Capítulo 23 - No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre
Blaime
Es abrumadora la capacidad que tiene para anular mi voluntad, si es que en algún momento la he tenido, porque soy como un juguete en sus manos, hace conmigo lo que quiere cuando ella quiere. La excitación que me provoca es tan intensa que puede conmigo y me domina...
Es al intentar tomar una profunda bocanada de aire para llenar mis pulmones que parecen no dar más de sí debido a esta excitación, cuando un latigazo de dolor en las costillas me sacude, sacándome de este éxtasis en el que me tiene sumergido, anulando todo placer. El dolor actúa como el empuje que necesitaba para recobrar el juicio y detener el juego aquí, además de ser la excusa perfecta para retirarme ahora, antes de que vaya a más. Porque sé que si no lo hago de esta forma, voy a caer... Reacciono repentinamente deteniendo el movimiento de su mano.
—Para... No puedo...— Al menos hoy no.... Porque sé que jamás me lo perdonaría. Para cuando la sangre vuelve a regarme el cerebro, me encuentro con su sorprendida mirada y una expresión de incredulidad cruzando su cara. Impactada por mis palabras, da un paso hacia atrás como si le acabara propinar una bofetada, con el gesto desencajado y el desconcierto en sus ojos.
—¿Qué...?— A juzgar por su reacción, no se lo termina de creer. Y lo cierto es que la comprendo, debe resultarle insólito que no quiera seguir con esto. Joder, si hasta me lo parece a mi... Pero debe ser así, no puedo traicionarme a mi mismo. Aprovecho la ventaja táctica para tomar distancia y ajustarme el uniforme mientras ella encaja la negativa —¿Cómo que no puedes?— Replica visiblemente molesta, me atrevería a decir que hasta herida en su orgullo, supongo que por sentirse rechazada, a pesar de nuestro pacto y su habilidad para llevarme a la perdición.
Pero no puedo. Sé que si lo hago no dejaré de pensar en Sheyla, de imaginar que estoy con ella, que la beso a ella, que la acaricio a ella, que la tomo a ella... Y no sé que sería más miserable por mi parte, si claudicar y utilizar a Madeleine para desahogarme, o ser honesto y dejarlo aquí. Al menos hoy... Vamos, sigamos con el plan.
—Hoy no me encuentro bien...— Alego en mi defensa, utilizando las bazas de las que dispongo ahora, mi lesión —Me golpearon en las costillas durante las últimas maniobras y... no me siento bien— Trato de dar el mayor número de detalles para que mi coartada sea lo suficientemente convincente. Una coartada perfecta, de no ser porque me conoce bien. Ni con fiebre, ni molido a palos le he negado nunca nada... Pero no le voy a dar tiempo a reaccionar y rearmarse. Le entrego la botella, la esquivo y emprendo el camino de vuelta al pueblo, dejándola clavada en el mismo punto donde hace apenas un segundo me estaba haciendo perder la razón. Pero no se queda aquí el tema. Era demasiado fácil, demasiado pedir que diera por válido mi testimonio y me dejara marchar sin poner trabas... Apenas he dado un par de pasos para regresar al sendero, cuando la oigo replicar a mis espaldas.
—¿Y ya está? ¿Te vas y me dejas así?— Brama con indignación. Me temo que esto va a ser más jodido de lo que pensaba...
—Puedes volver conmigo si quieres— Contesto a la parte puramente funcional de la pregunta. Pero mi respuesta es como pretender apagar una hoguera con gasolina. Lo único que consigues es que arda con más rabia.
—¿Estás de broma? ¿Pero qué te pasa?— Recrimina entre la rabia y el desconcierto, manteniéndose estática mientras me escruta desde su posición, intentando descifrar cuánto hay de cierto en mis palabras.
—Ya te lo he dicho— Respondo tajante, no tengo ganas de seguir con esto. Se me empieza a acabar la paciencia.
—No te creo, hasta hace un momento no parecía dolerte nada... ¿Qué ocultas Blaime?— Reprocha con rabia, su felina mirada clavada en mi como un puñal cargado de resentimiento. Y no la culpo, en su situación a mi tampoco me haría gracia que me dejara con las ganas. Pero para su consuelo, no va a ser la única que se vaya caliente de aquí.
—No oculto nada— Una lucha entre lo que me pide mi instinto más básico y lo que dicta mi conciencia es lo que oculto. Pero no lo voy a admitir. Ni con un cuchillo en el cuello lo voy a admitir. Decido dar por zanjado el tema al decretar —Vamos— Y diciendo esto me acerco a ella tendiéndole la mano con la intención guiarla de vuelta al sendero en un intento por apaciguar. Pero lejos de aceptar, rechaza el gesto apartándola de un golpe.
—¿Es por esa chica?— La pregunta tiene el mismo efecto que un disparo a bocajarro, lo ves venir pero aún así no lo puedes esquivar. Lo dicho, siempre va dos pasos por delante. Como si pudiera ver a través de mi y descifrar cuál es el verdadero motivo por el cual no quiero estar con ella esta noche. Un motivo que tiene nombre y apellido: Sheyla Bonheur. Pero eso tampoco lo voy a admitir.
—¿Qué? ¿Pero qué estás diciendo Madeleine?— Replico atónito frente a su ataque en un lamentable intento por defenderme, pero enseguida me doy cuenta del error, mi tono de voz suena tan exageradamente indignado que me delata, yo solo me he puesto en evidencia, le acabo de servir la victoria en bandeja. Viendo que lleva las de ganar, avanza unos pasos hacia mí para continuar con el ataque.
—¿Te crees que nací ayer? ¡¿Que no me doy cuenta?! Desde que llegó aquí esa francesita no eres el mismo— Habla la inseguridad de Madeleine, la rabia y la frustración de una mujer que se siente permanentemente engañada. Y es que había pasado por alto el hecho de que Madeleine es una persona terriblemente insegura. Aunque se muestre imperturbable ante los ojos de los demás tras esa fachada de dama elegante, se oculta una mujer superficial que basa parte de su autoestima en su apariencia física, una fórmula que no soporta bien el paso del tiempo. Me figuro que las circunstancias de su matrimonio la han llevado a ser así. Pero en eso, no soy yo el responsable, porque al menos en este preciso instante estoy siendo todo lo honesto que podría ser con ella dadas las circunstancias. Podría callar, aprovechar la oportunidad y tirármela pensando en otra, cerrar los ojos, hacer lo mío y ya está. Fin del asunto. Pero no me gusta jugar así. Sé que no soy un ejemplo a seguir y que esto que hacemos es moralmente cuestionable, pero hasta hoy, nadie salía herido. Hasta hoy...
—¿¡Qué dices!? ¿¡A qué viene esto!?— Responder a una pregunta con otra no es la mejor estrategia del mundo, pero nunca se me ha dado bien lidiar con el asedio de los celos. Y de nuevo, sabiendo que va ganando, su contraataque no se hace esperar.
—A que después de lo que llevo hecho por ti... por tu hija...— Como si me acabara de asestar una patada en la boca, retrocedo un par de pasos intentado asimilar qué es lo que acaba de insinuar. Sin tan siquiera pestañear, acaba de apuntar con toda su artillería pesada a mi punto más débil, lo que más me duele en el mundo... ¿Ahora sales con esto? ¿Esa es tu jugada Madeleine?... Increíble...No me esperaba una maniobra tan rastrera de alguien con tanta elegancia. Dominado por la rabia, sorteo los metros que nos separan para plantarme ante ella y recriminar su deplorable comportamiento
—¿QUE? A ver, acaba la frase Madeleine...— La desafío sin ser consciente de que voy levantado la voz hasta gritar y sin tener en cuenta tampoco las consecuencias de mi acción, provocando que un nuevo latigazo de dolor en las costillas me deje sin aire debido a la tensión de mi cuerpo. Se me escapa un quejido, inconscientemente me llevo la mano izquierda al golpe en un absurdo intento de calmar el dolor, mientras recobro el aliento y el sentido común. Me está llevando de nuevo a su terreno, quiere que pierda el control, desquiciarme, porque en ese escenario se maneja bien. Pero no voy a caer. Escucho sus pasos acercándose, para cuando levanto la cabeza está frente a mí, mirándome con una expresión de desprecio en esa cara perfecta que parece de porcelana, pálida y fría.
Instintivamente trato de enderezarme y mantenerme firme ante ella como si formara ante mi capitán, porque no le voy a dar el placer de verme jodido, que no sienta ni por un segundo la necesidad de compadecerse de mí. Pero me cuesta, joder si me cuesta, este maldito dolor me está matando, a medida que me enfado se hace cada vez más fuerte. Sin apartar su mirada de odio de mis ojos, hace un intento por retirar mi mano del golpe, pero no se lo permito, esta vez el que rechaza el gesto soy yo, sosteniéndole la mirada, poniendo todo mi empeño en tragarme mi dolor y mi rabia frente a ese intento vano de mostrar humanidad por su parte. Y ante mi silenciosa negativa, solicita
—Déjame ver ese golpe— Habla la autoridad de Madeleine.
—No vas a ver nada...— Le responde mi orgullo.
Se hace un tenso silencio. Ella rígida frente a mí, fulminándome con esos ojos azules, gélidos como un invierno en Siberia. Yo con la rabia quemándome por dentro mientras aún resuena en mi cabeza esa frase que no llegó a concluir, dejando en el aire la amenaza. Hasta que vuelve a articular palabra rompiendo el silencio.
—No tienes ningún derecho a tratarme como una mierda— Me recrimina con la voz temblorosa, en sus ojos, cargados de resentimiento, se trasluce la rabia contenida materializada en un brillo opaco que empaña su mirada. Le respondo con la capacidad que me permite ahora el dolor, en un intento por zanjar este desagradable asunto y acabar con este sin sentido cuanto antes.
—Jamás te he tratado como una mierda...— Murmuro entre dientes, más concentrado en manejar el dolor que en lo convincente que suene mi mensaje. Y es que es así. Siempre la he tratado con sumo respeto y así seguirá siendo a pesar de todo. Porque lo cortés no quita lo valiente.
—Sí lo haces— Insiste implacable. Ya no hay lágrimas que empañen sus ojos ni dolor, ahora solo hay rencor en ellos. Estoy seguro que de tener un cuchillo ahora mismo, me lo clavaría en el pecho sin titubear
Vuelve a hacerse el silencio. Por un instante nos quedamos ambos paralizados, uno mirando al otro, aumentando la incómoda tensión que impera entre nosotros. Y cuando por fin estoy a punto de ceder a su chantaje emocional, aunque ni la morfina que todavía tenga en el cuerpo ni el alcohol consiguieron mitigar el dolor ni acallar mi conciencia, ella decide por mí. Haciendo gala de su orgullo inglés, me propina un empujón para abrirse paso hasta llegar al sendero que conduce de vuelta al pueblo, no sin antes soltar un último dardo envenenado.
—Mañana solicitaré tu traslado al hospital Rey Faisal para que traten allí lo que sea que tengas— Y es que aún viéndome, duda de que lo del golpe sea cierto. Sin darme opción a réplica, se va, dejándome solo con mi rabia y un amargo sabor a derrota en la boca. Tengo la sensación de que nuestro pacto acaba de irse a la mierda. Ni médicos recomendados, ni fondos, ni hospitales de referencia para Hannah... Tampoco la posibilidad de llevarme a Hate cuando finalice el mandato, mi otra gran preocupación.
Soy imbécil. Un imbécil con principios, pero un imbécil al fin y al cabo... Y con principios no se llega a ninguna parte, me acaba de quedar claro. Debí habérmela tirado aunque me traicionara a mi mismo y la engañara a ella también. Me hubiera ahorrado todo esto. Solo espero que no sea tan mezquina como para retirar todo el apoyo que me brindaba hasta ahora... Porque entonces estoy perdido...
Le concedo el tiempo necesario para volver al pueblo, para que se trague entera la botella de whisky o lo que se le antoje, pero lejos. Y de paso me lo concedo a mí para tranquilizarme y calmar esta rabia que me corroe, con este dolor en el costado que me corta la respiración. El aldeano debió haberme dado con esa pala en la cabeza, puede que así, a estas horas no tuviera estos problemas.
Para cuando llego al pueblo ya pasa de la media noche. Todo parece tranquilo, ya no hay nadie por los caminos y reina el silencio. Pero para mayor tranquilidad decido hacer una última ronda y asegurarme de primera mano de que todo está en orden. Apenas me lleva 30 minutos recorrer todo el perímetro, sin sobresaltos ni sorpresas. Quiere la fortuna que en mi recorrido me cruce con los dos compañeros que hoy están de guardia, Rubadir y Sacraíne, ambos de Malawi. Puede que este sea un buen momento para buscar la información que no he podido conseguir hasta ahora, gracias a Madeleine...
—Buenas noches, compañeros.
—Buenas noches, cabo Sanders.
—¿Cómo va la guardia?
—Bien señor, sin incidencias— Responde Rubadir, de los dos al que menos conozco, pero su respuesta supone un pequeño alivio para mi en estos momentos. Al menos eso, tener esta zona controlada me hace estar más tranquilo. Dirigiéndome a Sacraíne, pregunto.
—Cabo Sacraíne, ¿Ha estado en los márgenes de la zona desmilitarizada hoy?— De los dos es con el que tengo más trato, solemos coincidir cuando vamos de maniobras. Y si hoy ha salido de patrulla, podrá darme algún detalle que me sea de interés.
—No señor, de la zona desmilitarizada se encargaban hoy Handal, Tesfaye y Niasse— Mierda, esperaba información de primera mano de alguien que hubiera estado hoy desplegado en el terreno. Pero aún así sabrán más que yo a estas horas.
—¿Y saben si ha habido algún avance?— El que responde esta vez es Rubadir.
—Dicen que no, que el Frente Patriótico Ruandés se mantiene en la misma posición y que no ha habido incidencias en el perímetro.
—Parece que se están cumpliendo los acuerdos— Contesta Sacraíne en un tono demasiado optimista para mi gusto. Me figuro que esto lo habrán oído en el cuartel, o que han hablado ya con Jerome, pero hasta que lo pueda hacer yo mañana, me tendré que conformar con eso.
—Ojalá sea así...— Respondo a ese exceso de optimismo con mi escepticismo habitual mientras emprendo el camino de vuelta al interior del pueblo, no sin antes apercibirlos—Mantengan los ojos abiertos— Los dos responden al unísono cuando ya me voy.
—Si señor.
Mi último destino antes de retirarme es el hospital, mi otro frente abierto. Necesito asegurarme de que Hate está bien y no le ha subido la fiebre. Cuando entro en su habitación, me sorprende encontrarme a Sabine haciendo guardia junto a la cama de la niña, con un libro entre las manos, del que levanta la cabeza al verme entrar. Esta mujer parece incombustible, hace guardia aquí, da clases a los niños, dirige la cocina de la cantina para alimentarnos a todos... Ojalá cuando llegue a su edad tenga la misma energía que ella. Si es que llego... Deja el libro sobre su regazo y se quita las gafas antes de saludarme.
—Buenas noches Blaime— Susurra en voz baja para no despertar a Hate, que permanece plácidamente dormida, con el gotero aún clavado en su pequeño bracito. Mi dulce ángel... Me parte el corazón verla así, tan vulnerable, tan indefensa... E inevitablemente esta situación me hace revivir todas las horas, todos los días de angustia entre pasillos y habitaciones de hospital con mi propia hija. Mi Hannah... Dicen que con el tiempo aprendes a sobrellevar estas cosas, pero creo que eso lo dijo alguien que no ha pisado tantos hospitales como yo...
Con cuidado de no despertarla, me siento al lado de Hate para observarla mejor, poniendo mi mano en su frente comprobando que no tenga fiebre. Y parece que no, que lo que sea que tiene ese gotero está consiguiendo mantenerla estable. Sin poder apartar los ojos de ella, un único pensamiento invade mi mente: ojalá venzamos en esta batalla y la pesadilla termine pronto...
Son los pasos de Sabine, viniendo hacia mi, lo que me trae de vuelta a la realidad. Situándose a mi espalda, posa sus manos sobre mis hombros para susurrar.
—Chel se pasó hace un rato para tomarle la temperatura y ponerle más medicación, dice que va bien, que de seguir así pronto estará corriendo por ahí fuera con los demás niños— Me frota los hombros en señal de cariño, como lo haría mi propia madre, antes de volver de nuevo a la butaca donde hacía guardia y continuar con sus palabras de ánimo desde allí —Y si lo dice Chel, será verdad— Alega colocándose las gafas para dedicarme una mirada cómplice por encima de la montura a la espera de alguna reacción por mi parte. Pero yo no soy capaz de responder. Este tipo de situaciones siempre me bloquean, porque contra un enemigo real tengo armas, puedo luchar, pero contra esto no... Es de nuevo la voz de Sabine lo que me saca de este pozo negro en el que me estoy dejando caer —Vaya a dormir cabo Sanders— Cuando levanto la cabeza para mirarla, está ahí, todavía observándome por encima de la montura de las gafas y con una sonrisa en la cara, antes de añadir —Es una orden— Y la sonrisa en su cara se hace más amplia, logrando sacarme una a mí también —Vamos, que ya tienes unas ojeras más oscuras que un oso panda, es hora de ir a dormir— Su comentario me hace tanta gracia que hasta casi consigue hacerme reír.
Decido no objetar, le doy un beso a Hate antes de ponerme en pie para dirigirme hacia la puerta desde donde le dedico una última mirada a la pequeña y otra a Sabine.
—Gracias...— Murmuro como un idiota atemorizado, a lo que ella responde con un movimiento de mano restándole importancia, mientras se coloca las gafas para continuar con su lectura.
—De gracias nada, aquí somos todos una familia y las familias se cuidan— Joder... Al final va a conseguir hacerme llorar y todo. Estoy a punto de salir por la puerta cuando vuelve a darme otra de sus peculiares órdenes —¡Ah! Y quiero que comas más, que esta noche no te vi por la cantina, ¿Me oyes? Hay que comer bien— No se le pasa nada por alto, definitivamente, es igual que mi madre. Le respondo como si estuviera hablando con cualquiera de mis superiores.
—Sí señora— Y sintiéndome un poquito más ligero después de comprobar que todo va bien, al menos en apariencia, salgo del hospital.
Me dirijo al barracón suponiendo que todos deben estar durmiendo ya. Estoy agotado, definitivamente necesito apagarme y descansar por hoy. Pero lo que me encuentro nada más entrar en el barracón me deja fuera de juego: junto a la cama de Sheyla, que permanece dormida, se encuentra ese maldito francés, Dumont, en actitud sospechosa. Por un momento no soy capaz de comprender la escena ¿Qué diablos le está haciendo a Sheyla? ¿Aprovecha cuando está dormida para...? Dios... Hago un esfuerzo por detener mis pensamientos aquí porque me estoy envenenando solo de imaginar que pueda estar haciéndole algo indebido mientras ella duerme.
No medio palabra, tomándolo por el cuello de la camisa, lo arranco del lado de Sheyla para sacarlo a rastras del barracón, y esta vez ni el dolor me frena. Una vez fuera le propino un empujón que acaba con el fino culo del francés en el suelo mientras me mira con el gesto desencajado tratando de entender qué le acaba de pasar. Ni se lo esperaba, no me oyó venir, y eso que ni siquiera me he molestado en ser sigiloso. Cuando por fin consigue articular palabra, casi hubiese sido mejor que se hubiera metido la lengua en el culo.
—¿¡Pero estás loco o qué te pasa!?— Me grita como un crío enrabietado al que le acaban de quitar su juguete favorito. Y así como está, sentado en el suelo, se me pasa la fugaz idea de arrearle una patada en la boca, no fallaría. Pero me reprimo.
Tomándolo de nuevo por el cuello de la camisa lo pongo en pie, situándolo frente a mi. Ahora así, en igualdad de condiciones, cara a cara, voy con todo.
—Cómo vuelva a ver que te acercas a ella sin su expreso consentimiento, lo vas a lamentar... Me da igual quien seas— La furia vuelve a mi de nuevo, corre por mis venas como una mecha encendida hacia un explosivo a punto de estallar. Este imbécil ha estado retándome desde que Sheyla llegó y ahora entiendo el por qué: pretende algo con ella. Por eso el arrancármela de los brazos aquel día y esa actitud de macho dominante cuando entró en la sala mientras ella me examinaba, por eso aquello de "mi Sheyla", para marcar terreno, si es que solo le faltó mearle alrededor. Y para colmo esto, acecharla mientras duerme, para hacer dios sabe qué.
Se me revuelve el estómago solo de pensar en que la estuviera tocando mientras ella duerme, aprovechando su vulnerabilidad, lo que me hace hervir la sangre y desear que lo golpee con todas mis ganas. Merece que le rompa los dientes ahora mismo y que mañana tenga que explicar por qué le han partido la cara. Pero tengo que controlarme, no puedo comportarme así por mucho que mi adrenalina me lo pida, debo mantenerme en mi sitio. Tan solo espero que haya captado la advertencia. No puede ser tan idiota.
Aunque si hay algo que no conoce límites, es, sin duda, la estupidez humana. Y este sujeto es el claro ejemplo de ello. Aparentemente inmune a mi amenaza, me devuelve la mirada con suficiencia para desafiarme.
—Adelante, pégame, lo estás deseando— Y desde luego que lo estoy deseando, pero no debo, me tengo que controlar. Yendo un paso más allá, el tipo fuerza una carcajada, solo por el simple placer de provocarme, antes de poner sobre la mesa la razón por la cual ahora mismo no le dejo mi mano marcada en su maldita cara —Aunque... ya sabes lo que te pasará si le pegas a un civil...— Insinúa en lo que parece ser una amenaza velada.
Lo sé perfectamente. Me arrestarán, me pasaré días en el calabozo, se abrirá un expediente en mi contra, y con una falta grave automáticamente ya no opto al ascenso a suboficial, puede que hasta me degraden o incluso me trasladen. En definitiva, no puedo impartir justicia como a mi me gustaría porque tengo las manos atadas. Si lo suelto sin darle su escarmiento, gana. Si le parto la cara por acosador, gana. Da igual lo que haga, en cualquier caso, se sale con la suya.
Sabiendo cuál de los dos escenarios me conviene, finalmente lo suelto. No sin antes volver a propinarle un empujón que acaba con su maldito culo de franchute de nuevo en el suelo. Por un empujón no pueden arrestarme.
—Eso quisieras, que te partiera la cara para tener una excusa con la que sacarme de aquí, y no te voy a dar ese placer. Pero grábate esto en la cabeza, no te acerques a ella, si no te busca, no te habla, no te acerques... Porque eso sería acosarla, y acosar a una persona significa atentar contra sus derechos. Y por si fueras tan imbécil de no entenderlo, te aclaro que eso constituye un delito, y los delitos, amigo mío, se persiguen y se castigan, en cualquier parte del mundo donde nosotros estemos presentes... Estás avisado— Sentencio, implacable, esperando que ahora sí haya captado el mensaje, para acto seguido poner rumbo hacia el barracón dejando al imbécil haciendo examen de conciencia, con el culo en el suelo y la cara de idiota.
Pero cuando me encuentro a medio camino de alcanzar la puerta del barracón, cuando pienso que la contienda ya ha acabado porque no puede ser tan estúpido como para no entender el mensaje, lo oigo farfullar a mis espaldas.
—Te estás equivocando, soldadito...— Es el tono en el que dice "soldadito" lo que desata otra detonación de ira en mi interior. Encendido, me voy a por él, ya me da igual mi ascenso, que me degraden, o que me encierren en un calabozo lo que dure el mandato, yo le parto la cara, estoy dispuesto a pagar el precio, valdrá la pena. Pero cuando estoy a punto de alcanzarlo, me lanza la ofensiva definitiva en forma de declaración —Sheyla y yo tenemos una relación, estuvimos juntos en Francia, y tú te estás entrometiendo entre nosotros— ¿QUÉ? —¿O por qué crees que se ha venido hasta aquí desde tan lejos, para poner inyecciones a niñitos africanos?— Freno en seco, intentando asimilar la información, mientras se crece—No soldadito, ella se vino hasta aquí por mí, y ni tú, ni todo el ejército del Canadá vais a lograr separarnos. Grábatelo en la cabeza, como tu dices— Me quedo fuera de juego. Ni un puñetazo en la mandíbula me dejaría más noqueado.
Paralizado, a medio camino entre ese idiota y el barracón, lo veo ponerse en pie para sacudirse el polvo del culo mientras yo aún intento encajar el golpe.
Aprovecha mi desconcierto para dedicarme una sonrisa sardónica antes de retirarse. Al fin y al cabo, ya ha ganado la contienda. Y yo me quedo aquí clavado sin entender nada, tratando de atar cabos, ¿de verdad tienen una relación? Pero si ella me dijo que no tenía novio, ni marido, ni hijos... Que no sabía si los podría tener... Detalle en el que no quise indagar, pero que no se me pasó desapercibido en su día... Que tampoco tenía trato con su familia y por eso huyó... Esas fueron sus palabras exactas.
Recuerdo aquella conversación perfectamente porque el corazón estaba a punto de salírseme del pecho en aquel momento, y porque tras esas palabras sucedería algo que para mi marcó un antes y un después en mi guerra personal: aquel beso...
Pero... ¿A qué se refería con eso, a que su familia no los dejaba estar juntos y por eso viajó hasta aquí, para reunirse con él? ¿O todo esto es una sucia artimaña de ese miserable que se está ganando a pulso que arriesgue mi puesto por el supremo placer de verlo sangrar? ¿De qué huías Sheyla...?
⭐⭐⭐
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