lo caracteriza. Pero no conozco a nadie que sea capaz de tener una pelea con alguien y mostrarse tan impasible minutos después. Desconcertada por la actitud que muestra, acepto la invitación a medias que implica esa pregunta, y me siento frente a él, al otro lado del mostrador.

—Sabine nos dijo que no nos bebiéramos el alcohol, que no quería problemas con Diaye— Murmuro cohibida, en un intento vago por disuadirlo de beber. Pero no parece estar dispuesto a ello. Con la punta de los dedos desliza uno de los vasos hacia mí, antes de tomar el suyo para volver a beberse el contenido de un trago frente a mi estupefacta mirada. Entonces, plantando el vaso vacío sobre el mostrador de un golpe que me sobresalta, inquiere, volviendo su mirada, ahora implacable, hacia mí.

—Me importa una mierda Diaye en estos momentos ¿Qué diablos pasa con ese tipo, el francés ese?— Ya no esconde su malestar, su voz suena intimidante y su mirada me analiza a la espera de una explicación. Y dadas las circunstancias, creo que se la merece.

Sin saber muy bien por dónde empezar, decido hacer lo mismo que él, tomar el vaso y beber antes de darle dicha explicación, en un intento por aclarar mi mente. Pero en cuanto el licor toca mi paladar, estoy a punto de escupirlo debido a lo fuerte que me resulta su sabor y la sensación de quemazón a medida que el líquido desciende por mi garganta, provocándome una arcada difícil de disimular. Lejos de bromear o hacer algún comentario sarcástico al respecto, se mantiene en silencio, a la expectativa, como en guardia, sujetando el vaso vacío con una mano, sin apartar su feroz mirada de mí. Es entonces, dándole respuesta su pregunta, contesto.

—Que fuimos pareja hace tiempo, pero parece que no lo supera— Respondo sin ocultar mi molestia, porque la presencia de Mark está resultando más problemática de lo que me imaginé en un principio.

—¿Cómo que fuisteis...?— Inquiere haciendo especial hincapié en ese "fuisteis" fijando su incisiva mirada en mí y frunciendo el ceño como si las piezas no le encajaran.

—Sí, fuimos, así, en pretérito perfecto. Hace dos años, para ser más exactos— Extrañado, arquea las cejas..

—¿Y qué hace aquí?— Indaga con rabia. Aunque entiendo que en estos momentos esa furia va dirigida hacia Mark y no a mí.

—Pues, supongo que hacerme ver que ha cambiado, para que vuelva con él. O puede que redimirse de sus pecados haciendo labores humanitarias. No lo sé, porque procuro ignorarlo, su presencia me resulta muy incómoda y de saber que él estaba aquí es posible que yo no hubiera venido— Respondo perdiendo mi mirada en el fondo del vaso de whisky como si ahí fuera a hallar la respuesta.

—Pues dejar morir a una persona porque crea que es un asesino no me parece propio de alguien que quiera redimirse de nada...— Responde con la voz ronca, sonando con ese tono sombrío que me pone la piel de gallina.

—Ya...— Murmuro sin ganas, porque creía haber dejado atrás los rencores y las discrepancias con Mark después de hablar con él, que le había dado al pasado para poder desarrollar nuestra labor de la mejor forma posible, pero veo que va a ser más difícil de lo que creía. Además, la decisión que ha tomado al declararse objetor de conciencia, probablemente tenga consecuencias. La rotunda voz de Blaime me saca de mis pensamientos, trayéndome de vuelta a la realidad.

—Está aquí por ti, eres su objetivo...— Replica en lo que se asemeja más a un pensamiento en voz alta que a una respuesta. Levantando la vista hacia él sorprendida ante esa declaración, puedo ver como todo su cuerpo se tensa, como aprieta la mandíbula en un gesto inconsciente y como en sus ojos centellea la rabia, mientras comprime el vaso con su mano derecha hasta que finalmente lo hace estallar entre sus dedos, generando un sonido seco y espeluznante de cristales rotos crujiendo en su puño.

Durante una fracción de segundo no entiendo qué acaba de suceder, cómo ha sido capaz de romper un vaso únicamente con la presión de su mano al concentrar sobre el objeto toda esa ira contenida disfrazada de impasividad, provocando que los cristales le corten la piel y  un reguero de sangre se extiende sobre el mostrador al gotear desde su mano.

Por un instante me quedo perpleja, horrorizada ante la escena sin saber qué hacer, cómo actuar, frente esa furia silenciosa que acaba de manifestar haciendo estallar un vaso con el poder de su ira, como si de una metáfora se tratara. Cuando por fin reacciono y salgo de mi estupor, mi primer impulso es tomar su mano para examinar las lesiones mientras soy yo la que se lamenta.

—¿¡Pero qué has hecho!?— No puedo evitar increparlo mientras evalúo las dimensiones del desastre. Algunos cristales se le han clavado entre los dedos, y sangra profusamente debido a un escandaloso corte en la palma de su mano. Sin embargo y pese al estropicio, no da muestras de dolor, al contrario, parece que el ver su propia sangre derramada apaga su ira. Inmediatamente rodeo el mostrador para llegar hasta él, que permanece inmóvil, con la vista perdida, la respiración agitada y su mano goteando sangre, como si por alguna razón, lo que acaba de hacer, significara para él la catarsis. Enseguida comienzo a retirar los cristales hasta dejar limpias las heridas para poder valorar mejor el alcance de las lesiones, que por suerte no son tan graves como para necesitar puntos de sutura, pero se ha librado por poco de una lesión mayor. Todo ello frente a un Blaime al que parece que poco le importa haberse cortado, ya que no muestra emoción alguna —Menos mal que no te has cortado ningún tendón— respondo, agradeciendo al cielo que el estropicio no sea mayor.

—¿Lo dejaste tú?— Indaga, con la vista perdida en la sangre y su voz más apagada que cuando dio comienzo a esta conversación. Sorprendida por el hecho de que ahora le importe más saber qué me une a Mark que la integridad de su mano derecha, continúo mi labor sin apartar la vista de las heridas mientras le contesto, tensa por la situación.

—¡Sí, lo dejé yo! —No puedo evitar alzar la voz, molesta por tener que darle explicaciones. Sin embargo, él continúa en el mismo estado, como en trance, atrapado en el mismo punto, averiguar los motivos de mi separación.

—¿Por qué?— Desconcertada, levanto la vista de su mano ensangrentada, para encontrarme con su mirada empañada por los efectos del alcohol, pero que continúa impasible, como si su mente no estuviera aquí. Mi contestación tarda en llegar, ya que no sé si lo más adecuado ahora será darle detalles o callarme, dado su estado. Pero ante la falta de respuestas, insiste —¿Por qué lo dejaste? — Finalmente, y cediendo a la presión como el vaso que se quebró bajo sus dedos, respondo sin poder contener la rabia.

—¡Porque me engañaba! ¡Me engañaba con mi hermana! ¡Me traicionó en el momento que más lo necesitaba! Por eso lo dejé, porque no soporto las infidelidades, ni a los mentirosos, ni que me tomen por tonta ¿Contento?— Le grito furiosa, cargando contra él como si fuera el culpable de todos mis males, crispada por la situación, por la bronca con Mark, por el sermón de Chel, por la pelea de machos en el pasillo, por el paciente muerto y ahora por esto: tener que atenderlo por una nueva lesión, lo que me lleva a pensar, que por un motivo u otro, siempre veo a Blaime en este estado, herido, dolido, tenso y en constante conflicto, ya sea con otros o consigo mismo. La cuestión es que nunca está en paz, siempre sufre por algo.

Y por alguna extraña razón, esto me genera un sentimiento de empatía inmenso hacia él. Me gustaría poder aliviar su carga, sanarlo del todo y que no sufra más. Porque, aunque su comportamiento sea tosco, rudo y al principio me costara lidiar con él, tiene un corazón enorme que no solo lo empuja a salir ahí fuera y enfrentarse al peligro día tras día para mantener la estabilidad en este lugar, sino que además me ha salvado y protegido en tantas ocasiones, que ya he perdido la cuenta. Por eso creo que un corazón así no merece sufrir de esta manera.

Él en cambio, ajeno a mis pensamientos, toma la botella con la mano que tiene libre para darle un trago al whisky y maldecir entre dientes.

—Tendría que haberle partido el cuello...— Y con estas últimas palabras que me hielan la sangre, porque no sé si tan solo lo dice dejándose llevar por la cólera, o porque verdaderamente fuera capaz de hacer algo así, fija en mí esos ojos que tanto me impactaron la primera vez que los vi, ya con un brillo cristalino, a causa del alcohol.

Tratando de ocultar mi sorpresa, vuelvo a fijar mi atención en los cortes que siguen sangrando profusamente. Es entonces cuando me doy cuenta de que, por las prisas, ni siquiera he ido a buscar unos guantes para tratarlo, una medida de higiene y protección fundamental en mi profesión.

—Los guantes...— Farfullo, molesta conmigo misma por no haber tenido esto en cuenta, mientras observo mis manos manchadas con su sangre, pensando en cómo he podido ser tan imprudente, detalle que no se le pasa desapercibido. Y como si fuera capaz de leerme el pensamiento, contesta en un tono más sosegado.

—Me hacen pruebas del VIH regularmente y siempre dan negativo —Revela en un intento por tranquilizarme, detalle que aprecio, pero que aun así no evita que me sobrecoja por lo fuertes que suenas esas palabras aquí, donde el sida hace estragos entre la población —Además no... no mantengo relaciones sexuales de riesgo...— Añade, esta vez con la voz entrecortada, como si le avergonzara hablar de ello.

Es esto último lo que me provoca una sensación de vértigo en el estómago al recordar dichas relaciones, a Madeleine robando preservativos de la farmacia que después usaría con él, y luego la escena de ambos teniendo sexo en el almacén de este lugar, suscitándome una sensación muy desagradable.

Desviando mi atención de él, detengo mi labor para tomar la botella de whisky y darle un trago al repulsivo brebaje que siento arder en mi boca, esperando que el alcohol temple mis nervios para poder acabar con las curas sin estallar y golpearlo. Acto seguido, derramo una parte del whisky sobre las heridas a modo de desinfectante, provocando un intento involuntario por apartar la mano ante el escozor que le debe producir el alcohol sobre las heridas abiertas, cobrándome así mi pequeña venganza, mientras no puedo reprimir un ácido comentario por esa información extra acerca de su vida sexual.

—Ya... Ya sé que a Madeleine te la follas con condón— Las palabras salen solas de mi boca, sin importarme lo más mínimo el efecto que tengan en él, porque en estos momentos la que está furiosa soy yo y no me molesto en disimularlo. Pero lejos de incomodarse u ofenderse ante mi reproche, responde al mismo nivel, con la voz ronca y su mirada cristalina puesta en mí.

—Sí, pero a quien me quiero follar es a ti, por si te sirve de consuelo...— Replica sin pudor, sin tapujos, nada, con esa pasividad suya, como si en lugar de confesar que quiere tener sexo conmigo me estuviera dando la hora.

Pero en cambio yo siento de nuevo esa sensación de vértigo en el estómago, igual que cuando te subes en una montaña rusa que asciende, para después dejarte caer. Una montaña rusa de sensaciones y sentimientos encontrados que me saturan. Abrumada ante semejante confesión, vuelvo a tomar la botella para darle un gran trago, antes de recriminarle su comentario, profundamente ofendida.

—¿Y lo dices así, como si fuera un pedazo de carne?— Inmediatamente siento como el alcohol comienza a hacerme efecto a mí también.

—Ojalá fuera solo eso...— Parece lamentarse, y sorprendida ante lo que aparenta ser una confesión, vuelvo a levantar la vista hacia él, que me observa con los ojos entreabiertos, lo único que me da pie a pensar que ya está borracho, porque ni le patina la lengua al pronunciar, ni suena incoherente como un beodo de bar. Seguidamente, vuelvo a centrar mi atención en las heridas, intentando asimilar lo que acaba de salir de la boca de Blaime, que ante mi estupor, y como si le divirtiera mi desconcierto, añade —¿Te extraña?—Ladea la cabeza en un gesto irónico, mirándome directamente a los ojos—Pues es un secreto a voces, y si no, ¿Por qué te crees que Sabine hizo ese comentario antes, que la doctora Chelsea me derive siempre a ti, o que ese maldito ex tuyo se empeñe constantemente en tocarme las pelotas? Si hasta Madeleine se ha dado cuenta de que no te miro igual que al resto... Parece que lo llevo escrito en la frente...— Incómoda por toda esta retahíla de evidencias, lo interrumpo para que no siga hablando, porque ya no sé dónde meterme, me abruma lo que está insinuando.

—¡Cállate, estás borracho!— Respondo molesta, tratando de quitarle importancia a lo que acaba de soltar —Ya no sabes lo que dices— Pero esta vez el que se apresura a desmentir mis palabras es él.

—Sé perfectamente lo que digo— Replica decidido, para luego inclinarse hacia mí, acortando la distancia entre ambos y haciéndome llegar el irresistible olor de su loción de afeitar, murmura—Aunque no lo debo estar haciendo tan mal cuando tú no te has dado cuenta...— Y con estas palabras, acompañadas por la cálida caricia de su aliento sobre mi cuello, que me hace estremecer, las mariposas vuelven a revolotear enloquecidas en mi estómago ante tal provocación. Mis mejillas arden por el rubor, o por el whisky, ya no lo sé, pero tratando de concentrarme en vendarle la mano con un pañuelo de algodón que llevo en el bolsillo y que por suerte no se ha empapado como el resto de mi ropa, respondo a esa declaración de intenciones con todo mi escepticismo.

—Pues si te gusto, cualquiera lo diría— Le espeto con acritud, resistiéndome a creer en sus palabras, porque, si bien es cierto que me besó en dos ocasiones y que después del asalto al hospital reconoció mi valía, en estos momentos no puedo olvidar todas las veces que ha sido cortante conmigo, sobre todo al principio, cuando llegué. Y así se lo hago saber —Cuándo te gusta alguien no lo tratas como si fuera imbécil o lo evitas como si tuviera la peste— Hago clara alusión a esos primeros encontronazos, a sus ácidos comentarios, a su enfado desmesurado por algo tan inocente como mencionar el acondicionador aquella tarde frente al acantilado, o a la barrera que ha impuesto entre ambos al tomar distancia en los últimos días, sintiéndome como si esto fuera una broma de mal gusto por su parte. Liberando un suspiro que sale de su pecho mientras levanta la vista al techo, argumenta:

—Cierto. Cuando llegaste aquí no pensé que fueras capaz de soportar ni dos días. Me parecías una turista jugando a ser una heroína en un escenario que le venía grande, una soñadora con pretensiones enormes para ser tan pequeña, y una completa ilusa... Pero entonces apareciste en medio de un asalto, partiéndole la mandíbula a un miliciano con un orinal, liberando a tu amiga, para después quedarte al frente de todo un hospital tú sola. Y por si eso fuera poco, salvaste a Hate... A partir de ahí no solo te ganaste mi respeto, sino también mi admiración — Esto último lo dice con un tono tan solemne, que logra sobrecogerme por la carga de emotividad que desprenden sus palabras. Pero en estos casos, y dada mi experiencia con el género masculino, siempre me resisto a creer en este tipo de adulaciones, sobre todo cuando salen de la boca de un hombre. Así que, dejando que mi orgullo herido hable, replico aferrándome al escepticismo más absoluto.

—Fuiste muy cruel, era innecesario— Insisto haciéndole recordar aquellos primeros días sometida a su juicio. Impasible frente a mi acusación, vuelve a darle un trago a la botella de whisky como si fuera una acción recurrente, antes darme la réplica.

—Te abrí los ojos... La confianza hay que sudarla— Contesta convencido, devolviéndome una mirada cargada de seguridad.

—¿Cómo?— No doy crédito a lo que oigo ¿Cómo puede ser tan... tan fanfarrón? No me lo puedo creer. Entonces, dando un paso más hacia mí, añade.

—Si yo no te hubiera tratado así, tú no te verías en la obligación de cerrarme la boca— Replica desafiante. Molesta por su descaro, le respondo retrocediendo un paso, recuperando así el espacio que me ha ganado.

—¿Pero qué dices?— En estos momentos me dan ganas de cruzarle la cara de un bofetón por descarado.

—Lo que oyes. ¿O te crees que en mi primera misión de asistencia me aceptaron con los brazos abiertos y haciéndome una fiesta de bienvenida? No, me soltaron en una selva, con 6 tipos tan perdidos como yo, me dieron un M16 con un solo cargador, y cuando pregunté cuál era mi misión, lo que me contestó mi sargento fue, "procura que no te maten, las repatriaciones de cuerpos a Canadá son muy costosas" y acto seguido se largó riéndose de mí y apostando con otro oficial a ver cuanto duraba el nuevo cadete. Y no me quedó más remedio que agarrarme las pelotas y cerrarles la boca con actos. Pero te voy a decir algo, se lo agradezco. Porque es en el momento en el que dudan de nuestras capacidades cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos para demostrar que se equivocan. Y yo logré eso de ti... Aquí no vale quedarse a medias o poner solo una parte de ti. No. Aquí hay que darlo todo, ya lo ves— Se detiene en este punto para darle otro trago a la botella, y después continuar —En África existe un dicho, "si eres gacela, te comen los leones". Por eso tienes que ser leona, porque si no, todos te van a intentar comer. Así que, lo que hice en esos días fue ponerte a prueba para ver si eras gacela, y de ser así salías corriendo, o si por el contrario eras leona y te quedabas a pelear— Finaliza su discurso dedicándome una de esas poderosas e intensas miradas de las suyas, acompañada de una sonrisa ladeada, con la que podría derretir el polo sur, demostrando así su supremacía. Cuando sonríe así me resulta imposible enfadarme con él.

—¿Y también apostaste con otro oficial cuánto iba a durar?— Replico con sarcasmo, a lo que contesta con una carcajada.

—No, no aposté nada con nadie.

—Entonces, ¿he superado tu ritual de iniciación, soy leona?— Me cruzo de brazos a la espera de su respuesta, que llega con la más sincera de las sonrisas.

—Eres leona. Y por eso me gustas...— Ante semejante respuesta, le arrebato la botella de la mano para beber yo, tratando de ahogar las mariposas que revolotean en mi estómago con whisky, abrumada, nerviosa, ruborizada por todo lo que me está diciendo, por tenerlo tan cerca, a escasos centímetros de mí, calado hasta los huesos, con su pelo oscuro y empapado cayéndole graciosamente por delante de los ojos, mientras algunas gotas rebeldes que se resisten a abandonar su piel, se deslizan por su cuello trazando un recorrido sinuoso hasta perderse en una camiseta de algodón, tan sumamente empapada, que se le adhiere al cuerpo como una segunda piel, dejando entre ver esa increíble y bien definida musculatura que ya conozco de memoria por todas las veces en las que lo he tenido que explorar, mientras el alcohol ya hace estragos con mi ego.

—Es la segunda vez que haces alusión a que te gusto ¿Piensas hacer algo al respecto?— Lo desafío descaradamente. Y por un momento parece que el fiero león no sabe qué contestar. Con una mirada inocente como la de un niño, contesta.

—¿Y qué puedo hacer?—Decidida, doy un paso hacia delante, como hizo él minutos antes, pero a diferencia de mí, él no retrocede, y mientras le aparto el pelo de la cara para poder ver mejor esos increíbles ojos verdes que ahora parecen abrumados por mi cercanía, le respondo.

—Luchar por lo que quieres— Cohibido por mi respuesta, desvía la vista para evitar mirarme directamente, antes de contestar.

—El problema es que tengo muchos frentes abiertos... Estoy luchando en demasiadas batallas...— En este punto se detiene para tomar aire, como si buscara las palabras exactas en su cabeza, haciendo un recorrido visual por el entorno hasta volver a conectar su mirada con la mía, apartando el pelo de mi cara con delicadeza para contestar con una desgarradora sinceridad —Y mi deber es no involucrar a nadie más en esas batallas...— Su respuesta me resulta de lo más devastadora al entender en ella que admite su renuncia. La desilusión y la tristeza me embargan a partes iguales, viéndolo alejarse de camino a la puerta —Buenas noches doctora— Se despide sonando más triste que de costumbre, fingiendo una sonrisa que ni siquiera el alcohol puede hacer pasar por verdadera.

⭐⭐⭐


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro